AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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kjlgjkll - Cementerio de la Magdalena (Deimos Halkias & Malena Schreiber)
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kjlgjkll - Cementerio de la Magdalena (Deimos Halkias & Malena Schreiber)
París relucía tal y como la había abandonado dos años atrás: con un viejo y desgastado brillo. Una enorme metrópolis compuesta por casas de piedra y adobe, salvo por un par de monumentos sobresaliendo de la inmundicia, y callejones embarrados y llenos de desechos humanos que se disputaban el primer puesto al lugar más hediondo del continente con los abarrotados mercados repartidos por toda la ciudad. Por la mañana sucios trabajadores se afanaban por transportar mercancías de un lugar a otro, pasando por esas perfumerías en las que, entrada la tarde, se trataba de enterrar el putrefacto aroma de la falta de higiene, al igual que los empolvados rostros de quienes compraban las esencias pretendían enmascarar hipócritamente los poco nobles instintos, comunes a toda la humanidad. Pero por la noche, ¡oh, por la noche! La situación era más pintoresca aún. Calles desiertas, pero sólo de aquellos que trataban de vivir honrosamente; el resto, borrachos, mendigos, bandidos y prostitutas, eran las facciones que se repartían el dominio de esa oscura Lutetia y que combatían por hacerla suya, al menos durante unas horas, ante el impasible y poco efectivo poder de las ineptas figuras de la nueva ley que se había establecido en el país.
Pero no siempre había sido así de hórrido. Antes era peor. Hasta hacía unos años, la fastuosa y esplendorosa capital del reino francés se encontrada plagada de esos grandes cementerios que llevaban siendo poblados con cadáveres demasiados siglos y que, más que una solución, presentaban un problema para la ciudad. Eran el principal foco de enfermedades, originadas en esas aguas subterráneas al que se filtraba la podredumbre procedente de los camposantos gracias a la esperada y ansiada lluvia. Antes del colapso del fastuoso y chovinista epicentro europeo, se ordenó transportar todos los muertos a las antiguas canteras que estaban bajo tierra y cerrar algunos cementerios, en especial el de los Inocentes, el más grande de todos. Un remedio para los parisinos y una verdadera catástrofe para Aurélien, o Deimos, como decía o hacía llamarse ahora.
Necesitado de cuerpos para sus experimentos e investigaciones, tenía dos respuestas para el problema: recurrir a las catacumbas o a las necrópolis a nivel de suelo que aún quedaban. En las primeras, el único problema eran los vigilantes, y eso no resultaba ser un gran inconveniente para llegar a una cantidad ingente de huesos apilados, catalogados según la parte del cuerpo a la que correspondiera. Todo perfecto, salvo que se quisiera a los restos de una persona entera o se requiriese varias partes de ella. Entonces, llegaban los problemas. Además, había que realizar un análisis más detallado para saber la edad o el género del difunto, algo a lo que las lápidas tradicionales ayudaban en sobremanera. Por lo tanto, el gascón rehusaba recurrir a esta novedosa opción la mayoría de las veces. La que nos concierne ahora, era una de ellas.
El hombre tenía una incógnita robándole las horas de sueño, una que le venía acosando desde Chipre y que no se había quitado de la cabeza, aunque tampoco es que hiciera nada para evitarlo. El cómo su espíritu, tras que aquel demonio, Forrasis, reclamara su cuerpo, había sido capaz de desprenderse de su forma física y, no contento con aferrarse al mundo de los vivos, se había hecho con el dominio de un cadáver al que, teóricamente, no pertenecía. Le inquietaba no conocer el método que había utilizado inconscientemente y, aunque principalmente buscara el saber no práctico, era consciente de las posibilidades que esto abría, pues durante años había estado ocupado en devolver a las ánimas a su recipiente original y no a uno ajeno. El recuerdo fantasma del antiguo amante al que quitara la vida inintencionadamente haría una década había vuelto a rondar su cabeza, pero él se había afanado en hacerle desaparecer. No quería, de nuevo, falsas esperanzas.
Le parecía realmente curioso lo poco que había cambiado París pese a la reciente revolución. Ciertamente había experimentado una limpia, pues los símbolos reales habían mermado en gran medida y se habían sustituido por ese drapeau tricolore que le arrancaba una sarcástica sonrisa cada vez que lo miraba. Le resultaba irónico que el populacho que había buscado el derrocamiento del rey hubiera adoptado la bandera que simbolizaba la unión entre el pueblo y la monarquía; a veces los humanos eran tan sumamente incoherentes, que revelaban un intelecto inferior que le satisfacía plenamente. Y pese a esas triviales transformaciones, todo conservaba la misma putrefacta esencia. Todo, menos él. No había podido evitar pensar en la gran diferencia que había entre la primera vez que pisó el suelo parisién, la vez que volvió de Centroeuropa y esa que había ocurrido hacía semana y media. Si bien en la primera huía de su pasado, en la segunda intentaba repararlo para construir un futuro y, aunque no lo admitiese o intentase olvidarlo, ahora pretendía volver a él, como si su presente estuviera tan vacío y ausente que fuera difícilmente sostenible. Obviamente, eso era una debilidad y, como era propio en él, le era imposible aceptarla o intentar solucionarla conscientemente. Por suerte, no siempre se negaba a seguir sus instintos o sus secretas emociones; eso era lo que le había devuelto a Francia.
Aprovechaba los últimos minutos de luz diurna para desplazarse hacia el barrio de la Roule. Lo cierto era que le resultaba harto detestable caminar antes del anochecer, pero no había tenido tiempo de contratar un cochero, tampoco queriendo aumentar el número de habitantes de su château, y no quería perder el tiempo postergando su salida. En esa ocasión, su hastío quedó reafirmado cuando en una de esas sucias esquinas se encontró con un empolvado rostro que, por alguna razón, le resultaba conocido. Tarde se percató del porqué, justo cuando la mano de la prostituta que hubiera contratado varios días atrás se dirigía directamente a su entrepierna, excitando, pero más aun irritándolo. La respuesta no fue más que su entrecejo fruncido y un mirar que casi prometía una pronta venganza; por suerte para ella, entonces no estaba necesitado de un cadáver reciente. Desviándose por calles secundarias para evitar más compañía y el ser reconocido, llegó al cementerio de la Magdalena cuando los haces del sol no estaban teñidos de otro tono que el anaranjado. Se acercó a un punto en el que podía resguardarse en la sombra y susurró unos seseantes fonemas tras los cuales se adentró en la mampostería, reapareciendo al otro lado del muro. Apenas caminó antes de detenerse a acomodarse sobre una tumba, esperando la noche cerrada y confiando en sus instintos y poderes para saber si debía esconderse de los vigilantes.
Pero no siempre había sido así de hórrido. Antes era peor. Hasta hacía unos años, la fastuosa y esplendorosa capital del reino francés se encontrada plagada de esos grandes cementerios que llevaban siendo poblados con cadáveres demasiados siglos y que, más que una solución, presentaban un problema para la ciudad. Eran el principal foco de enfermedades, originadas en esas aguas subterráneas al que se filtraba la podredumbre procedente de los camposantos gracias a la esperada y ansiada lluvia. Antes del colapso del fastuoso y chovinista epicentro europeo, se ordenó transportar todos los muertos a las antiguas canteras que estaban bajo tierra y cerrar algunos cementerios, en especial el de los Inocentes, el más grande de todos. Un remedio para los parisinos y una verdadera catástrofe para Aurélien, o Deimos, como decía o hacía llamarse ahora.
Necesitado de cuerpos para sus experimentos e investigaciones, tenía dos respuestas para el problema: recurrir a las catacumbas o a las necrópolis a nivel de suelo que aún quedaban. En las primeras, el único problema eran los vigilantes, y eso no resultaba ser un gran inconveniente para llegar a una cantidad ingente de huesos apilados, catalogados según la parte del cuerpo a la que correspondiera. Todo perfecto, salvo que se quisiera a los restos de una persona entera o se requiriese varias partes de ella. Entonces, llegaban los problemas. Además, había que realizar un análisis más detallado para saber la edad o el género del difunto, algo a lo que las lápidas tradicionales ayudaban en sobremanera. Por lo tanto, el gascón rehusaba recurrir a esta novedosa opción la mayoría de las veces. La que nos concierne ahora, era una de ellas.
El hombre tenía una incógnita robándole las horas de sueño, una que le venía acosando desde Chipre y que no se había quitado de la cabeza, aunque tampoco es que hiciera nada para evitarlo. El cómo su espíritu, tras que aquel demonio, Forrasis, reclamara su cuerpo, había sido capaz de desprenderse de su forma física y, no contento con aferrarse al mundo de los vivos, se había hecho con el dominio de un cadáver al que, teóricamente, no pertenecía. Le inquietaba no conocer el método que había utilizado inconscientemente y, aunque principalmente buscara el saber no práctico, era consciente de las posibilidades que esto abría, pues durante años había estado ocupado en devolver a las ánimas a su recipiente original y no a uno ajeno. El recuerdo fantasma del antiguo amante al que quitara la vida inintencionadamente haría una década había vuelto a rondar su cabeza, pero él se había afanado en hacerle desaparecer. No quería, de nuevo, falsas esperanzas.
Le parecía realmente curioso lo poco que había cambiado París pese a la reciente revolución. Ciertamente había experimentado una limpia, pues los símbolos reales habían mermado en gran medida y se habían sustituido por ese drapeau tricolore que le arrancaba una sarcástica sonrisa cada vez que lo miraba. Le resultaba irónico que el populacho que había buscado el derrocamiento del rey hubiera adoptado la bandera que simbolizaba la unión entre el pueblo y la monarquía; a veces los humanos eran tan sumamente incoherentes, que revelaban un intelecto inferior que le satisfacía plenamente. Y pese a esas triviales transformaciones, todo conservaba la misma putrefacta esencia. Todo, menos él. No había podido evitar pensar en la gran diferencia que había entre la primera vez que pisó el suelo parisién, la vez que volvió de Centroeuropa y esa que había ocurrido hacía semana y media. Si bien en la primera huía de su pasado, en la segunda intentaba repararlo para construir un futuro y, aunque no lo admitiese o intentase olvidarlo, ahora pretendía volver a él, como si su presente estuviera tan vacío y ausente que fuera difícilmente sostenible. Obviamente, eso era una debilidad y, como era propio en él, le era imposible aceptarla o intentar solucionarla conscientemente. Por suerte, no siempre se negaba a seguir sus instintos o sus secretas emociones; eso era lo que le había devuelto a Francia.
Aprovechaba los últimos minutos de luz diurna para desplazarse hacia el barrio de la Roule. Lo cierto era que le resultaba harto detestable caminar antes del anochecer, pero no había tenido tiempo de contratar un cochero, tampoco queriendo aumentar el número de habitantes de su château, y no quería perder el tiempo postergando su salida. En esa ocasión, su hastío quedó reafirmado cuando en una de esas sucias esquinas se encontró con un empolvado rostro que, por alguna razón, le resultaba conocido. Tarde se percató del porqué, justo cuando la mano de la prostituta que hubiera contratado varios días atrás se dirigía directamente a su entrepierna, excitando, pero más aun irritándolo. La respuesta no fue más que su entrecejo fruncido y un mirar que casi prometía una pronta venganza; por suerte para ella, entonces no estaba necesitado de un cadáver reciente. Desviándose por calles secundarias para evitar más compañía y el ser reconocido, llegó al cementerio de la Magdalena cuando los haces del sol no estaban teñidos de otro tono que el anaranjado. Se acercó a un punto en el que podía resguardarse en la sombra y susurró unos seseantes fonemas tras los cuales se adentró en la mampostería, reapareciendo al otro lado del muro. Apenas caminó antes de detenerse a acomodarse sobre una tumba, esperando la noche cerrada y confiando en sus instintos y poderes para saber si debía esconderse de los vigilantes.
Malkea Ruokh- Hechicero Clase Alta
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Re: kjlgjkll - Cementerio de la Magdalena (Deimos Halkias & Malena Schreiber)
“Nunca es demasiado tarde para convertirse en lo que podrías haber sido” – George Elliot.
Estaban una frente a la otra, separadas tan solo por unos centímetros según la geometría moderna pero para Malena, la distancia era infinita. No había más ruido que el crujir de la madera violencia da por alguna semilla o lápiz caído por la brisa de la tarde. Las manecillas del reloj hacía tiempo habían dejado de marcar los segundos, minutos y horas dejando que la joven le diera su propia connotación al tiempo. Pero incluso un reloj que no funciona está en lo correcto dos veces al día.
¿Qué es lo correcto? Hazlo. No puedo hacerlo ¿Por qué no, Malena? Es perfecta, no voy a matarla, no puedo hacerlo ES LO ÚNICO PERFECTO EN MI VIDA. Nada es perfecto, ni en tu vida ni en el mundo ¿Acaso alguien es feliz? El vivo esmeralda y celeste brillaban presas de las lágrimas que comenzaban a acumularse en la retina de la joven, pero fueron segundos los que tardó en extender una comisura cínica, desenmascarando sus dientes en los que su víctima se vio reflejada. Solo los estúpidos ¿Y tú no lo eres? La decepción culpó a la joven que gritó desesperada arrancando cada suspiro de su garganta mientras ella sentía como se regocijaba. No era el sonido crujiente de la cerámica sino sus dedos siendo aplastados por sus propios pies bajo su peso. Quería aplastarla enfermizamente hasta hacerla astillas, ella no era su razón porque si la tuviera. Si la tuviera… ¿La razón diciente la persona que eres de la que podrías ser?
Podía sentir ligeramente el tacto de los huesos de sus pies contra su planta pero nada más. Volvió a sentarse apoyando su pera contra la vieja madera de roble que a tantas familias distintas había acogido antes de ser comprada por Malena por unos pocos francos. Su resoplido corrió el mechón castaño que había cubierto su costado esmeralda, volviendo a dejar frente a sí aquella cosa ideal. El rojo brillante despertada sus sentidos, necesitaba sentir como esa tersura era presa de sus garras, estaba en la máxima expresión de plenitud y ninguna mancha osaba a atentar contra su cubierta. Sentía el impulso y la ansiedad por tenerla en su poder, pero cuando todo acabase ¿Qué iba a hacer? Sus oídos escucharon letras que comenzaban a deletrear una palabra. Parecían dictadas por el viento hasta que las vocales terminaban por tener forma. HAZLO.
Presa de su propio miedo, como un animal en plena caza se abalanzó sobre su presa de manera casi impulsiva. Sus dientes se clavaron desgarrando la pureza, sintiendo como la acidez de la manzana caía gota a gota saciándola lentamente. Fueron minutos en los que terminó hasta dejar su corazón como único rastro de la fruta, pero horas hasta que comenzó a caer el sol en los que se percató de que su manzana ya no estaba con ella.
Vuelve al trabajo, insolente.
Esta vez la voz fue grave, y su mirada desorbitada salió disparada hacia la mesa donde la libreta descansaba desde hacía unos días. No había buscado ojos para dibujar porque la jardinería la había abstraído casi de manera lúdica. Después de todo la monotonía, para bien o para mal, solo termina en demencia. Y la demencia es esclavo de uno, que a su vez te esclaviza a ella.
Fueron cortos los pasos que la pusieron al alcance de la puerta y la condujeron a cruzar el umbral de la pequeña morada de piedra. No quería volver hacia atrás, no iba a hacerlo. Lo único que rescataba era el corazón de la manzana y su vestido de gaza blanca que llevaba puesto, descubierto desde los hombros porque siempre se enredaban sus manos en él. Caminó por el camino de tierra que iba al pueblo hasta que recordó que algo pegajoso colgaba de su mano izquierda ¿Llevaba todavía la manzana? Idiota que eres, ya suéltala. La acción era infantil, pero por el solo hecho de contradecirla todavía la sostenía junto a sí. Déjala. PUTA QUE ERES. Crujieron sus dientes cuando sus dedos se aflojaron dejando deslizarse los restos del alimento. Iba a alejarse también de allí para ir al único lugar donde podía estar sola. No.
Si, si, si y si.
La convicción impulsa al hombre, para bien o para mal. Malena no tenía ninguna pero si deseos, eso puede incluso vencer a lo primero. El cementerio quedaba unas cuadras detrás del viejo camino de tierra y era poco frecuentado. Era asidua a visitarlo para descansar de sí misma y ya sabía que recovecos eran como los de su casa y cuales otros eran vigilados o frecuentados por familiares atados a nostalgias que no podían dejar ir. Por entre la reja se adentró mientras sus manos recogían su pelo a modo de rodete, despejando su rostro dejando tan solo un flequillo en su marco izquierdo que realzaba sus facciones. Parecía la pureza tentando al infierno, simpleza caminando por escombros. La vida adentrándose en la muerte, lo que no se sabía era que estaba más cerca de codearse con la muerte de lo que cualquiera pudiera imaginar. Si ella la deseaba, a cuantos habría encontrado la misma sin haberlo querido. La muerte no era un juego de azar, o tal vez sí.
Podía sentir como ella corría fuera de sí dejándola en lo más hermoso que podía escuchar, el silencio. No podía ver a su alrededor porque su mundo se inundó de quietud y paz, aquello que envidiaba de los difuntos. Sus pasos se frenaron frente a una lápida donde no restaban más que viejas rocas derrumbadas e invadidas por musgos y plantas. La oscuridad ganaba terreno venciendo a las sombras, símbolo de la luz del sol.
Estaba ella y ellos. No mostraba curiosidad ni tristeza. Ellos la ignoraban pero a su vez estarían por siempre. Todos nacemos destinados a morir, pero no todos consignados a vivir.
Malena Schreiber- Hechicero Clase Baja
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Re: kjlgjkll - Cementerio de la Magdalena (Deimos Halkias & Malena Schreiber)
Era suave la brisa que empañaba el aire en París, al tiempo que los últimos y anaranjados haces de luz marcaban el fugaz límite entre el día y lo nocturno. Y de suave, casi molestaba más que si fuera un fuerte ventarrón, pues era tan sutil su simpleza que ni para una decente queja valía. Era como el rápido niño que desaparece tras dar una bribona patada directa a la espinilla, que te deja el dolor y, gritar, sólo puedes gritar al viento. No sabiendo si más molesto por la molestia, o más molesto por no poder mostrarse más molesto, Aurélien bufó a través del cuerpo prestado que se había acomodado tan concisamente a la dura y recta losa de piedra.
Resultole oportuno comenzar a pensar en los gustos especiales que tenía acerca de la copulación y del humor rojizo con el que le gustaba acompañarla. Quizás hubiera sido producto de la libertina mano que había ido a rozar su entrepierna minutos antes, pero él se acercaba a la cuestión desde un punto de vista más metafísico que corpóreo. Al tener más en claro que nunca la división entre cuerpo y alma, la curiosidad por los límites entre ambos se le había reavivado. Era cierto que conservaba la capacidad de excitarse con la sangre, al menos en un contexto adecuado, por lo que aquello debía ser una turbación de su espíritu y no del recipiente que antes lo contenía. Por lo tanto esa ya era una característica inherente a él, ya que el cuerpo sólo es parte de uno el tiempo que lo habite y sus necesidades particulares desaparecen una vez ya no se use. ¿O no era así? La sesera de Deimos siguió en funcionamiento, pensando y repensando sobre conceptos y las ideas que los unían, trabajando con ellos y con las teorías que pretendía demostrarse, sin saber aún el motivo de ello, pero sintiendo que la cuestión desafiaba a su orgullo, como si él mismo se picara para probarse a sí mismo. Estuvo un tiempo así hasta que, de buenas a primeras, se decantó por abandonar el lugar y dejar la tarea que tenía entre manos para otro momento. Se disponía a cambiar la desamparada calle por un techo de madera, la fría tumba por cálidas sábanas, el cementerio por un burdel. Ya no era tan importante el descubrir el cómo había cambiado su alma de receptáculo, sino que encontraba más vital el definir qué rasgos pertenecen a la esencia y cuál al cuerpo físico. Al menos durante los siguientes cinco minutos.
De un brinco se puso en pie, algo que iba más acorde para con Aurélien que para con Deimos, pero era una de esas manías que él se negaba a dejar atrás. Ese era un constante de su nueva vida, lo cual a veces se convertía en una verdadera lucha contra algo que en realidad podría no estar ahí. En acto de rebeldía o de auto-reafirmación, se aferraba a aquello que recordaba hacer antes de su viaje a Chipre como si debiera defenderse de una nueva personalidad que amenazara con destruirle o como si debiera domesticarla a sus deseos. La paranoia había aumentado progresivamente y en un par de ocasiones le había acarreado algún contratiempo a causa de hacérsele más necesario atender este menester que dedicarse a la meticulosidad a la que estaba acostumbrado. Como resulta obvio, la culpa de su error no podía ser suya, sino de era responsabilidad del ente, ese estorbo que sólo hacía que incordiarle y del que debía deshacerse. Perdido en su determinación, que tenía más de capricho infantil que de adulta decisión, en vez de regresar por donde había llegado, iba directo a buscar la verja de entrada, descuidando su interés por el anonimato. Y así fue como, sin quererlo ni preverlo, giró y se encontró de golpe algo que no debería de haberle sorprendido, pero que de ninguna manera se esperaba.
Larga, delgada, estilizada y con una apariencia que invitaba a la serenidad por la quietud circundante. Una fachada que, indudablemente, era falsa, pues esa era una de las circunstancias en las que la calma se volvía un rasgo incompatible con la inocencia, pues nadie con temor a Dios y respeto a los muertos visitaría estoicamente un camposanto de noche, y aquella mujer tumbada sobre una sepultura, o más bien sobre lo que en un día debió serlo, se encontraba demasiado tranquila. O esa fue su impresión. Hubiera jurado que había llegado a asustarlo, pero, ¿asustarle a él? No, eso jamás; tan sólo incomodado porque ella estuviera en el lugar no indicado en el momento preciso. Tenía una apariencia tentadora, con un cabello castaño claro y una clara mirada que rehusaba identificar su color, pero eso no le iba a librar de su típico y corriente mal humor. De todas maneras, ¿qué hacía ella allí? O, más precisamente, ¿qué hacía él ahí sin moverse? O hablaba, o se marchaba, rechazaba ser tan simplón como para parecer pusilánime.
Se colocó tras una lápida en la que rezaba el nombre de François; no llegó a leer más porque le resultaba una lectura insulsa. Sus ojos seguían posándose sobre ella, pero sólo durante unos segundos, para luego desaparecer tras el improvisado muro. Estaba a la derecha de ella, a unos cuantos metros más allá, y ya a esa distancia provocaba turbaciones en su ser. No podía describir con exactitud qué era esa sensación, pero algo le decía que fuera cauteloso; y aun así actuaba cual felino curioso, cual ratón hambriento dirigiéndose directo a la trampa. Demasiado tentador como para rechazarlo. Siguió moviéndose, para lograr otro ángulo, colocándose casi detrás de ella, pero ni por esas lograba distinguir un tono exacto para los iris, resistiéndosele el que se había convertido en el tercer enigma al que se estaba dedicando en la jornada. Por ello, Aurélien pensó por un instante en enclaustrarse, ya que fuera de casa creaba más misterios de los que alcanzaba a resolver. Luego agitó la cabeza para sacar de ella esa estúpida ocurrencia y se decidió a descubrirse.
- El cementerio está cerrado – alzó la voz, regresando al camino entre las fosas e intentando mostrar una seriedad que acallara cualquier otra emoción ¿Ahora se había convertido en el vigilante? El vigilante o cualquier cosa que hiciera sonsacarle sus motivos de estar allí, al menos el tiempo que la nueva incógnita tuviera más envergadura que las anteriores -. ¿Y qué hace sobre la tumba? Esa no es manera de honrar a los difuntos. Bájese ahora mismo – hubiera sonreído por la hipocresía, y podría jurar que sus comisuras se resistieron a no hacerlo, pero eso hubiera roto su farsa, por débil que esta fuese. Ahora sólo cabía aguardar a su reacción.
Resultole oportuno comenzar a pensar en los gustos especiales que tenía acerca de la copulación y del humor rojizo con el que le gustaba acompañarla. Quizás hubiera sido producto de la libertina mano que había ido a rozar su entrepierna minutos antes, pero él se acercaba a la cuestión desde un punto de vista más metafísico que corpóreo. Al tener más en claro que nunca la división entre cuerpo y alma, la curiosidad por los límites entre ambos se le había reavivado. Era cierto que conservaba la capacidad de excitarse con la sangre, al menos en un contexto adecuado, por lo que aquello debía ser una turbación de su espíritu y no del recipiente que antes lo contenía. Por lo tanto esa ya era una característica inherente a él, ya que el cuerpo sólo es parte de uno el tiempo que lo habite y sus necesidades particulares desaparecen una vez ya no se use. ¿O no era así? La sesera de Deimos siguió en funcionamiento, pensando y repensando sobre conceptos y las ideas que los unían, trabajando con ellos y con las teorías que pretendía demostrarse, sin saber aún el motivo de ello, pero sintiendo que la cuestión desafiaba a su orgullo, como si él mismo se picara para probarse a sí mismo. Estuvo un tiempo así hasta que, de buenas a primeras, se decantó por abandonar el lugar y dejar la tarea que tenía entre manos para otro momento. Se disponía a cambiar la desamparada calle por un techo de madera, la fría tumba por cálidas sábanas, el cementerio por un burdel. Ya no era tan importante el descubrir el cómo había cambiado su alma de receptáculo, sino que encontraba más vital el definir qué rasgos pertenecen a la esencia y cuál al cuerpo físico. Al menos durante los siguientes cinco minutos.
De un brinco se puso en pie, algo que iba más acorde para con Aurélien que para con Deimos, pero era una de esas manías que él se negaba a dejar atrás. Ese era un constante de su nueva vida, lo cual a veces se convertía en una verdadera lucha contra algo que en realidad podría no estar ahí. En acto de rebeldía o de auto-reafirmación, se aferraba a aquello que recordaba hacer antes de su viaje a Chipre como si debiera defenderse de una nueva personalidad que amenazara con destruirle o como si debiera domesticarla a sus deseos. La paranoia había aumentado progresivamente y en un par de ocasiones le había acarreado algún contratiempo a causa de hacérsele más necesario atender este menester que dedicarse a la meticulosidad a la que estaba acostumbrado. Como resulta obvio, la culpa de su error no podía ser suya, sino de era responsabilidad del ente, ese estorbo que sólo hacía que incordiarle y del que debía deshacerse. Perdido en su determinación, que tenía más de capricho infantil que de adulta decisión, en vez de regresar por donde había llegado, iba directo a buscar la verja de entrada, descuidando su interés por el anonimato. Y así fue como, sin quererlo ni preverlo, giró y se encontró de golpe algo que no debería de haberle sorprendido, pero que de ninguna manera se esperaba.
Larga, delgada, estilizada y con una apariencia que invitaba a la serenidad por la quietud circundante. Una fachada que, indudablemente, era falsa, pues esa era una de las circunstancias en las que la calma se volvía un rasgo incompatible con la inocencia, pues nadie con temor a Dios y respeto a los muertos visitaría estoicamente un camposanto de noche, y aquella mujer tumbada sobre una sepultura, o más bien sobre lo que en un día debió serlo, se encontraba demasiado tranquila. O esa fue su impresión. Hubiera jurado que había llegado a asustarlo, pero, ¿asustarle a él? No, eso jamás; tan sólo incomodado porque ella estuviera en el lugar no indicado en el momento preciso. Tenía una apariencia tentadora, con un cabello castaño claro y una clara mirada que rehusaba identificar su color, pero eso no le iba a librar de su típico y corriente mal humor. De todas maneras, ¿qué hacía ella allí? O, más precisamente, ¿qué hacía él ahí sin moverse? O hablaba, o se marchaba, rechazaba ser tan simplón como para parecer pusilánime.
Se colocó tras una lápida en la que rezaba el nombre de François; no llegó a leer más porque le resultaba una lectura insulsa. Sus ojos seguían posándose sobre ella, pero sólo durante unos segundos, para luego desaparecer tras el improvisado muro. Estaba a la derecha de ella, a unos cuantos metros más allá, y ya a esa distancia provocaba turbaciones en su ser. No podía describir con exactitud qué era esa sensación, pero algo le decía que fuera cauteloso; y aun así actuaba cual felino curioso, cual ratón hambriento dirigiéndose directo a la trampa. Demasiado tentador como para rechazarlo. Siguió moviéndose, para lograr otro ángulo, colocándose casi detrás de ella, pero ni por esas lograba distinguir un tono exacto para los iris, resistiéndosele el que se había convertido en el tercer enigma al que se estaba dedicando en la jornada. Por ello, Aurélien pensó por un instante en enclaustrarse, ya que fuera de casa creaba más misterios de los que alcanzaba a resolver. Luego agitó la cabeza para sacar de ella esa estúpida ocurrencia y se decidió a descubrirse.
- El cementerio está cerrado – alzó la voz, regresando al camino entre las fosas e intentando mostrar una seriedad que acallara cualquier otra emoción ¿Ahora se había convertido en el vigilante? El vigilante o cualquier cosa que hiciera sonsacarle sus motivos de estar allí, al menos el tiempo que la nueva incógnita tuviera más envergadura que las anteriores -. ¿Y qué hace sobre la tumba? Esa no es manera de honrar a los difuntos. Bájese ahora mismo – hubiera sonreído por la hipocresía, y podría jurar que sus comisuras se resistieron a no hacerlo, pero eso hubiera roto su farsa, por débil que esta fuese. Ahora sólo cabía aguardar a su reacción.
Malkea Ruokh- Hechicero Clase Alta
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Re: kjlgjkll - Cementerio de la Magdalena (Deimos Halkias & Malena Schreiber)
"It's one of the great tragedies of life — something always changes." – Dr. House.
Silencio. No había respuesta más tenebrosa ni sonido más hermoso que aquello. La paz y quietud no eran un estado en sí sino que significaban la ausencia de ellos en su cabeza. Estaba finalmente por su propia cuenta, todavía bruta y marcada por la torpeza como sino pudiera reconocer su propio cuerpo, incrédula de su independencia pasajera. Su mirada observaba absorta, sorteando las viejas rocas resquebrajadas presas del tiempo y la tempestad de las temporadas que se sucedían una tras otra, pero que para muchos de sus vecinos ya había perdido importancia. En su mente no había falta de luz, sino que un manto oscuro le ganó la batalla a uno más claro ¿Pero se vive festejando victorias, o superando derrotas? Estaba allí la principal diferencia entre ella y Malena. Podía sentirla, presa de la histeria, enceguecida en ella misma rondando los perímetros del cementerio a la espera de que la bruja pusiera un pie fuera del lugar de la muerte. La paradoja era que en ese mismo lugar se sentía más viva que en cualquier otro sitio del mundo terrenal, no era por las brisas que no erizaban su piel, ni los musgos trepando por la tela que confeccionaba su vestido. Era el poder decidir que ella estaba y seguiría ahí sentada, sintiendo el granito y las imperfecciones de la superficie de aquella roca oscura y porosa sosteniendo su ridículo peso simulando ser una tumba in vivo.
AGGGGH. MALENA! La escuchó, pero no dentro de su mente sino buscándola, a la lejanía siguiéndola con su cabeza en dirección a su voz. No pudo enfocarla pero su temple inexpresivo, quizá asomando una cínica sonrisa en su costado izquierdo no reaccionó ante la amenaza. No podía alcanzarla. No importan las piedras en el camino, si deseas algo puedes mover montañas. Pero cuando no es correspondido la Fe se desmorona y quedas indefenso frente al mundo. Sus gritos tenían odio, pero sobre todo pánico y...Y LA PUTA MADRE, o mejor dicho gracias a Dios ¿o podían ser ambas? Una voz irrumpió su regocijo obligándola a descender apenas el mentón para focalizar a un hombre que había hablado interrumpiendo su conversación muda.
-Disfruto del día hasta que un imbécil me lo arruine ¿Serás tú?
Su verborragia delataba a un celador del cementerio, pero su aspecto no. Jugar al gato y al ratón no era de su agrado en ese preciso momento dado que tenía al gato atorado en los barrotes forjados en hierro del mismo cementerio. Sus pasos y sus modos, sus músculos no se tensionaron en un amague por incorporarse para hacerle caso sino que se relajaron todavía más, asentando que allí estaba y no cedería, ni tarde ni temprano.
-Honrar a los difuntos ¿Acaso todos merecen ser honrados?
CÁLLATE! Pero esta vez sonrió. Ni siquiera atentó a buscarla mientras sus antebrazos se extendían equilibrándola más sobre la superficie convexa como si su cuerpo se dispusiera a bañarse en los rayos irradiados por el astro mayor en una tarde de primavera. Todos los ríos desembocan en el mar, no importaba si estaban contaminados o de sus aguas se hidrataba al cultivo que alimentaría a una familia. Y luego se decía que la muerte era un juicio justo. Si así lo fuera muchos tendrían que estar condenados a seguir viviendo para sufrir como los condenados que eran.
-Dios!
Escuchó algo, posiblemente su propia voz. El tenerla lejos había cambiado por completo su dialéctica. Podía responderse y hablarse a sí misma sin tener que luchar. No miró al extraño solo se limitó a cerrar lentamente sus labios dejando una línea perfecta entre sus comisuras. Si se la admiraba a la distancia podría haberse pensado que se trataba de una escultura angelical tallada según antiguos cánones griegos, una pena que su demonio la esperaba a la salida.
¿Iba a salir? Podría, pero no lo haría. ¿Se iba a quedar? Podría, de hecho lo haría pese a la invitación explícita para no hacerlo. ¿O debería? No.
-Este cementerio cerró antes de abrir, es una maldita mentira como tú, yo y ella.
La teoría de los cementerios como ferias donde los muertos eran mercancías era el nuevo enfoque capitalista para encubrir la pura verdad. Se sentía tan muerta en vida que era en ese lugar donde encontraba su sitio en el mundo. No estaba deprimida por ello sino que se sentía plenamente tranquila aunque prefería encubrirlo por si ella la descubría. Su mirada se perdía más allá de los 10 metros consumida por la oscuridad que reinaba entre ellos, salvando alguna llamarada tenue de viejas antorchas financiadas por antiguas familias adineradas para resaltar a sus ancestros. La fisionomía del joven frente a ella distaba en cada centímetro de ser un vigilante, aunque sus tatuajes la confundían en parte. Los adoraba si contaban historias, los ignoraba si eran resultado de algún vicio y los odiaba sino tenían sentido.
AGGGGH. MALENA! La escuchó, pero no dentro de su mente sino buscándola, a la lejanía siguiéndola con su cabeza en dirección a su voz. No pudo enfocarla pero su temple inexpresivo, quizá asomando una cínica sonrisa en su costado izquierdo no reaccionó ante la amenaza. No podía alcanzarla. No importan las piedras en el camino, si deseas algo puedes mover montañas. Pero cuando no es correspondido la Fe se desmorona y quedas indefenso frente al mundo. Sus gritos tenían odio, pero sobre todo pánico y...Y LA PUTA MADRE, o mejor dicho gracias a Dios ¿o podían ser ambas? Una voz irrumpió su regocijo obligándola a descender apenas el mentón para focalizar a un hombre que había hablado interrumpiendo su conversación muda.
-Disfruto del día hasta que un imbécil me lo arruine ¿Serás tú?
Su verborragia delataba a un celador del cementerio, pero su aspecto no. Jugar al gato y al ratón no era de su agrado en ese preciso momento dado que tenía al gato atorado en los barrotes forjados en hierro del mismo cementerio. Sus pasos y sus modos, sus músculos no se tensionaron en un amague por incorporarse para hacerle caso sino que se relajaron todavía más, asentando que allí estaba y no cedería, ni tarde ni temprano.
-Honrar a los difuntos ¿Acaso todos merecen ser honrados?
CÁLLATE! Pero esta vez sonrió. Ni siquiera atentó a buscarla mientras sus antebrazos se extendían equilibrándola más sobre la superficie convexa como si su cuerpo se dispusiera a bañarse en los rayos irradiados por el astro mayor en una tarde de primavera. Todos los ríos desembocan en el mar, no importaba si estaban contaminados o de sus aguas se hidrataba al cultivo que alimentaría a una familia. Y luego se decía que la muerte era un juicio justo. Si así lo fuera muchos tendrían que estar condenados a seguir viviendo para sufrir como los condenados que eran.
-Dios!
Escuchó algo, posiblemente su propia voz. El tenerla lejos había cambiado por completo su dialéctica. Podía responderse y hablarse a sí misma sin tener que luchar. No miró al extraño solo se limitó a cerrar lentamente sus labios dejando una línea perfecta entre sus comisuras. Si se la admiraba a la distancia podría haberse pensado que se trataba de una escultura angelical tallada según antiguos cánones griegos, una pena que su demonio la esperaba a la salida.
¿Iba a salir? Podría, pero no lo haría. ¿Se iba a quedar? Podría, de hecho lo haría pese a la invitación explícita para no hacerlo. ¿O debería? No.
-Este cementerio cerró antes de abrir, es una maldita mentira como tú, yo y ella.
La teoría de los cementerios como ferias donde los muertos eran mercancías era el nuevo enfoque capitalista para encubrir la pura verdad. Se sentía tan muerta en vida que era en ese lugar donde encontraba su sitio en el mundo. No estaba deprimida por ello sino que se sentía plenamente tranquila aunque prefería encubrirlo por si ella la descubría. Su mirada se perdía más allá de los 10 metros consumida por la oscuridad que reinaba entre ellos, salvando alguna llamarada tenue de viejas antorchas financiadas por antiguas familias adineradas para resaltar a sus ancestros. La fisionomía del joven frente a ella distaba en cada centímetro de ser un vigilante, aunque sus tatuajes la confundían en parte. Los adoraba si contaban historias, los ignoraba si eran resultado de algún vicio y los odiaba sino tenían sentido.
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Re: kjlgjkll - Cementerio de la Magdalena (Deimos Halkias & Malena Schreiber)
El oro viejo acabó de perderse en el cielo y el aroma a noche eclipsó cualquier otro; cualquier otro salvo el de tierra húmeda mezclada con muerto. Muertos; muerte y muertos. No había nada más en ese lugar al que se tildaba de santo y que, ciertamente, se hallaba más corrupto que la propia esencia de ese nefasto mundo. No había duda al respecto, aunque sí alguna queja y unas cuantas negaciones, más falsas que la bondad de aquel a quien dedicaban el espacio que estaban pisando. Dios. ¿No provocaba la risa del gascón, griego, vivo o no-muerto la mera alusión de su nombre? Y ella osaba pronunciarlo, osaba intentar que rompiese la fiel representación que ocupaba en un cuerpo no dispuesto para ella. Le tentaba, le tentaba a rebatirla y le tentaba a apelar a aquel que era omnipresente y que ni existencia o presencia parecía tener. Pero sí, sí existía, aunque no como todos creían. Era una forma sin forma, una esencia y mil a la vez, energía pura, mil consciencias y sólo una, cientos de voluntades que se combinaba y luchaban eternamente entre ellas. Su mero pensamiento rompía el esquema del mundo, destruía mentes y creaba aberraciones. Dios lo era todo y, como todo, no era nada.
- ¿Arruinar? No, por supuesto que no, señorita; tan sólo cumplo con mi deber. – mintió vilmente, pues quería estropear su velada tanto como ella había perjudicado la suya. La cuestión era que no sabía si ese tanto era mucho o nada. – Acompáñeme a la salida, por favor. – y sólo dijo esto consciente de que ella no iba a tener la más mínima intención de cumplir su petición, así como tampoco él quería que ahora se marchase. Le había satisfecho el curioso hallazgo, pues le gustaban las personalidades que le contradecían, tal y como la que aquella mujer prometía poseer apenas con un par de insignificantes y retorcidas palabras, sólo por el hecho de que la confrontación de caracteres le divertía. Lo admitiese o no.
Avanzó un par de pasos, con intención de que su cercanía obligase a la mujer a reaccionar, pero no pudo aproximarse mucho más. Una fuerza externa se interpuso en su camino, paralizándolo por dos segundos e impidiéndole progresar en su marcha más allá. Su origen era un espectro, una figura etérea, con forma y presencia, pero sin consistencia, que se había aparecido a su lado, levitando hasta colocarse a su frente, interpuesta entre la extraña y él.
- No, Malkea Ruokh. No puedes tocar a Aeshanea; no ahora. – la voz omnipresente del ánima llegó a irritar sus oídos. Ya le había resultado raro que ninguno se le hubiera presentado hasta entonces y ya había tenido la esperanza de librarse de tan casina asistencia. Un bufido surgió como única contestación. ¿Quién se creía aquella difunta para interponerse en su camino, él, que conocía tanto la vida como la muerte y que había sido capaz de escapar del fin de la primera y del inicio de la segunda? ¿Quién? Y, sin embargo, su enfado duró poco, tan poco como le llevó analizar por segunda vez lo que había escuchado tan sólo una. Aeshanea era un término que no le era ajeno, creyendo que significaba demente o enajenado en alguna lengua antigua, y supuso que, precisamente, y por alguna razón, le era aplicado a la que ocupaba tan cómodamente la lápida. Pero fue lo otro lo que hizo que la atención que tenía por ella se desvaneciera para centrarse en la novedad. Malkea Ruokh, una denominación que ya le había sido adjudicada con anterioridad, pero que no recordaba dónde la había escuchado y cuya traducción escapaba de sus conocimientos.
- ¿Qué me acabas de llamar? – le inquirió, pero, tan pronto como hubo llegado a él, el ente se desvaneció en el aire – Putain! Malditos espíritus. Siempre dan más incógnitas de las que resuelven. – masculló entre dientes, haciendo gala de la mala costumbre de pensar en voz alta que había adquirido en sus largas horas de soledad. Luego alzó la mirada y se centró de nuevo en la rubia, en aquella Aeshanea, con el ceño fruncido y los ojos resumidos a poco más que una línea. Tenía por claro que su coartada había sido deshecha o que, al menos, no tenía sentido mantenerla por más tiempo. Cualquier persona normal se habría asustado en aquella situación, bien fuera por la extraña visión o por las palabras de él si ésta sólo se le hubiera presentado a él. Pero, si algo estaba claro a aquellas alturas era que ninguno de los dos, ni el brujo ni la señorita, eran personas normales.
- ¿Arruinar? No, por supuesto que no, señorita; tan sólo cumplo con mi deber. – mintió vilmente, pues quería estropear su velada tanto como ella había perjudicado la suya. La cuestión era que no sabía si ese tanto era mucho o nada. – Acompáñeme a la salida, por favor. – y sólo dijo esto consciente de que ella no iba a tener la más mínima intención de cumplir su petición, así como tampoco él quería que ahora se marchase. Le había satisfecho el curioso hallazgo, pues le gustaban las personalidades que le contradecían, tal y como la que aquella mujer prometía poseer apenas con un par de insignificantes y retorcidas palabras, sólo por el hecho de que la confrontación de caracteres le divertía. Lo admitiese o no.
Avanzó un par de pasos, con intención de que su cercanía obligase a la mujer a reaccionar, pero no pudo aproximarse mucho más. Una fuerza externa se interpuso en su camino, paralizándolo por dos segundos e impidiéndole progresar en su marcha más allá. Su origen era un espectro, una figura etérea, con forma y presencia, pero sin consistencia, que se había aparecido a su lado, levitando hasta colocarse a su frente, interpuesta entre la extraña y él.
- No, Malkea Ruokh. No puedes tocar a Aeshanea; no ahora. – la voz omnipresente del ánima llegó a irritar sus oídos. Ya le había resultado raro que ninguno se le hubiera presentado hasta entonces y ya había tenido la esperanza de librarse de tan casina asistencia. Un bufido surgió como única contestación. ¿Quién se creía aquella difunta para interponerse en su camino, él, que conocía tanto la vida como la muerte y que había sido capaz de escapar del fin de la primera y del inicio de la segunda? ¿Quién? Y, sin embargo, su enfado duró poco, tan poco como le llevó analizar por segunda vez lo que había escuchado tan sólo una. Aeshanea era un término que no le era ajeno, creyendo que significaba demente o enajenado en alguna lengua antigua, y supuso que, precisamente, y por alguna razón, le era aplicado a la que ocupaba tan cómodamente la lápida. Pero fue lo otro lo que hizo que la atención que tenía por ella se desvaneciera para centrarse en la novedad. Malkea Ruokh, una denominación que ya le había sido adjudicada con anterioridad, pero que no recordaba dónde la había escuchado y cuya traducción escapaba de sus conocimientos.
- ¿Qué me acabas de llamar? – le inquirió, pero, tan pronto como hubo llegado a él, el ente se desvaneció en el aire – Putain! Malditos espíritus. Siempre dan más incógnitas de las que resuelven. – masculló entre dientes, haciendo gala de la mala costumbre de pensar en voz alta que había adquirido en sus largas horas de soledad. Luego alzó la mirada y se centró de nuevo en la rubia, en aquella Aeshanea, con el ceño fruncido y los ojos resumidos a poco más que una línea. Tenía por claro que su coartada había sido deshecha o que, al menos, no tenía sentido mantenerla por más tiempo. Cualquier persona normal se habría asustado en aquella situación, bien fuera por la extraña visión o por las palabras de él si ésta sólo se le hubiera presentado a él. Pero, si algo estaba claro a aquellas alturas era que ninguno de los dos, ni el brujo ni la señorita, eran personas normales.
Malkea Ruokh- Hechicero Clase Alta
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Re: kjlgjkll - Cementerio de la Magdalena (Deimos Halkias & Malena Schreiber)
“We all know interspecies romance is weird.” - Tim Burton
Salida. La contradicción se centraba en que la salida no era más que una nueva entrada disfrazada con intenciones de finalizar un acto. Algunos la observaban con esperanza, mientras que otros se fundían en desconsuelo frente a lo que lo desconocido podría traer. Pero Malena conocía hacia donde la llevarían las salidas de aquellas verjas retorcidas al fuego vivo hacía años que adornaban el perímetro de la casa de la muerte, como solía llamarla. Allí la aguardaba ella, impaciente por reencontrarse con su peor creación pero a fin de cuentas, la única que pudo malograr. Sabía que a cada realidad le correspondía una voz, pero la de ella era tan egoísta que acaparaba su completa atención sublevando a lo que sea que ocurriese. Ni siquiera se percató de que no era la tela la que acariciaba su pierna izquierda sino que ahora el viento jugaba a resbalar sobre una superficie nívea impenetrable, una fortaleza que reía frente al ridículo impacto del viento, pero que era inconsciente frente a la pérdida de ladrillos hasta que fuese demasiado tarde en la hora del colapso.
Sin mi te derrumbarás Malena, puede que seas un gran pez en un pequeño pozo, pero allí está el océano y te estás ahogando. No podía verla, pero podía sentir su sonrisa retorcida en orgullo reflejándose en sus ojos, su maldita sonrisa cínica resblandeciente de una perfección que solo ella admiraba, y…y. Sintió la presión contra sus costillas, se estaba quedando sin aire mientras su sangre corría bajo sus venas en busca del escaso vestigio de oxígeno. Pronto comenzó la lucha entre sus pulmones que querían huir y su costal que los retenía. La bruja debió aferrarse a sí misma, luchando contra ella que simplemente se regocijaba de su ¿Insignificancia? Cállate, púdrete, déjame en paz. PAZ! Gruño entre dientes aferrando con sus dedos esqueléticos cual garras su propio cabello castaño, mezclándolo entre sí en un intento desesperado por borrar de su mente la imagen de la puta. Su agitación comenzó a apaciguar como las olas del mar tan repentinas y salvajes, vuelven a un extraño estado de quietud impredecible. No podía reaccionar así frente a ella, frente a ¿Había alguien más allí? Entonces volvió a escuchar una tercera voz en la escena. Sus ojos miraron por entre las celdas de sus dedos, todavía aferrados a mechones más rubios que se negaban a retornar a su lugar.
-¿Dónde está Malkea?
Su voz entre angelical pero con un tono de seriedad fue certera y sin atisbo a la burla. No era presa de la curiosidad, pero a veces se dejaba tentar. Si ella había quedado fuera ¿Por qué Malkea había entrado y ahora también quería torturarlo? La escuchó, río desde afuera en un llamado de atención que Malena ignoró. Y aquí viene el punto donde cualquier hombre racional se traga su orgullo y admite que cometió un error. La verdad es…Jamás fui una persona razonable. ¿No era la razón tu máximo orgullo? Que poco me conoces Malena, no soy un espíritu, no soy un rastro del pasado sino tu mediocre presente.
Lentamente, sus manos resbalaron hacia los costados de su esbelto cuerpo, cayendo carentes de fuerza sobre la roca de una manera bruta y sin esfuerzo. No movió su cabeza de manera que su pelo se acomodara según su propia naturaleza sino que apoyó su cráneo inclinándolo hacia la derecha para poder observarlo sin verlo realmente. Estaba conteniéndose en no responderle y no había silencio más acertado que aquel motivado por la indiferencia.
-Quien cuenta historias, cuenta mentiras. Los espíritus son historias pasadas.
Sus tatuajes la habían acaparado aislándola de la propia imagen que le reflejaría al hombre en ese momento. Una pierna desnuda, un cabello salvaje y posiblemente, la piel de su rostro algo arañada por su previo descontrol a causa de ella pero que su estado físico le impedía sentir. Quería verlos, pero a la vez si los dejaba entrar, también lo haría ella y su paz momentánea estaría perdida. Espíritus, no los buscaba ni ellos a ella, no había nada que quisieran uno del otro pero entonces, finalmente parte de su atención volvió hacia él, todavía de pie, todavía un ente anónimo como todos, pero podía ser que quizá le diera un nombre. No.
-Tú dejas lugar a incógnitas, ellos solo se ríen de ti.
Aeshanea… Aeshanea. Silencio Miranda, no importa. Tú no estás. Pronto quien dejó lugar a incógnitas fue ella misma, pero escucharla la obligó a tomar parte de la lógica que había dejado de usar hacía tiempo.
- Aeshanea.
Por primera vez río contra ella y el espíritu, pero solo unos segundos hasta que su temple volvió a ser impenetrable pese a que sus labios se entreabrieron en aquel cementerio que sentía como propio. Iba a hablar o no lo haría, simplemente había alcanzado el grado de locura suficiente para sentirse felíz allí. Era divertido volver al hogar, se ve igual, huele igual, se siente igual. Es en ese momento donde te das cuenta que quien ha cambiado, eres tú.
Sin mi te derrumbarás Malena, puede que seas un gran pez en un pequeño pozo, pero allí está el océano y te estás ahogando. No podía verla, pero podía sentir su sonrisa retorcida en orgullo reflejándose en sus ojos, su maldita sonrisa cínica resblandeciente de una perfección que solo ella admiraba, y…y. Sintió la presión contra sus costillas, se estaba quedando sin aire mientras su sangre corría bajo sus venas en busca del escaso vestigio de oxígeno. Pronto comenzó la lucha entre sus pulmones que querían huir y su costal que los retenía. La bruja debió aferrarse a sí misma, luchando contra ella que simplemente se regocijaba de su ¿Insignificancia? Cállate, púdrete, déjame en paz. PAZ! Gruño entre dientes aferrando con sus dedos esqueléticos cual garras su propio cabello castaño, mezclándolo entre sí en un intento desesperado por borrar de su mente la imagen de la puta. Su agitación comenzó a apaciguar como las olas del mar tan repentinas y salvajes, vuelven a un extraño estado de quietud impredecible. No podía reaccionar así frente a ella, frente a ¿Había alguien más allí? Entonces volvió a escuchar una tercera voz en la escena. Sus ojos miraron por entre las celdas de sus dedos, todavía aferrados a mechones más rubios que se negaban a retornar a su lugar.
-¿Dónde está Malkea?
Su voz entre angelical pero con un tono de seriedad fue certera y sin atisbo a la burla. No era presa de la curiosidad, pero a veces se dejaba tentar. Si ella había quedado fuera ¿Por qué Malkea había entrado y ahora también quería torturarlo? La escuchó, río desde afuera en un llamado de atención que Malena ignoró. Y aquí viene el punto donde cualquier hombre racional se traga su orgullo y admite que cometió un error. La verdad es…Jamás fui una persona razonable. ¿No era la razón tu máximo orgullo? Que poco me conoces Malena, no soy un espíritu, no soy un rastro del pasado sino tu mediocre presente.
Lentamente, sus manos resbalaron hacia los costados de su esbelto cuerpo, cayendo carentes de fuerza sobre la roca de una manera bruta y sin esfuerzo. No movió su cabeza de manera que su pelo se acomodara según su propia naturaleza sino que apoyó su cráneo inclinándolo hacia la derecha para poder observarlo sin verlo realmente. Estaba conteniéndose en no responderle y no había silencio más acertado que aquel motivado por la indiferencia.
-Quien cuenta historias, cuenta mentiras. Los espíritus son historias pasadas.
Sus tatuajes la habían acaparado aislándola de la propia imagen que le reflejaría al hombre en ese momento. Una pierna desnuda, un cabello salvaje y posiblemente, la piel de su rostro algo arañada por su previo descontrol a causa de ella pero que su estado físico le impedía sentir. Quería verlos, pero a la vez si los dejaba entrar, también lo haría ella y su paz momentánea estaría perdida. Espíritus, no los buscaba ni ellos a ella, no había nada que quisieran uno del otro pero entonces, finalmente parte de su atención volvió hacia él, todavía de pie, todavía un ente anónimo como todos, pero podía ser que quizá le diera un nombre. No.
-Tú dejas lugar a incógnitas, ellos solo se ríen de ti.
Aeshanea… Aeshanea. Silencio Miranda, no importa. Tú no estás. Pronto quien dejó lugar a incógnitas fue ella misma, pero escucharla la obligó a tomar parte de la lógica que había dejado de usar hacía tiempo.
- Aeshanea.
Por primera vez río contra ella y el espíritu, pero solo unos segundos hasta que su temple volvió a ser impenetrable pese a que sus labios se entreabrieron en aquel cementerio que sentía como propio. Iba a hablar o no lo haría, simplemente había alcanzado el grado de locura suficiente para sentirse felíz allí. Era divertido volver al hogar, se ve igual, huele igual, se siente igual. Es en ese momento donde te das cuenta que quien ha cambiado, eres tú.
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Re: kjlgjkll - Cementerio de la Magdalena (Deimos Halkias & Malena Schreiber)
Estaba anímicamente irritado, harto, hastiado, irascible o, como diría él, n’ai mon confle. Tal era la molestia que hasta notaba una leve calentura recorrer su cuerpo, como si sus músculos comenzaran a prepararse para una pronta confrontación, una que él no tenía grandes intenciones de provocar, pero que, desde luego, tampoco iba a evitar. Su piel casi picaba, sus cejas pretendieron fusionarse y sus mandíbulas se apretaron tanto que casi comenzaron a dolerle. Sus ojos, por su parte, se resumieron a no mucho más que una fina línea.
El espíritu se había marchado, pero no había tenido la decencia de desaparecer llevándose consigo todo ápice de su ingrata presencia. No, por el contrario había estropeado el humor del brujo, haciendo resurgir esa parte de él que tan bien conocía y que, contrario a las apariencias, le gustaba. Pero aún no había llegado el momento del disfrute, ahora sólo estaba el cabreo que afloraba en su pecho y llegaba a enturbiar su cabeza, negándole un raciocinio que, de todas formas, nunca había tenido en alta estima. Mucho pensar y poco hacer, así se pasaba la vida la mayoría de las personas y él no iba a imitar a aquellos necios mentecatos.
No haría falta mucha fricción para hacerle perder los estribos, así como tampoco requeriría mucho esfuerzo el calmarle, pudiendo tornar entre ambos estados con una facilidad que podría resultar difícilmente creíble de no tratarse de una persona con tan poco equilibrio emocional como él. La virtud está en el punto medio entre dos extremos viciosos solían decir. Pues bien, el detestaba la virtud, renegaba de ella y de su más perfecta fachada, ya que tras de ella se escondía un vacío lleno de hipocresía. Todos tenían perversiones, si los demás no tenían la inteligencia suficiente para abrazarlas era su problema. Nuevamente, él no iba a seguir su mal ejemplo.
La mujer no ayudó en paliar su estado, por el contrario, insistió en él y metió el dedo en la llaga al repetir aquel nombre que, de incordio, se transformaría en pesadilla. Por ello, notó que el fuego en su interior se avivaba, repartiéndose por cada extremidad a consecuencia del riego sanguíneo.
- ¡Malkea no está! ¡Nunca estuvo y nunca estará! – gritó él, harto de que le llamaran de aquella manera con la que no se identificaba y que, por alguna razón, los muertos se obcecaban a atribuirle.
Cogió aire, inundó sus pulmones y lo expulsó de golpe, dándose cuenta entonces que había agachado la cabeza en el proceso. Sus manos se tornaron en firmes puños, no sabiendo si pretendiendo calmarse o continuando con la preparación para el supuesto enfrentamiento. Volvió, nuevamente la mirada a ella y, otra vez, intentó dar un paso.
La barrera había desaparecido y, por ello, una torcida sonrisa triunfal se instaló cómodamente en sus labios, relajando su expresión al saberse, o creerse, dueño de la situación. Pero entonces, ella le imitó, exagerando el acto hasta la carcajada, como si intentase superarle en una competición que no existía y que él había inventado en el preciso momento en el que la descabellada ocurrencia se había atravesado en su mente. Finalmente, volvió a perder la poca afabilidad que era capaz de presentar. Avanzó y se puso frente a ella, a no más de dos metros de distancia, cercanía para él, pues no le gustaba que nadie se aproximara a su posición, con muy contadas excepciones. La encaró, consciente de que aquella mujer no era normal, aunque eso ya lo había supuesto en el momento que la vio.
- Aeshanea. La loca. – se dijo a sí mismo, aunque en voz alta, pues, si no tenía respeto por nadie, tampoco lo tendría para ella – Malkea y Aeshanea. – repitió él sin ser realmente consciente de lo que estaba pronunciando ni de por qué lo hacía; mucho menos percatándose de que estaba afirmando una existencia que hacía poco negaba - ¿Qué haces en el cementerio? Responde. – intentaba indagar acerca de ella, adivinar si había algo especial en ella o si podría serle de alguna utilidad. Luego pensó de nuevo aquello: si no le servía viva, sí podría sacar provecho de su cadáver.
Fue tener aquel pensamiento y notar de nuevo al ánima de antes rondándole. No se presentó ni tampoco habló, pero sintió que su aura estaba presente, lista para intervenir en el momento oportuno; o, más bien, inoportuno, a juicio del gascón.
El espíritu se había marchado, pero no había tenido la decencia de desaparecer llevándose consigo todo ápice de su ingrata presencia. No, por el contrario había estropeado el humor del brujo, haciendo resurgir esa parte de él que tan bien conocía y que, contrario a las apariencias, le gustaba. Pero aún no había llegado el momento del disfrute, ahora sólo estaba el cabreo que afloraba en su pecho y llegaba a enturbiar su cabeza, negándole un raciocinio que, de todas formas, nunca había tenido en alta estima. Mucho pensar y poco hacer, así se pasaba la vida la mayoría de las personas y él no iba a imitar a aquellos necios mentecatos.
No haría falta mucha fricción para hacerle perder los estribos, así como tampoco requeriría mucho esfuerzo el calmarle, pudiendo tornar entre ambos estados con una facilidad que podría resultar difícilmente creíble de no tratarse de una persona con tan poco equilibrio emocional como él. La virtud está en el punto medio entre dos extremos viciosos solían decir. Pues bien, el detestaba la virtud, renegaba de ella y de su más perfecta fachada, ya que tras de ella se escondía un vacío lleno de hipocresía. Todos tenían perversiones, si los demás no tenían la inteligencia suficiente para abrazarlas era su problema. Nuevamente, él no iba a seguir su mal ejemplo.
La mujer no ayudó en paliar su estado, por el contrario, insistió en él y metió el dedo en la llaga al repetir aquel nombre que, de incordio, se transformaría en pesadilla. Por ello, notó que el fuego en su interior se avivaba, repartiéndose por cada extremidad a consecuencia del riego sanguíneo.
- ¡Malkea no está! ¡Nunca estuvo y nunca estará! – gritó él, harto de que le llamaran de aquella manera con la que no se identificaba y que, por alguna razón, los muertos se obcecaban a atribuirle.
Cogió aire, inundó sus pulmones y lo expulsó de golpe, dándose cuenta entonces que había agachado la cabeza en el proceso. Sus manos se tornaron en firmes puños, no sabiendo si pretendiendo calmarse o continuando con la preparación para el supuesto enfrentamiento. Volvió, nuevamente la mirada a ella y, otra vez, intentó dar un paso.
La barrera había desaparecido y, por ello, una torcida sonrisa triunfal se instaló cómodamente en sus labios, relajando su expresión al saberse, o creerse, dueño de la situación. Pero entonces, ella le imitó, exagerando el acto hasta la carcajada, como si intentase superarle en una competición que no existía y que él había inventado en el preciso momento en el que la descabellada ocurrencia se había atravesado en su mente. Finalmente, volvió a perder la poca afabilidad que era capaz de presentar. Avanzó y se puso frente a ella, a no más de dos metros de distancia, cercanía para él, pues no le gustaba que nadie se aproximara a su posición, con muy contadas excepciones. La encaró, consciente de que aquella mujer no era normal, aunque eso ya lo había supuesto en el momento que la vio.
- Aeshanea. La loca. – se dijo a sí mismo, aunque en voz alta, pues, si no tenía respeto por nadie, tampoco lo tendría para ella – Malkea y Aeshanea. – repitió él sin ser realmente consciente de lo que estaba pronunciando ni de por qué lo hacía; mucho menos percatándose de que estaba afirmando una existencia que hacía poco negaba - ¿Qué haces en el cementerio? Responde. – intentaba indagar acerca de ella, adivinar si había algo especial en ella o si podría serle de alguna utilidad. Luego pensó de nuevo aquello: si no le servía viva, sí podría sacar provecho de su cadáver.
Fue tener aquel pensamiento y notar de nuevo al ánima de antes rondándole. No se presentó ni tampoco habló, pero sintió que su aura estaba presente, lista para intervenir en el momento oportuno; o, más bien, inoportuno, a juicio del gascón.
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Re: kjlgjkll - Cementerio de la Magdalena (Deimos Halkias & Malena Schreiber)
“ There's a time for daring and there's a time for caution, and a wise man understands which is called for. “ – La sociedad de los Poetas muertos.
La verdad es que vivimos nuestras vidas poniendo fuera todo lo que podamos evitar demostrar, pero todos sabemos en el fondo que somos inmortales y tarde o temprano los hombres harán y conocerán esas cosas. Malena ignoraba el hecho de que ella tenía un recado de humanidad escondido en su ser, sentía miedo. Esa sensación de que alguien quisiera separarlas. Era imposible ¿Pero si lo lograba? Solo requeriría más tiempo. En el fondo no quería reconocer que su existencia estaba ligada a Malena y se basaba en el miedo de ella y en convencerla que la necesitaba más que el propio oxígeno que renovaba la sangre de sus venas. Ahora, la extrañaba pero no en forma romántica sino como una necesidad. Egoísta y completamente dependiente, dejarla sola en aquel cementerio al cual no podía seguirla la estaba consumiendo. Nada estaba construido en piedra sino en arena, pero debemos construir como si la arena fuera piedra. Mientras que Malena no lo supiera, su existencia estaría a salvo.
La joven por unas horas podría vivir su vida, intentando comprender como podía estar feliz y triste al mismo tiempo. Su mirada lasciva lo contempló frente a ella. Él no podía vivir como lo estaba haciendo la joven aunque sea por una hora. Habían entrado con él y no quería ayudarlo, quería disfrutar de su libertad ¿Pero no era la libertad el derecho a hacer lo que uno deseaba? No nos reímos de él, nos reímos cerca de él. Ella escondió sus temores para volver con su cinismo en sus palabras y la fiereza en su voz. Malena la buscó sintiendo la amenaza acariciando su espalda como un recordatorio de que esta no era la realidad, no la suya. Basta, déjame en paz de una maldita vez! Entonces con sus pulmones desorvitados fuera de sí queriendo escapar galopantes de una vida que no les correspondía, la joven se dio vuelta dejándola tras de sí, aferrando con sus manos su melena presionándola contra sus orejas evitando que cualquier ruido se interpusiera en su cerebro, dejando que la tranquilidad pusiera las cosas donde quiera que se suponía que debían estar. Segundos o minutos, el tiempo no tuvo connotación hasta que él o quienfuera volvió a hablar, pero no lo suficientemente alto como para que Malena les diera importancia para dirigir su rostro y carcomerlo con su mirada.
-Malkea siempre estuvo, está y estará. Idiota.
Su temple impenetrable no escondía sarcasmo en esa línea perfecta donde descansaban sus labios, no había nada más divertido que la verdad. Aceptarla solo le daba más intriga a las cosas y Malena aceptaba su realidad, la abrazaba aunque los cambios de perspectiva le daban un respiro. Ella no estaba enferma, siempre fueron así y así debía ser. Es fácil hablar de claridad cuando estás en el mar, pero estoy aquí Malena, esperándote en el pantano. Escuchó su voz nuevamente en esa dirección por lo que tornó su cuerpo con brusquedad hacia el joven, con tanta presión sobre sus párpados cerrados que pequeñas arrugas se formaron en su lagrimal, aunque en manera extraña no la avejentaban. SILENCIO! Estoy yo ahora y aquí, déjame ser. Nunca. Entonces déjame jugar a lo que podría haber sido. Tampoco, porque nunca pasó. Ilusionarse es de estúpidos. Sus ojos se abrieron a una velocidad que no correspondía con su fragilidad y allí seguía el con sus demonios, la bruja al escucharlo obligó a que sus músculos se tensen dándole el impulso para descender de la roca. Buscó estabilidad con sus pies imponiendo su figura frente al otro ser apenas mas alto ¿Y si ella lo obligaba a hablar? ¿Cómo podía hacer que él también sea como la bruja? Sin decoro y ensimismada en sí caminó hasta él para abofetearlo con un ruido sordo y furia ciega. Su fuerza era poco grácil pero sus dientes desnudos enseñaban la ira que recorría bruto su torrente enfebreciendo su piel.
-No me llames así, ella está afuera ¿Por qué mierda buscas lo que no quieres encontrar?
Su furia le dio vida por primera vez en mucho tiempo a sus ojos que lo seguían como cazadora a su presa pero no era lo que buscaba ni tampoco una amenaza. O si lo era, solo quería paz y él la corrompió en más maneras de las que podía creerse. Sus pasos hacia atrás la encerraron contra al roca que antes había sido su estandarte. Recostó su peso hasta su cintura dejando su espalda sostenida en el aire decorada por sus vértebras y omóplatos sobresalientes. ¿Qué hacía ahí? Silencio, quiero responder yo.
-Me siento infinita.
Eso hacía, y ella disfrutaba reconfortándose en su teoría de que sin ella, la bruja no era nada. Pero a veces nada era todo y eso era lo que más tenía que temer aquel. No se puede confiar en alguien que no tiene nada que perder. Sus labios carmesí entreabiertos volvieron a nublar su precario juicio ¿Ella había hablado? No, no podría haberlo hecho si estaba fuera, no había entrado ¿O era alguien más? ¿Acaso había sido Aeshanea? NO, NADIE! Sus manos temblorosas aferraron a ambos lados de su cuerpo relajado la roca, pero se tranquilizaron cuando comenzó a repetirse nadie como una melodía interminable hasta que termino creyendo su propia mentira. Su compostura no era su atril y lo dejó en claro cuando volvió a incorporarse como si nada hubiera pasado, como si su respiración no hubiera sido presa de la furia y el pánico.
-Ves cosas, te mantienes con calma frente a ellas. Las comprendes, no eres más que invisible.
No dijo nada más, solo lo miró. Él tuvo que comprender que ella sabía, nada específico realmente, ella simplemente lo sabía. La lógica subtitulaba su demencia, su verdad tildaba su palabrerío y ellos, no sentía lástima ni por el ni por sí misma, no eran más que presas del destino.
La joven por unas horas podría vivir su vida, intentando comprender como podía estar feliz y triste al mismo tiempo. Su mirada lasciva lo contempló frente a ella. Él no podía vivir como lo estaba haciendo la joven aunque sea por una hora. Habían entrado con él y no quería ayudarlo, quería disfrutar de su libertad ¿Pero no era la libertad el derecho a hacer lo que uno deseaba? No nos reímos de él, nos reímos cerca de él. Ella escondió sus temores para volver con su cinismo en sus palabras y la fiereza en su voz. Malena la buscó sintiendo la amenaza acariciando su espalda como un recordatorio de que esta no era la realidad, no la suya. Basta, déjame en paz de una maldita vez! Entonces con sus pulmones desorvitados fuera de sí queriendo escapar galopantes de una vida que no les correspondía, la joven se dio vuelta dejándola tras de sí, aferrando con sus manos su melena presionándola contra sus orejas evitando que cualquier ruido se interpusiera en su cerebro, dejando que la tranquilidad pusiera las cosas donde quiera que se suponía que debían estar. Segundos o minutos, el tiempo no tuvo connotación hasta que él o quienfuera volvió a hablar, pero no lo suficientemente alto como para que Malena les diera importancia para dirigir su rostro y carcomerlo con su mirada.
-Malkea siempre estuvo, está y estará. Idiota.
Su temple impenetrable no escondía sarcasmo en esa línea perfecta donde descansaban sus labios, no había nada más divertido que la verdad. Aceptarla solo le daba más intriga a las cosas y Malena aceptaba su realidad, la abrazaba aunque los cambios de perspectiva le daban un respiro. Ella no estaba enferma, siempre fueron así y así debía ser. Es fácil hablar de claridad cuando estás en el mar, pero estoy aquí Malena, esperándote en el pantano. Escuchó su voz nuevamente en esa dirección por lo que tornó su cuerpo con brusquedad hacia el joven, con tanta presión sobre sus párpados cerrados que pequeñas arrugas se formaron en su lagrimal, aunque en manera extraña no la avejentaban. SILENCIO! Estoy yo ahora y aquí, déjame ser. Nunca. Entonces déjame jugar a lo que podría haber sido. Tampoco, porque nunca pasó. Ilusionarse es de estúpidos. Sus ojos se abrieron a una velocidad que no correspondía con su fragilidad y allí seguía el con sus demonios, la bruja al escucharlo obligó a que sus músculos se tensen dándole el impulso para descender de la roca. Buscó estabilidad con sus pies imponiendo su figura frente al otro ser apenas mas alto ¿Y si ella lo obligaba a hablar? ¿Cómo podía hacer que él también sea como la bruja? Sin decoro y ensimismada en sí caminó hasta él para abofetearlo con un ruido sordo y furia ciega. Su fuerza era poco grácil pero sus dientes desnudos enseñaban la ira que recorría bruto su torrente enfebreciendo su piel.
-No me llames así, ella está afuera ¿Por qué mierda buscas lo que no quieres encontrar?
Su furia le dio vida por primera vez en mucho tiempo a sus ojos que lo seguían como cazadora a su presa pero no era lo que buscaba ni tampoco una amenaza. O si lo era, solo quería paz y él la corrompió en más maneras de las que podía creerse. Sus pasos hacia atrás la encerraron contra al roca que antes había sido su estandarte. Recostó su peso hasta su cintura dejando su espalda sostenida en el aire decorada por sus vértebras y omóplatos sobresalientes. ¿Qué hacía ahí? Silencio, quiero responder yo.
-Me siento infinita.
Eso hacía, y ella disfrutaba reconfortándose en su teoría de que sin ella, la bruja no era nada. Pero a veces nada era todo y eso era lo que más tenía que temer aquel. No se puede confiar en alguien que no tiene nada que perder. Sus labios carmesí entreabiertos volvieron a nublar su precario juicio ¿Ella había hablado? No, no podría haberlo hecho si estaba fuera, no había entrado ¿O era alguien más? ¿Acaso había sido Aeshanea? NO, NADIE! Sus manos temblorosas aferraron a ambos lados de su cuerpo relajado la roca, pero se tranquilizaron cuando comenzó a repetirse nadie como una melodía interminable hasta que termino creyendo su propia mentira. Su compostura no era su atril y lo dejó en claro cuando volvió a incorporarse como si nada hubiera pasado, como si su respiración no hubiera sido presa de la furia y el pánico.
-Ves cosas, te mantienes con calma frente a ellas. Las comprendes, no eres más que invisible.
No dijo nada más, solo lo miró. Él tuvo que comprender que ella sabía, nada específico realmente, ella simplemente lo sabía. La lógica subtitulaba su demencia, su verdad tildaba su palabrerío y ellos, no sentía lástima ni por el ni por sí misma, no eran más que presas del destino.
Malena Schreiber- Hechicero Clase Baja
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Re: kjlgjkll - Cementerio de la Magdalena (Deimos Halkias & Malena Schreiber)
Jehan, el niño; Aurélien, el pianista loco; Deimos, el nigromante. Tres nombres y una sola realidad, una sola existencia que se extendía a más atrás que su propio nacimiento y que aún tenía un largo recorrido frente a él. Hasta el infinito y el fin de la Creación, si no había contratiempos. Pero eso era algo que él no sabía, pues, ante todo, era ignorante, más que el resto de sus supuestos congéneres, pues él tenía más incógnitas rodeándole que cualquiera de aquellos ingratos cuya vida valía menos que el aire que contenía entre sus manos, firmemente cerradas. Miraba al frente, observaba y, ante todo, notaba como la sangre, que se había helado por la conmoción, recuperaba su temperatura y, entonces, comenzaba a hervir. Se extendía por todo su cuerpo, pero aún no lograba superar esa quemazón que torturaba su mejilla a causa de la insolencia que ella acababa de cometer. ¿Quién era para realizar tal acto? No lo sabía, pero ya tenía por seguro que el apelativo que el espíritu le había otorgado era cierto desde la primera letra hasta el fonema que lo concluyera. Aeshana; loca. Tampoco le contestó a su pregunta, pero pronto ésta se desvaneció en su mente al tiempo que ella se perdía en palabras que se esfumaban en el aire y tenían tanto sentido como cordura poseyera ella. Al menos eso le parecía al brujo: mera verborrea. Pero, para sorpresa y arrepentimiento posterior y temporal del aquitano, no hubo contestación por su parte a la ofensa, precisamente porque no había esperado que aquel demente personaje tuviera la ocurrencia de agredirle. Craso error; como ella pronunciase, los locos son infinitos, infinitamente libres.
Comenzó a andar lentamente y, a cada paso que dio, una mano vaporosa surgió de la tierra, como si la planta de su cubierto pie fuera motivación suficiente para que el suelo expulsase aquella aberración. Y, tras ello, el resto de la extremidad; y una cabeza; y un torso; y unas piernas. Las almas de los difuntos comenzaron a rodearle, soltando un aliento frío que iba a chocar contra su piel para que fuera consciente de sus presencias. Y, sin embargo, no pudieron detenerle, tampoco tocarle, pues ahora él se hallaba protegido de los muertos por una coraza de la que ni él conocía la procedencia. Allí se quedaron, como un macabro cortejo, cuando el varón se detuvo frente a la fémina y la agarró de ambos hombros.
- Malkea soy yo, imbécil. – le gruñó, abrazando ahora lo que antes rechazaba. Era su identidad frente a los espíritus y entonces lo defendería. Entonces; dos instantes después quizás se volvería a negar – No hay comprensión para lo que no se conoce. Yo no te conozco, tú no me comprendes. – se negó a que nadie, ni siquiera ella, supiera de sus secretos, que eran muchos y que estaban bien escondidos dentro de su carcomida alma.
Y entonces, algo ocurrió que hizo que la soltara repentinamente. Las ánimas se alteraron, susurraron y variaron su saturación para no ser percibidas por ojos inexpertos. Un fulgor irrumpió entre la penumbra de la reciente noche y pretendió romper la blanquecina luz de la luna con un hiriente tono ámbar que le ofendió por dos instantes. La entrometida luminosidad guió a sus ojos hasta un origen bamboleante y que se acercaba lentamente hacia su postura, un farol que se aproximaba amenazantemente. Los gritos, el leve altercado, eso debió ser lo que alertó al guarda de una presencia extraña e intrusa. De pronto, Deimos se asustó, algo que hizo que se agitara de tal manera que no pudo reaccionar racionalmente, aunque aquello tampoco era algo extraño en su forma de proceder. Extendió su brazo a la derecha y pronunció dos sílabas, la primera glotal sorda y la siguiente una velar exagerada, que no podrían ser comprendidas por ningún mortal en París. En ese instante, cualquier ánima que quedase en aquel lateral, salió partió forzado al olvido en la oscuridad y varias lápidas explotaron en mil pedazos, formando agujas de piedra que dieron paso a una densa capa de polvo que nubló el trayecto del celador. El gascón no desaprovechó el momento y clavó sus pupilas en la mujer, escupiendo tan sólo con su mirada.
- Fue tu culpa. – le recriminó por haberse presentado en su camino y llamar su atención, cuando él debiera haber llegado, desenterrado su botín y marcharse sin que nadie hubiera notado su presencia. Sus planes debían ser aplazados. Lo que había pasado a primar era la huida y eso fue lo que hizo a continuación. Se giró y dejó a la mujer por su entera cuenta, desviándose por el lugar contrario al que el vigilante había llegado, queriendo esfumarse, llegar a su residencia y maldecir a aquella ingrata por su osadía. Las ánimas le siguieron, aunque todas y cada una de ellas eran conscientes de que el terreno santo las ataba reclamándolas. Desde su muerte y hasta que fuesen liberadas.
Comenzó a andar lentamente y, a cada paso que dio, una mano vaporosa surgió de la tierra, como si la planta de su cubierto pie fuera motivación suficiente para que el suelo expulsase aquella aberración. Y, tras ello, el resto de la extremidad; y una cabeza; y un torso; y unas piernas. Las almas de los difuntos comenzaron a rodearle, soltando un aliento frío que iba a chocar contra su piel para que fuera consciente de sus presencias. Y, sin embargo, no pudieron detenerle, tampoco tocarle, pues ahora él se hallaba protegido de los muertos por una coraza de la que ni él conocía la procedencia. Allí se quedaron, como un macabro cortejo, cuando el varón se detuvo frente a la fémina y la agarró de ambos hombros.
- Malkea soy yo, imbécil. – le gruñó, abrazando ahora lo que antes rechazaba. Era su identidad frente a los espíritus y entonces lo defendería. Entonces; dos instantes después quizás se volvería a negar – No hay comprensión para lo que no se conoce. Yo no te conozco, tú no me comprendes. – se negó a que nadie, ni siquiera ella, supiera de sus secretos, que eran muchos y que estaban bien escondidos dentro de su carcomida alma.
Y entonces, algo ocurrió que hizo que la soltara repentinamente. Las ánimas se alteraron, susurraron y variaron su saturación para no ser percibidas por ojos inexpertos. Un fulgor irrumpió entre la penumbra de la reciente noche y pretendió romper la blanquecina luz de la luna con un hiriente tono ámbar que le ofendió por dos instantes. La entrometida luminosidad guió a sus ojos hasta un origen bamboleante y que se acercaba lentamente hacia su postura, un farol que se aproximaba amenazantemente. Los gritos, el leve altercado, eso debió ser lo que alertó al guarda de una presencia extraña e intrusa. De pronto, Deimos se asustó, algo que hizo que se agitara de tal manera que no pudo reaccionar racionalmente, aunque aquello tampoco era algo extraño en su forma de proceder. Extendió su brazo a la derecha y pronunció dos sílabas, la primera glotal sorda y la siguiente una velar exagerada, que no podrían ser comprendidas por ningún mortal en París. En ese instante, cualquier ánima que quedase en aquel lateral, salió partió forzado al olvido en la oscuridad y varias lápidas explotaron en mil pedazos, formando agujas de piedra que dieron paso a una densa capa de polvo que nubló el trayecto del celador. El gascón no desaprovechó el momento y clavó sus pupilas en la mujer, escupiendo tan sólo con su mirada.
- Fue tu culpa. – le recriminó por haberse presentado en su camino y llamar su atención, cuando él debiera haber llegado, desenterrado su botín y marcharse sin que nadie hubiera notado su presencia. Sus planes debían ser aplazados. Lo que había pasado a primar era la huida y eso fue lo que hizo a continuación. Se giró y dejó a la mujer por su entera cuenta, desviándose por el lugar contrario al que el vigilante había llegado, queriendo esfumarse, llegar a su residencia y maldecir a aquella ingrata por su osadía. Las ánimas le siguieron, aunque todas y cada una de ellas eran conscientes de que el terreno santo las ataba reclamándolas. Desde su muerte y hasta que fuesen liberadas.
Malkea Ruokh- Hechicero Clase Alta
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Re: kjlgjkll - Cementerio de la Magdalena (Deimos Halkias & Malena Schreiber)
"I am very interested and fascinated by how everyone loves each other, but no one really likes each other." - The Perks of Being a Wallflower
-Idiota que Eres. ERES UN IDIOTA!
Por si no lo había comprendido de una forma, por las dudas también se lo dijo a la inversa. Ella no comprendía el mundo que le era ajeno al propio porque sus asuntos eran los únicos que podían tener lugar en su mente, o los pocos que ella le permitía admirar pero ahora que no estaba ¿Se animaría a extender su mundo? ¿Acaso iba a darse el lujo de ser sumisa? No, comprender le quitaba la esencia, la interpretación de lo abstracto que no buscaba ser interpretado pero que impactaba por su propia confusión. El artista pinta lo que sus ojos ven y lo expone en galerías para que el mundo contemple su espíritu, no para que comprendan a su ser. Malena e incluso aquel ser frente a ella eran cuadros borroneados y vueltos a pintar sobre un lienzo ya existente, entrecruzando trazos de vida e historias llevando a cabos inconclusos que nadie salvo el autor comprendería. Darle significado era incluso insultarlo, buscarle un sentido para el cual no fue pintado. Admira la obra Malena, esto es lo que cree para ti ¿Quién eres? ¿Me estás pidiendo que te diga qué creo que soy? Eres una idiota, me ves como tú quieres verme, como una puta definición. Crees que soy inmadura, impulsiva, demente, irracional. Qué simple es ser tú! Silencio Malena, tu rebeldía no es más que hambruna de vagabundo ¿Qué quieres decir? Solo puedes empeorar.
Su sonrisa cínica aparecía con una malicia innata en la retina ambigua de la bruja, podía observarla a la distancia, quizá demasiado escasa o era su vista fina la que se encargaba de buscar el mártir de su existir. Basta, no podría sublevarse contra ella de por vida y era allí cuando su independencia se ligaba exclusivamente a sí misma. Sus músculos bañados por la adrenalina incipiente por su discusión obligaron a que la fisionomía de sus músculos se remarcara sobre su piel dándole una imagen de cuerpo sofisticado y exquisito. Realmente no lo era, la furia que estremecía a sus venas y su respiración agitada creaba una ilusión, volviendo a trazar líneas nuevas sobre un lienzo ya marchito. Sus dedos se quebraron sobre su propio eje semejante a garras arpías al aire desnudo, atestiguando lo que su quijada presionaba a sazón de su cráneo. Esa voz era su salvación y perdición. No podría depender de ella para poder ignorarla, pero a la vez eso era lo que estaba logrando en ese momento ¿Tenía miedo por ello? No, yo puedo sola.
-No quiero comprenderte, no me importa comprenderte porque eres incomprensible y ese es tu sentido. Ni yo la comprendo y quieres que me concentre en ti.
La ironía encubierta por la más pura verdad se cruzó en sus ojos cuando lo observó, ni siquiera se percató de que alguien más estaba adentrándose en el baile de las almas donde ellos marcaban el compás. No hubo agitación en sus movimientos enlentecidos como preludio al teorema central de la obra cuando el polvo que él había provocado inundó el terreno, apenas contrastando contra la negrura que pintaba el escenario donde se encontraban dispuestos. ¿Culpa? Podía sentir como la voz de ella provenía a distintas direcciones, posiblemente estuviera caminando de uno al otro lado de la vieja verja cual cazador acorralando e intimidando. Habla por ti ¿Crees que iba a hacerlo por vos? No hablo tu idioma.
-Tu culpa Malkea. Tuya, tuya y tuya por haberme intentado comprender.
Las palabras se vomitaban una tras otra en una verborragia demasiado exaltada teñida por la rabia que estremecía a su cuerpo. No podía concentrarse en nada porque estaba demasiado pendiente de demostrarle una y otra vez a ella que en ese momento, hablaba en su propio lenguaje. Y él, enojado consigo mismo ¿Qué mierda le pasaba? Tampoco quería saberlo pero era un…MALDITO. Solo pudo ver su espalda retrocediendo cuando una joroba de adentró a sus cercanías. Ruido de algo rasgando el suelo, posiblemente era rengo o llevase un bastón. Malena se separó de la roca que la soportaba para ir a su encuentro en la pista de baile, quien osara a obligarla a salir o incluso violarla iba a pagar por sus propios pecados. No era justiciera, sino demasiado orgullosa.
-Huyes, siempre escapando Malkea. Enfréntate.
Su tonalidad escondía la burla, pero su sentimiento era tan transparente como su piel tras un duro invierno azotado por la nieve. Ella estaba hablando porque Malena jamás hubiera sido tan clara, pero ¿Cómo había hecho? Déjame en paz! Es demasiado tarde, siempre lo ha sido y siempre lo será. La joven ignoró las palabras que le siguieron a esas cuando el retumbe del viejo vigilia se acercaba a ella, frágil sí, pero demasiado letal para ser un costal de huesos. Los prejuicios eran la base de su poder y no dudo en cuanto los separó unos pocos metros. Sin dar pie a que terminara de elevarse la cortina de humo su mano se aferró a una roca afilada que estaba reposando en una oquedad de la que utilizaba de asiento. La duda era de los débiles, la avaricia alimentaba su sed animal e irracional sacando lo peor, o lo que para ellas era lo mejor de cada uno. Sus pasos firmes empuñando la roca hasta que pudo distinguirlo finalmente, con un golpe seco y antes de que el hombre pudiera reaccionar la piedra corto piel y músculo, adentrándose como roca en un río escarlata que comenzó a fluir por fuera de su caudal habitual. El hombre cayó de bruces frente a ella sin que un grito de asombro, dolor o espanto emergiera de entre sus tajados labios. Podría tratarse de una demostración de respeto y poderío, pero Malena se sentía exacerbada por lo que había hecho, casi con la felicidad de un ignorante queriéndole demostrar su independencia. Pero pronto volvió a la realidad, observando su mano decorada por finas líneas de sangre y aquel ser inválido inerte en el suelo, todavía robando vida. Él había comenzado y él lo iba a terminar.
-Hueles a putas y alcohol ¿Nos vas a seguir robando nuestros premios? Hazlo.
El imperativo fue suficiente para que el joven comprendiera que era su turno. Es fácil huir, no es sencilla la consciencia condecorando tu espalda. Cada uno se forja sus propias cadenas, la cuestión es si luego podrán cargarlas por toda la eternidad, y es allí donde las ataduras marcarán tu destino: O las llevas con orgullo, o pereces en el camino.
Malena Schreiber- Hechicero Clase Baja
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Re: kjlgjkll - Cementerio de la Magdalena (Deimos Halkias & Malena Schreiber)
Que gritase. Que le insultase. Que le maldijese si se atrevía a ello. No le importaba nada que tuviera que ver con aquella mujer que había torcido sus planes. Y, sin embargo, el clamar que no le importaba, el querer que así fuese, ya era motivo suficiente como para afirmar que, pese a lo que dijese, sí le importaba. Se trataba de una ironía, pero, ¿no era de eso de lo que se construía el mundo? Y él era el más fiel hijo del mundo, de la existencia, una aberración criada por lo que éste le había enseñado, no sólo era el bastardo de su padre, sino que también era el bastardo de aquel todo. Por eso había recibido esa rabia contra su creador, por eso se le había convertido en un parricida, no buscando la destrucción de la humanidad por considerar a ésta tan sumamente inferior que ni la bendición de la erradicación debía de serles concedida. No; sufrirían, sufrirían día a día las penurias de aquella realidad hasta que les llegase su hora y él ni siquiera tenía que mover un dedo para propiciarlo: las personas se bastaban por sí solas para torturarse entre ellas. Él sólo tenía que sentarse, disfrutar y recoger los frutos de la cosecha.
¿Quería comprender a aquella mujer? No, él no; su cerebro sí. Quería desentrañarla, conocerla, indagar sobre ella, llegar hasta el fondo de su locura, encontrar orden en un caos que siempre fue y siempre sería. Quería ver dentro de ella, entender sus secretos, sus misterios. Quería romper su cráneo para leer su cerebro, abrirla en canal para buscar su desorden en sus entrañas. La quería a ella, sólo para él. Y se excitó con la mera idea de intentarlo. Eso fue lo que le hizo frenarse en seco.
Al principio se asustó. Luego, del miedo sólo quedó el asombro y una torcida sonrisa se formó en sus labios sin que tan siquiera hubiera indicio alguno de su procedencia. Sonrisa que se volvió en carcajada. ¿Poseerla? No, sería una manera demasiado simple de volverse obsesivo. Era hombre, pero no tan estúpido. Por algo usaba cadáveres para calmar sus bajos instintos, para evitar vínculos afectivos, para rechazar debilidades innecesarias, por no hablar de que un muerto, sigue siendo un muerto y rara vez llega a quejarse. Aquella reacción había sido culpa del cuerpo de Deimos, no del alma de Aurélien. ¿Y Malkea? No tenía ni idea, al fin y al cabo, ¿qué importaba? Al fin y al cabo, ¿quién era Malkea Ruokh? ¿Todo? O quizás nada.
Volvió sobre sus pasos, más siguiendo impulsos de su envenenada mente que motivado por un deseo concreto. Y justo fue en ese momento en el que un sordo sonido indicó la contusión que precedió a que la figura del celador cayera inerte hasta chocarse contra el suelo. En vida había servido para propiciar su huida; ahora ni para guiñapo decente valía. Pero no, aún no estaba muerto. El nigromante no vislumbró ningún alma errante surgiendo del cuerpo ni tampoco la ruptura en el Velo que precedía a que un ánima fuera arrastrada humillantemente para regresar al otro mundo. Por el contrario pudo percibir energía latiendo en él. Aún vivía, ¿no era momento de hacerle pagar? No; sí; quizás. Se frenó junto a él para pensar, aunque acabó optando por hablar.
- Quisiera acabar contigo aquí mismo; pero eso sería demasiado fácil. – se agachó hasta quedarse de cuclillas, apenas a unos centímetros de rozarle – No. Quiero oírte gritar; quiero que supliques clemencia; quiero que creas en una piedad que vosotros habéis borrado de mí. – y, de pronto, sonrió. Todo cobró sentido sin que nada lo tuviera en realidad - ¡Es cierto! ¡Cierto, cierto! No ha sido un evento casual. El mundo busca perdón y te entrega a mí para que aplaque mi sed de venganza. Pero no, jamás será así. Soy insaciable, jamás podré satisfacer esa necesidad; siempre necesitaré más. – llevó su mano a acariciar la mejilla teñida de la sangre que aún surgía de su lesión – Y tú serás el primero que sufra sólo por inmaculada lujuria. – porque para él algo era inmaculado, no cuando se trataba de algo benigno, sino cuando era puro y visceral.
Quizás sería el primero, quizás no. Quizás sería el último, quizás no. ¿Aún alguien podría esperar que algo tuviera relevancia a parte del más inmediato presente, ese mismo que desaparece en el momento en el que es pensado? Así mismo era él esa noche: volátil, demente. Y todo era culpa de ella, estaba seguro. ¿Debía agradecérselo? ¿O quizás debía odiarla? Nada, cuestiones intrascendentales.
- Nos vamos, Aeshana. – por alguna razón, o por la falta de la misma, comprendía que necesitaba que ella estuviera a su lado para mantener ese estado que desafiaba todo juicio. Y ni iba a permitir escapar su premio, ni iba a permitir que ella le abandonara; no entonces - ¿Dónde nos vamos? Nos vamos a…
- Amuot Bayta. – le interrumpió un miembro del séquito de difuntos, palabras que explicó otro – La Casa de los Muertos. – y el brujo ejecutó una torcida mueca similar a una sonrisa por el nuevo nombre de su hogar mientras los espíritus procedían a levantar entre ellos el cuerpo, por mucho que su recorrido no fuera a prolongarse más que hasta el linde del camposanto.
- ¿No vienes, Aeshana? – no pretendía ofenderla con aquel nombre, pero si él debía aceptar Malkea Ruokh, ella no tenía más remedio que reconocer el suyo – Aún quedan muchas horas de noche. Su cuerpo no es suficiente para ambos; por eso bramará más si somos dos. Bramará como un buey. – y no dijo más, sólo empezó a andar.
¿Quería comprender a aquella mujer? No, él no; su cerebro sí. Quería desentrañarla, conocerla, indagar sobre ella, llegar hasta el fondo de su locura, encontrar orden en un caos que siempre fue y siempre sería. Quería ver dentro de ella, entender sus secretos, sus misterios. Quería romper su cráneo para leer su cerebro, abrirla en canal para buscar su desorden en sus entrañas. La quería a ella, sólo para él. Y se excitó con la mera idea de intentarlo. Eso fue lo que le hizo frenarse en seco.
Al principio se asustó. Luego, del miedo sólo quedó el asombro y una torcida sonrisa se formó en sus labios sin que tan siquiera hubiera indicio alguno de su procedencia. Sonrisa que se volvió en carcajada. ¿Poseerla? No, sería una manera demasiado simple de volverse obsesivo. Era hombre, pero no tan estúpido. Por algo usaba cadáveres para calmar sus bajos instintos, para evitar vínculos afectivos, para rechazar debilidades innecesarias, por no hablar de que un muerto, sigue siendo un muerto y rara vez llega a quejarse. Aquella reacción había sido culpa del cuerpo de Deimos, no del alma de Aurélien. ¿Y Malkea? No tenía ni idea, al fin y al cabo, ¿qué importaba? Al fin y al cabo, ¿quién era Malkea Ruokh? ¿Todo? O quizás nada.
Volvió sobre sus pasos, más siguiendo impulsos de su envenenada mente que motivado por un deseo concreto. Y justo fue en ese momento en el que un sordo sonido indicó la contusión que precedió a que la figura del celador cayera inerte hasta chocarse contra el suelo. En vida había servido para propiciar su huida; ahora ni para guiñapo decente valía. Pero no, aún no estaba muerto. El nigromante no vislumbró ningún alma errante surgiendo del cuerpo ni tampoco la ruptura en el Velo que precedía a que un ánima fuera arrastrada humillantemente para regresar al otro mundo. Por el contrario pudo percibir energía latiendo en él. Aún vivía, ¿no era momento de hacerle pagar? No; sí; quizás. Se frenó junto a él para pensar, aunque acabó optando por hablar.
- Quisiera acabar contigo aquí mismo; pero eso sería demasiado fácil. – se agachó hasta quedarse de cuclillas, apenas a unos centímetros de rozarle – No. Quiero oírte gritar; quiero que supliques clemencia; quiero que creas en una piedad que vosotros habéis borrado de mí. – y, de pronto, sonrió. Todo cobró sentido sin que nada lo tuviera en realidad - ¡Es cierto! ¡Cierto, cierto! No ha sido un evento casual. El mundo busca perdón y te entrega a mí para que aplaque mi sed de venganza. Pero no, jamás será así. Soy insaciable, jamás podré satisfacer esa necesidad; siempre necesitaré más. – llevó su mano a acariciar la mejilla teñida de la sangre que aún surgía de su lesión – Y tú serás el primero que sufra sólo por inmaculada lujuria. – porque para él algo era inmaculado, no cuando se trataba de algo benigno, sino cuando era puro y visceral.
Quizás sería el primero, quizás no. Quizás sería el último, quizás no. ¿Aún alguien podría esperar que algo tuviera relevancia a parte del más inmediato presente, ese mismo que desaparece en el momento en el que es pensado? Así mismo era él esa noche: volátil, demente. Y todo era culpa de ella, estaba seguro. ¿Debía agradecérselo? ¿O quizás debía odiarla? Nada, cuestiones intrascendentales.
- Nos vamos, Aeshana. – por alguna razón, o por la falta de la misma, comprendía que necesitaba que ella estuviera a su lado para mantener ese estado que desafiaba todo juicio. Y ni iba a permitir escapar su premio, ni iba a permitir que ella le abandonara; no entonces - ¿Dónde nos vamos? Nos vamos a…
- Amuot Bayta. – le interrumpió un miembro del séquito de difuntos, palabras que explicó otro – La Casa de los Muertos. – y el brujo ejecutó una torcida mueca similar a una sonrisa por el nuevo nombre de su hogar mientras los espíritus procedían a levantar entre ellos el cuerpo, por mucho que su recorrido no fuera a prolongarse más que hasta el linde del camposanto.
- ¿No vienes, Aeshana? – no pretendía ofenderla con aquel nombre, pero si él debía aceptar Malkea Ruokh, ella no tenía más remedio que reconocer el suyo – Aún quedan muchas horas de noche. Su cuerpo no es suficiente para ambos; por eso bramará más si somos dos. Bramará como un buey. – y no dijo más, sólo empezó a andar.
Malkea Ruokh- Hechicero Clase Alta
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Re: kjlgjkll - Cementerio de la Magdalena (Deimos Halkias & Malena Schreiber)
Let bygones be bygones
Nadie busca el perdón, porque nadie lo merece. Cada uno es víctima de sus actos e impulsos ¿Arrepentirse por ser uno mismo, o intentar serlo? Son tan ignorantes del mundo que no pueden comprender algo tan simple como su propia insignificancia, sin embargo la bruja poseía una perspectiva clara de la vida que solo le permitía contemplar como el desconocimiento hacía feliz al mundo, mientras ella la obligaba a ver.
Vomitas falacias, querida Malena.
El manto de oscuridad obliga a que sus pupilas se dilaten para absorber cualquier trazo de luz de las cercanías, disminuyendo las ambivalencias de sus ojos que la buscaban con pericia, sigilosos como un cazador, pero con un temor latente desde el momento en que la abandonó al entrar a aquel cementerio. Lo cierto era que estaba más segura encadenada que libre, CARAJO! ¿Qué ocurre Malena? ¿Pensabas que eligiendo no sufrir escondiéndote de mí ibas a ser feliz? No es tu naturaleza, lo que haces simplemente lo empeora. No puedes abolirme. Podía sentir como su piel se erizada, sus músculos se tensaban entre sí respondiendo a un impulso que se expandía por su cuerpo. Debía contenerse frente a esa sonrisa cínica que se escondía detrás de sus párpados una y otra vez. No puede entrar, no está aquí, no estás aquí ¿Dónde estoy entonces? Estaba allí. Mierda, conocía demasiado bien al demonio porque vivía con el día a día. El diablo era cualquier cosa que pudiera distraerte y era ella quien disfrazaba su verdad de mentira para presentarla al mundo y reír de su causa.
Alguien habla cuando quedan sumidas en silencio y no bastó siquiera minuto para encontrarlo allí. El olor sulfúrico comenzaba a impregnarse en su garganta a medida que inhalaba por medio de su nariz respingada como quien disfruta de un vino de buena cepa. Sus rasgos felinos antes tensos, con sus dientes desnudos en un intento de amenazarla ahora la dejaban inexpresiva, observando a su acompañante expectante por su maniobrar. Nada tenía sentido pero era de eso justamente de lo que se trataba. Aceptar sin buscar el por qué, jamás aceptó nada porque ella era quien decidía pero por primera vez, Malena iba a dar sola ese paso e iba a acceder a él. Solamente existen dos cosas. La mentira y la verdad. La verdad es indivisible por lo tanto no se la puede reconocer. Cualquiera que te diga que lo ha hecho, debe de ser una mentira.
Ella la admira desde la lejanía, transformando su ansiedad por el reencuentro en un tortuoso camino en el que la haría darse cuenta de que ella mandaba e impondría su propia verdad. Carajo, NO. Malena no estaba sola, estaba con Aeshana y podría sobrevivir tal y como estaba, no iba a retroceder. Sus músculos tensos enclavan su peso a modo de ancla contra la tierra mezclada con restos humanos, de flores y plantas, y penas. No iba a continuar hacia ella, el maldito chico surtía un efecto liberador pero que a la vez la hizo enfrentarse a una verdad demasiado simple. En la guerra entre tu y el mundo, dale la espalda al mundo. Pero no podría hacerlo sola. Los ojos del brujo la penetraban con la mirada en lo que su cuerpo se desvaneció de cualquier impulso, el viento envolvió su cabello despejando su rostro para que ambas criaturas contemplaran cuanta necesidad sentía la una por la otra sin animarse a admitirlo porque en ese preciso momento cayeron en la cuenta de quienes realmente eran, cuando eran insoportablemente infelices.
-¿A dónde? Prefiero hacia lo que esté bien, en vez de lo que es aceptable.
¿Bien para quién? Para ellos. Ese lapso en el cual su ser se reflejó en el otro los obligó a recaer en que ambos eran hijos de la perdición, y mientras él buscaba su venganza, ella buscaba su exilio. La sarna iluminó su rostro arrastrando tras de sí cualquier rasgo angelical, más ahora que el viento hacía hondar su vestido peinando su cabello de manera celestial.
-Nunca dudes de la culpa.
Sentenció a modo de aceptación de lo que acababan de hacer, mientras sus pasos poco equilibrados la pusieron a la altura del andar del joven. Su rostro empalidece abruptamente mientras su sangre hierve al verla tras la reja a la que se acercaban.
-CARAJO, NO!
La voz ronca fue arrancada de lo más profundo de sus fauces. Reflejos, tensión, su cuerpo se oculta detrás del de él para usarlo de escudo. No podía abandonar a Aeshana y ella estaba allí, preparada para asesinarla. La respiración agitada desenfrenaba sus pulmones contra sus costillas mientras la humedad alcanzaba sus lagrimales en forma de pánico.
-No puedo ir si ella está allí. Matará a Aeshana ¿Qué no lo ves?
Estaba furiosa con él, la rabia centellaba en su mirada escapando por el aire cálido entre sus dientes. Ella reía rasgando sus tímpanos mientras su manos desesperadas buscaban acallarla luchando contra el pelo jugando en el viento presionándolo contra los costados de su rostro.
-Déjalos bramar.
Era su lucha interna, sus manos se relajaron pero todavía sostenían erizado su cabello castaño entrelazado entre sus finos dedos, su pecho seguía desbocado y su rostro desencontrado consigo mismo. Pánico, determinación, miedo de que él se vaya, de que ella la encuentre. Eran demasiadas emociones y no estaba acostumbrada a eso.
Malena Schreiber- Hechicero Clase Baja
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Re: kjlgjkll - Cementerio de la Magdalena (Deimos Halkias & Malena Schreiber)
¿Quién era aquella que se presentaba esa noche ante él? Esa era la pregunta que llegaba a su cabeza una y otra vez y que, una y otra vez, lograba ahuyentar con relativo, aunque no definitivo, éxito. ¿Era una o eran varios? ¿Decenas o quizás miles? Quizás fueran todos ellos y ninguno a la vez. ¿Qué importaba? Nuevamente, ¿qué importaba? Y, sin embargo, seguía teniendo la necesidad de entenderla, de llegar a vislumbrar ese misterio porque, a causa de ese desconcierto, perdía el ritmo de su propio camino. Pero se equivocaba en formas y, poco a poco, lo iba aceptando. ¿Cómo se puede comprender la oscuridad? No es a través de la mirada, pues ésta no está preparada para entenderla y la luz sólo haría que destruirla, transformarla hasta dar por muerta su esencia. No, sólo había una manera de llegar a la locura, comprender su funcionamiento, y ésta era precisamente abrazarla. Sí, volverse loco, tan loco o más que ella. ¿Acaso no lo estaba ya? Sí y no; demente, pero a su manera. ¿Qué importaba ahora si eran miles o una? ¿Qué importaba si obraba correctamente? ¿Quería obrar correcto siquiera? No.
- ¡Bien! – repitió él mofándose de aquella mera ocurrencia - ¡Bien! ¡Bien! ¡Aeshana, no finjas ingenuidad! No hay bien que exista; tan sólo existen cosas que existen y cosas que no. Hagamos lo que hagamos, vayamos a donde vayamos estará bien y estará mal y, a su vez, no será ninguna de las dos cosas. – aquel palabrerío descontrolado podría parecer carente de razón, pero era aquella carencia de sentido la que le otorgaba una verdad más profunda, más visceral, más pura, que quizás guardase un fundamento, pero que sería destruido en el preciso momento que alguien intentase alcanzarlo. Fe, que no dogma, credulidad pura y carente de doctrina. Y, precisamente fue esa revelación la que le entusiasmó tanto que no pudo esperar a llegar a su residencia, a esa Amuot Bayta para cumplir su pequeña y anodina venganza.
Ordenó a la procesión de muertos parar y dejar al cuerpo yacer sobre una lápida cuya inscripción ni se tomó la molestia de leer, para agacharse y recoger un pedrusco del suelo con el que pretendió golpear, sin precaución alguna, el brazo, el torso o el rostro de aquel desgraciado que ni pena ni culpa parecía tener pero que, a sus ojos, había perdido todo atisbo de inocencia. Sin embargo detuvo en seco su movimiento ascendente y abrió el puño para soltar la roca y agacharse a buscar una más pequeña, de borde afilado, que acercó al antebrazo del susodicho, rasgando su piel con firmeza. Así estaba mejor. El líquido rojizo comenzó a embadurnar la pétrea superficie a medida que sus labios se torcían en una execrable sonrisa. Luego untó dos dedos en la sangre y la contempló esparcirse lentamente por el resto de su mano, ensimismado por aquel milagro. Lo que no podía discernir era si el milagro de la vida, el de la muerte o la sucesión de ambos, pues el uno sólo era la contraposición al otro, gemelos antagonistas, pero idénticos de igual modo.
- ¿Matar a Aeshana? – volvió a reír – No puede matar a Aeshana; Aeshana siempre estará, ¡siempre! ¡Siempre estará ahí! – la golpeó en el pecho, empujándola, para marcarle dónde quedaría la loca - ¿Me escuchas? ¡Siempre! Ella, tú, él, ¡cualquiera! Todos sois tú, ¡abrázalos o moriréis todos! Deja de creer en fábulas, ¿o eres otra de esas mojigatas que alaban a algún dios? – su tono se tornó en burla – Ella no te matará; tú no la matarás. Ni la muerte os librará de vuestra compañía. – y aquello le sonó tan horrible que se pasó la lengua por el labio, como si estuviera saboreando el bocado de un manjar exquisito – Ahora, ¿dónde estábamos?
El nigromante se acercó a la herida del cráneo del hombre, dejando a la mujer con sus patéticos miedos y pronunciando una única palabra para sanar la contusión del varón que, poco a poco, pareció recuperar sus signos vitales. Malkea Ruokh miró a su derredor y se acercó a unas briznas de hierba que crecían en las cercanías, cortándolas y entrelazándolas sin justificación alguna entre sus dedos, al menos hasta que estas comenzaron a cambiar su forma y textura y pasaron a configurar unas firmes sogas que terminó por atar a las cuatro extremidades del hombre antes de que él recuperase la consciencia; y, después, dejó los otros extremos en el suelo para que fuera la tierra misma quien los engullese e impidiese al desgraciado escapar de él; de ellos; de todo.
- Deja los lloriqueos y el regocijo en tu pena y haz que grite; - señaló a la víctima - está a punto de despertar.
- ¡Bien! – repitió él mofándose de aquella mera ocurrencia - ¡Bien! ¡Bien! ¡Aeshana, no finjas ingenuidad! No hay bien que exista; tan sólo existen cosas que existen y cosas que no. Hagamos lo que hagamos, vayamos a donde vayamos estará bien y estará mal y, a su vez, no será ninguna de las dos cosas. – aquel palabrerío descontrolado podría parecer carente de razón, pero era aquella carencia de sentido la que le otorgaba una verdad más profunda, más visceral, más pura, que quizás guardase un fundamento, pero que sería destruido en el preciso momento que alguien intentase alcanzarlo. Fe, que no dogma, credulidad pura y carente de doctrina. Y, precisamente fue esa revelación la que le entusiasmó tanto que no pudo esperar a llegar a su residencia, a esa Amuot Bayta para cumplir su pequeña y anodina venganza.
Ordenó a la procesión de muertos parar y dejar al cuerpo yacer sobre una lápida cuya inscripción ni se tomó la molestia de leer, para agacharse y recoger un pedrusco del suelo con el que pretendió golpear, sin precaución alguna, el brazo, el torso o el rostro de aquel desgraciado que ni pena ni culpa parecía tener pero que, a sus ojos, había perdido todo atisbo de inocencia. Sin embargo detuvo en seco su movimiento ascendente y abrió el puño para soltar la roca y agacharse a buscar una más pequeña, de borde afilado, que acercó al antebrazo del susodicho, rasgando su piel con firmeza. Así estaba mejor. El líquido rojizo comenzó a embadurnar la pétrea superficie a medida que sus labios se torcían en una execrable sonrisa. Luego untó dos dedos en la sangre y la contempló esparcirse lentamente por el resto de su mano, ensimismado por aquel milagro. Lo que no podía discernir era si el milagro de la vida, el de la muerte o la sucesión de ambos, pues el uno sólo era la contraposición al otro, gemelos antagonistas, pero idénticos de igual modo.
- ¿Matar a Aeshana? – volvió a reír – No puede matar a Aeshana; Aeshana siempre estará, ¡siempre! ¡Siempre estará ahí! – la golpeó en el pecho, empujándola, para marcarle dónde quedaría la loca - ¿Me escuchas? ¡Siempre! Ella, tú, él, ¡cualquiera! Todos sois tú, ¡abrázalos o moriréis todos! Deja de creer en fábulas, ¿o eres otra de esas mojigatas que alaban a algún dios? – su tono se tornó en burla – Ella no te matará; tú no la matarás. Ni la muerte os librará de vuestra compañía. – y aquello le sonó tan horrible que se pasó la lengua por el labio, como si estuviera saboreando el bocado de un manjar exquisito – Ahora, ¿dónde estábamos?
El nigromante se acercó a la herida del cráneo del hombre, dejando a la mujer con sus patéticos miedos y pronunciando una única palabra para sanar la contusión del varón que, poco a poco, pareció recuperar sus signos vitales. Malkea Ruokh miró a su derredor y se acercó a unas briznas de hierba que crecían en las cercanías, cortándolas y entrelazándolas sin justificación alguna entre sus dedos, al menos hasta que estas comenzaron a cambiar su forma y textura y pasaron a configurar unas firmes sogas que terminó por atar a las cuatro extremidades del hombre antes de que él recuperase la consciencia; y, después, dejó los otros extremos en el suelo para que fuera la tierra misma quien los engullese e impidiese al desgraciado escapar de él; de ellos; de todo.
- Deja los lloriqueos y el regocijo en tu pena y haz que grite; - señaló a la víctima - está a punto de despertar.
Malkea Ruokh- Hechicero Clase Alta
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Re: kjlgjkll - Cementerio de la Magdalena (Deimos Halkias & Malena Schreiber)
"La esperanza le pertenece a la vida, es la vida misma defendiéndose."
El límite entre el bien y el mal es tan efímero que no fueron pocas las ocasiones en que la grandeza se vio camuflada por la desgracia. Todos son presas de sus actos resaltándolos con orgullo o escondiéndolos por deshonra, pero ¿Cómo podría decirse que esos actos o que incluso las mismas personas eran victimas de la existencia? Todo dura siempre más de lo que debería, hasta el maldito perecer de no saber quien se es ni a donde se va y él lo enfatizaba con una gracia descomunal que le daban ganas a la bruja de desear que el hechicero existiera para poder arrebatarle eso como parte de su venganza ¿A dónde quería ir ahora? La premisa principal en dicho caso no era el lugar, sino si ella iba a ir con el. No era cuestión de la noche oscura que albergaba a los entes entre aquellas criptas, rodeados por un frío gélido y recuerdos de vidas pasadas a los que llamaba fantasmas, sino el hecho de que le estaba pidiendo algo que jamás había hecho, confiar. Pero fue entonces que volvió a hablar sumergiendo el diamante en bruto que acababa de encontrar de nuevo en la vieja mina de carbón al norte de Francia.
¡NO SOY AESHANA!¡NO SOY ELLA! Carajo, solo sé que no soy ella porque ella no es yo. No puedo ser algo que no estoy destinada a ser por el amor de Dios. Dios no te ama, por ende, no serás nada que por bien le venga. Tu Cállate. Si deseas silenciarme, tu deberás hacerlo también ¿Quieres volverme loca? ¿Loca? La ironía derrochada entre sus labios emulaba una sonrisa demasiado cínica como para poder ignorarla, quizá hasta seductora de la propia locura de la bruja. Andábamos sin buscarnos pero sabiendo que andábamos para encontrarnos, Malena.
Su mirada heterocroma lo espió mientras la agitación de su respiración desencajaba sus pulmones de lugar, sus nudillos retorcidos sobre sí mismos enclavando las uñas contra su piel ¿Ella había hablado usando sus propios labios rasgados por sus dientes nerviosos que lo aprisionaban para impedirle emitir sonido? Que les importaba si lo había hecho o no, él vivía en su propia contradicción y ni ella ni Malena querían ser participes. Eran tres almas demasiado errantes como para poder convivir en un mundo ¿Mundo? La desesperación corrió por entre sus venas cuando sus ojos pudieron vislumbrarla en la cercanía del umbral del cementerio ¿Cómo LO HIZO? Ella no estaba allí, no podía hacerlo aunque la ansiedad en su mirada delataba lo que su mente más añoraba, volver a encontrarla antes de que el maldito mago se aprovechara de ella y le diera noción propia. Basta, se acabo. SE ACABO. Esta en tu mente, está en tu mente. Y como un mantra de clérigo, Malena repitió hasta que sus labios se movían a la par de su conciencia buscándolo como calmante a su agonía y allí estaba erguido, disfrutando lascivo de su propio espectáculo del que quería hacerla participe.
El olor a azufre del cuerpo hediondo penetraba por entre su nariz generando una leve picazón en su faringe, bajando hasta su estomago para despertar a sus entrañas una especie de hambre poco humana sino de mente y curiosidad. Había letargo pero calculo en los pasos que la acercaron al hombre tendido frente a si, donde la tierra se teñía de una tonalidad más opaca a causa del liquido escarlata en el cual Malena paso las yemas de sus dedos, trazando figuras abstractas mientras buscaba la mirada perdida del hombre a punto de despertar cuando…allí estaba, el nerviosismo de los parpados preludio del nuevo día, o noche en esta acogedora ocasión. La bruja no podía sonreír, no podía hacer nada porque la libertad la sobrecogía en demasía como para poder comprender su actuar. No quería volverá dejarla entrar, no con el ahí ¿Qué podría hacerle? ¿Qué haría Aeshana? ¿Y sin ella, ahora la bruja era Aeshana? Basta, sé lo que tú quieras ser. No, lo que te permitas ser. No, simplemente se algo, es ahora o nunca. Ahora, e iba a hacer que cada segundo de los 5 que iba a dedicarle a esa presa fácil frente a ella cuente.
-Cada vez iras sintiendo menos y recordando más.
¿El hombre o ella? No podía responderlo, pero Aeshana se ocupo de atarla a su nueva misión cuando sus manos enclavaron sus garras en la escoria de hombría de aquel ser, retorciendo una de sus partes atrofiándola contra su propia circulación hasta que viro a un tono tan negruzco del cual no había retorno. La satisfacción fue su regocijo pero cuando los ojos la atraparon en su acto de picardía infantil, la bruja lo libero dándole una bofetada con la completitud de su palma, obligando al aire que quedo atrapado entre la carne propia y la ajena a escapar como un ruido sordo. Ella al otro lado de la verja estaba pálida mientras Malena se incorporo encaminándose contra el mago con sus yemas todavía frescas de tinta. No habló, solo lo penetró con una mirada fiera, intrépida, quizá asustada, quizá demasiada nueva como para poder ser perturbada entregándole a aquel ser que no conocía el poder de hacer con aquel virginal sentimiento lo que se le antojara. Sus manos sin dejes de duda se alzaron y fue un índice el que se poso en la comisura del joven, trazando el contorno que suponía seria tibio hasta el final de su comisura dándole un color escarlata contrastante contra su propia piel. Lo estaba pintando, firmando la obra que él le había enseñado a hacer. No había gratitud ni asombro, simplemente era ella.
-Algunos dicen que el despertar es la muerte pero eso sería demasiado digno.
Su cuerpo no se movió del frente del brujo, no quería comprenderlo pero le estaba permitiendo encontrarla, y fue en ese preciso momento en el cual el miedo carcomió su mirada enclavada en la opuesta con su dedo todavía descansando en su comisura desde el cual se dibujo un tenue hilo escarlata que untaba la barba precoz del hechicero hasta la mitad de su mentón.
-¿Quién mierda eres y qué me hiciste? ¿A dónde vamos? ¿Por qué siquiera te lo estoy preguntando? ¿Por qué?
¡NO SOY AESHANA!¡NO SOY ELLA! Carajo, solo sé que no soy ella porque ella no es yo. No puedo ser algo que no estoy destinada a ser por el amor de Dios. Dios no te ama, por ende, no serás nada que por bien le venga. Tu Cállate. Si deseas silenciarme, tu deberás hacerlo también ¿Quieres volverme loca? ¿Loca? La ironía derrochada entre sus labios emulaba una sonrisa demasiado cínica como para poder ignorarla, quizá hasta seductora de la propia locura de la bruja. Andábamos sin buscarnos pero sabiendo que andábamos para encontrarnos, Malena.
Su mirada heterocroma lo espió mientras la agitación de su respiración desencajaba sus pulmones de lugar, sus nudillos retorcidos sobre sí mismos enclavando las uñas contra su piel ¿Ella había hablado usando sus propios labios rasgados por sus dientes nerviosos que lo aprisionaban para impedirle emitir sonido? Que les importaba si lo había hecho o no, él vivía en su propia contradicción y ni ella ni Malena querían ser participes. Eran tres almas demasiado errantes como para poder convivir en un mundo ¿Mundo? La desesperación corrió por entre sus venas cuando sus ojos pudieron vislumbrarla en la cercanía del umbral del cementerio ¿Cómo LO HIZO? Ella no estaba allí, no podía hacerlo aunque la ansiedad en su mirada delataba lo que su mente más añoraba, volver a encontrarla antes de que el maldito mago se aprovechara de ella y le diera noción propia. Basta, se acabo. SE ACABO. Esta en tu mente, está en tu mente. Y como un mantra de clérigo, Malena repitió hasta que sus labios se movían a la par de su conciencia buscándolo como calmante a su agonía y allí estaba erguido, disfrutando lascivo de su propio espectáculo del que quería hacerla participe.
El olor a azufre del cuerpo hediondo penetraba por entre su nariz generando una leve picazón en su faringe, bajando hasta su estomago para despertar a sus entrañas una especie de hambre poco humana sino de mente y curiosidad. Había letargo pero calculo en los pasos que la acercaron al hombre tendido frente a si, donde la tierra se teñía de una tonalidad más opaca a causa del liquido escarlata en el cual Malena paso las yemas de sus dedos, trazando figuras abstractas mientras buscaba la mirada perdida del hombre a punto de despertar cuando…allí estaba, el nerviosismo de los parpados preludio del nuevo día, o noche en esta acogedora ocasión. La bruja no podía sonreír, no podía hacer nada porque la libertad la sobrecogía en demasía como para poder comprender su actuar. No quería volverá dejarla entrar, no con el ahí ¿Qué podría hacerle? ¿Qué haría Aeshana? ¿Y sin ella, ahora la bruja era Aeshana? Basta, sé lo que tú quieras ser. No, lo que te permitas ser. No, simplemente se algo, es ahora o nunca. Ahora, e iba a hacer que cada segundo de los 5 que iba a dedicarle a esa presa fácil frente a ella cuente.
-Cada vez iras sintiendo menos y recordando más.
¿El hombre o ella? No podía responderlo, pero Aeshana se ocupo de atarla a su nueva misión cuando sus manos enclavaron sus garras en la escoria de hombría de aquel ser, retorciendo una de sus partes atrofiándola contra su propia circulación hasta que viro a un tono tan negruzco del cual no había retorno. La satisfacción fue su regocijo pero cuando los ojos la atraparon en su acto de picardía infantil, la bruja lo libero dándole una bofetada con la completitud de su palma, obligando al aire que quedo atrapado entre la carne propia y la ajena a escapar como un ruido sordo. Ella al otro lado de la verja estaba pálida mientras Malena se incorporo encaminándose contra el mago con sus yemas todavía frescas de tinta. No habló, solo lo penetró con una mirada fiera, intrépida, quizá asustada, quizá demasiada nueva como para poder ser perturbada entregándole a aquel ser que no conocía el poder de hacer con aquel virginal sentimiento lo que se le antojara. Sus manos sin dejes de duda se alzaron y fue un índice el que se poso en la comisura del joven, trazando el contorno que suponía seria tibio hasta el final de su comisura dándole un color escarlata contrastante contra su propia piel. Lo estaba pintando, firmando la obra que él le había enseñado a hacer. No había gratitud ni asombro, simplemente era ella.
-Algunos dicen que el despertar es la muerte pero eso sería demasiado digno.
Su cuerpo no se movió del frente del brujo, no quería comprenderlo pero le estaba permitiendo encontrarla, y fue en ese preciso momento en el cual el miedo carcomió su mirada enclavada en la opuesta con su dedo todavía descansando en su comisura desde el cual se dibujo un tenue hilo escarlata que untaba la barba precoz del hechicero hasta la mitad de su mentón.
-¿Quién mierda eres y qué me hiciste? ¿A dónde vamos? ¿Por qué siquiera te lo estoy preguntando? ¿Por qué?
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Re: kjlgjkll - Cementerio de la Magdalena (Deimos Halkias & Malena Schreiber)
Aquel territorio era un lugar construido por y para los cadáveres, residuos corpóreos de los difuntos; un suelo mancillado por la presencia de la corrupción, de la falta de vida; un mundo en el que la moral pasaba de limitar la realidad a ser limitada por ésta; un dominio superior; el dominio de la muerte. Y se daba el caso de que aquel, Malkea Ruokh, se constituía, aún sin saber el motivo, como un faro para las ánimas náufragas en un plano que antes era suyo y que, entonces, había pasado a renegar de ellas. Y, sin embargo, no podían alcanzar lo que anhelaban, amparado el fetiche tras una barrera de invulnerabilidad, un secreto tan bien guardado que hasta su benefactor, o víctima, desconocía su origen o razón de ser. ¿Y por qué, si los muertos le adoraban de aquella manera, no dejaba su residencia y pasaba a reclamar la potestad que por derecho le correspondía? ¿Quizás era porque su propia vivienda se había vuelto su camposanto personal o quizás era porque resultaba tan ávido de conocimiento que su única recompensa era la ignorancia y, por lo tanto, no era consciente de la trascendencia de su misión? La verdad se derivaba de que el gascón fuese un hijo del mundo y, pese a ser un versado en la comunicación con la existencia de los espíritus, éste le había enseñado a conocer y no a comprender por simple entendimiento y, por lo tanto, ni siquiera consideraba la posibilidad de que existiese dicha misión.
El brujo percibía con su simple mirada cómo el cuerpo del hombre luchaba contra la inconsciencia que le había ocasionado el golpe de la bruja, una contienda que sólo sería seguida por otra que le enfrentaría a adversarios más peligrosos. Si hubiera sido inteligente hubiera seguido sumido en la somnolencia, pero, para satisfacción del gascón, no era el caso. La mujer, rubia, Aeshana, se acercó al celador respondiendo gratamente a la orden o invitación que él le había presentado y, sin dejar momento a dudas, agarró las gónadas de aquel pobre indefenso y las estrujó ahogándolas, sentenciando al destierro cualquier rasgo de piedad. Una castración, a Deimos le resultó una visión tan sumamente atroz que lograba traducirse en regocijo e, incluso, excitación. La privación de la posesión más preciada para un varón, pero también una mujer fuerte y, aparentemente, sin ataduras o restricciones. Tan sólo lamentaba que la falta de un preludio no engrandeciera aquel gran momento de la noche.
Pero no hubo tiempo para quejas. Aeshana regresó a él, dejando la mutilación desangrándose sobre aquella tumba y sin ser capaz de pronunciar palabra o grito alguno, quizás por la dura impresión, quizás por el desmayo provocado. Aquella fémina no tenía reparos en trasgredir los límites que él imponía sobre su físico, acercándose a él más de lo que él hubiera consentido. Pero no se movió, permaneció de pie, serio, observando la extraña y desequilibrada mirada mientras sus labios se teñían del carmín con el que ella le acicalaba. Su lengua no llegaba a mancharse y, sin embargo, lograba saborear el ferroso gusto del líquido que humedecía su piel, o quizás que se secaba sobre ésta.
– Tú ya has muerto, y, por lo tanto, no sólo has despertado, sino que, además, has logrado estar más viva que los demás – la explicación de sus palabras quedaba más allá de toda posibilidad de cuerda razón.
Y, contra todo pronóstico, el aquitano rompió aún más esa distancia aunque la reducción de la misma se hiciese incómoda para él. ¿Qué era aquello? ¿Un juego, una prueba para sí mismo? Sea como fuere, sonrió, aunque no sólo por ese acto, también por todo lo que había sucedido en los momentos precedentes. Era un exiguo centímetro el que los separaba y él era capaz de sentir cómo el calor que expelían y las auras que ambos portaban se entrelazaban, pretendiendo fusionarse y, a su vez, enfrentándose para evitarlo.
– Ya sabes quién soy; soy Malkea Ruokh, el hombre que no te ha hecho nada, el hombre que sólo te abrió una posibilidad, una posibilidad que tú aceptaste. Yo no tuve que forzarte a nada, fuiste tú, Aeshana, la que te has hecho algo a ti misma. Y me gusta – agregó sólo para darse cuenta de las sílabas que acababa de pronunciar. Llenó sus pulmones de aire logrando que, por el alzamiento del pecho, éste llegase a rozar el contrario, pero sin llegar a inmutarse por ello –. Pero tú sí me has hecho algo, Aeshana – el nigromante se negaba a dejar de utilizar aquel nombre –, ¿qué es lo que me has hecho tú? ¡Contesta! ¿Cómo te has atrevido a hacerlo? – el brujo se había agitado y habría logrado moverse, dejar que sus pies describiesen un trazado convulso sobre la tierra, de no ser por esa fuerza que ahora le anclaba los pies justo frente a los de ella. Por instinto, acercó su rostro, pero se frenó en un último momento, molesto por no saber si estaba jugando con ella o consigo mismo. Desvió su boca de suya, sin tocarla, y clavó sus dientes en su mejilla, no siendo capaz de controlar su fuerza y, por lo tanto, no logrando discernir si el mordisco apenas fue un roce o llegó a marcar también con sangre su impoluta, aunque sucia, piel. Y, entonces, sí fue liberado.
Los espasmos que le invadieron fueron sólo un preludio a la risa ligera, luego sonora carcajada, que le invadía. No era felicidad y, sin embargo, tampoco era hipocresía. No lograba discernir de qué extraño sentimiento se trataba, pero sentía en sus papilas un agridulce sabor, quizás amargo, que se volvía más apetecible que cualquier dulce que pudiera haber probado. No, quizás no cualquier dulce, pero aquel no era momento para abrir heridas del pasado.
- ¿A dónde vamos? ¡¿A dónde vamos?! – repitió casi como si le sonase irónica la pregunta - ¿Pero acaso podemos ir a algún sitio, Aeshana? ¿O acaso podemos decidir nuestro destino? Yo quiero ir a mi casa, guardar ese moribundo y desangrarlo hasta que su alma sea de mi posesión, ¿y tú? ¿A dónde quieres ir tú? – cualquier atisbo de aplacar su sed de venganza para con el mundo desapareció, ahora más interesado, nuevamente, por el misterio que constituía la mujer, que quizás fuese una de las verdades que, instintivamente, mejor comprendía. Quizás, sólo quizás -. Y, Aeshana, tan sólo me preguntas porque me preguntas. Tan sólo me preguntas, no hay razón alguna, ¿o acaso necesitas justificarte? – volvió a burlarse de la posibilidad – No busques excusas; solo haz.
El brujo percibía con su simple mirada cómo el cuerpo del hombre luchaba contra la inconsciencia que le había ocasionado el golpe de la bruja, una contienda que sólo sería seguida por otra que le enfrentaría a adversarios más peligrosos. Si hubiera sido inteligente hubiera seguido sumido en la somnolencia, pero, para satisfacción del gascón, no era el caso. La mujer, rubia, Aeshana, se acercó al celador respondiendo gratamente a la orden o invitación que él le había presentado y, sin dejar momento a dudas, agarró las gónadas de aquel pobre indefenso y las estrujó ahogándolas, sentenciando al destierro cualquier rasgo de piedad. Una castración, a Deimos le resultó una visión tan sumamente atroz que lograba traducirse en regocijo e, incluso, excitación. La privación de la posesión más preciada para un varón, pero también una mujer fuerte y, aparentemente, sin ataduras o restricciones. Tan sólo lamentaba que la falta de un preludio no engrandeciera aquel gran momento de la noche.
Pero no hubo tiempo para quejas. Aeshana regresó a él, dejando la mutilación desangrándose sobre aquella tumba y sin ser capaz de pronunciar palabra o grito alguno, quizás por la dura impresión, quizás por el desmayo provocado. Aquella fémina no tenía reparos en trasgredir los límites que él imponía sobre su físico, acercándose a él más de lo que él hubiera consentido. Pero no se movió, permaneció de pie, serio, observando la extraña y desequilibrada mirada mientras sus labios se teñían del carmín con el que ella le acicalaba. Su lengua no llegaba a mancharse y, sin embargo, lograba saborear el ferroso gusto del líquido que humedecía su piel, o quizás que se secaba sobre ésta.
– Tú ya has muerto, y, por lo tanto, no sólo has despertado, sino que, además, has logrado estar más viva que los demás – la explicación de sus palabras quedaba más allá de toda posibilidad de cuerda razón.
Y, contra todo pronóstico, el aquitano rompió aún más esa distancia aunque la reducción de la misma se hiciese incómoda para él. ¿Qué era aquello? ¿Un juego, una prueba para sí mismo? Sea como fuere, sonrió, aunque no sólo por ese acto, también por todo lo que había sucedido en los momentos precedentes. Era un exiguo centímetro el que los separaba y él era capaz de sentir cómo el calor que expelían y las auras que ambos portaban se entrelazaban, pretendiendo fusionarse y, a su vez, enfrentándose para evitarlo.
– Ya sabes quién soy; soy Malkea Ruokh, el hombre que no te ha hecho nada, el hombre que sólo te abrió una posibilidad, una posibilidad que tú aceptaste. Yo no tuve que forzarte a nada, fuiste tú, Aeshana, la que te has hecho algo a ti misma. Y me gusta – agregó sólo para darse cuenta de las sílabas que acababa de pronunciar. Llenó sus pulmones de aire logrando que, por el alzamiento del pecho, éste llegase a rozar el contrario, pero sin llegar a inmutarse por ello –. Pero tú sí me has hecho algo, Aeshana – el nigromante se negaba a dejar de utilizar aquel nombre –, ¿qué es lo que me has hecho tú? ¡Contesta! ¿Cómo te has atrevido a hacerlo? – el brujo se había agitado y habría logrado moverse, dejar que sus pies describiesen un trazado convulso sobre la tierra, de no ser por esa fuerza que ahora le anclaba los pies justo frente a los de ella. Por instinto, acercó su rostro, pero se frenó en un último momento, molesto por no saber si estaba jugando con ella o consigo mismo. Desvió su boca de suya, sin tocarla, y clavó sus dientes en su mejilla, no siendo capaz de controlar su fuerza y, por lo tanto, no logrando discernir si el mordisco apenas fue un roce o llegó a marcar también con sangre su impoluta, aunque sucia, piel. Y, entonces, sí fue liberado.
Los espasmos que le invadieron fueron sólo un preludio a la risa ligera, luego sonora carcajada, que le invadía. No era felicidad y, sin embargo, tampoco era hipocresía. No lograba discernir de qué extraño sentimiento se trataba, pero sentía en sus papilas un agridulce sabor, quizás amargo, que se volvía más apetecible que cualquier dulce que pudiera haber probado. No, quizás no cualquier dulce, pero aquel no era momento para abrir heridas del pasado.
- ¿A dónde vamos? ¡¿A dónde vamos?! – repitió casi como si le sonase irónica la pregunta - ¿Pero acaso podemos ir a algún sitio, Aeshana? ¿O acaso podemos decidir nuestro destino? Yo quiero ir a mi casa, guardar ese moribundo y desangrarlo hasta que su alma sea de mi posesión, ¿y tú? ¿A dónde quieres ir tú? – cualquier atisbo de aplacar su sed de venganza para con el mundo desapareció, ahora más interesado, nuevamente, por el misterio que constituía la mujer, que quizás fuese una de las verdades que, instintivamente, mejor comprendía. Quizás, sólo quizás -. Y, Aeshana, tan sólo me preguntas porque me preguntas. Tan sólo me preguntas, no hay razón alguna, ¿o acaso necesitas justificarte? – volvió a burlarse de la posibilidad – No busques excusas; solo haz.
Malkea Ruokh- Hechicero Clase Alta
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Re: kjlgjkll - Cementerio de la Magdalena (Deimos Halkias & Malena Schreiber)
"Moritz: Not that I'm saying I wouldn't want...would ever want to not-- would ever not want." - Frank Wedekind
Pueden robarte el corazón, pueden lavarte la cabeza por nada. Nadie le enseño que al mundo lo han partido en dos mientras los sueños se desangran por nada. Cuanto podrán disimular la guerra en tiempos de paz si aquí los muertos siguen vivos. Pueden jurar que no es verdad el viejo sueño de volar, pueden guardarte en una jaula por nada, pero el amor es más fuerte ¿Pero realmente existe? ¿Qué Carajo es eso? ¿Y si ellas lo negaban por miedo a hacerlo y sentirse bien, sentir que la nada lo era todo? Por dios Malena, déjame volver. No, soy libre y voy a gritar y tu escucharas mi grito ¿Realmente Malena? Eres una sentimentalista.
Si el amor existía su mayor enemigo era la vergüenza, el miedo a sentir, a la reciprocidad entonces te aferras solamente a lo conocido estrechando alianzas con lo material y tangible de la vida, con aquellas cosas donde el control podría ejercerse pero luego todo se reducía a la misma mierda. Con o sin amor cada cual era víctima de su destino y no iban a arriesgarse a tal blasfemia ¿Y nuestros cuerpos? Dios nos culpa cuando los tocamos, cuando los escuchamos y el Diablo grita por que lo hagamos ¿Tú de qué lado estás, Aeshana? Ella estaba del lado en que el mundo tenía tres destinos posibles: Ser víctimas del Status Quo como Malena, ser un revolucionario como ella, o aquellos que esperaban que el sistema obrara a su favor, como Malkea. Si estamos vivas y el resto está muerto, que trágico que es el karma de la vida.
-¿Te gusta que ahogue mi grito? ¿Te agrada ver que tan perturbado estas que te proyectas en mi con Aeshana?
Vemos a Dios y el Diablo haciéndose los tontos el uno con el otro, y criamos en nosotros el pensamiento inamovible de que ambos están borrachos. Dios, soñé que había un ángel que podía escucharme del otro lado de la pared, como lloraba, esto no es vivir. ESTO NO ES VIVIR.
La vida podía regirse por dos corrientes, el determinismo donde a una causa le corresponde un efecto, y sin tal cosa era imposible que algo se sucediera, o el azar donde miles de causas podrían darse sin que nada ocurriera, donde la coherencia era presa de la subjetividad ni nada era seguro, repetible ni predecible. Así como el cuerpo de la bruja se negaba a sentir, las puntas de los dientes del mago fueron similares a alfileres sobre una superficie inerte, abriéndose paso a una temperatura de metal fundido que Malena resistió con recelo, lagrimas, con una respiración desbocada que llevaba a su pecho a escapar de su propio eje para irse, abandonarla a su libre amparo. Presionaron sus parpados para ocultar su propia vergüenza, dejando de verla sentada al otro lado de las verjas, para que Aeshana no pudiera encontrarla ¿Pero podrían oír sus gritos? Era la tentación de las almas no por pura sino por corrompida y él parecía motivar la idea porque necesitaba lo que ella podía darle sin siquiera saberlo.
-TU TE LO HICISTE PRIMERO, YO NO TE HICE NADA. NO HAGO NADA POR NADIE. No hay compasión ni caridad, no hay soberbia ni alegría, no hay nada que me motive y tu sin embargo quieres creerlo, quieres pensar que algo esta tan jodido en mi que puede joderte a ti también. Dime quien tú seas ¿Por qué esperas algo de alguien que no sabe quién es? ¿Eres tan inútilmente humano que eres presa de la decepción?
La voluntad era tan fluctuante como los espíritus que rodeaban a los entes presas entre las lapidas, con el cuerpo inerte a sus pies ahora con menos sentido del que poseía antes. Malena finalmente abrió sus ojos para penetrar con pánico, con muerte y desolación, con inquietud y ansias de libertad encerradas tras un cuerpo que no consideraba como propio, sus labios entreabiertos extenuados tras el atropello de sentimientos que había enjaulado y ahora había dado alas. Ni sus dientes llegaban a tocarse pudiéndose discernir su lengua viperina agitada, materializando su propia agitación para con sus palabras todavía de pie, estoica sin comprender, ahora dudando del paso que debía dar.
Que placer ser una mosca y volar, flotando por ahí sin nada en que pensar, ya no hay nada que queda en el interior, las alas puede despegar dejando todo atrás, también ser como el viento que se ha ido que sopla una vez y sin pensar se va y aunque trague el polvo del aire nada quiere saber, tristeza que sopla y ya se va. No puedo entender tu llanto. Esto no es parte de mi conmigo no cuenten mas no me harán, ya cumplí mi parte y si miro atrás no quiero mas, no quiero la angustia ya estuve ahí, no quiero mas, no está en mi.
Aeshana: Aquellos que conociste, y perdiste todavía caminan detrás de ti.
Malena: ¿Aehsana?
Aeshana: Completamente solos, se marchan hasta que te encuentran
Malena: He sido una idiota
Aeshana: Sin ellos, el mundo crece oscuro a tu alrededor.
Malena: ¿Aehsana?
Aeshana: Completamente solos, se marchan hasta que te encuentran
Malena: He sido una idiota
Aeshana: Sin ellos, el mundo crece oscuro a tu alrededor.
El pánico no se disipo sino que se acentuó en el momento en que Malena elevó su mano para impulsarla seca contra la mejilla de Deimos, inundando el lugar con un sonido casto, resentido y hasta soberbio. No había orgullo ni arrogancia, era la acción respuesta frente al temor que él y Aeshana habían sembrado en la bruja. Las terminaciones venosas de sus manos latían culpable de la sangre que se había acumulado por el impacto llevando a que sus propias extremidades estuvieran incluso más calientes, sintiendo el leve cosquilleo posterior recorriendo su piel. Finalmente sus labios se sellaron presionando sus dientes hasta que su quijada se remarco dándole un aspecto símil cadavérico.
¿Qué buscas? Si tan solo yo lo supiera.
-Te diré a donde quiero ir cuando sepa que he llegado. Todos caminamos senderos sin saber a dónde carajo nos llevan, si supiéramos el destino ¿Malgastaría mi tiempo en cumplirlo? Podría, pero no.
La niebla se estaba aclarando, la vida era simplemente una cuestión de gustos ¿Cuál era el suyo? ¿Y el de ella? El temor era demasiado humano como para permitirse continuar sintiéndolo pero por alguna razón que escapada a su propio entender, la atormentaba desde el segundo en que él la encontró y ahora no podía sentir otra cosa. Temía que la lastimara, temía por ella y temía por él. Su mano finalmente abandona la mejilla opuesta dejando una piel levemente rosada por el impacto, él la jodía y ella ya lo estaba, no era una relación complementaria sino casi parasitaria. Sus pasos la alejaron unos centímetros de él hacia atrás, no era simple rendirse y era lo que Malena estaba haciendo, se estaba dejando llevar por un deje de ¿Confianza? Hacia el brujo.
-Solo hago, solo soy lo que no soy. Si vas a lastimarme, yo te voy a lastimar, si vos vas a herirme, mi herida serás.
Una vieja lapida bloqueo cualquier salida hacia atrás, dejándole dos destinos de los tres que conocía: Revelarse o unirse. Ella quería a gritos el primero, Malena dudaba del segundo pero Aeshana, lo necesitaba con desesperación.
Malena Schreiber- Hechicero Clase Baja
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Re: kjlgjkll - Cementerio de la Magdalena (Deimos Halkias & Malena Schreiber)
El sonido que rasgó el aire fue contundente en el silencio que había antes y que, a continuación, intentó volver a reclamar su cortamente arrebatado dominio. Pero no lo consiguió, al menos no en la mente de Malkea, cuya respiración había pasado a dominar el momento presente, menospreciando el resto de cacofonías que se daban a su alrededor, desde la casi imperceptible brisa hasta los murmullos que ella quería hacerle llegar. No, el lento inspirar y espirar, con una profundidad que sólo pretendía contradecir la aparente y falsa calma, le ensordecía imposibilitándole escuchar nada más que no fuera aquel extraño conglomerado de pensamientos que transitaban a demasiada velocidad por su intelecto. Por alguna razón su mente se había visto dividida por el golpe, partida en mil fragmentos que, de pronto, tenían la apariencia de cien personas distintas. Llegó incluso a pensar que no era él el que se había descompuesto, sino que la mano impactando contra su piel había roto el muro que le protegía y que las ánimas habían atravesado su ausencia para hacerse con el control, para hablarle desde su propio interior. Pero no, eso no había sucedido, a su alrededor la corte fúnebre seguía rondándole con la misma fingida tranquilidad, tan sólo esperando al momento oportuno en el que el explosivo encontrara su detonante.
Todos esos puntos de vista entrechocaban entre sí, se sucedían y se contradecían en un contemplar general, parcial e impreciso del mundo; y, sin embargo, todos compartían un último fundamento que les caracterizaba. Se podía percibir como un lúgubre bordón o como el rancio aroma de un perfume caducado, pero la presencia del pesimismo inherente a una fastuosa tragedia era innegable e ineludible. Esa podredumbre reinante no era del desagrado del gascón, se pegaba a su carne y, al ver la corrupción ya dueña de él, no le atacaba, sino que le nutría y le fortalecía, posibilitando esa plenitud intuitiva y carente de fondo o estabilidad. Era una satisfacción amarga, como si necesitase de la desgracia ajena o del saberse capaz de crearla para lograr sentir ese regocijo, pero tampoco estaba cargada de maldad, pues no era un sufrimiento puro el que buscaba, sino una torcida manera en la que intentar en vano equilibrar una balanza rota, de encontrar una equidad que, pese a todo, ya se había tornado inalcanzable. No sonreía y, por lo tanto, se mostraba sereno, quizás atorado por la conmoción, dejando que los segundos se sucediesen dilatados en extremo. Según éstos pasaban, la rojez bajo los dedos de ella tornaba poco a poco a su tonalidad habitual y, curiosamente, no lograban relajar su ánimo, sino que parecían despertar en él la reacción que debió de haber experimentado en un primer momento y no con esa demora. Fue esa la chispa que encendió en un momento la materia volátil y los muertos se agitaron de pronto a su rededor, cambiando la dirección de su vuelo aleatoriamente y amenizándose con unos susurros cada vez más enérgicos. Los rasgos de Deimos se tensaron y su ceño se contrajo en una expresión que se completaba con unas mandíbulas marcadas por los dientes apretados. Cargado de esa repentina furia, él también llevó sus manos a ella, pero no buscando el mismo tipo de contacto, sino agarrando sus brazos a la altura de los codos y no dudando en avanzar arrastrándola con él hasta empotrarla contra la primera lápida que impidiera su paso. Ni tan siquiera buscó sus pupilas, tan sólo aferró con fuerza su nuca y la obligó a permanecer inmóvil mientras su rostro chocaba contra el de ella, haciendo que sus labios se enfrentaran en una tosca colisión. No fue roce agradable para el tacto y es posible que ni siquiera pudiera denominarse como beso, pero había sido la presuntuosa consecuencia que seguía la misma carencia de lógica que había caracterizado los actos anteriores. Igualmente le resultó intenso durante los pocos segundos que duró el vigor que había permitido su existencia, dando lugar a otra impresión a medida que éste se fuera desvaneciendo. De pronto, la curva de sus labios que antes se había negado a hacer acto de presencia le asaltó, haciéndose dueña de su boca. Se retiró de golpe, justo para dar pie a una risa que parecía cargar el desparpajo juvenil, un aspecto que desacreditaba la verdad yacente tras de ella.
- Entonces te heriré una y otra vez; te heriré hasta que no quede una pizca de líquido en tus venas, hasta que pidas clemencia, hasta que detestes cada soplo de aire que surja de nuestras gargantas – espetó hacia ella cada una de sus palabras -. Pero no lo haré por el dolor que te puedan producir las lesiones, los golpes y contusiones; lo haré para probarte, para sentir el sabor de la sangre en mi boca, para recibir el malestar que te he causado y volver a provocártelo en venganza – por alguna razón, no había idea que se le hiciera más apetecible que ese extraño gusto por un martirio que, por ser buscado, no era tal -. ¿A qué esperas? ¡Pégame! Pégame hasta que te canses de hacerlo y sigue pegándome aun así. O quizás no quieras eso, quizás quieras venir a insultarme repitiendo la blasfemia de nuestros labios rozándose – abrió los brazos de par en par, invitándola a abalanzarse hacia a él con cualquiera que fuese su intención -. Entonces, dime, Aeshana, ¿qué es lo que deseas? ¿Romperme los huesos o besarme?
Todos esos puntos de vista entrechocaban entre sí, se sucedían y se contradecían en un contemplar general, parcial e impreciso del mundo; y, sin embargo, todos compartían un último fundamento que les caracterizaba. Se podía percibir como un lúgubre bordón o como el rancio aroma de un perfume caducado, pero la presencia del pesimismo inherente a una fastuosa tragedia era innegable e ineludible. Esa podredumbre reinante no era del desagrado del gascón, se pegaba a su carne y, al ver la corrupción ya dueña de él, no le atacaba, sino que le nutría y le fortalecía, posibilitando esa plenitud intuitiva y carente de fondo o estabilidad. Era una satisfacción amarga, como si necesitase de la desgracia ajena o del saberse capaz de crearla para lograr sentir ese regocijo, pero tampoco estaba cargada de maldad, pues no era un sufrimiento puro el que buscaba, sino una torcida manera en la que intentar en vano equilibrar una balanza rota, de encontrar una equidad que, pese a todo, ya se había tornado inalcanzable. No sonreía y, por lo tanto, se mostraba sereno, quizás atorado por la conmoción, dejando que los segundos se sucediesen dilatados en extremo. Según éstos pasaban, la rojez bajo los dedos de ella tornaba poco a poco a su tonalidad habitual y, curiosamente, no lograban relajar su ánimo, sino que parecían despertar en él la reacción que debió de haber experimentado en un primer momento y no con esa demora. Fue esa la chispa que encendió en un momento la materia volátil y los muertos se agitaron de pronto a su rededor, cambiando la dirección de su vuelo aleatoriamente y amenizándose con unos susurros cada vez más enérgicos. Los rasgos de Deimos se tensaron y su ceño se contrajo en una expresión que se completaba con unas mandíbulas marcadas por los dientes apretados. Cargado de esa repentina furia, él también llevó sus manos a ella, pero no buscando el mismo tipo de contacto, sino agarrando sus brazos a la altura de los codos y no dudando en avanzar arrastrándola con él hasta empotrarla contra la primera lápida que impidiera su paso. Ni tan siquiera buscó sus pupilas, tan sólo aferró con fuerza su nuca y la obligó a permanecer inmóvil mientras su rostro chocaba contra el de ella, haciendo que sus labios se enfrentaran en una tosca colisión. No fue roce agradable para el tacto y es posible que ni siquiera pudiera denominarse como beso, pero había sido la presuntuosa consecuencia que seguía la misma carencia de lógica que había caracterizado los actos anteriores. Igualmente le resultó intenso durante los pocos segundos que duró el vigor que había permitido su existencia, dando lugar a otra impresión a medida que éste se fuera desvaneciendo. De pronto, la curva de sus labios que antes se había negado a hacer acto de presencia le asaltó, haciéndose dueña de su boca. Se retiró de golpe, justo para dar pie a una risa que parecía cargar el desparpajo juvenil, un aspecto que desacreditaba la verdad yacente tras de ella.
- Entonces te heriré una y otra vez; te heriré hasta que no quede una pizca de líquido en tus venas, hasta que pidas clemencia, hasta que detestes cada soplo de aire que surja de nuestras gargantas – espetó hacia ella cada una de sus palabras -. Pero no lo haré por el dolor que te puedan producir las lesiones, los golpes y contusiones; lo haré para probarte, para sentir el sabor de la sangre en mi boca, para recibir el malestar que te he causado y volver a provocártelo en venganza – por alguna razón, no había idea que se le hiciera más apetecible que ese extraño gusto por un martirio que, por ser buscado, no era tal -. ¿A qué esperas? ¡Pégame! Pégame hasta que te canses de hacerlo y sigue pegándome aun así. O quizás no quieras eso, quizás quieras venir a insultarme repitiendo la blasfemia de nuestros labios rozándose – abrió los brazos de par en par, invitándola a abalanzarse hacia a él con cualquiera que fuese su intención -. Entonces, dime, Aeshana, ¿qué es lo que deseas? ¿Romperme los huesos o besarme?
Malkea Ruokh- Hechicero Clase Alta
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Re: kjlgjkll - Cementerio de la Magdalena (Deimos Halkias & Malena Schreiber)
"Aquella noche llegué a dos conclusiones :
La primera fue que un camino peligroso lo es todavía más en la oscuridad.
La Segunda que estaba irremediable y desesperádamente perdido." - Big Fish
La primera fue que un camino peligroso lo es todavía más en la oscuridad.
La Segunda que estaba irremediable y desesperádamente perdido." - Big Fish
Su risa fue su risa. Ronca, retorcida sobre si misma e insolente. Por un segundo volvió a tener 21 años. Solo por el segundo en que recordó que esa no era su vida y Aeshana la aguardaba para volver a tomar su lugar entre Deimos y la cripta. Obligada por su presencia su espalda sintió la rugosidad de la piedra que ahora hacía de represa. ¿Qué carajo había hecho? Sus labios le ardían como testigos de que lo que acababa de ocurrir había sido real y el regordeándose de eso, robar libertades a un muerto era algo tan retorcido que solo aquellos lo suficientemente dementes gozan de hacer, no por la facilidad sino por el poder en sí. No era la resistencia sino la manipulación del otro, el saber que su cuerpo y su accionar esta librado a tu necesidad, a tu gusto y Malena quería eso, quería poder tomar el mando de sí misma y él, él le estaba demostrando el camino pero a la vez la arrastraba por uno completamente distinto.
-Quieres herirnos por venganza, no eres una musa sino una sombra. Eres una puta sombra tus heridas no serán mis heridas sino una puta perversión. Pertúrbanos, PERTÚRBANOS!
Sus pasos fueron firmes, casi apresurados sobre su propio andar con una lógica que solo se correspondía a la de una loca y con su zancada final, su pierna izquierda quedo próxima a los pies del brujo pero fue su mano la que bajó al encuentro. Demasiado firme, demasiado rebelde su palma abrazó en su completitud la hombría de Deimos presionándola sin cuidado, sintiendo el volumen de su entrepierna entre sus dedos mientras la presionaba como si quisiera arrancarla y guardarla como un recuerdo de lo que no iba a ser. Sus labios entreabiertos dejaban salir apenas su respiración que obligó a deslizar ese mechón caoba que caía interrumpiendo la morbosidad de su rostro angelical, canónico de una belleza tan absurda que no era digna de reinar entre aquellas sombras. Sus ojos abiertos tan muertos como los que cualquier rezago humano en aquel cementerio ahora brillaban esclavizando los de Malkea. Uno azul y otro verde, la ambigüedad reinaba hasta en las ventanas a su alma. El silencio era el grito más fuerte que se escuchaba en ese momento en que su mano comenzó a debilitarse hasta liberar la entrepierna del brujo pero sin perder un centímetro de su cuerpo. Cual víbora agazapada en plena caza de su víctima, ejerciendo presión contra la piel del hombre la mano de Malena subió sabiendo que el roce de su piel contra la camisa le dejaría al joven marcas rojas bajo sus ropas consecuencia de la fuerza que ejercía. Su cuerpo era su árbol, subió por su pecho sin pestañar, negada a liberarlo de su vista hasta que su mano llego hasta la nuca. El tiempo perdió su valor, podrían haber pasado horas, minutos o segundos. La tensión que los unía era tan tangible como irreal, como sublime el momento en que las dos almas errantes habían quedado confrontadas en aquel terreno hostil. No el cementerio, sino el mundo en sí.
Entonces ocurrió. Malena atrapadando la nuca de Deimos, clavando sus propias yemas y uñas contra su piel incapaz de controlar su propia naturaleza rompió su ser cuando sus labios se acercaron rapaces contra los del brujo. Había desesperación, necesidad, ansiedad y repudio. Sus ojos fueron presas de sus párpados negados a ver la atrocidad que estaba acometiendo culpable de sus hormonas, culpable de Malena, culpable del maldito hechicero que la había tentado y ahora quería asesinarlo mientras su lengua lasciva buscaba la ajena. Eres débil, eres todo lo que no esperaba que fueras. Tú no me conoces ¿Siquiera te conoces a tu misma?
-Muy propio de nosotros : Nunca hablábamos de lo que no hablábamos.
La sarna en una sonrisa que terminaba por erguirse entre sus labios carmesí. Esas no habían sido sus palabras, ni las de Aeshana, ni las de Malena ¿Quién había sido? ¿Quién carajo había hablado? La furia fue un relámpago presagio de la tempestad por venir. Sus músculos se tensaron inmovilizando sus ojos y su boca todavía atemperada contra los labios del brujo, sin siquiera respirar hasta que todo se jodió. Cual animal sus dientes mordieron con fuerza el labio inferior del brujo, una mezcla de recelo, propiedad y odio. Agitada remarcando las venas de su rostro bajo la piel nívea por donde la sangre corría por torrentes enfurecida. Gritó, gritó con todas sus fuerzas contra los malditos labios de Deimos mientras sus manos se relajaban intentando alejarlo, quería separalo. MIRA LO QUE TE HIZO, IDIOTA. Los dientes blanco ahora teñidos por un leve rosado, el arte que había causado la sangre del maldito y otra vez. Malena volvió a ser presa del deseo, del fervor y de Malena misma. Sus rostros volvieron a unirse pero esta vez, fue su lengua imperativa la que lentamente, todavía calmando la respiración que se negaba a mantenerse en sus pulmones, recorrió el labio inferior cortado del brujo, limpiándole su propia sangre. Era de un gusto amargo y pesado pero dulce. Le gustaba. Te avergüenzas a ti misma pero no te das cuenta. No tienes, pero de lo que tienes tienes mucho ¿Y qué tengo? No tienes nada.
Cínica, pudo ver a Malena observándola sin comprender que acababa de decir o hacer y frente a ella, todavía interponiendo sus brazos apresadas contra el cuerpo del brujo. Eran dos malditos desconocido que se conocían muy bien. La rabia fue la oleada que surgió mientras Malena seguía sus pasos desde la verja, como una loba a la espera del momento oportuno para atacar. El la tenía presa contra la lápida ¿Y Aeshana? A quien mierda le importaba, a nadie le importaba ni ella ni el, eran tan insignificantes para todos como para ellos mismos. PÚDRETE.
-Soy solamente el puto contexto para tu gran aventura ¿Vas a besarme o romper mi cráneo?
Las palabras se vomitaron con una voz ronca, una tras otra teñidas por el resentimiento que comenzaba a aflorar en su interior, sus ojos brillantes por el odio, enfilados contra los opuestos y su boca. Tantos pecados, tanto deseo, tantas blasfemias, eran tanto reducidos a la nada.
-Quieres herirnos por venganza, no eres una musa sino una sombra. Eres una puta sombra tus heridas no serán mis heridas sino una puta perversión. Pertúrbanos, PERTÚRBANOS!
Sus pasos fueron firmes, casi apresurados sobre su propio andar con una lógica que solo se correspondía a la de una loca y con su zancada final, su pierna izquierda quedo próxima a los pies del brujo pero fue su mano la que bajó al encuentro. Demasiado firme, demasiado rebelde su palma abrazó en su completitud la hombría de Deimos presionándola sin cuidado, sintiendo el volumen de su entrepierna entre sus dedos mientras la presionaba como si quisiera arrancarla y guardarla como un recuerdo de lo que no iba a ser. Sus labios entreabiertos dejaban salir apenas su respiración que obligó a deslizar ese mechón caoba que caía interrumpiendo la morbosidad de su rostro angelical, canónico de una belleza tan absurda que no era digna de reinar entre aquellas sombras. Sus ojos abiertos tan muertos como los que cualquier rezago humano en aquel cementerio ahora brillaban esclavizando los de Malkea. Uno azul y otro verde, la ambigüedad reinaba hasta en las ventanas a su alma. El silencio era el grito más fuerte que se escuchaba en ese momento en que su mano comenzó a debilitarse hasta liberar la entrepierna del brujo pero sin perder un centímetro de su cuerpo. Cual víbora agazapada en plena caza de su víctima, ejerciendo presión contra la piel del hombre la mano de Malena subió sabiendo que el roce de su piel contra la camisa le dejaría al joven marcas rojas bajo sus ropas consecuencia de la fuerza que ejercía. Su cuerpo era su árbol, subió por su pecho sin pestañar, negada a liberarlo de su vista hasta que su mano llego hasta la nuca. El tiempo perdió su valor, podrían haber pasado horas, minutos o segundos. La tensión que los unía era tan tangible como irreal, como sublime el momento en que las dos almas errantes habían quedado confrontadas en aquel terreno hostil. No el cementerio, sino el mundo en sí.
Entonces ocurrió. Malena atrapadando la nuca de Deimos, clavando sus propias yemas y uñas contra su piel incapaz de controlar su propia naturaleza rompió su ser cuando sus labios se acercaron rapaces contra los del brujo. Había desesperación, necesidad, ansiedad y repudio. Sus ojos fueron presas de sus párpados negados a ver la atrocidad que estaba acometiendo culpable de sus hormonas, culpable de Malena, culpable del maldito hechicero que la había tentado y ahora quería asesinarlo mientras su lengua lasciva buscaba la ajena. Eres débil, eres todo lo que no esperaba que fueras. Tú no me conoces ¿Siquiera te conoces a tu misma?
-Muy propio de nosotros : Nunca hablábamos de lo que no hablábamos.
La sarna en una sonrisa que terminaba por erguirse entre sus labios carmesí. Esas no habían sido sus palabras, ni las de Aeshana, ni las de Malena ¿Quién había sido? ¿Quién carajo había hablado? La furia fue un relámpago presagio de la tempestad por venir. Sus músculos se tensaron inmovilizando sus ojos y su boca todavía atemperada contra los labios del brujo, sin siquiera respirar hasta que todo se jodió. Cual animal sus dientes mordieron con fuerza el labio inferior del brujo, una mezcla de recelo, propiedad y odio. Agitada remarcando las venas de su rostro bajo la piel nívea por donde la sangre corría por torrentes enfurecida. Gritó, gritó con todas sus fuerzas contra los malditos labios de Deimos mientras sus manos se relajaban intentando alejarlo, quería separalo. MIRA LO QUE TE HIZO, IDIOTA. Los dientes blanco ahora teñidos por un leve rosado, el arte que había causado la sangre del maldito y otra vez. Malena volvió a ser presa del deseo, del fervor y de Malena misma. Sus rostros volvieron a unirse pero esta vez, fue su lengua imperativa la que lentamente, todavía calmando la respiración que se negaba a mantenerse en sus pulmones, recorrió el labio inferior cortado del brujo, limpiándole su propia sangre. Era de un gusto amargo y pesado pero dulce. Le gustaba. Te avergüenzas a ti misma pero no te das cuenta. No tienes, pero de lo que tienes tienes mucho ¿Y qué tengo? No tienes nada.
Cínica, pudo ver a Malena observándola sin comprender que acababa de decir o hacer y frente a ella, todavía interponiendo sus brazos apresadas contra el cuerpo del brujo. Eran dos malditos desconocido que se conocían muy bien. La rabia fue la oleada que surgió mientras Malena seguía sus pasos desde la verja, como una loba a la espera del momento oportuno para atacar. El la tenía presa contra la lápida ¿Y Aeshana? A quien mierda le importaba, a nadie le importaba ni ella ni el, eran tan insignificantes para todos como para ellos mismos. PÚDRETE.
-Soy solamente el puto contexto para tu gran aventura ¿Vas a besarme o romper mi cráneo?
Las palabras se vomitaron con una voz ronca, una tras otra teñidas por el resentimiento que comenzaba a aflorar en su interior, sus ojos brillantes por el odio, enfilados contra los opuestos y su boca. Tantos pecados, tanto deseo, tantas blasfemias, eran tanto reducidos a la nada.
Malena Schreiber- Hechicero Clase Baja
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Re: kjlgjkll - Cementerio de la Magdalena (Deimos Halkias & Malena Schreiber)
Ambas medialunas, la que flotaba sobre ellos y la partida que rompía su rostro en un desgarro, le alumbraban con una extraña luz, entre blanca y amarillenta, dulce y ácida, tan real como onírica; un extraño faro y unos rayos que indicaban el camino hacia una pureza más sincera que la que cualquier persona pudiera llegar a conocer en su infructífera existencia, pues la perfección que es comprensible para un mortal es la propia corrupción de la verdad. Porque, ¿qué era lo humano sino un cúmulo de mentiras y falacias que hacían construir una ilusión y negaban lo que, ineludiblemente, se ocultaba en el fondo de cada uno y todos los individuos de aquella torcida clase? La verdadera pureza era la perversión de lo humano, el destrozo de la máscara y el encuentro con la verdad yacente en uno mismo; la ruptura con la falsa razón y la entrega al natural, caótico y, tan sólo quizás, imprevisible impulso. Y esa revelación era la que se abría paso en el gascón como ponzoña que avanzaba por sus venas, corrompiendo la carne en su recorrido y echando a bajo uno a uno los muros que aún limitaban su mente. No se podía decir que fuese libre, pues la libertad no es sino cambiar los grilletes viejos por unos nuevos, pero sí que, poco a poco, iba mutando en él ese apego al juicio para ser sustituido por la visceralidad y que su aspecto mundano era puesto a prueba para lograr alcanzar la condición divina.
La distancia se acortó siendo aniquilada por los pasos, teóricamente femeninos, dando continuidad a aquel juego que consistía en acercarse, herir y alejarse, un lento baño de sangre cuya melodía era la cacofonía de sus vidas, que resonaba imperturbable como nota de fondo, presente, pero sin que nadie la prestase atención. Relajó los brazos hasta que éstos colgaron inertes de sus hombros y se mantuvo erguido, frente a ella. Pero lo que no había esperado fue esa nueva interacción que le sorprendió con la presión en su entrepierna. El agarre fue preciso y sin dubitaciones, ocasionando un dolor profundo y extremadamente agudo que hizo que le invadiera el pánico repentinamente. Ese terror fue lo que le paralizó en primera instancia, acrecentado en especial por el destino sufrido por las propias gónadas de lo que quedaba del hombre que había en las cercanías, pero luego fue su resolución lo que le permitió mantener la posición, apretando las mandíbulas fuertemente, tensando cada uno de los músculos de su cuerpo y convirtiendo el espacio entre sus párpados en dos finas líneas que buscaban contener unos globos oculares que comenzaban a humedecerse. Era la enajenación mental en la que se estaba sumiendo lo que cimentó sus pies en la tierra y evitó que se defendiera, pues, de todavía obrar la sensatez en él, se hubiera percatado de que no podía permitirse el riesgo a perder esa parte de aquel cuerpo que, aunque en realidad no era suyo, sí era al que estaría encadenado bastante tiempo; o esa era la previsión de su mente. Pero no fue la única tortura a la que debió enfrentarse, pues la mirada de ella le desafiaba a la vez que chocaba una y otra vez contra los límites de su ser, como si intentasen derribar el muro que cercaba su mente para adentrarse en ella y despojarle de total voluntad. Era un nuevo mundo compuesto por un blanco y negro que sólo hacían que resaltar el azul y el verde, desconcertantes y atrayentes a la vez, como si él fuera una mosca y ella la miel hacia la que no podría negarse a ir, pero que le llevaría hacia una muerte segura. Un mundo que, lentamente, negaba todo lo demás, que le arrastraba hacia ella y le hacía sucumbir de tal manera que ni siquiera se percató de lo que sucedía en su propio cuerpo. Fue por esa alienación que el firme recorrido por su piel le sorprendió cuando sus ojos comenzaron a secarse, un camino que terminó en una nuca que sufrió bajo las uñas de la mujer, arrancándole un sordo gemido que prosiguió al hecho de percatarse que, entre sus piernas, el dolor se había vuelto hinchazón. No hubo momento para dejarse más a aquel descubrimiento, pues sus labios, su atención y su visión fueron robados por la bruja en esos crueles intentos que iban mellando su coraza hasta dejarla inútil e inservible.
Deimos se dejó llevar por el beso, terminando de romper cualquier lazo con el mundo exterior sin siquiera ser capaz de intentar evitarlo. Un contacto que funcionaba como una cadena de plata, unos relucientes grilletes a los que, por deslumbrantes, a uno le era imposible resistirse hasta que ya estaba preso. Era suave y a la vez áspero, dulce y a la vez quemaba con su contacto; un contacto tan aberrante que, por despreciable, era más ansiado por aquel que buscaba la cintura ajena para apretarla fuertemente, insistiendo en aquel agarre que se tornó en un infierno en el momento en el que cualquier placer se tornó en sufrimiento. Los dientes se volvieron aguijones que buscaron arrancar la carne del gascón, no sólo arrebatándole la sangre que surgió a borbotones, sino también un grito desgarrador, fruto tanto de la repulsiva sensación como de la repentina sorpresa. Quiso alejarse, pero el cepo no le dejó y ella aprovechó la trampa para despojarle de aquel líquido que manchaba su hasta entonces impoluta boca. Sus ojos rebosaban de furia y, a su vez, de incomprensión, ansia de conocimiento que, de nuevo, volvió a molestarle. Sólo hicieron falta sus palabras para terminar con su pasividad.
La aferró de nuevo y la empujó otra vez en la misma dirección hasta que la misma piedra fría detuvo su paso. Sus dientes quedaron expuestos y, sin motivo o razón, gruñó levemente. Su mano izquierda quedó inmóvil mientras la otra, sin reparos, recorrió su perfil, al tiempo que sus ojos tomaban el papel de atrapar a los ajenos, insistiendo fijamente y con fuerza sobre los de ella. No sabía qué hacía, ni tampoco quería saberlo; no se acordaba de quién había comenzado el juego, ni tampoco quería recordarlo; tan sólo quería dejar su propia figura sin piel para que fuese presa de los designios del mundo, quería verse expuesto a sí mismo, a la falta de pensamiento y a una actuación tan básica como profunda, instintiva y primitiva. La dio la vuelta y, mientras con un brazo rodeaba su cintura pegándola a él, con el otro tomaba su cuello, dejando libre un lateral al que acercó su rostro.
- Preguntas qué voy a hacer cuando no tengo elección – susurró contra ella –. Preguntas qué voy a hacer cuando ni tú ni yo sabemos el siguiente paso a dar. Preguntas qué voy a hacer cuando está claro que no puedo escoger. Ambos sabemos que haré ambas cosas.
Y, dicho esto, clavó sus dientes en su piel, seguro y profundo; y cual morador de la noche bebió de su sangre, así como ella hiciera antes. Se manchó de ella, dejó que aquel brebaje se precipitara por su garganta corrompiendo todo a su paso, dejando que ella pasara a formar parte de él para permitir que la podredumbre viajara en su interior y desgarrara todo su ser. A su parecer, aquello era un degenerado bautismo, o más bien el remedio al sacramento cristiano, un renacer intenso que renegaba de cualquier buena acción anterior. Una vez se sació, pronunció un par de sílabas contra la herida sabiendo que ésta se cerraría justo a continuación y, con la respiración temblorosa, dejó que su rostro ascendiese hacia su oreja para morderla y que sus manos cayesen para comenzar a desnudarla. Su aliento era pesado, fétido, como si el sabor ferroso hubiera removido toda la materia descompuesta que hubiese pasado a formar parte de su cuerpo año tras año y, ahora, lo devolviese por esa vía. Pero ella no olía mejor, porque, a ojos de la humanidad, era un ser tan demente como aborrecible; y eso era, precisamente, lo que la convertía en un trofeo singular para Deimos, a pesar de que en ningún momento esa idea hubiese cruzado por su cabeza. La hizo cambiar de posición nuevamente para volver a estar cara a cara, aferrándose a ella, como si se encontrasen naufragando en el océano y la mujer tan sólo fuese un tablón demasiado pequeño como para salvarle y al que, por rencor, le hacía compartir el mismo tránsito hacia la muerte en el fondo marino. Volvió a besarla, a blasfemar contra cualquier ley del mundo y a inclinarse lentamente hasta hacer que su espalda descansase contra la incómoda roca. Luego, él mismo se subió sobre la lápida, creando un reducido espacio que la contuviese, haciendo que sus extremidades fuesen los barrotes de la jaula en la que la atrapó y sus pupilas, conectadas por una sustancia sin forma, las esposas que los atasen por aquella corta eternidad.
- Vamos, la noche envejece y aún no hemos pecado lo suficiente – y, otra vez, se precipitó contra sus labios.
La distancia se acortó siendo aniquilada por los pasos, teóricamente femeninos, dando continuidad a aquel juego que consistía en acercarse, herir y alejarse, un lento baño de sangre cuya melodía era la cacofonía de sus vidas, que resonaba imperturbable como nota de fondo, presente, pero sin que nadie la prestase atención. Relajó los brazos hasta que éstos colgaron inertes de sus hombros y se mantuvo erguido, frente a ella. Pero lo que no había esperado fue esa nueva interacción que le sorprendió con la presión en su entrepierna. El agarre fue preciso y sin dubitaciones, ocasionando un dolor profundo y extremadamente agudo que hizo que le invadiera el pánico repentinamente. Ese terror fue lo que le paralizó en primera instancia, acrecentado en especial por el destino sufrido por las propias gónadas de lo que quedaba del hombre que había en las cercanías, pero luego fue su resolución lo que le permitió mantener la posición, apretando las mandíbulas fuertemente, tensando cada uno de los músculos de su cuerpo y convirtiendo el espacio entre sus párpados en dos finas líneas que buscaban contener unos globos oculares que comenzaban a humedecerse. Era la enajenación mental en la que se estaba sumiendo lo que cimentó sus pies en la tierra y evitó que se defendiera, pues, de todavía obrar la sensatez en él, se hubiera percatado de que no podía permitirse el riesgo a perder esa parte de aquel cuerpo que, aunque en realidad no era suyo, sí era al que estaría encadenado bastante tiempo; o esa era la previsión de su mente. Pero no fue la única tortura a la que debió enfrentarse, pues la mirada de ella le desafiaba a la vez que chocaba una y otra vez contra los límites de su ser, como si intentasen derribar el muro que cercaba su mente para adentrarse en ella y despojarle de total voluntad. Era un nuevo mundo compuesto por un blanco y negro que sólo hacían que resaltar el azul y el verde, desconcertantes y atrayentes a la vez, como si él fuera una mosca y ella la miel hacia la que no podría negarse a ir, pero que le llevaría hacia una muerte segura. Un mundo que, lentamente, negaba todo lo demás, que le arrastraba hacia ella y le hacía sucumbir de tal manera que ni siquiera se percató de lo que sucedía en su propio cuerpo. Fue por esa alienación que el firme recorrido por su piel le sorprendió cuando sus ojos comenzaron a secarse, un camino que terminó en una nuca que sufrió bajo las uñas de la mujer, arrancándole un sordo gemido que prosiguió al hecho de percatarse que, entre sus piernas, el dolor se había vuelto hinchazón. No hubo momento para dejarse más a aquel descubrimiento, pues sus labios, su atención y su visión fueron robados por la bruja en esos crueles intentos que iban mellando su coraza hasta dejarla inútil e inservible.
Deimos se dejó llevar por el beso, terminando de romper cualquier lazo con el mundo exterior sin siquiera ser capaz de intentar evitarlo. Un contacto que funcionaba como una cadena de plata, unos relucientes grilletes a los que, por deslumbrantes, a uno le era imposible resistirse hasta que ya estaba preso. Era suave y a la vez áspero, dulce y a la vez quemaba con su contacto; un contacto tan aberrante que, por despreciable, era más ansiado por aquel que buscaba la cintura ajena para apretarla fuertemente, insistiendo en aquel agarre que se tornó en un infierno en el momento en el que cualquier placer se tornó en sufrimiento. Los dientes se volvieron aguijones que buscaron arrancar la carne del gascón, no sólo arrebatándole la sangre que surgió a borbotones, sino también un grito desgarrador, fruto tanto de la repulsiva sensación como de la repentina sorpresa. Quiso alejarse, pero el cepo no le dejó y ella aprovechó la trampa para despojarle de aquel líquido que manchaba su hasta entonces impoluta boca. Sus ojos rebosaban de furia y, a su vez, de incomprensión, ansia de conocimiento que, de nuevo, volvió a molestarle. Sólo hicieron falta sus palabras para terminar con su pasividad.
La aferró de nuevo y la empujó otra vez en la misma dirección hasta que la misma piedra fría detuvo su paso. Sus dientes quedaron expuestos y, sin motivo o razón, gruñó levemente. Su mano izquierda quedó inmóvil mientras la otra, sin reparos, recorrió su perfil, al tiempo que sus ojos tomaban el papel de atrapar a los ajenos, insistiendo fijamente y con fuerza sobre los de ella. No sabía qué hacía, ni tampoco quería saberlo; no se acordaba de quién había comenzado el juego, ni tampoco quería recordarlo; tan sólo quería dejar su propia figura sin piel para que fuese presa de los designios del mundo, quería verse expuesto a sí mismo, a la falta de pensamiento y a una actuación tan básica como profunda, instintiva y primitiva. La dio la vuelta y, mientras con un brazo rodeaba su cintura pegándola a él, con el otro tomaba su cuello, dejando libre un lateral al que acercó su rostro.
- Preguntas qué voy a hacer cuando no tengo elección – susurró contra ella –. Preguntas qué voy a hacer cuando ni tú ni yo sabemos el siguiente paso a dar. Preguntas qué voy a hacer cuando está claro que no puedo escoger. Ambos sabemos que haré ambas cosas.
Y, dicho esto, clavó sus dientes en su piel, seguro y profundo; y cual morador de la noche bebió de su sangre, así como ella hiciera antes. Se manchó de ella, dejó que aquel brebaje se precipitara por su garganta corrompiendo todo a su paso, dejando que ella pasara a formar parte de él para permitir que la podredumbre viajara en su interior y desgarrara todo su ser. A su parecer, aquello era un degenerado bautismo, o más bien el remedio al sacramento cristiano, un renacer intenso que renegaba de cualquier buena acción anterior. Una vez se sació, pronunció un par de sílabas contra la herida sabiendo que ésta se cerraría justo a continuación y, con la respiración temblorosa, dejó que su rostro ascendiese hacia su oreja para morderla y que sus manos cayesen para comenzar a desnudarla. Su aliento era pesado, fétido, como si el sabor ferroso hubiera removido toda la materia descompuesta que hubiese pasado a formar parte de su cuerpo año tras año y, ahora, lo devolviese por esa vía. Pero ella no olía mejor, porque, a ojos de la humanidad, era un ser tan demente como aborrecible; y eso era, precisamente, lo que la convertía en un trofeo singular para Deimos, a pesar de que en ningún momento esa idea hubiese cruzado por su cabeza. La hizo cambiar de posición nuevamente para volver a estar cara a cara, aferrándose a ella, como si se encontrasen naufragando en el océano y la mujer tan sólo fuese un tablón demasiado pequeño como para salvarle y al que, por rencor, le hacía compartir el mismo tránsito hacia la muerte en el fondo marino. Volvió a besarla, a blasfemar contra cualquier ley del mundo y a inclinarse lentamente hasta hacer que su espalda descansase contra la incómoda roca. Luego, él mismo se subió sobre la lápida, creando un reducido espacio que la contuviese, haciendo que sus extremidades fuesen los barrotes de la jaula en la que la atrapó y sus pupilas, conectadas por una sustancia sin forma, las esposas que los atasen por aquella corta eternidad.
- Vamos, la noche envejece y aún no hemos pecado lo suficiente – y, otra vez, se precipitó contra sus labios.
Malkea Ruokh- Hechicero Clase Alta
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Fecha de inscripción : 31/10/2010
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