[Memorias muertas]

Hace pocas noches, no muy diferente al de hoy, la lluvia era impresionante y hermosa, los rayos se dibujaban en el cielo como ramificaciones celestiales, simplemente una belleza magnificente, claro, no se comparaba a la belleza que tenía en frente, aquella mujer que se danzaba en mi habitación, despojándose sus vestimentas lentamente en un baile exótico para captar mi atención, solo se veía su silueta ante la luz tenue que se reflejaba en las paredes y las pocas iluminaciones cuando un rayo aparecía en los cielos. La mujer era esbelta, de delicadas curvas, blanquecina y tersa, sus labios eran finos y rosados, su cabello desprendía de su rostro en ondas que cubrían sus puntiagudos senos que me hipnotizaban. Y bajo un rayo sonoro se acercó sigilosamente, taconeando hacia el sillón donde me encontraba cruzada de piernas esperando sus garras que arrancarían el vestido negro que llevaba puesto, la miré consciente de lo que iba a pasar y me miró con tal impudicia que mi mente solo podía pensar en el contraste de su piel con mis sábanas.
Se apoderó de una de mis manos y humedeció uno de mis dedos con la comisura de sus finos y rosados labios, mis ojos se congelaban y seguía su juego dominante, tomó la mano con fuerza y la paseó bajando hacia su gélida clavícula, se acercó a mi colocando sus rodillas al rededor de mis piernas apoyándose en el sillón, enarqué mi ceja y sonreí lentamente, ella me correspondió y bajó su rostro dejando caer sus ondas sobre sus hombros mientras guiaba mis manos hacia sus pechos, mi cuerpo sintió el peso del suyo, mis manos se fundían lentamente a su terso tacto, mis sentidos percibía su aliento, perdiendome en su danza. Su bata de seda rozaba mis piernas como si fuesen sus manos paseándose por ellas, la mujer sonreía, me tenía en su poder, bajaba mi mano lentamente hacia sus piernas y en aquel momento, mis ojos se posaron en los suyos y allí nunca más dejé de verla. Ella tembló y me miró, me levanté sigilosamente y la miré fijamente llevándola a mi cama, deslicé mis mano delicadamente en la abertura de su bata mientras mis dedos se impregnaron de su tinta de quimeras, y sin poder reaccionar, rocé la cima de su alma y se perdió en un suspiro que fue música para mis oídos. Sus manos se empuñaban en las sábanas y su ceño se fruncía ante mi tacto, me acerqué a ella, mis labios fueron víctima de sus gemidos, los mordía y los profanaba con su cálida lengua escurridiza.

Un rayo cayó de los cielos haciendo que una de las ventanas se abriera y con la fuerza del viento, las velas de mi habitación de debilitaban rápidamente hasta solo quedar el camino de humo, ella tomó fuerza y posó una de sus manos sobre mi abdomen y entre suspiros me detuvo, la miré y me acarició el rostro, sonreí y se incorporó, entrelazó sus manos en mi espalda y despojó de mi vestido lentamente... Volvió a sonreír y se tendió en la cama, la sostuve en mis manos y la contraje a mi cuerpo, sus piernas se enlazaron en mis caderas y sus labios se adueñaron de los míos, la tendí a la cama, dejándola de espaldas hacia mi levitando al desnudo recorría su cuerpo con mis labios, mis manos se deslicé hacia sus piernas mientras ella visitaba al cielo por la propulsión de sus arterias, manejaba el trono mientras la insultaba en sus quejas. De repente dejó de hablar y yo paré... La vi, imperturbable, la llamé por su nombre pero no respondía, me coloqué de rodillas y la miré inmóvil... La miré desmayada y bajo el último rayo de tormenta... desaparecí.

*Mi corazón duele.... Duele MUCHO pero.... No sé por quien*

Y cómo sonreía, tan coqueta, tan maléfica...
No le importó que estuviese en mis brazos o que mi sangre estuviese derramada en sus perfectos senos. Estoy segura que ella sabía el destino de aquella noche, nunca antes había insistido de tal manera para llamar su atención, quizás ella siempre fue un capricho escondido que, lamentablemente pude disfrutar en la penumbra de su muerte. ¿Cómo olvidar su cuerpo? Era tan perfecto y tan maldito, su silueta tan apetecible y mis manos tan transeúntes… El veneno de sus labios profanó los míos sin posible misericordia, la pasión desbordaba como el goteo de néctar carmesí que emanaba de mis manos y que recorría su cuerpo, y aquella daga… Esa daga llena de maldiciones y almas en pena fue lo que acabó el último réquiem que fue dedicado a la gran reina maldita, dueña de mis fantasías más negras y profanas. Con ella, corté mi mano, sentí que el filo estaba manchado del veneno de tantos plebeyos y mujeres degolladas, el ardor era casi absurdo, casi que pude absorber sus espectros como damas de compañía en las horas muertas de mi habitación, esas horas donde sólo se escuchan los lamentos de los caídos en desgracia. Y allí estaba ella, acostada frente a mí. Sus piernas descansaban entrelazadas en mi espalda y mi cabello obstruía mis ojos. La primera gota de sangre cayó en sus labios, mis manos se pasearon sobre ellos, los degustaba con desespero y yo luchaba contra mi instinto, pude haber muerto si me hubiese dejado llevar por el deseo animal que me embriagaba, tomarla, poseerla, hacerla mía, saciarme de su sexo hasta el colapso nervioso. Nunca dejé de observarla, ni un solo instante, sus ojos me hipnotizaban pero podía leer que me llamaba, quería que me perdiera con ella, en una última noche de placer, una piel aterciopelada entre mis piernas.

Entre jadeos y gemidos le hablé por última vez, y cuando la noche se hizo más espesa, en medio del silencio de la noche y los aullidos melancólicos de los licántropos a lo lejos, tomé la daga del alquimista y sin titubear, la deslicé sobre su fino cuello y desde ese momento, mientras su cabeza rodaba sobre el pasto y su sangre se vertía sobre él, mis ojos conocieron un tormento más grande que la misma muerte. La penuria y la agonía de un ser amado.
¡Oh diario, guardián de relatos inciertos y aventuras macabras!, hoy escribo en tus papiros con un tinte diferente, necesitaba hacerlo, por los recuerdos malditos que ahora Francesca protagoniza en mis vagos pensamientos todas las noches a la misma hora espectral. Me observa sonriente y juguetona, pero siempre que mis ojos se posan en los de ella, se arranca sin medida su cabeza y logro ver como la sangre se derrama sobre mi habitación. Hoy escribo con su sangre y espero ver su tenue silueta sobre mi cama, quiero acabar con este delirio y ahuyentarla de mi mente, por lo menos por un tiempo hasta que nos volvamos a ver en el infierno y así terminar nuestra tediosa noche de pasión. Ahora, la daga del alquimista descansa en mi pecho mientras se acerca la noche de nuestro nuevo encuentro.