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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por Booker D. Collinwood Dom Mar 31, 2013 3:31 pm



¿No lo ves? Da igual que no lo entiendas, ocurrirá de todos modos.
Elizabeth Comstock y Anna DeWitt, Bioshock Infinite

La noche calló sobre el paisaje parisino de forma implacable, irremediable. El otoño acaba de empezar, y casi todos los árboles de la ciudad (que eran de hoja caduca en su mayoría), comenzaron a bañar las calles con un manto de grises y marrones. Eso, combinado con la repentina bajado de las temperaturas con respecto al ambiente estival al que todos los ciudadanos estábamos ya acostumbrados, dejaron muy claro que se acercaba uno de los inviernos mas duros y largos hasta la fecha. El ambiente en París se notaba distinto. Realmente, todo en París estaba cambiando. Y, como decían las rebeldes letras de mi difunta madre, el cambio, es ley de vida. Es la manera de recordarnos la fragilidad y duración de nuestra existencia. Y, sino nos acostumbramos al cambio, viviremos el presente hasta que nos demos cuenta de que hemos desperdiciado nuestro futuro encerrados en el pasado. La verdad, había memorizado la mayoría de los libros de mi madre.

La plaza de Tertre estaba situada en las inmediaciones de la iglesia de Sacré Cœur
, en una impresionante colina que coronaba la ciudad desde las alturas. Todo el distrito de Montmatre, que solía ser un centro social en la época estival, ahora sufría un repentino bajón, acompañando a la temperaturas. El frío bajaba de las montañas, y la gente comenzaba a elegir las elegantes y pomposas calles de los distritos adineraodsadinerados de París dejando a un lado el bohemio y latente Montmatre. A mi, sin embargo, me parecía un lugar excepcional. Siempre estaba lleno de pintores y artistas, que ofrecían copias de la Gioconda, el Jardín de las Delicias o el Nacimiento de Venus, además de muchos retratos a artistas o anónimos. Estos se encontraban en el centro de la plaza, desafiando a la oscuridad de la noche, que se encontraba quebrada gracias a la multitud de farolillos de gas que permanecían encendidos en las alturas de los edifico colindantes. Hacía frío, la verdad, y solo con ver los ropajes de las damas que transitaban la plaza uno se daba cuenta. Pero yo era carne de Boston, y bastaban temporadas mas duras como para hacer retroceder.

¿Y qué hacía yo allí, sentado en medio de la plaza de Tertre a las diez de la noche, desafiando a la noche, cuando podría buscar el abrigo de la despampanante mansión Collinwood, del cual era el único propietario? Los vampiros. Un cazador es como un mono de feria de día, pues bajo el astro rey todos son humanos normales y corrientes, a los que no merece la pena clavarles una estaca o dispararles una bala de plata, pues sangraran como humanos normales y morian como tal. No. Yo buscaba vampiros, criaturas sobrenaturales que necesitaban el abrigo de la luna para salir al exterior. Y, aunque no tenía manera alguna de reconocerlos a simple vista, destacaban bastante más de lo que ellos seguramente creían.

Hacía dos semanas que llevaba siguiendo la pista de una vampiresa. Había dejado a su paso dos o tres escenas sádicas en las cuales casi me había visto involucrado, y seguía un patrón muy básico, que había sido capaz de identificar con facilidad. Buscaba presas de clase baja, los embaucaban hasta el bosque, que en este distrito estaba a menos de un kilómetro, y allí acababa con su vida sin contemplaciones. Dejaba los cadáveres allí, a simple vista, por lo que suponía que sería una criatura muy ingenua. Allí, un cadáver era una pista, y se me daba increíblemente bien seguir las pistas. Encontraría al vampiro, intentando embaucar a alguien por las proximidades de la plaza de Tertre, le seguiría y le volaría el corazón con munición incendiaria de mi cañón de mano. Sería rápido y fácil, y habré librado al distrito de una amenaza en potencia.

Sentando en un banco, algo apartado del concurrido centro de la plaza, observaba mi alrededor con interés. El sol se había extinguido completamente, y estaba seguro de que mi objetivo llevaba un día sin alimentarse. Seguramente estaría tan hambriento que no esperaría un margen de tiempo suficiente desde la puesta de sol para evitar sospecha y se lanzaría a su presa. Como ya había dicho, no tenía manera de reconocer a un vampiro a simple vista, pero normalmente destacaban entre la multitud. Era perfectos, bellos, gráciles, como una escultura de marfil que descansaba en un museo. Pero, para mi sorpresa, todo en la calle parecía normal. Los artistas seguían en su zona de dibujo, varías damiselas de clase alta paseaban por los laterales de la plaza, y varios habitantes de clase media iban y venían de un lado para otro. Entre toda esa muchedumbre destacó en mi retina una mujer, una mujer que, desde la distancia, lucía excepcionalmente bella. ¿Sería ella el vampiro? Solo tenía una manera de averiguarlo. Me levanté con agilidad de mi asiento, y caminé con tranquilidad hacía ella. Tenía una táctica bastante simple. Si era mi objetivo, me dejaría embaucar, la seguiría, y usaría el bono que me ofrecía la sorpresa para acabar con su vida.
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Mensaje por Cocó A. Cavendish Dom Mar 31, 2013 4:42 pm

La noche, impasible, se abrió camino inundando a su paso las calles de la ciudad con oscuridad y atrayendo así a borrachos, jugadores empedernidos y demás hombres sedientos de algo de libertad a los callejones más remotos de la ciudad. Las criaturas nocturnas despertaban de su letargo y volvían a su hábitat natural. La noche parisina olía a aguardiente, sexo y tabaco de pipa mezclado con el hediondo aroma que los puestos de pescado diurno dejaban adherido en cada una de las piedras de la ciudad. La pobreza de quienes habitaban allí, la podredumbre de aquellos que mueren de hambre y la doble moralidad de aquellos que creían en un Dios todopoderoso que impasible les miraba desde el cielo viendo como lenta y agónicamente se apaga su estela hacían de la capital parisina un pequeño infierno en la tierra. Enfermedad, peste y podredumbre mezclada con una alta dosis de analfabetismo beato.

En Montmartre la situación no variaba mucho por muy alejado del centro parisino que se encontrase. Si bien es cierto que por allí solían pasear distinguidas damas que aprovechaban para visitar la imponente basilica de Sacré Cœur, el número de ladrones de poca monta y pequeños rateros equivalía casí al número de personas distinguidas que se pavoneaban. La pequeña diferencia es que los que no tienen qué lucir, obtan por no dejarse ver, y por tanto, en los cuadros de los excentricos pintores que solían amontonarse por ahí de día no solían ser retratados.

Cocó abrió los ojos lentamente. Se encontraba algo desorientada, no sabía ni donde se encontraba ni cómo había llegado a parar ahí. Con la mirada analizó aquel lugar y comprendió que se enontraba dentro de una iglesia, cosa poco frecuente en ella. Su ateismo rozaba la heregia de tal modo que nada más darse de bruces con la realidad se levanto bruscamente, escupió en el suelo y se apresuró en salir de ahí. No había nadie más dentro de la basílica lo cual le dió a entender antes de salir a la calle que era muy tarde. Efectivamente, el sol ya no se encontraba en el cielo. ¿Pero cómo habría llegado ahi? No era la primera vez que le ocurría aquello, solía ser bastante frecuente en ella despertarse en lugares que desconocía pero frecuentemente solía ser debido al opio o cualquier otro tipo de droga que algunos de sus clientes más selectos le proporcionaba. No obstante, había otras veces en las que la sensación que invadía su cuerpo era totalmente diferente. No estaba cansada ni tan siquiera somnolienta, simplemente parecía como si alguien la hubiese apagado durante unos minutos y la hubiese vuelto a despertar más tarde.

Decidió no darle más vueltas, la noche había vuelto y tendría que ponerse manos a la obra. Inspeccionó el lugar y descartó volver al burdel. ¿Para qué? Los hombres que frecuentaban aquel antro de perdición solían ser clientes habituales y por tanto dificiles de engañar. Sabía que podría sacar de ellos lo que quisiese pero jamás le darían lo que ansiaba, la posición que ella merecía. Sin embargo, allí abundaban los hombres distinguidos. Pero, para que la caza fuese fructífera, habría que preparar un buen cebo, algo que hiciese a los hombres enloquecer. ¿Y que hace a los hombres enloquecer más que una mujer? Se refugió tras la enorme basílica, donde nadie podía verla, y tras acomodar su pelo con un par de plumas ajustó un poco más el corsé y abrió el cuello del bestido para así dejar menos a la imaginación y más al deseo. En ese momento se percató de que ese no era uno de sus vestidos, ella jamás llevaría algo que llamase tan poco la atención, algo tan modesto y beato. ¿De dónde habría salido? Rasgo las mangas de manera de que sus muñecas estuviesen a la vista y se pellizcó las megillas para hacerlas sonrojar. Escondió la capa entre unoz zarzales y respiró ondo. No parecía ella misma ya que ese vestido era bastante poco sugerente aunque tras el arreglo pudiese llegar a parecer algo picara. Eso sí, no parecía una prostituta.

Comenzó a caminar mientras se abanicaba entre la muchedumbre acechando en busca de posibles victimas. Era buena en eso, sabía quién era un buen partido y quién no era más que un mentiroso que aparentaba poseer más de lo que realmente tenía. El aroma del oleo y el aguarras todavia impregnaba la plaza de Tetre y los arboles comenzaban a desnudarse dejando paso al otoño. En ese momento una persona llamó su atención. Se trataba de un hombre, joven, alto y apuesto, pero, lo que es más importante, de noble semblante. Si su intuición no le fallaba aquel podía ser una buena presa. Decidió dejarle caer en la trampa, en vez de ir a buscarle cual ramera barata decidió esperar a que él se le acercase. Se relamió como buena cazadora y sacó su encanto a relucir esperando a que este hiciese efecto. Un par de miradas y algún que otro roce de sus dedos por su pelo fueron suficientes para captar su atención. Si bien estaba claro que ella no pertenecía a la aristocracia, por una vez estaba dispuesta a sacar sus mejores modales e impasible contempló como aquel hombre se acercaba a ella manteniendo la mirada.


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Mensaje por Booker D. Collinwood Dom Mar 31, 2013 5:23 pm

El azar no existe; Dios no juega a los dados.
Albert Einstein


Si, de entre todo lo que había aprendido siendo cazador, tuviera que quedarme con una enseñanza, la mas vital y necesaria, posiblemente sería la verdad más rotunda. “Siempre juego en inferioridad de condiciones” Siempre. Si, por ejemplo, tardo un segundo más en desenfundar un arma, o se me queda atascada, o se me resbala, o simplemente dudo un segundo, cualquier presa puede romperme el cuello un millón de veces. Y, entonces, cuando mi cráneo ruede por el frío suelo de cualquier bosque alejado de la mano de Dios, me daré cuenta de que, en lugar de jugar como cazador, había empezado a mover mis fichas como presas. Un error, y mi cabeza rodaría. Eso lo tenía muy claro, demasiado. Elizabeth también lo tenía claro, cuando mandaba esa multitud de telegramas a la agencia de Pinkerton. Sabía que como algún Collinwood la descubriera enviado puntos y rayas a través del océano Atlántico, la matarían y buscarían a cualquier otro licántropo. Por eso actuó como lo hizo, hasta que me infiltró, y me dio la oportunidad de redimirme. Ella acabó mal, sin duda, pero por mi culpa. Elizabeth nunca se paro a pensar en los daños colaterales, y esa, desgraciadamente, fue su perdición. Mas aquella chiquilla de ojos azules no murió en vano, pues me creó a mi, tal y como era entonces, y me dio una gran fortuna y un mundo de oportunidades. Y, en sus memorias, lo dejo muy claro. Odiaba a muerte a todo ser que sobrepasase lo humano, y que fuera un peligro para este. Odiaba a todo ser que perturbara la paz humana. Se odiaba a si misma cada veintinueve días, cada fase lunar, cada transformación, cada intento fallido de mestizaje por parte de su familia. Y, sin saberlo, formó poco a poco mi manera de actuar.

Por eso, mientras me acercaba a la preciosa chica que estaba al lado de aquella farola al otro lado de la calle, me planteaba una y otra vez lo que estaba a punto de hacer. Realmente,¿ cuantas posibilidades había de que aquella preciosa desconocida fuese, entre todos los habitantes del distrito, la vampiresa a la que estaba buscando? ¿Centenas? ¿Millares? Pero, si por un mínimo casual lo era, debía tener en mi mente su margen de movimientos, y rezar para que yo siguiera jugando siempre con la única baza que igualaba un poco la balanza, el golpe de efecto. Primero, debía intentar averiguar, sin levantar sospecha, si era mi objetivo o no. Sus ojos, su piel, su mirada, su cuerpo, su actitud … había miles de factores que me podían dar esa respuesta, pero debía interpretar las señales a la perfección.

Llegué a su lado, y me tomé unas décimas de segundo para analizarla. Era bella, de eso no cabía duda. Su cabello, castaño claro, caía con extrema suavidad por sus hombros, y sus ojos, penetrantes y evocadores, eran el mayor mérito de su rostro, que permanecía con una expresión impasible y a la vez pícara, incitante por naturaleza. Su figura era esbelta y perfecta, y la combinación de su vestido con sus rasgos físicos le disparaba los niveles de testosterona a cualquier hombre mínima mente heterosexual. Pero, ¿dónde estaba el límite entre la belleza puramente humana y la naturaleza vampírica? ¿Dónde acababa una chica bonita y empezaba una chupasangre impasible que estaría deseando hincarme el diente en la arteria aorta? No estaba muy seguro, así que tendría que seguirla el juego hasta que me diera la ocasión de averiguarlo.

-Buenas noches, madame -dije, a modo de presentación, intentando clavar el acento parisino -mientras estaba sentado allí, me preguntaba como era posible que una señorita tan bella como usted permaneciera sola y sin acompañante, al amparo de la noche -¡Dios! Odiaba mis palabras. Me hubiera disparado con la misma munición incendiaria con la que tenía previsto dispararla si me hubiera oído a mi mismo. Tantas palabras pomposas y tanta palabrería tan impropia de mí me producían arcadas. Siempre había sido muy natural, incluido en la aristocracia parisina, pero, ahora la situación requería ser un buen actor. Papel a interpretar: hombre estúpido atrapado por los encantos de un vampiro, que se comporta de manera similar a un primate en celo. Le habría metido cianuro en el desayuno a ese personaje mío si existiera en la vida real, pues odiaba las palabras que salían de mi boca. Pero como me gustaba tanto mi boca como el resto de mis rasgos faciales, y además, me gustaban en sus sitio, continué parloteando, a la manera más parisina y estúpida que conocía.

-Si me permite ...-. Cogí suavemente la mano de la mujer y la besé. Y, aunque sí, seguía interpretando a mi personaje, esta acción era una de las mejores que se podía ejecutar en mi posición. El tacto de su mano era frío, sí, pero, ami parecer, no lo suficiente como para indicar que era una muerta en vida. ¿Sería humana de verdad?
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Mensaje por Cocó A. Cavendish Lun Abr 01, 2013 2:56 pm

Unas simples palabras bastaron para un rápido psicoanálisis de aquel joven. Si algo había aprendido Cocó de su experiencia con los hombres era a interpretar pequeños gestos y a evaluar a las personas sin necesidad de intercambiar demasiadas palabras con ellas. Esto era de gran ayuda a la hora de escoger un suculento cliente y rechazar un mal partido. En un mundo en el que la apariencia lo es todo, los detalles, los insignificantes gestos y los impulsos que escapan del control del individuo decían más de las personas que las propias palabras. Se trataba de buscar las mentiras, los secretos ocultos y, sobre todo, las debilidades de la presa. A veces, incluso los gestos forzados y extremadamente ensayados dejaban a la vista lo que trataban de ocultar y Cocó era toda una experta en descubrir los secretos que la gente trataba de esconder para poder en caso de necesitarlo usarlos a su favor. Las mentiras esconden las debilidades, tan solo la gente sincera oculta su punto débil.

Estaba claro que la joven se encontraba ante un caballero, un joven apuesto que era consciente de su propio atractivo y que sabía como utilizarlo a su favor. Un hombre de finos modales que no parecía dudar las cosas dos veces. Escondiendo parcialmente el gesto de sus labios tras el abanico, Cocó examinaba de arriba a abajo a aquel hombre oculta tras una falsa modestia. Sonrió levemente, en una mezcla de picardía y timidez y plegó el abanico permitiendo a aquel joven besar su mano. Su acento inglés delataba que se encontraba lejos de casa y ella sabría como usarlo a su favor.-Por supuesto.-sonrió denuedo.-Digamos que la noche es mi acompañante. Ella siempre está ahí, me acompaña a todas partes, me sigue a la cama y jamás me falla.- respondió en inglés dejando adornar sus palabras con el más acaramelado acento francés. Cocó había pasado dos años en Inglaterra buscando a su padre y por tanto dominaba la lengua a la perfección, es por eso que había sido capaz de detectar el acento del joven. Una ha de saber comunicarse si quiere llegar lejos en los burdeles de Londres. No obstante, sabía el efecto del exotismo francés y como su lengua materna obligaba a sus labios a curvarse en forma de manera sensual, como lanzando promesas al aire. Cocó era una artista de la seducción.

Tomó al hombre por el brazo y prosiguió caminando junto a él por la calle. Lo cierto es que le resultaba bastante divertido fingir que se trataba de una joven distinguida y con modales por una vez. Además, la presa parecía haber adoptado el rol de cazador lo cual hacía mas interesante el juego. El cazador cazado. Mientras caminaba se abanicaba lentamente al compás de sus pasos.- Y dígame, Sir...-dejó una leve pausa esperando que el apuesto caballero mencionase su apellido.- ¿Qué le trae por París?- preguntó clavando la mirada en los oscuros ojos de él. En el juego del abanico todo era estrategia. Una mujer en Londres le enseñó como utilizarlo a su favor. Trucos como ladear la cabeza de forma que al mirar debas hacerlo por encima de tus pestañas hacen que la mirada parezca más femenina o que el abanico puede ser de lo más practico para mostrar lo que uno quiere mostrar y ocultar lo que el otro más ansía ver. Todo era un juego de luces y sombras. El deseo reside donde habita el secreto, sin misterio no hay pasión.


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Mensaje por Booker D. Collinwood Mar Abr 02, 2013 3:19 pm

No tardé demasiado tiempo en darme cuenta de la verdad que andaba buscando. Aquella chica, sin ningún tipo de duda, no era la vampira que estaba buscando. Ni siquiera era de la raza vampírica. La despampanante mujer que tenía ante mí era igual o más humana, si cabe, de lo que yo lo era. ¿Y cómo llegué tan rápido a aquella conclusión, algo drástica, considerando que había perdido mi posición para comprobar si ella era mi presa? Muy sencillo. La muchacha, después de recibir el beso que la ofrecí en su mano, y de ofrecerme palabras amables a la par que interesantes, me cogió del brazo. Y, comprobé como la temperatura de su cuerpo era completamente normal. Si fuera una vampiresa, en ese mismo momento estaría tocando hielo, cristal, o el mármol más frío imaginable. Pero no. Esa chica tenía una temperatura corporal normal y corriente. “Apúntate otro fallo” me dije a mí mismo.

En ese momento, no supe realmente lo que hacer. Lo más obvio y rápido hubiera sido ofrecer una disculpa a la muchacha, darme media vuelta e irme de allí, puesto que sabía que, con ella, no hacía más que perder el tiempo, mientras estaba de “caza”. Eso sería muy fácil. ¿Pero sería capaz de desperdiciar una oportunidad así?

Me había dado cuenta de muchos rasgos suyos que primeramente había pasado por alto después de determinar que la chica era completamente vulgar. Mi ojo había tenido que aprender a mirar los rasgos detrás de las palabras y las apariencias más obvias. Normalmente, era con mi analítica y mi visión con la que localizaba, identificaba y planeaba un posible ataque a mis presas. Era un cazador de presas muy especiales, y tenía la suficiente experiencia como para no permitirme cometer error alguno. Por eso, por debajo de lo que la chica quería transmitir, yo podía descubrir lo que verdaderamente era. Vestía como una rica niña victoriana, pero tanto su actitud como su postura natural me revelaban que pertenecía a una clase mucho más baja. ¿Media, quizá? Eso no podía determinarlo con esa actitud. También destacaba su belleza extrema, su expresión facial y sus movimientos. Era una pícara por naturaleza, y parecía como si quisiese provocarme con cada agesto, cada mirada, cada detalle que escondía detrás de aquel abanico del que tanto abusaba, creyendo que controlaba la situación. Lo cual me decía que cabía la posibilidad de que fuera cortesana o meretriz. Lo que estaba claro es que no era quien aparentaba ser.

Pero, sabiendo que fingía, ¿qué haría? Como ya he dicho, sería muy poco interesante abandonar la escena. Sería desaprovechar una oportunidad, y la vida, últimamente, me brindaba pocas. Por eso decidí seguirla el juego. Desconocía completamente sus intenciones, por lo que sería bastante interesante descubrir hasta donde quería llegar. ¿Qué quería de mí? Sabía que antes de acercarme a ella, la chica ya tenía la vista puesta en mí, por lo que estaba casi seguro de que sus acciones eran premeditadas.

La miré a los ojos, y después de dejar un muy corto lapso de tiempo entre sus palabras, decidí responder. Su acento inglés se me antojaba bastante forzado, como si una rama parisina intentara salir al exterior mientras la muchacha, aun desconocida ante mí en cuanto a nombre, intentaba usar un inglés demasiado técnico y perfecto para mi gusto, como si hubiera estudiado cada dialecto y cada fonema para provocar un dominio técnico extremo. Obviamente, el inglés no era su lengua materna, y muy posiblemente esta fuera el francés.
-Creo que se equivoca al suponer que estoy de paso, madame –respondí, ante su pregunta. Jugar al niño rico era demasiado fácil para mí, pues, en mi mente y en la de todos los que me rodeaban, lo era. El pobre niño de Boston llevaba escondido demasiado tiempo. –Llevo viviendo en esta maravillosa ciudad durante cinco largos años, casi podría considerarme parisino ya. ¿Y usted? Domina el inglés, una lengua no muy común en estas calles. ¿Debo suponer que este precioso rostro viene de campos ingleses, señorita… -?dejé una pausa, y cogí una suave e indetectable bocanada de aire –aún no conozco su nombre. Yo soy Booker Collinwood, y es un placer acompañarla esta noche, aunque no esté a la altura de ser su acompañante, madame


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