AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Día de Invierno [Privado con Joshua]
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Día de Invierno [Privado con Joshua]
Era una mañana fría como ninguna, de nubes bajas y ambiente húmedo, anunciando una lluvia próxima. El clima alejaba a los parisienses del circo y de las calles, a tempranas horas de la tarde se despejaban como si estuvieran adueñadas de una gran peste. La mala época hacía que los trabajadores de espectáculos más mundanos rezasen para que el invierno pasara raudo, la gente prefería un cálido teatro o los muchos restaurantes y cafés, alejados del frío y del viento helado, que el mundillo de las carpas llenas de focos y de animales congelados. El circo era como todo, tenía sus épocas malas y sus épocas buenas. Desde luego, el invierno era una época muy pero que muy mala, la peor de todas.
Los circenses se procuraban el dinero y los alimento durante todo el año para resistir el invierno, pero a pesar de todo este siempre hacía estragos. Algunos niños empezaban a parecer espinas de pescado, la propia Colette no era diferente, si bien tenía mayor facilidad para encontrar sustento no era ni por asomo el suficiente para mantener las costillas alejadas de su piel, se le marcaban como agallas de tiburón, sus piernas eran apenas dos palos de escoba y los pómulos habían empezado a marcarse demasiado dándole un aire fantasmal.
Las tripas se le retorcían y gritaban esa mañana, no era una sensación desconocida todo lo contrario, más de una vez estuvo a punto de desfallecer de inanición, pero antes comería cualquier cosa, basura, bichos, hierba, la corteza de los árboles. Lo que sea, antes de morir. Su instinto de supervivencia le llevó hasta el puerto, donde consiguió arrebatar una pieza de pescado en su forma de gato. El pez apenas le duró unos cuantos minutos y no calmó sus entrañas, que pedían desesperadas más alimento. No lo pensó dos veces, sus pasos le llevaron hasta el mercado donde consiguió unas cuantas cabezas de pollo sentada al lado de la mujer que los preparaba al momento para que el cliente se llevara las aves frescas a su casa. Las plumas y los picos no eran de su agrado, pero al menos hacían pesar su estómago y acallarlo por unas cuantas horas.
El resto del día lo pasó quieta, haciendo el mínimo esfuerzo mientras hacía la digestión, su barriga inflamada desapareció horas después, cuando la noche cayó sobre el cielo de París como un dragón de alas batientes, anegando cualquier calor, cualquier luz. Las calles desaparecieron, el interior de las casas se iluminó con gritos de chiquillos, de familias esperando a la cena en un cálido hogar. Mientras ella se pudría en las calles, muerta de frío, aunque al menos no era muerta de hambre, el tiempo que le dure la saciedad. Se había pasado más de tres días sin comer, prefería que otros niños y otras personas del circo se tomaran su ración, después de todo ella podía comer cosas que el resto no.
Decidió que era hora de volver a casa, a descansar, a hacerse un ovillo de carne y huesos con su fina y áspera manta de piel de burro esperando no despertarse con los dedos morados como a mucho les pasó. Salió de las calles desérticas del centro de París moviéndose a un trotecillo sibilino y apenas audible, las primeras gotas de lluvia le cayeron como bolas de granizo, frías y dolorosas. Se alejó más deprisa buscando un refugio, refugio que encontró al subirse de un potente salto a una de las ventanas de una casa aleatoria de cuna no muy alta, aunque tampoco míseras. El frío empezó a helarle los huesos y la lluvia comenzó a caer con rabia y fuerza contra el suelo. Se postró sobre su barriga escondiendo las patas bajo su cuerpo intentando proteger sus dedos de las inclemencias del tiempo. Después de unos minutos estaba calada completamente y con tanto frío que era incapaz de moverse.
Los circenses se procuraban el dinero y los alimento durante todo el año para resistir el invierno, pero a pesar de todo este siempre hacía estragos. Algunos niños empezaban a parecer espinas de pescado, la propia Colette no era diferente, si bien tenía mayor facilidad para encontrar sustento no era ni por asomo el suficiente para mantener las costillas alejadas de su piel, se le marcaban como agallas de tiburón, sus piernas eran apenas dos palos de escoba y los pómulos habían empezado a marcarse demasiado dándole un aire fantasmal.
Las tripas se le retorcían y gritaban esa mañana, no era una sensación desconocida todo lo contrario, más de una vez estuvo a punto de desfallecer de inanición, pero antes comería cualquier cosa, basura, bichos, hierba, la corteza de los árboles. Lo que sea, antes de morir. Su instinto de supervivencia le llevó hasta el puerto, donde consiguió arrebatar una pieza de pescado en su forma de gato. El pez apenas le duró unos cuantos minutos y no calmó sus entrañas, que pedían desesperadas más alimento. No lo pensó dos veces, sus pasos le llevaron hasta el mercado donde consiguió unas cuantas cabezas de pollo sentada al lado de la mujer que los preparaba al momento para que el cliente se llevara las aves frescas a su casa. Las plumas y los picos no eran de su agrado, pero al menos hacían pesar su estómago y acallarlo por unas cuantas horas.
El resto del día lo pasó quieta, haciendo el mínimo esfuerzo mientras hacía la digestión, su barriga inflamada desapareció horas después, cuando la noche cayó sobre el cielo de París como un dragón de alas batientes, anegando cualquier calor, cualquier luz. Las calles desaparecieron, el interior de las casas se iluminó con gritos de chiquillos, de familias esperando a la cena en un cálido hogar. Mientras ella se pudría en las calles, muerta de frío, aunque al menos no era muerta de hambre, el tiempo que le dure la saciedad. Se había pasado más de tres días sin comer, prefería que otros niños y otras personas del circo se tomaran su ración, después de todo ella podía comer cosas que el resto no.
Decidió que era hora de volver a casa, a descansar, a hacerse un ovillo de carne y huesos con su fina y áspera manta de piel de burro esperando no despertarse con los dedos morados como a mucho les pasó. Salió de las calles desérticas del centro de París moviéndose a un trotecillo sibilino y apenas audible, las primeras gotas de lluvia le cayeron como bolas de granizo, frías y dolorosas. Se alejó más deprisa buscando un refugio, refugio que encontró al subirse de un potente salto a una de las ventanas de una casa aleatoria de cuna no muy alta, aunque tampoco míseras. El frío empezó a helarle los huesos y la lluvia comenzó a caer con rabia y fuerza contra el suelo. Se postró sobre su barriga escondiendo las patas bajo su cuerpo intentando proteger sus dedos de las inclemencias del tiempo. Después de unos minutos estaba calada completamente y con tanto frío que era incapaz de moverse.
Eloane Sveta- Cambiante Clase Baja
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Re: Día de Invierno [Privado con Joshua]
Los ensayos terminaron, y con ello el premio de regresar a casa para un merecido descanso. Me duelen los pis, la espalda, el cuello, y lugares que jamás creí tener. Muero de sueño y de hambre. Lo que me hace sumamente feliz, es que mañana es mi día de descanso y podré dormir hasta muy tarde. Muy tarde de preferencia. Quiero perderme del mundo exterior, encerrado en cuatro paredes, sin nada ni nadie que me moleste. Podré dormir tranquilo ésta noche, porque pude completar la paga para el casero, que estoy seguro, llegará tan puntual como cada mes para cobrarme el alquiler. Nada puede salir mal. Ya casi puedo saborearme el café caliente para calentar mi cuerpo y el pan que llevo cargando en la bolsa de papel… Todo un manjar.
Voy subiendo las escaleras casi por inercia. Los ojos quieren cerrarse. Parecen tener voluntad propia, pero si no peleo ésta pequeña batalla por mantenerme despierto, terminaré tirado en medio de las escaleras como un auténtico mendigo. Por inercia saco la llave para abrir la puerta de mi pequeño departamento, que hace un extraño sonido al moverse. Adentro el clima es bastante agradable, aunque no del todo que quisiera, sigue haciendo frío, aunque con menor intensidad. De cualquier forma, es en éstos casos cuando la utilidad de una chimenea se hace presente, pero no puedo permitirme ni remotamente poseer una. Tengo que conformarme con el calor de mi pequeña estufa de lecha que tuvo mejores años. Frotando mis manos, el calor va calentando mi cuerpo de poco a poco, esperando que los leños que con tanto trabajo conseguí, me sean suficientes por los menos un par de días más. Coloco la olla encima de la misma, agregando un poco de café de grano, esperando que no tarde mucho en hacer ebullición.
–Dios, la espalda me está matando…
Fue una de las jornadas más extenuantes que he tenido en mi vida. Demasiado cansancio, tanto físico como emocional. No es en sí, cansancio físico ahora que lo pienso, porque extrañamente nunca me canso, pero me siento agotado y sin muchos ánimos. Los últimos días han sido muy largos, muy solitarios y muy tristes, más de lo normal. << El precio de la fama Joshua, el precio de la fama >> sonrío al pensar aquello. No soy ni remotamente famoso, pero el ver mi nombre en la marquesina por primera vez en Paris – aunque fuere en letras pequeñas - me dice que todo el esfuerzo y el sacrificio han valido la pena. Debería estar sonriendo, tener un mejor ánimo, pero ¿a quién quiero engañar? Mi vida sentimental está vacía…
La ventana se ha abierto de par en par arrancándome de mis pensamientos, dejando entrar una helada ventisca. Me aproximo para tratar de cerrarla por medio de un cerrojo improvisado, pero es entonces que me doy cuenta de que justo afuera, se encuentra un gatito calado hasta los huesos por frío. Lo sé por el modo en el que está agazapado, tratando de guardar un poco de calor. No sería un buen cristiano si no le brindo auxilio. Aunque me lo pienso un par de segundos, los gatos son muy temperamentales y escurridizos. Bien puedo ganarme un par de arañazos por molestarlo, pero dadas las circunstancias, creo que no tiene fuerzas ni para erguirse.
–Gatito… Ven… – Trato de llamar un poco su atención para que se percate de mi presencia y no reaccione de manera violenta, pero sigue ahí quieto. Pudiese estar muerto… Estiro mi mano para acariciarlo. Se remueve un poco, lo suficiente para hacerme desechar esa funesta idea. Sin pensármelo más me atrevo a alzarlo en vilo y meterlo con prontitud. El pobrecito está tiritando y su pelaje está mojado.
–¡Mira nada más, estás hecho un manojo de huesos! – Cierro la ventana con mucho esfuerzo. Ahora… Lo que se me ocurre, es tomar una toalla y secarlo para quitarle el exceso de agua, y enrollarlo en una cobija para darle un poco de calor, esperando con esto reconfortarlo un poco, o… quizás si lo acomodo frente a la estufa sea una mejor idea. Opto por ambas cosas, dejándole en el suelo. Me siento a su lado y lo observo detenidamente, acariciándole detrás de las orejas. Su aura es extraña, su pequeña aura es apenas perceptible. Esto me inquieta. ¿Cuánto tiempo habrá estado allá afuera?
–Pobrecito gatito…- No aguanto más las ganas de abrazarlo y acunarlo en mi regazo, acariciándole su pequeña cabecita. –Vas a estar bien, ya lo verás. Nada que un pozo de leche caliente que ha quedado de la mañana, no pueda remediar.
Voy subiendo las escaleras casi por inercia. Los ojos quieren cerrarse. Parecen tener voluntad propia, pero si no peleo ésta pequeña batalla por mantenerme despierto, terminaré tirado en medio de las escaleras como un auténtico mendigo. Por inercia saco la llave para abrir la puerta de mi pequeño departamento, que hace un extraño sonido al moverse. Adentro el clima es bastante agradable, aunque no del todo que quisiera, sigue haciendo frío, aunque con menor intensidad. De cualquier forma, es en éstos casos cuando la utilidad de una chimenea se hace presente, pero no puedo permitirme ni remotamente poseer una. Tengo que conformarme con el calor de mi pequeña estufa de lecha que tuvo mejores años. Frotando mis manos, el calor va calentando mi cuerpo de poco a poco, esperando que los leños que con tanto trabajo conseguí, me sean suficientes por los menos un par de días más. Coloco la olla encima de la misma, agregando un poco de café de grano, esperando que no tarde mucho en hacer ebullición.
–Dios, la espalda me está matando…
Fue una de las jornadas más extenuantes que he tenido en mi vida. Demasiado cansancio, tanto físico como emocional. No es en sí, cansancio físico ahora que lo pienso, porque extrañamente nunca me canso, pero me siento agotado y sin muchos ánimos. Los últimos días han sido muy largos, muy solitarios y muy tristes, más de lo normal. << El precio de la fama Joshua, el precio de la fama >> sonrío al pensar aquello. No soy ni remotamente famoso, pero el ver mi nombre en la marquesina por primera vez en Paris – aunque fuere en letras pequeñas - me dice que todo el esfuerzo y el sacrificio han valido la pena. Debería estar sonriendo, tener un mejor ánimo, pero ¿a quién quiero engañar? Mi vida sentimental está vacía…
La ventana se ha abierto de par en par arrancándome de mis pensamientos, dejando entrar una helada ventisca. Me aproximo para tratar de cerrarla por medio de un cerrojo improvisado, pero es entonces que me doy cuenta de que justo afuera, se encuentra un gatito calado hasta los huesos por frío. Lo sé por el modo en el que está agazapado, tratando de guardar un poco de calor. No sería un buen cristiano si no le brindo auxilio. Aunque me lo pienso un par de segundos, los gatos son muy temperamentales y escurridizos. Bien puedo ganarme un par de arañazos por molestarlo, pero dadas las circunstancias, creo que no tiene fuerzas ni para erguirse.
–Gatito… Ven… – Trato de llamar un poco su atención para que se percate de mi presencia y no reaccione de manera violenta, pero sigue ahí quieto. Pudiese estar muerto… Estiro mi mano para acariciarlo. Se remueve un poco, lo suficiente para hacerme desechar esa funesta idea. Sin pensármelo más me atrevo a alzarlo en vilo y meterlo con prontitud. El pobrecito está tiritando y su pelaje está mojado.
–¡Mira nada más, estás hecho un manojo de huesos! – Cierro la ventana con mucho esfuerzo. Ahora… Lo que se me ocurre, es tomar una toalla y secarlo para quitarle el exceso de agua, y enrollarlo en una cobija para darle un poco de calor, esperando con esto reconfortarlo un poco, o… quizás si lo acomodo frente a la estufa sea una mejor idea. Opto por ambas cosas, dejándole en el suelo. Me siento a su lado y lo observo detenidamente, acariciándole detrás de las orejas. Su aura es extraña, su pequeña aura es apenas perceptible. Esto me inquieta. ¿Cuánto tiempo habrá estado allá afuera?
–Pobrecito gatito…- No aguanto más las ganas de abrazarlo y acunarlo en mi regazo, acariciándole su pequeña cabecita. –Vas a estar bien, ya lo verás. Nada que un pozo de leche caliente que ha quedado de la mañana, no pueda remediar.
Joshua Maloney- Cambiante Clase Baja
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Re: Día de Invierno [Privado con Joshua]
Colette ocultó su nariz sonrosada entre sus congeladas patas delanteras intentando mantener su hocico caliente y alejado de la lluvia. A medida que el tiempo pasaba su pelaje cada vez chorreaba más y más, sentía los músculos agarratos como si estuvieran congelándose pero era demasiado tarde para intentar moverse. Le dolía todo el cuerpo y estaba demasiado cansada por lo que simplemente se quedo allí agazapada y sin hacer ruido. El frío le aletargó de tal manera que no reaccionó cuando la ventana de la casa se abrió por un golpe de viento, ni cuando la voz de un chico le llamaba desde el otro lado.
Ignoró completamente aquella voz, demasiado concentrada en no desvanecerse. Al sentir las caricias sacó la cabeza de entre sus patas y abrió lentamente los ojos de colores dispares para observar a Joshua pero era incapaz de enfocar como debía. En otras circunstancias, le hubiera bufado, incluso amenazado con las zarpas para evitar que le tocase, pero no podía hacer algo así, no tenía las ganas ni las fuerzas para alejarle. Se vió elevada en el aire cuando él le cogió y sin poder evitarlo se encogió todo cuando pudo, pese a no poder quejarse o arañarle, seguía sin confiar en nadie. Su cola ocultó su vientre escondida entre sus patas traseras francamente asustada pero mucho más congelada de lo que cabría esperar. No le sorprendió que le dijera que estaba en los huesos, eso ya lo sabía, el invierno era la época de las vacas flacas lo normal es que lo hubiera pasado comiendo ratas y robando en casas pero aquella lluvia le pilló francamente desprevenida.
Quería alejarse de sus brazos, salir de aquella casa a un lugar seguro, marcharse al circo y esconderse hasta que quitase el frío de su cuerpo, pero lo que quería y lo que podía hacer eran cosas muy diferentes. No se quejó ni se movió cuando el chico empezó a secarle el pelaje blanco con la toalla, de hecho las caricias le estaban reconfortando y despertando la circulación de la sangre. Aunque no era suficiente como para sentirse del todo recuperada. Se quedó inmóvil frente a aquella cálida estufa, en cuanto sintió el calor del fuego golpeándole en la cara sintió ganas de llorar de alivio pero aquello era algo que tampoco podía hacer. Aguardó a que su cuerpo entrase poco a poco en calor, notaba cómo su cuerpo le lanzaba pinchazos incómods al recuperar la sensibilidad, entonces el muchacho le cogió y le abrazó con delicadeza. Lo de la leche sonaba francamente bien, aunque todavía tenía demasiado frío como para moverse, se quedó acurrucada en su regazo haciéndose un diminuto ovillo tembloroso, pero poco a poco iba recuperando sus facultades y también notaba que ese chico era más de lo que aparentaba ser..Sin embargo, todavía estaba demasiado débil para averiguar de qué se trataba.
- Mew...-Cerró los ojos, era incapaz de recordar cuándo se encontró tan cómoda como ahora. Escondió de nuevo las patas bajo su pecho y sin querer empezó a ronronear.
Ignoró completamente aquella voz, demasiado concentrada en no desvanecerse. Al sentir las caricias sacó la cabeza de entre sus patas y abrió lentamente los ojos de colores dispares para observar a Joshua pero era incapaz de enfocar como debía. En otras circunstancias, le hubiera bufado, incluso amenazado con las zarpas para evitar que le tocase, pero no podía hacer algo así, no tenía las ganas ni las fuerzas para alejarle. Se vió elevada en el aire cuando él le cogió y sin poder evitarlo se encogió todo cuando pudo, pese a no poder quejarse o arañarle, seguía sin confiar en nadie. Su cola ocultó su vientre escondida entre sus patas traseras francamente asustada pero mucho más congelada de lo que cabría esperar. No le sorprendió que le dijera que estaba en los huesos, eso ya lo sabía, el invierno era la época de las vacas flacas lo normal es que lo hubiera pasado comiendo ratas y robando en casas pero aquella lluvia le pilló francamente desprevenida.
Quería alejarse de sus brazos, salir de aquella casa a un lugar seguro, marcharse al circo y esconderse hasta que quitase el frío de su cuerpo, pero lo que quería y lo que podía hacer eran cosas muy diferentes. No se quejó ni se movió cuando el chico empezó a secarle el pelaje blanco con la toalla, de hecho las caricias le estaban reconfortando y despertando la circulación de la sangre. Aunque no era suficiente como para sentirse del todo recuperada. Se quedó inmóvil frente a aquella cálida estufa, en cuanto sintió el calor del fuego golpeándole en la cara sintió ganas de llorar de alivio pero aquello era algo que tampoco podía hacer. Aguardó a que su cuerpo entrase poco a poco en calor, notaba cómo su cuerpo le lanzaba pinchazos incómods al recuperar la sensibilidad, entonces el muchacho le cogió y le abrazó con delicadeza. Lo de la leche sonaba francamente bien, aunque todavía tenía demasiado frío como para moverse, se quedó acurrucada en su regazo haciéndose un diminuto ovillo tembloroso, pero poco a poco iba recuperando sus facultades y también notaba que ese chico era más de lo que aparentaba ser..Sin embargo, todavía estaba demasiado débil para averiguar de qué se trataba.
- Mew...-Cerró los ojos, era incapaz de recordar cuándo se encontró tan cómoda como ahora. Escondió de nuevo las patas bajo su pecho y sin querer empezó a ronronear.
Eloane Sveta- Cambiante Clase Baja
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Re: Día de Invierno [Privado con Joshua]
No sé mucho sobre gatos. Pero noto que el gatito o gatita, se revuelve un poco molesta entre mis brazos. No debería extrañarme, soy un completo desconocido para él o ella, debe pensar que quiero hacerle daño, pero ¿cómo hacerle entender a un animalito que sólo quieres ayudarlo? Sólo deseo mantener su cuerpo abrigado para que recupere las fuerzas y logre comer algo. El crudo invierno es implacable y si yo, siendo un humano, padezco del terrible clima, no puedo siquiera imaginarme lo que padecerán todos aquellos animales sin hogar, que viven en el inmundo arrollo de las callejuelas parisinas.
–Eres un gatito con suerte ¿Lo sabías? – Sigo acariciando su suave pelaje, que poco a poco va secándose – Si no hubiera llegado a tiempo a casa, no sé qué panorama me hubiera encontrado mañana por la mañana, al abrir la ventana-. Me estremezco por el simple hecho de imaginarlo. Me hubiera sentido muy culpable de no haber podido hace nada por salvar su vida. –Gracias a Dios, estarás bien, ya lo verás. Sólo necesitas recuperar fuerzas, para que puedas tomar un poco de leche. Me produce tanta ternura su ligero maullido, que no puedo evitar llevar mi mejilla hasta su pequeña cabecita y hacerle un cariño. Su pelaje es tan suave… Yo nunca pude tener una mascota en casa, mi padre nunca me lo permitió, y crecí con ése deseo toda mi vida. Ahora que tengo al animalito entre mis brazos, se desborda todo ese cariño por los animales, porque lo siento tan pequeño, tan indefenso. –Iré por tu leche, no te muevas de aquí.Si hay algo que no puede faltar en casa, es leche. No mucha, de hecho solo me queda la mitad de la botella, pero no va a pasarme nada malo por una noche. Es más importante que mi pequeño inquilino se reestablezca. Ya Dios proveerá.
Caliento un poco en una olla pequeña, espero que se enfríe un poco, y me acerco hasta el gatito, que parece ya moverse un poco más. Entonces me doy cuenta de algo realmente extraordinario. El gatito tiene un aura extraña. Si, por más absurdo que parezca, la tiene. Una muy tenue por lo débil, quiero pensar, pero ahí está, bordeando todo su cuerpecito diminuto y peludo. Frunzo un poco el ceño ante la duda. De cualquier modo, es algo que no debe importarme por el momento. Últimamente he visto, y escuchado tantas cosas que parecerían ser fuera de éste mundo, que una pequeña aura prácticamente es algo insignificante, pero no menos importante.
–Aquí tienes. Es toda tuya – Nuevamente me siento en el piso, para acercarle la olla de leche. Le dejo actuar, no lo presiono. Si tiene hambre dará unos pequeños pasos, si no, ya lo hará cuando tenga la suficiente fuerza. –Tómate tu tiempo, no hay prisa pequeño.
¿Cómo explicar lo que siento en éste momento? Me siento muy feliz de tener tan grata compañía. No sé, quizás estoy exagerando, porque solamente se trata de un gatito bigotón que llegó a mi ventana por casualidad, pero para alguien como yo, que siempre está solo, es algo lindo y reconfortante. Además estoy ayudándole a sobrevivir, más satisfecho no puedo sentirme y tampoco puedo dejar de acariciarle. En pocas palabras, estoy contento ésta noche.
–Eres un gatito con suerte ¿Lo sabías? – Sigo acariciando su suave pelaje, que poco a poco va secándose – Si no hubiera llegado a tiempo a casa, no sé qué panorama me hubiera encontrado mañana por la mañana, al abrir la ventana-. Me estremezco por el simple hecho de imaginarlo. Me hubiera sentido muy culpable de no haber podido hace nada por salvar su vida. –Gracias a Dios, estarás bien, ya lo verás. Sólo necesitas recuperar fuerzas, para que puedas tomar un poco de leche. Me produce tanta ternura su ligero maullido, que no puedo evitar llevar mi mejilla hasta su pequeña cabecita y hacerle un cariño. Su pelaje es tan suave… Yo nunca pude tener una mascota en casa, mi padre nunca me lo permitió, y crecí con ése deseo toda mi vida. Ahora que tengo al animalito entre mis brazos, se desborda todo ese cariño por los animales, porque lo siento tan pequeño, tan indefenso. –Iré por tu leche, no te muevas de aquí.Si hay algo que no puede faltar en casa, es leche. No mucha, de hecho solo me queda la mitad de la botella, pero no va a pasarme nada malo por una noche. Es más importante que mi pequeño inquilino se reestablezca. Ya Dios proveerá.
Caliento un poco en una olla pequeña, espero que se enfríe un poco, y me acerco hasta el gatito, que parece ya moverse un poco más. Entonces me doy cuenta de algo realmente extraordinario. El gatito tiene un aura extraña. Si, por más absurdo que parezca, la tiene. Una muy tenue por lo débil, quiero pensar, pero ahí está, bordeando todo su cuerpecito diminuto y peludo. Frunzo un poco el ceño ante la duda. De cualquier modo, es algo que no debe importarme por el momento. Últimamente he visto, y escuchado tantas cosas que parecerían ser fuera de éste mundo, que una pequeña aura prácticamente es algo insignificante, pero no menos importante.
–Aquí tienes. Es toda tuya – Nuevamente me siento en el piso, para acercarle la olla de leche. Le dejo actuar, no lo presiono. Si tiene hambre dará unos pequeños pasos, si no, ya lo hará cuando tenga la suficiente fuerza. –Tómate tu tiempo, no hay prisa pequeño.
¿Cómo explicar lo que siento en éste momento? Me siento muy feliz de tener tan grata compañía. No sé, quizás estoy exagerando, porque solamente se trata de un gatito bigotón que llegó a mi ventana por casualidad, pero para alguien como yo, que siempre está solo, es algo lindo y reconfortante. Además estoy ayudándole a sobrevivir, más satisfecho no puedo sentirme y tampoco puedo dejar de acariciarle. En pocas palabras, estoy contento ésta noche.
Joshua Maloney- Cambiante Clase Baja
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