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La muerte de los tres males (Deimos Halkias & Séfer Zahira) 2WJvCGs


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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por Malkea Ruokh Dom Ene 20, 2013 9:53 pm

Deimos Halkias & Séfer Zahira
Resulta curioso cómo el destino tiende a alargar la pierna para hacerte tropezar en el camino; cómo te hace probar una y otra vez el barro para contrariarte y tirar al suelo cualquier deseo o convicción que guardaras; en definitiva, cómo se esmera en reírse de ti en tu propia cara. Pero ese destino que tan bien conocía a Aurélien no iba a salirse con la suya; esta vez no.

París había visto cómo, en poco tiempo, su salubridad había mejorado, cómo buena parte de los cementerios habían sido vaciados y, por lo tanto, cómo el nigromante se había encontrado con una reserva de cadáveres visiblemente mermada. Eso resultaba ser un serio problema para el gascón, una contrariedad que, en realidad, no tenía difícil solución, pero él era lo suficientemente terco como para obcecarse en proseguir por el sendero cenagoso y evitar la vía rápida. No iba a abandonar la ciudad, no estaba en sus planes y, como resultaba obvio, iba a apartar a patadas cualquier obstáculo que se interpusiera entre él y sus pretensiones.

Semanas atrás, una nueva salida para el entuerto comenzó a esbozarse. En otra de esas curiosidades del destino había vuelto a conocer a alguien en uno de los camposantos que habían sobrevivido a la purga. Su raciocinio, y su gusto por la soledad, no podían entender cómo a esas horas intempestivas había tanta gente que visitaba esos lugares, o más gente de la que él esperaba, lo que se traducía por ninguna viva. Aquella resultó ser una bruja, otra, aficionada al gusto de la sangre y, por lo tanto, afectada por las nuevas medidas tomadas por los parisinos. Pese al carácter de la mujer y la hosquedad de él, la imprevista reunión había dado lugar a un acuerdo, un propósito que haría mal a muchos, pero que beneficiaría a ambos, que era lo que, a últimas importaba. ”El fin justifica los medios”, era un lema al que entonces se acogía.

Ahora se encontraban en la destartalada residencia del antiguo pianista, la cual Valko, el criado, había tratado de devolver a su estado original, sin apenas algún resultado visible por la gran extensión y la falta de ayuda. Poco menos podía importarle al dueño, no dándole extrema importancia a la higiene y apenas utilizando un par de estancias de las que se encontraban por encima del nivel del suelo. No, a él le importaba más lo que estaba enterrado, oculto y lejos del resto del mundo: los sótanos, en una de cuyas habitaciones se encontraban. Era de piedra, abovedada, casi cuadrada y relativamente amplia, de unos veinte pasos de largo, húmeda y lúgubre, sólo iluminada por las antorchas en las paredes y en la columna que sujetaba el techo en el centro. En su día debió de haber servido como bodega, suponía él, pero ahora su función era bien distinta. Según se entraba, a la izquierda, había cuatro mesas dispuestas una paralela a la otra, una ocupada por diversos instrumentos y el resto de ellas por cuerpos desnudos e inconscientes. Dos mujeres y un hombre que aparentaban entre la veintena y la treintena de edad. En el muro que quedaba al frente había estanterías repletas de libros viejos y gastados y de cuencos y frascos que contenían un sinfín de sustancias, plantas y miembros animales y humanos. No había más mobiliario, tan sólo lo justo y necesario.

Deimos se encontraba cargando sus brazos de tarros con contenidos diversos, yendo y viniendo de un lado a otro de la sala de tanto en tanto. Cortaba, mezclaba y hervía diversos elementos en un pequeño caldero, vigilando las tres personas anónimas que descansaban frente a él. Resultaba carente de sentido, pues les habían suministrado fuertes somníferos y no se despertarían hasta llegado el momento. Por lo pronto, debía preparar aquel mejunje que permitiría adentrarse a los brujos en los secretos de sus organismos sin necesidad de un corte real y, más importante aún, descubrir la esencia de sus almas, esas que debían corromper para asegurar que sus planes darían sus frutos.

Largas horas después de comenzar, volcó un cazo del líquido cocinado sobre el resto del empaste y lo removió, para dar por finalizada aquella pomada que, después, deberían esparcir sobre la casi totalidad de la piel de sus víctimas. Pero aún no había llegado el momento. Asomándose al pasillo y sin tener intenciones de regresar a la planta baja, llamó a gritos a su sirviente para que apagara el fuego y limpiara lo sobrante. Él, por su parte, esperó sentado en el suelo a la persona que aún debía de llegar antes de comenzar el ritual.
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Mensaje por Séfer Zahira Mar Ene 29, 2013 12:40 am


«Séfer por favor, no seas insensata. Esto es peligroso.» Un quejumbroso fantasma trató de convencer los riesgos que la aventura de esa noche auguraba para ambos. Cédric, seguro de sus presentimientos, no se atreve a pensar en la posibilidad de dejarla ir a ese poco agraciado aquelarre. La empatía es algo a lo que no se puede acostumbrar una persona, ya debe estar escrito en su sistema desde su formación, no se espera que Cédric por su propio entusiasmo fuese a aceptar a alguien más cerca de ella. Es un hombre celoso y resentido, no fue culpa de él pagar los crímenes de su padre y, pese a las fuertes declaraciones que la pelirroja le hacía, los deseos de escapar de ella no fueron más grandes que su anhelo de protegerla. Séfer lo atrapó como uno de sus fantasmas, a su servicio y bajo la manipulación de sus poderes podría hacer y deshacer con Cédric todo lo que quisiera, esa es la excusa que le da al mundo del exterior, internamente ambos sabían por qué permanecieron juntos a pesar de las dificultades. Sumando todo lo anterior, no es sorpresa encontrar preocupación en él y fastidio en ella ante el encuentro nocturno.

La discusión se extendió más de una hora. La insistente mujer no le concedería el poder al hombre y este a su vez no podría retractarse de sus palabras permitiendo que ella se saliese con la suya. Al final, el esclavo siempre es el esclavo sin importar la apariencia que tenga, Cédric fue sometido y la bruja salió de la habitación preparándose. Durante las últimas horas, había repasado el viejo manuscrito sobre la mesa. Un viejo libro que robó o encontró en algún lugar abandonado, a nadie le importaba y nadie reclamó la pérdida de semejante ejemplar. Las páginas rasgadas, la caligrafía, el idioma y los garabatos en las esquinas de las hojas, suponían ser de origen celta. Los mejores y más grandes magos provienen de esa cultura, así como los grandes sabios. Tomó las runas en sus manos y las lanzó sobre su cabeza esperando que cayesen sobre la palma de su mano. Una pregunta, sólo una pregunta hacía falta para que se convenciera a si misma de asistir o no. La respuesta fue a su favor y la sonrisa sardónica en sus labios apareció con autocomplacencia. Un par de ramilletes de hojas secas, un bolso de tela negra. Metió las runas y las hojas en el bolso ajustándolo a su muñeca. Cualquiera diría que se trata del clásico monedero de las damas con los francos guardados, pero no es así. En medio de los objetos, algo más preciado se escondía. La joya en donde se guarda el alma de Cédric, así él iría con ella, le guste o no.

El soplido del viento, frío y distante, auguraron una tormenta, quizá no atravesara el centro de la ciudad y sólo llegara a rociar las afueras de la vieja Paris como es costumbre en épocas como esta, pero por otro lado, el ambiente cambió drásticamente al poner ella un pie en la calle. Aspiró. El azote de las ventanas contra los muros fue desgarrador y los sombreros de las señoras volaron, esparciéndose por todas partes, dejando en ridículo a los varones que intentaban atraparlos y asustando a uno que otro niño que jugaba libremente en las calles. Séfer inclinó la cabeza para ajustar la cinta de sus cabellos y se adentró en los laberínticos pasillos de las calles. Uno a uno, pasaron los callejones, los jardines y aquellas esquinas con el letrero de negocios en el umbral de las puertas. Otras veces se topó con puertas cerradas y casas que parecían estar en completo abandono por sus dueños, no se fijó mucho en los detalles, porque realmente no importó el aspecto del lugar a donde se dirigía, ni siquiera el lugar mismo importaba, sólo la razón del por qué lo hacía. Al poco rato de andar se topó con su destino. Se quedó de pie frente a la puerta admirando la construcción, parecía tan solitaria que ni un alma se adentraría a ese lugar, menos con las luces de la noche dándole ese aspecto espeluznante al contraste de los relámpagos en las lejanías. Séfer sonrió y tocó la puerta. Antes de que pudiese hacer otra cosa, esta se abrió dándole la bienvenida. Sin temor alguno la cruzó con una sonrisa maldita en sus labios. El contenido del bolso comenzó a hervir y entonces Cédric no podría salir de él a menos que ella lo solicitara. De esta forma, pese al mal gusto que tenía su difunto esposo por el brujo ante ella, no sería capaz de hacer nada para impedir el ritual que ambos planearon tiempo atrás. –Una linda noche, Halkias. Podemos iniciar cuando gustes. Oh, traje compañía si no te importa.- Señaló el bolso encogiéndose de hombros. –Quizá un alma de más no esté de sobra-


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Mensaje por Malkea Ruokh Vie Feb 08, 2013 1:58 pm

El momento que aguardaba no tardó demasiado en llegar. Tras abandonar el subterráneo, se había apostado contra un muro del patio delantero, a la sombra de una de las torres que custodiaban la puerta, aunque no hubiera sol del que esconderse. Era uno de esos días en los que el cielo se mostraba nublado y en los que el bochorno presente amenazaba con una pronta tormenta. Poco menos podía importarle a él, no era alguien que se dejase amedrentar por el clima; más aún, prefería que lloviese, pues la mayoría de los parisinos rehuían de la calle cuando existía el peligro de que una tromba de agua les asaltase en medio del camino. Por lo tanto, cuando el sonido de la aldaba golpeando la madera llegó a él, supo de inmediato que se trataría de la invitada que estaba esperando y no de otra inoportuna, e infrecuente, visita.

Sin mayor dilación, se irguió de nuevo y se encaminó al portón, con apenas unos segundos de tardanza, para romper la barrera que separaba el interior del curioso y entrometido exterior. Al otro lado le esperaba una mujer de un fuerte cabello rojizo que caía enmarcando un rostro hermoso, a su manera, pero hermoso. No podía decirse que se tratase de una belleza clásica, pues sus ojos eran más grandes de lo normal, por no hablar de su busto, pero era precisamente en esa exuberancia donde residía el interés con el que contaba, atrayendo una irremediable atención que invitaba más al desfase que al decoro. Aurélien podría estar seguro de que, de haber sido su vida de otra manera, hubiera dado lo que hubiera sido necesario por pasar una noche entre los brazos de aquella fémina, pues, al fin y al cabo, él no procedía de las sofisticadas clases altas, sino de la parte más básica y rural del populacho; pero esto no había sido así, por lo que, en ese presente, su apetito sexual se restringía a aquellos campos en los que se irguiesen muros que negasen el afecto, o la búsqueda de éste, entre o por una de las partes integrantes. Hacía años que había establecido que no iba a arriesgarse a caer en escenas que pudieran dar lugar a dichos entuertos y, a pesar de las bajas necesidades de aquel cuerpo chipriota, ni un pensamiento pecaminoso cruzó su mente.

La sonrisa femenina tuvo su antagonista en el ceño fruncido del varón, que, si bien no era tan pronunciado como el que mostrara Aurélien, resultaba lo suficiente evidente. Con la misma hosca mirada observó el bolso que ella le indicaba, notando con una habilidad sólo adquirida por los años que en él latía una presencia más que las ya mencionadas, muy similar a las contenidas en el frasco que el gascón guardaba en el bolsillo zurdo de su chaleco. Asintió, sin más, pues, le disgustara o le resultase indiferente, tampoco iba a hacer a la mujer a regresar más tarde ausente de compañía. Tenía más interés en comenzar cuanto antes.

- Seguidme – les sugirió, a ambos, pues rara vez que no fuera de forma sarcástica usaba él las fórmulas de cortesía. Cerró la entrada tras que hubieran pasado y avanzó bajo la atenta y muda mirada de las esculturas de la fachada interior al edificio principal. No pronunció una sola palabra en el recorrido por un par de pasillos hasta una puerta enclaustrada en una pared que, intencionadamente, no llamaba la atención, pero que era especialmente singular por su contenido. Las escaleras descendentes se desvelaron, redescubriendo a su vez el aún leve y desagradable olor, mezcla de rancio y carne descompuesta, al que él estaba más que acostumbrado. En los sótanos el hedor se tornó algo más fuerte, pero él no se paró a disfrutar de un posible desagrado de ella, sino que entró en una estancia lateral a la derecha del pasillo que se perdía, por la escasez de luz, en algún punto del frente - Valko, fuera. – no necesitó más palabras para dar por finalizada la corta estancia de su lacayo en el lugar, el cual se debió marchar sin despedirse ni ninguna muestra de cortesía, pues ninguno de los dos residentes estaban habituados a ellas. Una vez solos, se dispuso a explicar, o recordar, lo que ella ya debía saber – Éstos serán las víctimas. – señaló a las mesas – Debemos vincular sus cuerpos con tres monigotes para maldecirlos con un ritual; es un proceso delicado. – y esa era la clave de la presencia de la mujer. Aurélien hubiera sido capaz de hacer aquello de aún tener posesión de su figura original, pero no estaba tan habituado a la nueva y, por mucho que ésta prometiese ser aún más poderosa que la anterior, no estaba seguro de poder realizar el procedimiento efectivamente sin destruir alguno de los órganos vitales que debían enlazar con los fantoches – Luego debemos llevarles a algún lugar lejos de aquí y esconder los muñecos donde nadie pueda encontrarles. Y protegernos de la enfermedad, claro. – aquello también era importante, pues si los tres títeres eran destruidos, la infección desaparecería en cuestión de minutos - ¿Estás preparada?

Sin esperar contestación, el brujo recogió las tres pequeñas figuras antropomorfas de un estante y el cuenco con el ungüento y se dirigió a esas personas inmóviles, dejando todo junto a la primera de las mujeres. Abriendo un brazo y sin mayor preludio por su parte, la invitó a comenzar.

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Mensaje por Séfer Zahira Mar Feb 26, 2013 1:44 am


El entrar a esa casa precisamente, le supuso un escalofrío a lo largo y ancho de su piel. Un augurio, una promesa. Le inevitable sonreír ante la reacción de su cuerpo, siempre advirtiendo el peligro y sobreestimando lo infravalorado; sus sentidos se agudizaron intentando enfocarse en el desafío de el aura ajena. Relamiéndose los labios en el silencio, siguió al hombre observando cada detalle de su figura, de los muros, de sus alrededores en general. Notó la mezcla de olores, el rotundo contraste con la calle y la sensación amarga que se respiraba ahí dentro. Lo disfrutó. Si pudiese estar más en confianza, seguramente ese sería su hogar y no el de ese joven huraño. Curioso, cualquiera pensaría que alguien como él posee un poco de humor, fue evidente por su recibimiento que no. A Séfer poco le importó si la idea de no haber llegado sola le molestaba a él o no, jamás iría a un lugar así desarmada, no es que lo estuviese sin su ‘espíritu guía’ es sólo que, absorber la energía de los demás sin antes haber bebido un poco de esa sangre vampírica, le costaba un poco más que lo ordinario. ¿Y, si algo sale mal? Puso los ojos en blanco, con ella presente ahí, nada podría salir mal. Sus conocimientos son variados y la utilización de magia negra se ha vuelto un hábito de su vida diaria. Se adentró en el largo pasillo, sintiendo como las náuseas aparecía en su estómago. Fétido y denso. El aire cambió una vez que bajaron juntos. No le parecía repugnante, al contrario, aquel estrambótico hedor, le era irrefutablemente exquisito. La muerte siempre ha estado entre nosotros y, el hecho de que ella pueda burlarla, usarla y manipularla a su antojo, hacía que parte de si misma tuviese ese mismo repugnante olor.

Arqueó una ceja al observar los cuerpos, los muñecos, los frascos de cosas varias. Curioso, los brujos son diferentes desde la esencia misma, sin embargo, todos poseen los libros viejos, los refractarios con artículos asquerosos… Sonrió de medio lado al ver como se despedía de su sirviente. De ser otra mujer, de ser cualquier otra tipa dentro de la casa de un extraño, es muy probable que sintiese un poco de miedo ante su presencia, pero no Séfer. Torció el labio escuchando con atención cada una de sus palabras. Lo que él pide es sencillo, al menos la parte en que se hace el amarre. La pelirroja, frunce el ceño, en sus pensamientos naufragan las palabras no dichas y las miradas lanzadas al vacío. Hay algo más en todo esto. Aspira profundamente, sea lo que sea, sobrevivirá. Guardó silencio observando los movimientos ajenos. Poco después reparó en los rostros de los desafortunados individuos. Era una verdadera lástima, su sangre pudo haber sido mejor utilizada, al menos para fortuna de la bruja.

-¿Cómo planeas bloquear las enfermedades para nosotros?- Impaciente, siempre con el ansia de saberlo todo antes de tiempo. Tenía que preguntarlo, los males se podrían ir mucho al infierno, sin importar que tan fuertes fuesen, siempre había una forma para evadirlos, el cómo era precisamente lo que más le preocupaba. Todo lo demás, le resulta trivial. Se aproximó a él acomodándose frente a la mujer. La observó de arriba abajo, sus ojos expresaban lo que a Séfer le apetece más en sus víctimas, miedo. Toma uno de los muñecos y lo observa detenidamente, para que ese vínculo funcione, se necesita que el muñeco posea una características de la personalidad a la que se atará. La mujer toma uno de los cabellos de la fémina y lo guarda dentro de la figurilla, nada mejor que un cabello… Las Moiras sabían lo que hacían. Mientras hacía aquello, recitó las palabras necesarias para lograr formar el vínculo entre el muñeco y la carne. Al poco de un par de segundos más, había terminado. El desgaste fue el mínimo, pero entonces era necesario frotar el muñeco con aquel ungüento. ¿Sería seguro tomarlo sólo así? Sacudió la cabeza negándose a si misma. La mano de Cédric cubrió la de la bruja, él ya estaba muerto, no podría pasarle nada malo o ¿Sí? Bueno, mejor él que ella. Los fantasmas son sacrificables y hace poco consiguió una nueva alma atormentada. Continuó con el procedimiento. Tomó la mano izquierda de la mujer, clavando su uña en la palma de la misma para robar un poco de su sangre. El charco escarlata apareció y entonces el trato había sido cerrado.


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Mensaje por Malkea Ruokh Vie Mar 01, 2013 3:07 pm

Mientras la mujer se centraba en el papel que debía tomar en aquel ritual, el brujo volvió a dirigirse al mismo mueble que antes, rebuscando entre los demasiados bultos que lo inundaban y pasando por alto la pregunta de la mujer; al menos aparentemente. Sus manos apartaron los frascos y, con cuidado de no derramar nada por accidente, sacó una caja de varios palmos de longitud y la dejó sobre el suelo. Se agachó frente a ella y pasó sus manos sobre la polvorienta superficie antes de abrirla, desvelando un interior recubierto de satén rojo y que guardaba dos extrañas figuras que tomó con cada mano. Se acercó de nuevo a su colaboradora justo cuando ella rasgaba la piel de uno de los cuerpos inertes para dar paso a la sangre. No conocía aquel procedimiento, algo que le inquietaba, pero, mientras diese resultados, no iba a poner pega alguna.

- Esto será lo que nos proteja. – señaló a lo que acababa de llevar. Se trataba de dos pirámides octogonales unidas por un prisma del mismo número de caras, cada una de ellas realizada a partir de una gema diferente. Sin embargo, la característica que más llamaba su atención era que, de su interior, surgía una luz blanquecina que quedaba teñida levemente por las diversas tonalidades – Son arebs; cribadores.

Aquellos dos objetos, casi gemelos, que en un principio parecían no ser más que la obra de un mal joyero, se trataban de instrumentos cuyo nombre era sinónimo de condena post mortem. Según se contaba, el estudio de su composición había llevado al menos una decena de generaciones, pues su finalidad era una cuestión compleja. En vida, se debía vincular el alma de una persona al instrumento y dejar que ésta muriese sin que aquel que la hubiese condenado interviniese de alguna manera, o, de lo contrario, el enlace se vería roto. Entonces, el cribador funcionaba como un imán que atraía la energía del espíritu hasta encerrarla en él. Ese era el momento en el que un proceso que duraba un ciclo lunar completo comenzaba. El ánima iba chocando y rebotando contra una y otra pared de su interior que, a diferencia de las apariencias, era extremadamente complejo, un laberinto cuidadosamente compuesto. Toda aquella estructura estaba formada por muchas más piedras que las que se podía ver en el exterior, cada una cumpliendo una función determinada: el ágata negra para proteger de las energías externas, el aguamarina para dotar de paz al ente y hacer que el choque contra una obsidiana cargada negativamente resultara más traumático, un exceso de lapislázuli para eliminar los recuerdos y el ónix para negar la voluntad, entre otras gemas y propiedades. Así era como se conseguía un alma casi pura, sin voluntad, una gran fuente de energía que, sin embargo, nunca iba a rebelarse; o, al menos, casi nunca.

- Haremos que los dos entes contenidos se fundan con nuestros cuerpos con la misión de protegernos de la enfermedad. Serán como nuestros siervos, escudos que recibirán y engullirán todo intento de infectarnos. – le explicó. Poco a poco, esa coraza se iría corrompiendo, cual tela de lino sobre la que gotea lentamente un líquido negro, lo cual podría convertirse en un engorro, pues minaría el buen humor del portador, pero seguiría cumpliendo su función, que era casi lo único que importaba. De todas formas, alguna contrapartida debía de tener – Igualmente, debes estar alerta. A cualquier indicio de sublevación, doblega con tu esencia al ánima; es débil. – eso era algo poco frecuente y, obviamente, dos cuerpos sanos acostumbrados a sus actuales propietarios tenían todas las de ganar frente a un intento de posesión por parte de la esencia intrusa, pero, igualmente, era mejor estar prevenido – Te cuento en qué consiste la enfermedad, pero tú continúa con tu labor. – pronunció casi como si estableciese las bases de un corto acuerdo – Se contagia por el aire, pudiendo afectar a varias decenas de metros a la redonda sin dificultad y no es muy difícil contraerla. Una vez infectado, el enfermo comienza a toser y a sentir dolor leve en la cabeza, el pecho y el abdomen, hasta que, en algún momento del tercer día, el infectado se desmaya repentinamente. La segunda fase dura otros tres días, en los cuales no es capaz de tenerse en pie por más de dos segundos y los dolores se vuelven permanente y moderado, aunque con picos en los que se acentúa; se empieza a escupir sangre y es posible que se comience a delirar. En la última fase el convaleciente ha perdido cualquier índice de lucidez por la fiebre y las molestias, tan agudas que ocasionan pérdidas de consciencia. La sangre perdida aumenta la debilidad general. – hizo una pausa, pasándose una mano por el cabello, aparentemente para colocarlo, pero volviéndolo más caótico, pues esa no era su real intención – A la novena jornada, la epidemia resulta mortal. Apoplejía por la presión cerebral o un paro cardíaco por un colapso del cuerpo derivado del dolor debieran ser las causas más comunes. ¿Alguna duda? – concluyó, deseoso de continuar con la ceremonia.
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Mensaje por Séfer Zahira Sáb Mar 09, 2013 4:16 am


La magia, pocos conocen los secretos escondidos en lo más profundo de la palabra. No existe la magia blanca, la magia negra y por supuesto los demás colores, la magia es sencillamente magia, tan pura como la concentración de energía en un átomo y tan compleja como el universo cuántico que se desarrolla en las lejanías del pensamiento humano. El problema con los hombres es que tienden a satanizar todo aquello que esté relacionado con lo sobrenatural, el hecho de no poder comprender como funcionan las cosas, es sinónimo de maldad. La bruja había estado concentrada en el vínculo. La sangre de los cuerpos hacía lo suyo mientras el lazo se hacía cada vez más fuerte, se aferraba a sus portadores como si de eso se les llevase la vida, de esta manera, no habría brujo capaz de romper con la hechicería que ella indujo sobre los cuerpos y muñecos. Cualquiera podría entrar al plano espiritual e intentar liberarlo sin oportunidad alguna de conseguirlo. Terminó con el segundo cuerpo cuando su compañero regresó a su lado. Los ojos de la pelirroja destellaron, fueron presos del destello luminoso en el interior del prisma. Sus labios se entrevieron por la sorpresa, al final sus labio se curvaron en una sonrisa.

Entendía el funcionamiento de ese tipo de objetos, el problema no era capturar un alma dentro de su cristal potencializador de energías, sino que, al liberar el alma para su funcionamiento, esta estuviese completamente purificada, de lo contrario los brujos sufrirían de una terrible posesión. Pese al riesgo que todo aquello conllevaba, la bruja se sintió más satisfecha consigo misma, completa y totalmente atraída por la idea de su pequeña travesura. Asintió. Prosiguió con el tercer cuerpo. Séfer, una bruja poco convencional, había adquirido un fetiche por conservar partes de sus víctimas, así, guardando un solo cabello de aquellos tres, finalizó con su ritual. No, no le preocupaba el quedar impregnada con alguna energía negativa, o si la magia se volcaba sobre ella por estar pactando con lucifer, nada de eso tiene relevancia para alguien que ha malgastado ya su propia alma tantas veces que, a no ser por la sangre vampírica, seguramente habría sido consumida por su avaricia. -¿Qué ganas tú?- Cuestionó. Había estado escuchando cada palabra sobre el comportamiento de la enfermedad; encontró ciertas similitudes con la peste común, tal vez ese era precisamente el objetivo, maquillar la realidad como los escritores lo hacen en medio de sus novelas fantásticas del romanticismo, sin saber que al final, ella muere y él la olvida.

-Las ánimas no son débiles. Es sólo otro mito de la magia- Aventuró. No mentía, no era necesario pues ella confiaba en que el brujo pudiese comprender lo que sus labios mantenían en secreto. Las almas siempre vienen y van, las que se han quedado a vagar por este mundo, pueden elegir entre ser sometidos ante el poder de un brujo o succionar su energía hasta el punto de la extinción de su objetivo, de una u otra forma, nunca resultaban ser débiles y eso sólo resultaba ser proporcional a la capacidad del propio brujo que las atrapó en un principio. –Agradezco tu advertencia, pero no seguiría viva de bajar la guardia constantemente- Frunció el ceño. –El vínculo está completo, y no lo podrán romper a menos que deseen caer víctimas del ‘mal’ de igual forma.- Se encogió de hombros observando a su alrededor, sólo para terminar en los tres cuerpos –Sin rastros, la extenuación se dará después que tú así lo decidas. Y aunque encuentren el hilo obscuro del trabajo, nadie podrá vincularte a esto, para eso es la sangre que reuní de ellos, al final será vertida sobre cualquier desconocido y ahí lo tienes, el presunto culpable- Cruzándose de brazos, arqueó ambas cejas sintiéndose orgullosa de su trabajo. La mueca desapareció de inmediato –Pero nada de eso sirve si no logramos concretar esto de forma correcta, así que.. ¿Listo para lo que sigue? Antes de continuar… supongo ya has dado el precio por esto o… ¿Qué es lo que piensas sacrificar?- No existe hechizo en este mundo, que no te haga gastar algo a cambio y el problema no es cuánto, sino quién…



Última edición por Séfer Zahira el Jue Mayo 30, 2013 1:10 am, editado 1 vez
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La muerte de los tres males (Deimos Halkias & Séfer Zahira) Empty Re: La muerte de los tres males (Deimos Halkias & Séfer Zahira)

Mensaje por Malkea Ruokh Jue Mar 28, 2013 12:07 am

El brujo no lograba comprender todo el procedimiento de la mujer. Era ducho, pero en los campos y las maneras que conocía; mucho de lo que quedaba más allá le resultaba tan extraño como inapropiado. La observaba mientras hablaba, con una mezcla de curiosidad y desprecio, aunque todo supeditado bajo la orden de la necesidad y un sentido pragmático que salvaba su ánimo de la aversión hacia ella, logrando rescatar el ritual del fracaso, y dirigiéndole hacia un supuesto compañerismo que poco podría tener de verdadera amistad. ¿Realmente necesitaba tomar aquellos pelos? No sabía si era parte de la técnica o si lo hacía como mero capricho. Intentó no darle importancia, pero, al final, la precaución hizo que el riesgo a verse traicionado de alguna manera fuese tan insoportable que tuvo que preguntar:

- ¿Para qué son esos cabellos? – inquirió mientras dejaba reposar una mano sobre la tercera mesa, ladeando apenas perceptiblemente la cabeza y clavando su mirada azulada en la propia de la hechicera, ambas quedando ensombrecidas por la escasa luz del entorno. Luego, se dispuso a contestar él mismo la duda que ella tenía – No sé si te has dado cuenta, pero en el último año París ha reducido sus suministros de muertos. No sólo la Revolución ha terminado sino que también han logrado acorralar a las enfermedades un poco más y han vaciado casi todos los cementerios, llevando los restos a las antiguas canteras. Y, por si no fuera poco, los han colocado, no según quién fuera el difunto, sino por las partes del cuerpo, indistintamente de su antiguo propietario. – aquello podría resultar beneficioso si se quería encontrar un hueso en concreto para elaborar determinado ungüento o conjuro, pero para magia más enfocada hacia la muerte y los espíritus, como la que practicaba Aurélien, era un total engorro, un desastre – Necesito más cadáveres completos para mis investigaciones. Si hay más muertos, hay más cadáveres; eso gano. – lo cierto era que se encontraban al lado de la estancia que servía como antecámara al principal lugar donde almacenaba los muertos, escondido por seguridad, pero, sobre todo, para intentar paliar la pestilencia. A decir verdad, no tenía demasiado efecto, por mucho que los suministros fueran más bajos que lo que hubiera sido normal un par de años atrás.

Antes de contestar a su segunda cuestión, el nigromante se separó y salió un momento por la puerta dejándola sola con el experimento, aún con el riesgo que eso suponía. Regresó dos minutos después, precedido por el tintineo de las dos cadenas de las que tiraba y que, al final, revelaron estar ligadas a las muñecas de dos niños vestidos con harapos. Ambos estaban amordazados y su mirada estaba cargada tanto de miedo como de desconcierto. El brujo les había cuidado en la última semana, les había alimentado mejor que lo que hubieran hecho jamás en el orfanato de donde les sacó, o más bien le había ordenado a Valko a hacerlo, no por un arrebato de altruismo, sino porque, si los cuerpos estaban más fuertes, más energía se podría sacar de ellos. Y de eso se trataba todo: energía. Muchos creían que el valor de un ánima se tasaba en medida del valor emocional con el propio hechicero, algo tan cierto como falso. Al mundo no le importa en gran medida los sentimientos, al igual que al vendedor no le importa la relación del cliente con su dinero: cinco francos siguen siendo cinco francos. Sin embargo, el vínculo entablado entre dos almas sí que podía hacer más sencilla la manipulación de la otra, no porque su tasación total fuese mayor, sino porque se encontraba más a mano. Pero eso al gascón no le importaba, apenas tenía alguien por el que sintiese aprecio, al menos que quedara con vida, y no estaba dispuesto a sacrificar ni a su lacayo ni a su perro.

- Con esto debería bastar. – ató los sacrificios a una argolla que pendía de la columna central y luego regresó al lado de su compañera. La energía contenida en ambos cuerpos, y almas, resultaba suficiente, según sus cálculos abstractos, para crear el mal que debiera saltar de persona a persona en París. Para la manutención de los focos debería ser suficiente la propia vitalidad de los sujetos ahora yacientes – Si no estuviera listo ni siquiera me hubiera molestado en que todo esto comenzara. – la respondió a su propia manera antes de tomar la pomada que hubiera formado antes de que ella llegase para repartirla por uno de los monigotes, preparándole para recibir la enfermedad y, a su vez, que la fémina a la que estaba vinculado lo hiciera también - ¿Tienes alguna forma de proceder especial? – alzó una ceja mientras seguía con el segundo, pretendiendo que se pusieran de acuerdo antes de comenzar; aunque él ya hubiera empezado de todas formas.


Última edición por Deimos Halkias el Jue Abr 11, 2013 2:06 pm, editado 1 vez
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Mensaje por Séfer Zahira Dom Abr 07, 2013 3:50 am


Las cadenas resonaron en la lejanía, como un eco perecedero a mitad de la nada, un simple susurro mortuorio que espera ser escuchado por alguien más. El jadeo de los pequeños le hizo esbozar una sonrisa. Algunas imágenes de su pasado cruzaron su mente, gran parte de lo vivido se trató de un espectáculo siniestro en donde los adultos cazaban a los más jóvenes para darles muerte en la hoguera, ¿Su crimen? El haber nacido desprovistos de algún valor o riquezas. Lejos de sentir compasión por las dos criaturas, ahora frente a ella, demostró indiferencia total y un tenue pero perceptible destello de complacencia. Sí, con ellos bastaría para liberar el mal que necesitaban. El ritual estaba casi completo. Se sintió obligada a responder al tipo, no por cortesía o porque fuese una bruja que develara sus intenciones a la mínima cuestión y, de cualquier forma, lo haría. Fetiche- Se encogió de hombros y fue lo único que dijo. No esperaba que él lo comprendiera y realmente no sentía apego por explicárselo. Cada quien se mueve por el mundo como quiere, como lo entiende y como lo necesita. Justo él necesitaba ayuda para concretar su plan y ¿Para qué? ¿Sólo porque deseaba experimentar con cadáveres? Séfer no lo juzgaba y a decir verdad, sus intenciones fueron más que satisfactorias para la pelirroja, de no ser así, es probable que resultase decepcionada.

Los tensaron los músculos de las muñecas, trataron, inútilmente, de liberarse de sus ataduras, pero esto sólo provocó que la piel de sus extremidades fuese gravemente herida. La sangre brotó en medio del metal; suciedad y líquido escarlata. La combinación hizo que las manchas en sus ropajes y parte del suelo, fuese más negra de lo normal. Séfer se encaminó hasta los cuerpos de los niños. Al verla extendiendo su mano para tocar los risos de sus cabellos, su reacción fue contraer el cuerpo uno hacia el otro. El instinto de la humanidad, es protegerse y proteger lo que más quieren, fue evidente que, esta reacción estaba vinculada a sus sentimientos. La bruja desvió la mirada hasta el hombre. Fue un efímero reconocimiento ante su previsión, sí se daba una idea de lo perverso que era, ahora lo confirmaba. La carcajada triunfal, resonó en el recoveco de su cabeza, sólo para ella, como un secreto de vida o muerte. Pese a las palabras cruzadas y el esfuerzo que él hacía, Séfer no pasó desapercibida esa energía que rodeaba su cuerpo. El estado anímico del joven, se lo develaba. Un hombre hostil que bien podría asesinarla justo después de terminar el trabajo. A estas alturas no sabía si suspirar por fastidio o por mero reflejo.

-Oh, no. Ya hice lo demás a mi manera- Bajó el mentón observando como el cabello rizado de las víctimas aún permanecía entre sus dedos. Lo guardó junto con los demás. Su fetiche se basa en la leyenda griega sobre el hilo de la vida. Se supone que al cortarlo, el hombre muere y va hasta las tierras de Hades, no obstante, había espíritus en el mundo que decidían quedarse entre los vivos, ya sea por consciencia o porque desconocían su estado. Ahora bien, había una razón detrás de todo eso, manipulación… La mujer no era un titiritero sólo porque podía tomar el alma de un espectro y manipularla a su voluntad, si no por la cantidad de hilos que conservaba para sus fines maquiavélicos después. Quién sabe, quizá podría utilizarlos más adelante. –Esta vez quisiera poder observar tu trabajo- Escupió sin inmutarse. Quería saber sobre sus movimientos, estudiar diferentes métodos para llegar a un mismo objetivo. Le fascina la idea de absorber las formas, fue esa tal vez, una de las razones por las cuales había aceptado el trato. –Claro, si no te importa que un extraño esté detrás de ti y al acecho.- Arqueó una de sus cejas poniendo esa típica mueca arrogante que la caracteriza. Aún estaba a tiempo de retractarse y no salir traicionada por ese sujeto, pero la verdad es que deseaba quedarse. Es verdad que la curiosidad mata y probablemente así moriría, pero no hoy, no esta noche. –Adelante, no te interrumpo más- Meneo la cabeza incitándolo a continuar con la parafernalia del ritual que ya habían iniciado.


Última edición por Séfer Zahira el Jue Mayo 30, 2013 1:06 am, editado 1 vez
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Mensaje por Malkea Ruokh Vie Abr 12, 2013 12:56 pm

La taheña contestó a su pregunta y el brujo no pudo sino mirarle durante unos instantes con la mera intención de adivinar la veracidad de sus palabras, como si fuera propietario de tamaño don. Al final la creyó, al menos en la medida que pudiera confiar en ella. ¿No era cada uno peculiar a su manera? Él consideraba que no tenía ningún fetiche, como ella tildara a aquello, pero tampoco era quién para cuestionar sus preferencias; no, al menos entonces, que tenía otras cosas más importantes a las que prestar atención.

El fangoso ungüento terminó de ser repartido por el tercer muñeco, dejándole tan sucio y estropeado que daba la apariencia de que su método no era más que un juego de niños, un mero espectáculo para su propia diversión. Sin embargo, esas suposiciones distaban demasiado de la realidad pues, nuevamente, los requerimientos que exigía el mundo, aunque comprensibles, eran distintos al buen gusto de los vivos, a veces tan quisquillosos con las formas que olvidaban que la importancia yacía en el fundamento.

Le tocaba a él continuar con el procedimiento, a él y a nadie más que a él, dar fe de esos nueve años aprendiendo a dominar las artes mágicas en los que había progresado desmedidamente por razones ajenas a él y de las que aún no estaba al tanto. El punto en el que necesitaba ayuda ya había pasado, precisamente en el que debía vincular las víctimas a los monigotes, por lo que se veía más que capaz de hacer el resto por sí mismo. Sin esperar más, ni expresar su consentimiento, dejó el último muñeco sobre la primera mesa y, nuevamente, se acercó a la estantería para tomar dos soportes que colocó en el suelo, a un par de palmos de distancia, y en los que depositó los dos arebs en posición horizontal. También se hizo con un pequeño saco de cuero que abrió y del que sacó una sustancia granulada y sin color uniforme que la definiera que empezó a espolvorear por el suelo formando varios caminos que se entrecruzaban, de manera que el dibujo que surgía de un areb fuese casi idéntico al que emanaba del otro. La mezcla consistía en varios minerales, maderas y tierras trituradas hasta darles el grosor de la arena fina, embadurnadas en diferentes aceites y machacadas nuevamente para evitar que se conglomerasen. Su misión era conducir la energía surgida del artefacto, haciéndola pasar por las diferentes piedras que colocó en las intersecciones de aquellas líneas, y hacerla coincidir en una única punta de cuarzo en cada circuito. Cada una de ellas tenía una gemela, que el varón recogió, guardando una para sí y pasándole otra a su camarada.

- Mantenla bien aferrada; no la sueltes en ningún momento – le indicó para, sin mayor orientación, volverse a dirigir a los dos conjuntos.

Con la punta de su propia roca se rasgó la palma de la mano, dejando que la sangre fluyese y haciendo caer un par de gotas sobre cada uno de los arebs, propiciando que el férreo muro que contenía las dos ánimas comenzase a debilitarse. Luego, tomó fuertemente el imperfecto obelisco y se puso en pie para comenzar a recitar las palabras que debía formular.

- Amgalbratzä, Asaj Adrëk, Nuoraj Adrëk. Khasae Nuor khasajtonus – Aurélien articulaba con solemnidad, con los ojos cerrados y con un tono que, poco a poco, se tornaba más grave y profundo -. Çenashës arebnus Eosaks rakahèr fjö Tlëtshkhaj Muot däh. Oblâtz Ewëll eu Ashlâtz Ewiss.*1

A continuación, la sala se sumió en un completo silencio, sólo roto por el leve tintineo que provocaban las cadenas de los rehenes; un silencio que se prolongó hasta que la luz de los arebs, que se fue apagando paulatinamente, se extinguió por completo. En ese preciso instante, una explosión hizo que los dos objetos saliesen volando de sus posiciones para perderse en algún rincón de la estancia y los dos infantes encadenados soltaron un agudo clamor a causa de la sorpresa, encogiéndose sobre sí mismos, abrazados el uno al otro, por el pánico y la impotencia que les atenazaba. La luminosidad que antes fuese característica de ellos se derivó por los conductos que había preparado para terminar condensándose en los cristales cuasitransparentes. La luz fue ascendiendo hasta llegar a los picos, de donde se desprendió para lanzarse directamente en busca de las puntas gemelas, sin tener en cuenta carne o hueso que pudiera haber de por medio. Ese fue lo último ajeno a él de lo que Aurélien pudo ser consciente.

En el momento en el que esa energía tocó su piel, notó un dolor atroz inundándole, empezando por la mano en la que sostenía el mineral, pero pronto extendiéndose por el resto del cuerpo. Aquel alma se estaba fusionando con el recipiente que contenía su esencia poco a poco, trastocando su propia configuración, aunque no hubiera repercusiones físicas visibles, marcando con el poder de Galbrat*2 cada poro, vello o víscera de él y ligándolo a la pobre ánima con la mera intención de lograr una inmunidad a coste del detrimento del espíritu. No logró recordar si gritó o si aguantó el sufrimiento al apretar los dientes, pero la sensación fue tan aguda que casi perdió el conocimiento; de hecho, cuando éste pasó, se encontraba en el suelo, con los músculos agarrotados y la frente empapada de sudor frío. La paz que sintió a continuación, seguramente a causa de la tortura que justo la precedió, le habría hecho creer que nada había cambiado en él de no ser consciente de que ahora tenía un escudo que le defendía. Y, por lo tanto, podía proceder.

- Ya estamos protegidos de la enfermedad – comentó a Zahira, como mera confirmación de lo que él creía que ella ya sabía -. Ahora es momento de crearla.

La magia que él había aprendido, enseñada por Anna Kapralev, la checa, estaba basada única y exclusivamente en los espíritus, pues, precisamente, la teoría que la respaldaba dictaba que toda la magia posible está cimentada en su control. Según ella, éstos están divididos en tres tipos: los entes inferiores, seres sin voluntad y que controlan los fenómenos de los mundos, los entes mundanos, las almas que pueden dar vida – o no – a animales y plantas, y los entes superiores, seres con voluntad, pero que pertenecen al Ootro Mundo, al mundo de los muertos, y que generalmente se les cree dioses o demonios. El espíritu que había convocado para el ritual de protección pertenecía a la primera categoría, no habiendo sido un proceso demasiado complicado, al fin y al cabo, a causa de la naturaleza del invocado. Sin embargo, la misión que tenía delante no resultaba tan sencilla. Deimos era consciente de que para crear una enfermedad no bastaba con dominar a un ente inferior, dotándole de su propia voluntad; sabía que el poder de éstos era insuficiente y que, por lo tanto, requería de los servicios de un superior. Y él no era alguien conformista, su objetivo era reclutar a uno de los mejores: Ahriman.

Ahriman, también llamado Angra Mainyu, era considerado por el zoroastrismo como la personificación del mal y el brujo no estaba seguro de si se había presentado en otras regiones del mundo que no fuera la Persia donde se le adoraba. Tampoco le concernía. Los mazdeístas le achacaban la creación de todas las enfermedades y, aunque él no le otorgaba un papel tan fundamental, sí creía en su capacidad para formar y extender una epidemia mortal. Pero que el demonio tuviera ese gran poder en sus manos significaba que ellos deberían tener aún más precaución con él, y Deimos era consciente, por una dolorosa experiencia, que el peligro de tratar con entes superiores no yacía en su fuerza bruta, sino en los secretos que escondían entre sus palabras. Aun así, eso no le iba a detener.

Se internó aún más en la estancia, con el fin de encontrar un espacio despejado en el suelo, enarbolando una tiza en la mano derecha, que era la que no tenía herida. Con ella dibujó un círculo en el suelo, retirando uno de los artefactos que había aterrizado en la zona, y añadiendo ciertos símbolos por su perímetro. La finalidad de aquel reducto era servir de punto de referencia, así como también de barrera para aquel demonio, creando indicaciones que lo condujesen al lugar al mismo tiempo que le encadenasen a él. Una vez concluyó, colocó un par de velas alrededor, con la mera intención de combatir las tinieblas en las que el espíritu pudiera ocultar sus artimañas, y dejó en el centro de la circunferencia un cuenco de cuatro palmos de diámetro y de manufactura en bronce. En él, depositó una cama de carbón y mirra sobre la que repartió una generosa capa de hojas húmedas. Con ayuda de una varita de madera, que encendió en una de las candelas, prendió el combustible que servía de base.

- Espero que estés preparada – murmuró, aunque sin la más mínima intención de retrasar el ritual -. Acerca a los niños y degüéllales cuanto te diga. Recoge su sangre en cualquier recipiente; quizás sea de utilidad. Serás capaz, ¿no?

Sin esperar una respuesta que ya creía conocer de antemano, el gascón, o chipriota, salió del emblema y se alejó de él, aguardando a que la combustión comenzase a extenderse y a inundar la sala con un olor dulzón. A causa de la hojarasca, el humo resultante era blanquecino y no grisáceo y surgía elevándose hacia el techo, donde permanecía por de la ausencia de escape. Una vez conforme, volvió a tomar los tres muñecos en sus brazos y regresó al mismo lugar para colocarlos frente a la divisa marcada sobre el suelo. Entonces, volvió a tomar distancia, miró una última vez a la mujer y volvió a despegar sus labios:

- Akhremäk, Grashjad, Tabeshkhaj Marâh. Shaliustsa akrèr Tamaetma däh, brapsâtz Basätma eu kamlâtz Nos öp. Sbâtz Ewiss. *3

Y, entonces, calló. Las pupilas no se apartaron ni por un instante de ese humo que seguía moviéndose lentamente en dirección ascendente, sin que nada cambiase aparentemente. Pero, entonces, Aurélien sonrió. El blanco comenzó a adquirir lentamente una tonalidad rojiza que terminó por tornarse brillante a causa de las llamas que surgían sin llegar a consumir la sustancia que las nutría; no era un fuego destructor, pues su misión no era la de masacrar, sino la de servir de sustento al ente que aún estaba por llegar.

- ¿Quién es el que me llama? ¿Quién es el que me arranca del seno del Otro Mundo y me arrastra hasta el territorio de los vivos? ¡Contesta! – la voz era un susurro, que tenía su origen en aquel cuenco, pero que se extendía por toda la sala sin nada que lograse detenerla; y, a pesar de la levedad de la voz, era omnipresente. El nigromante sabía que no hablaba en ninguna lengua que él conociese, pero que cualquiera podría entender lo que decía, pues esos grandes entes tenían la asombrosa habilidad de transmitir el don de lenguas que ellos mismos tenían, si esa era su intención – No, no hace falta que me contestes. Te reconozco, Malkea Ruokh, puedo discernir el olor a podredumbre que expele tu piel desde aquí. Pero veo que no estás solo, ¿quién es esa que está contigo? – el demonio gruñó y se escuchó por un momento un olfateo en el aire – Huelo a llamas, siento su calor. Ya comprendo. ¿Ya has encontrado a Nuoraj Baart, la Hija del Fuego? Entonces la Profecía se acerca. Permíteme pasar, deja que cumpla mi parte.

Ahriman había sido capaz de ponerse en contacto con ellos gracias a que el muro entre los dos mundos se había debilitado por la invocación anterior, pero para que éste hiciera acto de presencia era necesario un desgarro mayor y que consiguiese la energía suficiente como para mantenerlo abierto. Y eso se lograba con muertes. El tránsito de almas al Otro Mundo garantizaría la apertura, pero al intentar cruzar serían atrapadas por el demonio, nutriéndose de su esencia para evitar ser arrastrado de nuevo al lugar al que pertenecía. Deimos, o Malkea, como le habían vuelto a llamar, miró a la bruja y asintió mientras señalaba a los dos niños para que cumpliera con la sentencia.



*1 Traducción: Madre Galbrat, Espíritu de sanación, Espíritu del fuego. Fuego purificador que requerimos. Ofrecemos estas almas para proteger nuestros cuerpos de la Muerte de los Tres Males. Toma mi voluntad y obedece mis deseos.

*2 Galbrat es la forma que tiene Deimos, o Aurélien, de llamar al ente inferior que en la tierra se ha relacionado con la diosa mesopotámica Gula y la diosa céltica Brigid, entre otras.

*3 Traducción: Ahriman, Gran Espíritu, Señor de todo mal. Te pedimos que acudas desde el Mundo Gemelo, rompe el Lienzo de los Mundos y ven a nosotros. Satisface mis deseos.
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La muerte de los tres males (Deimos Halkias & Séfer Zahira) Empty Re: La muerte de los tres males (Deimos Halkias & Séfer Zahira)

Mensaje por Séfer Zahira Jue Mayo 30, 2013 1:02 am


El tiempo se detuvo. La fascinación y el deseo del poder, se desbordaron por cada poro de su piel. El frío caló en sus huesos que lentamente despertaron de la mortandad de su humanidad. Estaba atenta a los cambios de temperatura, a los olores, colores y sabores que se esparcían con suma lentitud a sus alrededores. Los segundos se volvieron eternidades y estas a su vez se resumieron a sólo un fragmento del tiempo. La energía era la misma y, sin embargo, algo había cambiado en su interior. La verdad sobre la magia es que no tiene naturaleza benigna o maligna, ésta existe como parte de un todo y, sólo aquellos, que la mueven, pueden considerar si están dentro de lo que catedráticamente se considera el bien y el mal. Séfer podía respirar la peste proveniente del varón, casi como si fuese propia. Los sentidos expuestos, se enfocaron inmediatamente en las palabras que él recitaba con tan peculiar encanto. La bruja desconocía el significado de las mismas, pero en su interior, alguien o algo le logró identificar el origen de la lengua, casi como si estuviese comprobándolo en algún pasaje desconocido de sus sueños. El humo, elevándose por encima de sus cabezas, creando formas confusas en medio de la oscuridad, se esparció por completo llenando la habitación con su presencia. Era como una fina capa de niebla, ocultando los terrores nocturnos entre su manto grisáceo y esperando impacientemente el momento justo para que su finalidad se develase. Había presenciado rituales como ningún otro, pero le fue evidente que la naturaleza de este era mucho más fuerte que cualquier otro en el que haya estado. La extenuación de a liberación de un ente que estaba más allá de su propio entendimiento. Fue entonces que se encontró realmente asombrada por estar ahí, por ser partícipe de un acto tan ruin y maldito que necesitaba del sacrificio más grande, una vida.

Había escuchado las instrucciones de Deimos y había estado atenta a cada movimiento de este, los detalles de los objetos, la particularidad de los materiales y el tipo de movimientos que él ejecutaba sólo para cumplir con el ritual. La simbología, sí, la reconoció en la parte más oscura de su mente. En el pasado, algunos de esas extrañas marcas se encontraron guardadas en los codes que los hombres de capucha arrebataron a las personas asentadas en la misma vieja ciudad que ella. En aquella época –y aún ahora- resultaba ser demasiado joven para poder poseer ese tipo de sabiduría. Gravó en su mente las imágenes complementarias al rito. Quizá, sólo quizá, pudiesen servirle en un futuro, pero primero tendría que sobrevivir a eso. En ese instante, sus pensamientos fueron interrumpidos por el cambio en la coloración de la habitación. La atmósfera se sintió mucho más pesada que en el principio, y, dentro de su cabeza las voces se elevaron hasta el punto en que un aterrador zumbido ofusco los alaridos y las sorpresas en los jóvenes niños que tenía sujetos con ambas manos a la espera de la señal. Como siniestra sinfonía gutural, la voz que emerge del centro de toda parafernalia, se yergue dentro de sí, creando las ilusiones de saber y entender el dialecto con el cual se dirige a ellos. Los orbes de Séfer destellan por debajo de la bifurcación de sus pestañas. Fue extraño, la bruja observaba la escena sí, pero era como estar en una especie de sueño, suspendida por encima del conjunto, alejada de todo y al mismo tiempo formando parte importante de este. Palabra tras palabra, ella podía decodificar el lenguaje, como cuando se puede hacer de todo en los sueños, como cuando se está consciente de estar dormido y realizar todo tipo de proezas dentro de ese mundo surrealista que, en la realidad, no se podría ni en un millón de años.

«Nuoraj Baart» La pelirroja ahogó un grito al encontrar esas palabras en la extraña voz. Las pesadillas que tenía cuando pequeña, aquellas en donde su cuerpo era envuelto en poderosas llamas rojizas, anaranjadas y amarillentas, mismas que no podían causarle ningún dolor a su cuerpo pero que, sin embargo, en los demás representaba la muerte, habían regresado desde lo más profundo y olvidadizo de su memoria. Alguien, no sabía quién, no sabía el por qué, le llamaba de esa forma, un espíritu maldito, un ente que la rodeaba con su gigantesco porte. Tenía miedo, pero por más aterradora que pudiese ser aquella escena en donde todos a su alrededor perecían calcinados por su culpa, nunca huyó de sus temores. Ahora estaba él, era él y no otro ser. Perpleja, asintió rápidamente en respuesta a la señal de Deimos. Obligó a los niños a inclinarse hacia delante en un grado favorecedor para que la sangre cayera sobre dos utensilios previamente colocados. Cortó el cuello de ambos con gran agilidad y destreza, sacudiendo sus cuerpos hasta la última gota fue derramada en el interior de los refractarios. Sonrió de medio lado satisfecha con su trabajo. –Nunca entendí el significado de ese nombre, hasta ahora.- Profecía. ¡Eso es! Así que todas sus premoniciones habían estado ocurriendo por una maldita razón y, esa era precisamente la encarnación del mal en las enfermedades que azotarían a la humanidad.
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La muerte de los tres males (Deimos Halkias & Séfer Zahira) Empty Re: La muerte de los tres males (Deimos Halkias & Séfer Zahira)

Mensaje por Malkea Ruokh Dom Jul 07, 2013 4:46 pm


En el preciso instante en el que la piel se rasgó y el humor rojizo fue expulsado de los cuerpos, el alma de ambos se desprendió también apresuradamente de ellos. Esa sustancia etérea se precipitó sin capacidad para evitarlo hacia un portal intangible e invisible que se abrió en algún lugar de la sala con no mayor fin que pasar a habitar los vastos y lúgubres terrenos del Otro Lado. Sin embargo, sus intenciones se vieron truncadas y ahogadas en un agudo chirrido que logró estremecer al brujo, aunque él ya hubiera vivido dicha experiencia en otras ocasiones, indicando con él que todo rasgo de la personalidad de dichos espíritus estaba siendo eliminada y que estaban siendo purificados para convertirse en energía pura y primitiva. A continuación, las llamas del cuenco comenzaron a crecer en tamaño e intensidad, tanto que elevó rápidamente la temperatura de la sala hasta hacerla sofocante y provocando que las velas que había alrededor del círculo decrecieran a un ritmo mucho más premuroso  que el normal. Y, después, la luminosidad estalló, inundando todo el espacio en un resplandor que, del rojo, tornó a naranja y se dispuso a mutar a un tono más níveo, momento en el que el conjurador tuvo que cerrar los párpados para evitar ser cegado por ella. Al abrirlos de nuevo, la estancia había recuperado la relativa oscuridad anterior y los niveles de frío y humedad que la caracterizaban anteriormente. Sin embargo, el mayor cambio, el cual no podía pasar desapercibido, era que, sobre el caldero se encontraba erguida una extraña figura antropomorfa. Contaba con dos cabezas, una calva y de finos rasgos, con una afilada mirada completamente negra, mientras que la otra mostraba un cabello azabache que cubría todo el rostro a excepción de la boca. Su piel era pálida como la cera y, en vez de dos extremidades superiores, contaba con tres, naciéndole la sobrante en medio del pecho y no terminando en una mano, sino en un afilado aguijón de perturbador aspecto. Tampoco estaba sexuado, pues en su entrepierna contaba con un quinto ojo que mantenía fuertemente cerrado, como si contrajese los músculos para evitar abrirlo en una equivocación. El lampiño miraba fijamente a Zahira mientras que el peludo parecía enfocarse en Deimos. Él sabía que aquella no era la apariencia real del demonio, pues éstos nunca se presentaban en su verdadera forma, y la elección de esa podía tanto tener una intención particular como ser mero producto del azar.

- ¡Ah! Malkea Ruokh y Nuoraj Baart, por fin os veo juntos – pronunciaron ambas voces a coro a través de las dos torcidas sonrisas, con un tono tan profundo que no parecía provenir de aquel cuerpo que, aunque extraño, era material y mundano –. ¿Por fin ha llegado el momento del Tlëtshkhaj Muot?  Los indicios proclaman que es así: el aire pesa por la corrupción y la tierra grita para que le sea devuelta la materia que la vida le ha robado impropiamente. ¿A qué estamos esperando? Ya empiezo a saborear la victoria.

Las palabras de aquel ente extrañaron al nigromante pues un demonio nunca estaba dispuesto a dar su ayuda sin recibir algo a cambio y aquel, más que reticente, parecía mostrarse complaciente y anhelante por cumplir los deseos que él lograba adivinar. Además, había mencionado algo acerca de una profecía, acerca de la cual el gascón no conocía siquiera la existencia y eso no estimulaba tan sólo su curiosidad, sino, sobre todo, la cautela ante una posible treta oculta.

- Olvida tus dudas, guía – habló el de la melena –, todo se resolverá a su debido tiempo. La profecía se os mostrará entonces; no antes, no después. Ahora hay otros preparativos que requieren nuestra atención – y así se zanjó el tema, pues Deimos sabía que resolver aquel acertijo le costaría algo a cambio y no era ese el motivo por el que Ahriman había sido llamado. El brujo fue a intervenir, a preguntarle acerca de los requerimientos para su misión, pero sólo alcanzó a despegar los labios, pues el bicéfalo volvió a tomar la palabra adelantándosele –. Cuando regrese al Otro Lado deberéis lanzar un trozo de cobre a este mismo caldero, se fundirá y adquirirá una forma concreta; ese será mi sello. Deberéis tomarlo y marcar los tres cuerpos con él en algún lugar que no alcancen a ver por sí mismos. Después los dejaréis en distintos puntos de la ciudad; despertarán sin recordar nada – el brujo le escuchaba atento, pero, bajo toda esa capa de interés, en su mente seguía bullendo, incapaz de evitarlo, la misma incógnita de por qué les estaba ayudando de, aparentemente, buena voluntad, pues no era capaz de asimilar que uno de aquellos espíritus estuviera dispuesto a ser benigno con ellos. A causa de ello, el demonio, que era capaz de percibir aquello, tuvo que hacer una pausa en el dictado de las directrices y fue algo que, evidentemente, llegó a molestarle, pues las llamas sobre las que él se asentaba volvieron a cobrar viveza e intensidad – ¡Malkea Ruokh! ¡Si quisiera obrar contra vosotros lo haría sin siquiera plantearme el engaño! ¡Yo soy Angra Mainyu y vosotros, por excepcionales mortales que seáis, no sois poseedores de capacidad para detenerme! Todos somos peones del juego. Toma tu lugar en él, como Nuoraj Baart está predispuesta a hacer, o sucumbe ante un poder más grande que cualquiera de nosotros para que otro pase a interpretar el papel y la identidad que te ha sido asignada en el vaticinio de lo que está por llegar.

A continuación se hizo el silencio en la sala; y, sin embargo, no todo estaba tan callado. Un cúmulo de pensamientos hostiles comenzaron a llenar la mente de Malkea, tanto que parecían querer precipitarse por esa mirada que, poco a poco, se iba haciendo más estrecha a medida que los músculos que la rodeaban se iban tensando y a medida que las cejas cumplían su pretensión de juntarse. En ese preciso lugar se daban dos extrañas contradicciones que salvaban tanto al demonio de su destrucción como hacían lo propio con el brujo. Ambos dos estaban limitado por sendos recipientes, incapaces de contener y de dar forma al ego de uno y al poder del otro, ocasionando que, por la debilidad de ambos, sus planes pudieran seguir adelante y que, tras varios segundos se tensión, el calvo volviese a hablar.

- Dos días después de liberarles aparecerán cerca de tu casa, Nuoraj Baart, cuatro víboras áspid. Deberás recogerlas antes de que nadie intente matarlas, porque sin ellas todo habrá sido en vano – advirtió recuperando un tono profundo, aunque sin renunciar a aquel toque de evidente superioridad –. Llevarás tres a los muñecos para que se enrosquen a ellos y matarás a la cuarta abriéndola en canal y echándola entera a un recipiente con agua que harás hervir y luego reposar. Una vez fría introducirás los monigotes en ella hasta que los tres reptiles se ahoguen; después de eso nada será capaz de deshacer el conjuro sin matar a las víctimas. Esos tres desgraciados – señaló con sus tres extremidades a los cuerpos en las mesas, con una obvia mofa en su expresión – sufrirán los tormentos del veneno durante varios días, pero se recuperarán. Después comenzarán a contagiar el Tlëtshkhaj Muot, la Muerte de los Tres Males – dicho esto, esa cabeza calló y comenzó a hablar su compañera para dirigirse al otro practicante –. Mientras tanto tú, Malkea Ruokh, tendrás otro camino que recorrer. Rotenahsaj Karija, la Dama de las Noches Rojas, te buscará y tú seguirás sus pasos, pues ella será otra de las llaves para que todo comience. No hay preguntas, ni tampoco hay respuestas – impidió de esta manera cualquier réplica –; todos seguimos el camino marcado, pues no tenemos otra opción. Haced como he dicho y, con suerte, nos volveremos a ver. Malkea Ruokh; Nuoraj Baart – y, dicho esto, el cuerpo se retorció entre las llamas con un alarido que no produjo ningún sonido y fue carbonizado hasta reducirse a cenizas. Después, esa falsa y relativa soledad se hizo dueña de la escena.

Deimos permaneció inmóvil durante unos segundos, intentando digerir todo lo que había sucedido e intentando rememorar todas y cada una de las palabras del espectro para grabarlas a fuego en su memoria, porque no habría repetición posible. Pero su intelecto funcionaba lento y con la misma parsimonia fue girando la cabeza hasta dirigirse a Zahira, sin pronunciar palabra ni buscar alguna de ella, quizás tan sólo intentando comprobar que lo que había vivido no había sido un rebuscado recurso de su retorcida mente. Tras unos instantes, de pronto pareció que la lucidez, o lo que era la lucidez en él, regresó a su mirar, pues éste de pronto se iluminó en una repentina ocurrencia que formó en su garganta y labios una única palabra que pronunció de forma concisa y clara: cobre. Moviéndose rápido, el nigromante se precipitó hacia una estantería y, tirando varios utensilios y recipientes al suelo, uno de los cuales se quebró, se hizo con un par de monedas del metal, sin efigie grabada en ellas, que lanzó con prisas al cuenco que había sustentado al demonio. Ante sus ojos, los dos círculos se fundieron con extrema celeridad hasta volverse una masa amorfa que, por una incierta y no escrita ley, comenzó a configurar cuatro líneas, una más gruesa que las otras. Las tres pequeñas comenzaron a enredarse ascendentemente entorno a la cuarta mientras todas comenzaban a tomar la apariencia de serpientes, estrechando sin pausa el abrazo hasta que la constricción terminó por quebrar a la única corpulenta, logrando el fingido asesinato. En ese instante el metal se enfrió lo suficiente como para fraguar.

- ¿Quieres hacer los honores? Aún debería estar lo suficientemente caliente como para quemar la piel – preguntó él, indicando unas tenazas que descansaban en el mismo mueble del que había recogido el metal. No preguntó su estado ni si necesitaba unos minutos para recuperarse. La finalidad de ambos en el lugar estaba claro y, si alguien buscaba compasión, él debiera ser una de los últimos parisinos a los que debiera recurrir.
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