Con el invierno en los ojos | Privado

por **Niek O'Neil** Lun Abr 23, 2018 8:35 pm

Niek nunca había sido –y esperaba nunca ser- uno de esos sacerdotes que se quedaban en sus iglesias y que salían solo para tomar parte en los grandes banquetes de la alta sociedad. Los juzgaba hipócritas, malos cristianos y abusadores de la fe. El lugar de Niek O’Neil era con la gente. En las noches se dedicaba a su misión: el evangelismo a los vampiros. Y las tardes las destinaba a visitar a los necesitados, ya fuera en los hospitales, orfanatos o en el comedor comunitario. En las mañanas dormía porque claro, seguía siendo solo un hombre.

Se inclinó sobre la larga mesa de madera para pasar un trapo húmedo sobre ella. Era la última que le quedaba por limpiar, pero el trabajo no terminaba allí. ¡Se necesitaba tanta ayuda en el lugar! La señorita que administraba el comedor no tenía esclavos ni sirvientes que ayudasen, solo contaba con colaboradores –como Niek- que estaban dispuestos a ofrendar tiempo, pero cada vez eran menos. En esos momentos, por ejemplo, solo quedaban el padre Niek y Margot, una anciana que lavaba los platos en la cocina. Le habían dado al sacerdote un juego de las llaves del lugar para que cerrase las puertas cuando acabasen, pero por como venían faltaba aún. De igual modo eso no preocupaba a Niek, hizo cuentas y se dijo que llegaba bien a la salida de la función del teatro de vampiros, todavía faltaba una hora para la medianoche. Lo único malo era que no podría repartir sus salmos en la entrada a ese templo pecaminoso, pero no importaba porque funciones había todas las noches.

Acabó de limpiar la mesa y luego tomó los manteles que habían quedado a un costado. Necesitaban un lavado y él no dudaría en dárselos pero no encontró agua por ningún lado y, por muy dispuesto que estuviera no llegaría a la laguna a fregarlos. Salió por la puerta trasera hacia el pequeño jardín que allí había –sabía que la idea era convertirlo en una huerta en el futuro para poder tener verduras propias con las que enriquecer las comidas diarias-, sacudió allí los manteles uno a uno hasta que un sonido extraño lo sobresaltó.

-¿Margot, eres tú? –preguntó, asomándose al interior del lugar. Pero no era la anciana, sino que acababa de recibir visitas-. Lo siento, ya se ha repartido la cena esta noche –dijo, apenado de dejar a alguien sin alimento-. ¿Tiene hambre? Podemos ver si quedó algo en la cocina.

Tomó los manteles e ingresó nuevamente con ellos. Los dejó sobre la mesa, con la idea de doblarlos luego. Antes debía dirigirse a la cocina por algo que darle al recién llegado.

por **Charlotte Sarì** Jue Jul 19, 2018 2:58 pm

La angustia del pecho le impedía respirar con normalidad, pero había llorado tanto las últimas semanas que ya no le quedaban más lágrimas que derramar. Primero, la marcha de Fabrice, tan dolorosa que al fin pudo comprender el estado comatoso en el que se había sumido Dominique con el paso de los años.

Dominique.

Ella era el segundo motivo por el que Charlotte vagaba con sin rumbo por la ciudad. Hacía apenas dos días que el cuerpo de su madre descansaba en suelo santo, junto al de su padre, muerto hacía mucho más tiempo. Se frenó en seco y tomó aire profundamente, llevándose una mano al pecho. ¿Qué le quedaba? Una casa vacía, unos pocos ahorros y nada. Absolutamente nada. Ella, que lo había tenido todo, ahora se veía sola y sin un camino claro que seguir.

Retomó la marcha y siguió adelante con una mano apoyada en la pared. Había ido a la capital en busca de su hermana, Solange, para poder darle la fatal noticia. Lo último que sabía de ella era que estaba trabajando en una taberna, pero ya llevaba visitadas varias y en ninguna la había podido encontrar. Además, su juventud, su tersa piel blanca y su clara inocencia habían sido objeto de comentarios soeces entre los hombres que se sentaban en las mesas, lo que había hecho que Charlotte saliera de cada taberna más asustada que de la anterior.

La luz iba disminuyendo poco a poco y las calles se hacían cada vez más angostas. Las primeras prostitutas salieron de sus escondites e intentaban llamar la atención de todo hombre que pasara por allí. A la pequeña Lottie la confundieron con una de ellas, incluso la llegaron a agarrar del brazo. A pesar de que era menuda, el trabajo en el campo la había vuelto fuerte, así que pudo zafarse y correr hasta alejarse del peligro.

El frío de la noche se hizo notar y Charlotte todavía no había encontrado a Solange. Se ajustó la capa —demasiado fina para la temperatura que hacía— y siguió caminando hasta que sus pies dejaron de responderle. Se sentó en un poyete y se llevó una mano al vientre; tenía hambre, sed y un cansancio que no le iba a permitir volver a casa. El nudo de su garganta se apretó con fuerza y sintió un mareo que a punto estuvo de tirarla al suelo, pero el brillo de una vela encendida al otro lado de la calle llamó su atención, dándole un poco de esperanza.

Abrió la puerta del comedor comunitario con un chirrido y se metió rápidamente. Dentro hacía un calor agradable y había, en el aire, un ligero aroma a comida caliente.

—¿Hay alguien? —llamó.

Un hombre joven se asomó por una puerta. Por su aspecto, Charlotte supo de inmediato que era un sacerdote.

—Buenas noches, padre —saludó y dio unos pasos en su dirección—. Muero de hambre, sí. Se lo agradezco.

Siguió al hombre hasta la cocina y se quedó en la puerta, con la capa todavía aferrada contra su cuerpo.

—En realidad, he entrado porque creo que me he perdido, padre —dijo—. He venido a la ciudad buscando a mi hermana, se llama Solange Sarì. ¿Usted la conoce? Tengo que darle una mala noticia, pero no sé dónde encontrarla.

Aunque Charlotte no creyó que le quedaran lágrimas, fue como si al poner en palabras todo lo acontecido ese día se crearan unas nuevas que no tardó en derramar. Se derrumbó frente al padre Niek sin poder evitarlo, pero no le importó. Ahí dentro se sentía segura y acompañada, al fin.

por **Niek O'Neil** Lun Jul 30, 2018 3:24 pm

El sacerdote sintió de inmediato la pena de esa niña en su pecho. Con un ademán y en silencio respetuoso la invitó a seguirlo, mientras oía sus palabras que le dejaban ver su temor y desesperación.

-Hija, me temo que no conozco a ninguna Solange que pueda ser tu hermana, pues la esposa del panadero se llama así pero tiene sesenta años. Ven, por favor, te está faltando el color en las mejillas y… oh, no, tranquila –le dijo y la abrazó cuando la niña se derrumbó en llanto, acarició su suave cabellera mientras la sostenía.

Lentamente la condujo a una silla de madera, esa que estaba junto a la pequeña mesilla donde la cocinera del lugar –una italiana gruñona, con un genio endemoniado, pero de buen corazón- solía amasar el pan y las pastas.

-¿Estás sola? Tranquila, querida. ¿Qué ha ocurrido? ¿Quieres hablar conmigo? –se acuclilló a su lado y le secó las lágrimas.

Se incorporó para ir en busca de un vaso con agua y tras un minuto se lo tendió, estaba fresca y por eso –tras poner la sopa en el fuego para calentarla- se sirvió uno para él. Hacía tanto que no ayudaba a una humana, en los últimos meses eran más los vampiros con los que se entrevistaba… pero esta niña no lo era, él ya había aprendido a diferenciarlos.

-En unos minutos estará la sopa lista. ¿Cómo te llamas? Solange, tu hermana, ¿hace cuánto que no la ves? ¿Vive aquí? No te preocupes, puedo ayudarte a buscarla. París es una ciudad enorme y a veces puede asustar, yo lo sé bien porque al principio me sentía abrumado, pero te será más fácil hallarla si confías en mí.

Bebió su agua de un trago y se sentó frente a ella. Tomó su rosario y con él rodeó sus manos, que sostenían ahora las de la muchacha, y rezó en voz alta la oración de la paz para que Cristo infundiera su tranquilidad sobre la recién llegada, para que la paz la reconfortase.

-¿Te sientes mejor? –le preguntó luego del rezo-. ¡La sopa! –se puso en pie de un salto y quitó del fuego el cuenco enorme de metal, con cuidado de no quemarse. Sirvió un plato abundante para la muchacha y con eso entre manos regresó a la mesa-. Toma, espero que reconforte tu cuerpo así como la oración siempre reconforta el alma. ¿Cómo te llamas, muchacha? Yo soy el padre Niek.

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