AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Infamous [Privado]
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Infamous [Privado]
La muerta era mi compañera y amiga desde que tenía conciencia y noción de mi propia existencia y perfección. Me había criado en un ambiente aristocrático, sí, pero guerrero hasta la saciedad, puesto que la totalidad de la sociedad espartana estaba moldeada por el régimen de guerra en el que vivíamos y en el que nos habían educado para hacer de nosotros no solamente los hombres mejores de toda la Hélade, sino también los mejores guerreros, tan letales que sólo con mencionar el nombre de cualquiera de nuestros generales cualquier enemigo se echaría a temblar. Si ya, como había sido mi caso, me habían entrenado para ser el mejor de entre todos los guerreros, el monarca de mi polis, era evidente que la práctica que tenía en el arte de la muerte era extensa sin necesidad de ejercitarla después de morir como humano.
Y, sin embargo, lo había hecho. No era únicamente por necesidad, para alimentarme de las pobres almas en desgracia que no tenían la culpa de ser insectos bajo la sandalia de un dios como lo era yo; también era porque me gustaba mucho ver el sufrimiento ajeno, y sobre todo disfrutaba de sus caras cuando pedían una piedad que no pensaba, en absoluto, darles. ¿Para qué? ¿Para acortar su sufrimiento? Ja. Con eso sólo conseguiría abreviar mi diversión, y no es producente ni para la víctima ni para el verdugo, razón por la cual seguía y seguiría haciendo lo que me viniera en gana, como era el caso.
Aquella noche, en la que la luna nueva ponía a trabajar a mis sentidos de cazador al sumir la superficie de tumbas de piedra en la más aparentemente absoluta de las oscuridades, fue mi oído, antes que mi olfato, quien había captado el corazón latiendo apresurado de una víctima que pasaría a ser mi postre, dado que ya había cenado. Me gustaba cazar en aquel cementerio por, precisamente, el silencio que se respiraba en él; me ponía a prueba, igual que las condiciones del tiempo, para ver si era merecedor de alimentarme hasta llenarme de sangre humana, y como evidentemente me correspondía eso y mucho más, siempre lo tenía realmente fácil para atrapar a mis víctimas.
Sólo era necesaria, aquella noche, una pequeñísima actuación, que ni siquiera tenía que ver con recitar un guión preparado de antemano. Apenas bastaba cubrirme con un manto que me tapara el rostro e hiciera las veces de capucha para que cualquiera pensara que era alguien parecido a una de las plañideras tan frecuentes en los entierros de mi cultura por nacimiento; en definitiva, una persona que se tapa el rostro para gozar de intimidad a la hora de lamentar la pérdida de un ser querido, como si yo lamentara perder a alguien... En cualquier caso, la actuación le daba interés a la caza, y ¿por qué no? Un sabor distinto a la sangre que el del miedo, al que estaba tan acostumbrado...
Cubierto como lo estaba por el pedazo de tela que se convertiría en mi atrezzo, en fin, caminé entre las lápidas medio derruidas y cubiertas de musgo de aquella parte del cementerio, mucho más antigua que en la que solía haber más gente. Las mismas estatuas de piedra de ángeles antaño amables pero hoy simplemente siniestros por la oscuridad de sus facciones y lo diabólico de sus sonrisas, a ejemplo de la mía, revelaban el desuso de la zona, que era menos utilizada que las nuevas, pero a la que acudían personas cuyos ancestros permanecían enterrados en el cementerio, a aquellas alturas ya como parte de los árboles que se nutrían de su podredumbre. Allí, agachada frente a una tumba, la encontré.
Su rostro me resultó fácil de reconocer porque se correspondía con el de su madre, a quien también había matado hacía tanto tiempo que su sepultura ya estaba en ruinas, y su sangre olía exactamente igual. La había torturado hacía ya bastante, pero me parecía como si fuera ayer, y también como si los gritos de terror de la primera víctima, la madre, se escucharan como lamentos que transportaba el viento. Incluso muerta me temía... Prueba de que era inteligente, no como su hija, corrompida por el parecido a un padre del que ni siquiera me había alimentado porque eso suponía ensuciar mi cuerpo con una sangre de tan baja calidad.
Me acerqué a ella en total silencio, pues no hice un solo ruido, y me planté frente a la tumba y la pequeña figura, de una joven, que lloraba frente a ella. Negué con la cabeza, con una media sonrisa divertida ante su estupidez, y me agaché a su lado, con una de mis manos apoyada en su hombro, suavemente pero sin permitirle escapar. Un escalofrío recorrió su cuerpo y aceleró aún más su corazón, música para mis oídos que se alzaba en el silencio provocado por su mutismo. Bueno, son efectos secundarios del miedo, es algo normal, y estaba tan acostumbrado a ser el protagonista de las pesadillas de mis víctimas que, ni siquiera cuando intentaban revolverse, como era su caso, se me borraba la satisfacción. Era entonces cuando empezaba la diversión...
La giré para que quedara frente a mí y me viera el rostro, sumido en las sombras y en el que sólo destacaban mis ojos abiertos de par en par y mi sonrisa llena de dientes, con los colmillos insultantemente largos. En vez de sentir miedo paralizante, su instinto de supervivencia tomó las riendas y luchó... en vano, pero lo hizo.
– Esto está mejor... Cuando las mujeres de tu familia sabéis a miedo no resultáis tan apetitosas. – comenté, con voz tranquila, y la cogí de las muñecas para levantarla de la tumba y arrastrarla a un mausoleo, cuya verja cerré tras de nosotros con tal ímpetu que bailó en sus goznes al son de la propia melodía que provocaba, de chirridos agudos y golpes contra la pared.
El mausoleo de una familia desconocida, lleno de las tumbas de personas que era muy posible que yo hubiera matado, fue el escenario de mi tortura. La golpeaba, la desmembraba y le daba de mi sangre para que se recuperara y pudiera volver a empezar; quemaba su cuerpo, lo cortaba con metales oxidados y desafilados y veía la sangre corroerse poco a poco hasta que unas gotas de la mía la arreglaban y la sanaban. Ella no gritó... Con lo mucho que me hubiera gustado que lo hiciera. Eso fue lo que me obligó a morderle el cuello y desangrarla en mi boca para alimentarme de su esencia vital. Entonces sí que chilló como un cerdo en el matadero, pero a mí no me importaba, porque a fin de cuentas eso le daba mejor sabor a mi banquete.
Cuando terminé con ella, arrojé su cadáver roto al suelo, igual que la capa que había utilizado para cubrirme y que la tapó sólo en parte. Con las ropas aristocráticas que portaba debajo y la boca manchada de sangre, salí del mausoleo en el que muchas veces dormía y me relamí en el exterior, con los ángeles de piedra de las tumbas como testigos mudos de mi tortura. Pero ellos no eran los únicos, lo noté cuando escuché, de fondo, otro corazón humano latir, demasiado cerca para ser un visitante del cementerio... demasiado seguro para ser de un humano cualquiera.
– ¿Te ha gustado el espectáculo? Lo mínimo, en ese caso, es que salgas y aplaudas al maestro. – sugerí, encogiéndome de hombros y con la mirada clavada en la dirección de la que venía el sonido del corazón y de donde, seguramente, saldría quien no solamente no había huido ante mi sed de sangre, sino que se había acercado más y más a la boca del lobo, de donde si no tenía cuidado no podría escapar...
Y, sin embargo, lo había hecho. No era únicamente por necesidad, para alimentarme de las pobres almas en desgracia que no tenían la culpa de ser insectos bajo la sandalia de un dios como lo era yo; también era porque me gustaba mucho ver el sufrimiento ajeno, y sobre todo disfrutaba de sus caras cuando pedían una piedad que no pensaba, en absoluto, darles. ¿Para qué? ¿Para acortar su sufrimiento? Ja. Con eso sólo conseguiría abreviar mi diversión, y no es producente ni para la víctima ni para el verdugo, razón por la cual seguía y seguiría haciendo lo que me viniera en gana, como era el caso.
Aquella noche, en la que la luna nueva ponía a trabajar a mis sentidos de cazador al sumir la superficie de tumbas de piedra en la más aparentemente absoluta de las oscuridades, fue mi oído, antes que mi olfato, quien había captado el corazón latiendo apresurado de una víctima que pasaría a ser mi postre, dado que ya había cenado. Me gustaba cazar en aquel cementerio por, precisamente, el silencio que se respiraba en él; me ponía a prueba, igual que las condiciones del tiempo, para ver si era merecedor de alimentarme hasta llenarme de sangre humana, y como evidentemente me correspondía eso y mucho más, siempre lo tenía realmente fácil para atrapar a mis víctimas.
Sólo era necesaria, aquella noche, una pequeñísima actuación, que ni siquiera tenía que ver con recitar un guión preparado de antemano. Apenas bastaba cubrirme con un manto que me tapara el rostro e hiciera las veces de capucha para que cualquiera pensara que era alguien parecido a una de las plañideras tan frecuentes en los entierros de mi cultura por nacimiento; en definitiva, una persona que se tapa el rostro para gozar de intimidad a la hora de lamentar la pérdida de un ser querido, como si yo lamentara perder a alguien... En cualquier caso, la actuación le daba interés a la caza, y ¿por qué no? Un sabor distinto a la sangre que el del miedo, al que estaba tan acostumbrado...
Cubierto como lo estaba por el pedazo de tela que se convertiría en mi atrezzo, en fin, caminé entre las lápidas medio derruidas y cubiertas de musgo de aquella parte del cementerio, mucho más antigua que en la que solía haber más gente. Las mismas estatuas de piedra de ángeles antaño amables pero hoy simplemente siniestros por la oscuridad de sus facciones y lo diabólico de sus sonrisas, a ejemplo de la mía, revelaban el desuso de la zona, que era menos utilizada que las nuevas, pero a la que acudían personas cuyos ancestros permanecían enterrados en el cementerio, a aquellas alturas ya como parte de los árboles que se nutrían de su podredumbre. Allí, agachada frente a una tumba, la encontré.
Su rostro me resultó fácil de reconocer porque se correspondía con el de su madre, a quien también había matado hacía tanto tiempo que su sepultura ya estaba en ruinas, y su sangre olía exactamente igual. La había torturado hacía ya bastante, pero me parecía como si fuera ayer, y también como si los gritos de terror de la primera víctima, la madre, se escucharan como lamentos que transportaba el viento. Incluso muerta me temía... Prueba de que era inteligente, no como su hija, corrompida por el parecido a un padre del que ni siquiera me había alimentado porque eso suponía ensuciar mi cuerpo con una sangre de tan baja calidad.
Me acerqué a ella en total silencio, pues no hice un solo ruido, y me planté frente a la tumba y la pequeña figura, de una joven, que lloraba frente a ella. Negué con la cabeza, con una media sonrisa divertida ante su estupidez, y me agaché a su lado, con una de mis manos apoyada en su hombro, suavemente pero sin permitirle escapar. Un escalofrío recorrió su cuerpo y aceleró aún más su corazón, música para mis oídos que se alzaba en el silencio provocado por su mutismo. Bueno, son efectos secundarios del miedo, es algo normal, y estaba tan acostumbrado a ser el protagonista de las pesadillas de mis víctimas que, ni siquiera cuando intentaban revolverse, como era su caso, se me borraba la satisfacción. Era entonces cuando empezaba la diversión...
La giré para que quedara frente a mí y me viera el rostro, sumido en las sombras y en el que sólo destacaban mis ojos abiertos de par en par y mi sonrisa llena de dientes, con los colmillos insultantemente largos. En vez de sentir miedo paralizante, su instinto de supervivencia tomó las riendas y luchó... en vano, pero lo hizo.
– Esto está mejor... Cuando las mujeres de tu familia sabéis a miedo no resultáis tan apetitosas. – comenté, con voz tranquila, y la cogí de las muñecas para levantarla de la tumba y arrastrarla a un mausoleo, cuya verja cerré tras de nosotros con tal ímpetu que bailó en sus goznes al son de la propia melodía que provocaba, de chirridos agudos y golpes contra la pared.
El mausoleo de una familia desconocida, lleno de las tumbas de personas que era muy posible que yo hubiera matado, fue el escenario de mi tortura. La golpeaba, la desmembraba y le daba de mi sangre para que se recuperara y pudiera volver a empezar; quemaba su cuerpo, lo cortaba con metales oxidados y desafilados y veía la sangre corroerse poco a poco hasta que unas gotas de la mía la arreglaban y la sanaban. Ella no gritó... Con lo mucho que me hubiera gustado que lo hiciera. Eso fue lo que me obligó a morderle el cuello y desangrarla en mi boca para alimentarme de su esencia vital. Entonces sí que chilló como un cerdo en el matadero, pero a mí no me importaba, porque a fin de cuentas eso le daba mejor sabor a mi banquete.
Cuando terminé con ella, arrojé su cadáver roto al suelo, igual que la capa que había utilizado para cubrirme y que la tapó sólo en parte. Con las ropas aristocráticas que portaba debajo y la boca manchada de sangre, salí del mausoleo en el que muchas veces dormía y me relamí en el exterior, con los ángeles de piedra de las tumbas como testigos mudos de mi tortura. Pero ellos no eran los únicos, lo noté cuando escuché, de fondo, otro corazón humano latir, demasiado cerca para ser un visitante del cementerio... demasiado seguro para ser de un humano cualquiera.
– ¿Te ha gustado el espectáculo? Lo mínimo, en ese caso, es que salgas y aplaudas al maestro. – sugerí, encogiéndome de hombros y con la mirada clavada en la dirección de la que venía el sonido del corazón y de donde, seguramente, saldría quien no solamente no había huido ante mi sed de sangre, sino que se había acercado más y más a la boca del lobo, de donde si no tenía cuidado no podría escapar...
Invitado- Invitado
Re: Infamous [Privado]
Calin, el gato negro que siempre le acompañaba, dejó escapar un siseo al mismo tiempo que los fantasmas que habían acudido a su llamado se dispersaban. ¡Ellos no podían esconderse de su presencia! Era una experta en encontrar aquello que no quería ser encontrado. Las vibraciones que habían atravesado su alma, esa parte de sí que se alimentaba del poder corrompido de los muertos, funcionaba como los hilos de sus marionetas. Solo tenía que mover el que quería y en el siguiente instante se le revelaría. Desde su llegada a Paris, había reclamado el cementerio de Montmartre como su campo de trabajo, ¡y cómo no! ese enorme pedazo de tierra estaba a rebosar de poder. Era una fuente inagotable de ello. La sonrisa que asomó lentamente en sus labios, se hizo más pronunciada con cada segundo que pasaba. En su mano, se encontraba una muñeca de trapo, del tipo que encuentras en tiendas donde jamás verás a damas de la alta sociedad. Krina la había creado y eso la hacía especial, incluso si no había llegado a concluir el ritual. Su sonrisa desapareció abruptamente al sentir la presencia de un nuevo ser. Un vampiro. Los nigromantes, quienes tenían el poder sobre todos los muertos, podían sentir el tirón en sus auras cuando estaban cerca de ellos. Algunos de esos inmortales, la mayoría si le preguntaban, preferían pasar por alto ese detalle antes de aceptar que incluso un brujo podía sentirlos. El silencio barrió con fuerza cualquier sonido, como si ellos también temieran al nuevo inquilino. – Esto podría ser interesante, Calin. La excitación casi era palpable en sus palabras. El siseo del animal era toda la respuesta que iba a conseguir. El cambiaformas tenía una aversión hacia los hijos de la noche pero, no importaba cuán fuerte fuese su convicción, nunca le dejaría sola. Atraída por el despliegue de poder, sus pies se movieron conducidos por la curiosidad. Si los fantasmas habían huido, aquello significaba que conocían a ese vampiro. La bruja quería conocer al ser que provocaba esa reacción en ellos, al culpable de que su muñeca siguiese… vacía.
Su compañero llevaba la delantera, claramente dispuesto a protegerla de cualquier ataque. Era una cosa buena que Calin estuviese enamorado. Ella no tenía que hacer nada, excepto utilizar esos mismos sentimientos en su contra. Si quisiese, solo tendría que crear una poción y volver loco de la obsesión a quien quiera que se propusiera. No había límites para una bruja, ni siquiera el hecho de que el amor no pudiese embotellarse. Mientras caminaba tras él, una sonrisa manipuladora iluminó su rostro. Le vio erizarse cuando se aproximaron más al lugar de donde provenían las oleadas de un oscuro poder. ‘‘Así que la telaraña ha sido tejida y el insecto caído en la trampa, se retuerce de desesperación.’’ Se detuvo ante la oxidada verja. Los sentidos agudizados del vampiro ya habrían revelado su presencia, a no ser que estuviese lo suficientemente entretenido… ¡Lo estaba! A través de la verja, tuvo destellos de movimientos masculinos, destellos que revelaban que había hecho eso cientos de veces. No fue hasta que regresó sobre sus pasos que escuchó los chillidos de la hembra. Ella no necesitaba jugar a la espectadora, no cuando tenía a todos esos fantasmas para obtener toda la información que deseara. El vampiro tarde o temprano terminaría sus juegos. No supo cuanto tiempo pasó, pero cuando percibió el cambio en las corrientes de aire, un par de fantasmas estaban congelados a su alrededor. La molestia de Krina había empezado a materializarse cuando obtuvo vagas respuestas. Todo lo que repetían era que el vampiro hacía eso a menudo. Ahora, ¡una de ellas había sido su víctima! La voz, teñida de sensualidad, le hizo crispar los nervios. ¿Por qué tenían que ser tan arrogantemente magníficos? Ella no era una de esas hembras que caería presa de sus hechizos. Antes de que pudiese abrir los labios y decir lo primero que tenía en la mente, recordó que pronto necesitaría aliarse con uno de ellos. Su sangre debía ser poderosa, su presencia era innegable. Krina solo se abastecía de lo mejor, después de todo, eran las almas de sus clientes el precio que se cobraba. ¿Bruja mala o bruja buena? ¿Quizás ambas o ninguna de ellas? – No he podido quedarme para presenciar el desenlace, Monsieur, pero la obra ciertamente ha sido agradable. Debo confesar que mi parte favorita fue cuando la víctima adoptó por completo su personaje. Mientras hablaba, rodeó la enorme estatua de un ángel. De nada servía mantenerse fuera de la vista.
Su compañero llevaba la delantera, claramente dispuesto a protegerla de cualquier ataque. Era una cosa buena que Calin estuviese enamorado. Ella no tenía que hacer nada, excepto utilizar esos mismos sentimientos en su contra. Si quisiese, solo tendría que crear una poción y volver loco de la obsesión a quien quiera que se propusiera. No había límites para una bruja, ni siquiera el hecho de que el amor no pudiese embotellarse. Mientras caminaba tras él, una sonrisa manipuladora iluminó su rostro. Le vio erizarse cuando se aproximaron más al lugar de donde provenían las oleadas de un oscuro poder. ‘‘Así que la telaraña ha sido tejida y el insecto caído en la trampa, se retuerce de desesperación.’’ Se detuvo ante la oxidada verja. Los sentidos agudizados del vampiro ya habrían revelado su presencia, a no ser que estuviese lo suficientemente entretenido… ¡Lo estaba! A través de la verja, tuvo destellos de movimientos masculinos, destellos que revelaban que había hecho eso cientos de veces. No fue hasta que regresó sobre sus pasos que escuchó los chillidos de la hembra. Ella no necesitaba jugar a la espectadora, no cuando tenía a todos esos fantasmas para obtener toda la información que deseara. El vampiro tarde o temprano terminaría sus juegos. No supo cuanto tiempo pasó, pero cuando percibió el cambio en las corrientes de aire, un par de fantasmas estaban congelados a su alrededor. La molestia de Krina había empezado a materializarse cuando obtuvo vagas respuestas. Todo lo que repetían era que el vampiro hacía eso a menudo. Ahora, ¡una de ellas había sido su víctima! La voz, teñida de sensualidad, le hizo crispar los nervios. ¿Por qué tenían que ser tan arrogantemente magníficos? Ella no era una de esas hembras que caería presa de sus hechizos. Antes de que pudiese abrir los labios y decir lo primero que tenía en la mente, recordó que pronto necesitaría aliarse con uno de ellos. Su sangre debía ser poderosa, su presencia era innegable. Krina solo se abastecía de lo mejor, después de todo, eran las almas de sus clientes el precio que se cobraba. ¿Bruja mala o bruja buena? ¿Quizás ambas o ninguna de ellas? – No he podido quedarme para presenciar el desenlace, Monsieur, pero la obra ciertamente ha sido agradable. Debo confesar que mi parte favorita fue cuando la víctima adoptó por completo su personaje. Mientras hablaba, rodeó la enorme estatua de un ángel. De nada servía mantenerse fuera de la vista.
Krina Bălănescu- Hechicero Clase Media
- Mensajes : 26
Fecha de inscripción : 04/01/2013
DATOS DEL PERSONAJE
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Datos de interés:
Re: Infamous [Privado]
La bruja con apariencia de súcubo, como descubrí en cuanto salió de su improvisado escondrijo acompañada de un gato, se había estado ocultando en el lugar más irónico de todo el cementerio para hacerlo. Hasta yo, experto en aquel arte, tuve que reconocer que en su obvia inferioridad había un talento claro para darle gracia retorcida a la situación, pero no lo dije, sino que limité a examinarla y a reforzar mi opinión de que tras su apariencia angelical se ocultaba, sin duda, alguien que parecía salida del Infierno... si es que creías en ello, como no era mi caso.
Ni siquiera su olor a bruja, que era diferente al que emitían los humanos, conseguía echarme para atrás, y eso que los efluvios de los muertos y la muñeca de trapo que la acompañaban no suponían alicientes para mi vista, que continuaba recorriéndola. Resultaba curiosa, sobre todo porque no se había perdido una pizca del espectáculo y no contenta con ello me estaba mirando, aunque claro, no era como si la situación le permitiera hacer otra cosa... Hasta en eso se daba cuenta de mi superioridad.
– Llega siempre un momento en el que todos representan el papel que les corresponde, no era ninguna novedad que ella fuera a hacerlo. Al final, todo se vuelve previsible, y la gracia está precisamente en hacer de cada cosa previsible un acontecimiento único y memorable como el que tú has visto.
Ah, la falta de cortesía, la sutil diferencia entre el tratamiento que ella había utilizado conmigo, el de monsieur, y el descarado tuteo al que yo la había sometido para diferenciarnos aún más, si es que se podía... y lo dudaba. Las diferencias entre nosotros resultaban evidentes, sobre todo en la parte que me tocaba como natural superior a ella, y cualquier pequeña palabra que intercambiáramos ayuda a situarnos en dos planos opuestos, uno arriba y otro abajo. Medio sonreí, con la boca manchada de sangre.
– Pero esto no es por lo que has venido. Lo afirmé, no lo sugerí esta vez. No estaba en mi naturaleza cometer errores, y no dar por supuesto que ella había tenido otro objetivo en mente diferente a ver mi obra de arte macabra habría sido incurrir en un fallo que no era propio de mí. Eso habría supuesto reducirme al nivel de un humano cualquiera, una ofensa tal que era impensable. – Ha sido sólo... ¿cómo llamarlo? Un premio extra, una sorpresa, algo inesperado.
Con pasos lentos y tranquilos, me acerqué hasta la estatua del ángel donde ella estaba, aún, inmóvil. El gato que se encontraba bajo sus pies parecía agresivo, y lo pareció aún más a cada paso que daba, pero bastó una simple mirada por mi parte para que se limitara a bufar y erizar el pelaje, con miedo a que decidiera tomármelo como aperitivo después de la cena, pese a que no me fueran mucho los gatos, ni los animales en general, con la obvia excepción de los humanos.
– Así que eso me lleva a preguntarte ¿qué haces aquí, bruja? – pregunté, con auténtica curiosidad, aunque sólo en parte dedicada a ella, puesto que si quería saber qué era lo que la traía allí era por saber si tenía que matarla rápidamente o podía entretenerme más con ella, algo que en principio me apetecía más, pues sólo había que verla.
Pese a que no fuera ni siquiera mi tipo, o al menos no del tipo de mujeres que más me atraían, la parte que ocultaba debajo de la apariencia de niña buena era lo que me atraía, su mente sin duda retorcida y oscura que era además capaz de mostrarse sumamente desafiante, como lo estaba en aquel momento, sobre todo teniendo en cuenta que sin palabras la había amenazado y seguía allí plantada, aunque eso era razonable por ser yo quien la estaba enfrentando. Ni siquiera me interesaba su nombre, porque eso era secundario y repetitivo, sólo sus motivos, al menos en aquel momento, ya que eran la clave de mi actuación futura, todo un privilegio para ella.
– Que tenga la eternidad al completo no significa que me guste perder el tiempo en tonterías. – comenté, con cierta peligrosidad implícita en los rasgos e instándola, por no decir obligándola sin palabras que lo hicieran de manera patente, a que se diera prisa y respondiera a mis preguntas ya que, de aquella manera, quizá me planteara dejarla con vida al final... de lo contrario, terminaría tan carente de existencia como esa muñeca a la que se estaba aferrando.
Ni siquiera su olor a bruja, que era diferente al que emitían los humanos, conseguía echarme para atrás, y eso que los efluvios de los muertos y la muñeca de trapo que la acompañaban no suponían alicientes para mi vista, que continuaba recorriéndola. Resultaba curiosa, sobre todo porque no se había perdido una pizca del espectáculo y no contenta con ello me estaba mirando, aunque claro, no era como si la situación le permitiera hacer otra cosa... Hasta en eso se daba cuenta de mi superioridad.
– Llega siempre un momento en el que todos representan el papel que les corresponde, no era ninguna novedad que ella fuera a hacerlo. Al final, todo se vuelve previsible, y la gracia está precisamente en hacer de cada cosa previsible un acontecimiento único y memorable como el que tú has visto.
Ah, la falta de cortesía, la sutil diferencia entre el tratamiento que ella había utilizado conmigo, el de monsieur, y el descarado tuteo al que yo la había sometido para diferenciarnos aún más, si es que se podía... y lo dudaba. Las diferencias entre nosotros resultaban evidentes, sobre todo en la parte que me tocaba como natural superior a ella, y cualquier pequeña palabra que intercambiáramos ayuda a situarnos en dos planos opuestos, uno arriba y otro abajo. Medio sonreí, con la boca manchada de sangre.
– Pero esto no es por lo que has venido. Lo afirmé, no lo sugerí esta vez. No estaba en mi naturaleza cometer errores, y no dar por supuesto que ella había tenido otro objetivo en mente diferente a ver mi obra de arte macabra habría sido incurrir en un fallo que no era propio de mí. Eso habría supuesto reducirme al nivel de un humano cualquiera, una ofensa tal que era impensable. – Ha sido sólo... ¿cómo llamarlo? Un premio extra, una sorpresa, algo inesperado.
Con pasos lentos y tranquilos, me acerqué hasta la estatua del ángel donde ella estaba, aún, inmóvil. El gato que se encontraba bajo sus pies parecía agresivo, y lo pareció aún más a cada paso que daba, pero bastó una simple mirada por mi parte para que se limitara a bufar y erizar el pelaje, con miedo a que decidiera tomármelo como aperitivo después de la cena, pese a que no me fueran mucho los gatos, ni los animales en general, con la obvia excepción de los humanos.
– Así que eso me lleva a preguntarte ¿qué haces aquí, bruja? – pregunté, con auténtica curiosidad, aunque sólo en parte dedicada a ella, puesto que si quería saber qué era lo que la traía allí era por saber si tenía que matarla rápidamente o podía entretenerme más con ella, algo que en principio me apetecía más, pues sólo había que verla.
Pese a que no fuera ni siquiera mi tipo, o al menos no del tipo de mujeres que más me atraían, la parte que ocultaba debajo de la apariencia de niña buena era lo que me atraía, su mente sin duda retorcida y oscura que era además capaz de mostrarse sumamente desafiante, como lo estaba en aquel momento, sobre todo teniendo en cuenta que sin palabras la había amenazado y seguía allí plantada, aunque eso era razonable por ser yo quien la estaba enfrentando. Ni siquiera me interesaba su nombre, porque eso era secundario y repetitivo, sólo sus motivos, al menos en aquel momento, ya que eran la clave de mi actuación futura, todo un privilegio para ella.
– Que tenga la eternidad al completo no significa que me guste perder el tiempo en tonterías. – comenté, con cierta peligrosidad implícita en los rasgos e instándola, por no decir obligándola sin palabras que lo hicieran de manera patente, a que se diera prisa y respondiera a mis preguntas ya que, de aquella manera, quizá me planteara dejarla con vida al final... de lo contrario, terminaría tan carente de existencia como esa muñeca a la que se estaba aferrando.
Invitado- Invitado
Re: Infamous [Privado]
Una ligera sonrisa perfilaba sus labios. Había tratado con los de su clase el tiempo suficiente para saber qué decir y qué hacer para alimentar a sus egos. En la cadena alimenticia se creían superiores. Eran tan confiados de sí mismos. La bruja sabía lo que él veía. Para el vampiro, ella no era más que un cuello palpitante que podía servirle como cena. Lo cual era fastidioso - ¡e irritante! – si se le cuestionaba. Una noche, su arrogancia iba a destruirlo. No importaba cuán antiguo se era, cualquiera podría caer en su propia trampa. No tenía que ver el futuro para saberlo. Su primer y único error era infravalorar la habilidad e inteligencia de los demás. Si realmente fueran tan indestructibles como se creían, la humanidad habría desaparecido hacía mucho tiempo; excepto que, necesitaban de su sangre para hacerlo. Ni siquiera podían aceptar que estaban cavando su propia tumba, matando a diestra y siniestra, dejando sobrevivientes a su estela. ¿De verdad no podían ver que su supervivencia estaba en el anonimato? Cientos de brujas habían ardido en la hoguera por menos. Se había enzarzado en conversaciones sinsentido con su nuevo ayudante – Caliban – mientras él profanaba tumbas y ella observaba, sobre cuán mal estaban las estrategias de la iglesia. Al parecer, los inquisidores preferían reducir el número de sus miembros enviándolos a la batalla durante la noche, cuando sus enemigos eran más poderosos. En su opinión y, si tuviera que hacerlo, conduciría a un cabreado y selecto grupo hasta las guaridas de los bebedores de sangre mientras eran vulnerables. – ¡Caramba! ¡Cuánta arrogancia! ¿Eres así durante el día? Me es difícil imaginarte como estás ahora, “quizás más como una rata atrapada en su ratonera.” Sus comisuras se ensancharon. Krina no le tenía miedo a nada, ni a nadie. Había cosas peores que la muerte. Ella lo demostraba cada que se hacía con las almas de sus clientes. Sus últimas palabras habían sido un mero pensamiento. Sabía de las habilidades de éstos. Alexander podía ser muy conversador cuando estaba satisfecho. El ir de un lado a otro para llevar a todas partes del mundo su show con las muñecas, le había obligado a aliarse con quien menos se esperaba. No sería la primera vez que terminase haciendo migas con quien intentase matarla.
En ese instante, un fantasma se materializó sobre una de las lápidas que estaban en el lado opuesto a ella. Sus labios se movían, pero no emitían ningún sonido. Su experiencia atrapándolos los hacía previsibles. Todos querían algo de la nigromante. Su mirada se tornó evaluadora. La bruja no se molestaba en tomar cualquier alma. Éstos tenían que estar muy trastornados para que funcionaran. Debían sentir un profundo odio e irresistible deseo de venganza. Le cadavre joyeux era famoso por sus excentricidades y por la maligna presencia que se sentía incluso desde el umbral de la casona donde se presentaban. Tan solo la noche anterior había hecho una visita inesperada al sanatorio mental para expandir su colección. Las marionetas que Calin hábilmente había tallado eran lo que le faltaba. Quería que todo estuviese listo para cuando abriesen por primera vez en Paris. ¡De eso dependía su éxito! Con tal concentración de seres sobrenaturales en los alrededores, no debía significar un problema. Era tan fácil encontrar almas errantes en los callejones de la ciudad. Como había pensado previamente, ellos no se preocupaban mucho por mantener ignorante a los habitantes. La bruja soltó un jadeo de excitación al contemplar al fantasma. Si bien no se había quedado el tiempo suficiente para apreciar al vampiro en acción, reconocía a la joven. Además, ésta se había quedado con la boca abierta en lo que claramente era un grito al ver a su asesino. Como si el oscuro ser no significase un problema inminente, se movió hasta quedar ante el espíritu. Calin debía bastar como barrera, por el momento. El cambiaformas, que tenía la habilidad para pasar como un simple animal, tenía un par de trucos bajo la manga. Decidió que era momento de contestar. – Esto es lo que hacía antes de que aparecieras. La irritación era apenas perceptible en su voz. – Su alma bastará para que estemos en paz. Ahora, si no te molesta... Fue entonces cuando empezó a trabajar, recurriendo a su innato talento para atrapar las almas en muñecas o cualquier objeto inanimado que quisiera.
En ese instante, un fantasma se materializó sobre una de las lápidas que estaban en el lado opuesto a ella. Sus labios se movían, pero no emitían ningún sonido. Su experiencia atrapándolos los hacía previsibles. Todos querían algo de la nigromante. Su mirada se tornó evaluadora. La bruja no se molestaba en tomar cualquier alma. Éstos tenían que estar muy trastornados para que funcionaran. Debían sentir un profundo odio e irresistible deseo de venganza. Le cadavre joyeux era famoso por sus excentricidades y por la maligna presencia que se sentía incluso desde el umbral de la casona donde se presentaban. Tan solo la noche anterior había hecho una visita inesperada al sanatorio mental para expandir su colección. Las marionetas que Calin hábilmente había tallado eran lo que le faltaba. Quería que todo estuviese listo para cuando abriesen por primera vez en Paris. ¡De eso dependía su éxito! Con tal concentración de seres sobrenaturales en los alrededores, no debía significar un problema. Era tan fácil encontrar almas errantes en los callejones de la ciudad. Como había pensado previamente, ellos no se preocupaban mucho por mantener ignorante a los habitantes. La bruja soltó un jadeo de excitación al contemplar al fantasma. Si bien no se había quedado el tiempo suficiente para apreciar al vampiro en acción, reconocía a la joven. Además, ésta se había quedado con la boca abierta en lo que claramente era un grito al ver a su asesino. Como si el oscuro ser no significase un problema inminente, se movió hasta quedar ante el espíritu. Calin debía bastar como barrera, por el momento. El cambiaformas, que tenía la habilidad para pasar como un simple animal, tenía un par de trucos bajo la manga. Decidió que era momento de contestar. – Esto es lo que hacía antes de que aparecieras. La irritación era apenas perceptible en su voz. – Su alma bastará para que estemos en paz. Ahora, si no te molesta... Fue entonces cuando empezó a trabajar, recurriendo a su innato talento para atrapar las almas en muñecas o cualquier objeto inanimado que quisiera.
Krina Bălănescu- Hechicero Clase Media
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Fecha de inscripción : 04/01/2013
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Re: Infamous [Privado]
A la bruja le gustaba jugar con fuego, ignorando que podría quemarse si no se andaba con cuidado, pero yo no sería quien se lo dijera. Si me tenía en tan poca estima, un error garrafal por su parte al ignorar que yo era perfecto pero en fin, allá ella, no iba a ser yo quien la avisara de que corría peligro, más cuando seguramente le gustara sufrir. Si no, ¿por qué se atrevía a provocar a un dios como lo era yo, que a la mínima la aplastaría bajo mi peso sin sentir el más mínimo remordimiento? Y, lo más importante, ¿por qué me infravaloraba tanto, si no era por alguna extraña ansia masoquista?
Se me veía a la legua que era un vampiro antiguo, no un simple neófito que no supiera nada de la otra vida y de la sangre que la regía, por lo que poner en duda mis capacidades para protegerme durante el día, cuando el sol estaba en lo alto, era una soberana estupidez. Aunque, hablando de estupidez, ¿qué inteligencia demostraba ella estando en un cementerio sola salvo por la compañía de un cambiaformas transformado frente a alguien como yo...? Dependía enteramente de mis caprichos, y esa era la definición de arma de doble filo más apropiada que podía ocurrírsele a alguien para configurar la palabra.
En cualquier caso, no dije nada y me limité a verla jugar con sus muertos y sus muñecas, con cierta curiosidad. No todos los días se veía a una bruja medio masoquista y suicida que, además, le daba un significado tan literal al concepto de titiritero que solía darse a algunos de sus poderes, y por eso tenía cierta curiosidad. Por eso y porque, claro, el fantasma que estaba utilizando se lo había proporcionado yo gracias a mis habilidades para matar humanos, tan indudables como lo eran absolutamente todas las demás por eso de ser perfecto.
– ¿Sólo un alma? Y yo que te veía cara de ser ambiciosa... – provoqué, con una sonrisa ladina y pérfida que le dediqué en exclusiva por no haberle quitado aún la mirada de encima. Las artes de los brujos no me impresionaban, porque por muchas maravillas que pudieran hacer, y eso era algo de lo que sólo eran capaces los menos, seguían siendo humanos a fin de cuentas, y su vida era tan frágil como lo era su cuello bajo el impulso adecuado o la fuerza precisa que un par de manos bien educadas en el arte de la muerte pudieran proporcionarles.
Además, en el caso de ella, no era tanto una bruja como una depredadora. Rapiñaba almas que yo y otros como yo (bueno, que querían serlo pero que no llegarían nunca a mi nivel de perfección, eso por descontado) le proporcionábamos y ni siquiera nos daba algo a cambio, ¡qué osadía! Y yo iba a asegurarme de recibir mi premio, por el sencillo motivo de que a mí me apetecía que así fuera y, bueno, cuando algo se me ponía entre ceja y ceja no había nada ni nadie, mucho menos una simple humana, que fuera capaz de quitármelo de la cabeza.
Cuando creó su marioneta, aproveché para acercarme a ella. No fui sutil, porque un maldito cambiaformas como lo era aquel, por mucho que pudiera tener sus trucos, no era nada contra mí, y terminé detrás de ella, demasiado cerca para lo que seguramente ella sería capaz de aguantar pero, exactamente, a la distancia perfecta para poder coger sus dos brazos desde detrás e inmovilizárselos en la espalda. No estaba haciéndola daño, al menos no demasiado, así que no tenía motivo alguno para quejarse.
– Puedo conseguirte muchas más. Medio cementerio, más o menos, lo he llenado yo alimentándome y poniendo en su sitio a humanos demasiado seguros de sí mismos y que a la hora de la verdad no valían nada. Me apuesto lo que quieras a que sólo tienes que llamarlos para que te lo confirmen, por si eres tan estúpida que no confías en mi palabra. – propuse, con voz aterciopelada que contrastaba vivamente con la amenaza implícita en lo que había dicho, y entonces la solté. No quería matarla, al menos no aún. Podía resultarme interesante...
Di una vuelta alrededor de ella, que terminó convirtiéndose en una y media porque terminamos frente a frente, con ella teniendo el enorme privilegio de contemplar mi perfección de cerca. No muchos podían decir que lo habían hecho y habían sobrevivido, pero la bruja tenía algo, quizá esa cara de diablillo, que me intrigaba... o, bueno, más bien que me había encaprichado lo suficiente para permitirle sobrevivir un rato más.
– Aunque, claro, mis servicios no son gratuitos. Tendrías que ofrecerme algo a cambio, algo que pudiera interesarme y que me haga plantearme elegir a mis víctimas de manera diferente. Supondría renunciar al sabor de una sangre tranquila y elegir la contaminada por la angustia y los asuntos pendientes, figúrate... – provoqué, aunque la base de mis palabras, la proposición que le había hecho, era un trato en toda regla, que si aceptaba podía beneficiarnos a los dos... pero especialmente a mí, porque era capaz de doblar toda situación a mi favor y eso era un maldito hecho.
Se me veía a la legua que era un vampiro antiguo, no un simple neófito que no supiera nada de la otra vida y de la sangre que la regía, por lo que poner en duda mis capacidades para protegerme durante el día, cuando el sol estaba en lo alto, era una soberana estupidez. Aunque, hablando de estupidez, ¿qué inteligencia demostraba ella estando en un cementerio sola salvo por la compañía de un cambiaformas transformado frente a alguien como yo...? Dependía enteramente de mis caprichos, y esa era la definición de arma de doble filo más apropiada que podía ocurrírsele a alguien para configurar la palabra.
En cualquier caso, no dije nada y me limité a verla jugar con sus muertos y sus muñecas, con cierta curiosidad. No todos los días se veía a una bruja medio masoquista y suicida que, además, le daba un significado tan literal al concepto de titiritero que solía darse a algunos de sus poderes, y por eso tenía cierta curiosidad. Por eso y porque, claro, el fantasma que estaba utilizando se lo había proporcionado yo gracias a mis habilidades para matar humanos, tan indudables como lo eran absolutamente todas las demás por eso de ser perfecto.
– ¿Sólo un alma? Y yo que te veía cara de ser ambiciosa... – provoqué, con una sonrisa ladina y pérfida que le dediqué en exclusiva por no haberle quitado aún la mirada de encima. Las artes de los brujos no me impresionaban, porque por muchas maravillas que pudieran hacer, y eso era algo de lo que sólo eran capaces los menos, seguían siendo humanos a fin de cuentas, y su vida era tan frágil como lo era su cuello bajo el impulso adecuado o la fuerza precisa que un par de manos bien educadas en el arte de la muerte pudieran proporcionarles.
Además, en el caso de ella, no era tanto una bruja como una depredadora. Rapiñaba almas que yo y otros como yo (bueno, que querían serlo pero que no llegarían nunca a mi nivel de perfección, eso por descontado) le proporcionábamos y ni siquiera nos daba algo a cambio, ¡qué osadía! Y yo iba a asegurarme de recibir mi premio, por el sencillo motivo de que a mí me apetecía que así fuera y, bueno, cuando algo se me ponía entre ceja y ceja no había nada ni nadie, mucho menos una simple humana, que fuera capaz de quitármelo de la cabeza.
Cuando creó su marioneta, aproveché para acercarme a ella. No fui sutil, porque un maldito cambiaformas como lo era aquel, por mucho que pudiera tener sus trucos, no era nada contra mí, y terminé detrás de ella, demasiado cerca para lo que seguramente ella sería capaz de aguantar pero, exactamente, a la distancia perfecta para poder coger sus dos brazos desde detrás e inmovilizárselos en la espalda. No estaba haciéndola daño, al menos no demasiado, así que no tenía motivo alguno para quejarse.
– Puedo conseguirte muchas más. Medio cementerio, más o menos, lo he llenado yo alimentándome y poniendo en su sitio a humanos demasiado seguros de sí mismos y que a la hora de la verdad no valían nada. Me apuesto lo que quieras a que sólo tienes que llamarlos para que te lo confirmen, por si eres tan estúpida que no confías en mi palabra. – propuse, con voz aterciopelada que contrastaba vivamente con la amenaza implícita en lo que había dicho, y entonces la solté. No quería matarla, al menos no aún. Podía resultarme interesante...
Di una vuelta alrededor de ella, que terminó convirtiéndose en una y media porque terminamos frente a frente, con ella teniendo el enorme privilegio de contemplar mi perfección de cerca. No muchos podían decir que lo habían hecho y habían sobrevivido, pero la bruja tenía algo, quizá esa cara de diablillo, que me intrigaba... o, bueno, más bien que me había encaprichado lo suficiente para permitirle sobrevivir un rato más.
– Aunque, claro, mis servicios no son gratuitos. Tendrías que ofrecerme algo a cambio, algo que pudiera interesarme y que me haga plantearme elegir a mis víctimas de manera diferente. Supondría renunciar al sabor de una sangre tranquila y elegir la contaminada por la angustia y los asuntos pendientes, figúrate... – provoqué, aunque la base de mis palabras, la proposición que le había hecho, era un trato en toda regla, que si aceptaba podía beneficiarnos a los dos... pero especialmente a mí, porque era capaz de doblar toda situación a mi favor y eso era un maldito hecho.
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