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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Birkoff Seymour Vie Ene 25, 2013 2:44 am

‘¿Black?’ La pregunta del fantasma solo le recordó porqué le molestaba tanto “despertarlo”. El nigromante no le dedicó ni una mirada, pero la experiencia dictaba que por varios segundos, Adrik lucharía por mantener su imagen corpórea. ‘¡Black!’ El niño rubio de orbes como el mercurio, corrió hacia él. No importaba cuánto tiempo le relegaba al anillo, el pequeño había aprendido que sus reclamos solo le llevarían de vuelta a ese ‘oscuro y tenebroso mundo’, así que se limitaba a disfrutar de su libertad siempre que podía. Una sonrisa de satisfacción recorrió a Birkoff al sentir, más que ver, cómo la alegría inicial de su vigilante se esfumaba. Adrik tenía miedo a los cementerios. ¡Ignoraba que estaba muerto! Cuando era niño, le había dicho cientos de veces que había sido asesinado – solo para ver el horror en su mirada – pero éste simplemente regresaba al día siguiente sin recordar nada. El brujo sabía que era debido a la brutalidad de su muerte que no podía aceptar qué era. Adrik solo recordaba que su padre había llegado una noche a casa y jugado a las escondidas con él y su hermana. Los detalles que se le escapaba, pero que Birkoff conocía debido a su habilidad para hablar con los muertos, era que su padre había sido convertido en un vampiro. Los hermanos fueron desmembrados cuándo les arrastró fuera de sus escondites. ‘¿Tendré que vigilar de nuevo?’ El miedo teñía las palabras del fantasma. Aunque temía a lugares como esos, temía más a su dueño. Así había funcionado desde que se habían conocido. El miedo, después de todo, era el equivalente al respeto. ¿Y cómo no? Sus padres nunca habían pasado por alto recordarle cuán especial era. No se habían equivocado. El poder que esgrimía ridiculizaba a cualquier otro de su clase. ‘¿Solo?’ Se había acercado a él en busca de protección. Miraba hacia a todos lados. Cualquier ruido le hacía saltar. No era ningún secreto que eso agradaba a Birkoff.

- No. El monosílabo dio forma a una de sus sonrisas cínicas. Adrik se relajó visiblemente. – No vigilarás. Se adentraron aún más al mausoleo. – Te he traído para que juegues. ¡Blasfemias! Las mentiras salían de su boca con una asombrosa facilidad. La Luna bañaba las lápidas con sus rayos plateados. Un árbol seco con un par de cuervos estaba en el centro. Las ramas torcidas creaban sombras sobre las cruces, dándole un aspecto más fantasmagórico al escenario. El aire golpeó con fuerza y las velas se apagaron, dejando solo una estela de humo a su paso. ‘Eso fue espeluznante’. Esa era la palabra favorita del fantasma, solía usarla a menudo para describir lo que le ‘asustaba’. Una vez más, le ignoró. Su relación funcionaba de esa forma.  – Pero primero tienes que buscar a Séfer. Hacía una hora que había ido a su mansión, solo para que le anunciaran que la bruja había salido. Aunque  Black era un obsesivo de los detalles, había decidido hacer una visita 'sorpresiva'. Últimamente la situación con la cambiaformas lo tenía en un estado violento. Sabía cómo hacerle justicia a ese sentimiento. ‘¿Sé… Séfer?’ Al rubio no le gustaba ella, a pesar de que era una de las pocas personas a las que tenía permitido mostrarse. – No me hagas enfurecer ahora, Adrik. ¡O me olvidaré de que estamos cerca de recuperar a Tasya! El nombre de su hermana funcionaba como un amuleto. El pequeño se aferraba a la idea de que le ayudaría a encontrarse con ella. Si Birkoff realmente quisiera, lo habría hecho hacía mucho tiempo. Ahora solo lo usaba como un medio para manipularlo. No es que lo necesitara, pero había algo retorcido en él que disfrutaba con ese intercambio. – Ve. Encuéntrala y no regreses a mí hasta que des con ella. El tono de su voz no daba reparo a un concenso. Siempre podía simplemente obligarlo. Hubo un arrastre de pies y luego nada. Estaba solo o, tan solo como un nigromante puede estar entre tantos muertos. Ese, era su elemento.


Última edición por Birkoff Seymour el Dom Oct 27, 2013 9:43 pm, editado 2 veces
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Mensaje por Séfer Zahira Mar Ene 29, 2013 1:27 am


Los labios de Cédric atraparon las fauces de Séfer impidiéndole hablar. La buja no puso resistencia al deseo inminente que crecía en su entrepierna, las caricias de su marido lograron concretar la excitación en cada una de sus extremidades. Fue la forma en que la acarició lo que le hizo encender la chispa sin necesidad alguna de sonar sugerente o invocar a los demonios de la lujuria. Ella se movía a la par de él, sólo concentrados por mantener la corporeidad del fantasma; los brazos se movieron a lo largo de su espalda delineando la curva de su cintura, posándose sobre sus glúteos y queriendo desquitar su furia al estrujarlos de aquella forma. Las marcas de sus manos quedaron grabadas en la pálida piel de la hembra mientras sus piernas e abrían casi inconscientes para dejar el hueco donde él ajustaría su cuerpo. No había prendas que retirar, la libido los atrapó cuando ella se duchaba, así que la desnudez de la bruja fue la musa de Cédric y fueron los actos desencarnados de él lo que avivó la llama. Húmeda, así se sentía aún pese al ardor que sufría su cuerpo. El rose de su piel contra la ajena ¡Oh, como extrañaba su tacto! Sus labios frecuentándose, persiguiéndose. Sus lenguas devorándose dentro de sus bocas y sus dientes irascibles chocando los unos con los otros en el frenesí del ósculo. La sonrisa de Séfer era cómplice de los secretos que guardaba la mirada de Cédric. El miembro rosó su intimidad antes de introducirse por completo en ella. Sus ojos se fueron hacia atrás a la primera de las embestidas, su brazo se aferró a él por la espalda y su melena cayó sobre la seda de la cama. Él la sujetaba por las caderas haciendo que sus cuerpos se moviesen al unísono. Séfer jadeó. Las uñas de la dama rasgaron la piel del fantasma, pero él no sintió dolor. Concentrados en el acto, ignoraron la puerta abierta de la habitación, ignoraron el viento filtrándose por la venta y el fuego que amenazaba con consumirlos a los dos. Hacia tanto tiempo que ninguno presenciaba el acto con el otro que, al notar la completa corporeidad de Cédric, así como la excitación en su miembro, y comprobar que era como antes, Séfer sólo pudo entregarse al placer inmediato de su cuerpo.

Sus pensamientos fueron cayados, la visión de Cédric se perdió en el aire. Todo pareció ser un sueño pero no fue así, ella podía sentir las caricias de su marido en cada parte de su cuerpo, así como ahondar en el sabor de sus labios. La humedad de su cáliz se lo decía, él estuvo ahí, como un humano en su antigua vida, como un hombre en su cama. ¿Qué pasó? Una lasciva bruja, saltó de la cama para buscar al fantasma y se encontró con alguien que no esperaba. Los ojos del niño estaban cubiertos por sus manos, su cuerpecillo estaba en el rincón de la habitación repitiendo palabras inentendibles. Temblando. El ceño de Séfer se frunció hasta juntar ambas cejas sobre su rostro. ¿Qué hacia él ahí y qué quería exactamente? Desvió la mirada a cada rincón de la habitación buscando al hombre que la dejó en completo éxtasis pero no lo encontró. Lo llamó, una, dos, tres veces y no obtuvo respuesta de su parte. -¿Quie… Quién eres tú? ¿Qué quieres?- Preguntó despectiva. Tomó las manos del niño para ver su rostro, el pequeño al sentir el tacto de la bruja se tensó demasiado y levantó el rostro. –Ah, eres tú. Ve y dile a Birkoff que gracias ¡Acaba de interrumpir la que pudo ser mi mejor noche!- El joven sólo pudo cerrar los ojos deprisa al notar la desnudez de la bruja. Titubeo algunas palabras entre las cuales su dueño solicitaba la presencia de la pelirroja en el cementerio. Séfer se enfadó. Primero tenía que encontrar a Cédric, estaba segura que aquello no fue una vana ilusión, él estuvo ahí, como el pequeño ahora. Entonces lo supo. Cédric no era tan fuerte pues su edad como fantasma era poca y el esfuerzo que le tomó para hacer aquello por ella debió dejarlo completamente exhausto, tanto que ni siquiera podía presentarse ahora. Rugió. Tomó una de las batas que encontró sobre el perchero y la ajustó a su cuerpo. No estaba dispuesta a ajustar un incómodo corsé a su cuerpo sólo para salir a ver a un viejo amigo. Y más le valía a Birkoff fuese algo de vida o muerte como el niño lo había dicho o el que pagaría las consecuencias sería el brujo.

La noche, siempre oculta entre sus sombras los males de este mundo, en esta ocasión, la ocultaba a ella y su desnudez entre sus penumbras. La bata de seda, reflejaba el color de la noche, lo cual le ayudaba a escabullirse entre las calles sin ser vista, además ¿Qué persona en su sano juicio saldría a esa hora y cruzaría las calles que conducen a las puertas del cementerio? Ajustó la cintilla de la bata sobre su cintura y corrió por lo largo de los callejones. Su melena rojiza era lo único que podía apreciarse en medio de aquella temible obscuridad. Al llegar al lugar, empujó las rejas y estas se quejaron en un estridente chillido aterrador. El fantasma la dirigía hasta donde su amo. Tras esquivar varias lápidas al fin pudo observarlo. Se aproximó a él con los brazos cruzados y apartando las almas que se aproximaban a ella en busca de ayuda. Soltó los brazos y exclamó un áspero -¡Largo!- Exclamó, por lo cual las animas de los muertos retrocedieron al percibir la maldad que ella desbordaba, todas excepto una. Se rascó la frente -¿Qué quieres Birkoff? Tu llamado de puso de pésimo humor, así que espero que tu razón sea realmente importante o esto terminará mal para los dos- Farfulló amenazadora. Desvió la mirada hasta la sombra que le acechó. –Eres demasiado inferior, no te ataría a mí ni aunque estuviese loca, ahora vete antes de que te exorcice- Se notaba molesta, realmente molesta. Su entrepierna aún suplicaba por el sentir a Cédric dentro de ella, sus labios lo reclamaban, ella misma lo pedía a gritos. ¡El desgraciado fantasma la dejó jodidamente extasiada!
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Mensaje por Birkoff Seymour Dom Mar 24, 2013 2:17 am

Las almas errantes que estaban ligadas a su lugar de descanso, aparecían y desaparecían, evidentemente perdidas. La exasperación del brujo aumentó significativamente cuando uno de esos fantasmas se le acercó. Era muy difícil captar su atención. Su padre y Adrik eran las únicas almas que se encontraban atrapadas consigo. El colgante – que tenía la misma forma que el anillo – habían sido obsequios de su progenitor, quien nunca sospechó que les usaría como receptáculos. Con una sonrisa macabra tirando de las comisuras de su boca, tocó el dragón con las alas extendidas que descansaba sobre su pecho. El poder irradiaba notablemente de éste. Akim no solo había sido su padre, había sido también su maestro. Le enseñó todo lo que sabía. Fue él quien le negó el conocimiento de la magia negra, quien le ocultó el libro que contenía todos los hechizos que en el pasado había usado para su beneficio. No había sido difícil descubrir sus mentiras. Desde pequeño, los fantasmas le habían seguido, susurrándole sus secretos. Adrik había sido solo el primero de muchos que aparecieron en su cuarto. Algunos buscaban su ayuda, desesperados por cruzar al más allá. Otros, solo querían a alguien que no temiera su presencia. Manipularlos era tan condenadamente sencillo. Podía mentirles, prometerles lo que más anhelaban y hacerlos desaparecer en el próximo segundo. Ligar almas a cualquier objeto y luego abandonarlas era algo que hacía sin titubeos. Si el fantasma no se alejaba, iba a hacer exactamente eso. ¿Dónde demonios estaba Séfer? Soltó el colgante, sintiendo la vibración de poder recorrer su brazo. Akim y su madre habían sido poderosos brujos nigromantes. Habían hecho una fortuna vendiendo su alma al diablo. Era una pena que éste solo hubiese reclamado una. – ¿No te sientes agradecido aún, padre? Es por mí que no estás ardiendo en el infierno como seguramente ella y su criatura lo hacen. Su seca carcajada hizo desaparecer al fantasma, quien apareció de nuevo a unos metros de distancia. Eso estaba mucho mejor. No había ido al Cementerio a joder con las almas, sino a joder con su amante. Sacó su reloj de bolsillo. El grabado era también un dragón. Birkoff se sentía atraído por esas míticas bestias. Cerró el objeto con fuerza. El clic se unió al chirrido de las puertas. No tardó en sentir el poder de la bruja. Su aura era una tentación, tanto o más que su cuerpo.

Adrik lideraba la marcha. En cuanto le miró, agachó la cabeza. Estaba apenado. Enarcó una ceja en dirección a Séfer, cuestionándole en silencio. La última vez que le había visto hacer ese gesto fue cuando le vio arrebatándole la vida a su madre. En esa época, había sido tan inocente, creyendo en el bueno de Birkoff. Después de que le revelara el lugar donde tenían escondido el libro de hechizos, se había sentido tan culpable al saber que había sido por lo que estaba escrito en esas viejas hojas, que Mavra había fallecido. Black se había reído de él durante días. ‘Por supuesto que ha sido tu culpa, tú me ayudaste’. Había repetido esas palabras cientos de veces. Durante varias noches, Adrik no se apareció. Por un momento había creído que se había deshecho de su pequeño amiguito. Excepto que no, apareció después, cuando empacaba sus cosas para marcharse de casa. - ¿Qué te ha tomado tanto tiempo? La cuestión estaba impregnada de la misma molestia que destilaban las palabras de ella. Guardó su reloj mientras se levantaba de la base de una gárgola. Se creía que éstas ahuyentaban a brujos, demonios y otros espíritus del mal. No podía ser más absurdo. Adrik ya se había alejado de Séfer para colocarse a su lado. Al parecer, sentía más aversión por ella que por esas monstruosas estatuas. Black sonrió maliciosamente. No olvidaría ese detalle. Su mano se quedó dentro de su bolsillo. Las amenazas de la bruja podían llegar a ser divertidas. Ahora, no sabía exactamente si le causaba gracia. - ¿Romperías nuestra frágil alianza solo porque te encuentras de malhumor? Sus orbes se clavaron en los de ella, pero pronto descendieron hacia su cuerpo. La bata de seda negra dejaba poco a la imaginación. No es como si no conociese lo que estaba tras la suave tela. Acortó la distancia. Sus dedos se cernieron sobre la cintilla y, sin miramientos, la desató. - ¿Estabas ocupada con algún otro amante, Séfer? Cerró su mano sobre la cintura desnuda de la fémina, atrayéndola a su cuerpo. Encontraba excitante verla ahí, con la bata sobre sus hombros, abierta solo para él. Su erección presionó en su pantalón. – Porque si es así, Adrik habrá ganado su noche al traerte hasta aquí, claramente como se lo exigí. El peligro y el poder eran dos cosas que fieramente le atraían.
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Mensaje por Séfer Zahira Sáb Mayo 11, 2013 2:07 am


Birkoff, un hombre como cualquier otro que podía estar en su cama, un brujo tan común entre el resto que no le sorprende la reacción ante su presencia, pero si es tan desechable como sus pensamientos lo proponen ¿Por qué no lo había eliminado? Las sensaciones que recorren su cuerpo, son un cúmulo de espasmos desenvolviéndose por sus terminales nerviosas. Los bellos de su piel se erizan y el frío del viento es inversamente proporcional al calor que él despide con su tacto. Se le entumecen las piernas se olvida de su coraje al verlo tan cerca. Nota como su respiración se acelera, se siente jodidamente indefensa frente a él. Deja salir su aliento en un jadeo ahogado. No lo complacerá. Pone los ojos en blanco dando un paso hacia atrás. Su ceja derecha se arquea, cuestionando, indagando en la mente del brujo. Verlo desde ese ángulo, no ayuda demasiado, pues observa el bulto entre sus piernas, queriendo escapar, intentando inútilmente sobresalir por encima del pantalón e incrustarse en las profundidades de la hembra. -¿Sabes? En ocasiones puedo llegar a amar tu recibimiento, pero después recuerdo que se trata de ti y se me pasa la sensación- Se muerde el labio inferior cerrando la bata para cubrir su desnudez. Fue suficiente espectáculo para alguien que no se quedaría a ver la obra completa.

En medio de almas -círculos flotantes de color plateado-, el suspiro de Séfer parece melancólico, desesperado. No tiene intenciones de decirle que estaba a punto de acostarse con su marido ya muerto. Eso la colocaría como una mujer necesitada. ¡Maldición! ¡Sí lo estaba! Pero si no había ido a correr a los brazos de su amante aquí presente, se debía a una razón. La pelirroja, esperaba que fuese Cédric quien calmara su deseo sexual. Hace resoplar sus labios observando a la pequeña figura al lado de su amo. Sonríe. ¿Cómo era posible que Birkoff estuviese en compañía de un espectro con semejante pureza? Jamás lograría comprender el vínculo entre esos dos y, la verdad, es que no necesitaba saberlo, bastaba con que el infante se apareciera ante ella y viceversa para facilitar sus encuentros. Camina hasta una de las frías lápidas y lee el nombre ‘Anthony Goodweather’. Se sienta sobre esta y menea la cabeza, ajustando sus mechones rojizos por detrás de su espalda. Humedece sus labios. -¿Acaso te importa el que esté con otros, Birkoff?- Lo cuestiona lanzándole una mirada llena de arrogancia. -¿No te estarás obsesionando de mí o sí?- Inquiere.

Desde su punto de vista, un hombre con aires de grandeza, no puede caer presa del sentimentalismo, pues estaría perdiendo por mucho, su total gobierno. No importa lo que digan, ni lo que esté escrito en los libros, el control siempre lo ha tenido la mujer, sabiendo manipular al hombre desde la oscuridad y haciéndole creer su libre albedrío. Se recuesta sobre la piedra, son sus manos las que sirven de almohadilla y sus piernas se cruzan. Con la bata cubriendo su cuerpo, sólo se observa el esbelto contorno de su silueta. Sus valles, sus montículos, sus curvas y el descenso a su intimidad. Cierra sus ojos y aspira profundamente el perfume húmedo de la noche. Ese rocío insipiente entre los árboles y la tierra. –Así que sólo tenías ganas y me mandaste llamar, vamos Birkoff… paga a una puta o róbala. ¡Usa tu mano! ¡Maldición!- Abre los ojos con fuerza. –Soy tu amante, sí… pero no cuando tu digas, quieras o necesites. Afortunadamente para ti, cielo… Soy yo quien necesita descargarse justo ahora.- Realiza un movimiento con sus manos, murmulla algo entre dientes y hace desaparecer al pequeño fantasma del varón. –No quiero que vuelva a verme jadeando, al menos no en la misma noche- Se pone de pie para lanzarse sobre él y atraerlo hasta ella del cuello de su camisa. Lo encarcela con sus piernas ajustándose alrededor de la pelvis. Sus labios buscan los ajenos llenos de impaciencia. Trata de devorarlo con sus fauces, mordiendo succionando, acaparando. Desciende hasta su barbilla y sus manos se mueven con destreza por todo su cuerpo. –Esta- Besa su cuello –Cosa- muerde el hombro casi desnudo –Nos- mete una mano por debajo del pantalón –Estorba- La otra desabotona su camisa. Sintiendo su libido creciente, se detiene para observarlo detenidamente al no obtener una respuesta a sus movimientos –Esta bien, si no quieres… Las mujeres también sabemos violar- Se excusa encogiéndose de hombros y preparándose para su siguiente ataque.

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Mensaje por Birkoff Seymour Dom Ago 04, 2013 3:12 am

El infierno hizo de sus orbes su hogar. Las llamas – que acentuaban el verdeazulado de su mirada – parecían incrementar cada que la bruja separaba sus carnosos labios. El fuego recorría su cuerpo, saltando del de ella al de él y viceversa. Se quemarían. Tarde o temprano lo harían. No podían crear tal electricidad sin arder al final. El odio y deseo que Séfer despertaba, no solo no tenía igual, amenazaba con estallar. Le recordaba lo incompatibles que eran. ¿Cómo se las habían arreglado como amantes durante esos meses? No lo sabía con certeza, pero tenía sus sospechas. Su poder le atraía, seducía, enloquecía. Los Seymour habían hecho pacto con el diablo. El mal corría voraz por sus venas. El hambre por hacerse con el dominio de la magia siempre estaba presente. Latente. Buscando en los alrededores a quien devorar. ¿Se estaba obsesionando con ella? Sí. Su mente funcionaba de extrañas maneras, pero eso no auguraba nada bueno. Birkoff era, ante todo, un coleccionista. Le gustaba poseer almas, pero únicamente si se trataban de otros brujos. Tenía el alma de su padre, una fuente inagotable de conocimiento, que solo usaba en casos extremos. Podía poseer a Séfer del mismo modo. La idea le tentaba con la misma fiereza que le consumía, cada que sus cuerpos se tocaban. Su mano atrapó la muñeca de la fémina antes de que pudiese terminar su movimiento. – No controles ninguna de mis almas, sino quieres que haga lo mismo con las tuyas. A diferencia de ella, él podía atraparlas. La próxima vez que se encontrara con Cédric, lo metería en cualquier puto objeto. La tendría en su cama tanto como quisiera antes de devolvérselo. Si es que lo convencía. Para el brujo, todo era blanco o negro, sin matices de por medio. Dar segundas oportunidades, no era una de sus cualidades. Habían establecido una relación – demasiado peligrosa –. Un pie en el lugar equivocado y la mina se activaría, dejando muertos y heridos a su paso. Adrik desapareció del Cementerio, llevando a cabo la orden ajena. Solo por ello le castigaría. No saldría de su anillo por una larga temporada. Le debía su lealtad a él, no a cualquier otro brujo. La soltó como si quemara. La furia lo dominaba.

- Ven aquí, Adrik. Lanzó las palabras al aire como si de latigazos se tratase. El niño apareció, retorciéndose las manos. Si no estuviese ya pálido, juraría que se puso aún más cuando lo vio. – Agradécele a Séfer tu confinamiento. Dicho esto, el fantasma se desmaterializó. Una onda de poder fluctuó desde su anillo, menos poderosa que la que vibraba desde su colgante. – No soy como tú. Cuido de mis posesiones. Algún día, ella lo sabría. Mientras tanto, disfrutaría de la batalla que se avecinaba. Una maldición escapó de sus fauces cuando ésta cerró su mano alrededor de su miembro. Ese era el jodido problema. Ella podía hacer que la odiara en un instante, solo para avivar más el fuego. Aunque no había respondido a sus acciones, la erección que pugnaba por salir de su bragueta desmentía a su indiferencia. Una gota apareció en su glande y la bruja deslizó su dedo, esparciéndola. - ¿Afortunadamente? Aunque su voz sonaba gutural, se las arregló para sonar con arrogancia. - ¿Quién te ha dejado caliente? ¿Cédric? Soltó una carcajada sin humor, mientras le sacaba la mano de su pantalón. Su aliento golpeaba en los labios de ella. Fue él quien se acarició esa vez. No había nada delicado en su toque. - ¿Quieres que te folle? ¿Que apague el fuego? ¿Celos? ¡Maldita sea! ¡No eran celos! No era ni su primera ni última mujer. Solo estaba molesto por el cambio de papeles. Él la había mandado a buscar porque quería despertar su hambre. No le hacía ninguna gracia que otro la hubiese dejado en ese estado. Mucho menos que antes de que llegara, hubiese estado en la cama de otro. Sin dejar de masturbarse, capturó su boca. Su lengua penetró en su cavidad del mismo modo en que haría su miembro de encontrarse en su interior. Atrapó su labio inferior entre sus dientes y lo mordió. Llevó su otra mano para capturar uno de sus senos. – Eres mi segunda opción. Soy tu segunda opción. De eso van los amantes, Séfer. Si quisiera una puta, la pagaría. Aunque mi mano, parece estar haciendo un buen trabajo. Quizás no te necesite. Aumentó la intensidad de sus movimientos. La furia con que ascendía y descendía era cruda.
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Mensaje por Séfer Zahira Vie Ago 30, 2013 10:05 pm


-No seas idiota, Birkoff- Las palabras de Séfer rugen desesperadas. No es bueno que se le colme la paciencia, pero él, ese maldito brujo, siempre suele sacarla de sus cacillas. Le gusta. La ceja arqueada, la mueca sínica de sus labios, la pose insinuante de su cuerpo y la lascivia que arroja como hiel sus poros; la conjunción de los elementos es terriblemente adictiva. Le provoca, la abofetea y le carcome desde las entrañas. No sabe si odiarlo por accionar en ella un orgasmo con tan sólo oírle hablar, o esperar que el acto sea más que la simplona fanfarria con la que se anuncia. Sin embargo, aún había algo que le causaba molestia. La burla sobre Cédric no le causó ninguna gracia, ella aún puede sentir ese apego desgraciado hacia el fantasma. Sólo lo asesinó porque juró venganza y él debía pagar con las consecuencias a los actos de sus padres. El ceño se frunce, su lengua pasa a embalsamar con saliva la mordida que Birkoff propició con anterioridad. Lo suelta y se aleja de él fingiendo tristeza. No está para rogar, hombres existen demasiados, como él pocos… pero quien le haga el favor, ¡Jáh! –Sabes que me necesitas más de lo que eres capaz de manifestar.- Suspira girando sobre sus talones y dejando caer a su lado la bata que cubre su cuerpo. La seda se desliza lentamente por su costado hasta tocar una de las frías lápidas. La mujer regrese a su posición inicial, recostándose sobre el sepulcro. Abre sus piernas deslizando la punta de sus dedos a través de la pantorrilla, dorso y unión. Sube acariciando el vientre, rodea el ombligo y continúa con suma licitación hasta sus pechos. Los pellizca e inmediatamente estos adoptan la postura de excitación. Se relame los labios, se carcajea socarronamente. –La verdad es que no importa quién me haya dejado así, Birkoff. Importa quién me quite el deseo… pero si no vas a ser tú, entonces al menos déjame ser el santuario de estos muertos.-

Sus dedos –que ya se encontraban cerca de sus labios- se introducen en sus fauces, se humedecen con su saliva y viajan en línea recta, sin ninguna escala, hasta su entrepierna. Dobla las rodillas y suspira con parsimonia. Crea varios círculos en su sexo, rodea el botón de este y lo presiona con delicadeza. La visión que ofrece, es enteramente frente a la mirada del brujo, se está tocando para él, para que pueda darse cuenta que la desea más de lo que su orgullo pudiese permitir. Abre un poco más las piernas, arquea la espalda y se retuerce bajo el influjo placentero que le ofrecen sus propias manos. Entre dientes, pronuncia las palabras de evocación a los difuntos. Estos aparecen entre las piedras, rodeando con su espectral figura a la dama. Los demonios se levantan, pretendiendo reunir la energía suficiente para hacerse corpóreos, para poder tocar esa lustrosa piel que se devela sobre el sepulcro de un fulano. Gime. Aprieta los músculos. Introduce uno de sus dedos en su interior. Sube, baja, juega. El segundo allana su cuerpo. Los separa dentro, los junta, crea círculos y líneas imaginarias sobre sus pliegues e interior. Abre los labios y jadea. S sienta sobre la pieza acariciando uno de sus pechos con suma intensidad, al grado de que este se vuelve rojizo por los apretones que le ofrece. Se muerde el labio inferior y lo hace sangrar. Saca los dedos de su cavidad y los vuelve a arrastrar por todo su torso hasta llegar a las fauces. Rosa la herida sangrante y sus fluidos son mezclados con el líquido escarlata. Se los traga. Despacio, a profundidad. Desliza su otra mano en su altar de venus. Jadea pausadamente, pero la respiración comienza por acelerársele. Son sus pechos los que suben y bajan en un vaivén casi imperceptible, pero jodidamente adictivo. Abre y cierra sus piernas al ritmo de las embestidas que se da; lo hace tan asquerosamente bien, que está a punto de venirse…. Baja la velocidad, retrocede un poco sobre la piedra y saca sus dedos. Sólo esta prolongando su placer con la tortura propia, así como la de él. -… ¿Vas a venir o le sigo sola?...- Se relame. –No voy a morir a falta de… debes saberlo.- Arroja una carcajada cargada de socarronería. Abre sus piernas en un intento de recibirlo dentro…
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Mensaje por Birkoff Seymour Dom Oct 27, 2013 9:36 pm

El brujo acelera su movimiento y los pesados testículos se mueven al son de su mano. Séfer ha logrado su cometido. Su miembro, caliente y duro, apunta con arrogancia hacia ella. Quiere marcarla. Estirarla. Llenarla. Ver cómo sus dedos desaparecen y aparecen en la suavidad de su interior le llena de envidia. Es él quien quiere marcar el ritmo. Humedecerse con su savia. Empujarse con poderío para sentir cómo sus músculos ceden a sus impulsos. Se ha abierto paso en su cuerpo en incontables ocasiones y cada una ha sido maldita e infernalmente más memorable. La bruja se ha mostrado siempre a su altura. Pero por supuesto, como viuda, siempre ha tenido mucho más libertades que aquéllas jovencitas que buscan desposarse. Birkoff no puede imaginar a ninguna otra mujer con la misma socarronería. La blanquecina e inmaculada piel le invita a profanarla. Tenerla completamente desnuda sobre la fría lápida aumenta su excitación. Es el poder de la nigromancia que se alza. Los muertos a su alrededor solo envían ondas que incrementan su deseo. Sube y baja. Cierra con fuerza el puño sobre la enrojecida cabeza de su miembro y, cuando la carcajada de la bruja finaliza, él se encuentra – aún masturbándose – sobre sus rodillas. Coloca su mano libre sobre el plano vientre. La empuja. La obliga a acostarse. Está molesto. Su orgullo ha sido reducido a esto tras ser solo un espectador de su disfrute. La venganza, sin embargo, también puede ser dulce. Con ambas manos sobre las caderas de la fémina, la acerca hacia él. Le obliga a separar más los muslos. Sus palmas le marcan. Son brasas sobre su piel. Inspecciona. Observa los húmedos labios a través de los plateados rayos y, con la mirada haciéndola prisionera, lleva su boca hasta su entrepierna. Lame. Su boca se sumerge dentro, contra, sobre ella. La besa como si la bruja pudiese corresponderle. Cierra sus labios en el sonrosado botón. Lo chupa. El sonido de succión perturba el silencio en el mausoleo. Arrastra dos de sus dedos perezosamente. Ha estado jugando alrededor de sus pliegues que, cuando finalmente empuja en su interior, ella se arquea.

Chasquea las yemas, solo las yemas y encuentra aquél punto febril. Los dobla rápido y con firmeza. Sus dedos salen cremosos. Juegan con su abertura. Se levanta. Crea círculos con su humedad sobre los arrugados pezones. Séfer estaba tan húmeda y abierta. – Dobla las rodillas. Le exige en un ronco y gutural sonido. Sonríe con esa arrogancia que nadie, jamás, ha logrado arrebatarle cuando le ve recoger las piernas contra la parte frontal de su cuerpo. Había algo en la forma en que estaba expuesta que lo fascinaba. Usa su mano para guiarse y empujar contra su abertura. Le invadió, pulgada a pulgada. Se abrió paso hasta que no hubo más. Hasta que llegó al final. Retrocedió. Despacio, muy despacio. Ella se empujaba con fuerza hacia abajo. Pronto, cogió el ritmo de sus caderas y se empujó a sí mismo. Tan fuerte, tan rápido, tan profundo. El sonido era un continuo golpe de carne en la carne. Su mirada salvaje, feroz, estaba formada por el odio y la lujuria. Coló la mano entre sus piernas y se empapó los dedos de sus jugos. La bruja estaba muy mojada. – Recuerda bien quién te hace esto, Séfer. Solo soy yo, Birkoff, follándote. Dobló las rodillas, empujándose hacia arriba hasta incrustarse en la cabeza del útero. Ella gimió. Se corrió. - ¿Ves lo que te hago? Sus caderas se movían como un pistón, con dureza, sin pisca de ternura. Buscaban castigarla por su insolencia, por la forma en que le reducía. Él no la necesitaba. No tenía porqué convencerse. Lo sabía. – Estoy tan adentro de ti que ni siquiera Cédric nos sabría diferenciar. Estimuló su clítoris con un dedo. Ese botón de placer que minutos antes había estirado entre sus labios. Su miembro palpitaba en el interior de la apretada funda de la joven. Estaban tan íntimamente unidos como dos cuerpos podían estarlo. Se salió, completamente empapado de su orgasmo. La haló de la cintura para que le permitiera cubrirla con su cuerpo. Él aún estaba vestido. Cogió sus pechos en su boca. Estaban tan hermosamente llenos que se negaban a cooperar, pero el brujo se negaba a dejarles ganar. Metió – tanto como le fue posible – sus senos dentro de la calidez de sus fauces.
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Mensaje por Séfer Zahira Sáb Dic 21, 2013 10:36 pm


La claridad de sus pensamientos se disipa, sus sentidos se nublan y todo lo que puede hacer es contemplar la satisfactoria y embriagante caricia de Birkoff. Jadea, no sólo porque sienta retorcerse ante el beso en su entrepierna, le hace falta el aire. Sus manos se cierran en puños, quiere arañar la fría piedra de aquel sepulcro, desgarrarla y hacerle saber al mundo que ha sido profanada por él. Su cuerpo responde sin escrúpulos, se moja, se enciende, arde… Lo recibe con el bálsamo de sus jugos, él succiona y devora todo ese elixir que ella despide. Escucharlo tragar, altera sus sentidos y siente como todas sus terminales nerviosas se adormecen tras las impúdicas caricias de su lengua. ¡Es un maestro en el arte del sexo! La húmeda lengua da vueltas, crea imágenes sin sentido, circuitos ininterrumpidos del más excitante de los placeres. Su pelvis comienza por seguir el ritmo y su mano se posa tras la nuca del brujo, lo empuja hacia ella, quiere –como si pudiese hacerlo- adentrarlo hasta lo más profundo de su cavidad. La nariz ajena rosa contra su intimidad y siente como el aliento choca contra su piel, es desgarrador, provocativo, ¡Insultante! Obedece a su verdugo cuando le indica doblar las rodillas, las sube un poco correspondiendo a la urgencia que grita su feminidad. Lo que recibió a cambio le hizo bramar…

Se abre lentamente a él, acaparando cada maldito centímetro de su falo, siendo ella quien lo cubriese como una funda, húmeda, caliente, suave… rosa contra él y nota la rugosidad de la que consiste aquel miembro erecto. Jadea. Sale y entra, primero de una forma tortuosamente lenta y después el ritmo se acelera, como si fuese un garañón galopando a campo traviesa. Se arquea y, la pelvis baila al con el mismo ritmo que él lleva. Las manos de Séfer buscaron los hombros del brujo, se aferraron a él, bajaron por el costado de su torso y siguieron las líneas de su espalda, primero con la yema de los dedos, después con las uñas… él aceleró. Grotesco, sin compasión. Se abre paso dentro de ella, importándole una mierda si ella siente desgarrarse o no. Le duele, pero no se cierra, por el contrario, ruge por más. En el último instante, cuándo él osa en penetrarla hasta el rincón más apartado, Séfer profiere un grito ahogado… Ella lo araña, alcanza sus labios, los rosa. Continua con el mentón y mordisquea, sólo para dejar un rastro húmedo con su lengua hasta la punta de su cuello. Sube por el arco y lenguetea en su oído, cuando está a punto de venirse, lo muerde… tan fuerte, tan desesperadamente que le saca la sangre. Se la traga.¡Sí! Lo escucha, sus palabras son certeras pero están tan lejos. La bruja flota en una nube constante de placer, ignora sus petulantes comentarios, su enérgica visión, su hambriento deseo. Sólo sonríe, con su cara de idiota, con su arrogancia inconfundible. Aspira profundamente porque en los últimos segundos había dejado de hacerlo. Berrea. Cierra sus piernas para retenerlo, para que no salga de ella hasta que se lo indique. Sonríe. –Que bueno que me recuerdas tu nombre, así no gritaré otro- Muerde su labio inferior. No podría hacerlo. Lo deja salir y se acomoda entre su abrazo. Para cuando él viaja hasta sus pechos, la fémina se ha reducido a nada. Hunde el rostro en su cabello. Huele a ella, siempre ha apestado a ella. Le jala el cabello hacia atrás y lo aparta de su seno. Lo obliga a verle el rostro. La mirada de Séfer está llena de desprecio y, de alguna forma, deseo. –Estar dentro de mí no te diferencia de los demás- pronuncia con clara alevosía. Arquea una ceja, ¡Lo odia! Ciertamente repudia todo lo que ese ser representa, quizá porque la maldita tiene miedo de que se convierta en una adicción el estar cerca de él. –Cualquiera puede penetrarme, así como cualquiera pude acogerte Birkoff. Follamos porque queremos no porque seamos especiales.- Lo atrae hasta ella y besa con vehemencia, como si quisiera devorarlo por completo. Muerde su lengua y lo aleja con brusquedad. –Ahora hazme lo que mejor sabes- No es una petición, no es una súplica. Es una orden.
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Mensaje por Birkoff Seymour Vie Dic 27, 2013 9:54 pm

El movimiento de sus caderas se hizo más fuerte con cada palabra provocadora que escupía la bruja. Se deslizaba completamente dentro de ella. El sonido de chapoteo se unía a los golpes de sus testículos contra su trasero. Birkoff se niega a responderle verbalmente. En sus orbes centellea el odio y el deseo. Ninguna parece subsistir sin la otra cuando trata con Séfer. Saca su miembro completamente de su cálida cueva y, al segundo siguiente, se entierra profusamente en ella. Es una bala que atraviesa la vaina de la fémina. Tal parece que tiene la plena intención de intentar meter también sus testículos porque éstos rebotan contra la carne ajena. Llenos. Pesados. Repite el proceso cuatro, cinco veces. La punta de su falo, apuntando como un misil, bombardeándola, estirándola. Está tan apretada. Siente cómo las paredes se contraen a su alrededor, buscando exprimir hasta la última gota de su semilla, pero aún es demasiado pronto. Su respiración es entrecortada. Sus pulmones se contraen y expanden. Su sabor impregna su boca, su aliento, su cuerpo. La besa. Su lengua actúa como una serpiente, profana sus fauces, quiere llegar hasta su garganta. Su miembro se ha deslizado fuera, pero no se molesta en guiarlo de nuevo a su interior. Frota su virilidad contra su sedosidad. Acaricia con la brillosa punta los suaves pétalos. Es evidente que la bruja obtendrá lo que quiere, porque él también lo desea, pero no lo hará siguiendo sus reglas. Se despoja del pantalón. Dado que no llevaba nada más bajo éste, se encontró serpenteando sobre el desnudo cuerpo muy rápidamente. No se detuvo hasta que sus rodillas estuvieron, cada una, a los lados de su torso. Lamió su labio superior mientras la miraba, como si aún quedasen rastros de los jugos de su liberación. Cogió el tronco de su miembro y, sin más, lo situó entre sus pechos. Estaba lo suficientemente empapado de ella como para que se deslizara sin problemas. Las manos de la bruja actuaron con la misma inmediatez. Le atrapó entre sus senos, creando presión a su alrededor. Birkoff gruñó. Disfrutaba de la maldita sensación. Sin dejar de empujar sus caderas, sus dedos continuaron con la exploración.

Enterró dos de sus dedos hasta los nudillos. El cuerpo bajo él se arqueó. Estaba acostumbrado a tener lo que quería, cuando y cómo lo quería. Sus padres lo habían malcriado desde pequeño que, cuando decidieron enmendar su error, había sido demasiado tarde. No solo se negó a compartir la atención de ellos con un hermano, sino también a compartir el poder y la fortuna que, como el primogénito le correspondía. Una vez que su hambre por la magia oscura lo embargó, fue cuestión de tiempo que se deshiciera de cualquier otro Seymour. Akim – su padre – había sufrido un cruel destino. Estaba obligado a permanecer a su lado dentro del colgante en forma de dragón. Desde su muerte, solo un par de veces le había permitido salir y, en cada una de esas ocasiones, había sido porque necesitaba de sus conocimientos. Tanto él como su madre, le habían negado el acceso a los hechizos más poderoso y aunque Adrik – el pequeño fantasma – había conseguido dar con el escondite del libro; sabía que no todo lo que ellos sabían estaba escrito en esas líneas. ¿Por qué pensaba en todo eso mientras su miembro seguía deslizándose entre el pecho de la bruja? Ella se había convertido en un problema. Al principio, solo había querido acercarse y ganarse su confianza para traicionarle, ahora… Empujó con fuerza, gruñendo cuando los labios de Séfer se separaron y su lengua, tentativa, le dio una lamida. Él se movió unos centímetros más para dejarle explorarlo. – No vas a necesitar pronunciar ningún nombre. Dudo que puedas hablar en los próximos minutos. Como había hecho en su interior, entre sus pechos, arremetió. Le gustaba ver cómo su falo desaparecía en su boca, el sonido de rechazo cuando su garganta se negaba a dejarlo avanzar. Dado que él se encontraba amordazándola con su peso, no había forma de que la bruja pudiese apartarlo. Ella intentó empujarlo, pero para Birkoff resultaron tiernas caricias. – Afloja, Séfer. O te vas ahogar. Enarcó una ceja, su egocentrismo destilaba por todos lares.
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