AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Perdóname [privado]
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Perdóname [privado]
Diez años habían transcurrido desde la última vez que había abierto aquella puerta rejada. Ahora estaba cubierta por maleza y enredaderas que dificultaban el acceso por el caminito que llevaba hacia la puerta principal de la vivienda, deteniéndome por unos momentos en el jardín delantero, dónde aquella fuente permanecía sin agua ni vida. Un nudo se formó en mi garganta en cuanto los recuerdos, como una gran ola, barrieron todo cuanto era ahora. Recuerdos que no eran más que mentiras y que aun así, siempre había conservado como verdaderos. Como aquél en el que Jerarld me pedía en matrimonio y tras mi aceptación, ambos caímos en aquella misma fuente, víctimas de la más inmensa felicidad.
Sí, aquella casa me traía muchos, demasiados recuerdos. Aquella era la primera residencia que adquirí en París después de mi fuga de Islandia. Allí había alumbrado a Johannes y dónde me lo arrebataron de mis brazos nada más nacer. Allí había vivido historias tan bellas como las que mi marido me ofreció entre sus brazos, o las escenas más tensas junto a Zephyr. Prácticamente toda mi existencia se encontraba allí, en cada recoveco de la mansión.
Fruncí la nariz cuando aquella oleada me trajo aromas húmedos, rancios y malolientes. Hacía mucho que nadie abría una ventana y en cuanto lo hice, deseé no haberlo hecho. ¡Qué triste panorama! El techo y las paredes vestían negras telarañas e incluso varios murciélagos asustados escaparon desde la chimenea del salón, estampándose contra los muros y cayendo fulminados al suelo, algunos de ellos, muriendo al instante. Los muebles contenían varios centímetros de polvo y ahora, ya nada brillaba por la belleza de los ornamentos que allí había abandonado. Todo, aun así, permanecía tal y como lo había dejado el día anterior de mi viaje a Groenlandia, dónde llevamos a cabo aquél fatídico ritual.
Después de acondicionar algunos de los espacios de la mansión decidí darme un baño con espuma y sales aromáticas con la única compañía de unas velas que iluminaban la estancia, pues el crepúsculo se había cernido ya para llevarse al fin la molesta luz diurna. Tras ello, enfundé mi cuerpo con un elegante vestido largo y voluminoso de color blanco -que resaltaba mi tez morena- y adornado con unas flores de color esmeralda y con un sensual escote en palabra de honor, calzándome con unos zapatos blancos con incrustaciones plateadas y ornamenté mis cabellos con una tiara de cristales sencilla pero hermosa y radiante.
Salí de la vivienda sintiendo un gran peso asfixiarme, por lo que desistí de respirar y apreté el paso para llegar cuanto antes a la mansión Délvheen, queriendo terminar con aquella farsa de una vez por todas, pudiendo así retomar una vida que había lanzado por la borda y de la cuál me arrepentía sinceramente. Era hora de aprovechar aquella oportunidad que me ofrecía la vida y por primera vez desde mi existencia, sentía impaciencia y prisa. Prisa por empezar aquella nueva vida junto a mis seres queridos: empezando por mi marido Jerarld y terminando por mi hijo Johannes.
Fuera, en los jardines, me apoyé sobre una baranda y dejé colgar mis piernas, inquieta y nerviosa mientras esperaba la señal de Jerarld conforme había llegado el momento de presentarme ante nuestro primogénito. Los minutos transcurrían con calma ante mi desesperación y ansiedad y cuando ya había saltado para encaminarme y enfrentarme a ellos sin aun ser llamada, la puerta de la casa se abrió y mi marido me indicó con la cabeza que Johannes quería verme. Tragué saliva ruidosamente y al fin, puse rumbo a mi destino. ¿Qué consecuencias conllevarían mis erróneas decisiones?
Sí, aquella casa me traía muchos, demasiados recuerdos. Aquella era la primera residencia que adquirí en París después de mi fuga de Islandia. Allí había alumbrado a Johannes y dónde me lo arrebataron de mis brazos nada más nacer. Allí había vivido historias tan bellas como las que mi marido me ofreció entre sus brazos, o las escenas más tensas junto a Zephyr. Prácticamente toda mi existencia se encontraba allí, en cada recoveco de la mansión.
Fruncí la nariz cuando aquella oleada me trajo aromas húmedos, rancios y malolientes. Hacía mucho que nadie abría una ventana y en cuanto lo hice, deseé no haberlo hecho. ¡Qué triste panorama! El techo y las paredes vestían negras telarañas e incluso varios murciélagos asustados escaparon desde la chimenea del salón, estampándose contra los muros y cayendo fulminados al suelo, algunos de ellos, muriendo al instante. Los muebles contenían varios centímetros de polvo y ahora, ya nada brillaba por la belleza de los ornamentos que allí había abandonado. Todo, aun así, permanecía tal y como lo había dejado el día anterior de mi viaje a Groenlandia, dónde llevamos a cabo aquél fatídico ritual.
Después de acondicionar algunos de los espacios de la mansión decidí darme un baño con espuma y sales aromáticas con la única compañía de unas velas que iluminaban la estancia, pues el crepúsculo se había cernido ya para llevarse al fin la molesta luz diurna. Tras ello, enfundé mi cuerpo con un elegante vestido largo y voluminoso de color blanco -que resaltaba mi tez morena- y adornado con unas flores de color esmeralda y con un sensual escote en palabra de honor, calzándome con unos zapatos blancos con incrustaciones plateadas y ornamenté mis cabellos con una tiara de cristales sencilla pero hermosa y radiante.
Salí de la vivienda sintiendo un gran peso asfixiarme, por lo que desistí de respirar y apreté el paso para llegar cuanto antes a la mansión Délvheen, queriendo terminar con aquella farsa de una vez por todas, pudiendo así retomar una vida que había lanzado por la borda y de la cuál me arrepentía sinceramente. Era hora de aprovechar aquella oportunidad que me ofrecía la vida y por primera vez desde mi existencia, sentía impaciencia y prisa. Prisa por empezar aquella nueva vida junto a mis seres queridos: empezando por mi marido Jerarld y terminando por mi hijo Johannes.
Fuera, en los jardines, me apoyé sobre una baranda y dejé colgar mis piernas, inquieta y nerviosa mientras esperaba la señal de Jerarld conforme había llegado el momento de presentarme ante nuestro primogénito. Los minutos transcurrían con calma ante mi desesperación y ansiedad y cuando ya había saltado para encaminarme y enfrentarme a ellos sin aun ser llamada, la puerta de la casa se abrió y mi marido me indicó con la cabeza que Johannes quería verme. Tragué saliva ruidosamente y al fin, puse rumbo a mi destino. ¿Qué consecuencias conllevarían mis erróneas decisiones?
Arlette- Vampiro Clase Baja
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Fecha de inscripción : 14/08/2011
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Re: Perdóname [privado]
Corría por el castillo, de un lado a otro. Me había bañado, me había vestido y ahora abotonaba mi chaleco y subía mis mangas, sin abrochar del todo los mismos botones de mi cuello. No podía, estaba nervioso, impaciente. De hecho nada mas terminar de abotonar el chaleco lo desabotone y lo quite, quedándome solo con la camisa blanca, remangada de brazos y desabrochada de cuello, los pantalones de color beige y las botas. Lo cierto es que no me veía precisamente formal y es que no quería ponerme mas ropa, parecía como si incluso la misma camisa me incomodara. Sentía que tenia poco tiempo para prepararlo todo y aun así, el tiempo se me hacia largo sin ella.
Comencé a bajar las escaleras de dos en dos, mientras Sam me esperaba abajo.
¿Ha llegado?
Los mensajeros indican que llegaran a Paris en dos horas.
¿Llegaran?
Viene con una joven.
Oh bien… Bien.
Puse los brazos en jarras y resople, intentando poner en orden lo que debía decirle a Johannes cuando llegara. Porque…tenía que contarle que su madre estaba viva, que me había contado lo ocurrido y que estos diez años se había hecho pasar por muerta…
Y todo eso de forma lógica coherente y racional para que él no pensara que habia perdido el juicio y me creyera…y me entendiera cuando le dijera que yo, le habia perdonado.
Definitivamente iba a ser una charla complicada y dura.
Señor, ¿se encuentra bien?...Asenti sin prestar atención, aun con los brazos en jarras, mirando el suelo para poder centrarme.
Me alegro señor, porque la señora esta en la terraza, apoyada en la baranda. Parece que le espera.
Di un brinco como si me acabaran de dar una bofetada.
¿¿Ya?? El asintió y yo me encamine sin dilación hacia una de las terrazas, abriendo las puertas de par en par con ambas manos, quedando mis brazos extendidos cuando le contemple ahí, con su hermoso vestido blanco mientras la brisa mecía sus cabellos con suavidad, trayéndome su aroma fresco y dulce.
Expulse el aire que almacenaba en mis pulmones en forma de suspiro y me relaje, como si su presencia me hubiera calmado de solo verle.
Estas preciosa…
Fue mi unico saludo al contemplarle. Definitivamente ella me robaba las palabras.
Le hice un gesto con el rostro, ofreciéndole a pasar, pero casi que me arrepentí al instante. Pues quizás ella quería hablar con Johannes y habia interpretando mi seña como si ya estuviera ahí. Por lo que cuando llego frente a mi, dando el paso para continuar, sujete su brazo impidiendo su entrada.
Ah...Lo siento, Él no ha llegado aun, estará aquí en dos horas.
Su mirada pareció afligida. Estaba segura de que habia extrañado de una forma inimaginable a los niños, por lo que entendí su gesto.
El silencio se cernió sobre nosotros mientras yo soltaba su brazo y ambos nos quedábamos ahí, mirándonos sin decir nada. Había tanto que quería decirle. Tenía ganas de decirle que la quería, que la había echado de menos. Pero ni siquiera sabía como empezar, me sentia extraño porque de algun modo ella era una "extraña", alguien que solo ahora me mostraba realmente como era. Era cierto, no la conocia, pero me moria por hacerlo, solo tenia que mirarla para tener esa certeza. Por lo que extendí mi mano hacia ella y le sonreí con cierta timidez, como si fuera la primera vez que le veía o que hablara realmente con ella.
Tendrás que conformarte con mi compañía.
...¿Quieres dar un paseo conmigo?
Contemple los ojos de la “verdadera Eyra”. Aquella que después de tanto dolor y tanto caos al fin se mostraba ante mi. Le contemple y espere mientras el sonido de los grillos se transformaba en la melodía que en aquel momento nos acompañaba en la primera noche de su regreso a mi vida.
Comencé a bajar las escaleras de dos en dos, mientras Sam me esperaba abajo.
¿Ha llegado?
Los mensajeros indican que llegaran a Paris en dos horas.
¿Llegaran?
Viene con una joven.
Oh bien… Bien.
Puse los brazos en jarras y resople, intentando poner en orden lo que debía decirle a Johannes cuando llegara. Porque…tenía que contarle que su madre estaba viva, que me había contado lo ocurrido y que estos diez años se había hecho pasar por muerta…
Y todo eso de forma lógica coherente y racional para que él no pensara que habia perdido el juicio y me creyera…y me entendiera cuando le dijera que yo, le habia perdonado.
Definitivamente iba a ser una charla complicada y dura.
Señor, ¿se encuentra bien?...Asenti sin prestar atención, aun con los brazos en jarras, mirando el suelo para poder centrarme.
Me alegro señor, porque la señora esta en la terraza, apoyada en la baranda. Parece que le espera.
Di un brinco como si me acabaran de dar una bofetada.
¿¿Ya?? El asintió y yo me encamine sin dilación hacia una de las terrazas, abriendo las puertas de par en par con ambas manos, quedando mis brazos extendidos cuando le contemple ahí, con su hermoso vestido blanco mientras la brisa mecía sus cabellos con suavidad, trayéndome su aroma fresco y dulce.
Expulse el aire que almacenaba en mis pulmones en forma de suspiro y me relaje, como si su presencia me hubiera calmado de solo verle.
Estas preciosa…
Fue mi unico saludo al contemplarle. Definitivamente ella me robaba las palabras.
Le hice un gesto con el rostro, ofreciéndole a pasar, pero casi que me arrepentí al instante. Pues quizás ella quería hablar con Johannes y habia interpretando mi seña como si ya estuviera ahí. Por lo que cuando llego frente a mi, dando el paso para continuar, sujete su brazo impidiendo su entrada.
Ah...Lo siento, Él no ha llegado aun, estará aquí en dos horas.
Su mirada pareció afligida. Estaba segura de que habia extrañado de una forma inimaginable a los niños, por lo que entendí su gesto.
El silencio se cernió sobre nosotros mientras yo soltaba su brazo y ambos nos quedábamos ahí, mirándonos sin decir nada. Había tanto que quería decirle. Tenía ganas de decirle que la quería, que la había echado de menos. Pero ni siquiera sabía como empezar, me sentia extraño porque de algun modo ella era una "extraña", alguien que solo ahora me mostraba realmente como era. Era cierto, no la conocia, pero me moria por hacerlo, solo tenia que mirarla para tener esa certeza. Por lo que extendí mi mano hacia ella y le sonreí con cierta timidez, como si fuera la primera vez que le veía o que hablara realmente con ella.
Tendrás que conformarte con mi compañía.
...¿Quieres dar un paseo conmigo?
Contemple los ojos de la “verdadera Eyra”. Aquella que después de tanto dolor y tanto caos al fin se mostraba ante mi. Le contemple y espere mientras el sonido de los grillos se transformaba en la melodía que en aquel momento nos acompañaba en la primera noche de su regreso a mi vida.
Jerarld Délvheen- Vampiro/Realeza
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Fecha de inscripción : 14/08/2011
Edad : 794
Localización : Paseando por el techo de casa...
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Re: Perdóname [privado]
Viviendo al borde del abismo, sentada sobre el hombro izquierdo del Cristo Redentor ubicado en la brasileña población de Río de Janeiro, la brisa otoñal me traía la gélida sensación de haberme convertido en la sombra de mí misma, siendo aquella que no era, sabiendo que si pudiera haría lo que fuera con tal de tenerle cerca, sabiendo que pese a vivir en la mentira, sin él no tenía vida. Allí, sentada frente a las luciérnagas de la ciudad, frente al horizonte que parecía engullir la civilización de a poco, bajo el estrellado firmamento cuyas estrellas tiritaban hasta apagarse como vivo reflejo del deshielo anímico que sufría, sólo podía pensar en versos y poemas de amor que si antes me parecían cutres y absurdas, de pronto habían logrado un nuevo significado para mí. Pensaba en cosas cursis, como que querría convertirme en la tierra que le sostenía, que querría ser la seda que tocaba su piel, o la sangre que calmara su sed.
El frío de la noche se colaba en mi alma y ésta se resquebrajó cuando el recuerdo del roce de sus labios me pellizcó, gritándome que ese era mi antídoto, la calma que ansiaba encontrar cuál náufrago en un mar de puro sentimiento dónde sus ojos eran las estrellas capaces de guiarme a puerto.
Y es que eran sus ojos mi penitencia, los que nublaban mi mente y me embargaban de inocencia cuál humana, simple y común. ¿Y qué decir del embrujo de su boca? El caer en aguas de sus labios era quedarme en sus rincones y encadenarme a su merced, sintiendo cómo ese amor prohibido crecía y las ilusiones se rompían como espejos que al caer a mis pies convertían mi piel en jirones de sufrimiento y dolor. Pero cuando nos amábamos... era como volver a nacer, haciéndome sentir pequeña ante ese tan puro sentimiento, era como tocar el vals de sus respiros, como ante la plena luna ver el sol, era tocar el infinito o entregarle en mano el corazón...
Cerré los ojos con fuerza, dejando que el viento se llevara mis lágrimas cuando de un brinco aterricé treinta metros abajo, junto a la colosal escultura de Cristo. Pronto me sumergí entre las callejuelas ahora desiertas, sucias y malolientes, dónde sólo los vagabundos o los moribundos se alojaban en cada esquina, acechando a las almas puras para alimentarse de ellas, de su juventud, de su belleza y sobretodo, de su vitalidad.
Convertí mis manos en puños y fruncí mis labios mientras contemplaba sin ver realmente el bailar de las hojas secas entre mis pies descalzos, bailando en remolinos, siendo el viento el que las arrastraba y las llevaba a su antojo. Pronto, el cielo gris se fue celando y ante las primeras gotas de tempestad, pensé que el cielo de llorar no se cansa. La risa se me fue apagando y las esperanzas desvaneciendo mientras me preguntaba dónde andaría él ahora, si se habría enamorado de nuevo, si sufriría porque no le aman, si se hallaría desesperado como yo.
Y la frustración me llevó a desnudarme ante la fuente de la plaza, bailando cuál demente al ritmo de una canción imaginaria cuyo ritmo era triste y agonizante. La locura y el indomable dolor poseyeron mi voz y grité entre preguntas sin respuesta el por qué tuve que conocerle, el por qué el amor era incurable, el por qué era imposible olvidarle tras años de buscar el convertirme como la luz y poder así desaparecer...
Avancé unos pasos por delante de Jerarld, soltando su brazo para dirigirme hacia uno de los miradores que ofrecían las fantásticas vistas de los jardines occidentales del castillo. Las ramas de un frondoso árbol me impedían vislumbrar por completo la luna llena y resplandeciente que se alzaba majestuosa en lo alto del cielo y tan sólo el murmullo del agua de las fuentes rompía aquél tenso silencio que se había anidado en nuestros labios. Suspiré y sin mirarle siquiera, hablé al fin como si me dirigiera a la noche cuyos brazos me envolvían con un deje reconfortante que me alivió instantáneamente.
- Anoche, a ésta misma hora, me encontraba bailando cuál desquiciada en una fuente de Río de Janeiro. Danzaba mientras aguardaba el despuntar del día. Esperaba que el sol me arrancara el dolor que me consumía y la locura cuya semilla ya había brotado en mi interior. Anoche debía ser mi última noche. Y sin embargo... ahora estoy aquí, en París, junto al hombre que robó mi cordura y la razón de mi existencia.
Te preguntarás... ¿qué me hizo poner rumbo hasta Europa?
Cuando empezó a amanecer, unos niños llegaron hasta la plaza dónde me hallaba y empezaron a jugar ajenos a mí, persiguiendo unas palomas que emprendieron el vuelo hasta perderse. Simplemente, me quedé absorta viendo a aquellas aves marchar de las manos infantiles de aquellos críos, alzando el vuelo hacia su libertad, dejando atrás aquello que las atormentaba, aquellas manos que las enjaulaban hasta dejarlas morir de tristeza.
Supe que no podía irme así. No podía abandonar éste mundo sin verte una vez más, sin ver a nuestros hijos una vez más.
Así que... decidida a despedirme, volví a tus brazos sabiendo que tras tu desprecio y el de Johannes y Kahlan, me sobrarían motivos para dejarme abrasar por el sol. Ésta vez, ya sin vuelta atrás, sin dudas ni espinas. Ya nadie echaría en falta mi ausencia y yo podría ser libre al fin...
El peso de su mano sobre mi hombro me sacó de aquellas cavilaciones, haciéndome retornar al momento en el que nos encontrábamos, en el ahora. Me percaté de la presencia de unas traviesas y juguetonas lágrimas que habían empañado mis ojos negros y humedecido mis mejillas. Los labios me temblaban casi tanto como mi propia alma. Apreté las mandíbulas, aun sin poder siquiera mirarle a los ojos, avergonzada y asustada.
- Johannes y Kahlan jamás podrán perdonarme... ¿verdad?- balbuceé con un hilo de voz, derrumbándome entre mis manos que ahora envolvieron mi rostro para esconder el desconsolado llanto que brotaba de mi ser angustiado.
El frío de la noche se colaba en mi alma y ésta se resquebrajó cuando el recuerdo del roce de sus labios me pellizcó, gritándome que ese era mi antídoto, la calma que ansiaba encontrar cuál náufrago en un mar de puro sentimiento dónde sus ojos eran las estrellas capaces de guiarme a puerto.
Y es que eran sus ojos mi penitencia, los que nublaban mi mente y me embargaban de inocencia cuál humana, simple y común. ¿Y qué decir del embrujo de su boca? El caer en aguas de sus labios era quedarme en sus rincones y encadenarme a su merced, sintiendo cómo ese amor prohibido crecía y las ilusiones se rompían como espejos que al caer a mis pies convertían mi piel en jirones de sufrimiento y dolor. Pero cuando nos amábamos... era como volver a nacer, haciéndome sentir pequeña ante ese tan puro sentimiento, era como tocar el vals de sus respiros, como ante la plena luna ver el sol, era tocar el infinito o entregarle en mano el corazón...
Cerré los ojos con fuerza, dejando que el viento se llevara mis lágrimas cuando de un brinco aterricé treinta metros abajo, junto a la colosal escultura de Cristo. Pronto me sumergí entre las callejuelas ahora desiertas, sucias y malolientes, dónde sólo los vagabundos o los moribundos se alojaban en cada esquina, acechando a las almas puras para alimentarse de ellas, de su juventud, de su belleza y sobretodo, de su vitalidad.
Convertí mis manos en puños y fruncí mis labios mientras contemplaba sin ver realmente el bailar de las hojas secas entre mis pies descalzos, bailando en remolinos, siendo el viento el que las arrastraba y las llevaba a su antojo. Pronto, el cielo gris se fue celando y ante las primeras gotas de tempestad, pensé que el cielo de llorar no se cansa. La risa se me fue apagando y las esperanzas desvaneciendo mientras me preguntaba dónde andaría él ahora, si se habría enamorado de nuevo, si sufriría porque no le aman, si se hallaría desesperado como yo.
Y la frustración me llevó a desnudarme ante la fuente de la plaza, bailando cuál demente al ritmo de una canción imaginaria cuyo ritmo era triste y agonizante. La locura y el indomable dolor poseyeron mi voz y grité entre preguntas sin respuesta el por qué tuve que conocerle, el por qué el amor era incurable, el por qué era imposible olvidarle tras años de buscar el convertirme como la luz y poder así desaparecer...
Avancé unos pasos por delante de Jerarld, soltando su brazo para dirigirme hacia uno de los miradores que ofrecían las fantásticas vistas de los jardines occidentales del castillo. Las ramas de un frondoso árbol me impedían vislumbrar por completo la luna llena y resplandeciente que se alzaba majestuosa en lo alto del cielo y tan sólo el murmullo del agua de las fuentes rompía aquél tenso silencio que se había anidado en nuestros labios. Suspiré y sin mirarle siquiera, hablé al fin como si me dirigiera a la noche cuyos brazos me envolvían con un deje reconfortante que me alivió instantáneamente.
- Anoche, a ésta misma hora, me encontraba bailando cuál desquiciada en una fuente de Río de Janeiro. Danzaba mientras aguardaba el despuntar del día. Esperaba que el sol me arrancara el dolor que me consumía y la locura cuya semilla ya había brotado en mi interior. Anoche debía ser mi última noche. Y sin embargo... ahora estoy aquí, en París, junto al hombre que robó mi cordura y la razón de mi existencia.
Te preguntarás... ¿qué me hizo poner rumbo hasta Europa?
Cuando empezó a amanecer, unos niños llegaron hasta la plaza dónde me hallaba y empezaron a jugar ajenos a mí, persiguiendo unas palomas que emprendieron el vuelo hasta perderse. Simplemente, me quedé absorta viendo a aquellas aves marchar de las manos infantiles de aquellos críos, alzando el vuelo hacia su libertad, dejando atrás aquello que las atormentaba, aquellas manos que las enjaulaban hasta dejarlas morir de tristeza.
Supe que no podía irme así. No podía abandonar éste mundo sin verte una vez más, sin ver a nuestros hijos una vez más.
Así que... decidida a despedirme, volví a tus brazos sabiendo que tras tu desprecio y el de Johannes y Kahlan, me sobrarían motivos para dejarme abrasar por el sol. Ésta vez, ya sin vuelta atrás, sin dudas ni espinas. Ya nadie echaría en falta mi ausencia y yo podría ser libre al fin...
El peso de su mano sobre mi hombro me sacó de aquellas cavilaciones, haciéndome retornar al momento en el que nos encontrábamos, en el ahora. Me percaté de la presencia de unas traviesas y juguetonas lágrimas que habían empañado mis ojos negros y humedecido mis mejillas. Los labios me temblaban casi tanto como mi propia alma. Apreté las mandíbulas, aun sin poder siquiera mirarle a los ojos, avergonzada y asustada.
- Johannes y Kahlan jamás podrán perdonarme... ¿verdad?- balbuceé con un hilo de voz, derrumbándome entre mis manos que ahora envolvieron mi rostro para esconder el desconsolado llanto que brotaba de mi ser angustiado.
Arlette- Vampiro Clase Baja
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Fecha de inscripción : 14/08/2011
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Re: Perdóname [privado]
Perdonarte…
Repetí ante su pregunta, sintiendo como si de pronto todo atisbo de presente y de movimiento hubiera parado. Como si las mismas manecillas del reloj hubieran quedado estáticas ante la oleada de imágenes y recuerdos que vinieron una y otra vez en tan solo un segundo. Como si los recuerdos que yo mismo quería dejar atrás vinieran a mi cabeza indicándome que seguían allí aunque intentara olvidar.
Y es que allí con la cabeza sobre la almohada y la mirada pérdida en algún punto de la habitación, con el cuerpo estirado boca abajo y los parpados entrecerrados, dejaba pasar los largos minutos muertos. Minutos que Johannes interrumpía al estirarse a mi lado en posición fetal, mientras me contemplaba, susurrando que no habían sido minutos los de mi ausencia sino días enteros los que había estado lejos del mundo. Días enteros en los que no existí, y que se escaparon como la arena entre los dedos.
Yo fingía una sonrisa y le decía q me hacia viejo, que no me lo tomara en cuenta. El fingía que le hacía gracia y ambos nos levantábamos con cierta pereza para respirar el frio aire de la noche, paseando en la madrugada, hablando del pasado, del presente, del futuro que ninguno de los dos podía vislumbrar, hasta que lograba entender el vacio que quedaba en su alma al pensar en ella.
Johannes estaba hundido en un pozo sin fondo tan profundo como el mío.
Era entonces cuando yo sujetaba su nuca y le obligaba a elevar la mirada, infundiéndole a tener las esperanzas que yo mismo no poseía, animándole a creer en algo que no existía. Pues para mí la felicidad había desaparecido, sin embargo debía impedir que ellos siguieran mi patrón. Pues sus vidas aun podían ser prosperas y felices aunque no hubiera ya nada para mí. Por lo que animaba a mi hijo a no rendirse, a no dejarse vencer por la pena. Instándole que debía seguir, a hacerlo por ella y por mí. Inculcándole que su propio valor y entereza en un momento así, me haría comprender al fin la clase de persona que él era...
Jugué sucio con mi hijo, lo sé y no me arrepiento. Pues de algún modo le retaba a seguir, a demostrármelo y a restregármelo en la cara, dudando de su fortaleza. Lo hacía jugando con su orgullo y porque sabía que funcionaria, que el querría demostrarme y demostrarse su propia fortaleza, una que sin lugar a dudas él desconocía en aquel momento.
Era entonces cuando el asentía, de algún modo sabiendo lo que sucedía y aceptando el reto para poder seguir adelante. Como hizo al cabo de poco tiempo. Reanudando sus viajes y sus misiones pendientes en distintas partes del globo, dejando que cada paisaje nuevo llenara un pequeño espacio en aquel gran vacío, como me contaba en sus cartas.
Sin embargo su partida dejo un gran silencio. Uno que Kahlan más que nadie sintió con su marcha.
Recuerdo que aquellos días y durante un largo tiempo vigilé su sueño, sabiendo ya que sus pesadillas no le dejaban dormir y que le hacían gritar y desesperarse entre el terror nocturno por no encontrar a su madre.
Sin embargo cuando abría los ojos y me veía ahí con ella, se agarraba a mí, enterrando su cabecita en mi pecho mientras yo consolaba su llanto, sosegándole, acunándole, inventando historias que le susurraba en calma para que conciliara el sueño... Hasta que se dormía y yo marchaba a mi habitación. Sintiendo a los breves minutos como sus piececitos pisaban el pasillo hasta parar un instante delante de mi puerta. Pensándolo tan solo un segundo antes de abrir y caminar hacia mi lecho, donde fingiendo estar dormido esperaba que llegara a mí para abrazarle, frotando con suavidad su pequeña espalda, mientras que ella llevaba sus deditos a mi cuello, enredándolos en los mechones de mis cabellos. Yo sonreía aun con los ojos cerrados, gesticulándole que lo mucho que la quería, abriendo un ojo para sonreír al ver que ella también lo hacía.
Aun recordaba sus enormes ojos brillantes y su rostro sonrosado, aun era demasiado pequeña para explicarle algunas cosas, por lo simplemente me centre en distraerla y compartir el máximo de mi tiempo con mi pequeña, para poder intentar llenar un espacio que, seguramente sería más grande del que yo mismo podría suplir…
Porque, después de todo, era su padre. Pero…¿Habría sido suficiente conmigo…o con el amor que yo le dí?
Lo cierto es que no quería saber la respuesta por temor a la misma.
Diez años habían pasado desde que comenzara aquel infierno que ahora acababa con su regreso. Un infierno que terminaba y que nos dejaba ahora como si nada.
¿Cómo retomar el hilo de una vida después de algo así?
Sujete una de sus manos apartándola de su rostro. Mientras que la suave superficie de la tela del pañuelo se quedaba con las lágrimas que ensuciaban su semblante. Así como hiciera la primera vez, cuando creí conocerla en la catedral.
Ella continúo con la mirada baja, parpadeando, quizás dubitativa. Pues siempre fueron las yemas de mis dedos o mis besos los que secaban aquellas lágrimas o las gotas carmesíes de sus labios al mordérselos cuando la tristeza o la rabia la embargaban por alguna razón. Mientras que ahora, como en aquella "primera" ocasión, era tela y no yo quien se quedaba con su dolor.
Cuando te conocí, me pareciste tan angelical y perfecta, que sentí que incluso el mismo roce de mi piel podría mancillarte o ensuciarte con algo que no estaba a tu altura...
Por eso acerque aquel pañuelo a tus labios, pese a que tu mirada me indicara que deseabas que fuera yo quien me quedara con aquellas gotas rojizas emanando de tus labios...
Negué con la cabeza, sonriendo con cierto pesar. Soñador, ingenuo...un completo idiota era lo que era realmente. Demasiado romántico, demasiado ensimismado en mi propio mundo para ver siquiera la propia verdad que me golpeaba en las narices en tantas ocasiones.
Ella se quedo con mi pañuelo y ambos comenzamos a caminar por el jardín en calma, simplemente en silencio. Hasta que sin darnos cuenta entramos en uno de los laberintos, siguiendo ambos el camino de forma automática como hiciéramos antaño. Hasta que una de las fuentes nos recibió con su particular ángel encapuchado. Cada uno de mis laberintos tenía su fuente y un ángel distinto. Lo había ordenado así, como si las alas fueran también uno de nuestros símbolos. Algo que me recordaba a ella.
Si yo..
Suspire, centrándome en el agua que brotaba de la fuente.
Si yo puedo perdonarte...
Me sentí por un momento un tanto nervioso, como si me hubieran robado las palabras, por lo que comencé a alejarme un poco, sentándome al borde de la misma fuente mientras le daba la espalda. Queriendo poner en orden la gran revolución de sentimientos que tenia en aquel instante chocándose entre si.
Si yo puedo perdonarte, ellos también pueden hacerlo...
Comente con sosiego, intentando responder a su pregunta. Una que no era nada sencilla de responder. Y es que podía imaginar la reacción de ambos ante su aparición.
Apoye mis brazos sobre mis rodillas y le sentí sentarse a mi lado. Una parte de mi quería abrazarla y sosegarla y la otra me pedía darle espacio y sosegarme yo.
Esto será difícil y duro para todos…
Pero quiero intentarlo, quiero que funcione, necesito… que funcione.
Quiero que te arriesgues conmigo y que te quedes, porque no sé si podría aguantar tu ausencia una vez más.
Su retorno involucraba cambios en la vida de todos, y si bien ambos decidíamos estar juntos eso no significaba que nuestra propia familia lo aceptara como si nada. Demasiados errores nos pesaban a los dos en nuestras espaldas. Y es que yo también me sentía culpable de no haberla hecho feliz, de no haber visto más allá en sus ojos, de no entender su cometido y lo que deseaba hacer.
Todo podría haber sido distinto, o quizás no, pero de nada servía ya pensar en todo eso. Ahora solo estábamos ella y yo ahí, sentados en una fuente, mientras el silencio nos envolvía y la noche nos contemplaba, siempre expectante, siempre silenciosa.
Repetí ante su pregunta, sintiendo como si de pronto todo atisbo de presente y de movimiento hubiera parado. Como si las mismas manecillas del reloj hubieran quedado estáticas ante la oleada de imágenes y recuerdos que vinieron una y otra vez en tan solo un segundo. Como si los recuerdos que yo mismo quería dejar atrás vinieran a mi cabeza indicándome que seguían allí aunque intentara olvidar.
…
El retorno desde Isla Engel había sido tan silencioso como rápido a mi parecer. Y es que los primeros días de su ausencia fueron los únicos que me permití alejarme del mundo, porque simplemente no podía escapar de mi mente y el estado casi vegetativo en el que ésta me dejo después de lo sucedido. Y es que allí con la cabeza sobre la almohada y la mirada pérdida en algún punto de la habitación, con el cuerpo estirado boca abajo y los parpados entrecerrados, dejaba pasar los largos minutos muertos. Minutos que Johannes interrumpía al estirarse a mi lado en posición fetal, mientras me contemplaba, susurrando que no habían sido minutos los de mi ausencia sino días enteros los que había estado lejos del mundo. Días enteros en los que no existí, y que se escaparon como la arena entre los dedos.
Yo fingía una sonrisa y le decía q me hacia viejo, que no me lo tomara en cuenta. El fingía que le hacía gracia y ambos nos levantábamos con cierta pereza para respirar el frio aire de la noche, paseando en la madrugada, hablando del pasado, del presente, del futuro que ninguno de los dos podía vislumbrar, hasta que lograba entender el vacio que quedaba en su alma al pensar en ella.
Johannes estaba hundido en un pozo sin fondo tan profundo como el mío.
Era entonces cuando yo sujetaba su nuca y le obligaba a elevar la mirada, infundiéndole a tener las esperanzas que yo mismo no poseía, animándole a creer en algo que no existía. Pues para mí la felicidad había desaparecido, sin embargo debía impedir que ellos siguieran mi patrón. Pues sus vidas aun podían ser prosperas y felices aunque no hubiera ya nada para mí. Por lo que animaba a mi hijo a no rendirse, a no dejarse vencer por la pena. Instándole que debía seguir, a hacerlo por ella y por mí. Inculcándole que su propio valor y entereza en un momento así, me haría comprender al fin la clase de persona que él era...
Jugué sucio con mi hijo, lo sé y no me arrepiento. Pues de algún modo le retaba a seguir, a demostrármelo y a restregármelo en la cara, dudando de su fortaleza. Lo hacía jugando con su orgullo y porque sabía que funcionaria, que el querría demostrarme y demostrarse su propia fortaleza, una que sin lugar a dudas él desconocía en aquel momento.
Era entonces cuando el asentía, de algún modo sabiendo lo que sucedía y aceptando el reto para poder seguir adelante. Como hizo al cabo de poco tiempo. Reanudando sus viajes y sus misiones pendientes en distintas partes del globo, dejando que cada paisaje nuevo llenara un pequeño espacio en aquel gran vacío, como me contaba en sus cartas.
Sin embargo su partida dejo un gran silencio. Uno que Kahlan más que nadie sintió con su marcha.
Recuerdo que aquellos días y durante un largo tiempo vigilé su sueño, sabiendo ya que sus pesadillas no le dejaban dormir y que le hacían gritar y desesperarse entre el terror nocturno por no encontrar a su madre.
Sin embargo cuando abría los ojos y me veía ahí con ella, se agarraba a mí, enterrando su cabecita en mi pecho mientras yo consolaba su llanto, sosegándole, acunándole, inventando historias que le susurraba en calma para que conciliara el sueño... Hasta que se dormía y yo marchaba a mi habitación. Sintiendo a los breves minutos como sus piececitos pisaban el pasillo hasta parar un instante delante de mi puerta. Pensándolo tan solo un segundo antes de abrir y caminar hacia mi lecho, donde fingiendo estar dormido esperaba que llegara a mí para abrazarle, frotando con suavidad su pequeña espalda, mientras que ella llevaba sus deditos a mi cuello, enredándolos en los mechones de mis cabellos. Yo sonreía aun con los ojos cerrados, gesticulándole que lo mucho que la quería, abriendo un ojo para sonreír al ver que ella también lo hacía.
Aun recordaba sus enormes ojos brillantes y su rostro sonrosado, aun era demasiado pequeña para explicarle algunas cosas, por lo simplemente me centre en distraerla y compartir el máximo de mi tiempo con mi pequeña, para poder intentar llenar un espacio que, seguramente sería más grande del que yo mismo podría suplir…
Porque, después de todo, era su padre. Pero…¿Habría sido suficiente conmigo…o con el amor que yo le dí?
Lo cierto es que no quería saber la respuesta por temor a la misma.
Diez años habían pasado desde que comenzara aquel infierno que ahora acababa con su regreso. Un infierno que terminaba y que nos dejaba ahora como si nada.
¿Cómo retomar el hilo de una vida después de algo así?
…
El tiempo continúo su curso normal y las manecillas del reloj avanzaron mientras yo escuchaba ahora el llanto desconsolado de Eyra. Sujete una de sus manos apartándola de su rostro. Mientras que la suave superficie de la tela del pañuelo se quedaba con las lágrimas que ensuciaban su semblante. Así como hiciera la primera vez, cuando creí conocerla en la catedral.
Ella continúo con la mirada baja, parpadeando, quizás dubitativa. Pues siempre fueron las yemas de mis dedos o mis besos los que secaban aquellas lágrimas o las gotas carmesíes de sus labios al mordérselos cuando la tristeza o la rabia la embargaban por alguna razón. Mientras que ahora, como en aquella "primera" ocasión, era tela y no yo quien se quedaba con su dolor.
Cuando te conocí, me pareciste tan angelical y perfecta, que sentí que incluso el mismo roce de mi piel podría mancillarte o ensuciarte con algo que no estaba a tu altura...
Por eso acerque aquel pañuelo a tus labios, pese a que tu mirada me indicara que deseabas que fuera yo quien me quedara con aquellas gotas rojizas emanando de tus labios...
Negué con la cabeza, sonriendo con cierto pesar. Soñador, ingenuo...un completo idiota era lo que era realmente. Demasiado romántico, demasiado ensimismado en mi propio mundo para ver siquiera la propia verdad que me golpeaba en las narices en tantas ocasiones.
Ella se quedo con mi pañuelo y ambos comenzamos a caminar por el jardín en calma, simplemente en silencio. Hasta que sin darnos cuenta entramos en uno de los laberintos, siguiendo ambos el camino de forma automática como hiciéramos antaño. Hasta que una de las fuentes nos recibió con su particular ángel encapuchado. Cada uno de mis laberintos tenía su fuente y un ángel distinto. Lo había ordenado así, como si las alas fueran también uno de nuestros símbolos. Algo que me recordaba a ella.
Si yo..
Suspire, centrándome en el agua que brotaba de la fuente.
Si yo puedo perdonarte...
Me sentí por un momento un tanto nervioso, como si me hubieran robado las palabras, por lo que comencé a alejarme un poco, sentándome al borde de la misma fuente mientras le daba la espalda. Queriendo poner en orden la gran revolución de sentimientos que tenia en aquel instante chocándose entre si.
Si yo puedo perdonarte, ellos también pueden hacerlo...
Comente con sosiego, intentando responder a su pregunta. Una que no era nada sencilla de responder. Y es que podía imaginar la reacción de ambos ante su aparición.
Apoye mis brazos sobre mis rodillas y le sentí sentarse a mi lado. Una parte de mi quería abrazarla y sosegarla y la otra me pedía darle espacio y sosegarme yo.
Esto será difícil y duro para todos…
Pero quiero intentarlo, quiero que funcione, necesito… que funcione.
Quiero que te arriesgues conmigo y que te quedes, porque no sé si podría aguantar tu ausencia una vez más.
Su retorno involucraba cambios en la vida de todos, y si bien ambos decidíamos estar juntos eso no significaba que nuestra propia familia lo aceptara como si nada. Demasiados errores nos pesaban a los dos en nuestras espaldas. Y es que yo también me sentía culpable de no haberla hecho feliz, de no haber visto más allá en sus ojos, de no entender su cometido y lo que deseaba hacer.
Todo podría haber sido distinto, o quizás no, pero de nada servía ya pensar en todo eso. Ahora solo estábamos ella y yo ahí, sentados en una fuente, mientras el silencio nos envolvía y la noche nos contemplaba, siempre expectante, siempre silenciosa.
Jerarld Délvheen- Vampiro/Realeza
- Mensajes : 476
Fecha de inscripción : 14/08/2011
Edad : 794
Localización : Paseando por el techo de casa...
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Re: Perdóname [privado]
Durante varios minutos busqué las palabras que mejor definieran el dolor que sentía. Ninguna de todas las que cruzaron mi mente, bastaba. Ninguna reflejaba la realidad que en carne viva yo sufría en silencio.
Miré a Jerarld. La luna le iluminaba de un modo místico, casi como si se tratara de una divinidad o un héroe pagano. Parecía estar tocado por la gracia de Dios.
Lo amaba. Más de lo que jamás podría demostrar o admitir. Más de lo que Jerarld creía o sabía. Mucho más de lo que yo era capaz de soportar.
Un suspiro escapó de entre mis labios y agaché la cabeza, sumergiendo mi mano en el agua de la fuente para sentir su frescor, su humedad, su fuerza y libertad. Recordé la ocasión en la que ambos caímos en la fuente de mi jardín en cuanto mi marido pidió mi mano en matrimonio. Sonreí con tristeza. Habíamos vivido tantas cosas juntos... toda una vida, prácticamente, aunque sólo hubieran sido veinte años vividos con intensidad pese a las mentiras y el dolor. Ya nada de todo eso quedaba en mi recuerdo. De algún modo, lo había alejado de mi memoria y sólo guardaba con especial ímpetu, cada retal, cada pellizco de felicidad que Jerarld y mis hijos me habían brindado. Ellos me habían devuelto la vida cuando yo sólo me preocupé de robarles las suyas por mero egoísmo.
La brisa trajo consigo algunas hojas secas que se alojaron sobre la superficie acuática con la que mis dedos aun jugaban y en la que mi mente naufragaba entre remolinos de pensamientos y sensaciones a flor de piel. Me quedé mirando una de aquellas hojas, arrugadas por el paso del tiempo, de color oscuro por su marchitar, sola y agonizante se dejaba llevar por la corriente que mi mano creaba con suavidad, erigiendo pequeñas olas que balanceaban la hoja en un ligero vaivén. Sin darme cuenta, algunas gotas de lluvia empezaron a descender del cielo y la hoja fue empapándose hasta hundirse en la fuente, desapareciendo con la oscuridad y de mi vista. Tragué saliva, visiblemente afectada y nerviosa. Reaccioné de un modo extraño a mi parecer, sintiendo cómo algunas lágrimas volvían a mis ojos y la sensación de fragilidad ahora parecía el reflejo de aquella hoja moribunda que ante unas cuantas gotas de agua había sido presa de todo un mar de lágrimas.
Jerarld, tras de mí aun, sin que ninguno de los dos se inmutara por la efímera llovizna que mínimamente nos empapó, hablaba ahora de intentarlo de nuevo. Él mencionó la palabra juntos y casi pude sentir cómo mi polvoriento corazón daba un vuelco de esperanza. Jerarld hablaba de funcionar. Jerarld me pedía que me arriesgara con él. Y yo sólo... sonreí con tristeza.
- ¿Cómo intentar juntos que esto funcione si arriesgarnos supondría matarnos?- exclamé con desespero.- ¡Míranos, Jerarld! Siempre nos hacemos daño, queriendo o sin querer. Quizás nuestro amor es así, un amor asesino. Si estamos juntos, nos mata. Si la distancia nos separa, nos mata igual. Dime, ¿qué podemos hacer? No puedo vivir en un mundo en el que sé que puedo tenerte y no te tengo. Pero tampoco puedo ver en tus ojos a cada despertar la tristeza que los invade porque yo sea incapaz de sanar las mismas heridas que yo abrí en tu piel. Sé que todo esto es mi culpa. Sé que podríamos habernos amado desde el principio sin los obstáculos que yo fui erigiendo en nuestro camino. Sé que nunca bastarán las disculpas ni mis esfuerzos en hacer tu vida más fácil conmigo, porque simplemente yo no te hago ningún bien. Sólo te aporto tormentos y de tormentos no se vive.
Tomé aire, cansada de hablar, dolida por las mismas palabras que escapaban despavoridas de mi boca. Sufría cada verdad que de ella emanaban, sabiendo que con mi sinceridad, sólo recibiría el rechazo final de Jerarld. Ahora le sobraban razones para alejarme de él. Ahora tenía vía libre para lanzarme al olvido, con un simple asentimiento o unas palabras que a fin de cuentas, sólo coincidirían con lo ya dicho. Acababa de firmar mi sentencia de muerte y aun así, guardé esperanza. ¿Por qué? Por supervivencia. Dicen que el hombre es capaz de devorar a sus semejantes con tal de permanecer vivo. Bien, pues en este caso, yo era capaz de volver a condenar la cordura y felicidad de mi entorno por un poco de aliento dado por Jerarld, aun sabiendo que volvería a caer y que él caería conmigo, arrastrado por mí.
El silencio permanecía entre ambos y la incertidumbre me flagelaba con ímpetu e ira, haciéndome temblar de dolor, de angustia.
Aparté al fin mi mano del agua y volteé mi figura para encararle, contemplándole una vez más antes de escuchar su voz retumbar en mis oídos cuál lejano eco. Sus ojos se encontraron con los míos, siento tan profundos y penetrantes que mi cuerpo se estremeció, aun respondiendo a su centello, aun suscitándome aquella electricidad en mi piel. Como antaño. Tal y como siempre sería pasara lo que pasara...
Miré a Jerarld. La luna le iluminaba de un modo místico, casi como si se tratara de una divinidad o un héroe pagano. Parecía estar tocado por la gracia de Dios.
Lo amaba. Más de lo que jamás podría demostrar o admitir. Más de lo que Jerarld creía o sabía. Mucho más de lo que yo era capaz de soportar.
Un suspiro escapó de entre mis labios y agaché la cabeza, sumergiendo mi mano en el agua de la fuente para sentir su frescor, su humedad, su fuerza y libertad. Recordé la ocasión en la que ambos caímos en la fuente de mi jardín en cuanto mi marido pidió mi mano en matrimonio. Sonreí con tristeza. Habíamos vivido tantas cosas juntos... toda una vida, prácticamente, aunque sólo hubieran sido veinte años vividos con intensidad pese a las mentiras y el dolor. Ya nada de todo eso quedaba en mi recuerdo. De algún modo, lo había alejado de mi memoria y sólo guardaba con especial ímpetu, cada retal, cada pellizco de felicidad que Jerarld y mis hijos me habían brindado. Ellos me habían devuelto la vida cuando yo sólo me preocupé de robarles las suyas por mero egoísmo.
La brisa trajo consigo algunas hojas secas que se alojaron sobre la superficie acuática con la que mis dedos aun jugaban y en la que mi mente naufragaba entre remolinos de pensamientos y sensaciones a flor de piel. Me quedé mirando una de aquellas hojas, arrugadas por el paso del tiempo, de color oscuro por su marchitar, sola y agonizante se dejaba llevar por la corriente que mi mano creaba con suavidad, erigiendo pequeñas olas que balanceaban la hoja en un ligero vaivén. Sin darme cuenta, algunas gotas de lluvia empezaron a descender del cielo y la hoja fue empapándose hasta hundirse en la fuente, desapareciendo con la oscuridad y de mi vista. Tragué saliva, visiblemente afectada y nerviosa. Reaccioné de un modo extraño a mi parecer, sintiendo cómo algunas lágrimas volvían a mis ojos y la sensación de fragilidad ahora parecía el reflejo de aquella hoja moribunda que ante unas cuantas gotas de agua había sido presa de todo un mar de lágrimas.
Jerarld, tras de mí aun, sin que ninguno de los dos se inmutara por la efímera llovizna que mínimamente nos empapó, hablaba ahora de intentarlo de nuevo. Él mencionó la palabra juntos y casi pude sentir cómo mi polvoriento corazón daba un vuelco de esperanza. Jerarld hablaba de funcionar. Jerarld me pedía que me arriesgara con él. Y yo sólo... sonreí con tristeza.
- ¿Cómo intentar juntos que esto funcione si arriesgarnos supondría matarnos?- exclamé con desespero.- ¡Míranos, Jerarld! Siempre nos hacemos daño, queriendo o sin querer. Quizás nuestro amor es así, un amor asesino. Si estamos juntos, nos mata. Si la distancia nos separa, nos mata igual. Dime, ¿qué podemos hacer? No puedo vivir en un mundo en el que sé que puedo tenerte y no te tengo. Pero tampoco puedo ver en tus ojos a cada despertar la tristeza que los invade porque yo sea incapaz de sanar las mismas heridas que yo abrí en tu piel. Sé que todo esto es mi culpa. Sé que podríamos habernos amado desde el principio sin los obstáculos que yo fui erigiendo en nuestro camino. Sé que nunca bastarán las disculpas ni mis esfuerzos en hacer tu vida más fácil conmigo, porque simplemente yo no te hago ningún bien. Sólo te aporto tormentos y de tormentos no se vive.
Tomé aire, cansada de hablar, dolida por las mismas palabras que escapaban despavoridas de mi boca. Sufría cada verdad que de ella emanaban, sabiendo que con mi sinceridad, sólo recibiría el rechazo final de Jerarld. Ahora le sobraban razones para alejarme de él. Ahora tenía vía libre para lanzarme al olvido, con un simple asentimiento o unas palabras que a fin de cuentas, sólo coincidirían con lo ya dicho. Acababa de firmar mi sentencia de muerte y aun así, guardé esperanza. ¿Por qué? Por supervivencia. Dicen que el hombre es capaz de devorar a sus semejantes con tal de permanecer vivo. Bien, pues en este caso, yo era capaz de volver a condenar la cordura y felicidad de mi entorno por un poco de aliento dado por Jerarld, aun sabiendo que volvería a caer y que él caería conmigo, arrastrado por mí.
El silencio permanecía entre ambos y la incertidumbre me flagelaba con ímpetu e ira, haciéndome temblar de dolor, de angustia.
Aparté al fin mi mano del agua y volteé mi figura para encararle, contemplándole una vez más antes de escuchar su voz retumbar en mis oídos cuál lejano eco. Sus ojos se encontraron con los míos, siento tan profundos y penetrantes que mi cuerpo se estremeció, aun respondiendo a su centello, aun suscitándome aquella electricidad en mi piel. Como antaño. Tal y como siempre sería pasara lo que pasara...
Arlette- Vampiro Clase Baja
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