AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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You got me crazy [Marie-Leontine]
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You got me crazy [Marie-Leontine]
Las cosas habían cambiado mucho desde el inicio de esta pesadilla, hacía casi una década atrás. Aunque nunca llegaría a acostumbrarme, se podría decir que simplemente había optado por resignarme. Ya no ponía ningún tipo de impedimento cuando mis padres insistían en que visitase a un nuevo especialista que prometía una "solución para mis problemas" (había perdido la cuenta de las veces que había escuchado esa frase).
El camino hasta el sanatorio no era demasiado largo y empleé todo ese tiempo en mirar el paisaje por la ventana del carruaje con gesto ausente.
—Ya hemos llegado—la voz de mi madre me sacó de mis pensamientos. Nuestro transporte se había detenido frente a la puerta de un edificio ciertamente antíguo, un tanto tétrico. No pude evitar fruncir el ceño suavemente—No pongas esa cara, Gaëlle, sabes que todo esto es por tu bien—añadió mi madre, pero no recibió más respuesta que mi silencio.
Lo único que podría hacerme bien ahora mismo era que me devolviesen a mi hijo sano y salvo, pero después de ocho años había perdido cualquier esperanza de volverle a ver. Seguramente, ni siquiera le habrían hablado de mí a medida que había ido creciendo, por lo que mi pequeño muchacho no tendría el menor conocimiento de que yo era su madre y de que seguía anhelando que algún día volviese a mi lado.
Cuando el cochero abrió la puerta me bajé del carruaje con gesto delicado, seguida de mi madre y de su criada de confianza. A continuación nos dirigimos hasta la puerta de entrada del sanatorio, donde debían de estar esperando por nuestra llegada.
Mi madre llamó suavemente mientras que yo continuaba en silencio a la espera de que nos atendiesen. Como siempre, ella se encargaría de explicar mi caso mientras que yo solo escuchaba de manera ausente, como si el asunto no fuese conmigo.
El camino hasta el sanatorio no era demasiado largo y empleé todo ese tiempo en mirar el paisaje por la ventana del carruaje con gesto ausente.
—Ya hemos llegado—la voz de mi madre me sacó de mis pensamientos. Nuestro transporte se había detenido frente a la puerta de un edificio ciertamente antíguo, un tanto tétrico. No pude evitar fruncir el ceño suavemente—No pongas esa cara, Gaëlle, sabes que todo esto es por tu bien—añadió mi madre, pero no recibió más respuesta que mi silencio.
Lo único que podría hacerme bien ahora mismo era que me devolviesen a mi hijo sano y salvo, pero después de ocho años había perdido cualquier esperanza de volverle a ver. Seguramente, ni siquiera le habrían hablado de mí a medida que había ido creciendo, por lo que mi pequeño muchacho no tendría el menor conocimiento de que yo era su madre y de que seguía anhelando que algún día volviese a mi lado.
Cuando el cochero abrió la puerta me bajé del carruaje con gesto delicado, seguida de mi madre y de su criada de confianza. A continuación nos dirigimos hasta la puerta de entrada del sanatorio, donde debían de estar esperando por nuestra llegada.
Mi madre llamó suavemente mientras que yo continuaba en silencio a la espera de que nos atendiesen. Como siempre, ella se encargaría de explicar mi caso mientras que yo solo escuchaba de manera ausente, como si el asunto no fuese conmigo.
Rachel Matheson- Hechicero Clase Baja
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Re: You got me crazy [Marie-Leontine]
Lunes por la mañana, después de un largo fin de semana, volvía a sus deberes cotidianos, aquel hospital psiquiátrico en las afueras de la ciudad escondido entre los árboles, subió directo hacía su consultorio en el segundo piso, su ventanal daba hacia los jardines, donde se encontraba el viejo cobertizo usado para las terapias al aire libre, se trono el cuello un par de veces antes de tomar sus expedientes separados por horario de consulta.
El viejo reloj señalaba que eran las nueve menos cuarto, a las diez en punto empezaba su primera revisión, afuera en los pasillos se oía las voces de una anciana que gritaba a su hija pequeña “Juliette”, que saliera de su escondite, las enfermeras intentaban callarla pero mientras más lo intentaban, más fuertes eran los gritos, Marie salió de su oficina dejando el bonche de papeles sobre su escritorio.
– Buenos días Señora Lenox, ¿la pequeña Juliette se volvió a esconder? la vieja mujer de cabello largo y enmarañado, giro hacía ella para asentir con un miedo latente en su mirada, la doctora sonrió levemente tomando del brazo a la mujer para que se levantara y continuó.
- Bien, ahora bajara a tomar su medicamento con la enfermera sin gritar y verá como Juliette aparece, pero de no ser así, Juliette seguirá escondida – No muy convencida la susodicha guardó silencio, tomando de la mano a la enfermera.
Marie prefería mentirles de ese modo piadoso para conseguir que se calmaran, ¿qué más podía hacer? Había pacientes que incluso el mismo dolor de la verdad las había trastornado más y el caso de la señora Lenox, era particular, permanecería ahí hasta que fuera sentenciada a muerte por asesinar a sus dos hijas pequeñas, todo apuntaba a que no había evidencias y se basaban en lo que el marido decía, el machismo puro, pero a Marie no le quedaba de otra que mantenerse callada y cumplir con órdenes superiores por más que le molestara.
Después de tomar los papeles que había dejado en el escritorio bajo por las escaleras hasta la sala de recreación, donde se encontraba su primer grupo del día, las técnicas de Marie eran sencillas, e incluso aunque tomara más tiempo y tuviera más consultas, hacía pequeños grupos reducidos, para poder ver su progreso cotidianamente, uno a uno, pasaban a la pequeña mesita cerca de la ventana, donde la vista hacía el bosque era espectacular a esa hora del día, mientras el resto se entretenía con viejos juegos de mesa a los cuales les faltaban piezas.
Una vieja enfermera se acercó hasta Marie para avisarle que había llegado una nueva paciente y que su familia estaba esperándola en el vestíbulo, frunció el ceño, nadie había avisado de que una nueva mujer se integraba a sus pacientes, suspiró dejando los papeles en la mesa, para salir por la puerta de madera hasta la desgasta sala de estar, pasando una mano por su frente para echar hacia atrás sus cabellos rojizos que se habían soltado de su peinado.
– Buenos días, perdone mi retraso, me encontraba con mis pacientes – La sonrisa de Marie era automática, aprendida para las bienvenidas, mientras hacía una pequeña reverencia con la cabeza.
– bienvenidos sean, soy la doctora Novak, ¿en qué puedo ayudarles? – su vista cambiaba entre la señora que había correspondido su saludo y la mujer rubia que parecía en todo lugar menos en donde se encontraba. – creo que será más cómodo para ambas, que subamos a mi consultorio – indicó con la mano hacía las escaleras que daban al segundo piso. – Siganme –
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Re: You got me crazy [Marie-Leontine]
Una enfermera de edad avanzada fue la encargada de atendernos, invitándonos a esperar en el amplio vestíbulo del sanatorio hasta que la doctora en cuestión pudiese recibirnos. Recibirme.
Por un momento sentí la necesidad de empezar a llorar y patalear como una niña mimada, rogándole a mi madre que por favor me llevase de regreso a casa. Explicándole a gritos que este no era mi lugar, que no merecía estar en un sitio así, rodeada de lunáticos y quién sabe que más esperpentos.
Sin embargo me mantuve en silencio en todo momento, no modificando ni un solo ápice la expresión neutral de mi rostro. De nuevo, la resignación me hacía acatar todo lo que mi madre ordenase.
Cuando la doctora (ya que no podía tratarse de otra persona) hizo su entrada en la habitación, mi madre fue inmediatamente a su encuentro, mientras que yo me quedaba en segunda línea, algo más rezagada.
—Buenos días, señorita—saludó mi progenitora. A continuación, sin llegar a girar la cabeza por completo en mi dirección, se refirió a mí, para después echar a caminar detrás de la doctora—Vamos Gaëlle, no perdamos nuestro tiempo ni se lo hagamos perder a la doctora—rodeé los ojos hacia un lado y me limité a seguir órdenes una vez más.
Se me ponían los pelos de punta al escuchar las voces y gritos lejanos del resto de pacientes. Me sentía como si me estuviese metiendo de manera voluntaria en la boca del lobo. ¿De verdad es necesario esto, madre?
Cuando finalmente llegamos al consultorio en cuestión, tomamos asiento en el lugar indicado mientras que nuestras criada permaneció de pie a nuestras espaldas.
—Su incipiente fama ha llegado hasta los oídos de mi esposo y nos gustaría que se encargase del caso de nuestra hija, doctora—habló mi madre de nuevo. Una vez más, como si yo no estuviese en la misma habitación, escuchando todo lo que decía de mí.
Por un momento sentí la necesidad de empezar a llorar y patalear como una niña mimada, rogándole a mi madre que por favor me llevase de regreso a casa. Explicándole a gritos que este no era mi lugar, que no merecía estar en un sitio así, rodeada de lunáticos y quién sabe que más esperpentos.
Sin embargo me mantuve en silencio en todo momento, no modificando ni un solo ápice la expresión neutral de mi rostro. De nuevo, la resignación me hacía acatar todo lo que mi madre ordenase.
Cuando la doctora (ya que no podía tratarse de otra persona) hizo su entrada en la habitación, mi madre fue inmediatamente a su encuentro, mientras que yo me quedaba en segunda línea, algo más rezagada.
—Buenos días, señorita—saludó mi progenitora. A continuación, sin llegar a girar la cabeza por completo en mi dirección, se refirió a mí, para después echar a caminar detrás de la doctora—Vamos Gaëlle, no perdamos nuestro tiempo ni se lo hagamos perder a la doctora—rodeé los ojos hacia un lado y me limité a seguir órdenes una vez más.
Se me ponían los pelos de punta al escuchar las voces y gritos lejanos del resto de pacientes. Me sentía como si me estuviese metiendo de manera voluntaria en la boca del lobo. ¿De verdad es necesario esto, madre?
Cuando finalmente llegamos al consultorio en cuestión, tomamos asiento en el lugar indicado mientras que nuestras criada permaneció de pie a nuestras espaldas.
—Su incipiente fama ha llegado hasta los oídos de mi esposo y nos gustaría que se encargase del caso de nuestra hija, doctora—habló mi madre de nuevo. Una vez más, como si yo no estuviese en la misma habitación, escuchando todo lo que decía de mí.
Rachel Matheson- Hechicero Clase Baja
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Re: You got me crazy [Marie-Leontine]
El camino hacía su consultorio había sido silencioso, estaba acostumbrada a ese tipo de recibimientos, no era un paso sencillo, era arrancarte de tu vida normal para convertirte en un paciente, tal vez tendría que pasar mucho tiempo para ser considerada una persona cuerda y muchas veces, el tratamiento podía durar muchos años, tenía fecha de entrada, pero no había de salida.
– Señora, por favor – indico a la madre cuando esta la saludo, era una mujer casada, desde hace varios años atrás, para la gente su matrimonio era perfecto, e incluso lo presumía como en aquella ocasión, aunque por dentro todo fuera un infierno, la ropa sucia, se lava en casa.
Antes de subir se acercó a ella una de las monjas enfermeras del lugar, la misma que le había avisado de que la nueva paciente se encontraba esperándola.
– ¿Podrías ser tan amable de subir un poco de té para las señoras? – la otra solamente asintió con la cabeza, antes de desaparecer por una puerta con dirección a la cocina, mientras aquellas tres mujeres subían las escaleras al segundo piso, los gritos no podían faltar, era imposible que aquel lugar permaneciera completamente en silencio, ni siquiera por las noches, era tétrico si era la primera vez que permanecías por aquellos pasillos, a veces iluminados, a veces sin una sola vela que te alumbrara el camino.
Ya en el consultorio las tres tomaron asiento cuando Marie les indicó con la mano donde sentarse, camino rodeando el escritorio para sentarse ella misma, Marie recargó el codo sobre el escritorio apoyando y tomando su barbilla con el dedo pulgar y el dedo medio, mientras su dedo índice descansaba a lo largo del rostro pálido de la doctora.
Nuevamente la madre de la paciente se dirigía a la doctora y esta no podía más que alzar una ceja, ¿queremos?, una madre siempre haría lo correcto por sus hijos, incluso aunque ellos creyeran que estaban en lo incorrecto.
- ¿Cuál es tu nombre? – Marie pasaba de la autoridad de la madre para dirigirse directamente a su paciente, empezaba el examen evaluativo - ¿A qué viniste aquí? – Oyó la respiración de la madre de la paciente intentando ser ella quien le contara el problema, Marie levantó la mano del escritorio indicándole que le permitiera.
Los ojos verdes de Marie se posaban en los cansados ojos de la bruja, movió la cabeza un poco para incitarla a hablar, apenas una sonrisa curvaba el rostro de la doctora, comprensión, paciencia, hábitos que le había inculcado su padre, además de ese enorme amor a la profesión.
Al no ver respuesta Marie prosiguió, en ningún momento dirigiéndose a su paciente, por encima de su madre. – Estas aquí, sin poderte ir, tu no decides si permaneces aquí o no, pero eres capaz de decidir en qué sala y de qué modo quieres ser tratada – volvió a guardar silencio, en espera de su respuesta.
– Señora, por favor – indico a la madre cuando esta la saludo, era una mujer casada, desde hace varios años atrás, para la gente su matrimonio era perfecto, e incluso lo presumía como en aquella ocasión, aunque por dentro todo fuera un infierno, la ropa sucia, se lava en casa.
Antes de subir se acercó a ella una de las monjas enfermeras del lugar, la misma que le había avisado de que la nueva paciente se encontraba esperándola.
– ¿Podrías ser tan amable de subir un poco de té para las señoras? – la otra solamente asintió con la cabeza, antes de desaparecer por una puerta con dirección a la cocina, mientras aquellas tres mujeres subían las escaleras al segundo piso, los gritos no podían faltar, era imposible que aquel lugar permaneciera completamente en silencio, ni siquiera por las noches, era tétrico si era la primera vez que permanecías por aquellos pasillos, a veces iluminados, a veces sin una sola vela que te alumbrara el camino.
Ya en el consultorio las tres tomaron asiento cuando Marie les indicó con la mano donde sentarse, camino rodeando el escritorio para sentarse ella misma, Marie recargó el codo sobre el escritorio apoyando y tomando su barbilla con el dedo pulgar y el dedo medio, mientras su dedo índice descansaba a lo largo del rostro pálido de la doctora.
Nuevamente la madre de la paciente se dirigía a la doctora y esta no podía más que alzar una ceja, ¿queremos?, una madre siempre haría lo correcto por sus hijos, incluso aunque ellos creyeran que estaban en lo incorrecto.
- ¿Cuál es tu nombre? – Marie pasaba de la autoridad de la madre para dirigirse directamente a su paciente, empezaba el examen evaluativo - ¿A qué viniste aquí? – Oyó la respiración de la madre de la paciente intentando ser ella quien le contara el problema, Marie levantó la mano del escritorio indicándole que le permitiera.
Los ojos verdes de Marie se posaban en los cansados ojos de la bruja, movió la cabeza un poco para incitarla a hablar, apenas una sonrisa curvaba el rostro de la doctora, comprensión, paciencia, hábitos que le había inculcado su padre, además de ese enorme amor a la profesión.
Al no ver respuesta Marie prosiguió, en ningún momento dirigiéndose a su paciente, por encima de su madre. – Estas aquí, sin poderte ir, tu no decides si permaneces aquí o no, pero eres capaz de decidir en qué sala y de qué modo quieres ser tratada – volvió a guardar silencio, en espera de su respuesta.
Invitado- Invitado
Re: You got me crazy [Marie-Leontine]
Como ya era habitual en estos casos, no tenía la menor intención de prestar atención a la conversación que se iba a desarrollar a continuación. Al fin y al cabo, ya me la sabía de memoria. "Se imagina cosas" "La muerte de su esposo la dejó traumatizada" "Trató de hacerle daño al niño" "Tiene el demonio dentro". Siempre la misma cantinela.
Mi madre se limitaría a lamentarse sobre la gran desgracia que había convertido a su perfecta hija en un ser intratable mientras que yo permanecería sentada y en silencio a su lado. Ausente. Estaba loca, mentamente inestable, lo que hacía que cualquier cosa que tuviese que decir perdiese todo su valor.
Por esta misma razón, me sorprendió que la doctora se refiriese a mí y solo a mí, como si mi progenitora no estuviese en la habitación. Mis ojos azules se clavaron sobre los suyos de esa manera tan profunda y directa que generalmente solía asustar a todo aquel que se atreviese a sostenerme la mirada. Sin embargo, esta mujer no parecía sentirse intimidada. O al menos no lo dejaba ver. Y eso captó mi atención.
Aún así, mis labios permanecieron cerrados, dibujando una fina línea en mi rostro. Sabía que eventualmente tendría que contestar si no quería acabar encerrada para siempre en este sitio junto a otros que estuviesen mucho peor que yo, pero tardé unos cuantos minutos en reaccionar. Minutos que empleé en analizar a la mujer que tenía frente a mí.
—Gaëlle Briand, señora—respondí finalmente, remarcando la última palabra, haciéndole percatarse de que había anotado debidamente que esa era la manera correcta de dirigirme a ella—Madre creyó apropiado venir aquí en busca de una nueva respuesta a la causa de mis males, así que no he podido más que aceptar—añadí con un tono de voz suave y tranquilo, sin romper el contacto visual con la doctora.
Mi madre no pudo ocultar su sorpresa, ya que probablemente esta tendría que ser la primera vez en años (desde que me arrebataron de los brazos a mi bebé) que había dicho más de dos frases seguidas en alguna de mis entrevistas con los múltiples doctores que habían intentado tratarme.
Cuando mi esposo vivía siempre me había mostrado más colaboradora, mas cuando mis familiares alejaron a mi pequeño de mí perdí cualquier interés en recuperarme.
—Esa es la razón por la que estoy hablando con usted ahora mismo.
Mi madre se limitaría a lamentarse sobre la gran desgracia que había convertido a su perfecta hija en un ser intratable mientras que yo permanecería sentada y en silencio a su lado. Ausente. Estaba loca, mentamente inestable, lo que hacía que cualquier cosa que tuviese que decir perdiese todo su valor.
Por esta misma razón, me sorprendió que la doctora se refiriese a mí y solo a mí, como si mi progenitora no estuviese en la habitación. Mis ojos azules se clavaron sobre los suyos de esa manera tan profunda y directa que generalmente solía asustar a todo aquel que se atreviese a sostenerme la mirada. Sin embargo, esta mujer no parecía sentirse intimidada. O al menos no lo dejaba ver. Y eso captó mi atención.
Aún así, mis labios permanecieron cerrados, dibujando una fina línea en mi rostro. Sabía que eventualmente tendría que contestar si no quería acabar encerrada para siempre en este sitio junto a otros que estuviesen mucho peor que yo, pero tardé unos cuantos minutos en reaccionar. Minutos que empleé en analizar a la mujer que tenía frente a mí.
—Gaëlle Briand, señora—respondí finalmente, remarcando la última palabra, haciéndole percatarse de que había anotado debidamente que esa era la manera correcta de dirigirme a ella—Madre creyó apropiado venir aquí en busca de una nueva respuesta a la causa de mis males, así que no he podido más que aceptar—añadí con un tono de voz suave y tranquilo, sin romper el contacto visual con la doctora.
Mi madre no pudo ocultar su sorpresa, ya que probablemente esta tendría que ser la primera vez en años (desde que me arrebataron de los brazos a mi bebé) que había dicho más de dos frases seguidas en alguna de mis entrevistas con los múltiples doctores que habían intentado tratarme.
Cuando mi esposo vivía siempre me había mostrado más colaboradora, mas cuando mis familiares alejaron a mi pequeño de mí perdí cualquier interés en recuperarme.
—Esa es la razón por la que estoy hablando con usted ahora mismo.
Rachel Matheson- Hechicero Clase Baja
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