AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Memorias de la Zarina Fantasma
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Memorias de la Zarina Fantasma
Memorias de la Zarina Fantasma
Capítulo 1: Obligaciones
-¿Citada al Principado de Moscú? Pero, ¿Por qué razón?
-El Príncipe busca esposa. Todas las muchachas casaderas deben presentarse allá para que él pueda elegir a una.
Un escalofrío me recorrió la espalda. Iván Vasilievich buscaba esposa. Pobre de la jovencita infortunada que llamara su atención. Y esperaba que aquella pobre jovencita infortunada no fuera yo misma. ¡Qué terrible sería, dios mío!
Lamentablemente, yo era el centro de atención de muchos pretendientes. Todos alrededor hablaban de Anastassiya Zajárina, de sus méritos y su tacto. No era algo que me desagradara, pero me sentía… ¿cómo decirlo? Obligada a escoger. O más bien, obligada a aceptar. Se supone que yo no tenía derecho ni a reclamar siquiera. Era una vida triste para las mujeres.
A veces, me molestaba el hecho de haber nacido bajo un techo Boyardo. Años y años de estudio me habían convertido en lo que era ahora, a cambio de mi libertad personal. Veía a las hijas de las criadas jugar tranquilamente en el jardín, mientras yo repasaba política y latín. O mientras aprendía a caminar con un libro en la cabeza. Envidiaba a las clases más bajas por todo aquel tiempo libre que yo no había ni siquiera saboreado.
Y ahora que tenía que tomar mis cosas e ir a Moscú, las envidiaba aún más. Al menos ellas no debían comparecer ante el hombre más despiadado de Rusia. Si me convertía en su esposa, estaría atada a un mundo terrorífico, cruel. Se rumoreaba en todos lados que Ivan Vasilievich odiaba a los Boyardos. Yo era descendiente de Boyardos. ¿Qué futuro me esperaba?
Si elegía a otra, la salvación.
Si me escogía a mí, la muerte era lo más probable.
-El Príncipe busca esposa. Todas las muchachas casaderas deben presentarse allá para que él pueda elegir a una.
Un escalofrío me recorrió la espalda. Iván Vasilievich buscaba esposa. Pobre de la jovencita infortunada que llamara su atención. Y esperaba que aquella pobre jovencita infortunada no fuera yo misma. ¡Qué terrible sería, dios mío!
Lamentablemente, yo era el centro de atención de muchos pretendientes. Todos alrededor hablaban de Anastassiya Zajárina, de sus méritos y su tacto. No era algo que me desagradara, pero me sentía… ¿cómo decirlo? Obligada a escoger. O más bien, obligada a aceptar. Se supone que yo no tenía derecho ni a reclamar siquiera. Era una vida triste para las mujeres.
A veces, me molestaba el hecho de haber nacido bajo un techo Boyardo. Años y años de estudio me habían convertido en lo que era ahora, a cambio de mi libertad personal. Veía a las hijas de las criadas jugar tranquilamente en el jardín, mientras yo repasaba política y latín. O mientras aprendía a caminar con un libro en la cabeza. Envidiaba a las clases más bajas por todo aquel tiempo libre que yo no había ni siquiera saboreado.
Y ahora que tenía que tomar mis cosas e ir a Moscú, las envidiaba aún más. Al menos ellas no debían comparecer ante el hombre más despiadado de Rusia. Si me convertía en su esposa, estaría atada a un mundo terrorífico, cruel. Se rumoreaba en todos lados que Ivan Vasilievich odiaba a los Boyardos. Yo era descendiente de Boyardos. ¿Qué futuro me esperaba?
Si elegía a otra, la salvación.
Si me escogía a mí, la muerte era lo más probable.
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Anastassiya Zajárina- Fantasma
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Re: Memorias de la Zarina Fantasma
Memorias de la Zarina Fantasma
Capítulo 2: Elección
¿Si estaba Nerviosa? Lo estaba, y mucho. Mi cuerpo no paraba de temblar. A mis dieciséis años, no había sentido mayor miedo en mi vida. Y posiblemente nunca lo sentiría. Estaba segura de que todas las jóvenes a mi lado se sentían igual que yo. Con un espanto sin límites.
Éramos miles, paradas en el salón principal del palacio de Iván IV Vasilievich. Solo una de nosotras se quedaría en este lugar, como la esposa del mismo. Las otras podrían volver a su plácida vida en la ciudad o las fincas. Y yo esperaba ser una de ellas. No quería que aquel hombre me notara. Decían que era despiadado, cruel, sádico y, por sobre todo, odiaba a los Boyardos. Si los odiaba tanto, ¿por qué casarse con la hija de uno? En ese aspecto estaba salvada. Aún así, no respiraría tranquila hasta que me viera saliendo por la puerta principal.
Un murmullo recorrió todas las filas de jovencitas a mi alrededor. Al parecer, el Zar había llegado.
No podía distinguirlo bien desde mi posición, pero alcanzaba a ver su silueta. Cielos, era extremadamente alto y fornido, casi como un oso. Esa figura sin duda ayudaba a potenciar aquella facha de carnicero que tenía. Cerré los ojos, angustiada. No quería que me viera. No quería. En mi corazón deseaba que eligiera a otra de las chicas de más adelante. Había posibilidades, ya que yo estaba casi al final.
Pero, para mi sorpresa, el tiempo pasaba y el Zar no elegía. Habían pasado alrededor de dos horas casi, e Iván se acercaba peligrosamente a mi posición. Muchas se habían ido ya, con un alivio completamente visible. Las que quedábamos estábamos aterradas. Una de nosotras sería su esposa, parte del palacio y posiblemente la víctima de sus abusos. Perdida como estaba en esos pensamientos, apenas me di cuenta cuando su enorme estampa de oso tapó mi visión. Lo único que escuché fue su voz.
-Su nombre, señorita.
Levanté la cabeza, aterrada. Pero cuando me encontré con sus ojos, todo ese miedo dio paso a una enorme compasión. Las orbes de aquel hombre mostraban un dolor enorme, una pena sin límites. Jamás había visto ojos como los suyos durante toda mi vida. Y me di cuenta de que quería abrazarlo, quitarle aquella carga de los ojos y hacerla más soportable, quería ayudarlo a cargar todos los pesos del mundo si era necesario. ¿Cómo es que me había conquistado con sólo una mirada? Quizá yo era demasiado caritativa. Cuando le respondí, mi voz estaba llena de seguridad.
-Anastassiya Románovna Zajárina, señor.
Cuando Ivan volvió a hablar, extrañamente lo que dijo no me sorprendió.
-La búsqueda ha terminado. Tomaré a esta joven como mi esposa.
Y así, mi destino fue escrito.
Éramos miles, paradas en el salón principal del palacio de Iván IV Vasilievich. Solo una de nosotras se quedaría en este lugar, como la esposa del mismo. Las otras podrían volver a su plácida vida en la ciudad o las fincas. Y yo esperaba ser una de ellas. No quería que aquel hombre me notara. Decían que era despiadado, cruel, sádico y, por sobre todo, odiaba a los Boyardos. Si los odiaba tanto, ¿por qué casarse con la hija de uno? En ese aspecto estaba salvada. Aún así, no respiraría tranquila hasta que me viera saliendo por la puerta principal.
Un murmullo recorrió todas las filas de jovencitas a mi alrededor. Al parecer, el Zar había llegado.
No podía distinguirlo bien desde mi posición, pero alcanzaba a ver su silueta. Cielos, era extremadamente alto y fornido, casi como un oso. Esa figura sin duda ayudaba a potenciar aquella facha de carnicero que tenía. Cerré los ojos, angustiada. No quería que me viera. No quería. En mi corazón deseaba que eligiera a otra de las chicas de más adelante. Había posibilidades, ya que yo estaba casi al final.
Pero, para mi sorpresa, el tiempo pasaba y el Zar no elegía. Habían pasado alrededor de dos horas casi, e Iván se acercaba peligrosamente a mi posición. Muchas se habían ido ya, con un alivio completamente visible. Las que quedábamos estábamos aterradas. Una de nosotras sería su esposa, parte del palacio y posiblemente la víctima de sus abusos. Perdida como estaba en esos pensamientos, apenas me di cuenta cuando su enorme estampa de oso tapó mi visión. Lo único que escuché fue su voz.
-Su nombre, señorita.
Levanté la cabeza, aterrada. Pero cuando me encontré con sus ojos, todo ese miedo dio paso a una enorme compasión. Las orbes de aquel hombre mostraban un dolor enorme, una pena sin límites. Jamás había visto ojos como los suyos durante toda mi vida. Y me di cuenta de que quería abrazarlo, quitarle aquella carga de los ojos y hacerla más soportable, quería ayudarlo a cargar todos los pesos del mundo si era necesario. ¿Cómo es que me había conquistado con sólo una mirada? Quizá yo era demasiado caritativa. Cuando le respondí, mi voz estaba llena de seguridad.
-Anastassiya Románovna Zajárina, señor.
Cuando Ivan volvió a hablar, extrañamente lo que dijo no me sorprendió.
-La búsqueda ha terminado. Tomaré a esta joven como mi esposa.
Y así, mi destino fue escrito.
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Anastassiya Zajárina- Fantasma
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Re: Memorias de la Zarina Fantasma
Memorias de la Zarina Fantasma
Capítulo 3: Coronación
¿Quién iba a pensar que yo, Anastassiya Románovna Zajárina, hija de Román Zajárin, terminaría siendo la Zarina del Principado de Moscovia? ¿Cómo es que el destino me guardó esta sorpresa por tanto tiempo? Son preguntas que no podía responder, tanto por mi ignorancia como por mi poca disposición a saberlas. Lo único importante para mí ahora era la persona con la que contraería matrimonio. Si Iván hubiera sido un carnicero, poco me habría importado. Pero la vida lo hizo Zar de una nación.
Las tentativas para calmar a mi padre por tamaña unión resultaron insatisfactorias. Temía por mí, y obviamente conocía la fama del Zar Vasilievich y su humor volátil. ¿Cómo podía explicarle que aquel hombre era simplemente un alma sufriente sin que se riera de por medio? Imposible. No quería entender. Para él, Ivan era y siempre sería un desalmado, un asesino de su gente. Y era algo que me causaba infinita tristeza.
-Su excelencia, se ve triste. ¿Es que acaso algo la preocupa?
La voz de la sirvienta de turno me sacó de mis ensoñaciones. La miré. Su cara era la viva muestra de la compasión. Quizá pensaba que estaba aterrada por casarme. ¿Por qué aquella gente no podía mirar más allá de lo externo? ¿O yo era una romántica sin remedio que estaba lo suficientemente enceguecida como para ver la verdad? Esperaba que fuera la primera opción, porque la segunda me causaba verdaderos escalofríos.
-Estoy bien. ¿Ya es hora?- pregunté con toda la serenidad que había reunido hasta ese momento. La joven sólo pestañeó y asintió. Y yo me puse en movimiento.
Cuando comencé a caminar hacia la Catedral, una enorme comitiva apareció de la nada para hacer los honores, todos pálidos y algo descompuestos. Era impresionante el nivel de temor que mi futuro marido causaba, aunque fuera de manera casi involuntaria. Entorné los ojos y casi suelto una risita, lo que hizo que todos se volvieran a verme con los ojos desorbitados. De seguro pensaban que estaba lo suficientemente loca como para casarme por amor.
Lo estaba, de hecho. No iba a entregar mi mano por la corona que me esperaba en aquella iglesia, sino por el hombre que la sostenía.
Las tentativas para calmar a mi padre por tamaña unión resultaron insatisfactorias. Temía por mí, y obviamente conocía la fama del Zar Vasilievich y su humor volátil. ¿Cómo podía explicarle que aquel hombre era simplemente un alma sufriente sin que se riera de por medio? Imposible. No quería entender. Para él, Ivan era y siempre sería un desalmado, un asesino de su gente. Y era algo que me causaba infinita tristeza.
-Su excelencia, se ve triste. ¿Es que acaso algo la preocupa?
La voz de la sirvienta de turno me sacó de mis ensoñaciones. La miré. Su cara era la viva muestra de la compasión. Quizá pensaba que estaba aterrada por casarme. ¿Por qué aquella gente no podía mirar más allá de lo externo? ¿O yo era una romántica sin remedio que estaba lo suficientemente enceguecida como para ver la verdad? Esperaba que fuera la primera opción, porque la segunda me causaba verdaderos escalofríos.
-Estoy bien. ¿Ya es hora?- pregunté con toda la serenidad que había reunido hasta ese momento. La joven sólo pestañeó y asintió. Y yo me puse en movimiento.
Cuando comencé a caminar hacia la Catedral, una enorme comitiva apareció de la nada para hacer los honores, todos pálidos y algo descompuestos. Era impresionante el nivel de temor que mi futuro marido causaba, aunque fuera de manera casi involuntaria. Entorné los ojos y casi suelto una risita, lo que hizo que todos se volvieran a verme con los ojos desorbitados. De seguro pensaban que estaba lo suficientemente loca como para casarme por amor.
Lo estaba, de hecho. No iba a entregar mi mano por la corona que me esperaba en aquella iglesia, sino por el hombre que la sostenía.
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Anastassiya Zajárina- Fantasma
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Re: Memorias de la Zarina Fantasma
Memorias de la Zarina Fantasma
Capítulo 4: Boyardos
Me estremecí ante la visión de mi marido lanzando todas las cosas del escritorio con un solo movimiento. Era el cuarto ataque de ira que tenía ese mes. Y todo por un simple Boyardo que se había negado a cumplir una solicitud hecha con toda la seriedad del mundo. Me llevé la mano a la sien. ¡Yo no estaba allí para escuchar sus rabietas, sino que para buscar una solución un poco más pacífica al problema! Pero claro, Iván no parecía entender eso con facilidad.
-¡Ya no los soporto, por el amor de Dios! ¡Siempre han puesto obstáculos a todo! ¡Siempre han sido contrarios a cualquier cosa que haga! ¡¿Cómo se supone que voy a mover una nación si esos idiotas no ayudan?! ¡¿Acaso creen que tengo un poder omnisciente y que con sólo un chasquido de dedos van a desaparecer todos los problemas?! ¡Pero claro, de lo único que se preocupan ellos es de sus tierras y sus aspiraciones políticas! ¡Ya sé yo que cuando muera elegirán a otro zar que esté de acuerdo con sus absurdas ideas!
-Gracias por sus halagos a la nobleza local-el tono de sarcasmo simplemente se me escapó, no era mi intención ofenderlo-. ¿Debería sentirme ofendida por ser también Boyarda, o ya estoy en un nivel diferente? Su alteza, ya sé que los Boyardos no son los aliados más confiables que tenemos, pero por ahora son los únicos que pueden ayudarnos, por último monetariamente. Si nos deshiciéramos de ellos, ¿En manos de quién podríamos poner dicha tarea? ¿Acaso quiere usted cargar todo el peso de un país en sus hombros? ¡No puede gobernar solo! Aún así necesitaría un tropel de hombres que se encargaran de ciertos asuntos, como el orden cívico y…
La cara de sorpresa de mi marido ante las últimas palabras que dije me hizo arquear una ceja. ¿Acaso le había dado una idea? Inmediatamente recogió papel y pluma y se sentó diligentemente en el escritorio que había estado a punto de destruir. Anotaba, hacía esquemas como si su vida dependiera de ello. Y luego de diez minutos estaba lo suficientemente extrañada como para ir y averiguar por mí misma qué era lo que pasaba por la cabeza del Zar.
-… ¿Iván? ¿Qué es lo que sucede?
-Por supuesto que no puedo gobernar solo… ¡Pero puedo contratar gente de confianza para que me ayude!- y dicho esto, me mostró aquél trozo de papel lleno de caracteres cirílicos, que leí primero con desconfianza… y después con sorpresa- ¿Por qué la nobleza local tiene que hacerse cargo de cosas que ni siquiera le importan? ¡Puedo llamar gente, darle cargos y hacer que los Boyardos se alejen de la política! Además, si hago instituciones de acceso público, puedo ganar popularidad entre la gente. ¿Qué me dices, vozlyublennyy Anastassiya? ¿No es esta la mejor idea que he tenido en mucho tiempo?
Pestañeé un par de veces antes de darle un inseguro asentimiento de cabeza. Sinceramente, era una buena idea, pero de seguro se acarrearía la enemistad de todos esos Boyardos a los que odiaba. Iván no tenía poder sobre ellos, y no podía alejarlos de la política así sin más. ¿Qué iba a hacer en ese caso? ¿Un representante, quizá? ¿Alguien que manejara esos problemas internos?
Luego recordé que yo era tan Boyarda como ellos, que estaba investida del poder de una Reina y que gracias a Dios había recibido una inteligencia más allá de las mujeres de mi tiempo. ¿Por qué no encargarme yo de ese asunto y ya? ¿Acaso no tenía también el don de la palabra? ¿No había hecho que con un par de frases sarcásticas el Zar de todas las Rusias hiciera lo que se llamaría en un futuro Administración Estatal?
Y con eso en mente, me sentía la persona más poderosa de Rusia.
-¡Ya no los soporto, por el amor de Dios! ¡Siempre han puesto obstáculos a todo! ¡Siempre han sido contrarios a cualquier cosa que haga! ¡¿Cómo se supone que voy a mover una nación si esos idiotas no ayudan?! ¡¿Acaso creen que tengo un poder omnisciente y que con sólo un chasquido de dedos van a desaparecer todos los problemas?! ¡Pero claro, de lo único que se preocupan ellos es de sus tierras y sus aspiraciones políticas! ¡Ya sé yo que cuando muera elegirán a otro zar que esté de acuerdo con sus absurdas ideas!
-Gracias por sus halagos a la nobleza local-el tono de sarcasmo simplemente se me escapó, no era mi intención ofenderlo-. ¿Debería sentirme ofendida por ser también Boyarda, o ya estoy en un nivel diferente? Su alteza, ya sé que los Boyardos no son los aliados más confiables que tenemos, pero por ahora son los únicos que pueden ayudarnos, por último monetariamente. Si nos deshiciéramos de ellos, ¿En manos de quién podríamos poner dicha tarea? ¿Acaso quiere usted cargar todo el peso de un país en sus hombros? ¡No puede gobernar solo! Aún así necesitaría un tropel de hombres que se encargaran de ciertos asuntos, como el orden cívico y…
La cara de sorpresa de mi marido ante las últimas palabras que dije me hizo arquear una ceja. ¿Acaso le había dado una idea? Inmediatamente recogió papel y pluma y se sentó diligentemente en el escritorio que había estado a punto de destruir. Anotaba, hacía esquemas como si su vida dependiera de ello. Y luego de diez minutos estaba lo suficientemente extrañada como para ir y averiguar por mí misma qué era lo que pasaba por la cabeza del Zar.
-… ¿Iván? ¿Qué es lo que sucede?
-Por supuesto que no puedo gobernar solo… ¡Pero puedo contratar gente de confianza para que me ayude!- y dicho esto, me mostró aquél trozo de papel lleno de caracteres cirílicos, que leí primero con desconfianza… y después con sorpresa- ¿Por qué la nobleza local tiene que hacerse cargo de cosas que ni siquiera le importan? ¡Puedo llamar gente, darle cargos y hacer que los Boyardos se alejen de la política! Además, si hago instituciones de acceso público, puedo ganar popularidad entre la gente. ¿Qué me dices, vozlyublennyy Anastassiya? ¿No es esta la mejor idea que he tenido en mucho tiempo?
Pestañeé un par de veces antes de darle un inseguro asentimiento de cabeza. Sinceramente, era una buena idea, pero de seguro se acarrearía la enemistad de todos esos Boyardos a los que odiaba. Iván no tenía poder sobre ellos, y no podía alejarlos de la política así sin más. ¿Qué iba a hacer en ese caso? ¿Un representante, quizá? ¿Alguien que manejara esos problemas internos?
Luego recordé que yo era tan Boyarda como ellos, que estaba investida del poder de una Reina y que gracias a Dios había recibido una inteligencia más allá de las mujeres de mi tiempo. ¿Por qué no encargarme yo de ese asunto y ya? ¿Acaso no tenía también el don de la palabra? ¿No había hecho que con un par de frases sarcásticas el Zar de todas las Rusias hiciera lo que se llamaría en un futuro Administración Estatal?
Y con eso en mente, me sentía la persona más poderosa de Rusia.
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Anastassiya Zajárina- Fantasma
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