Victorian Vampires
Robrecht Anton, una vida al óleo 2WJvCGs


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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Robrecht Anton, una vida al óleo

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Mensaje por Robrecht Anton Lun Dic 10, 2012 5:41 am

Nombre del Personaje:
Ha tenido multitud de nombres, su nombre original es Federico da Toscana, luego de la muerte de su maestro se apodó "Leonardo Tosqui", y al viajar a Holanda se quedó con su actual nombre, Robrecht Anton.

Edad:
No aparenta más de treinta años, pero su edad real es mucho mayor. Nació en 1460, por lo que tiene 340 años a sus espaldas.

Especie:
Vampiro convertido.

Tipo, Clase Social o Cargo:
Clase baja.

Orientación Sexual:
Pansexual.

Lugar de Origen:
Toscana, Italia. Más tarde logró la ciudadanía holandesa, y siempre dice que procede de Ámsterdam.

Habilidad/Poder:
Además de sus poderes habituales como vampiro, posee un seguido de habilidades.

  • Control de las emociones.
  • Encandilamiento.
  • Telepatía.


Descripción Física:
Spoiler:

Descripción Psicológica:
Ni él sabe cómo es. Robrecht es un entresijo de ideas y moral, entrecruzados con un profundo apego a la vida que él mismo arrebata para seguir existiendo en este mundo. Esto hace que siempre esté melancólico, hundido por la situación que debe llevar a cabo para poder seguir su vida. Siempre con la mirada perdida, Robrecht intenta imitar la vida de un bohemio más: se las pasa escondido en su ático, bebiendo copas de vino sin fin, amontonando cadáveres putrefactos en una esquina de su apartamento y plasmando sus sentimientos en papel. Es un ser solitario, pocas veces frecuenta una compañía que no sea la de su ama, o la de alguna mujer de compañía. O algún hombre. Es retraído, pero en realidad tiene una labia fascinante para convencer a todos que hagan lo que él desea, y ésto choca de nuevo con su moralidad, temiendo que su don se vuelva demasiado para él y se le escape de las manos, temiendo que rompa las barreras del libre albedrío que otorgó Dios a cada hombre y mujer de éste mundo. Sus principios morales son inquebrantables, pero como una odiosa ramera, la ironía le visita frecuentemente para recordarle que su moralidad es humo que se disipa ante la supervivencia, y él debe sobrevivir.

No habla en demasía, ya se ha dicho que es alguien gris, retraído, sin mucho ánimo, y nunca habla más de la cuenta, sus palabras son breves, concisas, excepto cuando desea expresar un sentimiento. Robrecht se aferra a su ya extinta humanidad, revelándose contra su naturaleza, sintiendo lo que sienten los mortales, viviéndolo, amándolo, abrazándolo. Cuando Robrecht habla sobre algo que realmente sienta, se explayará enormemente, hablará de ello con férreos argumentos, vivirá cada sílaba que pronuncie, y cuando esa humanidad, ese recuerdo de la vida, invade su psique se vuelve un ser distinto. Su sonrisa fría y distante se vuelve algo más acojedora, más cálida y cercana, sus ojos brillan de emoción al recordar lo que es amar, lo que es sufrir, lo que es vivir con intensidad un momento. Y cuando eso sucede Robrecht es casi humano. Casi podría decirse que su corazón late de nuevo... pero sería mentir. Y eso no lo consiente. Ni él mismo se miente. Acepta su naturaleza, ve lo negativo de ella, lo positivo incluso, y lo acepta, lo asimila. Sabe que no puede cambiarlo, y éso lo vuelve un ser realmente transparente, realmente perfecto. Nunca mentirá, hablará con el corazón que, aún muerto, tiene voz en su mente.

Pero lo cortés no quita lo valiente. Su sinceridad no es fría e hiriente, es una sinceridad dulce, nunca quiere hacer daño. Evita hablar de algo que te pueda doler, que te pueda disgustar. Dice la verdad, pero la envuelve de un hermoso papel de regalo. ¿Hipocresía? Para nada. Robrecht simplemente no quiere ver lágrimas, odia la tristeza aunque él la viva día a día.

Su amor le vuelve un ser moldeable, aunque realmente Robrecht es un vampiro duro como el acero, con una fortaleza realmente impenetrable, tiene un fallo. Todo castillo tiene su puerta trasera, y la de Robrecht es el amor. Ama la belleza, ya sea femenina o masculina, ama sus trazados perfectos y cuando en su camino se topa un ser hermoso, tan hermoso que es envidiable, Robrecht siente que sus fuerzas flaquean y se rinde ante un sentimiento tan carnal como es el deseo de poseer. Se entrega en cuerpo y alma al amor, haciendo que su vida sea un recorrido de noches entre sábanas, compartiendo experiencias. Y cuando se entrega, esa persona puede hacer con el vampiro lo que quiera. Él se deja hacer, porque sólo quiere hacer feliz a ese bello ser. Es un sumiso entregado a la causa más romántica que puede existir.


Historia:
Nacido en la pequeña villa de San Gimignano, en Siena, Toscana, Federico es hijo de un marchante de arte que peregrinaba hacia Roma y una posadera de la villa. Poco se sabe de la relación entre estos dos, y lo poco es gracias a lo que le contaba la madre de Federico cuando él preguntaba por su padre: ambos se conocieron cuando la caravana del marchante se detuvo en la posada de la villa. Su madre le sirvió, y esa misma noche surgió el cortejo. Esa misma noche compartieron lecho y al día siguiente él había desaparecido y ella estaba en cinta.
Federico intentó encontrar a su padre, pero todos sus intentos fueron en vano. Nadie sabía su nombre, así que era casi imposible encontrarlo, así que acabó rindiéndose y abandonando la búsqueda.

A los tres años, Federico cayó en el pozo de San Gimignano, y mientras los operarios intentaban sacarlo, él se entretuvo rasgando la piedra del pozo con una piedra afilada, haciendo dibujos en la oscuridad, y a la vez, naciendo una pasión por el dibujo que, años más tarde, le traería la desgracia.
Jamás estudió, no supo leer hasta los veinte años, así que su infancia se redujo al dibujo con carboncillo, y al esparcimiento. Sus primeros bocetos no eran más que rallajos en el papel hasta que un día, un joven pintor florentino apareció en la villa. El hombre se llamaba Verrocchio, y ayudó a Federico a dibujar. En sus dos semanas que pasó en la villa, enseñó al joven Federico a trazar las líneas, a encontrar el porqué de sus dibujos, y aunque éste era aún muy pequeño -no tenía ni ocho años-, todo caló muy hondo en él, y a medida que pasaban los años iba perfeccionando su técnica.

No fue hasta los trece años en que uno de sus dibujos dejó maravillado al alcalde de la villa, el cual, fascinado por su belleza, pidió que lo pintasen en su estancia. Federico así lo hizo, dibujó sobre un lienzo anclado en la pared, a carboncillo, la vista de San Gimignano desde el campanario. No lo coloreó, pero le añadió las sombras y los detalles, intentando rellenarlo a carboncillo. Ésto fue suficiente para el alcalde, el cual pagó a la familia de Federico 400 florines por su empeño. En la esquina inferior del dibujo Federico escribió "grazie, Verrocchio".

A lo dieciséis años viajó a Florencia para seguir su trabajo como pintor, queriendo entonces aprender a usar los colores. Al llegar a Florencia preguntó a toda la ciudad por Verrocchio, y cuando llegó a su escuela se presentó ante él. El maestro pronto lo reconoció y aceptó entrar en su escuela. A cambio, Federico le pagaba 10 florines cada mes por sus enseñanzas.
Durante los primeros años en la escuela, Federico consiguió dinero sisando a los nobles de la ciudad junto a otro grupo de jóvenes promesas en distintos campos. Se hacían llamar los "Máscaras Venecianas" y pronto toda la ciudad los buscaba. Les caería la horca, así que Federico, sumándole a sus arcas 300 florines más los 200 que se llevó de su paga por el mural en casa del alcalde, creyó que sus estudios quedarían saldados, y desapareció de las calles.
Hasta los veinte años Federico aprendió a usar el carboncillo con elegancia, convirtiéndose en una promesa latiente de la pintura al carboncillo, para luego seguir con la tinta. Aunque ésta última forma de pintura le incomodaba, pronto le encontró a la tinta un nuevo uso: la escritura. Cada día, por órden de Verrocchio, Federico escribía cinco páginas en su diario y leería diez páginas de un libro que el mismo Verrocchio elegía para él. Desde lo dieciocho hasta los veinte, Federico se volvió un amante de las letras, llegando incluso al nivel de un estudiante entregado. En ese momento surgió su amor por la escritura, y en su haber tiene más de dos mil poemas escritos a mano, guardados en un sobre sellado y oculto a la vista de todos.

Desde los veinte hasta los veintidós practicó con las pinturas aguadas y al óleo, quedando maravillado por ésta última. Se centró en la pintura al óleo y su maestro le apodó "el aceitoso" por su increíble afán por ese mismo.
A los veintidós, y ya dominando el dibujo al carboncillo y con tinta, dominando la lectura y la escritura y perfeccionando sus dotes en la pintura acrílica y la pintura al óleo, marchó hacia Milán donde se encontró con Leonardo da Vinci el cual había sido también lacayo de Verrocchio. Al principio entre los dos surgió la amistad, que más tarde se volvió atracción. Juntos, da Vinci y Federico, vivieron un amor oculto de la sociedad, tan atrasada entonces como ahora, en la que manifestaban su amor en la oscuridad y refugio de su hogar.
Federico sirvió de inspiración para da Vinci en multitud de cuadros y retratos, y mientras da Vinci le pintaba, él aprendía. Da Vinci no sólo le mostró cómo mejorar su técnica, sino que incluso a cómo apreciar el mundo, a verlo con otros ojos. Con los ojos de un artista.

Federico siguió con da Vinci hasta los veintiocho años, momento en el cual se marchó de su lado para seguir una vida más allá de Milán. Viajó por toda la costa Italiana a bordo de un velero pescante que le llevaba de puerto en puerto. Siempre dibujaba lo que veía, y sus pinturas más amadas son las que recrean un fuerte oleaje con tempestad en pleno mar abierto, apreciándose ahí los trazos elegantes y suaves que le enseñó Verrocchio y su particular punto de vista, alejado de sus ojos, desde fuera, pintando el barco, el olaje, el cielo rabioso.

Finalmente desembarcó en Terranoa, actual Olbia, en Cerdeña. En la isla pintó infinidad de acantilados y numerosas especies autóctonas. A los treinte años llegó a la isla una visitante inesperada, la cual atrajó de inmediato la mirada de Federico el cual, encandilado por su belleza, pidió permiso para retratarla. Usó la técnica del óleo, y aunque la mujer era inexpresiva, logró plasmar su belleza casi a la perfección. Tras esa sesión de dibujo, que duró casi cinco horas, Federico invitó a la joven a una copa de vino en la posada, y esa misma noche hicieron el amor en el rústico hogar del italiano.

Pero, como una repetición de su historia familiar, al día siguiente la joven no estaba y su cuerpo se retorcía de dolor. Algo le había hecho y notó un ardor en el cuello, donde se encontró dos profundos orificio. Retorciéndose de dolor a cada segundo, pataleando y gritando, sus vecinos creyeron que se moría, así que llamaron a un sacerdote. Cuando llegaron, Federico había desfallecido en el suelo y todos lo creyeron muerto. Su muerte fue dictaminada por un médico a las doce del mediodía del día quince de septiembre de 1490. No se le practicó autopsia, dado que en ese entonces era un proceso muy costoso y no se solía hacer para cualquiera, y como mandaba la tradición en Cerdeña, su cuerpo junto a sus pertenencias fueron introducidos en un ataúd y lanzados al mar.

Despertó de noche, rompiendo la caja de pino con sus manos y viendo que se encontraba en pleno mar, con un duro oleaje. Asustado, mantuvo su calma para no caerse de su pequeña embarcación y usando el marco de alguno de sus cuadros remó hasta las costas francesas. Su cuerpo ardía, algo le sucedía. Parecía no tener pulso, ni siquiera tenía aliento. Era como si le hubiesen robado el alma. Así que vagó. Caminó por toda Francia sin saber lo que le sucedía, medio consumido por la sed. Desfalleció en un callejón de una ciudad francesa y una joven tabernera le ayudó, llevándolo al hospicio. Allí, cuando despertó, sus instintos le obligaron a beber de la enfermera, una muchacha que no pasaba de los diecisiete años, y más tarde toda el ala del hospicio quedó masacrada por Federico. Todo el mundo: doctores, pacientes, enfermeras, celadores, murieron bajo los colmillos de Federico, que bebió de ellos hasta saciarse.
Pudo huir de ahí hasta la frontera, donde desfalleció de nuevo.

Cuando despertó, era llevado por unos gitanos que lo habían encontrado. Le preguntaron su nombre, y dado que no quería que lo relacionasen con nada, dijo que no lo recordaba. Contó que había huido de una masacre en el hospicio de París, y los gitanos le narraron que ellos huían de ahí, pues siempre caían sobre ellos las culpas. Federico pidió explicaciones de hacia dónde se dirigían, y los gitanos le hablaron de Ámsterdam, una bulliciosa ciudad, lugar de peregrinación de artistas y amantes de la vida bohemia. Federico no vio del todo mal la idea y durante el mes que pasó con los gitanos aprendió sus costumbres, su idioma -el rumano-, a apreciar su comida y su forma de vivir. De una manera totalmente inesperada, Federico dijo su nombre tras asegurar acordarse, y a partir de ahí su relación con el grupo se volvió más cercana.
Una noche Federico y los gitanos se toparon con un grupo de gitanos que iban a Francia a emigrar, y pasaron la noche hablando al fuego de una hogera. Y entonces Federico encontró respuestas a la pregunta que le llevaba martirizando cerca de tres meses: los vampiros. Los gitanos que iban a París le hablaron de unas critaturas endemoniadas, amantes de la noche, que vivían entre las sombras y se alimentaban de la sangre de sus víctimas. Aunque todo eran habladurías, sirvió para que Federico tuviese una clara idea de lo que le pasaba: esa mujer, la de Cerdeña, era una vampiresa que había bebido de él y le había dado esa maldición. Tras esa noche, siempre llevó una bufanda envueta en el cuello.

Pasó la mayoría de su eternidad en Ámsterdam. Al llegar siguió con su nombre, Federico, y así lo conocían todos. Vivía de la mendicidad con los gitanos, alejados de todo el mundo, viviendo una vida sin restricciones ni apuros. Durante diez años pasó su tiempo junto a ese grupo, hasta que un aviso en los periódicos holandeses le alertaron de algo que hizo temblar los cimientos de su cordura: Leonardo da Vinci había muerto. En Francia.

Esto fue un duro golpe para Federico el cual guardaba amor y admiración hacia da Vinci a partes iguales. Federico les explicó que da Vinci había sido su mentor tiempo atrás, y los gitanos comprendieron su pérdida y le dejaron marchar si era lo que deseaba. Y así lo hizo. Dejó atrás su pasado y empezó a escribir obras de teatro para grupos de teatro callejeros de Ámsterdam. Siempre firmaba bajo el nombre de "Leonardo Tosqui". Y un buen día, unos duques vieron la obra mientras volvían a palacio y exigieron que el artista viajase a palacio con ellos para escribirles una obra de teatro única que sólo se representaría una vez y para la alta corte holandesa. Federico, ahora Leonardo, aceptó.
Escribió una obra sobre el amor de un hombre por una Diosa, Minerva, y la obra maravilló a todos. Por sus esfuerzos, los duques de Ámsterdam le pagaron 10000 liard por sus servicios, lo cual hizo que pudiese costearse una vivienda.

Regularmente escribía para la corte real holandesa, y durante años fue el hombre que entretenía a toda Ámsterdam. Desgraciadamente, su eternidad le privó de poder seguir con su vida de amigo íntimo de los duques, así que tuvo que crear un alter ego al que llamó Robrecht Anton. Robrecht fue puesto como heredero de la fortuna de Leonardo Tosqui, y se le llamaba "un gitano sin hogar". En 1560 fingió su muerte y un ataúd vacío fue enterrado en el cementerio. Gracias a su poco afán por ser visto en público, nadie conocía realmente su forma física, y esto ayudó a que pudiese crear múltiples personajes sin ser dañado por la opinión pública. De Robrecht se dijo que era un aprendiz de Leonardo Tosqui, que le ayudaba a relajar su mente y enseñó a Robrecht a escribir. Y al igual que su maestro, escribió obras para la realeza holandesa, ganándose también un lugar entre los sucesores de los duques que le habían ayuado a prosperar.

En 1650 fingió la muerte de Robrecht y dejó todo a su hijo, "Mihaelus Anton". Jamás especificó el nombre de la falsa madre, y dijo que había sido fruto de un amor no visto a los ojos de Dios y que no estaba registrado. Pedía perdón por su insensatez y cuando de nuevo enterraron un ataúd vacío donde estaría el cuerpo del vampiro, éste volvió al ruedo haciéndose pasar por Mihaelus, hijo de Robrecht. Ahora, con una basta fortuna a sus espaldas, decidió llevar una vida menos rocambolesca, y permaneció en el anonimato hasta 1710, cuando volvió a fingir su muerte y crear un nuevo alter ego: un hijo de Mihaelus. Al no ser recordado por nadie, nadie se interpuso entre él y su herencia. Dijo ser el hijo de Mihaelus, nieto de Robrecht, el aprendiz del legendario Leonardo Tosqui. Nadie puso en duda aquello, pues en el supuesto testamento de Mihaelus, se repetía lo dicho en el de Robrecht sobre su hijo no registrado. Esta vez Robrecht decidió volver a ser conocido, pero no por obras de teatro: escribió decenas de poemas que llevó a un libro 'Poemas de mar abierto', en el que bajo un falso personaje, William Tarbiin, recitaba poemas sobre sus expediciones marítimas por las costas italianas. Más tarde escribió 'Leonardo, mentor', en el que de nuevo un alter ego suyo, Juliano, era un pupilo de Leonardo que consideraba a éste un Dios, todo en forma de poesía. Más tarde escribió una novela, 'El vampiro de Cerdeña', en el que hablaba de una joven viajera que desembarcaba en Cerdeña y masacraba la isla bebiendo de sus víctimas.

Éste último tuvo gran impacto en la sociedad europea, y entre 1780 y 1782 recibió correspondencia de una mujer que vivía en Francia, fascinada con su obra de 'El vampiro de Cerdeña'. En 1785 viajó a Francia, después de casi quince años en el anonimato. Ya pocos recordaban a Robrecht, así que no fue mucho apuro viajar a Francia diciendo ser, de nuevo, un hijo del escritor Robrecht Anton. Jamás cambió su nombre, se enamoró del apodo 'Robrecht', y simpre se presentaba así ante cualquiera.

En 1785 llegó a Francia y aunque no encontró a la mujer aprovechó su estancia en esa ciudad para escribir una obra de teatro llamada 'La vampira', que algunos consideraron la segunda parte de la obra de su supuesto padre, 'El vampiro de Cerdeña'. La obra tuvo gran aceptación por la crítica y permaneció en cartelera hasta 1777, momento en que escribió el epílogo de esa trilogía: 'Amor de sangre', en el que la vampiresa viajaba a España y se enfrentaba a la Inquisición, muriendo en la hoguera. Robrecht conocía el impacto del cristianismo en esta nueva era, y se amoldó a él. La iglesia recomendó la obra, y estuvo hasta 1800 en cartel.

Una noche de 1800, una mujer llegó junto a Robrecht, presentándose como la admiradora de la obra de su padre y ahora de la suya, y tras una ligera charla ella dijo que era la protagonista. Que ella era quien le convirtió.

Y, tras una vida tormentosa, aún faltaba el monzón final.


Datos Extras:
  • Siempre que está en la calle se le ve lejos del sol, pintando en una esquina todo lo que ve. Luego deja el cuadro para que, quien lo quiera, se lo pueda llevar.
  • Aunque tiene una gran fortuna, no gasta ni un centavo. Vive por debajo de la pobreza como castigo por sus crímenes.
  • Es pansexual, lo que hace que ambos sexos le atraigan. Aunque reconoce que la belleza femenina es más "equilibrada" y "pulida".
  • Cuando mata a una persona siempre susurra "Requiescat in pace".
  • El vino es una pasión que tiene, y siempre que puede lo bebe.
  • Siendo vampiro sólo lloró una vez: cuando se enteró de la muerte de Leonardo da Vinci.
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Mensaje por Robrecht Anton Mar Dic 11, 2012 10:40 am

Finalizada.
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Mensaje por Tarik Pattakie Jue Dic 13, 2012 5:41 pm

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