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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Imara Z. Horváth Miér Abr 15, 2015 11:09 pm


La noche caía afuera de su ventana, al igual que iban derrumbándose sus esperanzas. El transcurrir del tiempo no es en vano, y su cuerpo se ha visto afectado por ello sin que pudiese evitarlo. Le cuesta mantenerse de pie, estar con los ojos abiertos y prestar atención a su alrededor. Sin embargo, las bolsas en sus ojos, además de sugerirle cansancio, le advierten la pena que carga a cuestas. Sonreír se le ha vuelto un lujo que sólo le concede a su pequeño. Ser fuerte y existir por él, es la única opción, pero está más que claro que no es el único que depende de ella.

Sus dedos acariciaban los rizos dorados de Lorand, acomodándolos uno tras otro en su cabeza, dejando que la pericia del momento la embargara para poder quedarse dormida. Las horas son más fáciles cuando puede perder la conciencia y olvidarse de todo. El niño se removió bajo su regazo, sin despertarse; él en su inocencia continuaba soñando, ella no sería quien le arrebatase las esperanzas, pues sabía bien el dolor que esto provocaba. Zainhé suspiró. La mueca de sus labios, aunque efímera, fue una sonrisa. No se puede reconocer la felicidad, sin antes haber sufrido, y acompañando esa curva, se derramó una lágrima. Intentó acomodarse y conciliar el sueño, pero había algo dentro de ella que no se lo permitiría, no esa noche. Sintió el golpe en su vientre, se quejó y levantó el rostro hacia la profundidad del crepúsculo. Otro golpe y esta vez prestó atención al bulto que se removía en su interior. Al verlo, sus pensamientos viajaron hasta la última noche en que había visto a Traian, se cumplirían exactamente ocho meses y medio. Lo sabía perfectamente, no porque haya contado los días con ímpetu y dolosa, sino porque había una razón aún más poderosa para recordarlo.

Levantándose de la cama, tomó la única capa que ahora podría vestir por la deformidad que ha tenido su cuerpo. Besó la frente de Lorand, quien no pudo sentir el cálido mimo de su madre, y antes de que el pequeño pudiese despertarse y retrasarla, salió de la habitación. ¿Rumbo? No había ninguno, hace ya tanto tiempo que no toma un camino fijo, que por el momento, el destino es lo de menos.

Las calles se vestían de soledad, ni una sola ánima se paseaba por sus laberínticos callejones, pero aquello era normal. La gente solía refugiarse en sus hogares del frío de la noche y otros más temerosos de los demonios, corrían detrás de los crucifijos en sus puertas. Ella, mejor que nadie sabia que el esconderse, el rezar, el correr, no sirven de nada. No obstante, mientras caminaba y pensaba en todo a lo que se ha resumido su vida, sus pasos la arrastraron hasta la fachada de la catedral. Irónico. Un hombre sin fe, siempre acude a Dios cuando entiende que no existe más nada en el mundo, que aferrarse a un algo sin sentido. ¿Era eso lo que buscaba? ¿Consuelo? Ignoró el llamado, y quiso seguir su andar, pero un tercer golpe en el vientre, esta vez sofocante, le orillo a adentrarse en el santuario. La dificultad para respirar se hizo palpable, sus movimientos eran más lentos de lo normal y sus pies, sus pobres pies…

No fue necesario tomarse un segundo para inhalar con pericia y captar el aroma a incienso que caracteriza a las edificaciones religiosas y, por primera vez en toda su vida, aquel perfume le fue un bálsamo para el alma. Se quedó sentada en la banca, admirando las estatuillas, los altares, haciendo miles de preguntas, por las que no obtenía ninguna respuesta. Lo peor de todo, es que ya sabía que ahí, todo callaba, que ni la piedra, ni la porcelana podrían ayudarle. Abatida, se recostó sobre la madera en la que se había posado, cerró los ojos y se quedó dormida.

Tras cerrar las cortinas de sus pupilas, miles de imágenes golpearon su mente, Lorand, Murielle, Traian… y, como un maldito fantasma, el perfume de ese jodido hombre, consiguió despertarla. –Valborg- Susurró levantándose de golpe. Viró su cabeza hacia atrás, hacia la gigantesca puerta de madera y alcanzó a ver una silueta hundida en la oscuridad. Sintió miedo. No temía a lo que se escondía en la penumbra, sino a quién correspondía esa extraña presencia. –¿Tra… Traian?- Preguntó. Sin obtener una sola respuesta más que la locura del silencio, decidió ponerse de pie a tropezones e ir a buscarlo. Tal vez no había sido un sueño y él si estuvo ahí, acariciando su mejilla y susurrando arrepentimientos. Quizá, Zainhé ya estaba perdiendo la cabeza y, aunado a su estado, las alucinaciones sean más verídicas. ¿Qué tanto afecta la concepción a la mente de una mujer? Casi nueve meses de embarazo, el segundo y ella aún no entiende la diferencia entre la realidad y la fantasía.

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Mensaje por Miklós Valborg Lun Abr 27, 2015 12:58 am

Como humano, había batallado para poder conciliar el sueño. Como vampiro, le resultaba imposible hacerlo. Sin embargo, la experiencia le había enseñado que eso último era un problema suyo. Había sido un espía reclutado por la Iglesia y capacitado para encontrar guaridas. Si algo había aprendido, era que durante el día, los chupasangres eran más vulnerables. No era que no pudieran despertar y defenderse, las cicatrices en su cuerpo daban fe y testimonio de ello. Era el factor sorpresa, lo que le había hecho salvar – en más de una ocasión –, el trasero. Valborg nunca le había temido a la muerte y por eso, había sido el mejor soldado antes, durante y después de una batalla. Si Zainhé no hubiese reaparecido en su vida y no hubiese descubierto que tenía un hijo, seguramente, aquello habría sido así hasta que se reencontrase con sus enemigos en el Infierno. Lorand lo había cambiado todo. Había traído luz y risas a su mundo de tinieblas. Le había sido dado un precioso e inmerecido regalo que, protegerlo, era su único maldito trabajo. Por eso, cuando supo que Vlad había regresado, simplemente había actuado. ¡¿Cuántos años había estado tras la pista del vampiro que jodiera su vida cuando era apenas un niño?! ¡Podía jurar que una eternidad! Tan ciego, tan idiota, nunca se detuvo a pensar que caminaba directamente a una trampa. Además, no podía ignorar el hecho de que había mentido. Le había ocultado su pasado a Zainhé, su deseo y necesidad de venganza; consciente de que si lo hacía, no le habría permitido estar cerca de su hijo. Él mismo, nunca debió permitírselo. Pero, ¡maldita sea! Un hombre que veía un pedazo de cielo, tenía derecho a quedárselo. Con la mirada clavada en los tablones de madera que ahora cubrían cada una de las ventanas de su casa, recordó con pesar que, cuando no podía dormir; acudía al cuarto de su pequeño. Lorand dormiría, ajeno a los males del mundo; como si confiase en que su padre derrotaría a todos los monstruos para que no lo alcanzasen. ¡Vaya mierda de protector en que se había convertido!

Los haces de luces que dejaban pasar las tablas, le alcanzaron, haciendo quemar la piel que tocaban. El vampiro ni se inmutó. Después de todo, era un recordatorio de que no era más un simple mortal. Gruñó con odio. Un rugido que reverberó en cada habitación. Un lamento que explotó en su pecho y se hizo eco a su alrededor. Sentía sed. La sangre le llamaba, así como los pensamientos de los humanos que estaban a su alrededor. ¡Eran tan molestos! ¿Cuánto más le tomaría controlar sus nuevas habilidades? Intentó centrarse en el dolor físico, pero su mente siempre volvía a los días que pasó dentro de la cabaña donde Zainhé y Lorand se encontraban. Su actitud no le había hecho las cosas fáciles con ella y, ahora, ese era el menor de sus problemas. ¿Cómo habría justificado su desaparición a su hijo? ¿Le había permitido que volviese llamar padre a Târsil? La sola idea, provocó que sus colmillos se alargaran en agravio. La noche anterior, les había visto juntos, ¡como si fueran una jodida familia! Se apartó de los rayos cuando su piel se ennegreció para echarse un baño. A pesar de que la casa parecía estar abandonada, cierto era que él había vuelto a habitarla. Sabía lo que haría cuando la noche cayera. No importaba cuánto luchase, o cuán peligroso supiese que era, volvería a acercarse a ese lugar para oírlos, con la esperanza de poder verlos. Zainhé era tan cuidadosa con su secreto. Ambos habían aceptado colaborar para proteger a lo único que realmente les importaba, de allí que aún no hubiese tenido ningún atisbo de ellos. Se vistió de negro, como si así pudiese pasar desapercibido y; en lugar de alimentarse, en cuanto la Luna salió, caminó hasta perderse entre los bosques. Conocía perfectamente su aroma y en casa, solo había dos personas: Murielle y Lorand. ¿A dónde demonios había ido ella? ¿Estaba, de nuevo, jugando a ser una cazadora? Luchó contra su deseo de entrar y mirar a su hijo. Ni siquiera lo tocaría. Solo quería verlo. Pero incluso ese simple acto, podría resultar en una tragedia. Se alejó, siguiendo el leve rastro del olor a ella. Se dijo que solo lo hacía para cuidarla, aunque una carcajada fría y burlesca que provino de lo profundo de su pecho, dejó en claro que era un mentiroso. El peligro era él.

Se detuvo en la puerta de la catedral. Tan silencioso como una sombra. Oír su voz lo asombró más, que el hecho de que supiera que estaba ahí. ¡¿Cómo demonios?! Era imposible que pudiese verlo. Los plateados rayos de la Luna, ni siquiera podían jugar a su favor. Se dijo que llamaba a su hermano. Cuando meses atrás, había revelado su verdadera identidad a ella, le había pedido encarecidamente que ante su superior y cualquier otro miembro de la organización, él seguiría siendo la Cobra. No fue sino hasta ese momento, que se le ocurrió que Zainhé había sabido, desde esa noche, que Târsil y él compartían un lazo de sangre. “O puede que él también le haya mentido”, agregó una voz en su cabeza. Pero cuando fue su nombre el que ella pronunció, sus hombros se pusieron rígidos y sus manos se cerraron; como si quisiera alcanzarla y borrar la tristeza y esperanza que oyó en el tono que empleó. Sus nuevas habilidades, le dijeron que ella estaba levantándose. Solo se permitiría verla de lejos antes de desaparecer. No tenía por qué saber que realmente había estado ahí. ¿Qué era satisfacer un capricho por la condena de pasar una eternidad sin ellos? Pero cuando la vio, su cuerpo entero se puso tenso. Era imposible no ver su vientre abultado. El vampiro cerró la mano sobre el marco de la puerta, haciendo hundir la madera. – Detente ahí, Zainhé. – Su orden iba acompañada de un gruñido, que dejaba en claro que habría repercusiones si seguía andando. Al parecer, ahora que era consciente de su estado, podía escuchar un segundo latir. – ¿Es mío? – La pregunta salió de su boca con tanta agresividad y posesividad, que sabría que no sería bien tomado por ella. Después de todo, ¿con qué derecho volvía para ponerlo en duda?, pero Traian necesitaba saberlo o se volvería loco. ¿Cuánto más le había sido arrebatado? ¿A qué más había renunciado?
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Mensaje por Imara Z. Horváth Jue Mayo 28, 2015 8:36 pm


Su mundo colapsó. La voz de aquel hombre fue más grave de lo que podía recordar, mucho más salvaje y desgarbada de lo que acostumbró durante el tiempo que pasó junto a él. Ignoró por completo el crujir de la puerta, las claras advertencias del silencio y, sobre todo, decidió hacer caso omiso a los gritos dentro de su cabeza. Él estaba ahí.
La demanda en su voz, provocó que la fémina se quedase quieta. Pocas veces, a lo largo de la historia, ella obedecía órdenes simplonas como aquella, sobre todo si provenían de él. Sin embargo, el autoritarismo con el cual se había expresado fue absorbido por el reflejo del cuerpo humano, aquel que sin prestar atención actúa por si sólo buscando la supervivencia. Y, en ese preciso instante, alguien desgarró su interior.

-Ah…- Chilló. Fue un jadeo agónico emitido de su boca. Cerró los ojos y apretó la mandíbula. Una de sus manos se posicionó en el respaldo de la butaca para sostenerse en pie, encorvó la espalda y, a lo lejos, escuchó la pregunta. ¿Qué? ¿Acaso bromeaba? ¿En verdad es tan imbécil? Zainhé se sumergió en el sentir de la contracción, las preguntas que invadieron su mente en ese momento, sonaron a ironía o quizá a burla; de igual forma no pensaba responder a lo que para ella resultaba ser una obviedad. Intentó concentrarse en el ritmo de su respiración. Inhalar y exhalar. Es lo único que enseñan las parteras, es lo único que podía hacer en medio del lugar. Cuando pudo conciliar la calma, levantó el rostro con el cansancio en su mirada. Había odio, sí también había demasiado odio en los finos orbes celestes de la inquisidora, pero más que eso, en la profundidad de sus ojos había ternura, ese tipo de miradas que sólo una madre puede poseer. Coraje, rabia, esperanza, perdón, consuelo, amor, fragilidad y fortaleza. Ella era toda una mezcla de palabras, sensaciones y emociones, mismas que, como en el principio, hubiese preferido no mostrar.

-Pensé… que… habías… muerto- Se reincorporó con el ceño fruncido y dificultad en el habla. No podía verlo a la cara, al saber que no estaba muerto y que ella había dejado de buscarlo. ¿Cuánta culpa puede caber en su alma? –Él me dijo que tú…- Su voz se quebró y las lágrimas comenzaron a salir de sus ojos. –De haber sabido que…. Oh. No, no, no. ¡Perdóname!- Corrió a los brazos de Traian. La distancia que los separaba era notoria, pero se movió rápido. Fue la necesidad de estar cerca de él, de tocarlo para hacerlo real, para darse cuenta que no estaba soñando, que sus sentidos no jugaban con los recuerdos de su pasado, creando esa viva imagen del hombre que amó en el pasado. Sus pies se arrastraron sobre la madera del suelo, haciéndole chillar por el peso que soportaban y rompiendo con aquella composición de la nada en el sonido dentro de la catedral. El momento parecía mágico y pudo verse a si misma flotando junto al polvo para llegar a él. Lástima que su visión se derrumbara al instante.

¿Qué se supone que esperaba de Traian? ¿Qué le abrazara? ¿Qué la mimase? ¡Ella lo había traicionado! ¡Lo olvido! Dejó que sus emociones le vencieran y renunció a la búsqueda. Durante los primeros meses había intentado mover cielo mar y tierra para encontrarlo, inclusive había desafiado las órdenes de sus líderes, las del mismo Târsil para ser precisos, y después ¿Qué había hecho después? Se detuvo en seco a tan solo un metro de distancia. Suficiente para admirar la completa figura del espectro ante ella. Nada en él había cambiado, al menos no de forma perceptiva ante la mirada de ella, sin embargo, la postura de Traian y su mirada, gritaban todo lo contrario. Zainhé extendió una de sus manos para acariciar la mejilla del hombre al mismo tiempo en que se acercaba más a él, y fue sólo cuando estuvo bajo su visión aunado al rose de su piel con la ajena, que lo entendió.

-¿Quién eres?- La sospecha se hizo real, él no podía ser Traian. Él estaba muerto, Târsil jamás le hubiese mentido, y si no había fallecido ¿Dónde demonios había estado todo ese tiempo? ¿Por qué no le escribió? ¿Por qué no le dijo a dónde iba? Frunció el ceño y comenzó a sacudir la mano con la que le había tocado. La sensación de frialdad en la yema de sus dedos, estaba recorriendo toda su palma y no lo había notado, y sin embargo, su cuerpo se puso a la defensiva. Tomó la postura de precausión y se preparó para atacar a la mínima señal de peligro. Eso tampoco lo notó.

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Mensaje por Miklós Valborg Mar Jul 21, 2015 1:43 am

¿Quién era? Su pregunta no era correcta, lo correcto habría sido preguntar, ¿qué era? Ella lo sabía. La mirada en sus hermosos orbes no podía engañarlo. Zainhé pronto sería consciente de que nada quedaba de Miklós Traian Valborg. En la Inquisición, lo primero que se les enseña a los miembros de las facciones que no pertenecen a los condenados, es a no confiar en las criaturas que se están destinadas a eliminar. Se trabajaba en conjunto con sobrenaturales por estrategia, para explotar las habilidades que poseían, no porque cualquiera de ellos creyese que merecían ser redimidos. Él, más que nadie, se había alzado en contra de formar equipo con esos seres. Jamás se había molestado en ocultar su desagrado. El odio que sentía, demasiado enraizado, le había llevado a protagonizar peleas clandestinas a las primeras de cambio. La Cobra, le habían apodado. Su veneno, era mortífero; sus movimientos, certeros. Ahora que era un vampiro, comprobaba que no había errado en la posición que antaño, había defendido con ahínco. Su mente, ya no le pertenecía. Los pensamientos de las personas que le rodeaban, lo fustigaban entre ratos. Aquello que tanto había temido, una de sus mayores pesadillas desde que había pasado por la transición, estaba cobrando vida. La cazadora estaba a la defensiva. Podía olerla, verla, oírla. Mientras que la hembra sacudía la mano, como si la hubiese contagiado; Traian, que había extrañado sus caricias, lamentaba lo efímero del momento. – ¿Quién soy, Zainhé? –  Se burló, con la intención de hacerle el mismo daño que ella le estaba ocasionando. – Hace tan solo unos instantes me has estado llamando. ¿Qué ha cambiado? –  Gruñó, sin apartar la mirada acechante de su presa. Ese maldito olor, le estaba enloqueciendo. Su miedo, alimentaba al monstruo que realmente era. Dio un paso en su dirección, solo para notar cómo ésta retrocedía también uno. ¿Estaba desafiándolo?

Los ojos del vampiro, se movieron hacia la yugular de la joven. Podía ver cómo saltaba la vena, invitándolo a tomarla. La manera en que se disparaba el corazón de la inquisidora, lo embriagaba. – No deberías haber invocado a los muertos, cazadora. Yo solo quería verlos desde lejos y desaparecer. ¿No quieres saber cómo te encontré? ¿De dónde he estado siguiendo tu rastro? –  No sabía por qué sentía la imperiosa necesidad de provocarla. ¿De verdad quería ver cómo ella temía lo peor? ¿Lo creería capaz de poner fin a la vida de Lorand? Él no poseía ningún control. Su sed, movía los hilos. Muchas veces, había intentado refrenarse, solo para terminar con el cuerpo inerte de su víctima entre sus brazos. – He estado en la cabaña donde me diste asilo. – Mintió, dando otro paso. No había profanado el santuario que habían construido esos últimos meses. Él no había tenido ninguna casa que pudiese llamar hogar. Zainhé y Lorand, le habían permitido entrar a sus vidas aun cuando había estado irreparablemente roto.  – El olor de Târsil llena cada maldito lugar. ¿Te dije alguna vez, cuánto me corroía las entrañas verlo tan cómodo alrededor de ustedes? ¿Llevando el papel de tu amigo y padre de mi hijo, como si fuese la cosa más natural del mundo? – No. Nunca se lo había dicho. Haberlo hecho, habría significado que aceptaba su debilidad por ellos, que sentía celos, que se odiaba a sí mismo por haberlos abandonado durante tanto tiempo. – Tampoco he pasado por alto que no has respondido a mi pregunta. – Demandó. – ¿Es eso? ¿Él te dijo que estaba muerto y corriste a refugiarte a sus brazos? ¡¿Por qué demonios pronunciabas mi nombre?! ¿Es la culpa la que no te dejaba tranquila y por eso has venido a este sitio con la esperanza de purgar tus pecados? – En esa ocasión, fue Traian quien la acarició en la mejilla. Excepto que no se detuvo allí, siguió el perfil de su mandíbula hasta el arco de su cuello. Hundió su cabeza allí, inhalando como un poseso. – Me tienes miedo. – Afirmó, gruñendo, con sus colmillos emergiendo.
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Mensaje por Imara Z. Horváth Vie Ago 07, 2015 2:12 am



Ten cuidado con lo que deseas…

Los sueños de la cazadora se habían hecho reales, sin embargo, nunca prestó atención a la iglesia cuando los sacerdotes aseguraban que los demonios prefieren dormir en los anhelos de las personas, porque es allí donde más fácil pueden atacar a la esperanza.
Sí, definitivamente Traian estaba ahí, pero ya no era el mismo hombre con el que había estado. El cambió en demasiados aspectos como para que pudiese notarlo de buenas a primeras, no obstante, supo que ese espectro frente a ella, no merecía ser llamado por el nombre que pronunció entre susurros.

Se quedó completamente inerte a sus palabras, más aún, quedó petrificada cuando la caricia de hombre pareció desgarrarle la piel. A pesar de la seda en sus dedos, la frialdad de su tacto, provocó que la inquisidora aguantara la respiración de forma inconsciente, cerrara los ojos y suplicara porque él desapareciera al momento de volver a abrirlos.
El caos de su mente, la mantuvo en el borde del abismo todo el tiempo e incluso, ignoró el ajetreo de su vientre, el dolor que aquellas contracciones debieron haberle ocasionado. No cabe duda que el dolor, sí es mental, pues mientras su concentración era acaparada por cuestiones y razonamientos sobre quién era él, no pudo sentir, como su fuente había reventado.

Titubeo un par de veces antes de responder; no sabía de donde o por qué demonios su cuerpo reaccionaba de tal manera. No era miedo lo que estaba sintiendo ante su presencia, era pánico. Cuando él se tomó el atrevimiento de hurgar en el arco de su cuello, el efluvio de muerte llego hasta ella. Sus ojos se abrieron, las pupilas se dilataron, su garganta se secó, y aquel encanto, hasta entonces, se rompió.
Las manos de Zainhé se deslizaron sobre los brazos ajenos, una caricia que él fácilmente pudo reconocer, pero que jamás, hubiese idealizado en su contra.
Ella se movía con gracilidad y fluidez, aún a pesar de su estado, no había perdido la fuerza en su amarre, ni siquiera la destreza o mucho menos, el conocimiento del combate cuerpo a cuerpo, un hijo y el tiempo que había estado fuera de la inquisición, no le hicieron nada. A un par de movimientos, acompañados por una voltereta y las manos de Traian dobladas detrás de su propia espalda, la inquisidora, había logrado someterlo.

Se acercó lo suficiente a su lóbulo para que la escuchara sin necesidad de gritar. –¿Todo este tiempo estuviste cerca, y no tuviste el valor de enfrentarme? Peor aún, ¿Te atreves a cuestionar mi fidelidad, cuando tú, maldito cobarde, nos abandonaste?- Con cada palabra que escupía sin levantar la voz, pero con el rencor suficiente para que él sintiese su odio, la mujer pretendía apretar más su amarre y provocar dolor. Algo dentro de si, sabía que no funcionaría, que ella ya no es rival para él. –Târsil ha sido más padre de Lorand que tú, así que no me vengas con reclamos estúpidos o acusaciones idiotas- A pesar de su cólera y de la enajenación, el cuerpo de Zainhé no podía continuar con aquello, así que cedió ante el cansancio y aflojó el agarre. –Por mucho miedo que pueda tenerte Traian, sabes perfectamente, que nunca huyo de una batalla.- Musitó dando un paso hacia atrás y resbalando con el líquido que minutos antes había derramado de su interior. Cayó al suelo sobre sus posaderas y el impacto, aunado a la urgencia del bebe por nacer, la trajo de regreso. El dolor la partió en dos. –¡Aaaaargh!- Gritó contorsionándose en el suelo.

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Mensaje por Miklós Valborg Lun Nov 16, 2015 3:31 am

Ella, no era rival para él. Su fuerza y sus sentidos aumentados, le habrían permitido someterla en un santiamén. Traian y Zainhé, se habían conocido en sus inicios dentro de la Inquisición. Habían entrenado juntos. Él había sido implacable cada vez que se enfrentaron. Intentaba, por todos los medios, lograr que ella desistiera de vengar a su familia. Era hipócrita, porque la misma sed lo obligaba a permanecer bajo las órdenes de la Iglesia pero, desde que la había visto; había querido alejarla de ese oscuro y sucio mundo. No solo porque creyese que ese era un trabajo para hombres. Había mucho más tras esa forma de actuar de la que llegaría a admitir algún día, pues el tiempo pronto demostró que Valborg no se preocupaba por terceros. Nunca. La belleza, pero especialmente, la fuerza que caracterizaba a la inquisidora, le había atraído como una polilla a la luz. Sabía su historia. Ella misma le había contado su trágico suceso, confiando en que la ayudaría a encontrar – y eliminar – a su principal demonio. Pero a diferencia de él, Zainhé no había tenido que temer a que la noche llegara porque el mal entraría por la puerta para arrebatarle su sangre sin misericordia y; aunque nunca le contó nada de lo que le había sucedido, las historias que pululaban sobre La Cobra, eran suficientes para darse una idea de las heridas sangrantes y sin cicatrizar que cargaba en el alma. Por supuesto que Traian había barajeado la posibilidad de ayudarla, especialmente para cuidarle las espaldas; pero había concluido que su compañía era más dañina que beneficiaria. Él tenía tras de sí a un vampiro mucho más peligroso, no la habría arrastrado a esa mierda de poder evitarlo. ¡Pero qué estúpido había sido! ¿Cómo se había permitido olvidarse de sus cadenas? Porque no las viera, no significaba que no existieran. Ella y Lorand no podían formar parte de su vida. Casi los había perdido en su intento por pasar como un hombre sin pecados. ¡Demonios! Si hasta había llegado a pensar que no iba a manchar a su hijo solo por tocarlo. ¿No había hecho exactamente eso? Lejos de lo que Zainhé pensara sobre haberlo cogido con la guardia baja, no fue eso lo que le permitió adelantarse a sus acciones.

Cuando él había acortado la distancia que los separaba, el bebé en el vientre de su mujer – porque seguía siendo suya aunque lo negase – había empezado a luchar. El pequeño corazón latía con fuerza y Traian pensó que quizás reaccionaba a su cercanía. ¿En serio? ¡¿Pero qué mierda estaba pensando?! ¿Qué sabía él? Había conocido a su primer hijo cuando éste tenía tres años y, al parecer, se había perdido también la etapa del segundo embarazo de la inquisidora. Mientras escuchaba sus palabras, el vampiro fue consciente de otro olor que no había estado ahí al principio. Su mirada bajó hacia el piso y, a punto estuvo de señalar que había algo extraño allí, en el lugar donde antes había estado, cuando la fémina escupió aquello sobre su hermano siendo un mejor padre que él. No había otra manera de reaccionar a ese agravio que soltando un rugido de advertencia. – Lorand es mío. Yo lo engendré. – Gruñó, dispuesto a reclamarla también a ella, pero deteniéndose al instante. Su creador aún estaba vivo o no-muerto para el caso, haciendo daño, jugando con su mente. No había otro final para su historia. Sabía que volvería a abandonarlos. No podía estar con ellos sin llevar el Infierno hasta su hogar y, peor aún, ahora era un vampiro. Su maldición no podía deshacerse. Estaba condenado a una eternidad sin ellos. ¡Qué miserable! No había esperado ser feliz nunca, pero había saboreado la dicha junto a su pequeño y la madre de éste. Haber tocado el cielo y ser arrojado al vacío, no era triste, era desolador. Iba a marcharse, ¡iba a hacerlo! Si Zainhé no hubiese resbalado, necesitándolo, se habría hecho uno más con la noche. Su deseo de sangre parecía haberse apagado momentáneamente. ¿Pero por qué no? Parecía que el bebé – su hijo – estaba por nacer. ¿Cuánto tiempo podría controlarse? Valborg soltó una retahíla de maldiciones. – Mierda, Zainhé. ¡¿Por qué has salido en este estado?! ¡¿Por qué demonios no te quedaste en casa?! ¡¿Es que la vida de tu hijo te importa siquiera?! Hay criaturas como yo – señaló con desprecio – allí afuera. No habrías tenido ni una jodida oportunidad. ¡Ni una! – El vampiro estaba acuclillado a un lado del cuerpo, sin saber cómo rayos proceder, vociferando cada frase. – ¡¿Qué se supone que debo hacer?! – La cogió con cuidado en brazos y la llevó hasta una de las bancas de madera. Una parte de él le urgía a buscar ayuda, pero la otra, se negaba a irse de su lado. Y, porque no pudo evitarlo, volvió a decir. – No me engañarías con mi hermano. Sabes que jamás te lo perdonaría. Él o ella, también me pertenece. – Esa vez, no lo cuestionó. El vampiro hablaba de ellos como sus posesiones, porque aunque no podía tenerlos consigo, Târsil nunca podría cambiar el hecho de que eran una parte suya.

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