Eres lo único dulce de mis recuerdos [Privado]

Hacía un día nublado pero tranquilo en la capital, de esos en los que el cielo se cubre de cúmulos esponjosos henchidos de agua que amenazan una tormenta que nunca llega. Edouard conocía bien ese tono en el cielo, ese gris plomizo, y sabía que las pinceladas blancas que se discernían entre los demás colores oscuros - como si un pintor hubiese querido dar un toque luminoso al lienzo con su grueso pincel - le aseguraban al menos unas horas de tregua. Un par de horas que le bastarían para llegar sano, salvo y seco a un lugar que no quedaba muy lejos de donde, por casualidad, se encontraba esa tarde. Rondaban las cinco y el muchacho estaba inmerso en su búsqueda desesperada de un oficio que le permitiera llevarse a la boca, algo tan básico y tan difícil de encontrar. No es que no se le ocurrieran soluciones fáciles, seguro que alguien estaba dispuesto a pagarle por caer más bajo que el suelo, pero en su interior se rebelaba contra esa idea. No había pasado toda la vida subyugándose bajo el mando de esa mujer a la que odiaba para ir a caer en los brazos de otra igual a los veinte años. Prefería morir de pie a vivir de rodillas. Su terquedad nunca le había sido de gran ayuda, jamás, pero era incapaz de amoldarse a la idea injusta y sádica de que un criado no debería tener tanto amor propio. El orgullo, para los de su clase social, no era más que un lastre del que el chico, pese a todo, no quería ni podía librarse.

Le habían cerrado en las narices la puerta número once cuando decidió rendirse al menos en parte: si no podía ceder tanto como para que lo emplearan al menos lo haría lo suficiente para llevar a casa unos francos esa noche. Lo único de valor que tenía era una sortija con una piedra brillante, la única joya que madre llevaba siempre encima alrededor del dedo anular derecho. Edouard se dirigió a una casa de empeño caminando con rabia para darse impulso y valor, porque aquella era una de esas locas ideas que si se pensaba mucho terminaría por desaparecer bajo el peso abrumador de los recuerdos nostálgicos y los sentimientos. Sentimientos. Ésa era otra cosa que únicamente los ricos podían permitirse. Cuando el usurero se quedó su anillo y le entregó el dinero de la tasación el muchacho se prometió que volvería, se lo juró a Betrice, y esperó que la fuerza de esa promesa fuera bastante intensa como para ayudarle a dar con una solución antes de que el dueño del establecimiento se quedara con la joya para siempre. Después de aquella separación que resultó más dolorosa de lo que en un comienzo esperaba ya no tenía ganas de seguir llamando a portones elegantes, y mostrándose más marchito y contrito que de costumbre - que ya era decir - se fue alejando del barrio céntrico con el peso de una losa sobre el corazón. Había sido como perder a madre por segunda vez, pero al menos él y su anfitrión podrían cenar era noche. Cochino dinero.

Solo había una cosa que podía hacer, ya que estaba allí, y que quizá le animaría un poco. La sola idea ya le hizo acelerar el paso. Esperaba que April siguiera hospedada en la posada donde la dejó la última vez que se vieron, habían pasado muchas cosas desde que se despidió de su chiquilla rubia favorita. La única que conocía, en realidad, pero porque ella misma con tesón, empeño y afecto se había abierto un hueco a la fuerza en el corazón de Edouard, pese a todas las barreras que éste ponía en torno al mismo. El posadero le confirmó que la jovencita seguía en su habitación, pero que había pedido que no se la llamara hasta que fuese ya de noche. El chico pensó que a ella no le importaría verle antes, seguro que se alegraba de poder hablar con él.
- ¿Cuál es su habitación?
Y así fue como, unos minutos después, llamaba a su puerta.