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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Éponine Mar Mar 05, 2013 12:58 pm

Aquella semana estaba siendo demasiado dura, la hambruna acechaba en cada esquina de la ciudad y la muerte pasaba a por su cosecha como cada noche. Estaba apoyada contra la pared, con las piernas flexionadas mientras comía tranquilamente un pedazo de pan que había guardado de la mañana, cuando sentí los sollozos de lo que parecía una niña de corta edad. Me levanté despacio y caminé hasta la parte más escondida del callejón, cómo predecía allí estaba ella, una pequeña de piel blanca como la nieve y cabellos rojos como el fuego, me agaché para quedar a su altura, pero no dije nada de nada, solo la observé curiosa. En realidad me hubiera gustado saber que le pasaba, pero lejos de preguntarle miré mi cena y después se la dejé cerca de donde estaban sus pies.- La noche es larga, te vendrá bien.-Me levanté y me giré, estaba apunto de irme, pero recordé algo que me hizo volverme a la niña, la cual como era de esperar había cogido mi ofrenda.- Si sigues este callejón podrás llegar a unos establos, si no haces ruido podrás entrar sin ser vista… Al menos allí no pasarás tanto frío.-No quise añadir nada más, eché a caminar mientras detrás de mí sentí los pasos rápidos de la pequeña que había obedecido a mis palabras. Me giré y sonreí, sabía que no era mucho lo que había hecho, pero seguramente era más que lo que muchos hombres con dinero hacían al cabo de un año por uno de nosotros.

Me senté de nuevo en el borde de la calle y posé mi espalda en la pared, con suavidad flexioné las piernas hasta que las rodillas golpearon mi pecho y entonces rodeé mis piernas con los brazos, dejando la frente posada en mis rodillas. Intenté despejar mi mente de todo pensamiento, quizás hubiera dado mi cena, pero no había sido por estar llena o saciada, si no porque había considerado que aquella criaturilla la necesitaba más que yo en esa noche, pero de repente ponía en duda todo aquello. Mi estómago sonó y eso hizo que yo me abrazase aún más fuerte, como queriendo ‘Calmarme’ cosa que no conseguí por más que intenté. “Me muero de hambre…” Pensé antes de levantarme del suelo, me llevé mi sucia mano hacia los cabellos que estaban de igual forma y me rasqué sin disimulo alguno, mis largos dedos quedaron enredados cosa que me hizo chascar la lengua, cómo pude lo saqué atusándome el pelo perezosamente después. En realidad, desde que estaba viviendo en la calle nunca me había preocupado demasiado por mi aspecto físico, tanto era así, que siempre llevaba un vestido harapiento y descosido que me venía grande por cualquier de los lados. El color lo había perdido con la suciedad de los años, por lo que era más que lógico que la gente me mirase con asco, incluso con pena por mi apariencia enfermiza.

Cerca de donde estaba parando esa noche había una gran casona a la cual solía entrar para coger algunos víveres. Esa noche no sería distinta a otras muchas, eché a caminar tranquilamente por el callejón y salí al otro lado de la ciudad, siempre me había sorprendido aquello, cómo una pequeña línea nos separaba a nosotros la escoria de aquellos que se podían permitir casas en las cuales podían vivir un regimiento imperial. Crucé corriendo, pisando algunos charcos de agua y me escondí entre los matorrales de la gran casona. Antes de hacer nada me aseguré de que nadie me había visto pasar hacia allí y entonces fue cuando me colé por entre los matorrales, cosa que fue toda una odisea, puesto que mi vestido quedó enganchado. Tiré con todas mis fuerzas y acabé sentada en el suelo, con un pedazo menos de tela en aquella prenda que me servía para vestir.- Perfecto… Cuando algo tiende a salir mal, no hay dios que lo evite.-Me levanté y salí corriendo.

Instantes después estaba dentro de la despensa comportándome como una pequeña rata en un armario. Me había sentado en el suelo mientras mordía con ansia todo lo que estaba a mi alcance, mientras que yo comía tranquilamente, sentí como la puerta de la cocina se abría motivo por el que me quedé completamente en silencio. Incluso me levanté del suelo y dejé todo tirado en el suelo, no respiraba por miedo a ser descubierta, pero ni eso me salvó. La puerta del armario se abrió de golpe y la silueta de un hombre provocó que diese un brinco sorprendida.- ¡Caramba!.-Grité antes de salir corriendo, al ser tan pequeña me escurrí de sus garras y pasé por debajo de su brazo. En realidad no pensé en salir por donde entré, corrí por un largo pasillo con alfombras bastante suaves que se aplastaban bajo las plantas desnudas de mis pies. Subí las escaleras rapidamente y busqué donde esconderme.

-¡Maldita diabla! ¡Ven aquí, hija de satán! ¡Yo te enseñaré a no robar en la casa de un señor!.-Los gritos del hombre hicieron que me escondiera debajo de una de las camas, pero poco aguanté allí, puesto que vi como esta se abría pero con la mala suerte de que antes de que me diera tiempo de salir corriendo él atrapó mi tobillo y me arrastró hacia él. Estaba tan cerca de aquel hombre enloquecido que no pensé en las consecuencias que podrían traerme mis acciones. Me incorporé un poco y clavé mis afilados dientes en su mano, logrando que me soltase. - ¡Maldita zorra! ¡Te mataré, te enviaré hacia donde hace años debiste ir!.-Me gritó. Yo gateé por la habitación, poniéndome en pie de un salto.- ¡Estúpidos ricos! –Grité, me giré y busqué la salida más rápida de allí, encontrándome con la respuesta a mis plegarias. El balcón estaba abierto, por lo que salí corriendo hacia él, al llegar al borde miré hacia abajo. Sentí dentro de mí una sensación muy extraña, algo así como vértigo, pero los gritos enloquecidos del hombre hicieron que pasase por encima de la valla de piedra y me sujetase.- ¿Acaso queréis mataros, pequeña zorra? Ven aquí, quizás puedas pagarme todo lo destrozado, yo te enseñaré.-Sugirió él con una sádica sonrisa, eso me asustó aún más.Miré hacia abajo y me giré por completo, dándole la espalda. “Me mataré.. Pero puede haber algo peor que eso”

De lo que pasó instantes después no me enteré, dejé que mi cuerpo cayese al vacío soltando un grito de miedo. Sentí como mi cuerpo impactó contra las frías piedras, intenté posar las manos antes que nada, pero mi rodilla amortiguó el golpe, lo que provocó que soltase un alarido de dolor. Giré como pude y me senté apretándome la pierna con mis manos, las cuales tenían algunas heridas por la caida.- Señor, por favor.. Sácame de esta, os lo ruedo.-Pedí entre sollozos. Levanté la mirada hacia la cristalera y observé como el hombre bajaba las escaleras de forma rápida. Intenté levantarme, pero el dolor era tan intenso que no podía más que sollozar y dejar escapar algunos alaridos de dolor..- Por favor… Por favor.-Apoyé las manos sobre el suelo y me levanté del suelo, tambaleándome bruscamente, mi cuerpo cayó torpemente contra la pared de la casona, cojeando y tragándome mi dolor intenté alejarme de allí. Mi rostro estaba marcado por el dolor, pero aparte de eso también estaban los surcos que habían echo las lágrimas al caer y llevarse la suciedad.

Finalmente alcancé a salir de la zona residencial, pero no me paré aún que mi mente me lo pedía a gritos, pues era incapaz de soportar más aquel dolor que me recorría la pierna entera, centrándose en la rodilla. Me giré para asegurarme que nadie me seguía y al fin dejé que mi cuerpo cayera sobre su peso al suelo, con cuidado levanté el único faldón de mi vestido y examiné mi dolorida pierna, quise tocarla, pero al hacerlo solté un gritito chillón que hasta a mí me ensordeció. Tomé aire como pude y me eché hacia atrás, dejando la espalda en la pared. "Estoy viva, estoy viva.." Sin soltar un solo ruido, empecé a llorar, no de miedo ni nada por el estilo. Si no por el dolor que me recorría por dentro y no podía aliviar.
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Mensaje por Aemon Jue Mar 07, 2013 11:49 am

Corría en la noche parisina con los bajos de la camisa ondeando al viento, tratando de meterlos en la cintura del pantalón con las manos mientras esquivaba carros tirados por caballos, transehuntes y puestos como podía. Zapateaba sobre las empedradas calles de París a toda velocidad, mirando de reojo hacia atrás de vez en cuando en busca del brillo de alguna espada o pistola acompañada de las voces "¡Atrapenlo en nombre de...". Huía de ellos sin saber muy bien como no me atrapaban, si la gente los retenía o si los había despistado. Como fuese yo intentaba perderlos metiéndome por calles abarrotadas, las sombras y los callejones. Había vivido demasiado como para que me atrapasen facilmente y me quedaba mucho por vivir como para dejarme atrapar.

Todo había empezado esa misma tarde cuando iba caminando por los soportales y las sombras de los edificios de la zona rica de París. Quería llegar a mi banco en el parque, comerme un par de manzanas y echarme a dormir hasta otro día. Iba pensando en ello cuando por una puerta, que más bien parecía la de servicio o una puerta secundaria, salió una sombra a toda prisa que casi me arrolla. Me sobresalté al principio, al igual que quien había salido tan atropelladamente. Quien quiera que fuese se me quedó mirando y todavía no sé si con miedo o estudiándome. Con una voz relajada, con cierto toque pícaro, mandón y juguetón se dirigió a mí.- "¿Cortesano?" -Tan a traspiés me pilló la pregunta de alguien que había salido así de una puerta como aquella que tardé un poco en contestar.- "Eh... Sí." -Balbucí sin saber muy bien que pasaba, observando a aquella figura oculta bajo un manto que llegaba a cubrirle la cabeza. A pesar de las ropas que la cubrían se notaba un cuerpo curvilineo y bien formado bajo éstas. Sin darme tiempo a reaccionar más, me cogió de la camiseta y me hizo entrar en la casa.

La habitación en la que me había metido era la cocina. Un fuego crepitaba bajo un caldero. En el centro de la estancia había una mesa con algunos alimentos, cubiertos y trapos ordenados. En una de las paredes colgaban algunos utensilios de cocina más y un poco más hacia la puerta, también colgados, un par de delantales. Del techo colgaba un madero puesto en horizontal en el que había colocadas algunas cazuelas y calderetes. La mujer cerró la puerta y me empujó, con una mano sobre mi pecho, contra la pared, bajándola poco después hasta "cierta zona de mi anatomía" apretando ligeramente mientras se quitaba la capucha.- "Mil francos." -Soltó a bocajarro. Al principio no la entendí, ni siquiera había muestra del valentón o el pícaro que en estas ocasiones había en mí.- "No tengo dinero... pero puede quedarse con mi ropa si quiere." -Hasta ese punto llegaba mi incredulidad y desconcierto en ese momento. Una cosa era ser sobresaltado por algún cliente conocido o algún cliente del burdel cuando iba allí, pero esto era algo muy diferente. La mujer sonrió, tendría unos cuarenta y tanto pero se la notaba bien cuidada, acostumbrada a encandilar a los hombres para conseguir lo que quería de ellos, así como al arte de la nobleza y, seguramente, de sus traiciones.- "Mil francos por tu cuerpo. Una noche. Mi marido está fuera y he despedido al servicio."

Se afanaba en desabrocharme el pantalón con habilidad. Se notaba en sus actos cierta impaciencia y algo de necesidad. Yo no sabía todavía lo que pasaba. Bajó los pantalones y con ellos los calzoncillos comenzando a acariciar "esa zona" con maestría.- "Quiero jugar con tu cuerpo. ¿Qué dices? Mil francos y eres mío por esta noche, hasta el alba." -Se mordía el labio, comiéndome con la mirada. En ese momento empecé a reaccionar. La había visto alguna vez en el burdel, desapareciendo tras alguna puerta de la mano de algún compañero, incluso, en ocasiones, de alguna compañera. Conocedora de sus artes y habilidades la vi desaparecer de mi vista y hacerse cargo de mi virilidad con atenciones algo más... húmedas. Sabía que aquello hacía más dificil a los hombres y las mujeres pensar pero al ser cortesano esas cosas afectan, pero no tanto. Cerré los ojos ante aquellos mimos.- "Yo no cobro... Aaaah... con dinero. Tierras, propiedades, una cama, comida... Dios... eso es lo que pido." -De pronto se levantó, apartándose ligeramente de mí.

En ese momento creí que ahí acabaría todo, que me diría que me fuese, si no me echaba a patadas, y podría volver a lo que tenía pensado: Llegar al parque, comerme un par de manzanas disfrutando de los últimos momentos de luz y dormir sin más preocupaciones. Lo que hizo me sorprendió más de lo que podía imaginar. No solo no me echó de allí sino que me ofreció más de lo que esperaba. Dijo que me daría los mil francos, pagaría un mes de comida en un restaurante de su confianza cercano y que, si lo hacía bien, me buscaría a mí si requería de nuevo estos servicios. Tras decir aquello me cogió de aquello que más quería de mí esa noche y tiró hacia ella ... Lo demás es historia y me lo guardo en lo privado.

Supongo que, como todos alguna vez en la vida, sentí algo mientras dormía que me hizo revolverme, cambiar completamente el sueño que tenía en la mente a las sombras del duermevela. Pero hay algo que me despertó de golpe, como el que me dí con el cañón de una escopeta. Si no ví los perdigones y la pólvora fue porque estaba muy oscuro.- "¡Despierta, hijo de la grandisima puta!¡Y quitaté de los brazos de esa puta!" -Si los gritos no se habían oido en toda Francia poco había faltado. Abrí tanto los ojos que juraría que el hombre se asustó, pero lo que pasó a continuación no se lo deseo a nadie. La mujer, abrazada a mí tras aquella noche, pegado su cuerpo al mío, se despertó con los gritos, y si me hicieran jurar diría que lo hizo solo para gritar más que él. Casi se cayó de la cama al intentar apartarse instintivamente, llevándose consigo la manta y dejándome desnudo a la vista de aquél loco. Tenía que pensar rápido que solo quedaría de mí una bonita mancha roja en unas sábanas blancas.

Levanté un brazo para desviar el cañón hacia arriba y me incorporé rápido para abalanzarme sobre él. Corrí por la cama hasta bajar al suelo empujando como un jabato hasta que chocamos contra la pared. Un disparo sonó, el grito de la mujer y algunos trozos de la pared al caer en la cama. Tenía la ropa en un taburete junto a la ventana y estabamos en un primer piso, así que no lo pensé mucho. Aprovechando que se le había caido la escopeta y que era bastante más agil que él, un hombre algo entradito en carnes y más mayor que la mujer, salí corriendo en esa dirección, cogí los zapatos agachándome y al levantarme cogí la ropa, con la misma mano, y salté por la ventana con los pies por delante. No estaba muy alto, y abajo había hierba fresca y húmeda así que pude amortiguar el golpe y rodar. Me quedé sentado y me puse los zapatos tan rápido como pude mientras arriba se seguían las súplicas con gritos, las promesas con golpes. Me puse los calzoncillos de un salto y empecé a correr justo cuando otro tiro sonó en la ventana, rompiendo un brazo cortado de una estatua junto a mí, seguido de los gritos del hombres.- "¡A mí mis hombres! ¡Por el jardín! ¡Traedmelo vivo o a cachos al hideputa!" -Al menos, tuve que reconocer mientras salía a la calle, casi a la pata coja poniéndome los pantalones en la primera esquina que encontré, que usaba su buena parla para insultarme.

Y así es como sucedió todo, la razón por la que ahora corría por las calles de París, terminando de ponerme la camisa y buscando las sombras de las calles. Al salir de un callejón, y gracias a mis reflejos y la mala suerte del contrario, un destello pasó por delante de mi pecho. Giré sobre mis pies, sin dejar de avanzar, con un giro completo, para esquivarlo por instinto. Me choqué con uno de los soldados y al reconocerlo no dudé en usarlo para levantarme y pisarlo al reanudar la marcha, y, ¿cómo no?, empecé a escuchar sus gritos de alerta en cuanto salí de encima suya.

Al girar una esquina pude ver como salían en tropel del último callejón casi una veintena de aquellos hombres, buscándome con la mirada mientras dos ayudaban a levantar al único que casi me ensarta. Sonreí puesto que esta leve ventaja me acababa de salvar la vida. Todavía corrí algunas calles más, alejándome bastante de la zona rica y casi hasta de la zona residencial, llegando a los callejones. Allí me apoyé en una pared, doblé un poco las rodillas, apoyé las manos en ellas y recuperé el aliento a golpe de bocanadas largas y profundas, aunque al principio fuesen cortas y tan rápidas que pensé que se me saldrían los pulmones seguidos del corazón. De pronto algo me acarició la pierna y maulló. Miré hacia abajo y allí estaba, la gata parda que me hacía compañía muchas noches. Algo más recuperado el aliento, y comprobado que nadie me seguía ya, ni siquiera se escuchaba el jaleo, me senté en el suelo dejándole un hueco entre las piernas mientras la acariciaba. Aquello me relajó y poco después estaba repuesto como para volver al parque... aunque sería mejor buscar un sitio mejor y no tan a la vista.

Empecé a caminar tratando de recordar el camino a la casa que me había regalado una amiga hacía tiempo. Al cabo de un rato, cuando hasta la gata ya había encontrado algo mejor que hacer, encontré a una joven sentada en el suelo, con claros signos de no tener que comer, de haber llorado y con una rodilla que no quisiera para mí. Me acerqué despacio a ella y cuando estuve bastante cerca me acuclillé.- "Hola, pequeña. Soy Aemon. ¿Estás bien? Esa rodilla no tiene buena pinta. Mira... se algo de medicina..." -No iba a decir que fue el primero en la Universidad.- "... y eso necesita atención urgente. Puedo ayudarte si me dejas..."
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Mensaje por Éponine Mar Mar 26, 2013 11:37 am

No sé cómo lo había conseguido en realidad, instantes más tarde estaba sumida en un inquietante sueño del cual no era capaz a salir. Mis ojos permanecían completamente cerrados, como si se hallasen sellados por cera, esa cera que utilizaban los ricos para sus cartas y mis labios estaban levemente abiertos, resecos y agrietados, con algunas manchas de sangre pero aún así se encargaban de llenar mis pulmones malamente de aire. Inconscientemente deslicé la lengua por ellos, humedeciéndolos. No había sido un gesto pensado, ni tampoco buscado, a decir verdad ni yo misma me había dado cuenta de que lo había hecho en aquel mismo instante. Pero no me encontraba cómoda en aquel sueño, al contrario estaba incomoda y muy inquieta, cualquier ruido me hacía sobresaltarme, de repente mi sueño se estaba volviendo demasiado real, las voces que escuchaba en mi cabeza se estaban mezclando con los ruidos de los callejones, lo que por alguna extraña razón empezaban a angustiarme. Estaba visto que sería una larga noche y claramente no sería para nada buena. Aguanté así pocos minutos más, el traqueteo de las ruedas de un carro de caballos provocó que abriese los ojos de golpe, soltando un grito mudo. Llevé mis dos manos hacia el pecho y lo apreté con fuerza por encima de las ropas, mi tórax subía y bajaba brusco, al igual que mi respiración era agitada e irregular. Busqué con la mirada al causante de mi angustia y tras hallarlo dejé caer la cabeza de nuevo contra la pared. No quería pensarlo, pero cada vez estaba más segura de que acabaría loca, lo que no habían conseguido estos once años, lo conseguiría esta noche y mucho antes de que la primera luz del alba asomase sobre los tejados de París.

El salir de aquel sueño me había vuelto a la realidad, nuevamente noté el dolor palpitante de mi rodilla, bajé la mirada hacia la pierna que mantenía extendida y fruncí el ceño con cierta molestia ¿Cómo había sido tan torpe? Había puesto mi vida en peligro por cuatro míseros bocados de pan. Bajé despacio las manos hasta mi estómago y lo acaricié por encima, cómo queriendo amansar las fieras que tenía dentro. Aún con el dolor que tenía recorriendo todo mi cuerpo, no podía evitar pensar en las ganas que tenía de comer algo, aunque fuera un mísero trozo de carne. ¡Pero quería comer! Abrí los ojos de nuevo y miré hacia otro lugar, estaba más que claro que por mucho que desease no me caería nada del cielo a modo de recompensa, que ilusa sería si no. Nuevamente apoyé la cabeza sobre la fría fachada de aquella casa y miré hacia el cielo, pese a todo lo malo de aquella noche, el cielo estaba precioso, las estrellas lucían más hermosas que nunca, yo siempre me había preguntado que eran, cómo se formaban y por qué brillaban tanto, pero en diecisiete años solo había conseguido un nombre “Estrellas”. Creo que madre o más bien, la que en un tiempo había llamado por ese nombre me había dicho que las estrellas eran antiguos hombres; Reyes, guerreros, caballeros… Pero ¿Solo hombres? Sonreí de medio lado mientras seguí mirando las estrellas en silencio durante largo rato.- Algún día yo también estaré ahí… Y entonces, no serán solo hombres.-Suspiré pesadamente y cerré de nuevo mis tristes ojos. Aunque lo intentase, no me encontraba demasiado bien, a decir verdad me sentía cansada y mal. Mis mejillas hacía rato que las sentía calientes, posiblemente el golpe empezase hacer su efecto en mi cuerpo provocándome fiebre ¿Pero que podía hacer? Ni siquiera tenía dinero suficiente como para pagarme un médico o una simple curandera, no me quedaba de otra que dejarme llevara mis suerte y esperar que esta tuviese un mínimo de piedad por mí.

De vez en cuando abría los ojos para asegurarme de que todo seguía igual, habían pasado más de dos horas desde el percance de la casa, pero aún así no me sentía del todo segura, tenía miedo de que de repente apareciera aquel hombre que me había perseguido enloquecido gritándome y pudiera cogerme entonces.- Estúpida, tendrá mejores cosas que hacer que perseguir a una simple muerta de hambre, eso sí… Mejor no vuelvas allí si no quieres acabar como trofeo..-Me auto dije en un tono bastante bajo, lo suficientemente bajo para que yo sola lo pudiera escuchar. Creo que no me dije nada más, apoyé mis manos sobre la fría piedra y empujé mi cuerpo hacia atrás, acomodándome nuevamente, pero al hacerlo solté un grito atronador, cerré los ojos fuertemente y eche hacia adelante a cabeza, dejando que mi enmarañado pelo me cubriese, tomé y solté aire un par de veces, cómo queriendo calmarme, pero eso no sirvió de nada, nuevamente sentí caer por mis mejillas las lágrimas de dolor. Llevé mi mano hacia el rostro y con las puntas de los dedos me limpié lentamente, como avergonzada de verme llorar nuevamente, pero eso no servía de nada, parecía que cuanto más intentaba evitar llorar más lo hacía.- ¡Demonios! ¡Estúpida rodilla! Me duele…-Sollocé. Nuevamente dejé mis manos sobre las piedras y empujé hacia arriba de mi cuerpo intentando levantarme, pero en eso se quedó, en un intento completamente fallido. Cuando estaba apunto de ponerme en pie sobre mi pierna “buena” mis fuerzas fallaron dejándome caer de golpe, haciendo que la rodilla estallase nuevamente. Antes de que ningún sonido saliera de mis labios me llevé las manos hasta la boca y mordí con fuerza ahogando un grito. Me quede sentada sobre el suelo temblando de forma brusca, pero eso solo duró uno minutos hasta que el dolor pareció remitir o al menos disminuir hasta el punto de permitirme relajarme.

No había sentido llegar a nadie, no hasta que lo tuve completamente encima. Casi por efecto reflejo me pegué completamente a la pared, mirándole con los ojos desorbitados.-¡ Aléjate de mí..!.-Grité a la pa que arrastré mi cuerpo por el suelo, cubriendo mi rodilla con la tela de mi vestido evitando así a mirada curiosa del muchacho que se había acercado. En realidad no quería la ayuda de nadie, odiaba que la gente me mirase con lástima, incluso con asco en algunas ocasiones.- Aléjate… Estúpido, no necesito de la ayuda de nadie.-Mascullé entre dientes, de una forma bastante agresiva. Pero él no parecía entender a razones o al menos eso dio a entender, se empeñaba en seguir hablando, tanto que incluso se presentó dándome su nombre, que por cierto… Curioso era ese nombre.- ¿Aemon, no?.-La furiosa mirada de la joven se clavó en la de él, pero poco duró, unos pasos rápidos hicieron que ella girase por completo su cabeza.- Otra vez…-Susurré tan bajo como pude, no me importó el cómo me sentía en aquel momento, apoyándome sobre él me levanté con destreza, evitando apoyar el pie y sin mencionar palabra me metí “rápida” entre las sombras, escondiéndome tras unos cuantos muebles viejos que posiblemente alguien hubiera dejado allí para tirar, aunque la mayoría de las veces ese tipo de trastos hacían otros servicios, sin ir más lejos hasta hacía un par de semanas yo había utilizado un colchón harapiento y destrozado que había detrás del burdel.

-Maldita diabla, reza para que no te encuentre, porque acabaré con tu existencia.-Masculló. Era el típico hombre de clase alta, bien vestido y aseado, desprendía un olor fuerte a alcohol que se mezclaba con algún tipo de perfume o jabón, era el típico olor que una vez olido no podías olvidar, eso me hizo reconocerlo. Me agache todo lo que pude, tapándome la boca para no emitir sonidos, el hombre miró al joven unos instantes y tras eso levantó un dedo lentamente.- Usted no habrá visto a una criatura de esta estatura.-Dijo haciendo un gesto en el aire, para describirle.- Desaliñada y con el cabellos oscuro como la noche….-Dio un paso atrás, cómo queriendo mantener el equilibrio de su gran cuerpo. Yo lo observé desde mi posición, suplicando de que aquel hombre no le sonsacase nada al muchacho, me senté lentamente y dejé la espalda apoyada mientras lo escuchaba hablar.- Es la hija de mi cocinera… -Dijo lo más claro posible.- Pero dudo que esa muerta de hambre se dejara ver por aquí…-Lo último había sido más un pensamiento que un comentario, porque instantes después volvía a dirigirse al hombre.- Es igual… Seguramente esa pequeña diabla estará en su casa.-No espero respuestas, tampoco le dio tiempo de que respondiera pues instantes después estaba caminando tambaleante calle arriba en dirección a su casa posiblemente.

Al dejar de sentir los pasos salí de mi madriguera tal cual conejillo asustado, me llevé una mano hacia mi frente, limpiando así el sudor que caía.- En la noche todos los gatos son pardos… Y aún sin serlos este no me reconoce…-Estaba apunto de acabar mi frase, apenas unas cuantas palabas más y ya estaría, pero mi cuerpo no pareció soportarlo. Puse los ojos en blanco solo unos instantes y sentí como mi cuerpo caía al suelo, golpeándose una vez más, pero esta vez de forma más suave pues la caída era mucho menor. Mis golpes empezaban a pasar factura, la fiebre se me había disparado haciéndome encontrarme bastante mal.- Ae-....-Musité, abrí los ojos unos instantes, viendo desde mi posición la figura borrosa de Aemon, pero no le presté atención, nuevamente cerré los ojos intentando buscar cierta estabilidad.
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Pequeña ladrona [Priv. Aemon] Empty Re: Pequeña ladrona [Priv. Aemon]

Mensaje por Aemon Lun Jun 17, 2013 8:48 am

Su reacción me pilla al despiste, pero realmente ¿qué esperaba? En la calle casi todos acaban siendo solitarios, individualistas y temerosos de cualquier otro que se acerque. No por personalidad sino por los palos que la vida les ha ofrecido como garrotes en la nuca cada dos por tres. Es algo que podría cambiar con relativa facilidad pero nunca lo hará mientras existan tales diferencias de clase como hasta ahora. Puedo considerarme afortunado por mi personalidad y mi "suerte" pero otros, como al parecer le ocurre a la joven de la rodilla hinchada, no lo son tanto.

Escuché todas sus palabras, todas las frases cargadas de odio y miedo sin inmutarme, con una leve sonrisa de comprensión y cuando se apoyó en mí para esconderse la ayudé solo con la mano, sin levantarme. También había oido los pasos y visto su reacción. Me levanté despacio y justo a tiempo para que un hombre no me arrollase. Era de alta cuna, bien vestido, con ese olor que te destroza la nariz de un solo golpe y que se cree por encima del sol y las deidades. Alcé una ceja dejando que descargase el chaparrón y lo ví alejarse. No me dio tiempo ni a encogerme de hombros pero lo agradecí porque poco faltó para que la risa se me escapase. Me hacía gracia aquella gente que no podía casi ni hacer la O con un canuto pero se las daba de grandes estrategas en la batalla. En fin...

No dejé de mirar a la calle ni cuando algo se movió a mi espalda en el callejón. Me estaba asegurando de que el hombre se alejaba. No es que esperase volver a ver a la joven. Era una noche fresca, una zona de la ciudad en la que tal vez tuviese algún conocido y por eso huía de mí, o incluso había intentado ir a su casa, de cualquier modo me preocupaba su rodilla pero seguramente la curarían. En ese momento escuché su voz detrás de mí y me giré para mirarla. No por que me hablase sino por el cansancio en su tono. Estaba sudando más de lo normal, aquello no era bueno. Me iba a acercar cuando vi que sus piernas fallaron. Intenté llegar pero solo conseguí que su cabeza no se golpease en el suelo, sí, me dejé los nudillos al hacerle de cojín, pero al menos no se había abierto la cabeza.- "Shhh" -Murmuré cuando dijo mi nombre y la levanté despacio. No me gustaba el aspecto que presentaba y mucho menos esa rodilla.

Apreté los dientes y comprobé que nadie nos veía. Si huía sería por algo. Salí corriendo del callejón y fui de sombra en sombra, de soportal en soportal hasta las afueras, a la pequeña casa que me regalo una muy buena y vieja amiga. Abrí despacio, para no fastidiarle más la rodilla ni despertarla, y entré a la oscuridad. Atrás habíamos dejado el fresco de la noche que pareció devolverle ligeramente el color y un par de momentos en los que casi se me escurre o nos pillaron por tener que salir a "campo abierto". Pero al fin estabamos allí. Cerré con el talón y, tras atravesar el recibidor y entrar en la habitación de la planta baja, junto al salón, la acomodé en la cama doble y fui a por un paño y un cubo con agua fría. Había que bajarle la fiebre como fuese. Al volver le mojé la cara y el pecho antes de dejarle el paño doblado sobre su sudada frente. El segundo paño lo usé para la rodilla. No parecía rota pero si que se había acumulado algo de líquido. Dejé el paño frío allí e hice una ligera presión para ayudar a la reabsorción del líquido. Con la mano libre encendí uno de los candiles que dejé en la mesilla junto a ella. Tenía que darle de comer pero estando así sería imposible.

La noche estaba encima y la fiebre con ella. Me quedé allí, a la parpadeante luz del candil vigilante, esperando que se recuperara.


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Mensaje por Éponine Jue Jul 11, 2013 6:59 pm

Una vez en el suelo cerré los ojos por completo, dejándome llevar por un extraño sueño, el cual era bastante inquieto. Cuando él me tomó en brazos para llevarme a un lugar seguro, yo no me opuse, no tenía fuerzas suficientes, y había sido la que lo había nombrado para llamar su atención. Durante el largo camino, no me moví lo más mínimo, de vez en cuando movía los párpados o mis labios, cómo balbuceando algo, pero nada comprensible o entendible. Un par de veces llegué a quejarme por dolor, pero eran gemiditos bastante flojos, casi inaudibles para el oído humano,
Estando ya en el interior de la casa, cuando él me recostó sobre esa inmensa cama, a la luz del candelabro. Él pudo ver el estado de mi cuerpo y ropas, a primera vista se podía ver que era un ratoncillo de los callejones, mi cuerpo estaba marcado por los golpes y el hambre, mi aspecto era más bien el de una niña enferma, pues se me notaban los huesos y mi piel era blanca como la luna, aunque se veía estropeada por la suciedad que acumulaba. Tanto mis manos, cómo codos y rodillas tenían una enorme cantidad de roña que daba a entender que hacía muchos meses que no tocaba el agua para nada. Pero lo peor no era mi sucio cuerpo o mis harapientas ropas, mi cabello largo y enmarañado era lo que más llamaba la atención, en su buena época y cuando me aseaba, mi oscura melena presentaba un aspecto sedoso y brillante, pero en ese mismo instante estaba enredado y alborotado, viéndose algunas hojas enredadas, al igual que ramillas.
Me moví inquieta entre las sábanas, pero poco después me quedé completamente inmóvil. Mi pecho subía y bajaba con lentitud, dejando ver que había llegado a un punto de completa calma y tranquilidad, pero esa misma tranquilidad duró poco tiempo, cuando él posó el primer paño sobre la rodilla apretándolo, yo me moví levemente emitiendo un lastimero gemidito de dolor, podía sentir cómo me pinchaba dentro, era una sensación desagradable y dolorosa. Mis ojos aún cerrados, derramaron un par de lágrimas, pero no se abrieron lo más mínimo. Estaba demasiado cansada y dolorida cómo para abrir los ojos o apartarlo.
La noche empezó a pasar lenta, las primeras horas fueron las peores, pues cada poco tenía pesadillas que me removían entera y me hacían susurrar cosas entendibles, pero según la fiebre bajaba, yo me tranquilizaba. Tardé más de tres horas en abrir los ojos, pero cuando lo hice me sentí descolocada y muy desorientada. Miré a mi alrededor, hasta posar la mirada en el hombre que había visto esa noche en el callejón, intenté levantarme, pero mis brazos temblaron y mi rodilla se hizo notar, dándome un fuerte pinchazo.-¿Dónde…-Mi escuchimizado cuerpo se sentía aún más pequeño en esa cama, razón por la que mis asustados ojos ni siquiera parpadeaban mientras lo miraba.- Dónde estoy…?-Terminé por decir, con un tono suave y bastante débil. Después de todo solo había bajado unas décimas la fiebre, lo que me había permitido recobrar la consciencia.
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Mensaje por Aemon Dom Jul 21, 2013 10:06 am

Durante el tiempo que pasó, que no me paré a contar, estuve cambiando el agua y los paños para que siempre estuviese fresca y limpia. La rodilla se había desinflado un poco, como un pequeño globo que pierde el aire de su interior y ya solo presentaba un feo hematoma que se iría con el tiempo. La fiebre había bajado un poco y el color de su piel no era tan rojizo, sino más rosado, en contraste con su pálido inicial. Iba desaliñada, con el pelo hecho unos zorros, y la vestimenta algo harapienta y sucia. Se notaba que había pasado mucho tiempo en la calle y no parecía que hubiese sido bueno dicho tiempo. Me entretuve en quitarle alguna ramilla del pelo y quitarle algunos enredos así como buscar si tenía algo que le sirviese a la muchacha. Encontré una camiseta de tirantes y un pantalón a media altura que calculé que a ella le vendría como uno largo un poco corto. Dejé aquello en una silla junto al baño, en el que ya había preparado media bañera, lista para rellenarse con agua caliente y que así quedase templada. Volví para quitarle alguna cosa más cuando ella despertó. Estaba sentado en una silla junto a ella cuando la vi intentar incorporarse y no me dio tiempo a ponerle una mano en el pecho para relajarla cuando la rodilla hizo el trabajo por mi.

La miré con una leve sonrisa y le quité un mechón de pelo de delante de los ojos.- "Estás en mi casa. Te desmayaste después de que apareciese aquél hombre y te he traido para curarte la rodilla. Está mucho mejor pero te aconsejaría que no andases en un día... o quizás dos. Se está recuperando muy bien pero es mejor prevenir." -Le cambié el paño de nuevo de la frente y sonreí al mirarla.- "Te he preparado un baño y algo de ropa. Creo que te vendrá bien. Cuando te veas algo más recuperada me avisas y te llevo al baño, a ver que podemos sacar de debajo de tanta roña." -Reí y le alboroté un poco el pelo, era una niña prácticamente aunque la calle la había hecho una ratilla... no muy presumida.

Me incliné sobre la mesita que había junto a la cama doble y cogí un vaso con leche que le ofrecí.- "Repón algo de fuerzas. Parece que no has comido en una eternidad." -En la otra mano le mostré un plato con galletas hechas mientras ella deliraba ligeramente.- "Y coge alguna, están buenas. Las he hecho yo." -Le guiñé un ojo ante tal revelación.
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