No era una sorpresa. ¡Pero es un placer conocerte! (Privado)

No era hora de que le llegaran esas cartas a semejantes horas. Había sido algo repentino e inesperado, nadie, absolutamente nadie, podría imaginarse que pudiese llegarle un telegrama tan urgente de la otra punta del mundo. No era ya de noche, pero tampoco era de día, y era una hora en la que seguía siendo aún el amanecer, lo cual lo hacía todo aún más sorprendente. No podía ser una coincidencia. No, no podía serlo, era imposible que lo fuera...
La carta en sus manos estaba ya medio arrugada, pero cada una de sus palabras se le quedaba grabada a fuego en su cabeza. Por mucho que hubiera querido, era imposible que pudiera haberlo olvidado. Completamente imposible. Por eso mismo no se molestó en lanzar la carta al fuego ni en salir a hacer alguna cosa que pudiera ayudarle a olvidar la voz que acababa de escuchar en su cabeza, la persona de la cual no había tenido noticias durante tanto tiempo, aquel maldito al que tanto odiaba y que formaba parte de aquella casta que con tanto gusto desearía destruir, en un juicio que bien podría llevarse a las hogueras de la Inquisición si era necesario. Porque eso último es lo que se merecería cómo mínimo. El fuego purifica, destruye, crea las cenizas que con el tiempo se transformarán en otra cosa, por eso mismo, en cierto modo, son cómo la propia muerte, que también destruye, crea y purifica.
Cuando se hartó de leer la carta la dejó lentamente sobre la mesa y se quedó pensando durante un buen rato, alzando la mirada hacia el fuego, que crepitaba perezosamente en vísperas de apagarse. No podía venir. No podía haber muerto de semejante forma. No podía permitirlo...¡no! Justamente ahora. Sabía que tarde o temprano ocurriría...que las posibilidades de que sucediera eran altas teniendo en cuenta la imprudencia de él, la imprudencia de ellos.
Selene se maldijo para sus adentros y soltó una palabrota mientras se arreglaba un poco y salía de casa con rapidez. ¿Qué es lo que había hecho? ¿Por qué lo había hecho? ¿Es que acaso se arrepentía de haberlo hecho? En el fondo tendría que habérselo esperado, aquella maldición no era ningún juego de operetas, sabía que podría cumplirse si ellos cometían la imprudencia de decirle algo a alguien, y ellos por lo general eran lo suficientemente sensatos cómo para no decir nada. ¿Acaso no estaban en contra de ese maldito secreto? ¿Acaso no se empeñaban tanto en ocultarlo? ¿Por qué entonces habían dicho algo? Selene no lograba entenderlo.
¿Cómo entenderlo? La carta, aunque larga, no daba ni por asomo todos los detalles sobre cómo había ocurrido todo. Lo cual, aunque era una pena, también era un alivio en el fondo, pues al menos por ahora nadie, absolutamente nadie, vendría a reclamarle por aquellas vidas perdidas por su culpa. Pero podrían venir. Selene lo sabía, y si venían podían meterla a ella en un berenjenal mayor que aquel en el que estaba ya metida. Tenía que hacer algo para solucionar eso. Si llegaba la posibilidad de que llegase a suceder, por supuesto. Nadie iba a creerles si contaban que Selene dominaba un terreno de la magia negra que estaba muy mal visto.
Cuando salió de casa aún no había comenzado a anocher, pero pronto lo haría. Debían de ser casi las seis de la tarde, o al menos eso es lo que creía ella. Iba a buscar a alguien. Pasó por el mercado, que estaba repleto de gente, por las calles del norte de París e incluso pasó por el puente, en el que la pelirroja se detuvo durante un buen rato completamete perdida en sus pensamientos, mientras de vez en cuando se tropezaba con algún gato callejero o pasaba alguna que otra criatura por su lado corriendo en voz de alguna pelota o de alguna otra cosa que había salido volando hacía muy poco rato, e incluso cerca de un tipo de aspecto sospechoso que se la quedó mirando durante un largo rato y que luego alzó la cabeza y se marchó con rapidez, cómo si hubiera encontrado algo temible en la inquisidora. Pensaba mucho. Demasiado. E incluso su imaginación volaba. Se imaginó por un momento que allí mismo, en el río, pasaría un barco mercante en el que estarían esperándola, mirándola fijamente con una sonrisa en la cara, y entre ellos, el rostro de él, aquella máscara de color blanco que solamente podía darte la muerte, esperando el momento adecuado para llegar y poder apostarse junto a ella. Y después, lo que seguía tras aquello, era aún más fácil imaginárselo.
Selene meneó la cabeza de un lado para otro mientras intentaba quitarse ese pensamiento chabacano de la cabeza. Salió de su distracción perenne y se giró dispuesta a encaminarse hacia el puerto, mandar un mensaje con uno de los grumetes del barco. Si no era el de las siete que fuera el de las nueve, tanto le daba. Lo importante era que atajara cuanto antes ese problema.
Pero entonces vio algo...

Emilia, salió a toda prisa de su trabajo, -¡por favor! Ya son las seis de la tarde y yo todavía aquí – se reprendió mientras pensaba que debía haber salido más temprano pero se quedó conversando con uno de los empleados, siempre era igual cuando podía hablar de su pueblo, sus costas y la magia, que en ellas desde épocas ancestrales, emanaba de la simiente virgen del mar embravecido y las oscuridades de los bosques.

Soltó una carcajada cristalina y feliz mientras azuzaba a su caballo para que recorriera en el menor tiempo la distancia que la separaba de su casita y de aquellos libros que cada noche escudriñaba, deseaba poder aprender cada vez más, especialmente sobre herbolaria, en la zona donde vivía habitaban muchas familias de escaso o nulo recurso y ver a los pequeños niños, descalzos, sucios y con sus naricitas llenas de moco la entristecían, deseaba encontrar la forma de aminorar ese dolor con que la vida les había pagado.

Toda la alegría que momentos antes contaba, se había desvanecido, uspiró mientras, cerraba los ojos e inspiraba nuevamente con todas sus fuerzas. No era la única que sufría, que la vida le había pagado con una dura realidad sus sueños de amor y de felicidad. Sonrió en una mueca de fastidio, intentaba concentrarse en los demás para no pensar en él, pero le era imposible, hacía meses que había llegado a Paris y aunque su meta principal era encontrar a su mentor, eso se le estaba volviendo algo demasiado difícil, como si él se escondiera, como si en verdad no deseara encontrarse con ella, - date por vencida, mujer, él se fue, no por que pretendía salvarte de su destino, sino porque simplemente no te soportaba – no deseaba llorar, demasiado ya lo había hecho – y para qué, si al final la única que sufre eres tú –.

Sus ojos se fijaron en el camino, con todas sus fuerzas bloqueaba los pensamientos que llegaban como las olas del mar trayendo recuerdos e imágenes de un tiempo que nunca volvería a vivir, - haz de cuenta que ha muerto, que tu premonición ya se ha cumplido y que solo resta rezar por su alma – las lágrimas se deslizaban por sus mejillas, las secó con el dorso de la mano, - no se merece ni una de ellas – se exasperó.

Espoleó con fuerza y dureza a su caballo, éste comprendió que su ama pretendía que fuera aún más rápido, rayando en desbocarse. Un hombre le gritó – he!!! Que pretendes ¿ Matarte? – ella no lo miró cerró los ojos al llegar al puente, conocía el camino de memoria, más allá comenzaba el camino que llevaba al puerto, peligroso, sinuoso, con barrancos que eran una trampa mortal para jinetes expertos, su mente, se sumergió en un caos de ideas y del fondo de su alma surgió la respuesta a aquella pregunta, - no es mala idea, cualquier atardecer es buen momento para morir – mantuvo los ojos cerrados y apenas hundiendo sus dedos en las crines del caballo dejó que el destino la llevara.

Una no puede imaginarse las sorpresas que le trae la Fortuna veleidosa. Si hay alguien que maneja a esa dama caprichosa, estará probablemente en ese momento dirigiendo a Selene hacia una sorpresa insospechada. La sorpresa que embargó a la joven. Tanto que incluso la hizo olvidarse por unos instantes de ese problema tan tremendamente importante que tenía que resolver, esa maldición, ese asunto que la había tenido tan apurada hacía apenas un rato y que no volvería a recordar casi con toda seguridad muchos minutos más tardes. ¿Y qué fue lo que despertó su alarma? El carruaje. Uno que iba a caerse al mar de forma precipitada y violenta. Cómo si el tiempo se detuviera durante muchas milésimas de segundos vio aquel carruaje dirigirse hacia dónde no debía. ¿Pero qué estaba pasando?

-Oigan...OIGAN, QUE SE VAN A CAER AL AGUA-gritó Selene tratando de advertirles. Pero era imposible que desde allí la oyesen así que corrió para intentar posicionarse junto a ellos, estando a punto de tropezarse un par de veces. Pero era evidente que no iba a llegar a tiempo...eso era algo impensable, y en un impulso más que nada hizo lo único que podía hacer y que podía funcionar, al menos con el poco tiempo que tenía por delante...llamar a quiénes podían ayudar.

Hacer uso de éste pequeño truco era un poco cómo un acto que usaba cuando actuaba con mucha prisa, cosa que no solía suceder a menudo pues siempre solía hacer su trabajo bien cuando le tocaba hacerlo...pero aquel momento no estaba haciendo un trabajo, estaba siguiendo un impulso, pues bien podría haber dejado que se cayesen al agua y haber dejado que las personas que estuvieran dentro se las apañaran. Pero Selene era cabezota y muy impulsiva.

"Algo, lo que sea. Tenéis que detenerlos. Hacedlo, por favor" era una orden con cierto tono de súplica, algo que Selene odiaba usar, pero las prisas eran las prisas, así que lo usaría. De todos modos sería algo la mar de sencillo. Las pocas presencias que Selene había invocado, invisibles a todo aquel que no fuera nigromante, se arremolinaron en torno al carruaje, causando, o al menos Selene lo esperaba, que el caballo fuese lo suficientemente lento cómo para que pudiera ser detenido. La chica corrió hacia el carruaje, esperando que lo que había hecho funcionara...más le valía que así fuera.

Emilia, sentía la briza salobre en su rostro, con sus ojos aun cerrados pudo oír los innumerables sonidos que la rodeaban y pasaban como exhalación a su lado, los hombres volviendo de su trabajo, gritando por la torpeza en la forma de conducir, y asustándose cuando se daban cuenta a donde se dirigía; unos niños que gritaban a sus madres – mira mamá - , los gritos de mujeres – ay Dios mio se va a matar - , Emilia podía imaginarse cada movimiento cada reacción y aun así no le importaba nada, solo dejar de pensar, dejar de sentir y sufrir.

EUa voz femenina le dijo algo, era extraño porque aunque su tono no era mas fuerte o mas agudo que el de las demás mujeres, si tenía otra firmeza, otro poder, por un segundo su determinación flaqueó, solo por un segundo, apenas podía entender lo que había intentado expresar, el sonido de los cascos en las piedras del camino se lo impedían, el pequeño carruaje se bamboleara para todos lado,  las sacudidas hacían que cada uno de sus músculos se resintieran, su cabeza dio un sacudón y sus cabellos se soltaron, convirtiéndose en una cobriza melena que ondeaba sus lacios  y bellos cabellos , como si  de una caricia postrera del viento y de la sal,  se tratase, para una hija del mar.

Su corazón le retumbaba junto con el sonido del carruaje en su sienes, abrió los ojos, enfrentaría a la muerte con la  mirada fija en el mar, buscaría en el lecho de éste la paz que su alma no encontraba, estaba totalmente decidida. Pero muchas veces nuestros deseos no se cumplen y el destino decide jugarnos bromas, así fue como a pesar que en sus cálculos, estaba segura que en pocos segundos se desbarrancaría dando un triste, sino patético espectáculo, Emilia comprobó que  su fiel “Esperanza” disminuía su carrera, como si un ser invisible le hablara al oído y le hiciera entender que era mejor ir frenando la marcha hasta que muy suavemente el carruaje se detuvo a escasos  centímetros del abismo.
Varios hombres se acercaron a comprobar que se encontrara bien, preguntándole si había tenido un mareo o una descompostura, ella prefirió afirmar con movimientos de su cabeza que era así, enseguida la gente se fue dejándola sola, Emilia se cubrió el rostro con sus manos, - por que – pensó – porque, Dios, no permitiste que mi sufrimiento termine – se dijo mientras su cuerpo se convulsionaba por el llanto que surgía silencioso de su alma.

Los pasos seguros y firmes de una persona que se acercaba al pequeño coche la hicieron secar sus lagrimas a manotazos y sorber por la nariz mientras intentaba recomponerse un poco, no deseaba que nadie la viera en esas condiciones y menos que sospecharan que el descuido no había sido accidental. Se sentía muy mal, no tanto por haber fallado, sino por que solo había pensado en ella y no en su fiel caballo que moriría también por su egoísmo, - disculpame pequeña – le dijo mientras miraba hacia donde se escuchaban los pasos.

Una vida más supone una esperanza
un secreto más por descubrir...

Selene se acercó corriendo a ella para comprobar que estuviera bien. No podría haberse matado. Tenía que haber funcionado lo que Selene había planeado. Y era evidente que así había sido porque la joven vio cómo la gente se acercaba a ayudar a la chica. La propia Selene notó a su alrededor las fuerzas que ella misma había invocado hacerse cada vez más y más frías..hasta que finalmente se desvanecieron. Luego se acercó corriendo a ella para comprobar si se hallaba bien. Y procurando recuperarse cuanto antes del mareo que la había embargado. Pero eso era normal...

...solía ocurrir siempre que invocaba una de sus fuerzas, y más cuando esas fuerzas procedían del más allá. Una sabía hacerlo bien, pero para hacer cada una de esas cosas se necesitaba concentración, energía, y saber lo que había que decir. Claro que cuanto más poderosa fuera una menos gasto de energía se requeriría. Pero siempre era necesario ese gasto de energía, era total y completamente inevitable. Por ese mismo motivo Selene esperó un poco antes de comenzar a hablar.

-¿Está bien...?¿Se ha hecho algo?-esperaba que la dama la oyera entre aquella gente que había a su alrededor. Había muchos ruidos de voces humanas cada vez más ruidosas, lo cuál fastidió mucho a Selene, a pesar de que a ésta por lo general solía gustarle el bullicio y el pleno centro de la vida misma. Pero tampoco podría decirse que le gustara cuando interrumpía cosas que no debía interrumpir.-Su carruaje iba demasiado rápido...¿qué le ha pasado? Deberían haber tenido más cuidado...

La pregunta que le hicieron, provenía de la misma voz que había escuchado unos momentos antes. Emilia se dio cuenta, que esa joven debía ser un sobrenatural o por lo menos un humano con ciertos dones como los de ella – bueno, mucho mas extraordinarios – reflexionó, ya que había podido dominar al caballo y sacarla del peligro.

Las personas algunas aun estaban cerca del carruaje y la joven se había hecho espació hasta llegar a la cabina y  Emilia pudo contemplarla completamente. Era una joven de cabellos rojizos, lacios y sedosos. Su mirada inspiraba confianza y seguridad, como si la conociera de hacía mucho tiempo, pero en verdad debía ser la primera vez que la contemplaba. - Gracias, ahora me siento mucho mejor, es que no se, creo que me desconcentré – dijo jugando con sus manos y las riendas, - seguramente alguna cosa asustó a Esperanza y ya me fue difícil dominarla – pero ya me he repuesto lo suficiente como para seguir adelantes – se apresuró a decir, en verdad le molestaba sentirse en evidencia y estaba segura que si esa alma era un ser superior de seguro la descubriría.

Pasó su mano por el cuello ya que los sacudones habían hecho que su columna se resintiera un poco. Observó como el sol se iba inclinando tras el horizonte y si no se apresuraba la noche la encontraría en mitad del bosque y esa en verdad no iba a ser una buena idea, debía llegar a su casa a orillas del lago con los últimos rayos del sol. - si tiene razón debería haber tenido mucho mas cuidado – se ruborizó al contemplar a la joven – espero no haberla importunado, ni puesto en peligro – se disculpó.

Como si cayera en la cuenta y tras tratar de arreglar su vestido de forma nerviosa, se dió cuenta que no se había presentado - disculpe mi torpeza, mi nombre es Emilia - sonrió con una sonrisa sincera, como era tan común en ella.

Fortuito o no;
lo importante es que puedes cambiarlo

Selene volvió a sentirse mal otra vez, tal y cómo ocurría durante aquellas veces en las que se esforzaba sobremanera en algo que no controlaba...no del todo. La bruja se sentía agradecida también, y se alegraba de haber hecho lo que hizo, por supuesto, aunque ella por lo general jamás se arrepiente de lo que hace, aunque sea algo terriblemente malo. Cuando mata ocurre lo mismo, no se arrepiente, aunque la sensación de culpabilidad la persiga durante semanas, y de paso, también sus fantasmas, que se aparecían en sus sueños y en los momentos más inapropiados. Cuando puedes ver a los muertos es extremadamente fácil que de repente los veas tanto de día cómo de noche en sus formas más patéticas y reales, penando por el mundo e intentando cobrarse una venganza que jamás se cobrarán. Desgraciadamente, es el juego de nunca acabar. Aunque para Selene ésto no es una desgracia...casi nunca.

Sin embargo en aquellos momentos se alegraba, y mucho, de lo que había hecho, de haber evitado que la muerte se acercara por aquel lugar. Aunque no entendía aún cómo había podido pasar aquello. ¡Todo había sucedido tan rápido!...daba la sensación de que había sido por culpa de algo inaudito e imposible, cómo uno de esos golpes que el destino te da así de repente para divertirse contigo. O simplemente castigarte. Hay muchos a los que el destino tiene que castigar...de la peor forma posible. En un mero instante Selene recordó ciertos incidentes de los que había sido testigo y en los que, a pesar de su corta edad, había podido entender cuán cruel era el destino. Bueno, la chica sabía muchas cosas, pero todo era debido a su experiencia. Le gustaba experimentar, desde siempre, y a menudo se había saltado las normas más básicas de una dama...y ésto ayudaba mucho a la hora de desarrollar ciertas habilidades.

-No, no ha sido ninguna molestia. Cosas cómo éstas ocurren todos los días, aunque nadie sepa el por qué o el cómo termina ocurriendo. Un placer, Emilia, mi nombre es Selene.-dijo la muchacha con una alegre sonrisa en el rostro. Examinó a la dama con curiosidad antes de seguir hablando. Parecía muy joven, quizás tuviera dos o tres años más que ella. Eso estaba bien. Aunque le parecía un poco extraño, ya que se suponía que las damas no salen nunca de casa solas, al menos no las de su edad. Pero era más importante preguntarse cómo habría estado a punto de ocurrir semejante accidente...¿qué lo habría desencadenado?