Ojos Nuevos A Mediatarde [Privado Giulia]

Había estado desde la mañana esperando que la mudanza llegara proveniente de Villa Arezzo, no podía vivir sin ciertos objetos que eran muy preciados para ella y que formaban parte de su pasado, su historia. El punto no era que le costara acostumbrarse, o que se sintiera siempre fuera de lugar, o que no tuviera muchos amigos aun. Era algo interior, Su hermana la había recibido con los brazos abiertos, pero ella seguía cobrándose en Chiara una deuda de su propia madre, por eso el próximo casamiento de ésta con el Sr. Rosso la alegraba tanto. Pronto si todo salía bien, su hermana se casaría y se iría – no es que no la quiera, pero desde que encontré a Giro, siempre fuimos solo dos – se justificó pensando lo contenta que le pondría la mudanza de su hermana. No dejaba de sentirse un poco culpable pero la emoción de reencontrarse con sus bienes preciados la alegraban de sobremanera, aunque la creyeran una niña mimada y consentida.

Tuvo que esperar varias horas más, sin poder salir a cabalgar, algo que amaba hacer, por esperar las carretas y otros carruajes ya que también venían a instalarse dos doncellas y la cocinera Sixta, quien con su corazón enorme y su cuerpo robusto acunaba desde casi un bebé a Giulia en su regazo, era como una nana para ella.

Se había pasado todo el día subiendo y bajando, desde el primer piso al tercero, pidiendo que sacaran algunos objetos para dar espacio a otros, podía hacer lo que se le plazca, era la dueña de la mansión, por lo menos hasta que sus hermanos regresaran y eso faltaba un tiempo, Girolamo estaba de viaje por Roma y Chiara con su prometido, lo que le daba carta blanca para hacer y deshacer a su antojo. Todo el personal era su pequeño ejército y ella la reina del lugar.

Cuando ya estaba perdiendo la esperanza vio doblar en la esquina la fila de carruajes y supo que en ellos venían sus tesoros. Bajó apresuradamente las escaleras, dando pequeños gritos de júbilo y asustando al pobre Cosimo, el mayordomo, que pensó habría entrado un ratón a la casa. Abrió la puerta y se encontró que los carruajes de sus empleados todavía no llegarían ya que pasarían la noche en una villa cercana y estarían recién a media mañana. Resopló decepcionada y sin más que hacer se pudo a dirigir la descarga de los muebles, - mañana entre Cosimo y Sixta decidiremos donde pondremos todo esto – dijo mientras inspeccionaba detalladamente la cantidad de carruajes que hacían la caravana – ¿ocho? - se asustó un poco al ver la cantidad ya que pensó que se le había ido la mano al trasladar tantos objetos a la mansión Di Moncalieri.

Bajó las escaleras que llegaban desde la puerta principal a la entrada de la propiedad, una bella construcción de estilo italiano de cuatro pisos y buhardillas, con grandes ventanales, con molduras y columnas con capiteles dóricos, en uno de los sectores más cotizados de Paris, al llegar a donde estaban detenidos los vehículos les indicó, a los obreros, en donde tendrían que poner cada una de las cajas y bultos, para ser abiertos posteriormente – suban al tercer piso y con cuidado, no rompa nada que son objetos delicados – le habló a uno de los hombres que casi tropezaba con un escalón, y poniendo en peligro un jarrón de cristal de roca.

Cuando se dio vuelta para continuar dando más directivas, antes de volver al interior de la mansión, se encontró con un hombre alto y atractivo, de ojos que por la hora parecían grises con tintes verdoso amarillento – no, no puede ser – sonrió – parecen los de un felino – bajó la vista algo avergonzada, por como ese sujeto se había detenido a curiosear y cuando ella lo miró algo asombrada, se acercó más para saludarla preguntándole si era de la ciudad y dándole la bienvenida. Ella lo observó antes de contestarle - no, no soy parisina, ni siquiera francesa, en verdad soy nueva en esta ciudad, aunque mi familia hace un tiempo que vive aquí… en Paris - dijo algo turbada ya que se suponía no se le debe dar información a un extraño, hizo una pequeña reverencia y extendió su mano – soy Giulia Di Arezzo, un gusto Señor Schwaitzen, solo una simple italiana– dijo mientras mantenía su mano extendida y reia divertida.