Greta Anaís Jacobi

Greta Anaís Jefferson Jacobi


21 años


Humana


Clase baja


Heterosexual


Virginia, Estados Unidos de América

De convicciones fuertes y carácter decidido, podría definirse a Anaís como una idealista, pero no en el sentido utópico de la palabra, si no, en que son sus ideas y posturas la que la que le dan sentido a su existencia. Inculcaron en ella los valores del patriotismo, el amor por su nación y el defenderse de la injusticia y el yugo de los poderosos. Anaís es dueña de una personalidad chocante, que no teme al conflicto y no mide consecuencias cuando toma decisiones radicales. Es apasionada y de sentimientos profundos. En ella no caben las trivialidades de la envidia o el maltrato, su sentido de justicia es agudo y su nobleza es infinita. Disfruta de las pequeñas cosas, de los ínfimos detalles y de los logros ajenos. Jamás desea el mal, pero es consciente del mal del que está compuesto el mundo, y por ello, creó una capa a su alrededor, para cubrirse de aquellos que quieren hacerle daño. No sabe lo que es el miedo, ya que perdió lo único que amaba, sabe que su motor guía es la supervivencia, su corazón se marchitó el día que sus bebés se convirtieron en ángeles. No vive las pérdidas con fatalismo, las padece, las encapsula y las conserva porque le hacen recordar que ella sigue viva y que no puede entregarse al dolor, quizá porque el suicidio de su madre se debió a la debilidad de ésta, y Anaís juró que jamás caería en la profundidad de ese pozo, por más que la ausencia nefasta de sus hijos le pese como un yunque sobre la cabeza. Independiente y audaz, jamás se amilana ante el peligro, es extremadamente tenaz y con una visión de futuro extraña para una dama criada entre los cánones ortodoxos de sociedad, pero el hecho de haber convivido con su bastardía y haberla aceptado sin traumas posteriores, le ayudaron a ver que se podía seguir adelante, sin importar los rótulos que la gente le pusiera.




Estados Unidos se había independizado de los británicos y comenzaba a emerger de sus propias cenizas. El haber estado bajo el yugo colonial del imperialismo inglés lo habían convertido en un lugar próspero, y antes que cualquier colonia europea situada en América, ellos dictaron su constitución, sellando los años de lucha ensangrentada que se habían cobrado la vida de miles de patriotas. Pero los estadounidenses estaban orgullosos de sus logros, y el derramamiento cruel había tenido sus frutos. En ese clima de independencia, revolución y orgullo, nació Greta Anaís Jefferson Jacobi, el 4 de Julio de 1779, tres años después de la aclamada declaración de independencia, en la que su padre, Thomas Jefferson, tuvo participación activa y que, el mismo año en que nació su hija ilegítima, fue elegido gobernador del Estado de Virginia, suplantando a Patrick Henry en su cargo. Anaís creció sabiendo que era fruto de una relación extramatrimonial, pero su madre, Diana Jacobi y su abuela, Greta Jacobi, se encargaron de darle el amor que en un futuro le faltaría. Thomas era un padre presente y le daba a su niña –preferida- todo lo que deseaba, y en ocasiones, hasta almorzaba junto a su madre, de la cual se despedía con un beso en los labios. El hombre no era feliz junto a Martha, su esposa, pero en la lujosa casa que le había regalado a Greta y Anaís en Richmond, encontraba la dicha y era donde se olvidaba de su rol político y se volvía un ser humano común y corriente. Jugaba en la tierra con su niña, la ayudaba con su colección de mariposas, le enseñaba a leer y escribir, idiomas, le inculcaba el amor por su país, comían los ricos pasteles de Greta y luego dormían la siesta junto a Diana, en la hermosa cama de dos plazas que tenía en la habitación. El recuerdo más hermoso que atesoraría Anaís era el de sus padres acostados y ella entre medio, contándoles sus avances en clases de piano, biología, historia y demás disciplinas. Thomas y Diana estaban orgullosos de su hija, y el gobernador no ocultaba su predilección, hasta se había animado a darle su apellido y le presentó a sus hermanos, quienes la recibieron con reticencia, pero terminaron cayendo presos de la simpatía de la niña. Pero Martha nunca aceptó a “la bastarda”, como le llamaba.

Cuando tenía trece años, encontró muerta a su abuela, y nunca olvidaría la terrible escena de su madre revolcada en el piso llorando ante el perecimiento de quien le había dado la vida. Anaís adoraba profundamente a Greta, y deseó haber muerto junto a ella. Un año después, Diana se suicidó ahorcándose en su habitación, no soportó vivir sin su madre, y abandonó a su hija. Anaís no vio el cuerpo colgando, pero lo imaginó durante varias noches. Thomas desafió a la sociedad y se llevó con él a su hija, no la dejaría sola en aquella casa enorme y repleta de horror. Martha vio la oportunidad de vengarse de la traición que había cometido su marido y decidió hacerle la vida imposible a la joven, que, para desgracia de la mujer, tenía un carácter de los mil demonios y, en cada ocasión que podía, le hacía frente. Las discusiones tenían, cada vez, matices más violentos, y Martha golpeaba a Anaís con una vara o le daba cachetadas. Thomas estaba demasiado ocupado para ocuparse de asuntos domésticos y se dejó influenciar por los ruegos constantes de la mujer. En Septiembre de 1795, casó a Anaís con el hijo de su predecesor en la gobernación, Samuel Henry, un año mayor. La joven se opuso fervientemente al compromiso y al matrimonio, pero la fuga que tenía planeada se frustró y terminó contrayendo nupcias. Samuel resultó ser un aristócrata engreído e insoportable, guapo, pero soberbio, que se encargaba de recordarle a menudo que era la hija bastarda de Jefferson y que él le había hecho un favor al casarse con ella. Claramente lo decía para negar sus sentimientos, Anaís era una chica de belleza arrebatadora y él tenía el orgullo de macho de haber sido su primer hombre y el único, como también se encargaba de recordarle. En junio de 1797, nacieron sus mellizos, Samuel Jr. y Anne-Marie, dos hermosos niños que se convirtieron en lo único positivo de su matrimonio, pero los pequeños fueron asesinados un año después, lo que sacó a la luz los negocios ilegales de Samuel.

Devastada por el fallecimiento de sus hijos, Anaís encontró refugio en los brazos de un fornido capataz, que lentamente le ayudó a sobrellevar la pena que la acuciaba el corazón. Seguía recibiendo a su marido en su alcoba, pero, generalmente, sus descargas eran violentas y jamás la complacía. En cambio, Jason, era todo lo contrario. Sin embargo, su infidelidad fue descubierta en la primavera de 1799. Samuel asesinó a golpes a Jason, y eso le dio tiempo a la joven para escaparse de la mansión. Recurrió al único que podía ayudarla, su padre. Le rogó de mil maneras y hasta lo insultó, Thomas reconoció su error al casarla con un mafioso y le posibilitó un viaje a Francia. Le dijo que no podía darle demasiado dinero, pues sospecharían que él la había ayudado, ella aceptó el trato de un pasaje, una documentación en la que se quitaba el apellido Jefferson y sólo llevaba el de su madre, Jacobi, y un par de mudas de ropa de sirvienta. Llegó a París tras un largo y tambaleante viaje en un buque de carga, en el que hizo su mejor esfuerzo para pasar desapercibida y no quedar a merced de los marinos pervertidos. Agradeció que algunas prostitutas hubieran embarcado y los mantuvieran ocupados. Vagó durante varios días, cuidando el poco dinero que Thomas le había facilitado, hasta que consiguió trabajo en una hacienda. Juró y perjuró que era especialista en caballos, y lo era, desde niña su padre se había encargado de inculcarle el amor por aquellos animales, y siempre acompañaba a los empleados en sus tareas. Se convirtió en la encargada de la cría y cuidados de los caballos, aunque por un sueldo demasiado bajo. Agradecía tener un plato de comida caliente en el almuerzo y otro en la cena, y una diminuta habitación al lado de los establos, con una cama incómoda, pero con frazadas para salvaguardar el frío. Atrás quedó su vida de lujos, pero sabía que cualquier cosa era mejor que no tener a sus hijos, y que lo único que le quedaba por hacer, era sobrevivir.




# En un guardapelo, que lleva colgando en su cuello, tiene dos mechones, uno perteneciente a Samuel. Jr. y otro a Anne-Marie
# Es especialista en caballos
# Su padre fue uno de los encargados de redactar la Constitución de los Estados Unidos
# Tiene un gran sentido patriótico
# Odia Francia y a los franceses, por considerar que su revolución dejó de lado un gobierno monárquico, para darle paso a otro igual de cruel
# Colecciona mariposas. En sus pocas pertenencias, se llevó una carpeta con diversas especies.
# Adora las margaritas
# Le teme a la oscuridad