El libro de los amigos: Diario alternativo de la señorita Miranda Prishcop

Comencemos por el principio, la verdad es nunca e sido muy sociable, así que cualquier amigo fuera del cementerio es bien recibido, escribir un diario es algo que nunca imagine hacer, sin embargo teniendo tantas pilas de papel y libros sin rellenar me di a la tarea de hacer mas de uno, quizás se trate de mi afán por sentirme un poco mas femenina, o quizá simplemente porque me encuentro muy aburrida en ocasiones, pero en este diario alternativo quisiera hablar acerca de aquellos amigos que he ido haciendo a través del tiempo, esos que sin duda serán únicos pues como ya mencionaba no tengo mucho contacto con la gente. En este caso me gustaría comenzar a hablar acerca de todos mis amigos de aquí, del cementerio.


Bueno, primero que nada me gustaría comenzar explicando algunas cosas antes de comenzar a enumerarles a las personas que viven a mi alrededor[Vivir es solamente una expresión, nada mas], mi hogar es una comunidad diferente, llena de personajes singulares que cuidan de mi y que lo harán probablemente hasta después de muerta, aquí también existen un par de reglas que hay que seguir al pie de la letra, pues a pesar de todo la comunidad de muertos que viven a mi alrededor parecen ser un grupo bastante organizado en cuanto a la administración de territorio, reglas y leyes de convivencia etc. etc. etc.


En general son buenas personas, sin embargo suelen haber roces a menudo debido a la gran diferencia que existe entre cada época en la que vivieron, lo cual implica contradicciones religiosas y de costumbres, sin embargo en general se llevan todos bastante bien. Desconozco las razones por las cuales se encuentran atados a este lugar, sin embargo prefiero no preguntar acerca de ello y limitarme a aplaudirle a mi suerte por dejarme con semejante grupo de personas, ellos pueden llegar a ser temperamentales, bastante obstinados y muchas veces rígidos en cuanto a sus costumbres, sin embargo todos son buenas personas y me encanta vivir con ellos. Habiendo aclarado esto no me queda nada más que asomarme por la venta e intentar decidir por cual de estos peculiares amigos comenzar…

Había estado dándole vueltas a la idea de escribir sobre algunos de mis amigos del cementerio, sin embargo aun no había llegado a la respuesta correcta, esta tarde cuando subía las escaleras de piedra que dan hacia la entrada comencé a preguntarle sobre el criterio que debía utilizar para escogerlos, llegue a la conclusión de que el primero que hiciese alguna cosa peculiar cerca de mi seria la victima de mis escritos, de ese modo espere pacientemente hasta que esas dos aparecieron, jugando entre el resto de las lapidas y riendo de esa manera tan desconcertante, en la que uno no sabe si se están burlando de alguien, se están divirtiendo o están planeando cosas malvadas, a mi parecer la mayoría del tiempo es porque ocurren las tres cosas.

Pero como iba diciendo, esta mañana ellas llamaron mi atención poderosamente, se encontraban sentadas en el monumento en medio del cementerio, las dos se encontraban quietas, casi completamente, mirando con un rostro de aburrimiento hacia delante, como buscando en la inmensidad de la tarde la imagen de su vida como humanas, este hecho me pareció realmente extraño ya que a pesar de que su vida terrenal estaba acabada ellas eran siempre joviales. Haciendo memoria me di cuenta de que por esa época del año las encontraba por demás decaídas, fue en ese momento en el que se me ocurrió preguntar acerca de ello y descubrí la razón: La fecha de su muerte se encontraba próxima.

Esas dos fueron mis únicas amigas cuando era pequeña. Solíamos jugar a perseguirnos hasta la colina cuando me encontraba triste, ellas siempre me animaban a pesar de ser un poco mayores que yo, congeniando bastante bien hasta que termine de crecer, ahora tengo solamente dieciocho años pero estos comparados con los catorce que tenían cuando murieron y los once de edad mental que poseerán por siempre es un salto de edad bastante grande, aun así los recuerdos que cree con esas dos pequeñas muñequitas orientales permanecerán en mi mente por siempre.

Se preguntaran ahora los nombres de esas dos, pues la verdad es que no lo se, ella nunca me lo an dicho y yo siempre las llamo “chicas”, debido a que hasta la fecha no logro diferenciarlas y me sienta mal ponerles un nombre cuando ellas poseen el suyo propio.

Descubrí sus tumbas un frio jueves de lluvia en el que abrumada por la soledad escape de la vista de la señorita Salmon y el señor Owens para dirigirme al pueblo, estas se encontraban tan enterradas en los terrenos de cementerio que pensé que se encontraban fuera de su territorio, sin embargo ahí estaban, cubiertas de moho y jugando en los charcos, divirtiéndose como nunca y como siempre, esa tarde ellas me ayudaron a revivir a mis amigos en mis memoria, me hicieron reír para terminar llorando en sus apenas tangibles brazos, desde entonces an sido mi consuelo en los momentos tristeza de mi vida, así que aunque ya no tengamos demasiadas cosas en común sigo recurriendo a ellas de vez en vez.

Ahora que se acerca el aniversario de su muerte me e convertido yo en su caja de las risas, recordado cuando nos revolcábamos juntas en las hojas de otoño y como admiramos el paso de las estaciones hasta que me toco crecer y olvidarme de los placeres simples de la vida, ellas no han dicho nada directamente, pero entre cada conversación me dejaron ver un atisbo de su pasado, de su trágica muerte a manos de su madre, de los celos que esta sentía de la juventud y belleza de las chicas , de la envidia y el odio, de las miradas de lujuria de su padre y finalmente de la pureza con la que se les permitió morir.