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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Lakme Mar Ene 01, 2013 4:22 pm



Introducción

El mundo es un jardín salvaje, para aquellos que caminan como yo, sin preocuparse.
Mi hogar son mis pasos.
Mi historia, yo misma la forjo como viajera entre los tiempos, los cuales, decidieron olvidarme, dejando ya de reflejarse hace mucho tiempo en éste cuerpo físico… En cambio mi espíritu envejece y ahora bebo de su experiencia, del conocimiento.
Soy casi eterna.

Seguro que te pregunta quien soy, es pronto para decirlo, hay demasiado que decidir.
Mi nombre carece de importancia, más usado miles a lo largo de mi vida. Indefinible por naturaleza sin una identidad marcada, es lo que me considero. Podría decir que solo un nombre me ha perseguido durante las eras, pero es pronto para desvelarlo.
Detente por un momento y podrás caminar sobre mis pasos, respirar el mismo aire que mis pulmones han llenado, sentir esas abrumadoras sensaciones.
Escucha tan solo, ya que el camino de una “Buscadora” es largo y abrupto sobre todo si mueves en el Tiempo.

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1º-El origen

Pocos son los recuerdos que conservo de mi principio natural, pero a veces como visiones de sueños u horribles pesadillas deciden desvelarse, recordándome la vida que una vez tuve, dándome pistas con sus pequeños fragmentos de lo que un día fui y del porqué de ahora.

Demasiadas vidas he poseído, pero la primigenia comenzaría en un tiempo en el que el hombre razonaba ante lo desconocido mediante la intervención divina, el mito.
Una época en la que los dioses eran poderosos, y los viejos reyes del desierto dominaban el mundo como representantes en carne de aquellos. El gran río, era nuestra vida, sin él no habría existido nada allí, solo habría polvo y viento. Las tierras hubiesen sido yermas, las plantas no hubieran crecido, los animales quedarían putrefactos en el árido suelo. El río Nilo, que atravesaba aquellas negras tierras de Kemet, era la vida para los hombres.

Iunet, más conocida y nombrada en otra lengua como Dendera, era mi ciudad natal. Aquella considerada la residencia de la gran diosa dorada, “La Señora del Oeste”, si, el Oeste la tierra donde los difuntos habitaban.
Nosotros la adorábamos, ella era nuestra protectora y por ello en Dendera se situaba el gran templo de Hathor, diosa del amor, la música, la embriaguez y las turquesas.

Aun recuerdo mi residencia en aquella tierra, como pequeñas piezas conservadas en mi memoria y que con el tiempo parecen perderse en una niebla espesa.
Recuerdo mi niñez, la fascinación que sentía por nuestras costumbres, por aquel misticismo que le rodeaba, por sus historias, sobre todo la de nuestros dioses, y aquellas danzas que nuestras sacerdotisas ofrecían al dorado sol, sus miembros flexibles y de elegante belleza, que con sensualidad, parecía hacer sonreír y disfrutar al astro rey.
A veces en mí memoria se evoca el recuerdo de mi curiosidad innata, cuando tiraba de las ropas de lino humilde de mi madre, señalando los instrumentos del sistrum que como carraca, agitaban algunas en su danza.
Soñaba llegar algún día aspirar a ello, pero no sería hasta llegaba mi temprana pubertad cuando me vi sosteniendo aquel instrumento, estirando mi cuerpo en aquellas acrobacias, sintiendo las quemaduras en mi piel por aquellas horas abrasadoras de danza al Sol, pero no me importaba, servía a un propósito que pocas jóvenes conseguían. Éramos las elegidas de la Diosa Dorada, y nuestro sacrificio nunca era en balde.

Si, la hija de una familia que criaba cultivos de cebada, cuyas manos se había manchado de la cerveza recién hecha, había llegado a la altura que solo las hijas de la nobleza o ricos alcanzaban. La Diosa no elegía a cualquiera, pero nunca supe el motivo por que había podido acceder a tal honor, solamente recuerdo una conversación antes de que todo mi mundo cambiase. Mi padre y el sacerdote que se encargaba de interpretar los sueños en el templo conversaban, hablaban de “esos” dolorosos ataques delirantes que hacía tiempo habían cesado de darme, hablaban de que la Diosa me había curado.

Y así fue como el me llevo consigo, me dio el honor de estar cerca de mi Diosa. Los primero años serían durísimos, ya que la relación con las otras sacerdotisas no era muy notable en afecto, ella venidas de vidas acomodadas poseían un alto ego ante mí, venida de la miseria, pero poca importancia le daba, yo solo tenía un consuelo, ahora estaría más cerca de mi diosa dorada, más que se sumaba las palabras de aquella anciana esclava que solía rondar en el templo “Tienes un don, todos los de aquí los sabemos…” eran palabras desconcertantes casi llenas de misterio, bonitas, pero que no las entendía, solo, las agradecía.

I


1350 a.c. Dendera (Kemet)


El desierto… Mmm… Su calor en mi piel tostada… Quema, pero… Es agradable…
Mis caderas se dejan mecer con cada paso en el que mis pies pisan dolorosamente el fuego desértico… La ventisca azota mis oscuros cabellos… Su aire es asfixiante, me susurra tan y tan cerca…
Tú nombre… Mis ojos están cerrados y escucho sus palabras premonitorias…
Un gesto extraño, como si no quisiera escuchar lo que me dice el invisible…

“¡Calla!”

Le ordeno y mis oscuras pestañas desvelan el verde de mis ojos… La arena deja de danzar con el viento… ¿Dónde esta el viento? Aun siento en mi piel su marca de fuego… Pero… Ha huido…

El buitre me hace sombra con su vuelo majestuoso… Sus alas… Son gigantescas… No… No, me equivoco, no es un buitre… ¿Qué es?

Tapo mi rostro con ambas manos cuando él me roza, no puedo evitarlo, es el Temor…
De nuevo el viento vuelve a mí susurrante… El ave de gigantescas alas toma altura y desde el cielo se lanza a mí… Me arrodillo y de nuevo tapo mi rostro con tal de protegerme…

“¡Vuelve viento te lo ruego, vuelve!”

El ave se acerca más y más, ¿ave? ¿Qué más dará es amenazante y dolorosa? De nuevo el calor abrasador y mis cabellos se agitan violentos… Aquel invisible que silencie furioso me rodea… Cierro mis ojos con fuerza… Hasta que algo me empuja haciéndome caer…

“¿Ha… ha... Sido un sueño de nuevo?” Aquella era la pregunta que con más frecuencia me había hecho en esa época. Demasiados sueños que podía recordar con claridad y detalles, y no solo mientras dormida, en a menudo como aquel, estos aparecían cuando estaba despierta. A veces no distinguía entre la realidad y el sueño, era demencial.

Parada en la galería de las esfinges de aquel templo, recordaba aquellas fiebres que hicieron enloquecer a mi tío dándole sueños despiertos. A mí me había ocurrido hacía años algo similar, había estado muy enferma pero nunca había llegado a tener ese tipo de visiones sino era dormida. Y la verdad poco recuerdo de aquellos años de mi enfermedad, era como si intentar recordarlo me llevará a una puerta cerrada que mi mente había decidido cerrar.


-¡Están aquí! –Me dijo una voz a mi espalda sacándome de entre mis pensamientos, olvidando por un momento mi temor a enloquecer, por el susto que me había dado.

-¿Quiénes? –Dije con gesto de extrañeza, al ver a la anciana esclava tomando aire de un modo agitado, parecía acelerada.

-¡Serás niña despistada! –Me regaño y recordé por un momento a quienes se refería.

Venidos de tierras paganas nuestros dioses vivos llevaban meses recorriendo todos los Templos de las grandes ciudades. Un nuevo discurso religioso les precedía, hablaban de que un nuevo Dios Sol más poderoso y benevolente que ninguno, único, que había elegido a Faraón como su cuerpo nuevo.

-Dicen que no vienen solos, la Reina Madre ha decidido acompañarlos junto a su séquito de extranjeros, ¿cómo habrá tenido tal desfachatez? –Una maldición que salió de entre sus labios y luego en el murmullo y como arrepentimiento tras hacer tal invocación, unas palabras que rogaban la protección de la diosa.

No me sorprendía su actitud, los rumores decían que el séquito de la Reina Madre estaba lleno de guerreros y hechiceros de más allá de Mitannia, que usaban magia oscura y extranjera, invocaban fuerzas muy distintas a la de los dioses, decían que hablaban con los demonios del desierto y que ellos le ofrecían su sangre como sacrificio y alimento para que estos le diesen su poder y protección. Habitantes de antiguas fronteras, no creían en dioses como nosotros, sino en espíritus. También de que ellos no conservaban los cuerpos de los difuntos, como era normal en nuestras costumbres, ya que después de que nuestra alma atravesara las Puertas de la Verdad, nos haría falta un cuerpo para alcanzar la inmortalidad. ¿Pero qué era lo que hacía con los cadáveres? Había muchos rumores y fantasía con respecto a esto, y algunos se contradecían con lo dicho. Unos decía que dejaban los cuerpos a merced del desierto para que fuesen devorados por los buitres y otros que devoraban la carne de sus difuntos en un fúnebre banquete, que lo hacía para comunicarse y ganarse el favor de los espíritus.
Con tan solo pensar en aquel último detalle el temor recorría mi piel ante una costumbre tan horrible, pero quien sabía si era cierto o no.

La anciana me miraba esperando a que comentase algo, yo solamente enmudecí y pase a su lado sin dedicarle apenas un gesto ni una despedida, el bullicio que procedía del interior del templo me indicaba que debía de prepararme enseguida como todas las demás.


II

La mañana era entrada y el estallido ruidoso mezclado entre el sonido de la percusión, y los hermosos himnos anunciaba aquella enorme procesión que solo sabía mostrar su grandeza.
Los estandartes con diferentes símbolos de las capitales y los majestuosos carros de combate, las cabezas rapadas de los sacerdotes reales y toda su comitiva habían cruzado la galería de las esfinges. El pueblo de Dendera aclamaba con su canto a los Dioses vivos, el silencio no se produjo hasta que estos penetraran entre el columnado de la sala hipóstilas, nadie pasaría del patio, solamente nosotras que aguardábamos con nuestras mejores prendas que dejaban al descubierto uno de nuestros pechos; nuestras pelucas más deslumbrantes; llevando aquel pañuelo rojo en nuestro cuello como señal de la devoción y agitando el collar de “menat” como recibimiento.

Como las demás agache mi rostro y alce las palmas de mis manos en señal y de respeto y bendición en cuanto pasaron ante nosotras nuestros soberanos. Mis ojos tentados por alzar la mirada para dirigirlos a sus rostros seguían aquellos pasos altivos, de reojo podía observar aquellas ropas lustrosas y todos sus símbolos, merecían ser llamados dioses en carne.
Tras su pequeña comitiva la Reina Madre seguía con su curioso grupo de extranjeros, aquello que había mencionado la anciana.
Sus ropas eran tan lustrosas como las de cualquier noble de Kemet, llevaban afeites que decoraran su piel, embelleciéndola, sus pelucas de hermosas joyas y complicado enredo les daba el aspecto de aquellos que pertenecían a nuestra tierra, pero algo los diferenciaba a pesar de todo. Algo en ellos les hacía distintos, algo… que sabía que simple vista no podía apreciarse, no era algo externo.

Perdiéndose al entrar en el santuario, la música de su interior anunciaba que el rito correspondiente al ser recibidos por la Diosa Doraba había comenzado, los cantos y nuestras danzas secretas solo eran para ellos. Y nosotras las que llevábamos menos tiempo sirviendo nos quedábamos allí aguardando.
El sequito que seguía Tiy, la Reina Madre se había quedado allí detenido.

En mis miradas curiosas ante la espera, sentí como unos ojos me atravesaban. Podían definirse como plata, pero estos no podían verme, ya que carecían de pupilas. Uno de los extranjeros dentro del séquito de la Reina madre, un hombre ciego, iba agarrado fuertemente de la mano de una mujer de piel casi dorada y cabellos morenos.
Una pregunta en otra lengua, si aquel hombre carecía de la vista como aparentemente indicaba, se contradecía con su fulminante mirada.
La mujer que sostenía su mano, apartó una de la miles de trenzas de su cabello largo, no llevaba peluca a diferencia que los demás, ni ella tampoco. Una respuesta y otra mirada descarada para mí.

Los ojos ciegos no dejaban no se apartaban de los míos de aquel modo hiriente, un escalofrío recorrió mi cuerpo, sentí frío y una vuelvo en mi corazón. Palidecí mientras me llevaba mis dedos a la nariz y luego…sangre…
Todo mi mundo se había vuelto electricidad en mi cuerpo, me sentí enferma como en el pasado y después… El mundo se volvió oscuridad envolviéndome en su abismo.

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III

1349 a.c. Dendera (Kemet)

Apenas había pasado casi un año cuando nuestro mundo cambio por completo. Dicen que las casas más altas de la antigüedad estaban llenas de secretos vinculados a oscuros vicios y sobre el poder absoluto. En nuestro caso los secretos eran cantados en forma de himno. Un nuevo discurso de Faraón se había apoderado de nuestros Templos, grandes ofensas a los antiguos dioses cuando se hablaba de un Dios absoluto y más omnipotente que el propio Sol.
Las revueltas se hacían continuadas, el pueblo divido por la fe ciega. Dioses viejos derruidos y cuyos nombres eran borrados de los templos como si deseasen que estos se desvaneciesen para el resto de los siglos; ancianas costumbres que se nos negaba celebrar para llamar a la buena nueva, símbolos nuevos que se imponían en templos arrasados…

El mundo solamente parecía enloquecer y no solo por la mano del hombre, a Dendera había llegado rumores de que el Faraón había ofendido tanto a las ancianas Deidades de Kemet que había enviado un oscura maldición en forma de pandemia. Se hablaba de personas que resucitaban como demonios, que devoraban la carne de otros como putrefactos no muertos.

Mi mundo perecía ante mis pies, nunca había recordado pasar tanta hambre, ni haber dudado tanto del mundo. Una mañana había deseado cantarle al dorado Sol, recordando que estábamos en la fecha de la festividad de la “Buena Reunión”. No hubo visita del halcón a mi diosa, ni himnos que trajeran la fecundidad y renovación de la naturaleza del Nilo, solo penuria y hambre que nos hacía perder la razón.
En el Templo de la diosa Dorada, algunas sacerdotisas se marchaban a sus hogares, otras sobrevivían ganando comida para el resto siendo usando su cuerpo con desprecio y el resto esperábamos, a un milagro a cualquier cosa.

Teñido por la sangre de los hombres, a veces había deseado volver a mi hogar y ver mis manos manchadas de la cerveza recién hecha como en mi infancia había hecho miles de veces, pero tenía fe en mi Diosa Dorada y el sonido de las voces del viento me indicaban que esperase.

“Aun no ha llegado mi hora…”



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Mensaje por Lakme Mar Ene 01, 2013 7:09 pm

2º- Elegida


1345 a.c. Templo de Dendera, tierra de Kemet


Cinco años había pasado desde que nuestras vida se habían visto sometidas en el caos, había dejado de oír las voces del viento, había dejado de soñar despierta y dormida, era como si una puerta en mi interior se hubiese cerrado para siempre, un universo que quedaba desterrado y nunca había logrado entender. Con el tiempo me fui acostumbrando a lo nuevo, es más, no echaría de menos aquello. Era como si me hubiesen dado la oportunidad de tener una vida normal y corriente, de no temer padecer algún tipo de demencia.


Habíamos vivido la pobreza, sobrevivido teniendo que acudir a practicas despreciables, mentir sobre nuestras creencias, incluso mancillar nuestras manos de la sangre ajena para poder defender nuestro templo. No hubo en mucho tiempo joyas, lustrosas vestimentas ni afeites perfumados. El templo de la Dorada callaba silencioso sin sus bailes y cantos de alegría.
La nueva fe al único Dios, Atón, había aplastado a los viejos dioses, pero habíamos conseguido subir escalones, conservar nuestras costumbres y ritos adaptándolos a la nueva religión.
La capilla la vieja Diosa iba presidida por el disco solar de miles de brazos, y la escultura de ella se erigía como una de las consortes del nuevo dios. Ahora llevábamos la cabeza rapada y tapada por enormes pelucas, nuestros pechos cubiertos por los vaporosos vestidos abiertos desde el obligo dejando ver nuestro sexo. La moda de la capital había llegado a nuestra provincia, pero aun no habíamos renunciado a nuestros pañuelos rojos.

Cinco años y vivíamos como si no hubiésemos padecido durante las revuelta, como si la vida hubiese comenzado ahora, habían sido otros tiempos, los cuales, eran mejor olvidar. pero… Yo no lo conseguía, ya que apenas pasado el primer ciclo de la “germinación” la puerta que había estado sellada se había vuelto a abrir. En la inconsciencia del sueño un recuerdo encerrado y reprimido por el miedo, se me revelaba repetidas veces. Haciéndome comprender muchas cosas como el por qué le tenía miedo a la oscuridad o dormir a solas…


El templado atardecer había sucumbido ante las primeras sombras que se adueñaban del cielo teñido por la sangre.
Los luceros ardían en la oscuridad fría de la noche, y en la aparente calma había podido oír su voz, sabía que era mi padre que me calmaba, pero no podía reconocer su rostro…
Aish, no lo conseguía ver…

Los canticos se alzaban entre aquella confusión en las que me sumía, sus rezos se alzaban y yo podía oír su voz entremezcladas con la de aquellos hombres, aquellos… sacerdotes. Deseaba calmarme, me hablaba por mi nombre de nacida, un nombre que hoy en día había deseado olvidar…
Una mueca de dolor surcaba mi rostro, la punzada en el pecho y luego su recorrido por mi espalda en constante, era como si infinitas descargas se desgarrasen en mi interior…

“Si los dejo entrar en mí… Perderé el control” Era mi pensamiento, y luego vino la confusión, ¿por qué me sujetaban si estaba quieta? No, el mundo se movía espasmódicamente y no conseguía controlar mi cuerpo. Su voz me decía que pronto pasaría que los demonios me dejarían…
Náuseas, la sensación de vértigo y sus voces… Las voces del viento del desierto… Estaban furiosas. ¿Eran sus voces? ¿Quiénes eran?

“Queremos tu carner, los huesos…
Queremos la carne…
Devorarla… Devo…
Es nuestra… Es nuestra… Su carne… Nuestra”
Decía confundiéndose entre sí, cada palabras que cobraba su sentido para luego perderlo al instante.

Y luego venía el silencio, su rostro de piedra era hermoso, su trenza enredada sobre su hombro… Sus manos sobre el callado y la luz de la luna… La de su tocado… Podía reconocer al dios Jonsu, podía reconocer su templo.

“Ellos te curaran… Te curara…”

La luz de la luna me cegaba, la luz del templo… Blanca y hermosa…


Una noche tras otra, y ahí me visitaba aquellos sueños como recuerdos del pasado, que había decidido esconder en algún lugar de mi inconsciencia, el trauma se reflejaban en mis miedos nocturnos. Y el recuerdo de mi niñez y las primeras veces que las voces me visitaron había vuelto a resurgir de la nada para atormentarme en pesadillas.
La calma se había troncado en los nuevos tiempos y mi entendimiento se veía cada vez más truncado… Algo iba a suceder.


I


Aquella noche nos volvieron a visitar, de nuevo, no era la primera vez en aquel mes y para nosotras era una buena señal, que aquellos miembros de la nobleza, visitaran y degustaran los placeres de vez en cuando. Teníamos que ganarnos su favor para que nuestro templo tuviese la seguridad de que en un futuro no fuese derruido, seguir recibiendo la fortuna que nos sustentaba y de demostrar que éramos fieles al nuevo Dios.
Día tras día, y con cada nueva visita estábamos seguras de que lo habíamos conseguido y sobre todo gracias a nuestra Gran Sacerdotisa, su gracia y belleza había conseguido encaprichar a uno de los nobles. Él acababa con nuestra hambre, nos daba recursos y nosotras a cambio le deleitábamos con nuestra compañía, nuestras danzas, saciábamos sus deseos, aunque él siempre estaba más atento a ella que al resto. A veces cuando untábamos su cuerpo desnudo con aquellos afeites, suspiraba, deseando que nuestras manos fuesen las de ella.

Peinar nuestras pelucas, colmarnos y enfundarnos las más bellas joyas y caros afeites, era nuestra tarea en aquella noche, algunas cubríamos nuestros cuerpos con el dorado aceite, mientras nuestros músculos y miembros desnudos se estiraban, preparándose para embelesar con nuestras danzas y música. Y ella, la gran sacerdotisa sería la más hermosa, su efigie debía de destacar por el bien de todas nosotras, debía ser la más deseada, debía de ser una adictiva droga para él.

“La noche parece extraña…”

Pensaba meditabunda mirando el cielo, mientras atravesaba la galería de las esfinges que hacían de guardianas en la entrada del Templo. De nuevo portaba el cántaro para el agua, hacia las orillas del Nilo me dirigía, siempre me mandaban ésta tarea noche tras noche, y siempre la calma me invadía en el paseo, pero aquella noche la oscuridad me producía desconcierto, sabía la cantidad de peligros que asolaba a la nocturna, la cantidad de bestias que habitaban las orillas aprovechando la noche para su caza. Me sentí sola y apenada, ya que nadie quiso acompañarme en mi paseo nocturno, parecía que a nadie le importase, a pesar de estos tiempos oscuros todavía seguía sintiendo las miradas recelosas de las demás novicias.

De nuevo contemplaba el cielo, al menos la luna era llena e iluminaba mi camino con su grandeza, mientras caminaba por la orilla, dejando atrás las casas de barro. Comencé a encontrarme con los juncos y los papiros, tan solo en el silencio oía el croar de las ranas y el dulce cantar de los grillos, el agua circulaba serena, y serena quedaba mi alma inquieta.

Ahí estaba mi claro, en las orillas, debía de detenerme.
Sentada en la arena, ahora fría, justo en el mismo lugar donde desperté de uno de mis sueños, mis rodillas se flexionaron y abrace contra mi cuerpo el cántaro, aun vació, sintiendo el roce liso de la piel de arcilla.

“Las cosas mejoran de repente, pero… Hay un sentimiento extraño en mí, un insaciable hueco, una espera interna. ¿A qué? Mis pesadillas han vuelto, me torturan noche tras noche, pero las voces se fueron. A veces hecho de menos aquella cálidas que me consolaban, pero el mundo esta mejor sin mi don. Sin las enfermizas visiones.”

Suspire suavemente mientras llenaba el cántaro y refrescaba mi frente con el agua del río, el silencio de repente se hizo.

Un suave cosquilleo sentí acariciar mi hombro y parte de mi brazo, mis ojos enseguida buscaron, encontrando aun flotante una pluma de hermoso color azabache. Mire el cielo, era raro que en la noche las aves volasen.

Ni grillos… Ni ranas… Incluso el circular del agua parece haberse detenido…
Mi aliento se había vuelto helado, pero no hacía frío en el momento, aun no, mi piel se erizo instintivamente… Una leve brisa calurosa rozo mis oídos y me susurro efímeramente unas palabras que no llegue a entender.

-¿Quién...?

Comenzaron mis labios a pronunciar, pero un instinto me invadió y un terrible miedo paralizó mis latidos, no había nadie pero en ese momento sentí una presencia imponente, ahora todo estaba oscuro a pesar del plenilunio, el templo estaba lejano y camino muy negro ¿qué hacer?

Lentamente levante del suelo aferrando la piel mojada de cerámica, caminar, despacio y cauto regresando a la seguridad es lo que mis pies hacían. Tome aire, a pesar de que nada veía, mis sentidos estaban atentos. No entendía porque la luna se había apagado repentina, y porque me cegaba la penumbra.

La leve brisa acaricio de nuevo mis cabellos, no llegaba a entender sus palabras, se comportaba de manera tan fugaz, como si no quisiera permanecer allí, me rozaba, agitándolos, pero luego se marchaba.

De nuevo otra pluma oscura cayó ante mis pies, y esto hizo que me detuviese, suspirando de manera entrecortada. Ahora si, debía… Apresurarme…

Mis manos se aferraron al cántaro chorreante y mis pies se movieron ligeros como las patas de las gacelas salvajes, la plata reflejada en la orilla del río me guiaba de manera esperanzadora… De nuevo esa presencia que me desconcertaba, y la sensación de que alguien me seguía.

Mi aliento se ahogaba, ya que de repente en mi huida de la nada, había olvidado tomar el aire que refrescaba mis pulmones, solo me centraba en algo, y era el sonido de la música lejana ya en el templo, el nombre había llegado y yo estaba cerca de la seguridad.

“Ya falta menos”

Mis pensamientos eran esperanzadores.

“Un poco más”

El sonido de mi jadeante respiración se mezclaba con el sonido de la música y de los susurros de la brisa, ¿las voces? ¿qué querían decir con…?

-¡Auch! –Me queje, y el cántaro quedo partido a mí alrededor, choque con algo duro cayendo al suelo.

Mis ojos se alzaron, y con el corazón aun desbocado, mi mirada se cruzó con el color de la plata de los ojos de un hombre, choque contra él. No era la primera vez que lo había visto, aquel hombre del séquito de la Reina Madre, aquel hombre que recordaba con ojos de ciego. ¿Me estaba mirando? ¿Acaso no era ciego?

-Lo siento, yo… Pensé que… -Mis mejillas se encendieron mientras me arrastraba en el suelo recogiendo los trozos del cántaro de cerámica, me levante y mire a mí alrededor, de nuevo estaba en la galería de las esfinges, menos mal. Suspire.

Simplemente me miraba, ni una palabra pronuncio. Al observar sus ropas lustrosas y con rasgos diferentes a las nuestras me pareció extranjero. Alto, de piel algo pálida, muestra de tener un alto cargo o poseer un gran dinero, pero lo extraño de su aspecto, además de esos ojos metálicos, era que no portaba ninguna peluca que adornará sus cabellos, era normal que la nobleza portara alguna; solo sus largos cabellos de miles de trenzas finas color azabache, muy típico en las gentes de las tierras lejanas.

-¡Nebt! –Una voz entre los colosos de la entrada me llamaba. -¿¡Dónde te habías metido?! ¡Llevamos rato esperando! -Una de las chicas del templo, se silencio al ver al hombre conmigo, y bajando su rostro se disculpo. -¡Le pido perdón, mi señor!

Un tirón del brazo, y mi curiosidad quedaba insaciable. Ahora me veía recorriendo los pasillos a toda prisa tirada por una de mis compañeras de apenas unos años mayor que yo, soltando todo tipo de blasfemias contra mi persona, aunque yo en ese momento hacía oídos sordos, solo pensaba en el misterio que envolvía a aquel hombre de cabellos trenzados.


II



Música, la cual sonaba al ritmo de los sistrums y los tambores, en aquel momento sentía como el sudor recorría mi piel desnuda borrando el dorado de las marcas, nuestras danzas siempre elegantes… les fascinaban, nuestras acrobacias… les impresionaban.
En aquella noche no solo habían venido nuestros visitantes habituales, venían con una compañía bastante extravagante, otra clase de corte de extraños y lejanos países.

De repente la música se detuvo, mi pecho desnudo baja y subía en su latir jadeante, las danzas habían terminado por hoy, y yo sentía como mis mejillas no habían dejado de estar encendidas por el rubor desde que observe entre nuestros nuevos espectadores al hombre con el que antes había chocado. ¿Era su primera noche en el templo? ¿Lo había visto en otro lugar? Tal vez fuese la alteración del momento, pero yo sabía las respuestas a mis preguntas.

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-No estoy muy segura, pero creo que forman parte de la comitiva de la Reina Madre… –En nuestras estancias lavábamos la pintura dorada, debíamos volver con nuestros invitados. Los nuevos rostros habían alterado la paz del Templo, siendo la comidilla de la noche. -… A algunos les pagan por ejercer el arte de la guerra, aunque los rumores dicen que entre ellos hay hechiceros que vinieron de la tierra natal de Tiy. Pero creo que solo son cuentos para que los teman. –Ankhemin no dejaba de parlotear mientras le entregaba a una de mis compañeras la peluca en forma de cascote que todas llevábamos, ocultando nuestros cortos cabellos.

Escuchar la palabra “arte de la guerra”, me vino a la cabeza la palabra “mercenario”. A veces en nuestros ejércitos eran muy habituales hacer uso de estos extranjeros, tenía poca fama de ser fieles, pero un buen pago para la batalla era suficiente. Entonces si lo eran…


-¿Acaso alguna batalla fuera de nuestras tierras acontece para tener a hombres como ellos aquí? –Mis pensamientos había sido expulsados por mi boca. Aun no habían llegado palabras de que hubiese alguna guerra o alguna conquista. Como siempre algo nos ocultaban.

Ankhemin había continuado hablando y yo sin querer la había interrumpido con mi pregunta, todas había callado y alguna mala mirada por las más mayores me fueron dirigidas.

-¡Nebt Mefkat y Ankhemin! ¡Dejad de chismorrear y terminad de una vez, los invitados esperan! –La voz de una de nuestras compañeras sonó en toda la estancia.


El arpa curvada sonaba acallando a los presentes, el vino mezclado con las aromatizante recorrían los labios impacientes, embriagando a cada uno de ellos. Cuando la música suave ceso, dieron paso los espectáculos circenses, a las risas estalladas, y las voces conversando en la altura.
Ciertamente, no había perdido oportunidad en unirme a aquel mundo ruidoso y en sentir como el vino me arrancaba alguna que otra carcajada, mi conversación se había vuelto descarada y sin tapujo, algunas de las chicas se había deshecho incluso de sus pelucas y el nerviosismo que en mi interior sentía hacía que tomase una copa tras otra. De vez en cuando no podía evitar mirar con curiosidad al extranjero de ojos grises, él ignoraba mi presencia y mi descaro al otro lado de la estancia, pero yo a pesar de la diversión, sentía que su presencia me oprimía con un oscuro sentimiento que me causaba más de un escalofrío. No había parado de beber y llegado a ese punto de la noche, si me llegue a acostar con alguno de aquellos hombres que me sonreía poco iba a recordar.


“Epidemia… Dulce epidemia…” Sus voces volvían a mis oídos.

-Mmm…- Respondí adormilada, estaba sobre los almohadones, sin mi peluca y mis ropas desordenadas. Las luces de las lamparitas estaba apagadas, la música había finalizado y en la sala la fiesta se había terminado aunque los invitados que quedaban estaba bien repartidos. La mayoría dormía con profundidad, algunos aun tenían sus copas en las manos, otros roncaban en exceso y algunos, poco dormían, más bien por sus gemidos disfrutaban de otro tipos de placeres sin importarles estar rodeados pro algún posible espectador.

La cabeza ligeramente me dolía, al igual que las náuseas que me golpeaban el estómago.

“Epidemia… Cercana…”

Sin comprobar si estaba entera de ropas o no, me levante tambaleante y tomando el primer recipiente al alcance eche más vino que comida ingerida. La próxima vez no bebería tan exceso, pensaba a sabiendas que no iba a cumplirlo.

“Cerca… Cerca…”

Tras limpiar mi boca y tomar un sorbo de la primera copa que encontré, para quitarme aquel repugnante sabor de la boca, salí fuera sintiendo como el viento de la madrugada se había vuelto inquieto y con su frialdad aliviaba mi agrio estado.

-¿Eres viento, acaso? –Pregunte cuando no volví a escuchar susurro alguno.

-No, Elʻāzār. Pero a veces me gustaría ser viento. –A mí espalda una voz de tono suave y soñador, hizo que por dentro me enervara de sorpresa, el extranjero de ojos extraños.

Y el viento escapo… Repentino.

-Yo… Lo siento… Siento lo de antes. –De nuevo mi voz temblaba y mi tez se ruborizaba.

Él miraba a la nada que había entre pasillo que formaba las esfinges de enroscada cornamenta, como si yo no estuviese a su lado, como si fuese insignificante.

-Una vez escuche una historia en vuestras tierras. –Su voz acariciaba el aire con aquel ligero acento. –La historia contaba como una esposa vagaba por el desierto buscando los pedazos de su marido asesinado. Esta mujer era una reina y había descubierto el secreto de la inmortalidad con la que fue maldecida. Dicen que recorrió toda la tierra de Kemet como huérfana de su propio reino, dejando atrás rastros de su maldición y recomponiendo poco a poco a su marido, y siendo ella una reina maga, uso su secreto para resucitar a su marido muerto y amarlo únicamente por una noche, ya que éste sería luego reclamado en el mundo de los muertos para resucitarlo…

El silencio se había hecho entre nosotros, no supe que responderle al principio ya que no entendía sus palabras, y ahí estaba también ese sentimiento que me decía que aquello no tenía muy buena espina, que huyese de su lado, pero existía la contradicción.

-Esa historia puede ser la de nuestros padres Osiris e Isis, si no lo es se parece mucho. –Respondí, ignorante de mí por no saber exactamente de que iba aquello.

Elʻāzā dirigió sus ojos por primera vez a mí, eran grises oscuros, apagados. Su rostro hierático me estremeció, y por un momento sentí como su lo hubiese ofendido.

Dispuesta a marcharme, en mis primeros pasos pude sentir su dedos de piedra aferrarse en mi brazo. Algo atormentaba a aquel hombre.

-Si te soy sincero, no sé que hago aquí realmente. –Esta vez si podía sentir que sus palabras fuesen dirigidas hacía mí, pero no las entendía y aquello me confundía más y más. –Arriesgo las pocas oportunidades que “nos” queda, pero el mundo es joven y el tiempo ya lo dirá.

-¡No sé de que me hablas! ¡No entiendo tus palabras! –Tiré de su mano de hierro, sintiéndome asustada y a la vez hipnotizada por aquellos ojos. -¡Suéltame!

-Tan inconscientes, tan frágiles, y las batallas continúan ajenas al mundo del día, ocultas bajo las sombras más oscuras. Pero al fin y al cabo no todo lo oculto queda oculto, cuando realmente os toque elegir, será cuando tengáis la conciencia de todo ello. –Continuaba con rotundidad y voz neutras con aquel extraño discurso. -Nebt Mefkat, sé tu secreto, sé que entiendes al viento pero no eres consciente de lo que realmente es el viento y lo que supone sentir sus palabras. Yo también lo escucho pero no del mismo modo que lo haces tú.

Mi forcejeo cesó, le miré incrédula. Muchos sabían que escuchaba aquella voces a las que yo llamaba viento, todos decía que eran los dioses y ellos me había dado acceso al templo como sacerdotisa. Otros sentían miedo pensando que eran demonios y yo simplemente buscaba el modo de callarlas por ver la incomprensión de mi situación en ojos de otros, y ahora aquel extranjero me hablaba con palabras extrañas y me decía que él era como yo. Poco a poco comenzaba a creerme los rumores que mis compañeras habían comentado sobre que aquellos “hombres” eran hechiceros de la Reina Madre, venidos de tierras lejanas. ¿Por qué le había hablado de la inmortalidad? Acaso él también conocía el secreto. ¿De qué riesgo hablaba? ¿Y quienes eran “ellos?

Sus dedos aflojaron la atadura, y a mi solo se me ocurrió salir corriendo al interior del templo y refugiarme de él.


-Algún día… Sólo debes de seguir el camino del oscuro plumaje…

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Mensaje por Lakme Dom Ene 06, 2013 2:14 pm

3º Dulce Epidemia (Pasado)



1345 a.c. Templo de Dendera, tierra de Kemet


Entre almohadones solitarios ocultados bajo el mecer de los visillos transparentes, sus manos frías se deslizaban acariciantes por los cabellos aun cortos hasta mi cuello mientras dormitaba otra noche más.

No era la primera vez que podía sentir sus besos escalofriantes sobre mi piel ardiente, sus trenzas dejar aquel cosquilleo tras de sí, sus suspiros húmedos y palabras cálidas acariciar mi oreja, sentir el brillo de su sudor mezclarse, mientras su cuerpo sobre el mío se balanceaba en aquella danza, y mi vientre estallaba en aquel plácido estasis.

No sería la primera vez que una y otra vez me visitaría al templo, Elʻāzār había pasado a ser un hombre que me producía verdaderos escalofríos, un misterio, a ser todo el centro de mi universo. Paso de ser un desconocido a que lo llamase “hermano”, que era como en aquel entonces solíamos llamar a nuestros amados o amantes. Mis prioridades anteriores habían perdido su sentido, continuaba con mis funciones de sacerdotisa, amando a mi diosa, pero algo había cambiado en mí. Comprendía mejor a las voces, las pesadillas se habían alejado y mis ataques, que había vuelto podía controlarlos relativamente.

Elʻāzār con cada visita me hablaba de mis voces, él decía que podía escucharlas pero levemente y si ellas lo deseaban, que pocas veces sucedía.

Me hablaba de un tiempo anterior al nuestro, donde había más personas como nosotros que podía comunicarse e incluso ver a los dueños de esas voces, bueno más que voces él los llamaba “espíritus” y con espíritus no se refería solo a las almas de nuestros difuntos, decía que entre ellos moraban aquellos que nunca fueron humanos que siempre estuvieron en nuestro mundo y que a algunos habíamos convertido en dioses. Había espíritus benefactores, pero también malignos, sus poderes eran muy diversos y eran capaces de ver entre los hilos del tiempo.

Me hablo de que a diferencia de él, al parecer yo les gustaba y que mi cuerpo era capaz de canalizarlos y por ello intentaban entrar en mí para acceder a nuestro mundo físico, ese era el motivo de mis ataques, el motivo de mis pesadillas, de mis visiones… y él me enseñaría a controlarlo.

La noche continuaba pausada entre aquellos almohadones, en silencio él estaba a mi lado tumbado dejando aquel rastro helado en mi piel, hasta que volvió a ocurrir como de vez en cuando sucedía.

El mundo se volvía a torcer en mi visión, el ligero mareo y la sensación de malestar en el estómago, mis oídos ensordecidos y los primeros espasmos. Elʻāzār me sujetaba con sus férreos brazos mientras me susurraba acariciantes palabras esperando la calma.

Los minutos pasaban largos en la oscuridad en la que me mente se sumía y el despertar confuso, mi mandíbula dolorida y rígida, y el sabor de la sangre en el paladar, no la mía, sangre ajena. Habitualmente Elʻāzār me proporcionaba su sangre para apaciguar los ataques, al principio aquella costumbre me había parecido horrible y extraña, pero él me explico que en su país era habitual si era su tipo de sangre, aquellos que servía al séquito de Tiy tenían ese tipo de sangre, habían sido elegidos por ello. En ese momento pude comprender los rumores que entre las sacerdotisas se comentaba, aquello que Ankhemin había dicho hacía demasiadas noches pasadas. Había hablado de hechiceros, y mientras más iba a conociendo a Elʻāzār, iba creyendo más aquellos rumores. Su sangre tenían propiedades curativas, su heridas desaparecían de una noche tras otra, y luego estaba la parte de los espíritus… Estaba segura que había más, pero por mucho que preguntará con disimulo, no había forma de recibir respuestas que se hacía esquivas, es más tuve que dejar de hacerlas ya que cada vez que el tema era sacado se volvía frío y arisco, como si aquello le ofendiese como si ocultase un oscuro secreto que no deseaba revelarme y que por mi parte no le daba importancia por estar ciega, de algún modo lo amaba y se había convertido en el centro de mi vida.

-¿Qué es lo que has visto esta vez? –Me había preguntado, mientras aun me sostenía en su cálido abrazo y besaba mis cabellos.

-Mis pies caminaban sobre las frescas aguas del río, seguía la corriente de éste en la noche. Las aguas se veían negras y en ellas se reflejaba el cielo estrellado, era caminar sobre el cielo mismo. –Mi lengua se movió dentro de mi boca, aun sintiendo el malestar en mi mandíbula. No pude evitar sonreír al sentir el cosquilleo de sus labios besar mis mejillas. –Al principio las corrientes eran lentas y mecedoras pero llego un momento en el que guiaban mis pies a una velocidad… No sé me producía temor aquel tipo de velocidad, tanto que no pude evitar tapar mis ojos con las manos. Luego el río se convirtió en… No sé, la tierra había quedado atrás y solo había agua y más agua.

-Puede que lo que vieses fuese el mar, tal y como lo describes debe de serlo. –Afirmo, yo nunca había visto el mar en aquel entonces solo había oído hablar de él, aunque si lo pensaban bien poco había visto que no fuese mi propia tierra. ¡Qué inmenso debía de ser el mundo y que de cosas estaría esperando a ser descubiertas!

-Mis pies se alzaron sobre el agua y en aquella oscuridad se toparon de nuevo con tierras extrañas, y luego con las rocas. Comencé a caminar en la oscuridad de aquella clase de cueva y una voz lejana de una anciana escuche hablar con un hombre, pero sus palabras eran extrañas, su lengua no la conocía… Hasta que la luz se hizo y volví a ver esas esculturas de las que te hable, esos dioses de piedra dormidos… Y luego desperté entre tus brazos. –Esta vez mi mano acaricio su rostro antes de darle un beso en los labios.

Elʻāzār volvía con su semblante pensativo, para mi era ya habitual verle con aquella expresión, era como si se perdiese en un mundo que desconocía dentro de su cabeza, como si su espíritu se hubiese marchado lejos de aquí, para abandonarme. El motivo, lo desconocía, pero estaba segura que estaba relacionado con mis visiones.

-¿Te encuentras bien? –Volví a besarle y con la nariz le acaricie el rostro.

No sabía porque había preguntado aquello, de nuevo era la primera vez que la escena se repetí y lo que venía después lo sabía perfectamente. Ahora él se marcharía por asuntos urgentes que al parecer surgía en el momento, pero yo sabía que todo tenía que ver con mis visiones y que de algún modo estaba persiguiendo algo

“Cuando tu cabello se deslice por tus hombros y roce tu cintura, significará que mi llegada estará cercana y te despedirás de tu mundo…”

Aquellas siempre eran sus palabras de despedida, y siempre regresaba mucho antes de lo previsto, ya que mis cabellos aun no rozaban mi cintura y él siempre volvía antes.



1344 a.c. Templo de Dendera, tierra de Kemet


Otro tedioso día decidía finalizar con el rojizo del atardecer, y de nuevo mis dedos se paseaban sobre la superficie de aquel pequeño estanque en el patio central, habían pasado 377 días desde que se había marchado y un día tras otro continuaba sentando en aquel lugar donde solíamos encontramos esperando a que regresara.

Mis ojos paseaban por los peces de colores que habían traído de algún lejano lugar, y entre aquellas criaturas acuáticas mis pensamientos y recuerdos buceaban con la esperanza de que él volviese como había prometido. Esta vez tardaba más de lo habitual, pero él volvería, estaba segura de que aquellos iba a ser así.

“¿Por qué me abandonaría cuando me ruega que lo ame con aquella desesperación tan sincera?” Pensaba cada vez que las dudas le acusaba, recordaba sostenerlo entre mis brazos cuando despertaba extraño y febril, aferrado y desesperado susurrándome que no dejase de amarlo, que necesitaba que lo amase a pesar de todo, escuchase lo que escuchase, viese lo que viese. Promesas y promesas que parecían más ruegos, aquel hombre frío como un muro de escarcha tenía un punto débil que no había conseguido descifrar y que solía derrumbarlo, era como si algo oscuro lo atormentase por dentro y solamente yo fuese capaz de calmar aquella tortura que le desgarraba por dentro. Solamente mi voz, el calor de mi piel, mis ósculos conseguía consolarlo. Así es como supe que él me necesitaba, que él me amaba tanto como yo a él, que no solo me quería para ser una simple compañía o para satisfacer las necesidades en el lecho. “Va a volver” Me repetía cada día que pasaba, y no faltaba a mi cita en aquel lugar. Estaba segura que Elʻāzār, aunque no lo hubiese nombrado, estaba buscando a aquellos dioses dormidos en tierras lejanas. Los dioses había visto en mis sueños y delirios, ellos eran importantes para él, y por ello se había marchado. En mis sueños mis pies tuvieron que caminar muy lejos sobre el agua, son tierras demasiadas lejanas deben de estar a meses de aquí, parecía un camino demasiado cansado y dificultoso, eso es lo que le retrasa y ya lo había dicho… “Cuando tu cabello se deslice por tus hombros y roce tu cintura, significará que mi llegada estará cercana y te despedirás de tu mundo…”

¿Pero que significaría “despedirás de tu mundo”? ¿Me llevaría con él a un lugar de aquellos lejanos que había visto en mis delirios? ¿Me llevaría ante aquellos dioses dormidos? Una sonrisa efímera y soñadora en mis labios, me ilusionaba la idea de ver más allá del templo, de descubrir que había al otro lado de las enormes aguas.

-No va a volver. –La anciana esclava a su espalda tomaba mis cabellos que ya me llegaban por los hombros, y entretenida comenzaba a trenzarlos. –Los hombres son así. Les gusta dedicar bonitas palabras a chicas hermosas e inocentes como tú, luego toman lo que quieren y se marcha. Es habitual, debería dejarlo ya y dejar de suspirar tanto, la vida no consiste en pasarte las horas esperando sentada, debes de seguir hacia delante. ¡No será por homb…!

-¡Volverá! –Le conteste con tozudez, estaba ya cansada del mismo discurso. Sabía que ella no lo decía con mala intención, pero ella no podía comprenderlo, ella no sabía nada de los dioses dormidos, de las promesas hechas bajo la nocturna, de sus misterios. No lo comprendería. –Estoy segura de ello, y cuando lo haga tendrás que cerrar la boca y tragarte tus palabras. –Enfurecida el conteste volviéndome a ella, y deteniendo aquel agradable cosquilleo que me producía con sus dedos mientras enredaba cada mechón para crear el trenzado.

Ella me miró dolida, y el calor que había sentido de golpe en las mejillas por el enfado se apagó levemente. Mis ojos buscaban una disculpa, no me gustaba hablarle de aquel modo, ella siempre había sido amable conmigo, pero a veces era demasiado frustrante y repetitiva.

-Se marcho a tierras más allá de las enormes aguas, su viaje era largo. –Mentí más engañándome a mi misma con aquella esperanza que a la anciana. –Sabes que cuando se han marchado otros han pasado demasiadas lunas antes de que regresasen.

La anciana no volvió a contestar, simplemente asintió. Sabía que me daba la razón para no quitarme ilusión, para no hacerme sentirme mal, pero ella continuaba pensando igual.


II

Diario de una Condenada Pearl_painting


1343 a.c. Templo de Dendera, tierra de Kemet


Había llorado hasta sentir los ojos hinchados y enrojecidos que me limitaban la visión, llorado tanto por las noches arrancándome los cabellos con furia desatada, arañado mi rostro sin consuelo, sentir que mi cuerpo no continuaba hacia delante tras sentir el desengaño, carente de energía o vitalidad, como si mi espíritu estuviese a punto de consumirse como la llamita débil en una vela. Gritado su nombre entre mis pesadillas, buscado desesperadamente alejándome en el caluroso desierto para que luego me encontrasen los míos sedienta y con la piel abrasada.

Me sentía tan amargada, sola y abandonada en el mundo cuando comenzaron a llegar las noticias de donde se situaba él, los rumores de los que le acompañaban. Elʻāzār había estado en aquellos dos años en mis tierras y nunca se había parado a visitarme, no lo comprendía mis cabellos ya rozaban mi cintura. Había estado en otros templos, había estado en los palacios, había bebido y compartido lecho con otras mujeres. Al principio pensé que eran mentiras pero luego las verdades llegaban como puñaladas en mi pecho que me hacían enloquecer en rabia e impotencia. Me sentía engañada y traicionada, la anciana tenía razón y yo no la había hecho caso, había sido una necia, una estúpida niña engañada y que había esperado demasiado creyéndose los susurros hermosos y las falsas promesas.

Ahora aquello quedaba atrás, para mí era como si hubiese vivido un sueño delirante ajeno a la vida que ahora llevaba, como si aquellos recuerdos de sufrimiento y desamor no me hubiesen pertenecido, como si mi cerebro se hubiese perdido entre la oscuridad y solo eso, para volver a despertar tras descubrir el halo de luz que me reembarcaba. Había estado enferma, o eso decían los habitantes del templo, decían que a veces la Diosa Dorada cuando uno de sus protegidos eran besados por el amor más profundo, y éste no ardía del modo en el que estaba previsto, se tornaba leona y como Sekthmet, enviaba la furia para a consumirlo con su odio, de un modo doloroso, para acabar con aquel sentimiento que rasgaba el alma, cual espinas dolorosas en el pecho. A veces hablaban de que parecía como si mi espíritu sintiese deseos de abandonarme para buscar a algo o alguien a que me aferraba con profundidad, como si yo misma desease dejar este mundo dentro de la demencia en la que me había sumido en mi sufrimiento. Lo había echado tanto de menos, me había sentido tan desesperada que pensar en ellos ahora, me parecía extraño y ajeno. Volvía a ser feliz, las voces se había apagado tras este trance y la calma volvía a mi vida, mis fuerzas había regresado y ya nada me detenía.

-…se rumorea en los pueblos cercanos que ya ha llegado aquí la epidemia. –Prosiguió la vieja la conversación comenzada. –Hace años cuando tu no había ni nacido escuche historias de una enfermedad similar, pero no era lo mismo. Se hablaba de una clase de demonios causantes de ésta.

Poco interés podía prestar a las habladurías demasiado similares entre ellas, y ninguna verdadera, pero mientras amasaba la cebada aquella historia capto mi atención, tenía elementos que me sonaban demasiado.

-… los afectados por ella tienen aspecto de cansados, tienen pesadillas y apenas viven un par de día, eso si quedan con vida. Yo estoy segura que no es una enfermedad que son esos demonios de las historias, estriges. Los muertos por la enfermedad aparecen secos, como si “algo” hubiese bebido de su sangre hasta agotarlos, ¿qué enfermedad puede desangrar al hombre? ¡Tiene que ser esos demonios! –Refunfuñaba cuando alguien la miraba como si fuese una vieja demasiado supersticiosa, que así lo era, y que ya chocheaba. -¡Niña echa más agua y no te distraigas!

-¿Y son esas criaturas? –Echando el agua a la mezcla que estaba realizando, pregunte. Había algo extraño en lo que contaba y el recuerdo de beber de la sangre de… No quería pensar en su nombre, me había llevado a sentir curiosidad, ya que él había también bebido de mi sangre, decía que era para ver mis visiones que en su país los hechiceros hacían eso.

-¡Ah! ¿Ahora te interesa lo que digo, ey? –Sonrió enseñando los pocos dientes que le quedaba, satisfecha por haber captado mi atención. Decía que se me veía más contenta, que se alegraba de ver que volvía a ser la de siempre. –El sol daña a esos demonios que se alimentan de la sangre, por ello la oscuridad es su manto. Tienen alas de murciélago y rostro humano, ojos amarillos y patas de ave para agarrar a sus victimas. –Hizo un ademán con sus manos manchadas como de garras.-… sus gritos predicen a la muerte y se dice que aquellos que los han visto, perecen desangrados. Pero que aquellos viven regresan sin ser los mismo, mueren y resucitan infectados por su epidemia. Las armas de los hombres no matan a estos demonios, una vez escuche que un pescador había herido a uno con su cuchillo de cobre y que sus heridas se curaron casi al instante, como si fuese magia. –Volví a verter el agua, pero al escuchar aquello sobre las heridas hizo que el cántaro de barro se me resbalase de las manos. La esclava continuó. -Solo los dioses podrán protegernos, espero que solo sean historias y nada más.

III


-¿Mmmm…? -Adormilada pregunte a la nada entre la nocturna y simplemente el canto de los grillos me respondieron,

-… tus… rozan tu cintura. -Otras vez ese susurro incompleto en mi entendimiento que me había arrancado de los sueños, que no sonaba en el aire sino en mi cabeza.

-¿Pero qué? -Rascándome la cabeza, desordenen mucho más aquellos cabellos de ébano. Incorporándome de mi esterilla quede sentada y con gesto de extrañeza en el rostro, ¿eran las voces? No podía ser, se había marchado igual que él, no había vuelto, debía de continuar soñando. Frotándome los ojos suavemente, un bostezo, volvía tumbarme para buscar de nuevo el sueño.

Los minutos pasaban largos en la oscuridad, el cansancio me era latente tras un día de trabajo pero no conseguía volver a adentrarme en el sueño, me había desvelado y es más, me había entrado sed.

Resistiendo la necesidad y por comodidad, podía sentir mi boca seca pedirme la frescura del agua. El croar de las ranas se había unido a la melodía de los grillos, a pesar de que no hubiese actividad en el templo, era como si aquella noche tuviese más vida que nunca.

-¡Ufff! -Me queje moviendo los labios que quería beber, de nuevo mi cuerpo se echo hacía delante adormilado, y mis ojos se asomaron entre mis pestañas como enorme ventanas que no conseguían dormir.

Finalmente me decidí, ya había recorrido los pasillos, con pasos pesados y soñolientos, para llegar al patio interior donde estaba el estanque cuando mis oídos lo volvió a oír.

-Tus cabellos ya…

Agachada deje escapar el agua entre mis dedos tras haber dado aquel largo y último trago que me saciaba por completo. En la oscuridad no pude ver nada, pero estaba segura de que aquella voz, si, esa voz era la de… ¡Debía de estar loca, sonámbula o algo similar! No era posible.

Observe la luz de la luna en el patio iluminando las aguas del pequeño estanque, los nenúfares flotaban ,cual ligeros barcos que portaban floreados adornos,y los peces revoloteaban en aquel artificial medio que habíamos creado para satisfacer nuestras necesidades dentro del templo y deleitarnos de la frescura del agua. Pocos hogares poseían lujos como el que nosotras poseíamos aquí.

-Si, tus cabellos ya rozan tu cintura…Estoy aquí…

Lo escuche con mucha más claridad, demasiado, tanto que decidí dirigirme hasta el lugar donde me parecía que procedía.

Y allí estaba, tal y como lo recordaba, su imagen parecía no haberse corrompido a pesar de haber pasado dos largos años, era como si el mundo no hiciese mella en él, como si el tiempo se hubiese detenido.

-Veo que el pelo te ha crecido bastante. -Comento como si nada, pálido y sobrenatural bajo aquella luna, hablaba como si nos hubiésemos visto hacía unas pocas horas.

Mis pulmones detuvieron por un instante su actividad, y mi corazón encogido al saber que era real, no supe que responder, pero supe que hacer. Dándole la espalda había decidido volver al interior del templo, para mí no era bienvenido, me había abandonado, me había utilizado, no se merecía para nada mi compañía y a pesar de la contradicción estaba furiosa.

-Regrese tal y como te prometí. -Su férrea mano envolvía mi brazo deteniendo mi paso, sus dedos libres rozaron la larga cabellera. -“Cuando tu cabello se deslice por tus hombros y roce tu cintura, significará que mi llegada estará cercana y te despedirás de tu mundo…” -Cito. -Y ya estoy aquí, el mundo termina hoy.

Apenas le escuche, mi brazo se soltó con violencia y mis ojos verdes lo fulminaron.

-¡No me toques! -Le dije firmemente, ¿esperaba un abrazo? ¿un gesto de cariño? Había anhelado con tanta desesperación este día, había estado enferma por la espera y por el choque con la realidad que era, abandono simplemente, Y ahí estaba como si nada.

-He cumplido mi promesa, ¿por qué estas tan enfurecida? -Volvió a tomarme estaba por una de mis muñecas, mi resistencia estaba allí.

-¡Dos malditos años! -Le dije tirando para deshacerme de aquella dolorosa atadura, pero esta vez tomo mi otra muñeca y tiro con tanta fuerza obligándome a mirarle a aquellos ojos de platas que temía ver, yo no quería volver a caer.

-Nunca dije cuanto tiempo volvería. -Susurro calmado, no había alteración a pesar de que ya había comenzado a intentar golpearle sin mucho éxito. -Te di una pista y era tu cabello, además siempre hay retrasos.

-¡Suéltame de una vez! -No lo hacía, tenía una fuerza enorme. -¡Te he dicho que me sueltes! -Y ahí estaban las primeras lágrimas y el derrumbamiento, no había tardado demasiado en rendirme, podía sentir como su mera presencia tenía esa influencia en mí, como si de un hechizo apaciguador se tratase, lo amaba tanto, estaba tan obsesionada por él y estúpida por mi parte por pensar que me sentía curada de ésta adictiva enfermedad.

-Shhh… -Sus dedos acariciaba el largo azabache, sus labios ya se había posado sobre mis párpados y mis labios con aquella insólita calidez que su frialdad era capaz de proporcionarme, sus brazos me envolvía en su abrazo protector y mi cuerpo apoyaba todo su peso sintiéndome protegida y aliviada. -No te iba a dejar atrás en el camino, dije que volvería y lo he hecho… Y también dije que te despedirías de tu mundo.

No sabia porque, si fuesen aquellas últimas palabras sin sentido, si fueron los susurros que penetraron en mi cabeza confusos, pero mis músculos se tensaron, mi piel se erizo instintivamente sintiendo que algo no iba demasiado bien y así lo era.

Los brazos de Elʻāzār comenzaba a apretarme con demasiada fuerza en aquella cárcel de hierro sólido, comenzaba a hacerme daño.

-¿Qué haces? -Mis manos apoyadas sobre su pecho y mi rostro oculto tras este mismo, comenzaron a empujar para deshacerme de aquel dolor, el mundo comenzaba a volverse confuso por la multitud de sonidos y palabras que se mezclaban a mi alrededor, parecían avisos de algo que no iba a poder evitar. -¡Me hieres! ¡Suéltame!

Mi primer intento por gritar y su manos se aferro en mi rostro tapándome boca y nariz, el terror se dibujo en mis ojos cuando comencé a agobiarme al no poder tomar el aire suficiente para mis pulmones, me ahogaba y no podía quitármelo de encima. Mientras más luchaba más dolía, y más era la sensación de que un enorme bloque me estaba aplastando de tal modo que creía que mis huesos pronto se quebraría.

“¿Por qué me haces esto? ¿Por qué a mí, yo te he amado como ninguna, tu me rogaste que lo hiciera? Tú me…”

Pensaba una y otra vez sin dejar de luchar, sintiéndome que mis pulmones se estrechaban sin poder renovar su interior con el aire de la vida, mi cabeza daba vueltas, comenzaba a marearme iba a perder el sentido pero cuando creía que estaba en lo más extremo, vino lo peor.

Una punzada en mi clavícula, Elʻāzār clavaba sus dientes como un caníbal, pero no me arrancaba la carne para masticarla y alimentarse de ella, parecía sorber de la sangre que emanaba de mis heridas, parecía estar extrayéndome mi chispa de vida, ya que podía sentirme cada vez más débil, mis golpes iban siendo más lentos, estaba dejando de luchar mi cuerpo cuando mi mente gritaba en agonía a las voces que me ayudasen con desesperación.

“No quiero morir, no quiero morir, no quiero morir, aun no, no estoy preparada, no puedo morir así, no…”

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IV


El mundo era oscuridad y confusión, no había paz sino dolor y enfermedad; su abrazo era suave entorno a mi cuerpo; sus labios besaban los míos en un susurro cálido, sus ojos de plata, ya no eran plata era… ¿escarlata? Si, sus pupilas eran una enorme mancha negra rodeada por un rojo inferna, aquellos que me miraban eran de un demonio, me miraba con calma con ¿lástima?

De nuevo dolor atravesaba todo mi cuerpo, desde la punta de los dedos de mis pies hasta mi cabeza, precedido por el olor metálico que se deslizaba como pequeños rubíes entre mis labios, la sangre ajena…

Pumpumpumpumpumpumpumpumpumpum…

Mi corazón impulsando aquella sangre que latidos galopantes y desesperados por no perder la vida…

Pumpumpumpumpumpumpum…

Trémulos y gélidos espasmos comienzan a recorrer mi cuerpo, aferrando al alma que quiere escapar, abrazándose a la nueva vida. Un grito desgarra el fondo de mi garganta, siento espinas ardientes quemarla, el dolor es la prueba de que aun sigo atada a la vida, pero… ¿a qué clase de vida?

Pumpumpumpum….

Mi respiración acelerada, recibo de nuevo el aire pero entre en mí con desesperación…

Pum pum pum pum pum pum…

Mi boca siente el amargo, y mis ojos no son capaces de ver…

Pum pum pum pum pum…

Mi alma se aleja, huidiza mi cuerpo que se hace más y más débil, perdiendo todo aquel sentido físico…

Pum pum pum pum pum…

Mis latidos se ralentiza, ya no tiene sentido ninguno su lucha interna…

Pum pum pum pum…

El mundo se acabada tal y como el vaticino…

Pum pum pum…

Mis ojos dilatados, mis pecho deja de subir y bajar con desesperación…

Pum pum…

Con un fuerte golpe mi espalda en seco toca el suelo en el que estoy tumbada, mi corazón se ha detenido en seco y entre mis labios pronuncio por último aquella exhalación… Mi aliento final se desvanece…

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