AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Flashback 1. Conociendo a Cam Roham
15 de Mayo de 1780, Hungría. Casa de verano de la familia Hale.
Cinco días atrás, la familia Hale perdió a la más hermosa de sus jóvenes hijas. Erzabetha, que apenas había experimentado los primeros años de la maternidad, dejó a su primogénita, Maia, a cargo de sus padres; sin embargo, los condes no deseaban criar a la niña, a la que consideraban sucia por la sangre gitana que corría por sus venas. Mantuvieron su existencia en completo secreto, pues aunque su riqueza no era exuberante, y Erzabetha había sido una mujer humilde y discreta, la vergüenza podía caer sobre su familia. Maia, quien apenas había cumplido los cuatro años de edad, no comprendía las discusiones de sus abuelos, ni por qué la obligaban a permanecer oculta en su oscura habitación.
“¿Dónde está mamá?”, repetía constantemente la niña de rizos color chocolate, más nunca obtenía respuesta. Había sombras en su cuarto, criaturas silenciosas que parecían pasar inadvertidas por sus abuelos. La niña dormía cada noche con el miedo de ser atacada por las sombras, siempre amenazantes y fieras; susurraban oraciones sin sentido, algunas veces en otros idiomas; la miraban con burla, acariciaban sus pies bajo las sabanas haciendo que echara a llorar. Las sombras siempre reían. Entre sueños, Maia vislumbraba extraños sucesos que jamás había visto.
La noche del 2 de Junio, un sueño se hizo presente en su mente, más colorido que ningún otro. En él aparecía un hombre alto, apuesto, diferente a cualquier persona que hubiese visto rondar por los pasillos de la mansión o por la ventana. Era de piel morena, cabello negro y ojos café como la avellana, muy parecidos a los suyos. En el sueño, aquel hombre le ofrecía pan, le cantaba, le susurraba historias sobre su madre, la abrazaba. Supo entonces, al despertar, que debía marchar con ese hombre, que ahora la esperaba al pie de su balcón, con ropas coloridas y una soga sobre el hombro. No dudaba del amor que ese hombre le profesaba sin siquiera conocerlo, y cuando marcharon, ni siquiera miró atrás pensando en los vestidos caros o las lecciones de latín. Solo deseaba estar a su lado.
Cuando se alejaban de la mansión Hale, el hombre la cogió en brazos y la mantuvo firme contra su corazón.
— ¿Cómo se llama? — preguntó la niña aun somnolienta, mientras el hombre salía de los jardines de la mansión.
— Cam… mi nombre es Cam Roham. —su voz era grave como la de nadie. Era una voz conciliadora.
— ¿Conocía a mi madre? — aunque sus palabras eran delicadas como las notas de un piano, había tristeza en ella. Roham también habló con tristeza.
— Si, cielo… conocí bien a tu madre. Sé que ella te amaba mucho.
La pequeña pensó en la figura de su madre, elegante, amable, amorosa. Una mujer inigualable en belleza y fragilidad. Siempre había pensado que jamás llegaría a ser como ella, pero al estar en brazos de Roham, pensó que tal vez podría parecerse a aquel hombre.
— ¿Podría… cantarme como ella lo hacía? — pidió con timidez.
— No estoy seguro si ella solía cantarla, pero hay una canción que le enseñé hace unos años… — hizo una pausa cuando fueron acercándose al bosque, cerca de una colina que abría la vista a un valle interminable, bañado por la luz de la mañana. Una suave melodía nació del pecho de Roham. — Ha nacido un sol, a partir de hoy, que abre la esperanza en mí. Siento en tu fragilidad, mi amor… algo que no sé entender. ¿Cómo enseñarte yo a cuidar tu corazón? A buscar lo que es mejor, mi amor. Mi ángel de amor.
La canción de su padre fue lo último que pudo escuchar conforme se internaban en el bosque, pudo sentir su calidez y su aliento sobre su cabello. Cuando despertó, se encontraba en su regazo, dentro de una caravana grande y repleta de personas. Algo asustada, se aferró al cuerpo de Roham como un naufrago a la tierra firme. Aquellas personas la miraban con la misma desconfianza que ella sentía hacia ellos; todos eran extravagantes, con pendientes por todos lados, coloridos atuendos y ojos de un ambarino brillante. Miró con ojos lacrimosos a su padre, quien le sonreía con complicidad.
— Vamos a estar juntos de ahora en adelante, Maia. Siempre me tendrás a tu lado. — recibió el beso de Roham con un mohín tímido. — Nunca te dejaré sola… te lo prometo.
Aunque la pequeña creía en sus palabras, escondió su rostro en su fuerte pecho. Una pequeña mano tocó su hombro desde atrás. Sorprendida, miró a un niño poco mayor que ella, de tez morena como todos los demás, ojos más bien negros y sonrisa gentil.
— Todos siempre estaremos contigo. Mi nombre es Merripen.
Yuna Rutledge- Gitano
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Roham's Diaries
○ Flashback · Rep. Checa · Reunión familiar · 14 años ○
La niña observaba a sus amigos desde un tronco caído. Jugaban animadamente con los niños de la tribu aliada con la que compartían caravana aquellas semanas de verano. A ella no le simpatizaban en absoluto, pues los creía groseros e incivilizados. Su padre le había sugerido no usar palabras como "patanes" mientras estuvieran con ellos, dado que se trataban de expresiones gadjis. Ellos no estaban informados acerca de Erzabetha, madre de Maia, quien tenía que soportar esos terribles maltratos.
Había un niño en particular que la enloquecía. Melalo Minué era la criatura más odiosa, cínica y pedante que existía sobre la fas de la tierra, pero el problema radicaba en que él sabía muy bien como avergonzarla; cualquier insinuación sexual la volvían un gallo de pelea y nada ni nadie podía contenerla. En peleas, era ella quien siempre llevaba las de ganar, a pesar de su baja estatura. Y precisamente por eso, se hallaba sola.
Todos preferían ir a jugar con Lalo y sus lamebotas, mientras ella debía trenzar cintas de cuero y cabellos de las gitanas maduras.
Una voz conocida la saludó de forma casual, y en menos de dos segundos, tuvo sentado a su lado a Merripen, su primo y mejor amigo. Sólo le llevaba dos años, pero él ya parecía todo un hombre. Era alto como el demonio y sus músculos dejaban entrever que sería una verdadera mole en el futuro, si seguía trabajando como lo hacía en ese entonces. La niña notó su mirada inquisitiva y no pudo evitar fruncir el ceño.
— Ya sé lo que me vas a decir. —Le soltó con brusquedad, apretando la intrincada trenza que tenía entre las manos.
— ¿Enserio? —Ironizó él con una breve sonrisa. No solía reír ni hacer bromas, pero con ella era bastante más accesible.— Bueno, quizás Tita tenga razón y eres una verdadera vidente. A ver, adivina mi futuro.
Maia fingió que centraba su atención en el futuro, con la vista fija en un punto lejano del bosque.
— Veo a un muchacho gitano de dieciséis años atascado en una trampa para osos. —Susurró con misticismo. Torció el gesto, como si algo le doliera.— Auch, que mal lugar para que te atrape una trampa para osos.
— Bueno, ya vale. —La cortó Merripen, haciendo que la castaña riera con ganas. En venganza, la tomó entre sus brazos y la atacó con cosquillas y pellizcos.— Que niña tan sádica. Nunca encontrarás marido con esas malditas ideas de hombres siendo castrados.
— N-No me interesa conseguir un marido. —Le replicó ella entre risas, intentando escapar a sus hábiles manos, pero le resultó imposible.— ¡Ay, Merripen! Me vas a dejar marcas en todo el cuerpo.
— Sí, pero son marcas inocentes. —Concilió el moreno, dándole una tregua temporal. Le permitió a su prima recostar la cabeza sobre sus piernas.— Necesitas a alguien que te deje marcas indecentes.
— ¿Qué son las marcas indecentes? —Le preguntó con inocente curiosidad. Merripen habría reído si no hubiese sentido una repentina tensión. Sacudió la cabeza y le dio un golpecito en la frente.
— Lo sabrás cuando te cases.
— ¿Quién en su sano juicio se casaría con una bruta como yo? —Preguntó ella con una mueca de escepticismo.
— No lo sé. Quizás Lalo. —Le dijo, señalando al muchacho que se ganaba miradas de admiración entre los otros niños y algunas jóvenes.
— Ya, pero él no está en su sano juicio. —Replicó Maia. Su primo le revolvió el cabello.
— Exacto.
Había un niño en particular que la enloquecía. Melalo Minué era la criatura más odiosa, cínica y pedante que existía sobre la fas de la tierra, pero el problema radicaba en que él sabía muy bien como avergonzarla; cualquier insinuación sexual la volvían un gallo de pelea y nada ni nadie podía contenerla. En peleas, era ella quien siempre llevaba las de ganar, a pesar de su baja estatura. Y precisamente por eso, se hallaba sola.
Todos preferían ir a jugar con Lalo y sus lamebotas, mientras ella debía trenzar cintas de cuero y cabellos de las gitanas maduras.
Una voz conocida la saludó de forma casual, y en menos de dos segundos, tuvo sentado a su lado a Merripen, su primo y mejor amigo. Sólo le llevaba dos años, pero él ya parecía todo un hombre. Era alto como el demonio y sus músculos dejaban entrever que sería una verdadera mole en el futuro, si seguía trabajando como lo hacía en ese entonces. La niña notó su mirada inquisitiva y no pudo evitar fruncir el ceño.
— Ya sé lo que me vas a decir. —Le soltó con brusquedad, apretando la intrincada trenza que tenía entre las manos.
— ¿Enserio? —Ironizó él con una breve sonrisa. No solía reír ni hacer bromas, pero con ella era bastante más accesible.— Bueno, quizás Tita tenga razón y eres una verdadera vidente. A ver, adivina mi futuro.
Maia fingió que centraba su atención en el futuro, con la vista fija en un punto lejano del bosque.
— Veo a un muchacho gitano de dieciséis años atascado en una trampa para osos. —Susurró con misticismo. Torció el gesto, como si algo le doliera.— Auch, que mal lugar para que te atrape una trampa para osos.
— Bueno, ya vale. —La cortó Merripen, haciendo que la castaña riera con ganas. En venganza, la tomó entre sus brazos y la atacó con cosquillas y pellizcos.— Que niña tan sádica. Nunca encontrarás marido con esas malditas ideas de hombres siendo castrados.
— N-No me interesa conseguir un marido. —Le replicó ella entre risas, intentando escapar a sus hábiles manos, pero le resultó imposible.— ¡Ay, Merripen! Me vas a dejar marcas en todo el cuerpo.
— Sí, pero son marcas inocentes. —Concilió el moreno, dándole una tregua temporal. Le permitió a su prima recostar la cabeza sobre sus piernas.— Necesitas a alguien que te deje marcas indecentes.
— ¿Qué son las marcas indecentes? —Le preguntó con inocente curiosidad. Merripen habría reído si no hubiese sentido una repentina tensión. Sacudió la cabeza y le dio un golpecito en la frente.
— Lo sabrás cuando te cases.
— ¿Quién en su sano juicio se casaría con una bruta como yo? —Preguntó ella con una mueca de escepticismo.
— No lo sé. Quizás Lalo. —Le dijo, señalando al muchacho que se ganaba miradas de admiración entre los otros niños y algunas jóvenes.
— Ya, pero él no está en su sano juicio. —Replicó Maia. Su primo le revolvió el cabello.
— Exacto.
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Yuna Rutledge- Gitano
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