AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Acercamientos Movedizos - Simone Somerhalder
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Acercamientos Movedizos - Simone Somerhalder
Era la oportunidad imperfectamente perfecta para que vuestro camino empedrado terminara derrumbándose junto a mi confuso sendero. Esas facciones propias de vuestro rostro compartirían el mismo espacio común de esta faz puntiaguda y serena por una jugarreta del azar que haría cruzar a cazadora y licántropo. ¿Podéis imaginaros algo más risible que eso? No, no podríais; hace tiempo que perdisteis el sentido del humor y no tendríais por qué conservarlo después de tantos despojos. Aquella vez en que nos topamos por vez primera, mi mente era honestamente ignorante de todos los aspectos de vuestra historia que os hacían tan pesimista como una viuda en la recta final de sus años; aun así, vuestros ojos endurecidos decían más que vuestra boca despiadadamente discreta y, por ende, supuse que no habrías pasado vuestra existencia sentada en las faldas de papá o coqueteando con los mejores postores de la ciudad.
El puerto se movía rápido bajo los pies de los marineros y comerciantes negociando el precio de las mercancías y productos del mar, haciendo pensar a personas restringidas como vos que no debía haber exponente alguno de la placidez en medio de tanto ajetreo. No obstante, allí estaba yo con mi cuerpo relajado por la brisa marina, esperando junto a un par de buenos hombres de mi guardia por el arribo de mi última adquisición: Unas gruesas y fuertes cadenas de las que ni Sansón podría librarse. Por supuesto, no había olvidado salir vistiendo el antifaz que me había acompañado desde mi quinto año como licántropo, porque usar dicha prenda —como debisteis haber sospechado en su minuto— significaba una protección adicional al anonimato de mi condición. Así ni siquiera vos os imaginarías que el Duque del Sacro Imperio Romano Germánico había comprado dichas cadenas para apresarse a sí mismo durante las noches de luna llena, debido a la licantropía cuya juventud ocultaba tras esa máscara.
Mi pedido bajaba en una caja por medio de una polea manejada por un puñado de trabajadores del puerto cuando oí una daga rodar por el piso hasta llegar a mis pies. ¡Oh, si hubiera sabido que era lo mínimo que podría encontrar dentro de vuestro arsenal, me hubiera guardado dicha arma dentro del abrigo en vez de entregárosla! Sin embargo, cuando os vi con ese caminar firme y tosco buscando el objeto en falta, sólo conseguí ponerme alerta ante cualquier jugada vuestra. ¿Por qué? Porque resultaba difícil pensar que una fémina de energía tan rígida y elevada como la vuestra se limitara a tener una vida normal, con casa, marido e hijos. No, mis instintos —mitad humanos y mitad bestiales— decían más que eso, aunque lamentablemente no podría deciros que logré —en esa ocasión— identificar exactamente qué querían decirme.
Me acerqué a vos en desmedro de enfocarme en verificar que mi encargo se encontrara en buenas condiciones. Explicaros qué me llevó a personalmente devolveros vuestra preciada herramienta es algo complejo para mí, pero si debo hacer una aproximación, os diría que me gobernó una inquietante curiosidad de captar de cerca la médula de una moza que arrojaba por la borda las implicancias de su género. Era más, era como si vos no fuerais un género, sino un oficio —sin desmedro de vuestra gallardía mujeril—.
—Me convertiría en un bruto desconsiderado si dejara que una dama como vos caminarais sola sin protección —os dije al mismo tiempo que alargaba mi mano con la daga para que la aprehendierais— Creo, mademoiselle, que este tesoro es vuestro.
Qué majadero y mentecato de mi parte suponer que tendríais armas bajo la ropa en caso de ser atacada, cuando lo que hacíais era precisamente atacar a todos los de condición igual o similar como la mía. Y es que… ¿cómo imaginar que bajo vuestra capa había todo un arsenal en vez de corsés y fajas? Gracias a vos, aprendería a ser más suspicaz a la hora de toparme con cualquiera persona.
El puerto se movía rápido bajo los pies de los marineros y comerciantes negociando el precio de las mercancías y productos del mar, haciendo pensar a personas restringidas como vos que no debía haber exponente alguno de la placidez en medio de tanto ajetreo. No obstante, allí estaba yo con mi cuerpo relajado por la brisa marina, esperando junto a un par de buenos hombres de mi guardia por el arribo de mi última adquisición: Unas gruesas y fuertes cadenas de las que ni Sansón podría librarse. Por supuesto, no había olvidado salir vistiendo el antifaz que me había acompañado desde mi quinto año como licántropo, porque usar dicha prenda —como debisteis haber sospechado en su minuto— significaba una protección adicional al anonimato de mi condición. Así ni siquiera vos os imaginarías que el Duque del Sacro Imperio Romano Germánico había comprado dichas cadenas para apresarse a sí mismo durante las noches de luna llena, debido a la licantropía cuya juventud ocultaba tras esa máscara.
Mi pedido bajaba en una caja por medio de una polea manejada por un puñado de trabajadores del puerto cuando oí una daga rodar por el piso hasta llegar a mis pies. ¡Oh, si hubiera sabido que era lo mínimo que podría encontrar dentro de vuestro arsenal, me hubiera guardado dicha arma dentro del abrigo en vez de entregárosla! Sin embargo, cuando os vi con ese caminar firme y tosco buscando el objeto en falta, sólo conseguí ponerme alerta ante cualquier jugada vuestra. ¿Por qué? Porque resultaba difícil pensar que una fémina de energía tan rígida y elevada como la vuestra se limitara a tener una vida normal, con casa, marido e hijos. No, mis instintos —mitad humanos y mitad bestiales— decían más que eso, aunque lamentablemente no podría deciros que logré —en esa ocasión— identificar exactamente qué querían decirme.
Me acerqué a vos en desmedro de enfocarme en verificar que mi encargo se encontrara en buenas condiciones. Explicaros qué me llevó a personalmente devolveros vuestra preciada herramienta es algo complejo para mí, pero si debo hacer una aproximación, os diría que me gobernó una inquietante curiosidad de captar de cerca la médula de una moza que arrojaba por la borda las implicancias de su género. Era más, era como si vos no fuerais un género, sino un oficio —sin desmedro de vuestra gallardía mujeril—.
—Me convertiría en un bruto desconsiderado si dejara que una dama como vos caminarais sola sin protección —os dije al mismo tiempo que alargaba mi mano con la daga para que la aprehendierais— Creo, mademoiselle, que este tesoro es vuestro.
Qué majadero y mentecato de mi parte suponer que tendríais armas bajo la ropa en caso de ser atacada, cuando lo que hacíais era precisamente atacar a todos los de condición igual o similar como la mía. Y es que… ¿cómo imaginar que bajo vuestra capa había todo un arsenal en vez de corsés y fajas? Gracias a vos, aprendería a ser más suspicaz a la hora de toparme con cualquiera persona.
Valentino de Visconti- Licántropo Clase Alta
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Re: Acercamientos Movedizos - Simone Somerhalder
Ni aún permaneciendo sentado junto al fuego de su hogar, puede el hombre escapar a la sentencia de su destino.
¨Esquilo¨
¨Esquilo¨
La brisa marina me golpeaba en la cara trayendo con ella la salina del mar , la cual podía degustar en sus labios y el olor del puerto…Digamos que no era muy agradable este, sin embrago tenía que ir allí aquella mañana, el sol estaba resplandeciente, sin duda era una hermosa tarde, pero estaba segura que aunque el astro rey brillara con mas incandescencia este no podría iluminar el recóndito laberinto en el cual mi alma se encontraba perdida, sumergida en las eternas sombras del pasado que ella misma se encargaba materializar en su psiquis, viviéndolos cada día, como si de repetir la misma canción se tratase
Los barcos que habían arribado la noche anterior se encontraban anclados en desorden, no era un paisaje muy agradable para ver, o contemplar la puesta del sol, últimamente estaban arribando muchos más con inmigrantes que víveres o objetos mercantiles…no estaba tan al tanto de la situación de otros países, pero no me podría imaginar que estuvieran peor que Francia, ella había acabado de salir de una revolución y destitución de la monarquía, y hasta donde se veía venir amenazaban con un segundo golpe pero esta vez de un grupo que quería recuperar el poder que los ¨liberales¨ les había arrebatado, no podía entender como Francia le cabía tanto desdichado…quizás era la razón por la cual parís estaba infestado de esos malditos vampiros, lo desgraciados sabían que aquí podrían darse un gran festín, pues aunque mataran a cientos , otros miles aparecerían-negué con la cabeza- de esa forma seria imposible exterminar a esa plaga...
Avance por el lugar en busca de jean Pierre, había sido mi proveedor de armas hace varios años, los suficientes que ya, a pesar de mi corta vida le había visitado tantas veces que no podía recordar, estaba al tanto de las nuevas novedades, e incluso me sabia mi lista de elementos usuales a comprar. Le busque con la mirada, el idiota no estaba en su puesto usual, siempre cambiaba, pues la guardia estaba tras él, ese era siempre el maldito problema con estos traficantes!, por suerte puede ver a su ayudante, el me había avisado de cuando arribaría el barco al puerto, para que pidiera ir antes y escoger las armas, al caminar las personas me miraban raro...Especialmente aquellas finolis que se escandalizaban por que una mujer caminaba sola por aquel lugar rodeado de hombres, sola y en pantalones ¨una marimacha¨ me decían, pero a mí me valía un soberano pepino, sonreí al recordar la ultima vez que un cura bajo del barco y me vio:
-Sois una bruja!!- dijo señalándome y mostrándome la biblia mientras los fieles peregrinos se persignaban-Merecéis la hoguera!
De verdad fue muy gracioso ver sus rostros horrorizados…en lo personal n soy muy religiosa, peo estoy segura que Dios no estaría de acuerdo con esa discriminación, o bueno quien sabe, Desde hacía mucho no elevaba una inútil plegaria… me acerque al apestoso hombre…por Dios, estos marinos…daban tanto asco, que no conocían las funciones de agua aunque Vivian sobre ella? Daba igual.
-Bonjour André...-dije tocándole el hombro al ver que estaba distraído- Necesito hablar con Pierre, debo ver la nueva mercancía y llevar lo de siempre… tu sabes.- mire hacia ambos lados a la expectativa de un guarda, lo que menos necesitaba era que me arrestarán a mi proveedor.
-Madame Simone! – me miro de arriaba abajo con aquel gesto despectivo que tanto me molesta, como si viera un pedazo de carne, pero que esperar’ era un hombre…-el Jefe está en la bodega por favor sígame...- lo seguí hasta el aquel lugar, ya había estado allí antes .Al cabo de dos horas y después de una larga y aburrida charla con aquel hombre mientras escogía mis armas, mande delante al fiel ayudante del traficante y me dedique a dar un vuelta por el pueblo. Sabía que este no se pasaría de listo, ya que me conocía muy bien, incluso su jefe una vez se llevo un buen susto conmigo por querer verme la cara…ya el sol había bajado un poco, pronto vendría el atardecer, esta vez le esperaría, algunos buques ya había salido y había suficiente espacio, de nuevo las miradas de algunos se posaron sobre mi y los murmullos no se hicieron esperar. Ha…música para mis oídos, cuando no les escuchaba me sentía intranquila. Saque mi daga, la preferida, la más liviana, con la cual remataba en un trabajo, y empecé a juguetear con ella, cuando de pronto, distraída quizás por el sonido del mar y la suavidad del viento, di un pequeño traspié y la solté, está a su vez fue pateada por alguien y se desplazo un poco más no sabía en realidad donde había quedado, le buscaba casi desesperada, hasta que le vi a él, con paso sereno y seguro entre aquella gente que iba y venia...parecía no tocar a nadie , sin embargo estaba celosa de las manos que acariciaban mi preciada daga templaría…enarque la ceja ante las palabras del hombre. Que no la había visto? Daba el aspecto siquiera de alguien indefenso que busca compañía?. Extendió su mano y adecuada mente me regreso mi preciada Daga.
-Le agradezco…-dije en un tono serio y frio mientras estiraba mi mano para recibirla,mas sin embargo no pude evitar ladear el rostro para responder a sus primeras palabras-Pero, déjeme preguntar, usted cree que tengo el aspecto de alguien indefensa que necesite ser protegída?- le mire con interés, la mayoría por el solo hecho de observar mi antipática mirada, mi actitud lo piensan dos veces antes de acercarse y ofrecerme ayuda, a menos claro que quisieran algo. Cuál sería su intención? Mi atención se desvió hacia la gran caja que habían descargado y unos hombres muy cerca había destapado. Un silbido escapo de mis labios- Valla…quien sabe que bestia traerán como para que necesiten una cadenas así…-las mire algo asombrada ,el grosor era impresionante- Como haría para cargarlas?
Los barcos que habían arribado la noche anterior se encontraban anclados en desorden, no era un paisaje muy agradable para ver, o contemplar la puesta del sol, últimamente estaban arribando muchos más con inmigrantes que víveres o objetos mercantiles…no estaba tan al tanto de la situación de otros países, pero no me podría imaginar que estuvieran peor que Francia, ella había acabado de salir de una revolución y destitución de la monarquía, y hasta donde se veía venir amenazaban con un segundo golpe pero esta vez de un grupo que quería recuperar el poder que los ¨liberales¨ les había arrebatado, no podía entender como Francia le cabía tanto desdichado…quizás era la razón por la cual parís estaba infestado de esos malditos vampiros, lo desgraciados sabían que aquí podrían darse un gran festín, pues aunque mataran a cientos , otros miles aparecerían-negué con la cabeza- de esa forma seria imposible exterminar a esa plaga...
Avance por el lugar en busca de jean Pierre, había sido mi proveedor de armas hace varios años, los suficientes que ya, a pesar de mi corta vida le había visitado tantas veces que no podía recordar, estaba al tanto de las nuevas novedades, e incluso me sabia mi lista de elementos usuales a comprar. Le busque con la mirada, el idiota no estaba en su puesto usual, siempre cambiaba, pues la guardia estaba tras él, ese era siempre el maldito problema con estos traficantes!, por suerte puede ver a su ayudante, el me había avisado de cuando arribaría el barco al puerto, para que pidiera ir antes y escoger las armas, al caminar las personas me miraban raro...Especialmente aquellas finolis que se escandalizaban por que una mujer caminaba sola por aquel lugar rodeado de hombres, sola y en pantalones ¨una marimacha¨ me decían, pero a mí me valía un soberano pepino, sonreí al recordar la ultima vez que un cura bajo del barco y me vio:
-Sois una bruja!!- dijo señalándome y mostrándome la biblia mientras los fieles peregrinos se persignaban-Merecéis la hoguera!
De verdad fue muy gracioso ver sus rostros horrorizados…en lo personal n soy muy religiosa, peo estoy segura que Dios no estaría de acuerdo con esa discriminación, o bueno quien sabe, Desde hacía mucho no elevaba una inútil plegaria… me acerque al apestoso hombre…por Dios, estos marinos…daban tanto asco, que no conocían las funciones de agua aunque Vivian sobre ella? Daba igual.
-Bonjour André...-dije tocándole el hombro al ver que estaba distraído- Necesito hablar con Pierre, debo ver la nueva mercancía y llevar lo de siempre… tu sabes.- mire hacia ambos lados a la expectativa de un guarda, lo que menos necesitaba era que me arrestarán a mi proveedor.
-Madame Simone! – me miro de arriaba abajo con aquel gesto despectivo que tanto me molesta, como si viera un pedazo de carne, pero que esperar’ era un hombre…-el Jefe está en la bodega por favor sígame...- lo seguí hasta el aquel lugar, ya había estado allí antes .Al cabo de dos horas y después de una larga y aburrida charla con aquel hombre mientras escogía mis armas, mande delante al fiel ayudante del traficante y me dedique a dar un vuelta por el pueblo. Sabía que este no se pasaría de listo, ya que me conocía muy bien, incluso su jefe una vez se llevo un buen susto conmigo por querer verme la cara…ya el sol había bajado un poco, pronto vendría el atardecer, esta vez le esperaría, algunos buques ya había salido y había suficiente espacio, de nuevo las miradas de algunos se posaron sobre mi y los murmullos no se hicieron esperar. Ha…música para mis oídos, cuando no les escuchaba me sentía intranquila. Saque mi daga, la preferida, la más liviana, con la cual remataba en un trabajo, y empecé a juguetear con ella, cuando de pronto, distraída quizás por el sonido del mar y la suavidad del viento, di un pequeño traspié y la solté, está a su vez fue pateada por alguien y se desplazo un poco más no sabía en realidad donde había quedado, le buscaba casi desesperada, hasta que le vi a él, con paso sereno y seguro entre aquella gente que iba y venia...parecía no tocar a nadie , sin embargo estaba celosa de las manos que acariciaban mi preciada daga templaría…enarque la ceja ante las palabras del hombre. Que no la había visto? Daba el aspecto siquiera de alguien indefenso que busca compañía?. Extendió su mano y adecuada mente me regreso mi preciada Daga.
-Le agradezco…-dije en un tono serio y frio mientras estiraba mi mano para recibirla,mas sin embargo no pude evitar ladear el rostro para responder a sus primeras palabras-Pero, déjeme preguntar, usted cree que tengo el aspecto de alguien indefensa que necesite ser protegída?- le mire con interés, la mayoría por el solo hecho de observar mi antipática mirada, mi actitud lo piensan dos veces antes de acercarse y ofrecerme ayuda, a menos claro que quisieran algo. Cuál sería su intención? Mi atención se desvió hacia la gran caja que habían descargado y unos hombres muy cerca había destapado. Un silbido escapo de mis labios- Valla…quien sabe que bestia traerán como para que necesiten una cadenas así…-las mire algo asombrada ,el grosor era impresionante- Como haría para cargarlas?
Simone Somerhalder- Cazador Clase Media
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Re: Acercamientos Movedizos - Simone Somerhalder
De cierta forma me esperaba una respuesta tan pocamente sumisa como aquella que me disteis. Solamente con ver vuestros ojos fieros a lo lejos —ni falta hacía observar vuestra vestimenta y forma de caminar— podía deducirse que no dejaríais una hoja moverse en vuestro territorio sin que lo supierais. ¿Indefensa quién? Vos jamás, a menos que nos ubicásemos en otra vida, en otras historias. Por poco me sonreí cuando me hablasteis con esas palabras políticamente correctas, pero tono abrumadoramente desafiante, porque mi teoría iba siendo correcta. Evitabais hacer contacto visual directo conmigo desviando la mirada con dureza, al igual que una criatura altiva y orgullosa de la madre naturaleza, específicamente un puma celoso de sus montes. Cualquier otra figura se hubiera ofendido con vuestra falta de humildad, pero al percibir vuestra aura más de cerca ya sabía a quién me enfrentaba anímicamente hablando. ¿Pensáis que los caballeros no suelen acercarse a las mujeres rebeldes? Tenéis razón, pero vuestra merced comprenderá que ellos no pensarían lo mismo si tuvieran una bestia desalmada esperando latente dentro de ellos, así como yo.
Y por la misma razón sabía que no os contentarías con una respuesta convencional. Cierto era que me habían enseñado desde pequeño distintos idiomas, pero ninguno me serviría con vos. Tendría que hablaros desde el instinto que se encontraba ardiendo reprimido en mi pecho.
—Si me permitís introducir el concepto, indefenso es quien carece de medios de defensa —os miré de pies a cabeza con mis ojos rodeados de mi amigo antifaz antes de sonreíros de lado. No sólo abanicabais vuestra daga a la defensiva, sino que además resultabais temeraria al usar pantalones en pleno puerto— Vuestra merced no sólo cuenta con el armamento de un guerrero, sino también con el ímpetu centinela. Hacéis que me pregunte cuál de las dos cosas os convierten en una fortaleza insultante.
¿Exageraba en decir que dabais la imagen de una forteleza insultante? Para nada. Hombres y mujeres volteaban a vernos carcomidos por la maliciosa curiosidad que los empujaba a desviar su mirada del camino que recorrían para enfocarse en nosotros. Debéis reconocer —aunque creo que no está dentro de vuestros planes— que conformábamos una imagen irrepetible en medio del puerto con una mujer subversiva vestida con pantalones hablando con un individuo real enmascarado acompañado de su guardia. Era para al menos preguntarse qué estaba ocurriendo, ¿verdad? Algo me dice que los más descolocados en esa ocasión fueron los inspectores, quienes ni se atrevieron a molestaros por vuestra controvertida prenda por miedo a recibir represalias de la corona —aunque de mí no supieran ni mi apellido— como les había ocurrido con anterioridad.
Y yo, pues… me contentaba con hundirme en vuestros ojos fulminantes, esos que no buscaban más que relejar a la dama orgullosa que erais y es que resultaba interesante ver pequeños detalles que dejaban ver la feminidad que os habíais esmerado en disimular para dar una percepción de brío y potencia. Una muestra de aquello fue vuestra indagación hacia mi más reciente entrega. Aquella vez podría jurar que vuestras irises centellaban por el don de la indagación que poseía toda fémina —independiente de ocupación o casta—, pero fue porque a pesar de intuir gracias a mis habilidades lupinas vuestra férrea personalidad, aquello no era un pasaje directo a conocer vuestra ocupación. Una cazadora como vuestra merced hablando tranquilamente con un licántropo encubierto como yo, preguntándome de mi encomienda. Era como jugar al mundo real, sólo que el mundo real era una mentira.
—Oh… esa bagatela —me referí a las importantes cadenas como si fueran tonterías sin valor, aun cuando significaran mi refugio y cárcel y la integridad de las otras personas en las noches de luna llena. Como algo personal no lo toméis; llevo años desviando atenciones que no hagan sospechar ni a amigos ni a enemigos— Me he tomado la libertad de acordar con los marinos un intercambio; un grupo de ellos se encargará del flete y a cambio obtendrán la suma de francos acordada. Es un trabajo difícil de imaginar, ¿no creéis, mademoiselle? Al igual que para ellos es complicado explicarse lo que es dirigir una región; aun así, todos nos hacemos expertos en las materias que nos destinó nuestro nacimiento.
El aire marino se había encargado de que pensara en voz alta, compartiendo casi involuntariamente con vos algunos pensamientos. Solía dejar mis momentos reflexivos en los jardines botánicos de las ciudades que visitaba o en mi palacio, solo en mi habitación, pero vuestra manera de ser tan poco convencional ayudaba a que hablara más cosas que no necesariamente encajaban dentro de las oraciones propias de una corte, colmadas de protocolos y de fórmulas sociales. No obstante, debía contener a mi siempre discreta lengua para no revelaros nada comprometedor y la mejora manera era hablando. ¿Os suena absurdo? No lo es siempre y cuando el tema sea uno distinto al de mi vida personal, porque toda giraba en torno a aquello que vos, menos que nadie, debíais saber.
Carraspeé mi garganta con sutileza. A pesar de que vuestra postura a la defensiva os hacía querer saber más de mí para saber a qué ateneros por si acaso, mis intintos también hacían su trabajo, volviéndome un preguntón suavizado. ¿Cómo no serlo con una mujer tan inusual como vuestra merced?
—Perdonad mi descortesía, mademoiselle. Soy Valentino de Visconti, Duque del Sacro Imperio Romano Germánico. Encantado de conoceros —incliné mi cabeza hacia vos sin llamar demasiado la atención. Imaginaba que no os agradaría llenaros de público— ¿Me permitís el honor de saber vuestro nombre y el motivo que os ha traído a estos puertos de tan variados concurrentes?
Y aquel Duque no tenía cómo sospechar que de todos los grupos y sectores sociales que llegaban a la orilla del mar, vos pertenecierais al de los cazadores. Debía haber sido la baja presión del océano, seguramente, la que me impedía tener la malicia necesaria como para adivinar aquello que os movía a ser y actuar como lo hacíais.
Y por la misma razón sabía que no os contentarías con una respuesta convencional. Cierto era que me habían enseñado desde pequeño distintos idiomas, pero ninguno me serviría con vos. Tendría que hablaros desde el instinto que se encontraba ardiendo reprimido en mi pecho.
—Si me permitís introducir el concepto, indefenso es quien carece de medios de defensa —os miré de pies a cabeza con mis ojos rodeados de mi amigo antifaz antes de sonreíros de lado. No sólo abanicabais vuestra daga a la defensiva, sino que además resultabais temeraria al usar pantalones en pleno puerto— Vuestra merced no sólo cuenta con el armamento de un guerrero, sino también con el ímpetu centinela. Hacéis que me pregunte cuál de las dos cosas os convierten en una fortaleza insultante.
¿Exageraba en decir que dabais la imagen de una forteleza insultante? Para nada. Hombres y mujeres volteaban a vernos carcomidos por la maliciosa curiosidad que los empujaba a desviar su mirada del camino que recorrían para enfocarse en nosotros. Debéis reconocer —aunque creo que no está dentro de vuestros planes— que conformábamos una imagen irrepetible en medio del puerto con una mujer subversiva vestida con pantalones hablando con un individuo real enmascarado acompañado de su guardia. Era para al menos preguntarse qué estaba ocurriendo, ¿verdad? Algo me dice que los más descolocados en esa ocasión fueron los inspectores, quienes ni se atrevieron a molestaros por vuestra controvertida prenda por miedo a recibir represalias de la corona —aunque de mí no supieran ni mi apellido— como les había ocurrido con anterioridad.
Y yo, pues… me contentaba con hundirme en vuestros ojos fulminantes, esos que no buscaban más que relejar a la dama orgullosa que erais y es que resultaba interesante ver pequeños detalles que dejaban ver la feminidad que os habíais esmerado en disimular para dar una percepción de brío y potencia. Una muestra de aquello fue vuestra indagación hacia mi más reciente entrega. Aquella vez podría jurar que vuestras irises centellaban por el don de la indagación que poseía toda fémina —independiente de ocupación o casta—, pero fue porque a pesar de intuir gracias a mis habilidades lupinas vuestra férrea personalidad, aquello no era un pasaje directo a conocer vuestra ocupación. Una cazadora como vuestra merced hablando tranquilamente con un licántropo encubierto como yo, preguntándome de mi encomienda. Era como jugar al mundo real, sólo que el mundo real era una mentira.
—Oh… esa bagatela —me referí a las importantes cadenas como si fueran tonterías sin valor, aun cuando significaran mi refugio y cárcel y la integridad de las otras personas en las noches de luna llena. Como algo personal no lo toméis; llevo años desviando atenciones que no hagan sospechar ni a amigos ni a enemigos— Me he tomado la libertad de acordar con los marinos un intercambio; un grupo de ellos se encargará del flete y a cambio obtendrán la suma de francos acordada. Es un trabajo difícil de imaginar, ¿no creéis, mademoiselle? Al igual que para ellos es complicado explicarse lo que es dirigir una región; aun así, todos nos hacemos expertos en las materias que nos destinó nuestro nacimiento.
El aire marino se había encargado de que pensara en voz alta, compartiendo casi involuntariamente con vos algunos pensamientos. Solía dejar mis momentos reflexivos en los jardines botánicos de las ciudades que visitaba o en mi palacio, solo en mi habitación, pero vuestra manera de ser tan poco convencional ayudaba a que hablara más cosas que no necesariamente encajaban dentro de las oraciones propias de una corte, colmadas de protocolos y de fórmulas sociales. No obstante, debía contener a mi siempre discreta lengua para no revelaros nada comprometedor y la mejora manera era hablando. ¿Os suena absurdo? No lo es siempre y cuando el tema sea uno distinto al de mi vida personal, porque toda giraba en torno a aquello que vos, menos que nadie, debíais saber.
Carraspeé mi garganta con sutileza. A pesar de que vuestra postura a la defensiva os hacía querer saber más de mí para saber a qué ateneros por si acaso, mis intintos también hacían su trabajo, volviéndome un preguntón suavizado. ¿Cómo no serlo con una mujer tan inusual como vuestra merced?
—Perdonad mi descortesía, mademoiselle. Soy Valentino de Visconti, Duque del Sacro Imperio Romano Germánico. Encantado de conoceros —incliné mi cabeza hacia vos sin llamar demasiado la atención. Imaginaba que no os agradaría llenaros de público— ¿Me permitís el honor de saber vuestro nombre y el motivo que os ha traído a estos puertos de tan variados concurrentes?
Y aquel Duque no tenía cómo sospechar que de todos los grupos y sectores sociales que llegaban a la orilla del mar, vos pertenecierais al de los cazadores. Debía haber sido la baja presión del océano, seguramente, la que me impedía tener la malicia necesaria como para adivinar aquello que os movía a ser y actuar como lo hacíais.
Valentino de Visconti- Licántropo Clase Alta
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