AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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God Fallen Silent [Fausto]
2 participantes
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God Fallen Silent [Fausto]
We're never asking much
But when we're asking for the way
You're falling silent
We're standing at the crossroads
Asking for the way to take
God's fallen silent
But when we're asking for the way
You're falling silent
We're standing at the crossroads
Asking for the way to take
God's fallen silent
“Métodos poco ortodoxos, conductas poco cristianas y rumores sobre cuestionamientos a la doctrina”. ¿¡Quienes demonios eran ellos para reprocharme nada!? El contenido de aquella carta había sido un quebradero de cabeza desde el segundo que vi que quien hacía de mensajero no era otro menos que uno de aquellos que guiaba a las ovejas obedientes para que no levantaran la cabeza, y como estaba claro, yo no le agradaba en absoluto, por lo que no me tragaba aquello de que solo querían ponerme en conocimiento de lo que se decía de mí. Ellos, menos que nadie, tenían moral para recriminarme nada de aquello, porque fuese cierto o no, sabíamos que hacían cosas mil veces peores y a mayor escala.
Ahora entraba a cuestionarme el haber accedido a ser parte de aquel chiste, pero al parecer había ambición suficiente para soportar esas penurias un poco más. Porque lo admito. De un tiempo a esta parte había venido excediéndome un poco, y había dejado de pretender que me importaba su ridículo credo ¿Para qué? Ya tenían a sacerdotes que encaminaran a las ovejas buenas, yo solo estaba aquí para castigar a las malas, así que no necesitaba ser una santa, ni intentar tener la vida de una.
Más preocupante que su ridícula amenaza cubierta de flores era quizás el motivo de los excesos, los que ni yo misma acababa de entender, pero que al mismo tiempo insistía en atribuir a solo una etapa de agotamiento. ¿Acaso no lo sufrían también las actrices que tanto deben sonreír en el escenario? Tanto cuidar cada uno de los pasos que daba, las huellas que dejaba y las palabras que decía, era agotador, hasta el punto de que repasar tanto el pasado me había privado de pensar en qué futuro. Y siendo la pregunta tan simple como un “¿Y qué sigue?” Yo no podía responderla.
Por eso lo había llamado precisamente a él. Para darle un corte definitivo a todo este maldito asunto. Y aunque fuese en contra de mi orgullo casi pedirle que intercediera por mí, no lo mermaba demasiado, porque era algo similar a cuando llorando un niño llama a su padre para que espante sus temores. Supongo que era la primera vez que lo hacía, porque la única reacción que obtuve en ese entonces fue un empujón para que me enfrentara a ellos por mí misma. Por eso era un poco extraño. Eso y que quizás era lo único que me quedaba y que fuese similar a un maestro. Alguien que no se había vendido a la gran estructura, pero que era consentida por ellos cuando se encontraban con esos casos difíciles que requerían medidas que estaban prohibidas para el resto de los inquisidores.
El hombre ya se había hecho una gran fama, a pesar de parecer prácticamente un ermitaño ilocalizable, pero recuerdo haber visto por última vez esos fríos ojos calándome el cerebro cuando yo no tenía ni unos 13 años. Desde entonces, se había vuelto un lejano cuento que alguna vez leí, pero que había quedado en un rincón de la biblioteca. ¿Cómo había dado con él? Pues tenía mis medios, y para sumarle más dramatismo al asunto, ni siquiera tenía la certeza de que fuese a venir, porque no había sido tan ingenua como para pedir una confirmación.
Para mi fortuna no era una noche fría, no me gustaba el frío, pero aun así, lejos de toda costumbre y aversión que sentía hacía el tabaco, me acabé medio cigarrillo antes de entrar al imponente edificio. No parecía haber ningún alma en el lugar, ni más sonido que el taconeo de mis zapatos quebrando el tétrico silencio que se adornaba con aquel juego de sombras que hacían las pocas velas encendidas con las imágenes sufrientes de sus santos. Aun así, no sabía si el lugar era más aterrador de noche lleno de esa sensación de cuento de terror, o de día, lleno de ingenuos que ponían en una criatura casi mitológica sus sueños y esperanzas.
Frente a una de las columnas yacía una de aquellas pequeñas fuentes de mármol que contenían el agua medio bendita, y tuve que hacer uso de toda la fuerza de voluntad que me quedaba para no lanzar una moneda en el fondo. En mi cabeza había sido un buen chiste, pero llevarlo a la práctica habría sido jugar con mi suerte. Por eso me limité a seguir caminando por el pasillo, sin ritualidad alguna, hasta llegar a la mitad de la catedral, donde simbólicamente escogí una de las enormes bancas del lado izquierdo para dejar caer mi cuerpo mientras esperaba que fuese lo suficientemente tarde como para resignarme.
Ahora entraba a cuestionarme el haber accedido a ser parte de aquel chiste, pero al parecer había ambición suficiente para soportar esas penurias un poco más. Porque lo admito. De un tiempo a esta parte había venido excediéndome un poco, y había dejado de pretender que me importaba su ridículo credo ¿Para qué? Ya tenían a sacerdotes que encaminaran a las ovejas buenas, yo solo estaba aquí para castigar a las malas, así que no necesitaba ser una santa, ni intentar tener la vida de una.
Más preocupante que su ridícula amenaza cubierta de flores era quizás el motivo de los excesos, los que ni yo misma acababa de entender, pero que al mismo tiempo insistía en atribuir a solo una etapa de agotamiento. ¿Acaso no lo sufrían también las actrices que tanto deben sonreír en el escenario? Tanto cuidar cada uno de los pasos que daba, las huellas que dejaba y las palabras que decía, era agotador, hasta el punto de que repasar tanto el pasado me había privado de pensar en qué futuro. Y siendo la pregunta tan simple como un “¿Y qué sigue?” Yo no podía responderla.
Por eso lo había llamado precisamente a él. Para darle un corte definitivo a todo este maldito asunto. Y aunque fuese en contra de mi orgullo casi pedirle que intercediera por mí, no lo mermaba demasiado, porque era algo similar a cuando llorando un niño llama a su padre para que espante sus temores. Supongo que era la primera vez que lo hacía, porque la única reacción que obtuve en ese entonces fue un empujón para que me enfrentara a ellos por mí misma. Por eso era un poco extraño. Eso y que quizás era lo único que me quedaba y que fuese similar a un maestro. Alguien que no se había vendido a la gran estructura, pero que era consentida por ellos cuando se encontraban con esos casos difíciles que requerían medidas que estaban prohibidas para el resto de los inquisidores.
El hombre ya se había hecho una gran fama, a pesar de parecer prácticamente un ermitaño ilocalizable, pero recuerdo haber visto por última vez esos fríos ojos calándome el cerebro cuando yo no tenía ni unos 13 años. Desde entonces, se había vuelto un lejano cuento que alguna vez leí, pero que había quedado en un rincón de la biblioteca. ¿Cómo había dado con él? Pues tenía mis medios, y para sumarle más dramatismo al asunto, ni siquiera tenía la certeza de que fuese a venir, porque no había sido tan ingenua como para pedir una confirmación.
Para mi fortuna no era una noche fría, no me gustaba el frío, pero aun así, lejos de toda costumbre y aversión que sentía hacía el tabaco, me acabé medio cigarrillo antes de entrar al imponente edificio. No parecía haber ningún alma en el lugar, ni más sonido que el taconeo de mis zapatos quebrando el tétrico silencio que se adornaba con aquel juego de sombras que hacían las pocas velas encendidas con las imágenes sufrientes de sus santos. Aun así, no sabía si el lugar era más aterrador de noche lleno de esa sensación de cuento de terror, o de día, lleno de ingenuos que ponían en una criatura casi mitológica sus sueños y esperanzas.
Frente a una de las columnas yacía una de aquellas pequeñas fuentes de mármol que contenían el agua medio bendita, y tuve que hacer uso de toda la fuerza de voluntad que me quedaba para no lanzar una moneda en el fondo. En mi cabeza había sido un buen chiste, pero llevarlo a la práctica habría sido jugar con mi suerte. Por eso me limité a seguir caminando por el pasillo, sin ritualidad alguna, hasta llegar a la mitad de la catedral, donde simbólicamente escogí una de las enormes bancas del lado izquierdo para dejar caer mi cuerpo mientras esperaba que fuese lo suficientemente tarde como para resignarme.
Haydee Tebelyn-Danglars- Inquisidor Clase Alta
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Re: God Fallen Silent [Fausto]
Recordaba la primera vez que había pisado una iglesia y la expresión de su mentor, escalofriante y pura (sobre todo pura, sí, las personas que regentaban aquella clase de lugares sabrían apreciar especialmente el significado de esa palabra en un demonio de sangre como lo fue él) prevalecía por encima de todo cántico coral o sermón sin fundamento. El único padre que había tenido le condujo hasta esos atolladeros que iban de la humilde caoba de los reclinatorios a la prepotente piedra de las esculturas, empotrados por una arquitectura tan suntuosa que, por un instante, incluso parecía que lograra pasar por imposible.
Georgius le enseñó que no había nada más gracioso que contemplar los sublimes niveles que alcanzaba el clamor humano por reproducir el reino de sus propios deseos, por tratar de aproximarse a algo que sólo era omnipotente porque existía en su cabeza, porque por mucha belleza que derrocharan artistas y profetas nunca nada completaría la perfección de una fantasía. Vivían de una idea que sólo obtenía respuesta una vez abandonado el mundo de los vivos y se escudaban en mantener intacta esa fe tan provechosa hasta su último aliento. No todos podían corroborar lo que había después de la muerte para tambalear sus cimientos.
A excepción, claro estaba, de los vampiros.
Fausto no había dejado de conocer aquel símbolo imbatible a la iglesia que representaban los bebedores de sangre, ni siquiera cuando su propósito en la actualidad era eliminar a cuantos más pudiera. Y quizá allí se hallaba una de tantas respuestas al porqué de su vínculo con la Inquisición, tan cómico como eventual: no necesitaban asegurarse su fidelidad (¿qué fidelidad?) con patrañas de infelices, a veces ni siquiera bastaba con llenarle los bolsillos. Una persona de la pasta del cazador encontraba lucro en aspectos abrumadoramente impredecibles y sabía que en más de una ocasión, ni el Papa ni las personalidades más elevadas de aquella jerarquía le habrían dado lo que pedía a cambio de no ser por los impecables resultados de su trabajo, prácticamente irrepetibles. No consistía sólo en esa fachada de la que se valían ellos mismos para todo, a él quedaban ajenos protocolo, códigos y tapaderas, no formaba parte de aquella chistosa corte de parásitos, ni en sus mejores sueños o sus plegarias más originales. Y aunque de tanto en tanto conllevara ser el blanco de miradas recelosas, la mofa se encontraba hasta en esa inquina ajena porque le terminaban de elevar en una escala a la que sus propias doctrinas les impedían acceder.
Fue también por esa razón que supo reconocer a una oveja negra que rompía con la monotonía de aquel ciego e insulso rebaño. No necesitó hablar ni una sola vez con la joven Tebelyn-Danglars para resaltarla por encima de su pobre media y cuando acababa al tanto de sus peripecias, casi se permitía sonreír de medio lado, divertido de que alguien de dentro les provocara tales dolores de cabeza. Por fin un poco de sangre en el ambiente, ya que no importaba que la Inquisición derramara la de sobrenaturales e inocentes; la suya apenas tenía color. Esa chiquilla portaba también la promesa de la juventud, así que por lo menos aún estaban a tiempo de convertirse en algo interesante con los años. Claro que si podía inculcarle un mínimo de su inteligencia, la pequeña Haydee no seguiría malgastando sus aptitudes al servicio de otros. Eso, o sabría sacarle un mayor beneficio propio, cualquiera de las dos opciones le bastaba. Habría obrado bien en favor del buen gusto.
El alemán llegó puntual, siempre lo era, y su figura estaba atrapada bajo la oscuridad de una capilla donde observaba los movimientos de la gran catedral de París con escasas probabilidades de ser igualmente detectado por los demás. La muchacha tampoco tardó mucho más en aparecer, y la capa del abrigo de Fausto tan sólo fue un poco más silenciosa que él cuando ni siquiera el impávido silencio de una iglesia en la noche logró delatar su nueva posición en la banca donde se había sentado ella, a pocos metros de su cuerpo.
Debo reconocer –dijo (más bien, le apeteció decir), sin introducciones ni recias cortesías- que individualmente pocos ¿inquisidores? –puntualizó con cierta sorna, dándole el beneficio extraoficial de rebatir o no su rango, algo con lo que ninguno de sus 'compañeros' podría obsequiarle- conseguirían optar a un poder de convocatoria como el de estos momentos –hasta entonces había perdido su mirada en lo más alto del suntuoso pantocrátor que tenían en frente, pero giro el cuello finalmente hacia ella para hacerla todavía más consciente de a quién convocaba-. Sé clara en tus intenciones, habrás supuesto, o mejor: asumido, que no es fácil contentarme, así que ya que no me vas a decir algo que me sorprenda, por lo menos haz honor a la decisión de acudir a esta cita.
Georgius le enseñó que no había nada más gracioso que contemplar los sublimes niveles que alcanzaba el clamor humano por reproducir el reino de sus propios deseos, por tratar de aproximarse a algo que sólo era omnipotente porque existía en su cabeza, porque por mucha belleza que derrocharan artistas y profetas nunca nada completaría la perfección de una fantasía. Vivían de una idea que sólo obtenía respuesta una vez abandonado el mundo de los vivos y se escudaban en mantener intacta esa fe tan provechosa hasta su último aliento. No todos podían corroborar lo que había después de la muerte para tambalear sus cimientos.
A excepción, claro estaba, de los vampiros.
Fausto no había dejado de conocer aquel símbolo imbatible a la iglesia que representaban los bebedores de sangre, ni siquiera cuando su propósito en la actualidad era eliminar a cuantos más pudiera. Y quizá allí se hallaba una de tantas respuestas al porqué de su vínculo con la Inquisición, tan cómico como eventual: no necesitaban asegurarse su fidelidad (¿qué fidelidad?) con patrañas de infelices, a veces ni siquiera bastaba con llenarle los bolsillos. Una persona de la pasta del cazador encontraba lucro en aspectos abrumadoramente impredecibles y sabía que en más de una ocasión, ni el Papa ni las personalidades más elevadas de aquella jerarquía le habrían dado lo que pedía a cambio de no ser por los impecables resultados de su trabajo, prácticamente irrepetibles. No consistía sólo en esa fachada de la que se valían ellos mismos para todo, a él quedaban ajenos protocolo, códigos y tapaderas, no formaba parte de aquella chistosa corte de parásitos, ni en sus mejores sueños o sus plegarias más originales. Y aunque de tanto en tanto conllevara ser el blanco de miradas recelosas, la mofa se encontraba hasta en esa inquina ajena porque le terminaban de elevar en una escala a la que sus propias doctrinas les impedían acceder.
Fue también por esa razón que supo reconocer a una oveja negra que rompía con la monotonía de aquel ciego e insulso rebaño. No necesitó hablar ni una sola vez con la joven Tebelyn-Danglars para resaltarla por encima de su pobre media y cuando acababa al tanto de sus peripecias, casi se permitía sonreír de medio lado, divertido de que alguien de dentro les provocara tales dolores de cabeza. Por fin un poco de sangre en el ambiente, ya que no importaba que la Inquisición derramara la de sobrenaturales e inocentes; la suya apenas tenía color. Esa chiquilla portaba también la promesa de la juventud, así que por lo menos aún estaban a tiempo de convertirse en algo interesante con los años. Claro que si podía inculcarle un mínimo de su inteligencia, la pequeña Haydee no seguiría malgastando sus aptitudes al servicio de otros. Eso, o sabría sacarle un mayor beneficio propio, cualquiera de las dos opciones le bastaba. Habría obrado bien en favor del buen gusto.
El alemán llegó puntual, siempre lo era, y su figura estaba atrapada bajo la oscuridad de una capilla donde observaba los movimientos de la gran catedral de París con escasas probabilidades de ser igualmente detectado por los demás. La muchacha tampoco tardó mucho más en aparecer, y la capa del abrigo de Fausto tan sólo fue un poco más silenciosa que él cuando ni siquiera el impávido silencio de una iglesia en la noche logró delatar su nueva posición en la banca donde se había sentado ella, a pocos metros de su cuerpo.
Debo reconocer –dijo (más bien, le apeteció decir), sin introducciones ni recias cortesías- que individualmente pocos ¿inquisidores? –puntualizó con cierta sorna, dándole el beneficio extraoficial de rebatir o no su rango, algo con lo que ninguno de sus 'compañeros' podría obsequiarle- conseguirían optar a un poder de convocatoria como el de estos momentos –hasta entonces había perdido su mirada en lo más alto del suntuoso pantocrátor que tenían en frente, pero giro el cuello finalmente hacia ella para hacerla todavía más consciente de a quién convocaba-. Sé clara en tus intenciones, habrás supuesto, o mejor: asumido, que no es fácil contentarme, así que ya que no me vas a decir algo que me sorprenda, por lo menos haz honor a la decisión de acudir a esta cita.
Fausto- Cazador Clase Alta
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Re: God Fallen Silent [Fausto]
No hacía demasiado frío afuera, pero dentro la atmosfera era completamente diferente, tanto que llegaba al punto de cuestionarme si seguíamos estando en París, donde el verano si bien parecía agonizar, era demasiado temprano aun para darlo por muerto. Probablemente se deba al “genio” que diseño la estructura de forma que gracias al frío los fieles no se sintieran somnolientos por los excitantes sermones diarios. O era quizás el carísimo piso de mármol que no conseguía retener el calor como la madera. Bueno, no lo sé, el punto es que cuando pude por fin sentarme en la dichosa banca agradecí el poder acurrucarme en mi abrigo, eso y el vago suspiro de alivio que significaba dejar de oír el taconeo rompiendo el sepulcral silencio del lugar. Todo ello me llevaba a preguntarme hasta qué punto se podía pregonar la austeridad, cuando hasta los más pobres se esforzaban por hacer gala de sus ropas más caras para asistir a misa.
¿Por qué pensaba yo en eso en lugar de poner más atención en lo que estrictamente me citaba en este lugar? Por mero descuido.
Descuido que pagué justamente con aquel casi imperceptible sobresalto que me provocaron aquellas dos primeras palabras que salieron de labios del cazador. Tan absorta estaba divagando que ni siquiera me percaté de que se había acercado, o eso prefiero creer por sobre un desgaste de mis habilidades, lo que de cierto modo podría asemejarse un poco a la realidad, una en que cada día era la inercia la que me forzaba a levantarme de la cama.
Traté de ocultar cualquier tipo de aceleración en mi respiración con un preciso suspiro, que coincidió aquel despectivo sabor con que parecía mascullar la palabra “inquisidores”. Como es obvio, no lo culpaba, pues yo también tendía a generalizar, y solo estando dentro pude darme cuenta que la mayoría de quienes detentaban cargos no eclesiásticos no eran precisamente blancos miembros del rebaño, lo que parecía ser una tónica especialmente en la cúspide de la organización. ¿Por qué entonces los regaños habían caído sobre mí? ¿Simple descuido?
No entendía nada de ello, como tampoco entendía a qué diablos se refería con ese poder de convocatorio y con el hecho de que debía contentarlo con mis motivos, cuando era precisamente al contrario, quien buscaba una salida, no precisamente la más fácil, era yo. ¿Por qué tenía que molestarme en sorprenderlo?
- Probablemente ya investigó hasta de qué lado de la cama prefiero dormir – dije mientras buscaba en mi bolsillo aquel sobre con la carta que tantos dolores de cabeza me había traído – Así que no sé hasta qué punto podría sorprenderle nada de lo que diga – agregué cuando por fin daba con la dichosa carta, y en un ágil movimiento hice que se deslizara por la banca hasta quedar relativamente cerca del enfundado cuerpo del cazador.
Era correspondencia privada, era un burdo regaño que trataba de encubrir una advertencia, una que no podía pasar por alto dado que era relativamente nueva en la institución, pese a que seguramente era un táctica suya para poner un poco de orden frente a las herejías de sus miembros. Dejarle leer aquel chiste era como dejarme al descubierto, ya que a pesar de que los motivos fuesen estupideces que probablemente no influían en los resultados, sí había un trasfondo complejo del que se podía extraer mi estado mental actual.
- Lecciones de teología, un informe y una firma – dije secamente, sin molestarme en mirarlo a la cara porque la verdad es que no creí necesaria una burda formalidad como esa – Es obvio que me gustaría saltarme a la firma, pero tampoco esperaba doblegar su integridad, ya que probablemente no hay mucho que pueda querer de mí – agregué antes de frotarme suavemente las manos – Salvo quizás un desafío interesante –
Sí. No esperaba ganarme gratuitamente un informe de idoneidad redactado por el mismísimo Fausto. Y de hecho, casi era excitante la posibilidad de llevar mi mente a un nuevo nivel, uno en que la divinidad podría ser reducida a un razonamiento falto de argumentos, en el que cual existían contradicciones que contrariaban sus dos dogmas más básico.
¿Por qué pensaba yo en eso en lugar de poner más atención en lo que estrictamente me citaba en este lugar? Por mero descuido.
Descuido que pagué justamente con aquel casi imperceptible sobresalto que me provocaron aquellas dos primeras palabras que salieron de labios del cazador. Tan absorta estaba divagando que ni siquiera me percaté de que se había acercado, o eso prefiero creer por sobre un desgaste de mis habilidades, lo que de cierto modo podría asemejarse un poco a la realidad, una en que cada día era la inercia la que me forzaba a levantarme de la cama.
Traté de ocultar cualquier tipo de aceleración en mi respiración con un preciso suspiro, que coincidió aquel despectivo sabor con que parecía mascullar la palabra “inquisidores”. Como es obvio, no lo culpaba, pues yo también tendía a generalizar, y solo estando dentro pude darme cuenta que la mayoría de quienes detentaban cargos no eclesiásticos no eran precisamente blancos miembros del rebaño, lo que parecía ser una tónica especialmente en la cúspide de la organización. ¿Por qué entonces los regaños habían caído sobre mí? ¿Simple descuido?
No entendía nada de ello, como tampoco entendía a qué diablos se refería con ese poder de convocatorio y con el hecho de que debía contentarlo con mis motivos, cuando era precisamente al contrario, quien buscaba una salida, no precisamente la más fácil, era yo. ¿Por qué tenía que molestarme en sorprenderlo?
- Probablemente ya investigó hasta de qué lado de la cama prefiero dormir – dije mientras buscaba en mi bolsillo aquel sobre con la carta que tantos dolores de cabeza me había traído – Así que no sé hasta qué punto podría sorprenderle nada de lo que diga – agregué cuando por fin daba con la dichosa carta, y en un ágil movimiento hice que se deslizara por la banca hasta quedar relativamente cerca del enfundado cuerpo del cazador.
Era correspondencia privada, era un burdo regaño que trataba de encubrir una advertencia, una que no podía pasar por alto dado que era relativamente nueva en la institución, pese a que seguramente era un táctica suya para poner un poco de orden frente a las herejías de sus miembros. Dejarle leer aquel chiste era como dejarme al descubierto, ya que a pesar de que los motivos fuesen estupideces que probablemente no influían en los resultados, sí había un trasfondo complejo del que se podía extraer mi estado mental actual.
- Lecciones de teología, un informe y una firma – dije secamente, sin molestarme en mirarlo a la cara porque la verdad es que no creí necesaria una burda formalidad como esa – Es obvio que me gustaría saltarme a la firma, pero tampoco esperaba doblegar su integridad, ya que probablemente no hay mucho que pueda querer de mí – agregué antes de frotarme suavemente las manos – Salvo quizás un desafío interesante –
Sí. No esperaba ganarme gratuitamente un informe de idoneidad redactado por el mismísimo Fausto. Y de hecho, casi era excitante la posibilidad de llevar mi mente a un nuevo nivel, uno en que la divinidad podría ser reducida a un razonamiento falto de argumentos, en el que cual existían contradicciones que contrariaban sus dos dogmas más básico.
Haydee Tebelyn-Danglars- Inquisidor Clase Alta
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Re: God Fallen Silent [Fausto]
Vaya humos que se gastaba la niña, y muchos habrían dicho erróneamente y con la mecánica conclusión de aquellas frases prefabricadas que '¡menudo hallazgo, si parecía tonta!'. A Fausto no le sorprendía lo más mínimo esa autosuficiencia, ya que la propia chiquilla había decidido profundizar en ese tema, y resultaba curiosa la manera en la que dejaba ver su extraño respeto. Pues mucha gente respetaba a ese hombre a pesar del rechazo que pudiera provocar, y más si provenía de aquel ámbito eclesiástico tan demagogo ¿Acaso debía suponer que la señorita Tebelyn-Danglars formaba parte de ese grupo tan previsible? ¿De verdad había que moverle de su cómodo y preciado sillón de la verdad absoluta?
No, al cazador no le apetecía moverse de su posición, metafóricamente hablando, y por eso más valía que a su femenina acompañante le diera por recordarle el motivo que le había llevado a acudir a la citación. Muy pronto para hablar de decepciones y más después de tanto tiempo dando por sentado la imagen prometedora de Haydee. Y no, no era un insulto, al contrario. Contar con la consideración de alguien como él sin apenas haber cruzado unas palabras ocurría con la misma frecuencia que un eclipse de sol, claro que a veces se olvidaba de que los demás no tenían por qué ser conscientes de semejante privilegio, pobres. Imperfecciones, pequeñas o grandes; la única seguridad que seguía corroborándose en quienes habitaban la tierra. No podía pedirle peras al olmo, aunque ese olmo se empeñara continuamente en regalarle sus frutos. Fausto no los quería para nada, pero de vez en cuando, aceptaba los que sabía que tendrían un gusto distinto. Mejor.
¿Investigar? Entonces, ¿tan reseñable te consideras a mis ojos? –espetó y se tomó su tiempo a la hora de contemplar a la niña con detenimiento, uno que sólo los momentos antes de aquel encuentro habían conseguido merecerse- Deberías darte cuenta de lo contradictorias que suenan tus afirmaciones: crees que busco que me sorprendas, pero al mismo tiempo dudas que pueda querer algo de ti –negó lentamente con la cabeza y se recostó mejor en el respaldo de los alargados y duros asientos para vagar su mirada unos cuantos segundos por el pantocrátor, que parecía juzgar el suceso igual que lo hacía el alemán-. Relájate, Haydee, tu objetivo es claro y casi parece que te molesta haber de recurrir a alguien tan indudablemente eficiente para solventarlo. No pasa nada, será divertido. No obstante, eso no te eximirá de tener presente ciertos e inquebrantables requisitos.
Haydee todavía no se había ganado su tiempo. Tan sólo se había aproximado a las manillas de su codiciado reloj. Para que la partida se iniciara del todo, ella debía impulsarlas con mucha más seguridad y contundencia que aquello.
Primero es que si pretendes conseguir algo de mí, la mirada es primordial. La gente que te puedas encontrar por la calle mientras caminas un día cualquiera quizá no se merezca un mísero vistazo, pero esto es un intercambio de intereses. Y aunque entiendo que los asuntos relacionados con tu 'querida' institución no sean dignos de quitarte el sueño, no olvides que, a fin de cuentas, has acudido a mí –en apenas un movimiento suave y contundente, la tuvo agarrada del mentón para que ilustrara sus palabras y le mirara directamente a los ojos, usando una fuerza sencilla y, a la vez, notable, capaz de paralizar hasta un cancerbero sin necesidad de aplicar dolor con los dedos-. Conmigo vas a tener que molestarte en mirarme a la cara, porque me da igual lo que en tu pipiola cabeza consideres como formalidad o confianza. Me necesitas, así que sencillamente demuestra tu atención y no la rehuyas.
Dejó ir su barbilla después de asegurarse de que lo había comprendido, con o sin una confirmación verbal que, de todas maneras, con el tiempo se haría innecesaria. Su figura, oscura y erguida, se acercó sólo un poco más hacia ella, de un modo que dependiendo del carácter de la joven inquisidora, provocaría ansias o escalofríos.
Acepto reconocerte como alumna, y dado que tu caso es bastante inusual, el pago que me cobraré será éste: yo decidiré cuándo podrás prescindir de mí, hayas obtenido o no tu papeleo –le respondió, con la misma claridad que la muchacha había tenido la decencia de obsequiarle a él.
Haydee disponía de una inteligencia más que suficiente para percatarse de que aquello no sólo prometía, sino que Fausto estaba bastante más receptivo de lo que podría presumir nadie que conociera. Los dos querían sacar beneficio de aquella unión y muy posiblemente acabara tratándose de algo más íntimo y poderoso que el soporífero nexo que la Inquisición había dispuesto.
No, al cazador no le apetecía moverse de su posición, metafóricamente hablando, y por eso más valía que a su femenina acompañante le diera por recordarle el motivo que le había llevado a acudir a la citación. Muy pronto para hablar de decepciones y más después de tanto tiempo dando por sentado la imagen prometedora de Haydee. Y no, no era un insulto, al contrario. Contar con la consideración de alguien como él sin apenas haber cruzado unas palabras ocurría con la misma frecuencia que un eclipse de sol, claro que a veces se olvidaba de que los demás no tenían por qué ser conscientes de semejante privilegio, pobres. Imperfecciones, pequeñas o grandes; la única seguridad que seguía corroborándose en quienes habitaban la tierra. No podía pedirle peras al olmo, aunque ese olmo se empeñara continuamente en regalarle sus frutos. Fausto no los quería para nada, pero de vez en cuando, aceptaba los que sabía que tendrían un gusto distinto. Mejor.
¿Investigar? Entonces, ¿tan reseñable te consideras a mis ojos? –espetó y se tomó su tiempo a la hora de contemplar a la niña con detenimiento, uno que sólo los momentos antes de aquel encuentro habían conseguido merecerse- Deberías darte cuenta de lo contradictorias que suenan tus afirmaciones: crees que busco que me sorprendas, pero al mismo tiempo dudas que pueda querer algo de ti –negó lentamente con la cabeza y se recostó mejor en el respaldo de los alargados y duros asientos para vagar su mirada unos cuantos segundos por el pantocrátor, que parecía juzgar el suceso igual que lo hacía el alemán-. Relájate, Haydee, tu objetivo es claro y casi parece que te molesta haber de recurrir a alguien tan indudablemente eficiente para solventarlo. No pasa nada, será divertido. No obstante, eso no te eximirá de tener presente ciertos e inquebrantables requisitos.
Haydee todavía no se había ganado su tiempo. Tan sólo se había aproximado a las manillas de su codiciado reloj. Para que la partida se iniciara del todo, ella debía impulsarlas con mucha más seguridad y contundencia que aquello.
Primero es que si pretendes conseguir algo de mí, la mirada es primordial. La gente que te puedas encontrar por la calle mientras caminas un día cualquiera quizá no se merezca un mísero vistazo, pero esto es un intercambio de intereses. Y aunque entiendo que los asuntos relacionados con tu 'querida' institución no sean dignos de quitarte el sueño, no olvides que, a fin de cuentas, has acudido a mí –en apenas un movimiento suave y contundente, la tuvo agarrada del mentón para que ilustrara sus palabras y le mirara directamente a los ojos, usando una fuerza sencilla y, a la vez, notable, capaz de paralizar hasta un cancerbero sin necesidad de aplicar dolor con los dedos-. Conmigo vas a tener que molestarte en mirarme a la cara, porque me da igual lo que en tu pipiola cabeza consideres como formalidad o confianza. Me necesitas, así que sencillamente demuestra tu atención y no la rehuyas.
Dejó ir su barbilla después de asegurarse de que lo había comprendido, con o sin una confirmación verbal que, de todas maneras, con el tiempo se haría innecesaria. Su figura, oscura y erguida, se acercó sólo un poco más hacia ella, de un modo que dependiendo del carácter de la joven inquisidora, provocaría ansias o escalofríos.
Acepto reconocerte como alumna, y dado que tu caso es bastante inusual, el pago que me cobraré será éste: yo decidiré cuándo podrás prescindir de mí, hayas obtenido o no tu papeleo –le respondió, con la misma claridad que la muchacha había tenido la decencia de obsequiarle a él.
Haydee disponía de una inteligencia más que suficiente para percatarse de que aquello no sólo prometía, sino que Fausto estaba bastante más receptivo de lo que podría presumir nadie que conociera. Los dos querían sacar beneficio de aquella unión y muy posiblemente acabara tratándose de algo más íntimo y poderoso que el soporífero nexo que la Inquisición había dispuesto.
Fausto- Cazador Clase Alta
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