Traviesas circunstancias {Privado}

por **Mar Santini** Miér Ene 16, 2013 9:40 am

-Paseó con un escandaloso movimiento de caderas, escandaloso para las mujeres que la miraban...ella sin embargo poco o nada daba importancia a aquellas miradas, palabras o sonrisas que indicaban invitaciones descaradas, estaba cerca de su casa y esperaba captar más clientes pero se había aburrido de ser la señora cortesana que mostraba los senos a cualquiera y le daba la dirección de su hogar, ella solía pretender algo más como que se fijasen en ella y sin mas palabra la invitasen a una copa y a lo que deseaban realmente. Pero se tendría que hacer de rogar o esperar simplemente porque era el momento de las parejas felices.

Mar se sentó en un banco que había cerca de unas casas, bajó el rostro mientras palpaba la tela de su vestido quitando las posibles arrugas que hubiese por sus movimientos, cuando lo logró una sonrisa triunfal presenció su rostro, sus dientes blanquecinos y sus labios húmedos y gruesos parecían ser una tentación para todos los hombres que pasaban puesto que aún escuchaba los ruidos de las mujeres mientras les golpeaban con los bolsos y ellos se defendian con un simple juego de palabras que a veces funcionaba y otras no, tras unos segundos, ella cambio de posición mirando a los dueños de la casa, sonriendo traviesa pudo descubrir en una de las ventanas una de las situaciones más frecuentes,la esposa intentando seducir al marido.

Una mujer desnuda se sentó sobre la mesa de un hombre que al principio parecia quejarse, pero que poco a poco se sumía en sus deseos, todos los hombres se dejaban dominar por las mujeres de ese modo, el hombre acariciaba obscenamente el cuerpo de la mujer incluso la cortesana podía sentir esas bruscas caricias, los pechos se sonrojaban en aquellas manos musculosas mientras la mujer no tardaba en proferir algun que otro sonido, el hombre la devoraba, la tocaba, la acariciaba y la mujer seguía dominandolo a pesar de su apariencia dócil. Mar juntó las piernas, a ella le gustaba ese tipo de escenas pero no era el momento para verlo, se levantó y se fue cerca de una farola contemplando la vistas de las casas, se dividían según las colases sociales pero no dejaba de ser un espectáculo hermoso, cerro los ojos para evitar pensar en el hombre y la mujer, abriendolos finalmente para contemplar a otro lado-

por **William & Gabriel** Jue Ene 31, 2013 1:58 am

Maldita fuera su suerte. Bueno, en realidad no se trataba de un asunto de suerte, sino que nada más que de la al parecer infinita ignorancia humana, y él mismo se había prestado para aquel circo porque tenía la vaga esperanza de que no toda la gente de esa clase hubiese caído en la decadencia aun, más siendo medios familiares suyos. Y esta vez se había equivocado.

William se había prestado para hacer las veces de maestro de una mocosa con quien al parecer tenía algún parentesco, en parte por ayudar, pero también porque en su condición este tipo de trabajos no le venían nada mal, más aun tratándose sobre su amada vocación de iluminar mentes jóvenes para que encontrar un camino frente a tanta basura adornada que podía confundir a cualquiera lo suficientemente ingenuo.

Lástima que aquella mocosa tuviese más cerebro usado en recordar chismes, vestidos y otras tonterías, porque bien con la facilidad en que distinguía el rosa del magenta podía también esforzarse en distinguir a un romano de un griego. Trató de tenerle paciencia, pero cuando comenzó a insinuársele fue demasiado. ¡Era un hombre, sí, maldición! Pero también tenía sus propios límites, unos que preferiría no cruzar, menos con una mocosa malcriada.

Por ese mismo motivo fue que tomó su vieja pitillera, aquella que le había regalado su abuelo cuando el día que partió de casa para entrar a la academia de filosofía, y huyó del lugar, dispuesto a dar un paseo por los alrededores hasta que su sangre se calmara y su coraje diera unos cuantos pasos atrás. Lo suficiente para decirle al padre de la joven que no tenía caso alguno tratar de meter un libro de historia en una mente del tamaño de una nuez.

Caminó un par de cuadras buscando un lugar en que sentarse, para la fortuna de quienes preferían caminar de vez en cuando habían invertido bastante en la ornamentación del lugar, por lo que no tardó en encontrar una banca, ocupada, pero era una banca al fin y al cabo. Habría seguido buscando otra en que pudiese estar solo, pero la necesidad por el tabaco se le estaba haciendo imperiosa. Una gota de tranquilidad en un desierto de mal humor.

- Disculpe que interrumpa su paz, pero necesito encontrar la mía – dijo antes de dejarse caer pesadamente sobre el banco. Apenas y había reparado en la fisionomía de la mujer, porque había llegado directamente a sacar un cigarrillo de la pitillera. Solo mientras lo encendía le dio un par de fugaces miradas – No se sienta obligada a tener que hablarme – dijo con un amago de sonrisa esbozada en los labios.

Entonces por fin la primera bocanada que inundó placenteramente sus sentidos. Exhaló de forma profunda, como queriendo sacar de su cuerpo todo el aire saturado por aquel insidioso perfume de la mocosa para dejar que solo aire limpio y puro entrara a sus pulmones, salvo por el mismo humo del tabaco. Sí. Definitivamente ahora se sentía mucho mejor.

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