AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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One and Only | Privado
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One and Only | Privado
Sé que te vas a las nueve, sé que me muero a las diez.
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El día tan deseado llegó más rápido de lo que Eric había imaginado, en su mente se había hecho la idea de que lo que mucho se desea mucho se espera. Tal vez la cantidad de trabajo y de ensayos tuvieron mucho que ver, quizás el pensar a cada instante en ella la había vuelto más cercana… nunca lo sabría y tampoco importaba pues ya la tenía frente a sí.
El carruaje iba veloz, pronto llegarían al teatro donde esa noche se presentaba una excelentísima compañía de ballet, pero Eric sentado frente a Yvette –y a su dama de compañía- quería decir algo interesante, aunque no se le ocurría qué. Estaba confundido, no sabía cómo actuar pues no había estado en situación similar antes.
-Permítame el atrevimiento de decirle que jamás he tenido más bella compañía, señorita Yvette –pronunció lentamente su nombre, como si quisiese que le durase un poco más en la boca.
Ese día se había preparado desde temprano, pensando qué regalos llevarle a la madre de Yvette –eternamente a punto de dar a luz a su hijo-, finalmente compró confites de fruta para la dama pues temía pecar de exagerado, después de todo la mujer no era su suegra todavía… Todavía. Qué locura era todo aquello, todavía no se lo creía... haber sido correspondido por ella era mucho más de lo que él podía pretender alcanzar, pero allí estaban.
Llegaron al teatro al cabo de cinco minutos de incómodo silencio. Eric tenía mucho para decir pero la presencia de la dama de compañía lo incomodaba. Cuando bajaron del carruaje, Eric le ofreció el brazo a Yvette para que ella lo acompañase entre la marea de gente que no se decidía a entrar tan pronto… pero él, por el contrario, gustaba de llegar siempre antes al palco. Podía culpar de eso a su alma de cantante pues sabía acerca de estar en escena más de lo que sabía de cómo ser un buen espectador.
Algunas personas lo detuvieron para saludarle y él les habló con cortesía pero queriendo llegar a su objetivo. Varios fueron los que miraron sorprendidos a la pareja y a Eric le dolió saber qué era lo que ellos estaban pensando… ¿qué hacía Eric Hamilton acompañado de una señorita? Los esquivó con educación pero mucha determinación. Afortunadamente la escalera que conducía a los palcos no estaba concurrida aún, era demasiado temprano.
-Señorita Yvette, ¿me permitiría su abrigo? –dijo cuando los tres estuvieron ya en el palco, acomodándose-. ¿Quiere beber algo? Nos han dejado agua de frutas y brandy.
Se sentía observado por la otra mujer, sentía su mirada sobre él constantemente y sabía que todo lo que hiciese y dijese sería reproducido por la dama a la madre de Yvette, por eso Eric se comportaba con estudiada amabilidad y sin acercarse más de lo prudente a la dueña de sus suspiros, aunque bien sabía Dios que nada deseaba más él que volver a disfrutar de sus labios.
Eric Hamilton- Humano Clase Alta
- Mensajes : 24
Fecha de inscripción : 06/09/2017
Re: One and Only | Privado
A Yvette, la espera se le hizo larga, muy larga. Habían sido pocos los días que tuvo que esperar, pero la vida rutinaria a la que estaba sometida no permitía que el tiempo pasara rápido. Nada más regresar de la ópera —cuando fue a ver a Eric a su camerino—, Yvettte le contó a su madre que el cantante la había invitado a una actuación de ballet. La mujer se había emocionado casi tanto como su hija, no así Arnaud, que, aunque no había hecho comentario alguno, sí había torcido el gesto. La joven se dio cuenta, pero estaba demasiado emocionada con sus planes del sábado como para darle más importancia de la que merecía.
Se pasó toda la mañana eligiendo el vestido que se pondría. Había seleccionado unos cuantos, los más bonitos y elegantes de todo su armario, y se probó esos pocos una y otra vez hasta que dio con el que más le gustaba. Aún así, no se sentía del todo cómoda, porque todos tenían algo que no le terminaba de convencer: o un escote muy pronunciado, o unas mangas que la tapaban demasiado, un tejido feo y sin gracia… El que escogió era de color morado oscuro, con dibujos hechos con el propio hilo de la prenda, de manga larga y escote cuadrado, ni muy abierto ni muy cerrado. Tanto los puños como el borde del escote y la cintura estaban decorados con ribetes de un tono cobrizo no muy llamativo, pero que rompían con la monotonía de la prenda.
Estuvo lista justo para la llegada de su cita, pero, aún así, se demoró un poco en bajar al salón en lo que tardaba en revisar su atuendo frente al espejo. Comprobó que los pendientes estaban bien colocados, que su cuello estaba adornado con la gargantilla a juego y que su peinado era perfecto para la ocasión. Descendió las escaleras y salió al encuentro de Eric, que conversaba con su madre —llenándolo de halagos— y Arnaud. Le costó un poco que lo dejaran marchar, pero, cuando lo consiguió, se subió al carruaje deseando llegar cuanto antes al teatro.
—Gracias, monsieur —contestó, con las mejillas sonrosadas y agachando la cabeza—, es muy amable.
Le hubiera dado otro beso, pero la compañía de Annette —esa vez, Julia, la joven que siempre la acompañaba, no se encontraba bien— le impedía ser ella al cien por cien. Por eso, porque se sentía cohibida por llevar a su lado a la mujer, fue que no habló en lo que restaba de viaje. La espera, sin embargo, valió la pena.
Descendió aceptando la mano de Eric y se tomó de su brazo en cuanto pisó el suelo. Notó que muchos los miraban y eso la incomodó, pero supuso que era lo normal; iba del brazo de un cantante famoso, así que la atención debía estar puesta en él y su entorno. Lo miró de reojo y se centró en él hasta que el grueso de la gente se disipó.
—Claro, permítame que busque mi pañuelo —contestó, metiendo las manos en los bolsillos—. ¡Oh, no! —Se tocó el cuerpo para palpar dónde podía estar, pero no lo halló—. ¡Se me ha debido caer en el coche! Annette —llamó a la mujer, que se acercó diligentemente—, ¿podría ir a buscar mi pañuelo al coche? El cochero estará aún abajo, pero no tardará en marcharse.
La mujer dudó, pero Yvette insistió con la mirada.
—No se preocupe, monsieur Eric me hará compañía en su ausencia. Es un caballero y estamos rodeados de gente, no pasará nada.
Annette miró al joven, asintió y se marchó rápida. Yvette se quitó el abrigo y lo colgó ella misma en el perchero que había en una esquina antes de volver al lado de Eric.
—Julia no ha podido venir, ella es mucho más manejable y discreta, no habría dicho nada. Annette no es así, y cualquier cosa extraña que vea se la comunicará a mi madre. —Alargó una mano para sujetar los dedos de él entre los suyos—. Aún así, sé que será una velada perfecta.
Lo miró a los ojos y sonrió. Estaba verdaderamente feliz.
Se pasó toda la mañana eligiendo el vestido que se pondría. Había seleccionado unos cuantos, los más bonitos y elegantes de todo su armario, y se probó esos pocos una y otra vez hasta que dio con el que más le gustaba. Aún así, no se sentía del todo cómoda, porque todos tenían algo que no le terminaba de convencer: o un escote muy pronunciado, o unas mangas que la tapaban demasiado, un tejido feo y sin gracia… El que escogió era de color morado oscuro, con dibujos hechos con el propio hilo de la prenda, de manga larga y escote cuadrado, ni muy abierto ni muy cerrado. Tanto los puños como el borde del escote y la cintura estaban decorados con ribetes de un tono cobrizo no muy llamativo, pero que rompían con la monotonía de la prenda.
Estuvo lista justo para la llegada de su cita, pero, aún así, se demoró un poco en bajar al salón en lo que tardaba en revisar su atuendo frente al espejo. Comprobó que los pendientes estaban bien colocados, que su cuello estaba adornado con la gargantilla a juego y que su peinado era perfecto para la ocasión. Descendió las escaleras y salió al encuentro de Eric, que conversaba con su madre —llenándolo de halagos— y Arnaud. Le costó un poco que lo dejaran marchar, pero, cuando lo consiguió, se subió al carruaje deseando llegar cuanto antes al teatro.
—Gracias, monsieur —contestó, con las mejillas sonrosadas y agachando la cabeza—, es muy amable.
Le hubiera dado otro beso, pero la compañía de Annette —esa vez, Julia, la joven que siempre la acompañaba, no se encontraba bien— le impedía ser ella al cien por cien. Por eso, porque se sentía cohibida por llevar a su lado a la mujer, fue que no habló en lo que restaba de viaje. La espera, sin embargo, valió la pena.
Descendió aceptando la mano de Eric y se tomó de su brazo en cuanto pisó el suelo. Notó que muchos los miraban y eso la incomodó, pero supuso que era lo normal; iba del brazo de un cantante famoso, así que la atención debía estar puesta en él y su entorno. Lo miró de reojo y se centró en él hasta que el grueso de la gente se disipó.
—Claro, permítame que busque mi pañuelo —contestó, metiendo las manos en los bolsillos—. ¡Oh, no! —Se tocó el cuerpo para palpar dónde podía estar, pero no lo halló—. ¡Se me ha debido caer en el coche! Annette —llamó a la mujer, que se acercó diligentemente—, ¿podría ir a buscar mi pañuelo al coche? El cochero estará aún abajo, pero no tardará en marcharse.
La mujer dudó, pero Yvette insistió con la mirada.
—No se preocupe, monsieur Eric me hará compañía en su ausencia. Es un caballero y estamos rodeados de gente, no pasará nada.
Annette miró al joven, asintió y se marchó rápida. Yvette se quitó el abrigo y lo colgó ella misma en el perchero que había en una esquina antes de volver al lado de Eric.
—Julia no ha podido venir, ella es mucho más manejable y discreta, no habría dicho nada. Annette no es así, y cualquier cosa extraña que vea se la comunicará a mi madre. —Alargó una mano para sujetar los dedos de él entre los suyos—. Aún así, sé que será una velada perfecta.
Lo miró a los ojos y sonrió. Estaba verdaderamente feliz.
Yvette Béranger- Hechicero Clase Alta
- Mensajes : 96
Fecha de inscripción : 17/07/2016
Re: One and Only | Privado
Bendijo en un susurro el instante en el que Anette se marchó, incluso la acompañó con la mirada, asomándose al pasillo antes de cerrar la puerta para dejarlos en una falsa intimidad. Si bien parecían estar a solas, todos los que estuviesen ya ubicados en los palcos de en frente podrían observarlos y Eric Hamilton era muy consciente de eso. Aunque lo deseaba no se acercaría de más a la muchacha.
Volvió junto a ella y se quitó la chaqueta. Estaba luciendo una camisa blanca de botones de oro, era especial para la ocasión, la habían hecho a su medida con la más suave seda de Milano mientras estuvo allí la última vez. Cinco meses había cantado para los milaneses, noche tras noche con infrecuentes días de descanso. No lo extrañaba en lo absoluto.
-Déjeme expresarle los vivos deseos que tengo de volver a besarla, señorita Yvette –susurró, disfrutando del tacto de su mano entre las suyas-. Pero claro que eso no sería apropiado, no aquí. Solo me contentaría con saber que este deseo no es solo mío, sino que es compartido.
Así, tomados de la mano, la guió a que ocupase el primer asiento del palco, él se sentó a su lado y Anette tendría que conformarse con estar junto a él, a la derecha. No dejó de acariciarla, aunque en silencio observaba como se iba llenando la sala. Eric estaba acostumbrado a estar del otro lado, a esperar en camerinos y salir solo cuando la música ya sonaba y el recinto se hallaba pleno.
-No me caben dudas de que así será, perfecta, pues está usted aquí a mi lado. La última vez todo salió mal porque estábamos sentados frente a frente, creo que de aquí en adelante deberíamos sentarnos uno junto al otro –se rió de su propia frase-, así evitaríamos todo mal.
Esperaba que hubiese muchas veces más, Eric ya soñaba incluso con una boda grande y llena de invitados importantes. Aunque, ¿qué buena familia le permitiría a su hija desposarse con un castrato? Aquello era su bendición –pues le debía su tono tan agudo de voz a la cirugía que le habían realizado cuando tenía once años- y su maldición a la vez.
Poco a poco se fueron apagando las farolas, el olor perfumado de las velas los envolvió, haciendo que el acercamiento pareciese ser más intimo de lo que en verdad era. Eric notó que la dama de compañía de Yvette aún no había regresado y le pareció que no estaba mal, por el contrario: era perfecto todo, pero por respetarla no se atrevía a besar sus labios allí, aunque la penumbra les sirviese de cómplice.
-¿Necesitas algo, querida? ¿Todo está bien? –le preguntó solícito y se llevó la mano de Yvette a los labios para besarla.
Volvió junto a ella y se quitó la chaqueta. Estaba luciendo una camisa blanca de botones de oro, era especial para la ocasión, la habían hecho a su medida con la más suave seda de Milano mientras estuvo allí la última vez. Cinco meses había cantado para los milaneses, noche tras noche con infrecuentes días de descanso. No lo extrañaba en lo absoluto.
-Déjeme expresarle los vivos deseos que tengo de volver a besarla, señorita Yvette –susurró, disfrutando del tacto de su mano entre las suyas-. Pero claro que eso no sería apropiado, no aquí. Solo me contentaría con saber que este deseo no es solo mío, sino que es compartido.
Así, tomados de la mano, la guió a que ocupase el primer asiento del palco, él se sentó a su lado y Anette tendría que conformarse con estar junto a él, a la derecha. No dejó de acariciarla, aunque en silencio observaba como se iba llenando la sala. Eric estaba acostumbrado a estar del otro lado, a esperar en camerinos y salir solo cuando la música ya sonaba y el recinto se hallaba pleno.
-No me caben dudas de que así será, perfecta, pues está usted aquí a mi lado. La última vez todo salió mal porque estábamos sentados frente a frente, creo que de aquí en adelante deberíamos sentarnos uno junto al otro –se rió de su propia frase-, así evitaríamos todo mal.
Esperaba que hubiese muchas veces más, Eric ya soñaba incluso con una boda grande y llena de invitados importantes. Aunque, ¿qué buena familia le permitiría a su hija desposarse con un castrato? Aquello era su bendición –pues le debía su tono tan agudo de voz a la cirugía que le habían realizado cuando tenía once años- y su maldición a la vez.
Poco a poco se fueron apagando las farolas, el olor perfumado de las velas los envolvió, haciendo que el acercamiento pareciese ser más intimo de lo que en verdad era. Eric notó que la dama de compañía de Yvette aún no había regresado y le pareció que no estaba mal, por el contrario: era perfecto todo, pero por respetarla no se atrevía a besar sus labios allí, aunque la penumbra les sirviese de cómplice.
-¿Necesitas algo, querida? ¿Todo está bien? –le preguntó solícito y se llevó la mano de Yvette a los labios para besarla.
Eric Hamilton- Humano Clase Alta
- Mensajes : 24
Fecha de inscripción : 06/09/2017
Re: One and Only | Privado
Feliz no era palabra suficiente para expresar la mezcla de emociones que bullían en su pecho. Se sentía pletórica, casi extasiada, pero la fina educación que había recibido durante su no tan extensa vida le impedía demostrarle al hombre junto al que compartiría su velada tales sentimientos. Una señorita de bien tenía que ser modesta, discreta y refinada, y saltar para rodear el cuello de Eric Hamilton con los brazos no era la mejor manera de comportarse en ese momento. Por eso se limitó a darle la mano en la discreción del palco, ocultos todavía por las butacas, y a entrelazar sus dedos con los de él.
—Le aseguro que ese deseo es compartido, monsieur, pero entiendo que ahora no es el mejor momento.
Miró a su alrededor un segundo sólo para comprobar que, efectivamente, había muchos ojos observando ese palco. Yvette estaba segura de que no la miraban a ella; o quizá sí, pero no por ser quien era —una muchacha anónima en mitad de un gran teatro—, sino por quién estaba a su lado. Desde que había salido del coche que los había llevado, la joven sintió cómo cientos de ojos se clavaban en ellos, curiosos, y los seguían en cada paso que daban. Allí, en la intimidad de aquel palco, las cosas no serían mucho más distintas, y ambos lo sabían.
Se dejó guiar hasta el asiento, el mejor de los tres que había, y se sentó sin soltar la mano de Eric. Sentía las caricias de los dedos de él sobre su mano y un cosquilleo le recorrió el cuerpo. Miró el escenario y, después, fue llevando los ojos por el resto del público hasta que terminó girando la cabeza para mirarlo a él. Estaba tan apuesto con aquella camisa blanca, el pelo rizado perfectamente peinado, la barba incipiente arreglada con esmero y esos ojos tan maravillosos que, de pronto, la miraron.
—Espero que tengamos más oportunidades de sentarnos uno junto al otro; me alegraría que así fuera —confesó—. Eric, llámame Yvette, por favor. Sólo Yvette —le pidió, apretando su mano—. Annette no está, cuando ella llegue tendré que ser la señorita Yvette de nuevo, pero aprovechemos hasta entonces.
Las luces se fueron apagando hasta que el público entero se quedó en penumbra. Eric le besó la mano y ella disfrutó del gesto, pero llevaba demasiados días esperando aquel encuentro como para conformarse con un simple beso en el dorso. Valiéndose de la confianza que la oscuridad le había brindado, y aprovechando que Annette no había regresado aún, se apoyó en su reposabrazos y estiró el cuerpo para besar la mejilla de Eric rápidamente.
—Así está mejor —susurró en respuesta a su pregunta.
Volvió a sentarse en su butaca con la mano de Eric bien sujeta entre sus dedos. Cuando los primeros bailarines salieron a escena, la doncella entró en el palco, obligando a los jóvenes a soltarse rápidamente. Annette se colocó junto a Yvette y se agachó para susurrarle en el oído:
—Señorita, he recorrido dos calles hasta dar con el cochero y dentro no había nada. ¿Está segura de que se le cayó ahí?
—No lo sé, Annette. Puede que me lo haya dejado en casa —contestó Yvette, moviendo a la mujer ligeramente para poder mirar el escenario—. No importa, tampoco lo necesito ahora. Gracias.
La mujer rodeó los asientos para sentarse en el que quedaba libre. ¡Vaya tarea le había asignado la señora! Cuidar de su insoportable hija, como si no tuviera cosas mejores que hacer. Además, tenía que ir a ver un espectáculo de ballet, con lo aburridos que le parecían… La mujer cabeceó en el asiento y se cubrió la boca para ocultar un bostezo. Yvette se dio cuenta, pero no la miró de manera muy descarada para no alertarla. No obstante, cuando apenas llevaban media hora de actuación, la respiración profunda y tranquila de Annette se volvió audible para ambos jóvenes, y en ese momento Yvette aprovechó para volver a buscar la mano de Eric.
—Le aseguro que ese deseo es compartido, monsieur, pero entiendo que ahora no es el mejor momento.
Miró a su alrededor un segundo sólo para comprobar que, efectivamente, había muchos ojos observando ese palco. Yvette estaba segura de que no la miraban a ella; o quizá sí, pero no por ser quien era —una muchacha anónima en mitad de un gran teatro—, sino por quién estaba a su lado. Desde que había salido del coche que los había llevado, la joven sintió cómo cientos de ojos se clavaban en ellos, curiosos, y los seguían en cada paso que daban. Allí, en la intimidad de aquel palco, las cosas no serían mucho más distintas, y ambos lo sabían.
Se dejó guiar hasta el asiento, el mejor de los tres que había, y se sentó sin soltar la mano de Eric. Sentía las caricias de los dedos de él sobre su mano y un cosquilleo le recorrió el cuerpo. Miró el escenario y, después, fue llevando los ojos por el resto del público hasta que terminó girando la cabeza para mirarlo a él. Estaba tan apuesto con aquella camisa blanca, el pelo rizado perfectamente peinado, la barba incipiente arreglada con esmero y esos ojos tan maravillosos que, de pronto, la miraron.
—Espero que tengamos más oportunidades de sentarnos uno junto al otro; me alegraría que así fuera —confesó—. Eric, llámame Yvette, por favor. Sólo Yvette —le pidió, apretando su mano—. Annette no está, cuando ella llegue tendré que ser la señorita Yvette de nuevo, pero aprovechemos hasta entonces.
Las luces se fueron apagando hasta que el público entero se quedó en penumbra. Eric le besó la mano y ella disfrutó del gesto, pero llevaba demasiados días esperando aquel encuentro como para conformarse con un simple beso en el dorso. Valiéndose de la confianza que la oscuridad le había brindado, y aprovechando que Annette no había regresado aún, se apoyó en su reposabrazos y estiró el cuerpo para besar la mejilla de Eric rápidamente.
—Así está mejor —susurró en respuesta a su pregunta.
Volvió a sentarse en su butaca con la mano de Eric bien sujeta entre sus dedos. Cuando los primeros bailarines salieron a escena, la doncella entró en el palco, obligando a los jóvenes a soltarse rápidamente. Annette se colocó junto a Yvette y se agachó para susurrarle en el oído:
—Señorita, he recorrido dos calles hasta dar con el cochero y dentro no había nada. ¿Está segura de que se le cayó ahí?
—No lo sé, Annette. Puede que me lo haya dejado en casa —contestó Yvette, moviendo a la mujer ligeramente para poder mirar el escenario—. No importa, tampoco lo necesito ahora. Gracias.
La mujer rodeó los asientos para sentarse en el que quedaba libre. ¡Vaya tarea le había asignado la señora! Cuidar de su insoportable hija, como si no tuviera cosas mejores que hacer. Además, tenía que ir a ver un espectáculo de ballet, con lo aburridos que le parecían… La mujer cabeceó en el asiento y se cubrió la boca para ocultar un bostezo. Yvette se dio cuenta, pero no la miró de manera muy descarada para no alertarla. No obstante, cuando apenas llevaban media hora de actuación, la respiración profunda y tranquila de Annette se volvió audible para ambos jóvenes, y en ese momento Yvette aprovechó para volver a buscar la mano de Eric.
Yvette Béranger- Hechicero Clase Alta
- Mensajes : 96
Fecha de inscripción : 17/07/2016
Re: One and Only | Privado
¿A qué estaba jugando, por Dios del Santo Cielo? Tomaba la mano de Yvette y se permitía fantasear con que eran prometidos, dos amorosos prometidos prontos a casarse en pocos meses, soñando con una gran boda llena de seres amados que rebozaban felicidad por ellos dos. Acariciaba con adoración los dedos suaves y delgados de Yvette y sentía que jamás se había sentido tan feliz en su vida, pero tampoco tan miserable.
El beso de ella lo tomó por sorpresa y mucho más lo conmovió su osadía. Quería abrazarla, decirle que serían felices, que no se separarían, que pronto hablaría con su madre y el esposo de ésta para pedirle permiso formal de cortejarla, quería poder visitarla en su casa como hacían todos los festejantes de las señoritas en edad de entregar su mano.
Entregar su mano… Eric bajó la mirada para fijarla en la unión de sus dedos entrelazados con los de la señorita Yvette Béranger. Ella ya le había entregado a él su mano, eso bastaba para Eric aunque de seguro no para la madre de la muchacha.
La escena siguió sin que él le prestase especial atención, perdido estaba ya en sus pensamientos y no había quién lo salvase… al menos eso creía porque se sobresaltó –aunque logró que se note mínimamente- cuando la dama de compañía regresó. Oyó el intercambio que mantenía con Yvette y no se metió, no correspondía.
Caballeroso, se puso en pie hasta que la mujer tomase asiento a su derecha y luego volvió a hacerlo él, tras inclinar a ella su cabeza. Annette no se preocupó en disimular su aburrimiento, sino que en cuanto pudo se relajó hasta dormirse y en ese momento Yvette volvió a tomarle la mano, provocándole una sonrisa. Eric volvió a llevarse esa mano a los labios para besarla y luego se inclinó a su oído:
-¿Estás cómoda, querida? No imaginas cuanto me gustaría que estemos solos, siento deseos de abrazarte prolongadamente. –Apretó otra vez su mano. –Creo que el deseo se me cumplirá, pues mira esto… hasta hace unas semanas que me acompañases hoy aquí también era un sueño, mas ahora es real.
Esperaba poder contar con el receso a su favor. Ojalá en ese momento la dama de compañía siguiese durmiendo para que él pudiese estrechar en un abrazo, sin ningún tipo de miedo, a su amada.
El beso de ella lo tomó por sorpresa y mucho más lo conmovió su osadía. Quería abrazarla, decirle que serían felices, que no se separarían, que pronto hablaría con su madre y el esposo de ésta para pedirle permiso formal de cortejarla, quería poder visitarla en su casa como hacían todos los festejantes de las señoritas en edad de entregar su mano.
Entregar su mano… Eric bajó la mirada para fijarla en la unión de sus dedos entrelazados con los de la señorita Yvette Béranger. Ella ya le había entregado a él su mano, eso bastaba para Eric aunque de seguro no para la madre de la muchacha.
La escena siguió sin que él le prestase especial atención, perdido estaba ya en sus pensamientos y no había quién lo salvase… al menos eso creía porque se sobresaltó –aunque logró que se note mínimamente- cuando la dama de compañía regresó. Oyó el intercambio que mantenía con Yvette y no se metió, no correspondía.
Caballeroso, se puso en pie hasta que la mujer tomase asiento a su derecha y luego volvió a hacerlo él, tras inclinar a ella su cabeza. Annette no se preocupó en disimular su aburrimiento, sino que en cuanto pudo se relajó hasta dormirse y en ese momento Yvette volvió a tomarle la mano, provocándole una sonrisa. Eric volvió a llevarse esa mano a los labios para besarla y luego se inclinó a su oído:
-¿Estás cómoda, querida? No imaginas cuanto me gustaría que estemos solos, siento deseos de abrazarte prolongadamente. –Apretó otra vez su mano. –Creo que el deseo se me cumplirá, pues mira esto… hasta hace unas semanas que me acompañases hoy aquí también era un sueño, mas ahora es real.
Esperaba poder contar con el receso a su favor. Ojalá en ese momento la dama de compañía siguiese durmiendo para que él pudiese estrechar en un abrazo, sin ningún tipo de miedo, a su amada.
Eric Hamilton- Humano Clase Alta
- Mensajes : 24
Fecha de inscripción : 06/09/2017
Re: One and Only | Privado
Sabía que lo que estaban haciendo no era lo correcto, que dos jóvenes que no habían recibido el permiso de sus respectivos tutores para cortejarse no debían tomarse la mano como ellos lo estaban haciendo, pero eso a Yvette no le importaba. Además de poder disfrutar de la suavidad de la piel de Eric, de la dulzura con la que entrelazaba sus dedos y de sus palabras y gestos amables, sentía la adrenalina que le producía el tener que verse a escondidas, o, más bien, el tener que ocultar sus caricias delante de toda aquella gente.
Annette se lo estaba poniendo fácil, de eso no podía quejarse. No llegó a roncar —gracias al cielo—, pero sí respiraba de manera pesada, habiendo caído en un profundo y placentero sueño.
—Estoy segura de que se cumplirá, pues yo también lo deseo y, si somos dos, cobrará más fuerza —aseguró, apretando el agarre de su mano—. Estoy cómoda, estos asientos son maravillosos, Eric, aunque lo mejor de todo es la compañía. Gracias de nuevo por invitarme.
Lo miró de nuevo antes de dirigir sus ojos al escenario. Los bailarines estaban realizando el momento más emocionante de la primera parte, con saltos, movimientos rápidos y una música muy agitada. De pronto, todo se detuvo, ellos se quedaron en la posición final y el telón se fue cerrando poco a poco. Los aplausos fueron ensordecedores, e Yvette temió que aquel ruido despertara a Annette, pero la doncella seguía dormida como un tronco.
Ella aplaudió con suavidad mientras el público apostado en la platea y el resto de palcos se levantaba para disfrutar del descanso. Seguro que hacían un pequeño cóctel en el recibidor y, aunque Yvette tenía un poco de hambre, prefería disfrutar de ese tiempo a solas con Eric.
Miró a Annette un segundo antes de girarse hacia el cantante, que no se había movido de su lado.
—Sigue dormida —susurró—. No tiene por qué enterarse de que hemos abandonado el palco sin ella.
Se levantó y le tendió la mano a Eric para que la siguiera fuera. El pasillo estaba casi desierto, tan sólo había un par de asistentes en las escaleras que llevaban al piso inferior. Yvette dio unos pasos en esa dirección, pero luego se detuvo y se colocó frente a Eric.
—¿Te gustaría bajar? —le preguntó—. ¿O prefieres que busquemos un lugar con menos gente?
Aunque ella lo dijo con la intención de evitar a Eric pasar tiempo rodeado de gente que pudiera asaltarlo para saludarlo —no había que olvidar que era un joven famoso en París—, cuando lo puso en palabras, sintió un cosquilleo en el vientre al imaginárselos a ellos dos, solos, en un lugar privado. Sonrió sin poder evitarlo y sin darse cuenta de que era muy probable que él se quedara pensando en el porqué de aquella sonrisa.
Annette se lo estaba poniendo fácil, de eso no podía quejarse. No llegó a roncar —gracias al cielo—, pero sí respiraba de manera pesada, habiendo caído en un profundo y placentero sueño.
—Estoy segura de que se cumplirá, pues yo también lo deseo y, si somos dos, cobrará más fuerza —aseguró, apretando el agarre de su mano—. Estoy cómoda, estos asientos son maravillosos, Eric, aunque lo mejor de todo es la compañía. Gracias de nuevo por invitarme.
Lo miró de nuevo antes de dirigir sus ojos al escenario. Los bailarines estaban realizando el momento más emocionante de la primera parte, con saltos, movimientos rápidos y una música muy agitada. De pronto, todo se detuvo, ellos se quedaron en la posición final y el telón se fue cerrando poco a poco. Los aplausos fueron ensordecedores, e Yvette temió que aquel ruido despertara a Annette, pero la doncella seguía dormida como un tronco.
Ella aplaudió con suavidad mientras el público apostado en la platea y el resto de palcos se levantaba para disfrutar del descanso. Seguro que hacían un pequeño cóctel en el recibidor y, aunque Yvette tenía un poco de hambre, prefería disfrutar de ese tiempo a solas con Eric.
Miró a Annette un segundo antes de girarse hacia el cantante, que no se había movido de su lado.
—Sigue dormida —susurró—. No tiene por qué enterarse de que hemos abandonado el palco sin ella.
Se levantó y le tendió la mano a Eric para que la siguiera fuera. El pasillo estaba casi desierto, tan sólo había un par de asistentes en las escaleras que llevaban al piso inferior. Yvette dio unos pasos en esa dirección, pero luego se detuvo y se colocó frente a Eric.
—¿Te gustaría bajar? —le preguntó—. ¿O prefieres que busquemos un lugar con menos gente?
Aunque ella lo dijo con la intención de evitar a Eric pasar tiempo rodeado de gente que pudiera asaltarlo para saludarlo —no había que olvidar que era un joven famoso en París—, cuando lo puso en palabras, sintió un cosquilleo en el vientre al imaginárselos a ellos dos, solos, en un lugar privado. Sonrió sin poder evitarlo y sin darse cuenta de que era muy probable que él se quedara pensando en el porqué de aquella sonrisa.
Yvette Béranger- Hechicero Clase Alta
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Fecha de inscripción : 17/07/2016
Re: One and Only | Privado
Llegó el tan ansiado receso y Eric se dio cuenta que era una bendición inmerecida la que vivía. De hecho no sabía qué hacer ahora que podía estar junto a la muchacha que lo tenía por completo cautivado. La siguió, claro que sí, tomó su mano y salieron el palco hasta llegar al pasillo. En nada podía pensar, solo en la mano tibia que apresaba la suya y que lo guiaba, pero salir y seguir a los demás en esos momentos no era lo más inteligente.
-Me gusta todo lo que a ti te guste –fue su respuesta inmediata, pero tras un momento de repensar sus palabras, Eric se rascó la frente y tiró de ella para el lado contrario-. Conozco un lugar en el que podremos estar bien, prefiero evitar a las personas.
Solo tenían media hora hasta que los asistentes al espectáculo se refrescasen, comiesen algo y luego volvieran a ocupar sus asientos. Él pensaba aprovecharlos para estar a solas con ella.
Existía un palco especial y cerrado –de modo que no se podía ver el espectáculo, pero sí oírlo- que estaba reservado para los presos de alta clase. Justo en frente de ese estaba uno idéntico, reservado para las viudas en estado de luto. Eric decidió aventurarse para ver si estaba vacío esa noche el de los presos y, tras empujar la puerta confirmó su sospecha… sabía que a aquellos hombres no les permitían asistir a las funciones de los sábados.
-Ser tenor tiene sus ventajas, una es conocer los días y horarios de los palcos ciegos –le dijo tras invitarla a ingresar, cerró la puerta tras ellos luego de confirmar que nadie los había visto-. Estamos solos y a salvo de todas las miradas –le dijo, aunque era evidente, pero se privó de mencionar que al estar el cortinado cerrado la luz que llegaba era escasa también-. Ven aquí, Yvette, cariño mío.
Con los brazos abiertos la invitó a su abrazo y cuando la tuvo pegada a su pecho le besó el cabello suave y perfumado. Era tan feliz cuando pensaba en ella, ¡cuánto más ahora que la tenía junto a él, correspondiendo a sus sentimientos!
-Tu saldrás primero e irás directa a nuestros lugares, yo saldré unos minutos después e iré abajo a buscar quien nos sirva algo de cenar en el palco. Así podrás decirle eso a tu dama de compañía, que me fui a llamar al camarero.
Tendría que disfrutar del abrazo y nada más, pero la culpa de sentir que podía estar poniendo el honor de Yvette en peligro lo tenía preocupado y quería que todo saliera bien. Se estaban arriesgando para estar juntos, pero valía la pena.
-Vale la pena sentir este cosquilleo nervioso a causa de tener que escondernos, solo porque el aleteo de las dos mil mariposas que siento en el estómago cuando estoy contigo es mucho más poderoso que cualquier miedo.
-Me gusta todo lo que a ti te guste –fue su respuesta inmediata, pero tras un momento de repensar sus palabras, Eric se rascó la frente y tiró de ella para el lado contrario-. Conozco un lugar en el que podremos estar bien, prefiero evitar a las personas.
Solo tenían media hora hasta que los asistentes al espectáculo se refrescasen, comiesen algo y luego volvieran a ocupar sus asientos. Él pensaba aprovecharlos para estar a solas con ella.
Existía un palco especial y cerrado –de modo que no se podía ver el espectáculo, pero sí oírlo- que estaba reservado para los presos de alta clase. Justo en frente de ese estaba uno idéntico, reservado para las viudas en estado de luto. Eric decidió aventurarse para ver si estaba vacío esa noche el de los presos y, tras empujar la puerta confirmó su sospecha… sabía que a aquellos hombres no les permitían asistir a las funciones de los sábados.
-Ser tenor tiene sus ventajas, una es conocer los días y horarios de los palcos ciegos –le dijo tras invitarla a ingresar, cerró la puerta tras ellos luego de confirmar que nadie los había visto-. Estamos solos y a salvo de todas las miradas –le dijo, aunque era evidente, pero se privó de mencionar que al estar el cortinado cerrado la luz que llegaba era escasa también-. Ven aquí, Yvette, cariño mío.
Con los brazos abiertos la invitó a su abrazo y cuando la tuvo pegada a su pecho le besó el cabello suave y perfumado. Era tan feliz cuando pensaba en ella, ¡cuánto más ahora que la tenía junto a él, correspondiendo a sus sentimientos!
-Tu saldrás primero e irás directa a nuestros lugares, yo saldré unos minutos después e iré abajo a buscar quien nos sirva algo de cenar en el palco. Así podrás decirle eso a tu dama de compañía, que me fui a llamar al camarero.
Tendría que disfrutar del abrazo y nada más, pero la culpa de sentir que podía estar poniendo el honor de Yvette en peligro lo tenía preocupado y quería que todo saliera bien. Se estaban arriesgando para estar juntos, pero valía la pena.
-Vale la pena sentir este cosquilleo nervioso a causa de tener que escondernos, solo porque el aleteo de las dos mil mariposas que siento en el estómago cuando estoy contigo es mucho más poderoso que cualquier miedo.
Eric Hamilton- Humano Clase Alta
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Re: One and Only | Privado
Aunque le había preguntado a él qué quería hacer, lo que Yvette quería era poder estar a solas con Eric. Quería que los deseos de ambos —que, en el fondo, eran los mismos— se cumplieran, pero sabía bien que eso no podría ser a no ser que estuvieran en un lugar discreto y fuera de la vista de los demás. Por eso, cuando él tiró de su mano para llevarla al lugar que conocía, el corazón de la joven comenzó a latir con fuerza. No podía saber qué le esperaba, pero estaba segura de que sería lo mejor de aquella tarde.
El palco ciego los recibió en penumbra, pero Yvette lo agradeció. Debía confesar que le daba algo de vergüenza estar a solas con él, todo debido a su poca experiencia en cuanto a hombres se refería. Aún así, todo eso se le olvidó cuando Eric abrió los brazos y le permitió acercarse a él. No corrió porque la distancia entre ellos no era tan grande, pero no dudó ni se retrasó más de lo debido, pudiendo dar lugar a dudas.
—Sí, sí. Lo haré como dices, pero no ahora —prometió, con la cara escondida entre la ropa de él—. El tiempo que tenemos es limitado, y no quiero pasarlo pensando en Annette.
Se arrepintió de inmediato de pronunciar su nombre, puesto que eso significaba que estaba pensando en ella en vez de en el hombre que la tenía entre sus brazos. El aroma de su perfume era ahora mucho más intenso que en las otras veces que se habían visto, y la joven respiró hondo varias veces para poder memorizarlo. No había forma de saber cuándo volverían a verse, si es que eso ocurría, así que disfrutó de su calor un poco más hasta que separó el rostro para poder mirarlo.
—Yo también las siento —confesó—, pero es un cosquilleo agradable, aunque me tiene inquieta.
Si hubiera luz suficiente, Eric podría ver las mejillas sonrosadas de Yvette, que, muerta de vergüenza, se atrevió a envolver las mejillas del cantante con ambas manos. Se las acarició con los pulgares antes de dibujar sus rasgos más marcados con las yemas de los dedos.
Se preguntó si no la iba a besar y, como si su subconsciente hubiera sido más rápido que sus propios razonamientos, se humedeció los labios con la punta de la lengua. Con el pulso latiendo de manera salvaje, se colocó de puntillas, creyendo que así él lo tendría más fácil para unir sus labios con los de ella. Su cuerpo, sin embargo, parecía no estar dispuesto a esperar un avance por parte del de Eric, por lo que se impulsó hasta que la boca de Yvette encontró la ajena.
Le dio un beso suave, corto y tímido, pero mucho más dulce que el primero que compartieron. Yvette, que había pasado los brazos en torno al cuello de Eric para poder sujetarse y pegarse bien a él, no se separó del todo cuando sí lo hicieron sus labios, sino que se quedó cerca para poder seguir admirando esa boca que tanto la tentaba.
—Quería esperar a que tú lo hicieras, pero estabas tardando mucho —se excusó—. Sé que no es lo que una señorita debe hacer, pero supongo que no importa porque no nos ve nadie.
También quería —aunque eso no lo dijo— repetir el beso que le había dado la última vez, pero mejorándolo todo lo que pudiera. Deseaba gustarle tanto que no tuviera espacio en su mente para pensar en nadie más.
El palco ciego los recibió en penumbra, pero Yvette lo agradeció. Debía confesar que le daba algo de vergüenza estar a solas con él, todo debido a su poca experiencia en cuanto a hombres se refería. Aún así, todo eso se le olvidó cuando Eric abrió los brazos y le permitió acercarse a él. No corrió porque la distancia entre ellos no era tan grande, pero no dudó ni se retrasó más de lo debido, pudiendo dar lugar a dudas.
—Sí, sí. Lo haré como dices, pero no ahora —prometió, con la cara escondida entre la ropa de él—. El tiempo que tenemos es limitado, y no quiero pasarlo pensando en Annette.
Se arrepintió de inmediato de pronunciar su nombre, puesto que eso significaba que estaba pensando en ella en vez de en el hombre que la tenía entre sus brazos. El aroma de su perfume era ahora mucho más intenso que en las otras veces que se habían visto, y la joven respiró hondo varias veces para poder memorizarlo. No había forma de saber cuándo volverían a verse, si es que eso ocurría, así que disfrutó de su calor un poco más hasta que separó el rostro para poder mirarlo.
—Yo también las siento —confesó—, pero es un cosquilleo agradable, aunque me tiene inquieta.
Si hubiera luz suficiente, Eric podría ver las mejillas sonrosadas de Yvette, que, muerta de vergüenza, se atrevió a envolver las mejillas del cantante con ambas manos. Se las acarició con los pulgares antes de dibujar sus rasgos más marcados con las yemas de los dedos.
Se preguntó si no la iba a besar y, como si su subconsciente hubiera sido más rápido que sus propios razonamientos, se humedeció los labios con la punta de la lengua. Con el pulso latiendo de manera salvaje, se colocó de puntillas, creyendo que así él lo tendría más fácil para unir sus labios con los de ella. Su cuerpo, sin embargo, parecía no estar dispuesto a esperar un avance por parte del de Eric, por lo que se impulsó hasta que la boca de Yvette encontró la ajena.
Le dio un beso suave, corto y tímido, pero mucho más dulce que el primero que compartieron. Yvette, que había pasado los brazos en torno al cuello de Eric para poder sujetarse y pegarse bien a él, no se separó del todo cuando sí lo hicieron sus labios, sino que se quedó cerca para poder seguir admirando esa boca que tanto la tentaba.
—Quería esperar a que tú lo hicieras, pero estabas tardando mucho —se excusó—. Sé que no es lo que una señorita debe hacer, pero supongo que no importa porque no nos ve nadie.
También quería —aunque eso no lo dijo— repetir el beso que le había dado la última vez, pero mejorándolo todo lo que pudiera. Deseaba gustarle tanto que no tuviera espacio en su mente para pensar en nadie más.
Yvette Béranger- Hechicero Clase Alta
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Re: One and Only | Privado
Eric la abrazó y como no podía borrar de sus labios la sonrisa la apoyó en la frente de Yvette a modo de beso. No recordaba un momento mejor que ese en toda su vida. Nunca se había sentido tan bien en su vida, nunca antes había sido tan libre como en ese lugar que, paradójicamente, usaban los presos.
Yvette lo besó y Eric quedó confundido. Tardó un momento en abrazarla todavía más fuerte y en devolverle el beso. No estaba acostumbrado a estar así con una señorita, era la primera mujer a la que lo unían sentimientos más allá del deseo y eso era tan hermoso y especial... un tesoro para él.
-Me has sorprendido, pero me ha gustado. Bésame de nuevo, Yvette –le rogó-. Bésame y muéstrame que no estoy soñando esto, que no es un error permitirnos correr este riesgo.
Mientras se besaban, Eric le acarició la mejilla con el pulgar y con la otra mano la mantuvo bien sujeta, pegada a él. A su vez él se sostenía apoyándose en la puerta porque estaba seguro de que, de la emoción que el amor correspondido le estaba dando, las piernas le fallarían y acabaría cayendo.
-Querida mía, deseo hacerte una pregunta. ¿Le has mencionado a tus padres algo sobre nosotros? ¿Qué piensan ellos de mí? Yo… yo quiero pedirles tu mano, Yvette –soltó aquella locura de golpe y el corazón comenzó a latirle a toda prisa.
¿Qué clase de loco era? Ninguna buena familia dejaría que su hija se casase con un castrado que no podía darle hijos. ¡Ni siquiera Yvette lo querría cuando supiera la verdad! Que egoísta estaba siendo, el amor lo nublaba por completo haciéndole creer que podía tener aquello que no debería siquiera desear.
-Seguramente ellos tengan mejores partidos para ti. Eres hermosa, virtuosa y muy inteligente –no eran halagos vacíos, sino la verdad-. Toda París está a tus pies, estoy seguro… No deberías elegirme a mí, Yvette. No todas las mujeres pueden elegir con quién casarse, pero tú eres de las pocas que sí. Escoge bien, mi amor –le rogó y la voz se le quebró.
¿Iba a llorar? ¿Allí y con ella entre los brazos? Sí, porque la presión era demasiada para él. Tener que abandonar ese hermoso pedazo de cielo que habitaba al sentirse correspondido por Yvette era demasiado fuerte, le dolía todo de solo pensar que no podía pertenecerle a ella.
-Lo siento tanto, Yvette –le dijo y volvió a besarla-. Siento no poder ser el mejor hombre, siento no poder estar a la altura de lo que tu familia espera para ti. Te amo –agregó al final-, te amo y de eso no me arrepiento porque amarte es lo mejor que tengo.
Yvette lo besó y Eric quedó confundido. Tardó un momento en abrazarla todavía más fuerte y en devolverle el beso. No estaba acostumbrado a estar así con una señorita, era la primera mujer a la que lo unían sentimientos más allá del deseo y eso era tan hermoso y especial... un tesoro para él.
-Me has sorprendido, pero me ha gustado. Bésame de nuevo, Yvette –le rogó-. Bésame y muéstrame que no estoy soñando esto, que no es un error permitirnos correr este riesgo.
Mientras se besaban, Eric le acarició la mejilla con el pulgar y con la otra mano la mantuvo bien sujeta, pegada a él. A su vez él se sostenía apoyándose en la puerta porque estaba seguro de que, de la emoción que el amor correspondido le estaba dando, las piernas le fallarían y acabaría cayendo.
-Querida mía, deseo hacerte una pregunta. ¿Le has mencionado a tus padres algo sobre nosotros? ¿Qué piensan ellos de mí? Yo… yo quiero pedirles tu mano, Yvette –soltó aquella locura de golpe y el corazón comenzó a latirle a toda prisa.
¿Qué clase de loco era? Ninguna buena familia dejaría que su hija se casase con un castrado que no podía darle hijos. ¡Ni siquiera Yvette lo querría cuando supiera la verdad! Que egoísta estaba siendo, el amor lo nublaba por completo haciéndole creer que podía tener aquello que no debería siquiera desear.
-Seguramente ellos tengan mejores partidos para ti. Eres hermosa, virtuosa y muy inteligente –no eran halagos vacíos, sino la verdad-. Toda París está a tus pies, estoy seguro… No deberías elegirme a mí, Yvette. No todas las mujeres pueden elegir con quién casarse, pero tú eres de las pocas que sí. Escoge bien, mi amor –le rogó y la voz se le quebró.
¿Iba a llorar? ¿Allí y con ella entre los brazos? Sí, porque la presión era demasiada para él. Tener que abandonar ese hermoso pedazo de cielo que habitaba al sentirse correspondido por Yvette era demasiado fuerte, le dolía todo de solo pensar que no podía pertenecerle a ella.
-Lo siento tanto, Yvette –le dijo y volvió a besarla-. Siento no poder ser el mejor hombre, siento no poder estar a la altura de lo que tu familia espera para ti. Te amo –agregó al final-, te amo y de eso no me arrepiento porque amarte es lo mejor que tengo.
Eric Hamilton- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 06/09/2017
Re: One and Only | Privado
Dudó de si el beso que le había dado había sido correcto, porque sintió la confusión en la mente de Eric. Cómo lo había detectado se escapaba a su entendimiento, pero tampoco era algo que le interesara averiguar en ese momento. Se esmeró un poco más y entonces sí, él le correspondió a su beso. Ese fue uno de los mejores momentos de su vida, si no el mejor. Lo besó de nuevo, como le pidió. ¿Había algo más dulce en el universo que el sabor de los labios de Eric Hamilton, la forma que tenía de sujetarla o la ternura que destilaba con sus caricias?
—Sé que parece un sueño, pero no lo es —susurró cuando separó sus labios de los de él—, como tampoco es un error permitirnos esto.
Se volvió a acercar a él y lo besó por tercera vez, dulcemente, pegándose mucho a su cuerpo. El perfume de Eric era delicioso y adictivo, por eso no separó el rostro de la piel de su cuello que quedaba descubierta. Sólo alzó los ojos cuando lo escuchó hablar, y todo porque no podía dar crédito a sus palabras.
—Eric... —musitó, visiblemente emocionada—. Yo… Mi madre es la única que sabe que he venido aquí. Arnaud no lo sabe aún, pero se lo diré y estoy segura de que le parecerá bien. Él sólo quiere casarme con un buen partido, alguien que esté bien posicionado, que dé prestigio a su familia —explicó—. A mi madre le pareces encantador, de lo contrario no me habría dejado venir hoy.
La emoción que la había embargado, sin embargo, se esfumó cuando las dudas del joven empezaron a aflorar. ¿No acababa de confesarle que quería pedir su mano? ¿Por qué ahora dudaba y le pedía que eligiera bien? Yvette no quería casarse con nadie más, sólo con él.
—Yo ya he elegido, Eric —aseguró, sujetando el rostro de él con ambas manos y moviéndolo para que la mirara—, pero, cuando llegue el momento, no seré yo quien tenga la última palabra. Por favor, pídeles mi mano. Por favor, Eric.
Se abrazó a él y hundió su rostro en el cuello del joven, como si temiera perderlo ahora que se habían sincerado. Tenía que conseguir convencerlo, puesto que si él daba ese primer paso, estaba segura de que su madre la ayudaría con su padrastro.
—Eres el mejor hombre que he conocido. El mejor, el más dulce y el único al que quiero. —Le acarició la mejilla y después apoyó su frente en ella—. Mi madre sólo quiere que me case con un hombre que me haga feliz, y Arnaud ni siquiera es mi padre, a mí me da exactamente igual lo que piense.
Unos ruidos en el pasillo la alertaron; parecía que parte del público volvía a sus asientos, lo que significaba que el descanso de media hora avanzaba y les dejaba sin ese tiempo tan preciado que ambos deseaban tener.
—Prométeme que se lo pedirás, por favor —le pidió, mirándolo a los ojos—. Quiero salir de aquí con la esperanza de esa promesa.
—Sé que parece un sueño, pero no lo es —susurró cuando separó sus labios de los de él—, como tampoco es un error permitirnos esto.
Se volvió a acercar a él y lo besó por tercera vez, dulcemente, pegándose mucho a su cuerpo. El perfume de Eric era delicioso y adictivo, por eso no separó el rostro de la piel de su cuello que quedaba descubierta. Sólo alzó los ojos cuando lo escuchó hablar, y todo porque no podía dar crédito a sus palabras.
—Eric... —musitó, visiblemente emocionada—. Yo… Mi madre es la única que sabe que he venido aquí. Arnaud no lo sabe aún, pero se lo diré y estoy segura de que le parecerá bien. Él sólo quiere casarme con un buen partido, alguien que esté bien posicionado, que dé prestigio a su familia —explicó—. A mi madre le pareces encantador, de lo contrario no me habría dejado venir hoy.
La emoción que la había embargado, sin embargo, se esfumó cuando las dudas del joven empezaron a aflorar. ¿No acababa de confesarle que quería pedir su mano? ¿Por qué ahora dudaba y le pedía que eligiera bien? Yvette no quería casarse con nadie más, sólo con él.
—Yo ya he elegido, Eric —aseguró, sujetando el rostro de él con ambas manos y moviéndolo para que la mirara—, pero, cuando llegue el momento, no seré yo quien tenga la última palabra. Por favor, pídeles mi mano. Por favor, Eric.
Se abrazó a él y hundió su rostro en el cuello del joven, como si temiera perderlo ahora que se habían sincerado. Tenía que conseguir convencerlo, puesto que si él daba ese primer paso, estaba segura de que su madre la ayudaría con su padrastro.
—Eres el mejor hombre que he conocido. El mejor, el más dulce y el único al que quiero. —Le acarició la mejilla y después apoyó su frente en ella—. Mi madre sólo quiere que me case con un hombre que me haga feliz, y Arnaud ni siquiera es mi padre, a mí me da exactamente igual lo que piense.
Unos ruidos en el pasillo la alertaron; parecía que parte del público volvía a sus asientos, lo que significaba que el descanso de media hora avanzaba y les dejaba sin ese tiempo tan preciado que ambos deseaban tener.
—Prométeme que se lo pedirás, por favor —le pidió, mirándolo a los ojos—. Quiero salir de aquí con la esperanza de esa promesa.
Yvette Béranger- Hechicero Clase Alta
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Fecha de inscripción : 17/07/2016
Re: One and Only | Privado
Era su elegido. Que honor, que amado se sentía en esos momentos. Ya no se trataba de cuánto la amaba él, sino de lo fuerte que se sentía el amor de ella, era más de lo que merecía, más de lo que podía permitirse, pero era hermoso, lo más hermoso que le había ocurrido.
-Eres lo más valioso de que tengo, Yvette. Ni mi fama como tenor vale tanto para mí, tampoco mi voz. Tú eres mi tesoro.
Y así y todo le estaba ocultando algo terrible. La abrazó, envolviéndola, tal vez ese fuera el último abrazo. La guió a que tomase asiento en una de las butacas, la luz entraba por los pequeños agujeros respiradores en el telón que envolvía al palco ciego y era muy escasa. Eric se arrodilló ante ella y se tomó unos instantes para ordenar sus ideas antes de comenzar a hablar:
-Estoy seguro de que ellos desean lo mejor para ti, Yvette. También me siento honrado al conocer tus sentimientos hacia mí, pero no soy merecedor de ellos. Lo único cierto es que he sido egoísta al ilusionarte e ilusionarme con este acercamiento.
Estiró su mano para tomar la de su amada y acariciarla, tenía que ser directo. Que doliera de una sola vez, aunque eso significase que se arruinaba el momento más hermoso de su vida.
-Te prometo que lo haré, pero eso solo servirá para humillarme y avergonzarte a ti también. ¿Sabes lo que es un castrato, Yvette? –suspiró, suponiendo que no-. Una muchacha tan cándida como tú de seguro desconoce el término. A muchos de los cantantes líricos los despojan parcialmente de su virilidad –hizo una pausa-. Siento tanto estar hablándote de estos temas tan escandalosos, pero es parte de la verdad, parte de mi vida y el motivo por el cual tu familia no me querría como tu esposo, Yvette. Soy un castrato, es por eso que puedo sostener notas altas al cantar, me lo han hecho cuando era solo un niño y no entendía nada, nada más allá del terrible dolor. Yo nunca podré ser un buen esposo para ti, no podremos tener hijos. ¿Qué madre querría eso para su hija?
Se llevó la mano de ella a los labios y la besó. No sentía alivio, tampoco vergüenza. Estaba vacío. Se incorporó, seguro de que todo había cambiado ahora, de que Yvette ya no lo volvería a mirar con amor.
-Lo siento mucho. Si sirve de algo, mis sentimientos por ti están intactos y en eso siempre he sido sincero. Mi corazón siempre estará a tus pies, Yvette.
El movimiento comenzaba a ser evidente en el exterior, los músicos tomaban posición y los espectadores no tardarían en regresar a sus palcos. Ellos deberían hacer lo mismo, pero Eric se negaba. Nada deseaba más que hacer de ese palco su refugio, uno en el que pudiera esconderse con Yvette para siempre.
-Eres lo más valioso de que tengo, Yvette. Ni mi fama como tenor vale tanto para mí, tampoco mi voz. Tú eres mi tesoro.
Y así y todo le estaba ocultando algo terrible. La abrazó, envolviéndola, tal vez ese fuera el último abrazo. La guió a que tomase asiento en una de las butacas, la luz entraba por los pequeños agujeros respiradores en el telón que envolvía al palco ciego y era muy escasa. Eric se arrodilló ante ella y se tomó unos instantes para ordenar sus ideas antes de comenzar a hablar:
-Estoy seguro de que ellos desean lo mejor para ti, Yvette. También me siento honrado al conocer tus sentimientos hacia mí, pero no soy merecedor de ellos. Lo único cierto es que he sido egoísta al ilusionarte e ilusionarme con este acercamiento.
Estiró su mano para tomar la de su amada y acariciarla, tenía que ser directo. Que doliera de una sola vez, aunque eso significase que se arruinaba el momento más hermoso de su vida.
-Te prometo que lo haré, pero eso solo servirá para humillarme y avergonzarte a ti también. ¿Sabes lo que es un castrato, Yvette? –suspiró, suponiendo que no-. Una muchacha tan cándida como tú de seguro desconoce el término. A muchos de los cantantes líricos los despojan parcialmente de su virilidad –hizo una pausa-. Siento tanto estar hablándote de estos temas tan escandalosos, pero es parte de la verdad, parte de mi vida y el motivo por el cual tu familia no me querría como tu esposo, Yvette. Soy un castrato, es por eso que puedo sostener notas altas al cantar, me lo han hecho cuando era solo un niño y no entendía nada, nada más allá del terrible dolor. Yo nunca podré ser un buen esposo para ti, no podremos tener hijos. ¿Qué madre querría eso para su hija?
Se llevó la mano de ella a los labios y la besó. No sentía alivio, tampoco vergüenza. Estaba vacío. Se incorporó, seguro de que todo había cambiado ahora, de que Yvette ya no lo volvería a mirar con amor.
-Lo siento mucho. Si sirve de algo, mis sentimientos por ti están intactos y en eso siempre he sido sincero. Mi corazón siempre estará a tus pies, Yvette.
El movimiento comenzaba a ser evidente en el exterior, los músicos tomaban posición y los espectadores no tardarían en regresar a sus palcos. Ellos deberían hacer lo mismo, pero Eric se negaba. Nada deseaba más que hacer de ese palco su refugio, uno en el que pudiera esconderse con Yvette para siempre.
Eric Hamilton- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 06/09/2017
Re: One and Only | Privado
¿Había algo mejor que esa sensación, como si estuviera levitando? ¿Algo más hermoso que el rostro de Eric Hamilton confesando su amor por ella? Sus palabras, siempre dulces, le producían una felicidad en el pecho que sólo podía expresar con una sonrisa amplia y sincera. ¡Era tan mágico sentirse deseada de esa manera! Agradeció una y mil veces la decisión de haber vuelto a verlo, la valentía a la que había tenido que recurrir para ir a su camerino y poder así rectificar sus palabras.
Lo besó con ternura porque no era capaz de articular palabra. ¿De verdad era ella lo más valioso para él? Saberlo le produjo cosquillas en el vientre y un aleteo de mariposas en el pecho. La hizo feliz, pero esa felicidad duró poco tiempo.
—¿A qué te refieres con que has sido egoísta al ilusionarnos con esto? —preguntó, confusa, mientras se acomodaba en la butaca—. ¿Qué ocurre, Eric?
Escuchó la explicación con una brecha en el corazón. Tuvo que desviar la mirada cuando le habló de lo que le habían hecho de niño, un tanto avergonzada al estar hablando con él de un tema que sólo una mujer casada debería conocer. Yvette no había visto jamás a un hombre desnudo, así que no entendió lo que significaba que lo hubieran despojado parcialmente de su virilidad. No podía tener hijos, pero, ¿era eso un problema? La joven mente de la hechicera no lo veía como tal, quizá porque nunca antes se había planteado la posibilidad de ser madre. Suponía que lo sería, porque ese era el rol que se le había asignado por ser mujer, pero no tenía un especial interés por la maternidad.
—Pero tú me amas, me lo acabas de decir. —La desesperación de su voz era notoria—. Quieres casarte conmigo de la misma manera que yo quiero casarme contigo. ¿No es eso suficiente? ¿No debería bastar para nosotros? Ya no me importa lo que mi madre quiera, me importa lo que quiero yo y lo que quieres tú.
Las lágrimas, que hasta hacía unos minutos habrían sido de felicidad, desbordaron de sus ojos y corrieron por sus mejillas hasta caer en el hermoso vestido que llevaba. Los sonidos del pasillo les indicaron que era el momento de marcharse, pero las piernas de Yvette estaban pesadas, como si sus hombros cargaran una losa enorme sobre ellos.
Se levantó de la butaca y se quedó junto a Eric, pero mirando sus zapatos en vez de al hermoso rostro del cantante. Le daba vergüenza que la viera así.
—Deberíamos volver.
No dijo nada más, ni en ese momento, ni en el palco, ni durante el camino de vuelta. Annette no volvió a quedarse dormida, había notado el cambio en la actitud de ambos y se mantenía alerta a cualquier mirada o gesto. Yvette, sin embargo, no le dio ese placer, puesto que se pasó todo el trayecto mirando por la ventanilla y ni siquiera se despidió de Eric cuando llegaron a su casa. Estaba convencida de que no iba a pedir su mano, así que cuanto antes se olvidara de él, antes se le pasaría el dolor que sentía en el pecho.
Lo besó con ternura porque no era capaz de articular palabra. ¿De verdad era ella lo más valioso para él? Saberlo le produjo cosquillas en el vientre y un aleteo de mariposas en el pecho. La hizo feliz, pero esa felicidad duró poco tiempo.
—¿A qué te refieres con que has sido egoísta al ilusionarnos con esto? —preguntó, confusa, mientras se acomodaba en la butaca—. ¿Qué ocurre, Eric?
Escuchó la explicación con una brecha en el corazón. Tuvo que desviar la mirada cuando le habló de lo que le habían hecho de niño, un tanto avergonzada al estar hablando con él de un tema que sólo una mujer casada debería conocer. Yvette no había visto jamás a un hombre desnudo, así que no entendió lo que significaba que lo hubieran despojado parcialmente de su virilidad. No podía tener hijos, pero, ¿era eso un problema? La joven mente de la hechicera no lo veía como tal, quizá porque nunca antes se había planteado la posibilidad de ser madre. Suponía que lo sería, porque ese era el rol que se le había asignado por ser mujer, pero no tenía un especial interés por la maternidad.
—Pero tú me amas, me lo acabas de decir. —La desesperación de su voz era notoria—. Quieres casarte conmigo de la misma manera que yo quiero casarme contigo. ¿No es eso suficiente? ¿No debería bastar para nosotros? Ya no me importa lo que mi madre quiera, me importa lo que quiero yo y lo que quieres tú.
Las lágrimas, que hasta hacía unos minutos habrían sido de felicidad, desbordaron de sus ojos y corrieron por sus mejillas hasta caer en el hermoso vestido que llevaba. Los sonidos del pasillo les indicaron que era el momento de marcharse, pero las piernas de Yvette estaban pesadas, como si sus hombros cargaran una losa enorme sobre ellos.
Se levantó de la butaca y se quedó junto a Eric, pero mirando sus zapatos en vez de al hermoso rostro del cantante. Le daba vergüenza que la viera así.
—Deberíamos volver.
No dijo nada más, ni en ese momento, ni en el palco, ni durante el camino de vuelta. Annette no volvió a quedarse dormida, había notado el cambio en la actitud de ambos y se mantenía alerta a cualquier mirada o gesto. Yvette, sin embargo, no le dio ese placer, puesto que se pasó todo el trayecto mirando por la ventanilla y ni siquiera se despidió de Eric cuando llegaron a su casa. Estaba convencida de que no iba a pedir su mano, así que cuanto antes se olvidara de él, antes se le pasaría el dolor que sentía en el pecho.
FIN DEL TEMA
Yvette Béranger- Hechicero Clase Alta
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