Ojo por Ojo [ Privado ]

por **Lionel D'Maine** Jue Mayo 29, 2014 8:40 am

-Un extraño sonido le sacó de su ensoñamiento, era raro volver a estar en su carpa donde todos los gitanos convivían pues había pasado un tiempo lejos y se animó al conocer que los propios gitanos más veteranos habían mantenido aquella carpa bien mantenida, por lo que esa noche esperaba descansar en un sitio al que él mismo llamaba seguro, era normal que muchos hombres parisinos, alterados o borrachos quisieran penetrar en las zonas del campamento para asegurarse de que ellos mismos tomaban por mano una justicia que para ellos, era más que normal. Al final mientras estaba medio dormido escuchó los sonidos de un hombre, que tenía la voz alterada, la garganta ronca...¿otro borracho? se les conocía por los sonidos que emitían las gargantas de éstos, los borrachos no eran capaces de medir el tono de su voz considerando normal lo que para cualquier otro sería una voz o una declaración de guerra, pero sobre todo, los tonos altos y bajos seguidos por una de esas risas despreciativas.

Lionel vivía alejado de los demás, era más solitario que el resto por lo que lo único que lo alarmó era el que estuviese escuchando aquellas voces un poco más cerca de lo normal, él sabía defenderse pero no habituaba a tener que utilizar su cuerpo o sus manos para defenderse, añadió que además estaba cuidando su dinero y que si perdía alguien podría saquearlo aunque en esos momentos no era tan importante el dinero como el hecho de que adjuntando a la voz del borracho pareció escuchar a otro hombre quejándose, ¿otro gitano? fue lo que pensó en un inicio y fue por eso, precisamente por lo que salió de su carpa, ellos habían cuidado de ese sitio de Lionel y él, pensaba, debía de repararles;

Se armó con una navaja que siempre llevaba por si acaso sucedía algo y salió corriendo de la carpa- ¡ Quien hay ahí ! -Bramó sabiendo que su voz sería fácilmente escuchada, la voz del peli-largo normalmente era suave y cariñosa pero para hacerse oír o para entender que iba en serio, se tornó fría y calculadora en caso de que aquel hombre fuese uno de esos borrachos problemáticos, la risa de aquel hombre desconocido cesó y fue entonces cuando escuchó otros sonidos más a lo lejos, se mordió los labios y entonces fue cuando corrió hacia ese sitio. ¿Se escapa? pensaba alarmado, y habría seguido de no ser porque casi pisó el cuerpo de un hombre que estaba semi-desnudo y tirado en el suelo-

Oh...-fue lo único que salió de sus labios, se guardó apuradamente la navaja, no la usaba mucho pero aún así fue hábil al hacerlo de tan solo un movimiento y se puso de rodillas, no podía decir "¿estás bien?" porque sería una ironía, lo primero que hizo fue acariciar el torso ajeno, para asegurarse de que los movimientos de su respiración eran normales, despues miro más acerca, unas cuantas heridas, propias de una paliza pero que parecía afortunadamente que no había llegado más lejos-

Gitano1: ¿Estás bien Lionel?

Gitano2: maldito cabrón... ¡ ha huido !

-Lionel asintió, para no alarmar a los hombres que ya estaban cargados con pistolas y armas rudimentarias, les indicó que aquel hombre estaba herido y que había escuchado al borracho ir por allá, algunos, los más aguerridos fueron tras el sitio donde Lionel señaló con la esperanza de tener un poco de acción con aquel hombre que se había atrevido a entrar en su territorio mientras que los más parecidos a Lionel, en caracter ayudaron al gitano a dejar en su carpa al muchacho, al que aposentó en su cama aunque no era mucho-

No se preocupen ya me encargo yo de él.

por **Yves Lébedev** Sáb Jun 07, 2014 11:58 am

♥ “Si hay violencia en nuestros corazones,
es mejor ser violentos que ponernos el manto de la no violencia
para encubrir la impotencia.”

Con un pequeño peine de bolsillo trazo una línea del lado derecho de su cabeza, queriendo prolijar un poco aquellos cabellos que se caracterizaban más por su natural rebeldía que por la prolijidad que su dueño trataba de impartirles.
Mientras se vestía con su camisa más nueva y su pantalón más limpio Yves se notó algo ansioso. Pocas veces eran las que esa extraña sensación se presentaba para el ruso en su mente, en su anatomía. La realidad marcaba hacía un bien tiempo que el muchacho se había tornado bastante abúlico; nada despertaba emoción, alegría o interés en su ser. Para su suerte el respirar era un acto involuntario…

La paga, eso era concretamente lo que le emocionaba. Ya se imaginaba que con los francos que recibiese se pondría al día con el alquiler de aquella mugrosa pieza donde pasaba las noches y que hasta le sobraría dinero para comprar alguna que otra provisión y así sustentarse por unos cuantos días.
La idea de vivir una semana completa, de lunes a lunes sin escuchar los gruñidos hambrientos de parte de sus entrañas sonaba como un relato de ensueño para el castaño.
Una o dos veces al mes Yves era recogido por el carruaje de Frederique. Generalmente se alejaban del centro de la ciudad, a una casa a las afueras de Paris y allí, tras alguna bebida el acaudalado banquero sometía al cortesano a sus recurrentes deseos.
A través de él, Yves había generado la hipótesis de que en Francia existían dos tipos potenciales de clientes masculinos; aquellos que buscaban cortesanos para desahogar su apetito sexual y por otro lado los que pagaban servicios de piel para cumplir los fetiches que silentemente resguardaban en su interior.
Frederique era de los del segundo tipo. Un dominador, encantando de someter al otro a todos sus caprichos. El poder debía estar presente en cada milímetro de su existencia; desde su trabajo a su hogar, sin olvidar hasta los prostitutos con los que se acostaba. En todo aspecto de la vida, él debía llevar la batuta y el resto someterse a ello sin peros.
Llegaron a la casona justo antes de que el Sol se ocultase. El banquero no andaba con muchos ánimos de charla, o mejor dicho, estaba con demasiado interés en abocarse en otros asuntos como para perder tiempo en charlar y simular que le interesaba algo que pudiese salir de los labios de un cortesano.

Dialogar o no era algo que a Yves lo tenía sin cuidado. De todas formas el sentía que jamás poseería algo atrayente para relatarle a alguien con una vida tan activa como la del que yacía frente suyo.

Entre vaso y vaso de whisky, Frederique le solicitaba a Yves que se desvistiese en un orden específico. Sentado cómodamente en un sofá de terciopelo color marrón el cuarentón contemplaba al muchacho; sus ojos remarcaban los ángulos, las curvas y hasta los pliegues de aquella piel blancuzca y lampiña. Cada tanto daba alguna orden con la mano. Bebía un sorbo de la añeja bebida y movía la cabeza de un lado a otro, para ver al ruso desde otra perspectiva.

- ¡No quiero que me mires más con esos ojos! ¡Ya te lo dije hijo de mil putas! – las venas extenuadas en el cuello del hombre advertían su estado de cólera. La brusca bofetada recibida por el rostro de Yves también. Un hilillo carmesí cayo de los labios del anonadado mancebo, tirado en el suelo de rodillas. No comprendía que sucedía. Frederique nunca le había tratado así. La sangre toco el suelo, manchando levemente la alfombra beige bajo suyo.

- ¡Y mira lo que haces bueno para nada! – exhorto, impulsándose por esa borrachera rabiosa para entregarle una patada en las costillas a su siervo. El maldito impetuoso pensaba que podía hacer lo que quisiese con ese objeto animado que por su compañía había pago. Mientras estuviese con él, lo que le placiera haría sin remordimiento alguno.

Yves nunca cuestionaba el porqué de las cosas. Con tantas desgracias sobre los hombros, ya pensaba que era costumbre le sucediesen cosas así. Por eso no pedía clemencia, mucho menos misericordia, pues jamás la vida le ofreció un suspiro para descansar de una mala racha.
Se levantó dolorido solo para recibir un par de golpes más. Y volvió a erguirse para demostrar que no se rendiría, no por valiente o luchador, sino porque le daba exactamente igual quedar o no tirado en el suelo con todos sus huesos rotos.

Corrió, o por lo menos eso trato. Llevaba en su mano una bolsa llena de francos que le arrebato al borracho, que le seguía desde atrás con una puta arma. Yves avanzaba zigzagueando y a duras penas poco a poco se alejaba de su victimario, que seguía insultando y amenazando al mancebo.

Ya ni sabía dónde se encontraba, sin embargo jamás pensó en detenerse. Sus perdidos ocelos azulados miraban cada tanto hacia atrás, hasta que la distracción le jugo al joven una mala pasada.

Un tropezón. Un desafortunado tropezón.

Cayó al suelo, golpeándose la cabeza con una roca que le hizo desvanecerse automáticamente. En el terreno de la inconsciencia se veía en un sitio despejado, donde no había absolutamente nada más que su presencia. Se preguntó así mismo si se quedaría allí por siempre, pues no le disgustaba tanto la idea…
- ¿Dónde estoy? – abrió los ojos con dificultad. A principios nada poseía nitidez. La luz era tenue y todo lo demás desconocido. Movió lentamente los dedos de su mano y noto que seguía vivo. Tenía la bolsa de monedas sujeta con la diestra. Allí se había concentrado su fuerza. Poco a poco recupero la noción. Y con ello arribo todos y cada uno de los dolores que su cuerpo presentaba por la paliza recibida ¿Dónde estaría Frederique para ese entonces?

Su ángel, salvador o como desease llamarse tenia cabellos largos y rostro amable. Y su mirada, a diferencia de la del herido estaba llena de una particular calidez. Yves apenas sonrió de lado, no porque aquel par de ojos le generasen ternura, sino porque le parecía jodidamente irónico tener que vislumbrar a alguien tan distinto a él en una situación como esa.

por **Lionel D'Maine** Jue Jul 31, 2014 9:06 am

-Los gitanos hacía ya unos longevos minutos que se habían marchado dejando al muchacho en su carpa, no era mucho lo que podía ofrecerle, de hecho, era gracioso que con solo una vista o mejor dicho con girar el rostro de izquierda a derecha ya habías visto todo. Donde estaba el muchacho era una esquina, la cama, no era demasiado cómoda si se podía poner demasiado impedimento a su simple carácter, estaba hecha a mano, con tablones de madera que los mismos parisinos habían tirado, un colchón ofrecido por un rico en mudanza y unas sabanas hechas por las mismas mujeres que siempre regalaban varias mantas a Lionel, ya que a pesar de que los ancianos o los sabios gitanos no le veían con buenos ojos debido a su físico, los demás le trataban como un miembro más de la familia; Al lado de la cama, había un montón de ropas, no importaba si sucia o limpia, de hecho si estaba sucia, rápido se iba al lago, se la quitaba y la lavaba, no debía de ser tan tiquismiquis con lo que tenía.

Debajo del colchón unos pocos zapatos, más bien solo dos zapatos que estaban bastante usados, cerca de las ropas, una especie de baúl, en donde metía la comida, pan sobre todo, el queso no podía dejarlo mucho tiempo por el olor, dulces, pan, granos de café, incluso varios caprichos, solo que a esas alturas, estarían completamente duros pero mejor eso que nada, incluso tenía bolsas de arroz, de pasta... Justo al lado otro montón de ropa, y casi escondido un baúl, el baúl que contenia varios cajones secretos ya que eran sus ahorros, donde eran divididos entre los que no debía de gastar a no ser que fuese una emergencia, los que podría usar libremente y los que, quizás, estaban guardado para emergencias, es decir, guardaba depende del sueldo la moneda o las monedas que usara y necesitase.

Y al lado, por ultimo, las sábanas, las mantas y varios utensilios que utilizaba, sobre todo dedicados a la tierra o para romper las ramas, guantes rotos y una navaja oxidada eran los que más sobresalían a simple vista. Así que, se quedo arrodillado al lado de la cama, con una botella de agua y un paño utilizado para el rostro, lo utilizo para ir humedeciendo el rostro del muchacho. Era atractivo, muy atractivo y eso se veía a simple vista, sobre todo, tuvo que controlarse para que al tiempo que humectaba sus labios secos, no le viese como un pervertido en cuando se levantara. Apenas abrió los ojos, Lionel ladeó el rostro con una pequeña sonrisa- ¿Estás bien? -Aunque, después bajo el rostro y giró este al mismo tiempo. "Lionel, por el amor del cielo ¿cómo va a estar bien?, ahora mismo debe de tener dolor en la cabeza ¿y le preguntas si está bien?." Pensaba que era bastante ilógico preguntar eso,al menos siempre se preguntaba- Estás en un sitio seguro...al menos así lo veo.

-Intentaba animarle, ser una persona a la que confiara, aunque ahora con la experiencia que había tenido, estaba más que claro que podría enojarse o alejarse, aún así, mientras estaba despierto, los dígitos de Lionel acariciaron su mejilla derecha, después su cabello y le sonrió con ternura- Me llamo Lionel, esta se puede decir que es mi casa, no es mucho y se que no debes de estar cómodo, pero quédate aquí hasta que pase la noche, debes de estar cansado y dolorido -Añadió débil dejando de acariciarle, sus manos volvieron al trapo, lo humedeció un poco más y después fue acariciando el rostro del muchacho nuevamente, le humedeció este, aunque claro, no demasiado exagerado, intentaba que fuese como si estuviese refrescando la dermis de éste, incluso con una sonrisa le trataba con cuidado-

No me he atrevido a mirar tu cuerpo, ¿tienes alguna herida más que necesite ser curada? -se sentó finalmente, tenía las rodillas sucias de haber estado arrodillado, con la mano, distraídamente buscó en donde estaba la pila de mantas, sábanas y útiles varios, sacó unas vendas que tenían buen aspecto, así como unos tarros con espesos ungüentos, él era famoso por saber utilizar las hierbas medicinales mucho mejor de lo que los demás pensaban, era bastante habituado a esos temas, después de todo, no se podía permitir el comprar esas medicinas tan caras...¿Y quien, además de los ricos podían comprar todo eso?-

por **Yves Lébedev** Miér Sep 10, 2014 5:32 am

Aún continuaba algo sumergido bajo aquella sensación confusa que golpeteaba su cabeza. Pero esto no se debía a las heridas que yacían a lo largo de su cuerpo, no, la confusión o mejor dicho extrañeza partía de la bondad ajena, en este caso del joven pelilargo para con él.
Y sí, poco y nada era lo que Yves sabia sobre la magnanimidad de algunas personas para con el prójimo, sin importar quien este fuese.
La vida puede hacerte egoísta y cruel entre otras cosas. En el caso del mancebo, los sucesos en su existencia le habían tornado indiferente, distante de todo aquello que pudiese hacerle bien o mal.

Relamió sus rosáceos labios, que aunque fuese humedecidos delicadamente por su cuidador de turno aún le resultaban secos. Trató de reincorporarse, pero un dolor terrible en su abdomen le impuso mantenerse extendido aún sobre la cama donde yacía sin siquiera saber el cómo – Supongo debo agradecerte, aunque no se bien por cuantas cosas… - comentó con una sonrisa de lado, haciendo referencia a que nada era lo que recordaba tras la paliza y su tropezón.

Ya con mayor lucidez, Yves cayó nuevamente en prestar esa disimulada atención que no gustaba que se notase más de lo necesario –pues para él a nada merecía revelarle importancia- en las facciones de quien le atendía tan amablemente.
Curiosamente, el cortesano pensaba para sí en como todo lo que componía la anatomía del muchacho frente a su persona hacía juego tan armoniosamente.
Sus labios, el demarcamiento de su mandíbula, el tono de sus ojos y el largo de su cabello. Un hombre interesante, con una rusticidad aplacada por la benevolencia de su ser y sus actos, en aquel caso, de suma atención para con un desconocido.

"¿Qué le llevaría a ser así?" Eso era lo que a Yves le gustaría preguntarle, más sabía que no era el momento indicado para ello. Pero sí para comenzar a advertir sobre la coraza que le alejaba de todo el mundo - Quizás lo que estás haciendo solo pone a tu hogar en peligro. Y nadie ocuparía tal posición por alguien que ni siquiera conoce – despojó tras aclarar su garganta y esforzarse para apoyar ambas manos a los lados de su cuerpo y erguirse, hasta quedar sentado en la catrera.

Clavó sus inexpresivos ojos en los del pelilargo y sin pronunciar una palabra siquiera, así se quedó por unos instantes.

- Siento dolor en todas partes. Pero no es la primer paliza que recibo – mordió su labio inferior y bajó la mirada, como en remembranza de todas las veces que se había metido en problemas. Para él era mejor una lluvia de puños sobre su ser que una decepción por alguien a quien le haya ofrecido su confianza.

- Me llamo Yves. Y lo que quiero saber ahora es como puedo quedar a mano contigo por tu atención. Odio deber favores – las palabras del cortesano siempre sonaban mecánicas, como si de un ser robado de toda humanidad se tratase. Definir sentimientos en el ruso era casi imposible debido a aquella defensiva actitud que había tomado para con el mundo. Y lamentablemente ni siquiera para su salvador de turno aquella regla podía hacerse una excepción.

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