Shannon Sinclair

Shannon Sinclair

Descripción psicológica

Desde que nació, su temperamento fue tranquilo. Difícilmente lloraba o se quejaba, y siempre había algo que la hacía reír. Durante su niñez, pocos cambios hubo en ello, siempre sumisa, aceptaba y obedecía sin chistar. Jamás una travesura o algo que hiciera que sus padres tuvieran que quejarse. Muy inteligente, aprendía todo con suma rapidez. Una joven voluntariosa, que nunca se daba por vencida hasta conseguir aquello que le pedían o que se auto imponía. Nunca se la escuchó enojarse o emitir improperios, generalmente, si había algo que solucionar, ella intentaba dialogar. Y su mejor estrategia no eran los gritos o berrinches, si no, esa mirada fría que podía congelar hasta un volcán en actividad. Defensora de los animales y de los desprotegidos, siempre conseguía que su padre hiciera donativos o refugiara a perros callejeros. Su padre…su debilidad. Él, desde que tenía memoria, fue el hombre de su vida, al cual adoraba y al cual escuchaba como si todo lo que dijera fuera interesante –por más que la aburriera contando las mismas historias-, y él respondía con absoluta adoración y consintiendo todo aquello que su pequeña deseara. Algo en lo que su madre, una mujer amargada, jamás estuvo de acuerdo, sin embargo, ella no tenía ni voz ni voto.

Pero quizá, lo más destacado en la personalidad de Brianna es su inocencia, algo que conservó con los años, a pesar de todo lo que vivió. Ingenua y soñadora, muchas veces pensó que podría cambiar al mundo y hacerlo mejor con tan sólo darle un dulce a un niño. Si era necesario, se quitaba la comida de la boca para dárselo a alguien que lo necesitara más. Ella fue y es puro amor, todo lo hace con su corazón y se entrega por completo, sin reservas. Muestra todo de si, aunque a sus miedos prefiere esconderlos, algo que aprendió al conocer a mucha gente con malas intenciones, que intentaron aprovecharse de su bondad, gracias a Dios, lo tuvo a él a su lado, para enseñarle. Y le enseñó todo de la vida, las cosas bellas y las cosas feas. “Si eres tan ingenua, Shannon, todos se aprovecharán de ti”, aquellas palabras de su madre se grabaron a fuego en su memoria, porque luego, el amor de su vida, se las repetiría hasta el hartazgo...

Historia

El 16 de Abril de 1746 culminó, con la Batalla de Culloden, uno de los grandes procesos que rigieron la historia de Gran Bretaña. Los jacobitas contra el ejército británico, los Estuardo contra la Casa de Hanóver. Fue el fin para los clanes escoceses, que fueron diezmados y se convirtieron en héroes y mártires para las generaciones venideras. Los MacKenzie fueron uno de los más reconocidos clanes de las Highlands, y Colum, el gran jefe, fue ejecutado en Inverness, pero logró que su familia huyera a Gales, donde estuvo refugiada hasta que sus hijos mayores regresaron a Escocia. Los supervivientes eran aquellos descendientes que pudieron ser puestos a salvo, o, aquellos traidores que apoyaron a la Casa de Hanover. “Esos traidores…” repetía el menor de los cuatro hermanos MacKenzie, Dougal, cada vez que relataba la historia. Consiguieron recuperar porciones de tierra, y si bien su peso político no era el de antes, puesto que el sistema feudal de clanes fue abolido, se hicieron de grandes fortunas. Janet Scrymgeaour, una joven de tan sólo quince años, contrajo matrimonio con Dougal MacKenzie de veintidós, un frío invierno de 1768. Perdieron un hijo a causa de una enfermedad hereditaria de la parte paterna, que impedía la buena coagulación de la sangre, y a otros dos en un accidente doméstico, cuando el techo de una parte de la casa se desplomó sobre los niños. En Febrero de 1777, nació la última heredera del matrimonio, a la cual llamaron Shannon por el lago de Irlanda y Amanda por la madre de su padre. Shannon Amanda MacKenzie Scrymgeaour.

La niña fue criada entre algodones y cualquier deseo que tuviera era cumplido en un santiamén. A pesar de ello, nunca fue caprichosa ni exigente, su temperamento era tranquilo y sereno, siempre dispuesta a ayudar y aprender. No se quejaba de que su padre la hiciera levantar de madrugada para darle lecciones de gaélico, francés y latín, ni que luego le diera instrucciones de cómo degollar a un hombre robusto con una navaja, ni mucho menos que luego de las clases practicando con animales –siempre a escondidas de su madre-, Janet la llevara a las clases de cocina, de costura, de pintura, de literatura, de canto y de baile. Era dócil y callada, raramente hablaba cuando no se pedía su opinión, y obedecía sin chistar. “Pareces inglesa, Shannon” se quejaba su padre cuando la provocaba para hacer sacar su espíritu guerrero, pero nunca lo conseguía. Sólo una vez, cuando tenía ocho años, conoció lo más parecido al enfado, y se debió a que un empleado, por hacer una broma, asesinó a su perro. No gritó, ni lloró, pero su mirada fría penetró en todos como si los hubieran atravesado con una lanza de hielo. Luego, tomó a su mascota entre sus brazos, la acunó por unos segundos, y le pidió al capataz que la ayudara a enterrarlo. Todos quedaron sorprendidos ante la acción, hubieran esperado cualquier cosa, menos su mirada helada, parecía otra niña, y no la dulce y tierna Shannon.

Cuando su cuerpo empezó a tomar forma de señorita, comenzaron las insinuaciones de sus padres sobre el matrimonio. Era algo que jamás se había planteado, ni siquiera de pequeña. Soñaba con tener hijos, si, pero no tenía idea de cómo concebirlos, y nunca nadie le había explicado nada; tampoco había preguntado, por miedo a ser insolente. Y a pesar de que tenía animales, cuando éstos estaban en época de apareamiento, a ella la alejaban por completo del lugar. Pero todo aquello conocido, lo bueno, lo puro y lo sereno, cambió radicalmente el día que conoció a Carmichael Sinclair, heredero de los Sinclair, traidores de Escocia, como recordaba casi a diario Dougal, epíteto que Shannon ignoraba pues detestaba que la gente insultara, y más por hechos tan pasados. Él la conquistó en cuanto sus miradas se cruzaron, desde ese mismo instante, su mundo dio un vuelco, sin embargo, por temor a sus propias emociones, comenzó ignorándolo si él le hablaba, esquivándolo si él aparecía de improviso, no respondiendo si él preguntaba, pero por dentro, cada vez que lo veía, su sangre hervía y sus sueños manifestaban situaciones que ella no entendía. Tampoco comprendía por qué la habían prometido en casamiento con el hijo de Mackay, era un joven guapo y engreído, pero no le producía absolutamente nada en su corazón como se suponía que era el amor. “El amor llega con los años…y con los años también se esfuma” le repetía su madre cuando Shannon le preguntaba qué era amar, qué era estar casada. “Llegarán los hijos y con ello dejará de verte como a una mujer” continuaba. Ella no era una mujer, Shannon se veía todavía como a una niña, a pesar de que su cuerpo dictaba otra cosa; ni siquiera ante aquella mención de los hijos, la muchacha se atrevía a preguntar cómo era que los bebés llegaban al vientre de sus madres.

El día en que Charmichael la besó por primera vez, Shannon llegó a las nubes. No supo cómo responder, sólo abrió sus labios y lo sintió dulce, cálido y apasionado, cuando su lengua tocó la de ella, se asustó, intentó alejarse, pero sólo consiguió acercarse más a él. Le correspondió por instinto, siguiendo lo que él hacía, como timidez pero con un profundo deseo de satisfacerlo. Cuando James les advirtió la llegada de Duncan, supo que nunca más quería estar lejos de Charmichael, a pesar de que sólo le había dirigido unos simples “buenas tardes” o “adiós”, su insistencia, sus ojos brillantes, su porte de guerrero la enloquecían, y estaba dispuesta a romper el compromiso con el hijo de Mackay, porque, a pesar de ser una niña inexperta, sabía que Sinclair la quería y ya no podía imaginar otros labios sobre los suyos. Cuando la dejaron a solas con su prometido, ella no sabía que hacer, y él, sentado a su lado, la tomó de las manos y le dio la noticia de que la boda se celebraría al día siguiente, que se había adelantado por una cuestión de negocios, y que irían de Luna de Miel a Irlanda. Shannon quiso gritar y negar, pero no logró articular palabra, sólo cuando él la tomó de la nuca con cierta violencia y la atrajo hacia su cuerpo para besarla, ella susurró un “no” y logró escabullirse ante el desconcierto del joven. En ese momento entró su madre, no estaba bien visto que una “jovencita bien” estuviera a solas con un hombre. Cuando la visita terminó, Shannon esperó a su padre dentro del despacho. Al llegar, se sorprendió mucho al verla parada junto al ventanal del cual se tenía una visión magnífica de las tierras, y se paró a su lado con su mano apoyada en el hombro izquierdo de su hija. “Padre, se que seré insolente al decirle esto, pero no me casaré, no con Duncan Mackay”. El hombre no pudo disimular su sorpresa y preguntó por qué. “Porque amo a otro, porque amo a Charmichael Sinclair” respondió con determinación. Sintió que la respiración de MacKenzie estaba contenida y cuando volteó para mirarlo, sus ojos estaban inyectados de furia, la agarró de un brazo y comenzó a zamarrearla, a blasfemar e insultar “No te casarás con ese escocés traidor, no te unirás a esa familia de traidores. ¿Te ha deshonrado, cierto? ¡Te has convertido en la puta de ese gusano, Shannon! ¡Qué decepción!” y le dio un golpe que la tiró al suelo. Shannon ni siquiera sabía el significado de la palabra “puta” o de la expresión “te ha deshonrado”. La familia y empleados fueron atraídos por los gritos y sacaron a la muchacha de la habitación. Todo estuvo sumido en silencio hasta la madrugada del día siguiente, con los preparativos de la boda. El vestido estaba listo, y cuando se lo pusieron, parecía un verdadero ángel. Se instó a no llorar y aceptar el destino que le tocaba, lo de Charmichael había sido una locura, en cuanto supiera que ella se había casado, iría por allí a buscarse otras, ella bien sabía cómo suspiraban todas por él.

Parada en la puerta de la Iglesia de las tierras Mackay, sostenía el ramo con fuerza. Su padre se había ido por unos minutos. Adentro ya tocaban la marcha nupcial, y debajo del velo blanco, Shannon no podía dejar de llorar, a pesar de su fortaleza inicial. Las puertas estaban por abrirse y escuchó, detrás suyo, el traqueteo de unos caballos. Volteó y allí estaba él, su Charmichael, y parecía un guerrero highlander sobre el porte soberbio del corcel y su cuerpo a contra luz. “¿Creías que me quedaría con los brazos cruzados viendo a la mujer que amo unirse con otro hombre?”  le preguntó y nunca olvidaría aquellas palabras. La amaba. Cuando estiró su mano y le propuso huir con él, no lo pensó dos veces, tiró las flores y lo aceptó. “Soy tuya desde antes de haber nacido” le respondió con una amplia sonrisa y subió detrás. Lo rodeó con sus brazos, apoyó la mejilla en su espalda, y jamás se sintió tan dichosa. Se casaron en secreto durante el atardecer, y a la noche él le hizo el amor. Shannon no tenía idea de que aquello podía existir y a pesar de que sintió mucho dolor, al sentir su cuerpo unido al de él, sabía que estaba bien.

Huyeron de su Escocia natal con tan sólo tres monedas de oro que James, el hermano de Charmichael, les había facilitado. Shannon logró sacar un buen dinero por el vestido de novia, que tenía incrustaciones de piedras preciosas y hasta bordados con hilo de oro. Se enteraron de la existencia de seres sobrenaturales o de personas con poderes especiales, y se dieron cuenta que podían sacar provecho de aquellas situaciones. Así se enteró que su padre había sido un cazador en su juventud, y le comentó a su esposo aquellas habilidades que le había enseñado con los cuchillos. También se hizo pasar por adivina para sacar dinero de aquello, había aprendido que decirles a las personas lo que querían escuchar, era lo más redituable. Nació el primogénito, Malcolm, y Charmichael decidió que ella ya no podía dedicarse a las estafas, y ella se negaba rotundamente, con aquella frialdad con la que se dirigía a todo el mundo cuando estaba enojada, y que le ponía los pelos de punta a su marido. Luego, todo se solucionaba en la cama. A los dos años, llegó el segundo hijo, Douglas, y se terminaron asentando en Francia. A pesar de la vida agitada, Shannon jamás fue tan feliz ni jamás sintió tanta dicha. Pero todo terminó el 5 de Marzo de 1799, cuando por un corte profundo, casi muere desangrada. No le comentó el hecho a Charmichael, pero el médico le dijo que padecía una enfermedad llamada “hemofilia”, que impide la buena circulación de la sangre, la misma enfermedad que había matado a un hermano que nunca conoció. El profesional le rogó que no quedara embarazada, que moriría en el parto, y que si quedaba en cinta, que recurriera a él para que se lo sacara, Shannon nunca haría aquello. De todas maneras, el tercer embarazo no se hizo esperar, y decidió alejar a Charmichael de ella para que llegado el momento de partir, se hiciera cargo del hijo que nacía y no sintiera tanto su pérdida.

Tras el nacimiento de Nerys, la niña, un parto difícil en el que Brianna y Morgan pactaron con una bruja, él desapareció en un misión, sin dejar rastro alguno. Pero, al cabo de dos años, él regresó. Y ya no era necesario ocultar sus identidades, volvieron a ser Shannon y Carmichael, aunque no son los mismos de siempre…

Datos Extra

• Brianna Storr Callahan era el nombre que adoptó para esconder su identidad de su familia y de aquellos que se enteraron de las estafas.
• Tiene tres hijos llamados Malcolm, Douglas y Nerys.
• Viven en una zona alejada de la ciudad, en Francia, y si bien no tienen grandes lujos, su posición es bastante acomodada. Sin embargo, durante la ausencia de Carmichael, las finanzas flaquearon.
• Tienen dos perros labradores, Athos y Lothus
• Suele hacer trabajos a escondidas de Charmichael
• Su yegua se llama "Emperatriz", y se la robó a unos piratas que maltrataban a los animales que contrabandeaban.
• Fue violada por un acreedor frente a su hijo Malcolm.

Creado por Frozen •