Amelia Østergård

Amelia Mary Østergård

15 de Septiembre

Heterosexual

32 años

Londres, Inglaterra

Humana

Clase alta

Inglesa

Amelia siempre ha sido la imagen misma de una bella dama inglesa, con un rostro que expresa finura con pequeñas sonrisas. Sin embargo, detrás de esa apariencia frágil y delicada, esconde mucha fortaleza física, la cual le permite disfrutar de actividades poco femeninas, aunque en su juventud esto no era posible. Su piel es pálida y delgada, siendo así muy fácil para ella sufrir heridas superficiales.

Muestra el cuerpo de una mujer sana, con el cabello color chocolate espeso y bien cuidado. Sus ojos son del mismo color que éste. Es bastante alta, teniendo 170 centímetros de altura. Recientemente su piel se ha vuelto incluso más pálida, y suele tener ojeras bajo los ojos. A pesar sigue siendo muy expresiva.

Antes de que su vida diese un giro de 180°, Amelia era una muchacha soñadora, dulce y caritativa. Entre la multitud de señoritas que rondaban los grandes salones de baile en las temporadas londinenses, Amelia era, posiblemente, la única que encontraba mayor placer en bailar una y otra vez, sin considerar un posible matrimonio. Era inocente, y defendía esa inocencia a base de palabras amables pero evasivas; sus sentimientos hacia la mayoría de los hombres eran siempre referentes a la cortesía y amistad, y es posible que, de nunca haber conocido a Demian, quien sería su marido unos años después, ella hubiese permanecido eternamente soltera. Era el tipo de mujer que evitaba las discusiones y los enfrentamientos innecesarios, cosa que le traía problemas cada dos por tres, pues no sabía defender su posición. Debido a la forma en que fue criada, hablar sobre sus verdaderos sentimientos o mostrar algún indicio de molestia le parecía imposible.

Más adelante, sin embargo, cuando conoció a Demian, su capacidad para expresar sus verdaderas emociones mejoró notablemente, llegando a dar su punto de vista sin miedo a ser reprimida. Por otro lado, conservó su espíritu noble y maternal, teniendo una adoración por su hija Imogen. Con ella, no dudaba en ser amorosa, comprensiva, tolerante y severa, casi como la madre ejemplar. Con su esposo, sin embargo, se mostraba de una manera más abierta, con grandes destellos de humor ingenioso y largas conversaciones; estas eran, desde las más triviales hasta las más pólemicas.

En efecto, Amelia mejoró su personalidad durante los años que tuvo a su adorada familia, enamorada de la vida y de todo lo que pudiese tocar. Sin embargo, después de que presenciara de manera accidental la transformación de Damien a hombre lobo, su mente se trastornó por completo.

A expensas de lo que su esposo creía, Amelia ya tenía ciertas tendencias maníacas, como desordenes compulsivos que mantenía en secreto, o fobias que la horrorizaban cada día. Temía a los grandes tumultos de gente, razón por la que se volvía rígida en cada fiesta o cena importante. Limpiaba obsesivamente la plata y el oro, desde sus joyas hasta la vajilla de la cocina; miraba dentro de cada zapato antes de meter el pie, temiendo que algún bicho repulsivo pudiese haberlo cogido de madriguera. Amelia, bajo un velo de perfección femenina de la época, era una verdadera trastornada.

Cuando presenció súbitamente la transformación de Damien, la mujer perdió la razón. No hacía falta demasiado para hacer explotar la bomba de tiempo que tenía en su cabeza, y sin duda alguna, aquello fue algo más que la gota que derramó el vaso. Nada más observar el cuerpo de su amado esposo, retorcerse y transformarse en una bestia salvaje y sanguinaria, su mente procesó el suceso a una velocidad vertiginosa. En su delirio, todas las ideas paranoicas que la venían acongojando pusieron a prueba su cordura, y para desgracia de la pobre, la paranoia ganó el duelo.

A partir de este hecho, su consciencia quedó reducida al conocimiento de las palabras, en inglés y francés, y unas pocas actividades como leer y tejer. Se volvió reservada, pasando días enteros sin mencionar una palabra, y así mismo, cuando la desesperación y el terror de ser abandonada (aunque nunca recuerda por quien) la vuelven violenta. Actualmente su personalidad se reduce a entablar conversaciones triviales, aunque en sus momentos de mayor lucidez, vuelve a reír y bromear sobre cosas que aparentemente nadie entiende.

Amelia nació en una grande pero modesta casa de Londres, cerca de la calle Fleet Street, donde el cabeza de familia (Es decir, Arthur, el padre de Amelia) solía llevar a su esposa e hijos a pasear. En su infancia y adolescencia, desde su nacimiento hasta los veinte años, vivió en Londres, adiestrada por su madre Molly para ser una señorita de sociedad. Amelia nunca rechazó la idea porque, en realidad, no conocía nada diferente. En su juventud dedicaba su tiempo en actividades femeninas que, según su madre, era el único medio de entretenimiento adecuado para una dama; estos eran en su mayoría relacionados con el cuidado del hogar, el aprendizaje de etiqueta, modales, idiomas (inglés, francés y alemán), bordado y cocina. No pasó mucho tiempo para que la pequeña comenzara a crear tics nerviosos y problemas de inseguridad. Según Molly, aquello era un simple intento de llamar la atención y, por ende, molestarla.

Amelia aprendió rápidamente que para vivir una vida placida y tranquila, era necesario mantener siempre contentos a los demás, de manera que nunca se quejaba cuando su madre le ajustaba muy fuerte el corsé, o cuando su padre maldecía enfrente de ella, o cuando sus hermanos mayores se fugaban a mitad de la noche y luego volvían ahogados en alcohol. Era la muchacha más complaciente de todas, que incluso en la escuela resultaba un blanco fácil para las otras chicas. Constantemente terminaba haciendo los deberes de sus compañeras; cuando su tiempo se veía tan reducido por estas "actividades extra", debía discernir de sus propias relaciones personales, tal como eran amigos cercanos o primos con quienes se llevaba muy bien. Los años pasaron y cuando tuvo edad para su primera temporada social, Amelia se dio cuenta de la horrorosa verdad, y es que estaba sola.

Todos sus miedos e inseguridades se volcaron sobre ella cuando la temporada acabó, y ningún caballero pareció interesado en ella. Muy a pesar de lo decepcionada que se sentía, pues creía que estaba defraudando la confianza que sus padres habían puesto sobre ella, se sintió ligeramente aliviada de no tener que casarse con ninguno de aquellos hombres que había conocido. Amelia era soñadora y un tanto ingenua, segura de que quería casarse por amor y no por otra razón. Antes de que su segunda temporada en Londres diera inicio, cuando se acercaba también su cumpleaños número veinte, Arthur Huddersfield le anunció muy fríamente que se irían a Francia, por unos negocios que le obligaban a marchar. La idea abrió la curiosidad en Agnes, pero pronto, cuando se encontraron viviendo en París, aquella curiosidad se volvió terror.

Francia era muy diferente a Inglaterra, donde todos solían ser serios y reservados. En París, especialmente, no faltaban nunca los besos en las mejillas, los apretones de manos prolongados y los abrazos mucho menos formales. Había más gente y más cercanía. Al principio, esa peculiaridad parisina hizo entrar en pánico a la muchacha, pero entonces conoció a Damien, y el miedo se convirtió en encanto. Veía en él la seguridad que solo se podía tener en un hombre tan leal.

Cuando se casó con él, su personalidad cambió bastante, si bien conservaba algunos desordenes compulsivos que prefería guardar en secreto. Pensaba con mucha seguridad que todos esos problemas desaparecerían en cualquier momento, pues su dicha aumentó cuando tuvo a la pequeña Imogen. Quizás por el enorme parecido que guardaban ambas féminas, Amelia e Imogen siempre tuvieron un vinculo importante. Amelia era la confidente de la niña, y en raras ocasiones, viceversa.

Unos años después, cuando todo parecía en calma y armonía, Amelia presenció, aterrorizada, la transformación de su caluroso esposo en una bestia. Aunque no sufrió daño alguno en el proceso (o al menos no heridas físicas), su mente se desplomó por completo y sufrió una locura incurable desde entonces. Casi no se dio cuenta de lo que sucedía, lo que ocurría luego de que todo volviera a la normalidad... para todos, menos para ella. Deliraba y hablaba sin sentido, a veces sintiéndose tan agobiada que rompía objetos muy valiosos. Sin saber el por qué, fue llevabada de un lado a otro por su esposo, a clínicas y sanatorios mentales, donde la respuesta era siempre la misma: no había esperanzas. Ella había perdido cualquier oportunidad de vivir la vida normal y tranquila que siempre deseó, y en lo profundo de su alma, se resignó a permanecer presa en aquella prisión que Demian había hecho para ella.

- Amelia no ha dejado atrás su viejo hábito de mirar dentro de los zapatos, incluso de los ajenos, en busca de bichos.
- Pasa la mayor parte del tiempo leyendo o, cuando está más lucida, escribiendo cartas a Demian, si bien ella no recuerda lo que sucedió en ese momento.
- Antes de que quedara trastornada y encerrada, Amelia tenía un gran talento para tocar el violín, y es una de las cosas que más extraña a veces.
- Siempre ha deseado nadar en el río o conocer el mar.
- La noche que conoció a Demian fue en un baile de disfraces.