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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Fyodor C. Ivashkov Jue Nov 15, 2012 5:21 pm

Pues estábamos perdidos, hemos vuelto a encontrarnos.

Con la mano en el aire y la sonrisa a flor de labios, esa alegría no tiene destinatario ni tampoco motivos, es vacía, tanto como lo que siente. — ¡Salud! — ¿Por qué brinda? ¿Por quién brinda? ¿Con quién brinda? Se ríe de si mismo y de su patética soledad, de estar bebiendo de la misma copa hace una hora pese que piensa que es muy temprano para emborracharse; pero se rinde al darse cuenta de su realidad, de que ha sido inútil querer evitarlo desde que asumió su cargo. Fue mucho después que notó que eso es lo que hace tener dinero y ser parte de la realeza, te convierte en un flojo o en un ebrio o en un mujeriego, o en su caso tal vez en todas las anteriores, aún cuando no puede culpar a eso por ser aquello último. Tiene más de un tema pendiente dando vueltas por su cabeza pero no con quien compartirlo, a quien hablarle hasta poder encontrar la respuesta que busca, porque muchas veces todo lo que necesita es poner en voz alta sus problemas y estos se hacen menos pesados o quizás más reales. Debe tomar decisiones por otros y ni siquiera es capaz de elegir su propio futuro, ¿cómo pretenden entonces que haga algo como eso? Suelta una carcajada y sigue solo, la imagen es aún más ridícula, ahora no están sus camaradas para golpearle la espalda y reír con él.

Prefiere mantenerse en silencio el resto de lo que queda de la tarde teniendo por único acompañante ese líquido casi transparente traído, se supone, directo desde su patria de origen. Pero tal vez le han pasado gato por liebre, porque para todo lo que ha bebido apenas se siente mareado y si aquello fuera vodka real ya estaría gritando incoherencias en ruso o quizás durmiendo sobre una silla en el rincón más sucio de la taberna, en cambio, lo único que esos tragos producen en él es que comience a ver alucinaciones, porque la imagen que tiene delante no puede ser real, bajo ningún contexto podría serlo. Esa muchacha entra y Fyodor mira alrededor para notar si alguien más la ha visto, al parecer sólo son sus ojos los que no se despegan de ella, hay en sus facciones una mezcla de familiaridad, como si la hubiese visto antes; sencillez, porque sólo necesita entrar para llamar su atención; y desconfianza, está claro que tanto como le atrae algo también grita que es mejor que se aleje, que no le conviene siquiera hablarle. Pero él jamás ha obedecido esa voz interna que parece ser siempre más sensata, mucho más cuerda, más juiciosa, mucho más todo aquello que Fyodor no es.

— Hola… — los pies lo llevaron hasta ella, le extiende una copa que ha tomado de la barra y que pese a ser originalmente para él ahora sirve de excusa para acercarse. No es como si fuera de muy buenos modales ofrecerle un trago de vodka puro a una dama, pero no piensa con claridad y sigue creyendo que todo es parte de su imaginación, de demasiadas noches queriendo volver a su tierra y a su antigua ocupación, las manos le pican pidiendo algo de batalla, de justicia que sigue sin poder entregarse porque él debe fingir sentado en una oficina que no es la propia en ese palacio lleno de lujos aún cuando hay tantos fuera de esas paredes que no tienen que comer. — ¿Es usted libre? — no le pregunta el nombre ni tampoco si desea o no compartir esa copa con él, sólo lo da como un hecho y comienza a hablar como si ya se conocieran, quiere descubrir de dónde recuerda su rostro, quizás se han encontrado en otro lugar, en otras circunstancias, — algunos dicen que sólo buscamos la libertad cuando nos sentimos prisioneros… ¿está usted de acuerdo? — Divaga o quizás ya comienza a hablar incoherencias, algunas letras se arrastran en sus labios y demuestran con mayor claridad su origen, — ¿cree que alguien puede ser un prisionero aún cuando no esté en una cárcel y tenga la posibilidad de caminar hacia donde guste? —



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Mensaje por Greta Ivashkov Miér Nov 21, 2012 3:58 pm

Una nariz respingada pareciendo casi tallada a mano, era tan perfecta que terminaba por ser imperfecta. Buscaba en esos ojos azules que se reflejaban en la pared algo que la convenciera de que lo que estaba viendo no era más que su propia figura y eran sus pensamientos los que la asimilaban como tal. Quien portara tal reflejo sería la envidia de muchas, y el pecado de varios. Lascivia por donde recorra la mirada ajena y lo sabía. Conocedora tanto de sus defectos y la manera de disimularlos basándose en algo tan simple como el juego mismo. Para mentir se necesitaban de dos personas, una que lo haga y otro que le crea. Podía convencerte de que las rosas eran amarillas, de que los cardenales aullaban y de que ella no tenía defectos porque realmente, sus imperfecciones eran tan subjetivas a su propia mente que no eran un punto neutral de comparación.

Esos labios gélidos, carmesí sobresalían junto con sus felinos ojos aprobando la imagen que el espejo le brindaba en un hall algo modesto de clase media. Piso de baldosas unido de manera dispareja, paredes cálidas de un tono escarlata hasta el techo iluminado por una vieja araña de campo que hacía el rol del sol sobre las flores silvestres de color lila que inundaban los sentidos con aquel olor semiamargo.

Era tarde, estaba aburrida de observar obviedades por lo que prefirió salir a la cruda realidad. Tuvo que bajar dos cuadra para poder llegar a lo que era la tienda, siempre haciendo una cuadra de más porque no podía negar el disfrute de los gemidos y el olor a sexo que emabanan del Burdel cercano, abierto hacía tan solo unos años y cuya concurrencia le era ajena a su conocimiento, pero su curiosidad y lívido juvenil le atraían casi al punto de darle vergüenza.

El tiempo era tan sublime que escapaba de su propia noción. A veces era tan pesado que se hacía interminable y otras veces, simplemente se escurría como agua entre sus dedos. Las palabras eran un valor agregado, o le hacían valer la pena o terminaba por ser un total desperdicio, y no estaba de humor para que su tiempo fuera perdido por lo que la oscuridad detrás de los carteles y frascos apilados cuidadosamente no iban a hacerla regresar. Pese a que su calzado no era elevado, su estatura le dio en tan solo segundos un panorama de la situación.

Podría ir pasear por delante del Burdel, pero el pudor ante el pensamiento se hizo presente coloreando ligeramente con un rosa pastel aquellas mejillas ya remarcadas por su propia estructura. La biblioteca era otra opción, pero demasiado aplicada para una noche en la que poco recordaba que había sido de ella hacía unos días. Una resaca sin alcohol era de las peores sensaciones que podía enfrentar, solo por miedo a tener intriga del qué había ocurrido. Y allí mismo encontró su respuesta. El viento empujándola por sus espaldas alborotó una melena rubia y sedosa hacia las puertas de cedro de una de las conocidas tabernas de la ciudad. El vestido verde esmeralda escondido por una cazadora beige, suelto y poco ostentoso realzaba su simpleza cautivadora que la acompañó al cruzar la puerta del establecimiento.

Fueron segundos en los que sus pulmones se inundaron del vicio del tabaco y alcohol. Y tan solo unos minutos para que todo ojo, incluído el de algunas féminas observaran sus presencia altanera, tratando de descartar sus pasos y poder encararla, o simplemente admirar algo que jamás podrían tener. Aburrida de su propio ego optó por dejarlo de lado para sentarse en uno de los taburetes alejados, en la esquina izquierda de la vieja barra lavada tantas veces por whisky que su sola presencia embriagaba al más sobrio. Música de fondo como cortesía mientras desabotonaba el primer botón de su saco ya resguardada del atemperado clima. Una voz irrumpió su labor y la desconcertó.

-Siempre somos esclavos de nosotros mismos porque la libertad nos aterra ¿Le tiene usted miedo a lo desconocido?

Su mirada barre de lleno con el joven que tenía más perfume a alcohol que testosterona en sangre de momento. Una mirada inesperada pero cómplice se cruzó entre ellos, que obligó a Greta a extender su comisura, denotando una mezcla de fiereza y seducción. A veces buscaba ser así, otras simplemente, le salía sin intentarlo.

-Ahora es prisionero del pecado, pregúntele a su copa vacía sino me cree.

Sus intenciones volvieron al camarero para pedir su trago, después de todo, aparte de cazadora ella también era presa de la misma realidad que el alcoholizado.


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Mensaje por Fyodor C. Ivashkov Lun Feb 11, 2013 1:26 pm

A ella es a quien le teme, a sus respuestas que no esperan, a sus labios que lo llaman, a su presencia que irónicamente no debería estar presente. ¿Quién es? ¿De verdad le importa eso? Le importa al punto de mantenerse en silencio, de no dejar que las palabras aparezcan y puedan opacar algo del sonido que su voz produce. Fanático loco, deseo encarnizado, hombre que da rienda suelta a su fantasía cuando la protagonista, inesperada, aparece. Si sus pies se acercan no es porque él lo ordene, la culpa es de ella, quien lo atrae como la miel a las moscas, como la carnada a cualquier presa que esté esperando. Habla de prisioneros y celdas, habla de libertad y acaba de perderla. El destino se burla de él y quizás lo hace porque no cree, sus creencias se fueron en el momento en que la suerte también lo abandonó. — No puedo tenerle miedo a algo que desconozco, sería como temerle a la muerte sin saber si existe otra vida después o sólo nos convertimos en más alimento para los gusanos. — El alcohol quita el freno de su lengua, no hay un filtro que evite que aquello que cruza su cabeza salga hasta ser oído. Fyodor asiente a su última frase, lo piensa por un poco más de tiempo, pensamientos borrosos se van cruzando y siguen dando vueltas. Pecado, ¿qué tiene que ver el pecado? El pecado es todo, él es un pecador que no se arrepiente de sus faltas.

Pero la copa vacía nada tiene que ver con su actual sed, con las ganas que tiene de beber sobre la piel desnuda de su nueva acompañante. Categorías posesivas que sólo van asociadas a ella. — A veces me pregunto si el pecado se ha alejado de mí alguna vez… pruébeme, nombre los pecados que conoce y me aseguraré de demostrarle que ya he sido culpable de todos… incluso de los terribles, de los que no se atreve a decir en voz alta. — ¿Acaso quiere asustarla? Quizás su intención actual es darle motivos para dar la vuelta y salir corriendo o tal vez una idea más estúpida. Estas son pruebas para saber de qué está hecha, para conocer como reacciona frente a sus exabruptos. De este modo espera identificar de dónde la conoce, si es que la ha visto alguna vez, pero si tantas mujeres han pasado por sus brazos, por delante de sus ojos, por su cama, por sus historias, por sus labios, ¿por qué ella no puede ser una más? La respuesta llega apena vuelve a mirarla en su totalidad de nuevo. Porque no podría haberla olvidado tan fácil. ¿Será ella quizás una de las niñas que salvó de alguna cárcel extranjera y por eso ahora se le dificulta el reconocimiento? Tantas dudas se van junto al resto del vodka de un nuevo vaso, el líquido pasa fuerte y se asienta en su estómago junto a la molestia de no tener todas las respuestas. Una molestia infinita e incomparable.

— La libertad no me aterra, la libertad es lo que busco… ¿puedes entender algo de eso niña? ¿Lo entiendes de verdad o crees entenderlo? — el cambio es notorio, descarga en ella sus propias frustraciones. Se acerca y la toma de la barbilla, le estudia la forma gruesa de las cejas, los ojos que pestañean, para él, con demasiada rapidez, la estructura perfecta de la nariz y los labios, por los que pasa veloz su mirada por miedo a detenerse más de la cuenta. Su vaso descansa sobre la barra, su mano no la suelta. ¿De dónde salió y por qué aparece justo ahora? — No creo que puedas entenderlo, ¿cómo podría alguien como tú siquiera hacerlo? Tus preocupaciones son las de una niña que lo tiene todo o que podría tenerlo todo. — Y ahora no sabe si habla de ella o de si mismo, quizás de ambos pero no la conoce. Su otra mano también viaja a unirse, a ponerla sobre las mejillas de la muchacha que espera no pueda mirar a otro lugar que no sea su rostro. Idiota egoísta que espera captar su atención y no teme ser violento. No tiene otra forma de lidiar con sus desgracias, con las pérdidas que lleva como un peso sobre los hombros, con esas desdichas llenas de nombres y lugares. — Deberías irte ahora, te lo estoy advirtiendo… vete ahora si eres lo suficientemente inteligente para saber lo que es mejor para ti. — Error, esas ordenes en realidad piden lo contrario. De su boca las palabras salen sin sentido, van disfrazadas tal como él cuando intenta ser un miembro respetable pero en realidad no es más que un soldado esperando por una nueva batalla.



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Mensaje por Greta Ivashkov Lun Feb 11, 2013 9:35 pm

Se permitió gozar de un placer tan simple como enfermizo en sí mismo cuando sus yemas se amoldaron, imprimando sus huellas dactilares en la superficie de la copa que le había sido servida. Si dejas observar a alguien por demasiado tiempo en tus ojos y en tu alma, corres el riesgo de que esa persona caiga en tu abismo. Pero ella conocía el juego de atraerlos y tentarlos. De hecho disfrutaba de la adicción que eso causaba con sus interlocutores, presas de la única cosa que no podrían resistir jamás, la tentación. Las palabras del joven le hacen pensar en la libertad, algo tan falso como verdadero debido a que ese concepto era una utopía como la realidad en sí. Greta consciente de su seducción ilícita y hasta a veces extrema al borde del desperdicio se acomoda lentamente el cabello hacia uno de sus hombros, despejando una piel nívea y tersa, dejando que la vista se deleite con su silueta, cada curva que formaba una fisionomía absurda pero real. Lo imperfecto era su perfección pero nada de eso sirvió cuando volvió a enfilar su mirada hacia él.

-Lo desconocido hace interesante a las cosas y la incertidumbre que eso genera.

No pudo discernir si había respondido a sus palabras, o algo había en sus gestos que despertaban una curiosidad que solo sentía cuando el espejo le reflejaba una imagen que seguía cánones de belleza griegos, siendo ella en sí su musa. Refinada en los movimientos que ya eran naturales sus manos descansaban sobre sus piernas entrecruzadas con gracia de realeza. Podía sentir el efecto del alcohol en su sonrisa fácil y suelta, enseñando unas comisuras marcadas, resguardando su fiereza. Libertad, no existía pero no fue eso sino la manera en que se lo dijo. Niña. No era adulta pero tampoco una niña, estaba dejando tras de sí su adolescencia u época dorada para entrar en una madurez incipiente que solo iba a acentuar su belleza. Él no era mucho mayor pero las féminas estaban denigradas solo por su condición. Ella era más astuta y madura que muchos hombres mayores porque la joven en sí era su adicción, y ellos eran presas del destino. Había aprendido a hacer su pasado mientras ella constituiría el pasado de alguien más que solo iba a arruinar su presente. No tenía cargo de remordimiento sino que gozaba de saber y calcular cada uno de sus pasos y allí estaba él, el problema era si esta vez, no sería el presente del joven el que arruinaría sino el de ambos.

-No hay condena del pecado sino sientes culpa por haberlos cometido ¿O estoy errada?

Trató de esquivar el tema, pero pronto arrebató su orgullo altanero, su espalda recta con sus hombros separados, dejando que sus omóplatos se remarcaran sobre su espalda, obligando a que la tela de su vestido se estirara, elevando hacia adelante su pecho junto con su busto cuyo escote era preciso. No necesitaba exponer demasiada piel para encantar sino de su seguridad y fue eso mismo lo que sobrepasó su paciencia cuando él insistió con su inmadurez.

-Espero que tú comprendas sobre Prejuicios. Para ti no soy una niña porque no puedes evitar querer sentir tus labios sobre los míos y ser la causa de mis gemidos.

Inmaculados sus ojos volvieron a encontrarse con los de él. Podría decirse lo que quiera de ella, pero jamás que era una niña consentida sin razón ni cordura. Tenía la lógica suficiente para no caer presa del alcohol, adicta a los vicios o quedar embarazada presa de su libido. Sus labios se cerraron sobresaliendo sobre sí, voluptuosos en el punto en que resistirlos era inútil. Lo haría pagar por sus palabras no por resentida, sino por atentar contra su ego y estaba allí su expresión de libertad. Sus manos libradas de sus rodillas ahora descansaban sobre la mesa y silla de roble.

-Tengo lo que necesito, todo es demasiado relativo y usted es simplemente alguien que cree haber vivido lo suficiente ¿Pero sabe algo? Finalmente todos terminamos convirtiéndonos en la persona que dijeron que nunca seríamos.

Su sonrisa renació con una inocencia que cautivaba al incrédulo, despertando hasta el más socavado de los deseos carnales mientras se incorporaba con gracia, dejando que el vestido cayera amoldándose a su silueta. Tal y como había dicho, siempre ocurría lo opuesto a lo que deseamos, o quizá ese era el destino y los humanos tontos, se negaban a aceptarlo en vez de abrazarlo y aceptarlo. Sería el camino fácil hacia la felicidad pero nadie aceptaba que las cosas podían ser simples, ni siquiera el juego de la seducción después de todo jugarlo era más tentador que el premio en sí.

Estaba decidida cuando tomó su abrigo sin colocárselo todavía, regalándole al mundo más de su ridícula beldad, si bien su cuerpo estaba en dirección a la salida de atrás por la que clientes asiduos escapaban en caso de necesidad, su rostro giró en dirección al muchacho mirándolo nuevamente a los ojos con demasiada naturalidad irradiando picardía innata.

-Lujuria ¿Es culpable sino puede resistir?

Pecados, un invento del hombre o su razón de existir. Fuera lo que fuese, sin ellos no valdría la pena la libertad para poder cometerlos.


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Mensaje por Fyodor C. Ivashkov Dom Mar 10, 2013 5:22 pm

Pero su voz le molesta, le cansa escucharla y por sobre todo le cansa saber que ella tiene la razón y que él, una vez más y como tantas otras, está equivocado. Quizás mantuvo los ojos abiertos demasiado tiempo o tal vez fueron sus propias palabras lo que lo delataron. Es fácil leer la historia de las personas cuando estas la tienen escrita sobre la piel, sobre los labios y por sobre todo en las miradas que entregan. Fyodor tiene las contradicciones hechas heridas y el paso del tiempo ha transformado su rostro en el de un hombre mayor, con marcas en lugares que restan validad y por sobre todo con la falta de las eternas sonrisas que poseen los jóvenes. ¿Quién es él? ¿Se convirtió en lo que no quería ser tal como ella lo plantea? La respuesta le molesta muchísimo porque la conoce apenas se mira a si mismo y a la nueva copa que vacía tan pronto llega a su mano. Está hecho un borracho y un derrochador, lo peor de todo es que no se arrepiente de gastar tanto dinero en alcohol y mujeres aún cuando sabe que con esos francos podría hacer maravillas en su antigua ocupación. Y ahí está también la diferencia. Ya comenzó a considerar su situación actual como el trabajo que debe hacer y aquel que dejó en el pasado como lo que le gustaría hacer pero no puede. Está atado de manos y también atado de decisiones.

Es el momento. Si ya está hundido hasta el cuello podría dejar la mierda hasta ahí en vez de permitir que le cierre la garganta y termine con todo de una vez. Está claro que la muchacha se irá, si su boca no lo dice todo el resto de su cuerpo sí. El problema está en que entre las piernas de Fyodor algo responde que debe seguirla, que ahí está la oportunidad que busca aún cuando antes ni siquiera imaginó podría existir. Y aún cuando ella no se mueve la invitación en sus palabras es evidente. Lujuria es poco para lo que siente, para el calor que se apodera de su sangre y tironea dentro de su pantalón. Una última copa, el duque se levanta y alguien llega al instante con su chaqueta que ni siquiera recuerda haber dejado en otro lado. Saca algunas monedas con lo que paga todo su consumo más el de la muchacha y antes incluso que ella pueda reclamar se pone en marcha para salir de aquel lugar por la puerta que al parecer era la que tomaría, pero antes de hacerlo se detiene, su cabeza le da vueltas y espera que ella llegue al oscuro pasillo que los separa del exterior. — ¿Crees que no puedo resistirme a ti? ¿Eso crees realmente? Se que lo crees muchachita ingenua… — empuja a la chica contra la pared y la mira desde una distancia prudente para evitar tocarla, — nada sabes niña, nada… nada… — pero mientras más repite, más nota que el problema es él, que la usa a ella de excusas.

Y no puede controlarse, su cuerpo lo llama. Fyodor se acerca y pone las palmas contra la madera fría y sucia que mantiene de pie ese antro de mala muerte. Ha creado una prisión pero pese a que sea ella quien esté encerrada es él quien siente la soga en el cuello. — Soy la persona que quiero ser. Mírame, ¿te parezco alguien a quien otros le ordenan como hacer su vida? — pero no es necesario que guíen su camino o que marquen el sendero que debe seguir para sentir que no es completamente autónomo. Fyodor la suelta repentinamente y la mira con repulsión en el rostro. Ella es el demonio y él está dispuesto a vivir en el infierno con tal de tenerla más cerca. — No necesito tus respuestas, pero si quieres puedes hablar de eso o lo que sea, me gusta como se mueven tus labios para mí… — Y basta un segundo para tomar la determinación y abrir la puerta, la brisa fría le golpea la cara y su rostro se contrae aunque el cambio de temperatura no tiene mucho que ver con eso. Quiere ignorarla pero la tentación de girarse y notar si ella lo sigue o ha vuelto al bar es más grande, sólo mira por sobre su hombro cerrando los ojos y esperando la sorpresa. Ese callejón está bien, cualquier lugar está bien para lo que planea hacerle. Si la muchachita esa tiene algo de sentido común, lo mejor sería que no estuviera frente a él cuando levante sus párpados.



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Mensaje por Greta Ivashkov Mar Mar 12, 2013 5:03 pm

Sintiendo el roce de la tela bajo su piel, la joven juega con su porte contra la pared esperando como si todo estuviese siguiendo el guión de un gran artista griego. No había esencia de romanticismo en el aire sino una tensión que se incrementó cuando él la aprisionó entre sus manos, una cárcel de la que pocas féminas hubiesen querido escaparse pero ella sabía la contraseña de cualquier hombre, incluso del más pedante.

-Quien no se resiste viene sin que lo llamen.

Sus labios terminan en una línea a punto caramelo, volubles y fieros. Demasiado mordaz para ser tan solo una adolescente encerrada en perfectos cánones. Entonces él se va y amaga contra la puerta. Estaba embrujado en más sentidos de los que él mismo creía, su físico lo atraía, sus palabras lo enamoraban pero era el orgullo lo que lo distanciaba y ella era consciente, porque justamente su egocentrismo era su defensa contra cualquier ser que quisiera amarla en un sentido relacionado a las emociones. Amar implicaba desarmarse en mil partes mayores que las producidas por un orgasmo desenfrenado y Greta simplemente no estaba dispuesta a dejar que eso ocurriera porque ¿Sería que jamás le había pasado a ella? Sonríe con una picardía casi infantil contra su espalda cuando el muchacho queda enmarcado en la puerta, distraída levemente por la brisa que se ocupa de ondear su rubia melena como si paseara por algún campo en el mes de agosto. Consciente de que varias mandíbulas cayeron al admirar una partida demasiado elegante, quizá digna de un teatro tras una función de estreno, se acerca hacia el hombro de él quien esperaba sentado su cena con la lujuria.

-Es la mentira que desea ser señor, engañando a todos incluido a usted. No se confunda y recuerde que yo soy escéptica a sus encantos.

Su voz tenue pero firme impone respeto pero a la vez un reto en doble sentido. Con total naturalidad se compone para que su esbelto cuerpo se escabullera por entre el suyo saliendo del lugar sin siquiera rozarlo. El frío resultaba acogedor aunque quizá demasiado temperamental, sus hombros al descubierto reaccionaron erizando su piel antes de que pudiera siquiera poner u abrigo regalándole el desnudo de sus omoplatos a manera que pudiera saborear el vino tinto en su copa de cristal. La calle lateral estaba desierta y no asombraba al ser de poca concurrencia con sus mitos de sexo y vicios impregnados en sus baldosines. Con un equilibrio exquisito sus zapatos la mantiene erguida como si se posara sobre una alfombra sin siquiera atisbar a virarse para ver a su acompañante.

Podía sentirse como ardía la garganta al respirar el sulfuro que emanaba de las ennegradas calles abandonadas de cualqueir tipo de dignidad hacía años. Su época dorada cuando los burdeles adornaban y llenaban el ambiente de deseo habían acabado sumiendo aquel lugar en un fantasmagórica imagen, vestigio de tiempos mejores. Todavía el bullicio de la taberna resonaba de fondo pero eso era todo. Era entrada la noche y ruídos de personas y carruajes eran poco usuales dejando a los jóvenes sumidos entre ellos, pintados por la negrura iluminados por la tenue luz de las farolas cada varios metros y la escasa luz que se escapaba del bar del cual se despedían.

-Me pareces un muchacho perdido en sí mismo que no sabe que quiere en su vida.

Todos esconden temores con vicios y mentiras de valentía para asemejar ser imponentes cuando en verdad, son solamente pequeños corazones atemorizados en latir, son simplemente humanos que aparentaban superhombres. Un rostro sumiso y expectante se esconde de las pericias del hombre mientras observa hacia uno de los lados decidiendo en qué dirección moverá su cuerpo. Pero no tarda en acomodar sus gestos a la situación, observándolo por encima de su hombro obligando a que su cabellera brillara al seguir su movimiento embelesado por sus comisuras que se curvan reprimiendo una sonrisa demasiado encantadora para ser dibujada en aquella tentación carmesí.

-¿Para ti?

Una ceja perfectamente esculpida se enarca emulando un asombro que lindaba con la perversión. Estaba divertida jugando un juego que conocía demasiado bien pero que pese a ello, a veces requería estudiar más sus movimientos que en otros y esta era una de esas situaciones, antes de volver al frente y comenzar a dar unos pasos estirando sus finas piernas alcanza a mover sus labios una vez más para él.

-Las necesita señor, porque no se anima a decírselas usted mismo y yo no temo herir sus sentimientos.

¿Los tenía? No era de su incumbencia ni interés. No todos podían ser autocríticos consigo mismos y a veces la ayuda de una lengua viperina podía ayudarte a darte cuenta de que todos somos insignificantes, la cuestión reparaba en sí él podría con lo que ella implicaba. La objetividad en su oscuridad.


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Mensaje por Fyodor C. Ivashkov Dom Abr 28, 2013 4:15 pm

“Sólo nosotros sabemos estar distantemente juntos” – Julio Cortázar.

Todo lo que ella hace es para él. Eso lo tiene claro, eso es lo que le permite ahora sonreír y sentir que ha ganado una batalla más. ¿Cómo explica entonces que ella siga ahí y que no diera media vuelta para dejarlo solo? Es fácil, toda la situación es tan absurda como atrayente, pero acá quien atrae todo es esa mujer, esa maldita mujer que le confunde las ideas, que lo tiene sin saber si acercarse nuevamente o caminar hasta salir del callejón y alejarse del peligro. Porque esto es peor que todas las guerras en las que ha estado, esto es sucio, turbio, pero esto no está justificado por el bien de alguien más, esto es egoísta y por eso lo desea aún más, con las ganas de un muchacho que no ha comido en días y ve frente a si al platillo más delicioso de todos. ¡Por supuesto que la compara con comida! Si con cada palabra de aquella muchachita estúpida la boca se le hace agua y las entrañas le suenan como si fuera el más hambriento de todos. ¡Cuánto podría disfrutar de ella! ¡Cuantas noches, días, horas! ¿Y entonces por qué no lo hace? ¿Qué lo retiene en aquel mismo lugar desde que las palabras de la rubia dejaron de tener eco en el ambiente? Muchas mentiras que continúa repitiéndose, sin voz, sin palabras, porque no es necesario expresar a gritos lo que es tan obvio con tan sólo mirarlo.

— ¿Qué te hace creer que tengo sentimientos? No seas ingenua niña, no seas tan obvia… es tan fácil mirarte y saber cómo vas a responder, me das risa, eres divertida y de no ser porque no tengo ganas de reír ahora estaría llenando tus oídos a carcajadas — El idiota es él, es ingenuo también y un adolescente en el cuerpo de un adulto. Camina hasta la pared y la golpea con fuerza, su puño se siente resentido, tiene claro que mañana estará hinchado y probablemente hasta puede tener algún hueso dañado. Pero está tenso y sólo conoce dos modos de terminar con eso, la opción de una batalla no existe y la opción de tomar a esa mujer y realizar con ella lo que tiene mente… bueno, eso no sabe si será posible aún. — Di lo que tengas que decir, lo que quiero de tu boca no son palabras, estoy cansado de ellas y del sonido molesto de tu voz… todo tú me molesta… eres molesta ¿no te lo habían dicho ya? — pero se acerca y toma el rostro con las manos, la observa con esa luna que apenas ilumina, una luna ausente que juega a las escondidas y no le permite divisar con calma cada detalle de esas facciones que lo trastornan. Fyodor se siente al borde de la locura, está muy cerca de considerarse un enfermo, se ríe a carcajadas y se inclina, un poco más. Este es el abismo, el fondo del precipicio son esos labios llenos que insisten en llamarlo y él todo lo que quiere es caer y sentir el golpe que lo destruirá por completo.

Pero no hay más. Es un juego sin reglas y sin un premio final que lo motive a seguir. Sus manos se aferran firme, se controla para no hacerle daño, para no transmitir con fuerza la ansiedad que le eriza la piel y que le molesta aún más. ¿Cuándo será el día en que comenzará a pensar con la cabeza que tiene sobre los hombros? Este es el duelo más importante y le importa una mierda lo que la niñita esa crea o crea creer. — No tengo ni puta idea que me espera para mañana, ni siquiera se si tendré un mañana o alguien terminará conmigo durante la noche… — le roza los labios, un poco más y aquello no será una tentación, será la caída total. — Hazlo tú, termina conmigo. Eso es lo que quieres desde que entraste al bar, desde que aceptaste salir… Dime por qué, dime qué es lo que buscas, dime lo que quieres, dime qué escondes… — si las palabras comenzaron su camino no alcanzarían a conocer su final. Fyodor es impaciente, no pretende seguir esperando por lo que considera debe tener apenas lo desea. Y es ella a quien desea. La distancia se acorta, le exige con los labios que responda, que le de los besos que tanto ha ansiado, se une a su boca de un modo furioso, demandante. No se detiene, baja una de sus manos y comienza a recorrer su cuerpo. ¿Qué importa si ella se resiste o no? Nada de eso le interesa, quiere más besos, quiere tener todo de ella y descubrirla bajo esas capas que nada tienen que ver con la ropa, aunque claro, verla desnuda también es una idea que pretende tachar pronto de la lista de lo que debe hacer.



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Mensaje por Greta Ivashkov Lun Mayo 06, 2013 5:09 pm

Las personas son naif por naturaleza, la ingenuidad es la única forma de fe que presenta el ser humano y siempre, en algún recodo de hasta el alma mas perturbada, está esperando el momento en que todo este perdido para dejarle lugar a la imaginación. Ella era demasiadas cosas pero por sobre todo, una fantasía tan perfecta que cualquier hombre tomaba para masturbar en su mente, era el plagio de la sexualidad porque muy pocos estaban a la altura de descubrir lo que acababa al finalizar el largo trayecto de sus piernas blanquecinas, demasiado lascivas para coordinar con un aura tan angelical, pero que solamente Greta podía transformar en sensual con un simple enderezamiento de su columna, dejando relucir sus pechos esféricos, tan proporcionados como una autentica Venus. Él la había tomado como si viviera ese sueño, como toda la testosterona que la veía pasar el no era ajeno a sus efectos como la presa entre sus pantalones le demostró cuando la aprisionó, pero eran pocos quienes lograban despertar y conquistaban la meta, obteniendo su tacto, su respiración, su cuerpo, alcanzando en convertir la ilusión en realidad.

-Tú me lo haces creer, el hecho de que estés ahogándote en alcohol por culpa de tus sentimientos ¿No es patético que te mientas a ti mismo? A mí no me interesa tu narcisismo, pero siempre es entretenido observar la angustia ajena.

El tenía un problema, no sabía lo que quería, intentaba lo que todos sobreponiendo su mente a su naturaleza pero fallaba una y otra vez. En cierto punto el conforte de la joven al saber que ella era causante de esa confusión y no solo porque sus verdades eran su carácter, sino porque su boca era lo que el mas deseaba saborear y en parte, el quería alimentarse de ella pero lo que estaba haciendo era acrecentar un ego que era digno de cada una de sus mechas rubias completamente propias, tan envidiada por las mujeres y solicitada por los hombres. Sus manos la tomaron imprevista, haciendo que en ese tacto, la tersura entre ambas pieles se convirtiera en un imán entre sus cuerpos. Debía reconocer que el no distaba demasiado de ella en el sentido en que conocían sus armas, el físico era poderoso si se sabía cómo manipularlo, pero ella era la experta y el ahora, era solo un principiante preso de sus acciones en vez de esclavo de su mente.

La respiración agitada por el palabrerío rozaba la tersura de su piel, sobre todo la punta de su nariz mientras los ojos azules se hundían en los del Duque de un color tan similar que cualquiera hubiera sugerido que podrían ser parientes. El hombre es un ser pensante y racional, eso lo separa de las bestias. Greta controlaba a las bestias porque pensaba por las dos, lo que ella quería obtener y lo que las bestias deseaban para engañarlas y sacar provecho ¿Pero nunca sintió compasión o curiosidad por alguna? ¿Jamás fue naif? Mentiría si diría que no, pero escazas fueron esas ocasiones aunque quizá el estaba por ser testigo de una.

-Molesto a tus hormonas, corrompo a tu mente, soy el tablero para la lujuria y tu quieres tomar partida, como cualquier hombre que tenga necesidades ¿Y sabes que? Me encanta que ahora dependas de mí.

El debate interno es la exquisita locura del hombre, la confusión era tentadora y la joven sabía que recaía en ella porque había algo en la propia que fallaba, pero jamás lo admitiría. Su risa, su maldita risa la obligó a elevar sus comisuras remarcando mas aquellos labios carmesí que tantas blasfemias podrían haber acometido, tantas relaciones acabado, tantos sentimientos encontrados, pero pese a la enormidad de sus logros, ninguno la satisfacía en demasía y era por eso que continuaba haciéndolo, siempre coordinando su oratoria para entramar la verdad como si fuera una mentira, obligando al interlocutor a bordear la paranoia porque era su manera de divertirse, aunque hoy se sentía demasiado franca y directa por alguna razón que desconocía ni tampoco se iba a esforzar en comprender porque quien busca encuentra, y quizá eso que encuentra era lo que necesitaba, pero al estar acostumbrado a su falta lleva a que uno no quiera encontrarlo por miedo a que todo lo que había planeado se modifique. Y ahí la miseria del ser humano de donde Greta no era la excepción: Las cosas son simples, pero siempre se opta por complicarlas.

El, ella, deseo. No era una suma difícil, el problema residía en si todo acababa en una resta.

-No se ninguna de las respuestas que me haces, si lo supiera conocería la verdadera esencia de la vida ¿Y crees que estaría aquí perdiendo el tiempo contigo?

El solo hecho de hablar obligaba a sus labios a rozar los opuestos, su respiración calida se mezclaba con la de la joven, demarcando que la paciencia no era soberana de la noche pues, el la estaba reclamando, quería demostrar su poderío como el gran señor que era y Greta se sentía extrañamente atraída hacia él, aunque iba a recordarle que las normas eran suyas y que no se trataba de una puta de calidad. Era ella, la tentación encarnada en mujer, el placer robado de tus gemidos, era la debilidad que cualquiera y la fortaleza de si misma, y el iba a recordarlo. Sus pensamientos tambalearon en la fracción en que el la buscó con ímpetu. Sus labios la obligaron a besarlo y ella no se resistió. Húmedos, casi respondiendo al unísono la presión de uno contra el otro, buscando con pericia su lengua para sentirlo, rozarlo y acariciarlo lentamente, llevándole la contra a lo que su cuerpo quería. El buscaba cumplir su deseo y ella solo lo estaba incrementando, haciendo que su cuerpo rugiera a causa de su lengua mientras sus manos la esculpían como si la obra de arte que Greta representaba estuviera firmada por Fyodor. Sus labios apenas se separaron, dejándole que sus manos continuaran contra sus caderas mientras las suyas se habían enmarañado en su cabeza, ahora reposando sobre sus hombros. Sus palabras eran sarna mal elaborada, pero iba a responderle de todas formas.

-Puedes escapar y ser un hombre, o quedarte y ser otro hombre. Pero si vas a follarme algún día, solamente lo hago con hombres con convicciones que valgan la pena y tu, todavía no logro definirte.

Su voz era tan extraña y atrayente que la misma gravedad llevo al joven a volver a pecar en sus labios, pero Greta movió su rostro dejándole la sinuosidad de su cuello para que lo explore. Ella no se regalaba ante un buen postor, solo quería al mejor y el debía ganárselo. Sus manos se dejaron caer hasta el borde del pantalón, sostenido por un cinturón para que sus pulgares como ganchos descansaran allí, tan cerca pero tan lejos. Sus ojos lo buscaron inquisitivos, estaban completamente solos en aquel callejón de mala muerte por lo que no tenía a donde escapar más que a él ¿O de él?


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