AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Reverberaciones
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Reverberaciones
Confusing Dreams
1270
Sacro Imperio Romano Germánico
Sacro Imperio Romano Germánico
El suspiro se perdió en la atmosfera fuera de su habitación, por encima del viento que soplaba con fuerza desde la altura de su ventana. Sus codos se apoyaron del pequeño balcón que tenía al frente, su barbilla estática era sostenida por las palmas de sus manos y, en el horizonte, su mirada se teñía de mortuorios tonos naranjas y amarillentos rayos olvidadizos del sol. Un ocaso perfecto, un instante para reflexionar, para soñar. Se mordía el labio inferior, imaginándose un beso. Su mente la engañaba, le cegaba al crear la imagen de su amante perfecto bajo las caprichosas sombras de su habitación. Pero no había nada más trágico que desconocer el rostro de su enamorado. Cada noche soñaba con él, con sus brazos resguardándola en un abrazo, con su cuerpo pegado al suyo, con el calor que emanaba de él. A su lado, se sentía segura. Jamás había visto su rostro. Quizá esa era la razón principal por la cual rechazaba a los hombres que la pretendían, tenía un sueño y, cuando él apareciera en el umbral de su puerta, ella lo reconocería. Mientras sería paciente, sí, Kerstin esperaría.
-Kerstin, por favor- La mirada de su madre se posó sobre el cuerpo de la chica. En el tono de su voz se veía la desesperada súplica porque ella tuviese un poco de consideración; Mathew esperaba abajo, con sus dedos impacientes, tocándose los unos con los otros. En ocasiones, tartamudeaba al darle una respuesta a Raymond mientras sonreía nervioso. Si llegara a equivocarse en alguna palabra, en tan sólo una conjetura adelantada, entonces todo su esfuerzo se esfumaría al igual que la oscuridad de la noche en un nuevo amanecer. Las gotas cristalinas del sudor, perlaron su frente haciéndole brillar bajo la tenue luz filtrada entre las ventanas. Mordía el labio inferior, negaba, se mantenía estático sólo conversando de un tema que poco comprendía pero que, sin embargo, había estudiado. La única razón por la cual estar ahí, enfrentando el culposo ojo de Sigismund, es por el hecho de que trata de desposar a su hija mayor. El chico rubio, de ojos azules, brazos fuertes, cínica sonrisa y voz aterciopelada, era un buen candidato para Kerstin. Pero nada de esto tenía relevancia en el pensamiento ensoñador de la joven. Puso los ojos en blanco. -Él aún no ha llegado- Encogiéndose ligeramente de hombros, tomó una salida fácil basándose en la importancia que tenía su hermano en todo ese asunto. Él siempre le apoyó y tenía que escuchar su opinión sobre el pretendiente. –No puedo hacerlo sin él- Levantó la mirada sólo para encontrarse con el rostro juicioso de su madre. Schmetterling se preguntaba cuál era exactamente el motivo por el que ella desinteresadamente se resistía a desposar a un hombre. Le preocupaba que Kerstin no pudiese encontrar a alguien que la despose y la cuide cuando ellos mueran. –Además el señor Collins no tiene nada que ofrecerme- Regresó a su posición inicial. Esperaba poder ver a lo lejos, entre trémulas sombras, la silueta de su hermano aproximándose a su hogar. Cuando al fin pudo divisarlo, sus ojos se llenaron de éxtasis y alegría. Una sensación disparatada que fácilmente se disipó al recordar que eso significaba bajar a la recepción para que Mathew pidiese su mano. Se mordió el labio, molesta.
-¿A qué te refieres con que no tiene nada que ofrecerte? Kerstin, tu no eres interesada. ¿Qué es lo que..- Schmetterling palideció al encontrar una posible respuesta a sus dudas, las mismas que Raymond se hacía en silencio pero que sin embargo, desatendía por el simple hecho de conservar a su pequeña a su lado por tiempo indefinido. -¡Estas enamorada!- La acusó. Kerstin sacudió su cabeza negándose rápidamente a las afirmaciones inquisitivas de su madre quien pidió una explicación sobre el extraño comportamiento de su hija. Esos hombres eran pomposos, cínicos y arrogantes. Carecían de pasión venturosa y salvaje, sus intenciones pecaban en lo banal y se basaban en el sentido de poseer y no de complementar. No eran gallardos, no tenían coraje, no tenían valor. Y ella necesitaba a alguien en el que pudiese volcar todos y cada uno de sus sueños.. Con una sonrisa, lo supo. -Ellos no son como papá- La respuesta de Kerstin logró apaciguar a su madre. Ella estaba segura que eso era precisamente lo que buscaba en un hombre, en quien sería su compañero para toda la vida. Alguien que le tenga amor incondicional a su mujer, que ofrezca cariño a sus hijos, y sobre todas las cosas, que la haga completamente feliz con su simple cercanía. –Ellos no son Luther- Susurró imperceptiblemente.
Última edición por Kerstin Sigismund el Jue Ago 01, 2013 9:50 pm, editado 1 vez
Kerstin Sigismund- Fantasma
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Re: Reverberaciones
Love's Sin
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Sacro Imperio Romano Germánico
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Lo había estado observando durante más de una hora. El tiempo parecía tan relativo mientras ella conseguía capturar en su mente cada uno de sus gestos. Embobada, ignoró la belleza del campo, y los secretos que el viento le develaba al pasar cerca a su oído. Nada de eso tenía sentido cuando todo lo que importaba en su mundo era verle sonreír. Disfrutaba cuando perseguía a sus hermanos entre los árboles del bosque o cuando ellos eran lanzados al lago –incluyéndola- sólo por diversión. Kerstin podía fingir estar enfadada mil veces, pero eran exactamente la misma cantidad de veces en las que le contentaba. Su voz, ese era otro aspecto que adoraba de él, había estado soñando con su voz desde que tenía memoria. Él le había enseñado a leer y fue él quien le leía todos esos cuentos románticos, haciendo alegoría a un hombre que tal vez nunca conocería ¿O, sí? Mirándole a través de la ventana en una tarde lluviosa, Kerstin supo la verdad. Tenía dos hermanos mayores, pero siempre hubo uno ahí en cada caída, en cada raspón de rodilla. Los besos en las heridas, son una falacia, pero para el infante, es el bálsamo perfecto que apacigua su dolor; los labios de ese hombre siempre conseguían acabar con las lágrimas de la jovencita. Cuando las tormentas azotaban la vieja cabaña, Kerstin no corría a la habitación de sus padres para protegerse, lo hacía a la de ellos. Se entrometía en medio de su cama y se dormía abrazada a él y dándole la espalda al otro. Sí, tenía su favorito.
Los años pasaron y la adoración que parecía sentir por él, fue convirtiéndose en algo más carnal, mucho más pasional. Él lograba representar al héroe de todas esas batallas épicas que le narraba por las noches; ella deseaba ser la doncella a la espera de ser rescatada. Sus fantasías eran una herejía y nunca confesó lo que sentía por su hermano mayor, intentaba negárselo a si misma, pero el sentimiento era mucho más fuerte que ella. No podía estar cerca de él sin la necesidad de abrazarlo, de sentirlo. Sin decir mucho, comenzó a alejarse de él sin tener mucho éxito pues cada segundo que pasaba apartada de él, resultaba ser un infierno para ella. Fue precisamente en esos días, en el que tuvo que ir hacía el lago a lavar las ropas de su familia, sin contar que en ese mismo momento, él tomaba un baño a plena luz del día, orgulloso de su físico y presumiéndolo al sol. Al verlo empapado con la piel perlada de gotas de agua, el cabello mojado y escurriendo por su nuca, frente y sobre el borde de sus orejas, el instinto de Kerstin se disparó hasta lo inverosímil. Hubo un cosquilleo en su vientre que fue bajando con suma lentitud y desespero hasta colocarse en la unión de sus muslos. Apretó las piernas, dejó caer el cesto con la ropa. Aguantó la respiración y, aunque sus ojos cerraron por el instinto del pudor ajeno, su mente continuaba re memorizando la imagen de un Luther desnudo frente a ella. La perfección hecha hombre y, como tal, completamente inalcanzable y prohibida.
Regresó a casa completamente avergonzada por su reacción. Su actitud despertó la curiosidad de su madre, quien cuestionó a la joven durante las próximas horas sin darle una respuesta evidente. Luther nunca se enteró de la escena, ni siquiera se dio cuenta que su hermana lo había visto aquella tarde, pero ese sería el comienzo del infierno de Kerstin. Esa misma noche, tuvo su primer sueño erótico, con su hermano. Al despertar, la intensidad de las sensaciones que había padecido mientras dormía, reverberaban en su cabeza; se sentía tan bien, tan increíblemente perfecto que no pudo detenerse cuando supo lo que su mano estaba haciendo. Los masajes de sus dedos en su entrepierna, le provocaron fuertes escalofríos y estremecimientos que, acompañados por ahogados gemidos, le ofrecieron su primer contacto con el placer sexual. Mientras se tocaba, sólo había una cosa que pasaba por sus pensamientos. La desnudez de su hermano Luther. Podía imaginarlo tocándola justo como ella lo estaba haciendo. Lo sentía susurrándole lo mucho que la quería, que la deseaba, que la necesitaba…. Acarició sus pechos, rosó sus pezones erectos con la palma de sus manos y enjugo sus dedos con su saliva antes de continuar con el masaje en su intimidad. Las mejillas rosadas de Kerstin y la temperatura de su cuerpo, ardieron hasta el punto sin retorno dejándose enviciar por esa aceleración de su respirar y el movimiento de sus dedos. Explotó en un jadeo con el nombre de su hermano a quien no sólo deseaba con desesperación, anhelo, ímpetu o vehemencia, Kerstin había comprendido esa noche que estaba enamorada. Kerstin amaba a su hermano.
Kerstin Sigismund- Fantasma
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