AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Looking back. [Ruslana del Mar]
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Looking back. [Ruslana del Mar]
El presente sólo se forma del pasado, y lo que se encuentra en el efecto estaba ya en la causa. Henri Bergson.
No había parado de trabajar desde hace dos días, tenía que hacer noches en el hospital y no había tenido mucho tiempo para mi, bueno, para nosotros. El hospital había absorbido toda mi vida, todos mis pensamientos, todas mis acciones, bueno era normal, la noche de luna llena trae muchos problemas y como siempre tenía que pasar todo el tiempo posible ayudando a las personas, me gustaba pero llega un momento en el que acabas cansado, ¿Por qué?, simplemente es el olor, una vez vuelves a ser Humano de nuevo tus sentidos están un poco a flor de piel y tenia que decirlo, tanta sangre, la falta de sueño, siempre acababa mareándome.
Por un momento el hospital estuvo tranquilo, al fin podía descansar, bueno, no quería descansar, en estos dos días había pensado en muchas cosas, muchas familias habían pasado por el hospital llorando, agonizando por la perdida de sus seres queridos, tanto dolor podía ser insoportable y mas cuando cada una de esas personas te recordaba esos momentos, esos viejos y oscuros recuerdos que prefieres guardar en un oscuro álbum de fotos para que nadie pueda verlos, para que tú mismo olvides todas esos recuerdos, quería sacarlos de mi cabeza pero no sabía como, solo yo sabía la verdad. Mis labios estaban sellados pero debía abrirme a alguien y claramente ese alguien debía de ser ella. Ruslana.
Salí del hospital, ya llevaba mi ropa habitual y en mi mochila la ropa para trabajar y algún que otro material que utilizaba para el trabajo. Me rascaba la nuca, había cogido esa manía y siempre que quería decir algo o cualquier cosa molesta, lo hacia. “Debo quitarme esta manía pero el problema es que lo hago sin querer…”
Las calles de la ciudad estaban más iluminadas que nunca, era eso o que había pasado mucho tiempo en el hospital y claramente era lo segundo. Metí las dos manos en los bolsillos, finalmente me decidí, esta vez se lo iba a contar todo, iba decirle cada uno de mis recuerdos, cada uno de mis oscuros recuerdos, quería hablarla de mi exmujer, debía liberarme de todo eso y supongo que la mejor forma era hablar con ella para que pudiera sentir lo que yo sentí en su momento, incluso quizás lo que quería era que me comprendiera o quien sabe, quizás buscaba el perdón de alguien, yo era una buena persona y jamás hubiera querido que eso pasara, es obvio.
Al fin había llegado, Ruslana estaría dando clase como todos los días, de vez en cuando solía ir a visitarla a la escuela para ver como enseñaba a los demás, me encantaba su forma de tocar el Violín era tan pura, ella quizás desconfiaba de si misma pero debía reconocerlo era maravillosa. La escuela no era muy grande pero si lo suficiente para estar a gusto dentro de esta. Al parecer estaba dando clase, sonaba aquella increíble canción de Beethoven, más concretamente el segundo Romance. Me acerque al aula exacto en la que siempre daba clase y me sorprendí al ver que no había nadie dentro. “¿No estaba dando clase?”. Seguí caminando por el pasillo hasta llegar al aula en la que se encontraba, estaba ahí esplendida, luciendo aquel porte con su violín apoyado al hombro y su vista perdida por la ventana, no estaba dando clase, simplemente tocaba. Me apoye en el marco de la puerta, ella no me había visto, deje mi mochila en el suelo y me quede ahí esperando a que acabara de interpretar aquella maravillosa pieza.
Por un momento el hospital estuvo tranquilo, al fin podía descansar, bueno, no quería descansar, en estos dos días había pensado en muchas cosas, muchas familias habían pasado por el hospital llorando, agonizando por la perdida de sus seres queridos, tanto dolor podía ser insoportable y mas cuando cada una de esas personas te recordaba esos momentos, esos viejos y oscuros recuerdos que prefieres guardar en un oscuro álbum de fotos para que nadie pueda verlos, para que tú mismo olvides todas esos recuerdos, quería sacarlos de mi cabeza pero no sabía como, solo yo sabía la verdad. Mis labios estaban sellados pero debía abrirme a alguien y claramente ese alguien debía de ser ella. Ruslana.
Salí del hospital, ya llevaba mi ropa habitual y en mi mochila la ropa para trabajar y algún que otro material que utilizaba para el trabajo. Me rascaba la nuca, había cogido esa manía y siempre que quería decir algo o cualquier cosa molesta, lo hacia. “Debo quitarme esta manía pero el problema es que lo hago sin querer…”
Las calles de la ciudad estaban más iluminadas que nunca, era eso o que había pasado mucho tiempo en el hospital y claramente era lo segundo. Metí las dos manos en los bolsillos, finalmente me decidí, esta vez se lo iba a contar todo, iba decirle cada uno de mis recuerdos, cada uno de mis oscuros recuerdos, quería hablarla de mi exmujer, debía liberarme de todo eso y supongo que la mejor forma era hablar con ella para que pudiera sentir lo que yo sentí en su momento, incluso quizás lo que quería era que me comprendiera o quien sabe, quizás buscaba el perdón de alguien, yo era una buena persona y jamás hubiera querido que eso pasara, es obvio.
Al fin había llegado, Ruslana estaría dando clase como todos los días, de vez en cuando solía ir a visitarla a la escuela para ver como enseñaba a los demás, me encantaba su forma de tocar el Violín era tan pura, ella quizás desconfiaba de si misma pero debía reconocerlo era maravillosa. La escuela no era muy grande pero si lo suficiente para estar a gusto dentro de esta. Al parecer estaba dando clase, sonaba aquella increíble canción de Beethoven, más concretamente el segundo Romance. Me acerque al aula exacto en la que siempre daba clase y me sorprendí al ver que no había nadie dentro. “¿No estaba dando clase?”. Seguí caminando por el pasillo hasta llegar al aula en la que se encontraba, estaba ahí esplendida, luciendo aquel porte con su violín apoyado al hombro y su vista perdida por la ventana, no estaba dando clase, simplemente tocaba. Me apoye en el marco de la puerta, ella no me había visto, deje mi mochila en el suelo y me quede ahí esperando a que acabara de interpretar aquella maravillosa pieza.
Brett C. Svensson- Licántropo Clase Alta
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Fecha de inscripción : 24/07/2012
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Re: Looking back. [Ruslana del Mar]
"Somos la imagen que otro refracta desde su corazón."
Hacía un día perfecto, pensó mientras el sol se filtraba por la ventana y le acariciaba el rostro con benevolencia. Las nubes que paseaban cerca de él, facilitaba que el poder de la esfera no fuera preocupante. De manera inconsciente, seguía preocupándose de que su piel no terminara quemada. Las damas de alta sociedad debían cuidar su belleza, era lo único que podían dar, junto a su dote, al hombre con el que se casasen. Al ser los matrimonios meros contratos entre dos familias, los esposos buscaban, en general, una mujer hermosa y tierna que les diera herederos; o alguien que poseyese una gran dote. Algunos afortunados conseguían enamorarse con el tiempo, y en los casos más insólitos, el matrimonio surgía por un lazo amoroso.
Como siempre, su mente voló hacia Brett. Era incapaz de continuar su día sin pensar en él. Hasta las cosas más nimias le recordaban a él, el bosque que estaba cerca de su casa, siempre evocaba su primer encuentro. La mera visión de algo verde le recordaba el tono oscuro de sus ojos cuando la observaba fijamente, tanto calor dentro de sus ojos, que podía derretirse antes de ser tocada por él. Estar rodeada por músicos, no lo hacía sencillo pensar en algo que no fueran sus manos. Las grandes y tiernas manos de Brett acariciando su Stradivarius con reverencia.
Apoyó su frente en el cristal, e intentó calmar su corazón desbocado. Necesitaba verlo, abrazarlo y sentir que era real. Que por una vez, había tenido suerte y no se esfumaría en el aire como una cruel visión. Apoyó la mano en el cristal, y la cerró en un puño lentamente. Si fuera por ella, se uniría a Brett de todas las formas existentes en la Tierra. Sabía que era una egoísta, porque siempre lo quería para ella. Sólo y únicamente para ella. No quería que nadie más descubriera el ser maravilloso que era. La forma salvaje en la que le respondía con sus caricias, la sencillez con la que se vestía, y esa exquisita forma que tenía de abrazarla y alejarle los problemas. Lo necesitaba, sin él no sería la misma. Y aunque sabía que debía presentarlo en algún momento a la sociedad, no quería. Era injusta, pero no podría soportar que se diera cuenta de lo simple que era ella. Había mujeres más exuberantes y hermosas, otras con tantas habilidades, que podrían arrebatarle lo único que quería, Brett.
Gruñó con frustración y se separó de la ventana. Tocaría alguna pieza, cualquiera, todo para pensar en Brett. Sólo en él, y no en el miedo que la hacía temblar. La idea de perderlo, hacía que su corazón doliese, porque sabía que seguiría amándolo por siempre. Quizás, incluso después de su muerte. Con cariño, abrió el maletín y comenzó a tocar. A pesar de haber vuelto a colocarse junto a la ventana, sus ojos estaban cerrados para recordar la imagen de Brett tocando el violín. Demostrando los sentimientos de pérdida que lo seguían, allá adonde fuera.
Cuando terminó, se dio la vuelta y caminó cabizbaja, mirando el suelo de madera mientras sus pies se encaminaban a su escritorio. Un crujido de ropas la sobresaltó, colocándose la mano sobre el pecho, miró asustada a la puerta abierta del aula. Un Brett sonriente, la miraba desde la puerta. Su cuerpo descansaba apoyado en el marco de la puerta. Estaba tan guapo, que sintió cómo sus mejillas se sonrojaban ante su mirada. - Lo siento, no te había escuchado- Le dijo con timidez mientras se acercaba a él con rapidez. Sin esperar a que la saludase, lo abrazó con fuerza gimiendo por el dolor de sus costillas.- Te he echado de menos.- Le susurró bajo su barbilla. A pesar de que medía un metro setenta y dos, Brett le sacaba más de diez centímetros. Se puso de puntillas para besar sus labios y enterrar después la cara en su pecho. Tembló mientras se mordía el labio y pensaba en el calor que se había extendido por todo su cuerpo con el beso.
Hacía un día perfecto, pensó mientras el sol se filtraba por la ventana y le acariciaba el rostro con benevolencia. Las nubes que paseaban cerca de él, facilitaba que el poder de la esfera no fuera preocupante. De manera inconsciente, seguía preocupándose de que su piel no terminara quemada. Las damas de alta sociedad debían cuidar su belleza, era lo único que podían dar, junto a su dote, al hombre con el que se casasen. Al ser los matrimonios meros contratos entre dos familias, los esposos buscaban, en general, una mujer hermosa y tierna que les diera herederos; o alguien que poseyese una gran dote. Algunos afortunados conseguían enamorarse con el tiempo, y en los casos más insólitos, el matrimonio surgía por un lazo amoroso.
Como siempre, su mente voló hacia Brett. Era incapaz de continuar su día sin pensar en él. Hasta las cosas más nimias le recordaban a él, el bosque que estaba cerca de su casa, siempre evocaba su primer encuentro. La mera visión de algo verde le recordaba el tono oscuro de sus ojos cuando la observaba fijamente, tanto calor dentro de sus ojos, que podía derretirse antes de ser tocada por él. Estar rodeada por músicos, no lo hacía sencillo pensar en algo que no fueran sus manos. Las grandes y tiernas manos de Brett acariciando su Stradivarius con reverencia.
Apoyó su frente en el cristal, e intentó calmar su corazón desbocado. Necesitaba verlo, abrazarlo y sentir que era real. Que por una vez, había tenido suerte y no se esfumaría en el aire como una cruel visión. Apoyó la mano en el cristal, y la cerró en un puño lentamente. Si fuera por ella, se uniría a Brett de todas las formas existentes en la Tierra. Sabía que era una egoísta, porque siempre lo quería para ella. Sólo y únicamente para ella. No quería que nadie más descubriera el ser maravilloso que era. La forma salvaje en la que le respondía con sus caricias, la sencillez con la que se vestía, y esa exquisita forma que tenía de abrazarla y alejarle los problemas. Lo necesitaba, sin él no sería la misma. Y aunque sabía que debía presentarlo en algún momento a la sociedad, no quería. Era injusta, pero no podría soportar que se diera cuenta de lo simple que era ella. Había mujeres más exuberantes y hermosas, otras con tantas habilidades, que podrían arrebatarle lo único que quería, Brett.
Gruñó con frustración y se separó de la ventana. Tocaría alguna pieza, cualquiera, todo para pensar en Brett. Sólo en él, y no en el miedo que la hacía temblar. La idea de perderlo, hacía que su corazón doliese, porque sabía que seguiría amándolo por siempre. Quizás, incluso después de su muerte. Con cariño, abrió el maletín y comenzó a tocar. A pesar de haber vuelto a colocarse junto a la ventana, sus ojos estaban cerrados para recordar la imagen de Brett tocando el violín. Demostrando los sentimientos de pérdida que lo seguían, allá adonde fuera.
Cuando terminó, se dio la vuelta y caminó cabizbaja, mirando el suelo de madera mientras sus pies se encaminaban a su escritorio. Un crujido de ropas la sobresaltó, colocándose la mano sobre el pecho, miró asustada a la puerta abierta del aula. Un Brett sonriente, la miraba desde la puerta. Su cuerpo descansaba apoyado en el marco de la puerta. Estaba tan guapo, que sintió cómo sus mejillas se sonrojaban ante su mirada. - Lo siento, no te había escuchado- Le dijo con timidez mientras se acercaba a él con rapidez. Sin esperar a que la saludase, lo abrazó con fuerza gimiendo por el dolor de sus costillas.- Te he echado de menos.- Le susurró bajo su barbilla. A pesar de que medía un metro setenta y dos, Brett le sacaba más de diez centímetros. Se puso de puntillas para besar sus labios y enterrar después la cara en su pecho. Tembló mientras se mordía el labio y pensaba en el calor que se había extendido por todo su cuerpo con el beso.
Ruslana Del Mar- Hechicero Clase Alta
- Mensajes : 415
Fecha de inscripción : 07/10/2012
Localización : Mansión del Mar
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