El comienzo [Frausto A. Figueroa]

por **Roxanne** Sáb Feb 09, 2013 7:34 am

Aun me repetía una y otra vez la última conversación mantenida con Konrad antes de subir al carruaje que me llevaría hasta París, alejándome de la tierra que me vio nacer hace más de quinientos setenta y ocho años...

- No deshonres a la familia, Ivka. Esta es tu oportunidad para demostrar a padre que se equivocó al juzgarte.

- No me importa lo que él piense de mí. ¿No te das cuenta? Nunca le hemos importado, ni siquiera tú.- repliqué, cruzándome de brazos a la altura del pecho y desviando la mirada hacia la ventana dónde se nos mostraba el descenso paulatino del sol hacia las verdes colinas de Brașov. Konrad resopló y puso los ojos en blanco.

- Entonces no lo hagas por él. Hazlo por mí y por la familia.

- ¡Já!- espeté de repente, exaltada.- ¡La familia!- repetí meneando la cabeza, acercándome al alféizar para sentarme en él, dejando colgar mis piernas sin que me importara los metros que me separaban del suelo, suficientes para hacer añicos a cualquier ser humano. Aquello me hizo sonreír absurdamente hasta que mi hermano me sacó de aquella pequeña ensoñación con su voz firme, aquella a la que no podía negarme.

- No te estamos dando una opción, Ivanna. Es una orden y debes acatarla.

Odiaba cuando se ponía en aquél plan dictatorial: me recordaba a padre.

- Entonces la acataré, señor.- refunfuñé entre dientes.- Nos veremos en el feliz enlace.- concluí con sarcasmo, saltando de la ventana hasta aterrizar acuclillada en el gélido y húmedo césped del jardín, dando por terminada mi emotiva despedida de la familia.

No pensaba mirar atrás una vez me escondí en el interior de aquél carruaje que olía a viejo, pero no pude evitar ladear mi cabeza con disimulo, mordiéndome los labios al ver empequeñecer aquél castillo y desaparecer la figura de Konrad hacia el interior del palacio con las manos en los bolsillos y un semblante serio.

Suspiré y meneé la cabeza, odiándome por no poder odiar a Konrad y al resto de mis hermanos, incluso a mi padre, el mismo que ahora me enviaba lejos de mi hogar para firmar un estúpido papel matrimonial con un completo desconocido.

Sin siquiera darme cuenta, pronto el carruaje se zambulló entre las luminosas calles de París, recorriendo varias calles y callejuelas de adoquines que hacían desestabilizar el carruaje y despeinar mis cabellos recogidos en un moño alto y elegante.

Para mi mala suerte, el viaje se me hizo corto aunque habíamos pasado varias noches en aquella larga travesía, durmiendo en posadas humildes porque padre no quiso financiar el viaje dada mi negativa a realizarlo, alimentándome de vagabundos y humildes campesinos. Aquello me hizo salivar, percatándome que hacía varias horas que no me alimentaba. ¿Me esperaría un banquete a mi llegada? Esperaba que así fuera, pues cuando me sentía sedienta no gozaba de paciencia.

El carruaje se detuvo frente a una mansión de paredes claras y una puerta de bronce adornada con relieves que captaron mi atención y una campana junto a la puerta. El conductor que me había acompañado en aquella travesía hizo calmar a los exhaustos caballos y bajó para ayudarme con la escalera del carruaje, tomando su mano para tocar tierra firme. Mientras el cochero bajaba mis escasas maletas y las subía por unas escaleras de mármol hasta la puerta principal de la residencia, mis ojos vagaban de un lado a otro, escrutando aquella casa de arriba abajo para no perder detalle, hasta que una voz no familiar captó mi atención y mi mirada se fijó en un siervo que se encontraba en el umbral de aquella puerta con la mejor de sus sonrisas, esperando que me acercara para guiarme hacia el interior de la residencia.

Tragué saliva, recogí la falda de mi vestido, alcé el mentón y con paso firme me encaminé hacia el mayordomo, saludándole con la cabeza antes de que éste se diera media vuelta y me llevara hacia el vestíbulo, dónde probablemente me esperaría mi nueva familia. Tras mis pasos, el cochero llevaba mis maletas entre esfuerzos debido al peso de éstas. Tras nosotros, la puerta se cerró y por primera vez en mi vida, me sentí desamparada.