AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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El tiempo de los Hombres [Deimos Halkias & Badou]
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El tiempo de los Hombres [Deimos Halkias & Badou]
Deimos Halkias
&
Badou
&
Badou
El tiempo es una realidad condenada a la subjetividad, eso es un hecho; un fenómeno sujeto a unas leyes que parecen no cumplirse ni aún en presencia de esa maquinaria destinada a medirlo, cuando las manecillas se obcecan en mofarse de la percepción propia aligerando su marcha o retrasándose de forma inversa al deseo del observante. De igual manera, los minutos, las horas, las semanas e incluso los meses, se suceden de manera arbitraria, alargando y acortando los días de manera precisa, pero sin rastro de imparcialidad. Así era como Aurélien, o Deimos, observaba su vida, el pasado y el presente, sintiendo que toda su existencia se resumía a una mera anécdota, una cruel broma del destino que le hacía sentarse durante horas a cavilar, mirando por la ventana el descuidado jardín de su mansión. Y, sin embargo, no se arrepentía de nada, o más bien renegaba de aquellos sentimientos que pudieran hacerle lamentarse de ciertas cuestiones. Era orgulloso y, por lo tanto, no iba a retractarse de ninguna de sus decisiones. Eso también era un hecho.
Aquella tarde se había alejado del centro de París, desviándose hacia las afueras orientales de la ciudad. El motivo era el hedor que repentinamente había surgido del subsuelo de su residencia, y bastaba decir que él estaba más que acostumbrado al aroma de la carne putrefacta para dar a entender la magnitud de la pestilencia. Mientras Valko se encargaba del trabajo sucio de enterrar los restos del nuevo experimento y disfrutaba del desorden que sufriría su estómago, él se alejaba del lugar. No le gustaba salir durante las horas diurnas a la calle, no sólo por la ingrata compañía de sus ”conciudadanos”, sino, además, por la irritante presencia del astro que le hacía padecer esa insufrible luz cálida y amarillenta; pero entonces había resultado necesario. Al menos había escogido un lugar apartado, bajando hasta el Sena para remontar su curso hasta el barrio de Quinze-Vingts, el cual estaba compuesto por poco más que sembrados, huertos y más campo. Así pues, se encontraba tan solo como a él le gustaba; o eso pensaba él. Se acercó a un par de metros de la orilla fluvial y acomodó sus posaderas en el poco rígido suelo, así como su espalda contra el árbol que oportunamente le proporcionaba sombra, y se dispuso a matar el tiempo mirando la lontananza.
Si alguien consiguiera hurgar en lo más profundo de su mente se daría cuenta de que, en realidad, Aurélien se hallaba sumido en soledad, y no una buscada como la anterior, sino una que atenazaba su alma y hacía tambalear los fundamentos de su forma de ser. Había perdido a todos a los que tenía algo de aprecio, por avatares del destino o por iniciativa propia: su madre, Étienne, Zeth, Anna y aquel perro que siempre le lamía, e incluso el insoportable de su difunto hijo; el único que le quedaba era Valko y eso no resultaba un gran consuelo. Suspiró y luego recuperó la expresión con pretensiones de volverle cejijunto, mirando a ambos lados para asegurarse que nadie había sido partícipe de su momento de añoranza. ”No importa” pensó para sí. Lo cierto era que había intentado encontrar de nuevo a los dos parisinos, pero el furcio parecía haberse evaporado en el aire y la única pista que había obtenido sobre Badou eran las palabras vagas de su hermana política, las cuales le habían resuelto poco más que nada. Era como si la fortuna le hubiera abierto un nuevo camino, uno que rompiese casi limpiamente con su pasado. Debía seguir adelante, por lo tanto, y olvidar lo que quedaba atrás; era experto en eso, si se lo proponía. Llegado a una resolución factible, apoyó la cabeza contra el tronco y cerró sus párpados, dispuesto a sumirse en una relativa paz que le permitiese descansar, que no dormir, por unos instantes.
Aquella tarde se había alejado del centro de París, desviándose hacia las afueras orientales de la ciudad. El motivo era el hedor que repentinamente había surgido del subsuelo de su residencia, y bastaba decir que él estaba más que acostumbrado al aroma de la carne putrefacta para dar a entender la magnitud de la pestilencia. Mientras Valko se encargaba del trabajo sucio de enterrar los restos del nuevo experimento y disfrutaba del desorden que sufriría su estómago, él se alejaba del lugar. No le gustaba salir durante las horas diurnas a la calle, no sólo por la ingrata compañía de sus ”conciudadanos”, sino, además, por la irritante presencia del astro que le hacía padecer esa insufrible luz cálida y amarillenta; pero entonces había resultado necesario. Al menos había escogido un lugar apartado, bajando hasta el Sena para remontar su curso hasta el barrio de Quinze-Vingts, el cual estaba compuesto por poco más que sembrados, huertos y más campo. Así pues, se encontraba tan solo como a él le gustaba; o eso pensaba él. Se acercó a un par de metros de la orilla fluvial y acomodó sus posaderas en el poco rígido suelo, así como su espalda contra el árbol que oportunamente le proporcionaba sombra, y se dispuso a matar el tiempo mirando la lontananza.
Si alguien consiguiera hurgar en lo más profundo de su mente se daría cuenta de que, en realidad, Aurélien se hallaba sumido en soledad, y no una buscada como la anterior, sino una que atenazaba su alma y hacía tambalear los fundamentos de su forma de ser. Había perdido a todos a los que tenía algo de aprecio, por avatares del destino o por iniciativa propia: su madre, Étienne, Zeth, Anna y aquel perro que siempre le lamía, e incluso el insoportable de su difunto hijo; el único que le quedaba era Valko y eso no resultaba un gran consuelo. Suspiró y luego recuperó la expresión con pretensiones de volverle cejijunto, mirando a ambos lados para asegurarse que nadie había sido partícipe de su momento de añoranza. ”No importa” pensó para sí. Lo cierto era que había intentado encontrar de nuevo a los dos parisinos, pero el furcio parecía haberse evaporado en el aire y la única pista que había obtenido sobre Badou eran las palabras vagas de su hermana política, las cuales le habían resuelto poco más que nada. Era como si la fortuna le hubiera abierto un nuevo camino, uno que rompiese casi limpiamente con su pasado. Debía seguir adelante, por lo tanto, y olvidar lo que quedaba atrás; era experto en eso, si se lo proponía. Llegado a una resolución factible, apoyó la cabeza contra el tronco y cerró sus párpados, dispuesto a sumirse en una relativa paz que le permitiese descansar, que no dormir, por unos instantes.
Malkea Ruokh- Hechicero Clase Alta
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Re: El tiempo de los Hombres [Deimos Halkias & Badou]
Por este no morirme me estoy muriendo a diario...
-Jaime Sabines-
-Jaime Sabines-
En los años que llevaba viviendo, jamás había renegado, sentido enojo o frustración, ni siquiera podía buscar un nombre que fuera adecuado a los sentimientos que pasaban sobre él. Pero había algo que le habían hecho distinguir en estos pocos meses, ‘Felicidad y Tristeza’, se la pasaba pensando en que había sido de su padre, de su madre o de qué manera habían muerto, porque lo último que supo de ellos era, que habían viajado y de ahí todo se había vuelto gris, mientras pensaba en ello, alguien azoto con lo que parecía una cuerda vieja la espalda del muchacho quien inmediatamente dio un respingo. Se trataba de François, uno de los hombres que ayudaba a que el circo saliera a flote -¡Estúpido, deja de pensar y trabaja más!-Le había gritado de una forma ofensiva mientras otros tipos al fondo reían, como siempre dócil y tímido, Badou comenzó a caminar y alguien más imitaba su forma de ser, Atriella no estaba, si ella hubiese observado dichos actos seguro que se les iba directo a la yugular como la hiena que solía ser, en ese circo no había porque ocultar su naturaleza, todos tenían su propia rareza, por ser ‘tonto y estúpido’, el cachorro era tratado de una manera ‘especial’, hasta que explotara su lado sádico, o eso le había dicho aquella Madame que era dueña de todo y todos. Badou no tendría valor alguno hasta que su lado ‘oscuro’ se viera reflejado. Estaba asqueado de lo mismo solo que no sabía cómo expresarlo. Lloraba a veces, entre sueños siempre pronunciaba los mismos nombres, entre ellos los de aquel brujo que definitivamente no había dejado huella alguna en el mundo. Había estado acarreando agua y seguro su cuerpo estaría resentido y caería a dormir sin chistar, lo más cruel es que las raciones de comida eran caldo de sobras con más sobras y aún peor lo que el mercadillo desechaba, huesos de pescado, sangre, tripas, lo que fuese bueno. Y a él le tocaba muchas veces ir a buscar ese tipo de comida. Se estaba preparando para salir cuando François lo intercepto –No Badou, hoy tenemos una misión ‘especial’ para ti– Dijo haciendo énfasis en aquella palabrita mientras dos tipos que siempre le acompañaban se reían a carcajadas. El muchacho apretó los puños.–La señora quiere que vayas al viejo cementerio a recoger un cuerpo y unas hierbas, a fueras de la ciudad y si no regresas con ello no tendrás cena.-Hizo presión sobre su piel y los huesos. Bajó la mirada y se escapó de ahí, no solo iría a buscar dichas cosas, si no que quizás no regresaría, pero abandonar a Atriella. Esa imagen era lo único que lo detenía.
Apenas se puso algo que lo cubriera camino lejos de ahí, pensando que ni siquiera su hermana se jactaría de que no estaba, quizás ella era más feliz, pero sin él ella también podría sufrir. Pateó una piedra jugando con ella, estaba feliz de haber salido de ese infernal lugar, respiro el aire no tan limpio, pero había atravesado el bosque donde se había tardado un tiempo mientras se sentaba a orillas de la laguna contemplando su imagen y unas cuantas lagrimas se le escaparon, se dio cuenta de lo sucio que estaba y que deseaba un baño caliente junto a su ‘padre’, arrastro lo que quedaba de sus zapatos hasta ese lugar, las ruinas, el sol siendo arrastrado sobre las piedras, muros, techos y lo que quedaba, se dio cuenta que el tiempo era largo y eterno, que no pasaba en vano, que a pesar de eso no se percataba de la edad que tenía. Cuando llego al viejo cementerio camino entre las tumbas, visito cada una y no encontraba lo que debía, ahí se había dado cuenta que le habían tomado el pelo, que seguro era para que darse sin ‘sobras’, agarro una piedra y la lazo con fuerza hasta que esta dio sobre el tronco de un árbol, rebotando ligeramente para después caer y entonces se percató de que había alguien, no se iba a disculpar ni nada, solo se acercó y recogió la piedra, preguntándose si ese era el cadáver que le habían indicado, su enojo se disipo pensando que no le habían jugado una mala pasada.-¿Estas vivo?–Era una pregunta estúpida, pero se acercó y toco la piel. Observó el cuerpo del hombre.–Ni pensarlo, que François y la vieja Ignis o como se llame vengan a recogerte, seguro que pesas demasiado, yo no tengo tanta fuerza.–Se cruzó de brazos y estaba dándole la espalda listo para irse, antes de eso tiro la piedra. Quería ponerse a llorar, solo se dejó caer y comenzó a sollozar sin más, tratando de limpiarse de manera brusca, su respiración se descompuso rápidamente. Quizás eso era lo que estaban buscando de Badou y si, estaba enojado, quería golpear algo o alguien por primera vez sentía ese instinto animal desatándose en su interior.
Apenas se puso algo que lo cubriera camino lejos de ahí, pensando que ni siquiera su hermana se jactaría de que no estaba, quizás ella era más feliz, pero sin él ella también podría sufrir. Pateó una piedra jugando con ella, estaba feliz de haber salido de ese infernal lugar, respiro el aire no tan limpio, pero había atravesado el bosque donde se había tardado un tiempo mientras se sentaba a orillas de la laguna contemplando su imagen y unas cuantas lagrimas se le escaparon, se dio cuenta de lo sucio que estaba y que deseaba un baño caliente junto a su ‘padre’, arrastro lo que quedaba de sus zapatos hasta ese lugar, las ruinas, el sol siendo arrastrado sobre las piedras, muros, techos y lo que quedaba, se dio cuenta que el tiempo era largo y eterno, que no pasaba en vano, que a pesar de eso no se percataba de la edad que tenía. Cuando llego al viejo cementerio camino entre las tumbas, visito cada una y no encontraba lo que debía, ahí se había dado cuenta que le habían tomado el pelo, que seguro era para que darse sin ‘sobras’, agarro una piedra y la lazo con fuerza hasta que esta dio sobre el tronco de un árbol, rebotando ligeramente para después caer y entonces se percató de que había alguien, no se iba a disculpar ni nada, solo se acercó y recogió la piedra, preguntándose si ese era el cadáver que le habían indicado, su enojo se disipo pensando que no le habían jugado una mala pasada.-¿Estas vivo?–Era una pregunta estúpida, pero se acercó y toco la piel. Observó el cuerpo del hombre.–Ni pensarlo, que François y la vieja Ignis o como se llame vengan a recogerte, seguro que pesas demasiado, yo no tengo tanta fuerza.–Se cruzó de brazos y estaba dándole la espalda listo para irse, antes de eso tiro la piedra. Quería ponerse a llorar, solo se dejó caer y comenzó a sollozar sin más, tratando de limpiarse de manera brusca, su respiración se descompuso rápidamente. Quizás eso era lo que estaban buscando de Badou y si, estaba enojado, quería golpear algo o alguien por primera vez sentía ese instinto animal desatándose en su interior.
Invitado- Invitado
Re: El tiempo de los Hombres [Deimos Halkias & Badou]
Pese a todo, ¿el tiempo existía? El brujo no estaba seguro de ello, ¿era algo real o sólo una ilusión de la mente para intentar dar sentido a algo que, de por sí, carecía de ello? Aurélien no podía resolver aquella cuestión porque, sencillamente, le faltaban datos, información, las soluciones a decenas de misterios que pocos hombres se habían atrevido a esbozar y que ninguno había logrado resolver. Pero existía el destino, de una forma u otra era una verdad indiscutible, quizás no como algo inamovible, eterno e incuestionable, pero sí como el resultado de ciertas voluntades contra las que ningún mortal podía luchar. Se podían aceptar o negar, pero nunca lograr deshacerlas. ¿Cómo explicar sino ciertos eventos? El sarcasmo con el que estaba cargado la vida hacía que cualquier alusión al libre albedrío fuera una aberración o, quizás, sólo una alusión a que la persona soberana sobre sus propios actos era tan sumamente insignificante que ni los dioses la tenían en consideración. Y en ese día se probaría nuevamente que el gascón no era uno de esos agraciados.
Algo chocó contra el tronco en el que estaba apoyado, un sonido que insistió en su eternamente prolongada hosquedad. El varón ya se hallaba pensando en cómo deshacerse de aquel incordio animal cuando llegó a él la sensación de una compañía humana; al menos humana en parte. Era obvio que si quería mantener su aislamiento antes o después alguien debía acudir a él para perturbarlo. Él, que era de fácil irritación, notó como su malhumor volvía a acrecentarse un poco más. El propietario de aquella presencia habló y, por obviedad, dedujo que se dirigía a él. Y, sin embargo, lo que más llamó su atención, mínimamente, fue que aquel timbre le resultaba familiar. Disparates que descartó por mucho que atendiesen a la realidad. Se giró ceñudo a contestar con palabras hirientes a aquel muchacho, pero, aunque sus labios quedaron entreabiertos, no articuló sílaba alguna, tragándose todo el veneno que tenía preparado.
- Badou. – susurró en un desliz fruto de la incredulidad. ¿Se encontraba en un sueño? No, él hacía tantos años que no dormía placenteramente que no recordaba la dicha de ellos; a él sólo acudían pesadillas, noche tras noche. Entonces aquello era real, no había duda. Sin que sonrisa alguna adornara sus labios, el nigromante dejó que la situación le dominara y le hiciera soltar una estruendosa carcajada por lo irónico de su aparición, apenas unos minutos después de que hubiera resuelto olvidarse definitivamente de él. Parecía como si un caprichoso ente hubiera querido evitar que cumpliese su deseo y, en el momento en el que había dejado de quererlo, se lo hubiera concedido. Sin embargo, nada es dulce por completo, para él menos que para el resto, y el sabor ácido pronto comenzó a corroer su instante de buena suerte. Recordó que ya no usaba el cuerpo enclenque de antes, sino que el actual era más maduro, más varonil; y a la vez más intimidante. ¿Quería desvelar su verdadera identidad? No lo sabía y, aunque lo hiciese, ¿le iba a creer? Resultaría ardua la tarea de demostrar quién era en realidad y, en cierta medida, dudaba de que realmente le fuera a traer beneficio alguno – No estoy muerto aún. – y, tras una pausa, se dispuso a justificar que conociera su nombre para perpetuar la máscara de un desconocido – Tu hermana Bea te ha estado buscando, ¿dónde has estado todo este tiempo? – no es que le hiciera extremada ilusión el que la ingrata joven pasara a formar parte de la conversación, pero, ¿de qué otra forma podría no delatarse? Además, le servía de excusa para pedirle explicaciones y, así, poder tener más información del muchacho, pues, de una u otra forma, le interesaba.
Deimos se puso en pie y ladeó la cabeza, queriendo examinarle para buscar el cambio en aquel muy largo tiempo, pero dejó el cuerpo para un poco más adelante, centrándose en sus ojos y en ese aura que casi se había mantenido inalterable, aunque ahora denotaba un leve grado de enfado. ¿Podría él usar aquel mismo sexto sentido para reconocerle? No lo sabía y, aunque sólo fuera por ganar aquel juego de ocultar quién era de verdad, esperaba que no fuese así. Por de pronto se mantuvo impasible, como acostumbraba siempre, por mucho que aquella calma no fuese más que una fachada para la hostilidad que siempre tenía bullendo en su interior a la espera del más mínimo detonante. Había pocos con los que lograba controlarla.
Algo chocó contra el tronco en el que estaba apoyado, un sonido que insistió en su eternamente prolongada hosquedad. El varón ya se hallaba pensando en cómo deshacerse de aquel incordio animal cuando llegó a él la sensación de una compañía humana; al menos humana en parte. Era obvio que si quería mantener su aislamiento antes o después alguien debía acudir a él para perturbarlo. Él, que era de fácil irritación, notó como su malhumor volvía a acrecentarse un poco más. El propietario de aquella presencia habló y, por obviedad, dedujo que se dirigía a él. Y, sin embargo, lo que más llamó su atención, mínimamente, fue que aquel timbre le resultaba familiar. Disparates que descartó por mucho que atendiesen a la realidad. Se giró ceñudo a contestar con palabras hirientes a aquel muchacho, pero, aunque sus labios quedaron entreabiertos, no articuló sílaba alguna, tragándose todo el veneno que tenía preparado.
- Badou. – susurró en un desliz fruto de la incredulidad. ¿Se encontraba en un sueño? No, él hacía tantos años que no dormía placenteramente que no recordaba la dicha de ellos; a él sólo acudían pesadillas, noche tras noche. Entonces aquello era real, no había duda. Sin que sonrisa alguna adornara sus labios, el nigromante dejó que la situación le dominara y le hiciera soltar una estruendosa carcajada por lo irónico de su aparición, apenas unos minutos después de que hubiera resuelto olvidarse definitivamente de él. Parecía como si un caprichoso ente hubiera querido evitar que cumpliese su deseo y, en el momento en el que había dejado de quererlo, se lo hubiera concedido. Sin embargo, nada es dulce por completo, para él menos que para el resto, y el sabor ácido pronto comenzó a corroer su instante de buena suerte. Recordó que ya no usaba el cuerpo enclenque de antes, sino que el actual era más maduro, más varonil; y a la vez más intimidante. ¿Quería desvelar su verdadera identidad? No lo sabía y, aunque lo hiciese, ¿le iba a creer? Resultaría ardua la tarea de demostrar quién era en realidad y, en cierta medida, dudaba de que realmente le fuera a traer beneficio alguno – No estoy muerto aún. – y, tras una pausa, se dispuso a justificar que conociera su nombre para perpetuar la máscara de un desconocido – Tu hermana Bea te ha estado buscando, ¿dónde has estado todo este tiempo? – no es que le hiciera extremada ilusión el que la ingrata joven pasara a formar parte de la conversación, pero, ¿de qué otra forma podría no delatarse? Además, le servía de excusa para pedirle explicaciones y, así, poder tener más información del muchacho, pues, de una u otra forma, le interesaba.
Deimos se puso en pie y ladeó la cabeza, queriendo examinarle para buscar el cambio en aquel muy largo tiempo, pero dejó el cuerpo para un poco más adelante, centrándose en sus ojos y en ese aura que casi se había mantenido inalterable, aunque ahora denotaba un leve grado de enfado. ¿Podría él usar aquel mismo sexto sentido para reconocerle? No lo sabía y, aunque sólo fuera por ganar aquel juego de ocultar quién era de verdad, esperaba que no fuese así. Por de pronto se mantuvo impasible, como acostumbraba siempre, por mucho que aquella calma no fuese más que una fachada para la hostilidad que siempre tenía bullendo en su interior a la espera del más mínimo detonante. Había pocos con los que lograba controlarla.
Malkea Ruokh- Hechicero Clase Alta
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Re: El tiempo de los Hombres [Deimos Halkias & Badou]
¿Es posible que un segundo sea la eternidad?, todo ese trayecto, aquellos meses, solo se redujeron a ese segundo, era bien cierto cuando la gente decía ‘tu vida puede dar un vuelco en menos de un parpadeo’, jamás entendía de frases rebuscadas, pero aquello le hizo aclarar la mente, abrirse al entendimiento, esa mirada, esos labios pronunciando cosas que no debían, palabras tan delicadas que removían hasta la espora más insignificante en su cuerpo. Y era aquí donde el arrepentimiento se ponía frente a él y sus acciones con esa palabrita, ‘Ojala’, sí, ojala no hubiera tocado aquel cuerpo, ojala fuera menos curioso para entender del miedo y huir antes de arriesgarse. Esa ligera facción, el fruncir el ceño, y después su nombre pronunciado en aquellos labios, saliendo con un timbre diferente siendo disparado hasta sus oídos, para que recorriese todo su cuerpo y este se quedara inmóvil, le aterró, lo afecto inmediatamente, como si el mecanismo de la razón y la lógica se despertaran. -¿Cómo sabes mi nombre? –Su voz era diferente, baja, llena de miedo, de temor, ¿cómo un extraño sabía su nombre?, pero el ingenuo muchacho quiso buscarle una explicación a ello, ¿era una persona del circo?, y lo demás fue un bombardeo inesperado a sus emociones. Paralizado ahí entre la nada, en el olvido, frente a esa silueta. Sentía que la muerte se acercaba en una forma cruel, sus ojos ardían y era porque no parpado en todo ese momento, no quería hacerlo, ¿su vida cambiaría drásticamente si lo hacía?, y entonces lo hizo y ese ardor se convirtieron en cristalinas lágrimas, ¿por qué estúpida razón lloraba?, sentía la nostalgia, no había llorado en años, ni por más que quisiera, había puesto un cascaron tan fuerte, que ahora con eso se había quebrado como el cristal. Apretó los ojos como si eso fuera a detener el llanto. -¿Cómo es que sabes eso?, ¿Cómo…?- Se dejó caer, no estaba muerto, estaba ahí, de una forma descarada y despreocupada, haciéndole llorar, sufrir y verter esas lágrimas que se había reservado.
Negó rotundamente y se golpeó repetidas veces en las sienes, con los puños cerrados, apretando los parpados, sin querer verle, repetía por lo bajo que estaba soñando, que nada era real, pero sí que lo era, tan real como su dolor. -..Auré…lien –Pronunció en un murmullo como si eso fuera algo totalmente prohibido, alzo la mirada, calmándose un poco, pero lo que encontró frente a él no era ese hombre que estaba ligado a ese nombre, más alto, más robusto, más…más inexplicable, pero no había duda, nadie podía pronunciar su nombre con esa precisión, no era tanto el tono, si no la manera. Gateó hasta llegar a sus piernas, la distancia era mínima, y se aferró a una de ellas, su frente quedaba contra la espinilla, jalaba con fuerzas la tela y sus sollozos eran más marcados. -¿Por qué? –se preguntó con la cara llena de lágrimas, hinchado hasta más no poder, el pequeño lazo que amarraba sus largos y rubios cabellos se fue deshaciendo, como si fuera un pequeño, subió por sus piernas, hasta llegar a sus caderas y abrazarle con fuerzas, con casi toda la fuerza que le quedaba en ese momento. Si no era un sueño, quizás si una pesadilla, ese cuerpo delgado ya no estaba ahí. ¿Qué le diría una vez que se calmara?, porque todo había pasado tan rápido, que jamás se detuvo a asimilarlo, ni la muerte de sus padres, ni la desaparición de él, ni siquiera de la posible muerte de Atriella. Estaba perdido y desequilibrado emocionalmente. Quizás él había llegado en buen momento, ¿haría entrar en razón al rubio?, eran tantas preguntas, deseos y caprichos que una vez que recupero el aliento le soltó y le miro como si fuera insignificante ante su presencia. -¿Quién eres entonces?, ¿dónde habías estado cuando todo esto paso?, te fuiste y todo se vino abajo, todo, ¿dónde está tu cuerpo?, ¿dónde está Bea?–Miro a su alrededor, como si de verdad pudiera encontrarla, no la recordaba del todo, solo sabía que ella no se había casado, porque su felicidad se esfumo como la del resto que conformaba ese círculo social donde él se desenvolvía. El cachorro se estaba volviendo loco o un hombre encerrado en la cotidianidad y no quería eso, deseaba a su ‘yo’ del pasado, ese que ya no puede cambiar.-¿Esta vez me llevarás contigo?–no importaba como, esta vez tenía a quien aferrarse y le seguiría por todos los medios necesarios, no dejaría escapar aquella pequeña chispa de ‘felicidad’.
Negó rotundamente y se golpeó repetidas veces en las sienes, con los puños cerrados, apretando los parpados, sin querer verle, repetía por lo bajo que estaba soñando, que nada era real, pero sí que lo era, tan real como su dolor. -..Auré…lien –Pronunció en un murmullo como si eso fuera algo totalmente prohibido, alzo la mirada, calmándose un poco, pero lo que encontró frente a él no era ese hombre que estaba ligado a ese nombre, más alto, más robusto, más…más inexplicable, pero no había duda, nadie podía pronunciar su nombre con esa precisión, no era tanto el tono, si no la manera. Gateó hasta llegar a sus piernas, la distancia era mínima, y se aferró a una de ellas, su frente quedaba contra la espinilla, jalaba con fuerzas la tela y sus sollozos eran más marcados. -¿Por qué? –se preguntó con la cara llena de lágrimas, hinchado hasta más no poder, el pequeño lazo que amarraba sus largos y rubios cabellos se fue deshaciendo, como si fuera un pequeño, subió por sus piernas, hasta llegar a sus caderas y abrazarle con fuerzas, con casi toda la fuerza que le quedaba en ese momento. Si no era un sueño, quizás si una pesadilla, ese cuerpo delgado ya no estaba ahí. ¿Qué le diría una vez que se calmara?, porque todo había pasado tan rápido, que jamás se detuvo a asimilarlo, ni la muerte de sus padres, ni la desaparición de él, ni siquiera de la posible muerte de Atriella. Estaba perdido y desequilibrado emocionalmente. Quizás él había llegado en buen momento, ¿haría entrar en razón al rubio?, eran tantas preguntas, deseos y caprichos que una vez que recupero el aliento le soltó y le miro como si fuera insignificante ante su presencia. -¿Quién eres entonces?, ¿dónde habías estado cuando todo esto paso?, te fuiste y todo se vino abajo, todo, ¿dónde está tu cuerpo?, ¿dónde está Bea?–Miro a su alrededor, como si de verdad pudiera encontrarla, no la recordaba del todo, solo sabía que ella no se había casado, porque su felicidad se esfumo como la del resto que conformaba ese círculo social donde él se desenvolvía. El cachorro se estaba volviendo loco o un hombre encerrado en la cotidianidad y no quería eso, deseaba a su ‘yo’ del pasado, ese que ya no puede cambiar.-¿Esta vez me llevarás contigo?–no importaba como, esta vez tenía a quien aferrarse y le seguiría por todos los medios necesarios, no dejaría escapar aquella pequeña chispa de ‘felicidad’.
Desde ese día todo ha cambiado de color, he sido capaz de sentir las estaciones tantas veces
y una vez más camino así porque siempre recordaré ese pequeño
deseo contigo a mi lado.
y una vez más camino así porque siempre recordaré ese pequeño
deseo contigo a mi lado.
Invitado- Invitado
Re: El tiempo de los Hombres [Deimos Halkias & Badou]
Resulta curioso cómo varía la percepción del tiempo, no sólo dependiendo de la persona, sino también del instante en el que uno piensa sobre la duración de un momento pasado. Lo que más tarde Deimos recordaría como apenas un puñado de segundos, a él se le asemejaron a largos minutos, como si el tiempo se hubiese detenido para respetar la dilación que necesitaba su interior para dar origen a los diversos sentimientos, si es que ésta es una palabra permitida para hablar del gascón, y asimilarlos, en un intento no demasiado fructífero de que éstos no inundaran su mente y la noquearan, dejándola presa de una locura que, a lo largo de los años, había ido cobrando fuerza en él. El punto de partida fue ese pestañeo del rubio que se derritió para deshacerse en una cristalina gota que cayó por su mejilla, algo a lo que él contestó con una mal formada expresión de incomprensión. A esa primera lágrima le siguió otra, y después otra y otra, en un llanto que pretendía intercalarse con unas palabras que a duras penas podía entender él. Cayó al suelo y él, con demasiado tiempo a sus espaldas trabajando en la carencia de compasión, ni se inmutó, tan sólo siguió el recorrido de su cuerpo hasta que éste yació en la hierba mientras se golpeaba la cabeza, como si un terrible dolor le hubiera hecho su cautivo. ¿Qué le pasaba al perro? ¿Era en verdad una aflicción física o se escondía algo más tras aquel repentino misterio? Y entonces lo comprendió.
Cada sílaba de su antiguo nombre llegó a sus oídos con una sorprendente definición, como si sus propios sentidos se regocijaran en el rotundo fracaso de su mascarada. ¿Y él era el que preguntaba que cómo sabía el nigromante ”eso”? La verdadera incógnita era el cómo sabía Badou quién era él, el cómo había logrado atravesar cualquier barrera física para hallar qué se encontraba tras aquella gran mentira que era el nuevo recipiente que habitaba. Aurélien no encontraba explicación alguna a aquello, pero pronto debió dejar de ocupar espacio en su mente cuando el muchacho volvió a acercarse a él, ésta vez para romper definitivamente la distancia que los separaba. Sus brazos rodearon su pierna con fuerza provocándole una irremediable necesidad de sacudirse de él, de deshacerse de él; tan sólo fue capaz de reprimir, inconscientemente, esa reacción por quién era él, nada más. Pronto ascendió hacia su cadera, debiendo de quedar de rodillas, mientras le exigía explicaciones. Le exigía a él, ni más ni menos, que era posiblemente una de las personas más reacias a justificarse en París en ese preciso momento. Y, sin embargo, sus labios volvieron a desplegarse, abriendo la puerta que daba paso a una nueva etapa en su vida, a un nuevo comienzo en el que dejar espacio en su corazón a un sentimiento sincero del que no sentirse avergonzado y olvidar la falsa creencia de que el afecto no es fortaleza, sino debilidad; ese acto daba pie a un periodo en el que su corroído pecho podría sanar y volver a tener la oportunidad de ser el niño que le habían negado ser, a olvidar el pasado y el rencor para construir un futuro en el que pudiera ser feliz y no hacer desgraciada a la gente que, de alguna manera, quería. Pero, en el preciso instante en el que se abrieron, las palabras expiraron y todas las posibilidades se desvanecieron en un grito mudo y agónico que nadie, jamás, recordaría. Todas y cada una de esas justas intenciones fueron asesinadas por el único criminal en escena, aquel que había bebido del mundo lo suficiente como para imprimir en su alma parte de impiedad que le caracterizaba. Ya ni siquiera tenía nombre, pues, ¿cuál de todos debiera usar? No importaba ya, pues él, sencillamente, era él, al margen del apelativo que usase. Y, como él, ¿de qué manera podría traicionarse al intentar renegar de lo que era? No, Jehan murió antes de nacer, Aurélien fue un proceso y el Deimos presente se iba desvaneciendo paso a paso para dar lugar a Malkea Ruokh, viniera de donde viniese aquel nombre. Por lo tanto, terminó reaccionando de la manera más obvia:
- ¿Auré… lien? – repitió él, con signos de extrañeza – No sé de quién o de qué me estás hablando – él buscó entonces las manos que le constreñían, separándolas de su cintura y, después, alejándose de él. Por alguna razón, y tan sólo por un segundo, notó un ligero malestar que explicó por la brusca separación de sus auras que, entonces, tras mucho tiempo, habían vuelto a encontrarse, conjugándose y mezclándose, bebiendo la una de la otra y siendo segregadas violentamente antes de haberse saciado. Obviamente, pasado ese segundo, desechó tamaña sandez de las posibilidades -. Sí, te llevaré conmigo, pero sólo hasta que encontremos a tu hermana; está muy preocupada – palabras que no resultaron más que una excusa para encubrir la verdad, que no era otra que, incluso él se preocupaba por el perro, al menos de la forma que él era capaz de preocuparse por las pocas personas afortunadas con tal dudoso privilegio. Como aún le tenía agarrado, hizo fuerza para obligarle a levantarse y, después, le soltó, pues él siempre había sido alguien de distancias y sólo con concretas personas y en situaciones apropiadas lograba romper aquel hábito. Aunque él fuese una de esas personas, el momento sí que no era el apropiado.
Quería tomar el camino de regreso a París, sendero que les llevaría de nuevo a una urbe donde habitaban demasiadas personas, situación que solía servirle para confundirse entre la multitud, pero que ahora le resultaba un sincero contratiempo. ¿Cuántas horas quedaban para el anochecer? No lo sabía, pero, fuera el resultado que fuese, le hubieran parecido pocas. Tenía hasta que el sol se ocultase para encontrar a la hermana adoptiva de Badou, pues en la noche no parecía ser oportuno buscarla y, desde luego, no podía llevarse al muchacho con él, pues conocía dónde residía y esa era una buena forma de demostrar que no su intuición no erraba y sí era quien él le había acusado de ser.
- ¿Quién es ese que decías que soy? No recuerdo que Bea lo mencionase en ningún momento. ¿Por qué se fue? – al gascón no le interesaba saber quién era Aurélien, sino quién creía el perro que era. Era peligroso seguir rondando el tema, pero él resultaba ser tan temerario que, de osado, se volvía necio.
Cada sílaba de su antiguo nombre llegó a sus oídos con una sorprendente definición, como si sus propios sentidos se regocijaran en el rotundo fracaso de su mascarada. ¿Y él era el que preguntaba que cómo sabía el nigromante ”eso”? La verdadera incógnita era el cómo sabía Badou quién era él, el cómo había logrado atravesar cualquier barrera física para hallar qué se encontraba tras aquella gran mentira que era el nuevo recipiente que habitaba. Aurélien no encontraba explicación alguna a aquello, pero pronto debió dejar de ocupar espacio en su mente cuando el muchacho volvió a acercarse a él, ésta vez para romper definitivamente la distancia que los separaba. Sus brazos rodearon su pierna con fuerza provocándole una irremediable necesidad de sacudirse de él, de deshacerse de él; tan sólo fue capaz de reprimir, inconscientemente, esa reacción por quién era él, nada más. Pronto ascendió hacia su cadera, debiendo de quedar de rodillas, mientras le exigía explicaciones. Le exigía a él, ni más ni menos, que era posiblemente una de las personas más reacias a justificarse en París en ese preciso momento. Y, sin embargo, sus labios volvieron a desplegarse, abriendo la puerta que daba paso a una nueva etapa en su vida, a un nuevo comienzo en el que dejar espacio en su corazón a un sentimiento sincero del que no sentirse avergonzado y olvidar la falsa creencia de que el afecto no es fortaleza, sino debilidad; ese acto daba pie a un periodo en el que su corroído pecho podría sanar y volver a tener la oportunidad de ser el niño que le habían negado ser, a olvidar el pasado y el rencor para construir un futuro en el que pudiera ser feliz y no hacer desgraciada a la gente que, de alguna manera, quería. Pero, en el preciso instante en el que se abrieron, las palabras expiraron y todas las posibilidades se desvanecieron en un grito mudo y agónico que nadie, jamás, recordaría. Todas y cada una de esas justas intenciones fueron asesinadas por el único criminal en escena, aquel que había bebido del mundo lo suficiente como para imprimir en su alma parte de impiedad que le caracterizaba. Ya ni siquiera tenía nombre, pues, ¿cuál de todos debiera usar? No importaba ya, pues él, sencillamente, era él, al margen del apelativo que usase. Y, como él, ¿de qué manera podría traicionarse al intentar renegar de lo que era? No, Jehan murió antes de nacer, Aurélien fue un proceso y el Deimos presente se iba desvaneciendo paso a paso para dar lugar a Malkea Ruokh, viniera de donde viniese aquel nombre. Por lo tanto, terminó reaccionando de la manera más obvia:
- ¿Auré… lien? – repitió él, con signos de extrañeza – No sé de quién o de qué me estás hablando – él buscó entonces las manos que le constreñían, separándolas de su cintura y, después, alejándose de él. Por alguna razón, y tan sólo por un segundo, notó un ligero malestar que explicó por la brusca separación de sus auras que, entonces, tras mucho tiempo, habían vuelto a encontrarse, conjugándose y mezclándose, bebiendo la una de la otra y siendo segregadas violentamente antes de haberse saciado. Obviamente, pasado ese segundo, desechó tamaña sandez de las posibilidades -. Sí, te llevaré conmigo, pero sólo hasta que encontremos a tu hermana; está muy preocupada – palabras que no resultaron más que una excusa para encubrir la verdad, que no era otra que, incluso él se preocupaba por el perro, al menos de la forma que él era capaz de preocuparse por las pocas personas afortunadas con tal dudoso privilegio. Como aún le tenía agarrado, hizo fuerza para obligarle a levantarse y, después, le soltó, pues él siempre había sido alguien de distancias y sólo con concretas personas y en situaciones apropiadas lograba romper aquel hábito. Aunque él fuese una de esas personas, el momento sí que no era el apropiado.
Quería tomar el camino de regreso a París, sendero que les llevaría de nuevo a una urbe donde habitaban demasiadas personas, situación que solía servirle para confundirse entre la multitud, pero que ahora le resultaba un sincero contratiempo. ¿Cuántas horas quedaban para el anochecer? No lo sabía, pero, fuera el resultado que fuese, le hubieran parecido pocas. Tenía hasta que el sol se ocultase para encontrar a la hermana adoptiva de Badou, pues en la noche no parecía ser oportuno buscarla y, desde luego, no podía llevarse al muchacho con él, pues conocía dónde residía y esa era una buena forma de demostrar que no su intuición no erraba y sí era quien él le había acusado de ser.
- ¿Quién es ese que decías que soy? No recuerdo que Bea lo mencionase en ningún momento. ¿Por qué se fue? – al gascón no le interesaba saber quién era Aurélien, sino quién creía el perro que era. Era peligroso seguir rondando el tema, pero él resultaba ser tan temerario que, de osado, se volvía necio.
Malkea Ruokh- Hechicero Clase Alta
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