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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Nigel Quartermane Sáb Abr 27, 2013 1:05 am

La sinceridad siempre nos llevará a odiarnos un poco.
—Mario Benedetti.



Nigel tuvo que esperar todo el día para poder salir a la calle, contener su rabia dentro de esas cuatro paredes que temblaron de tan grande que esta era. Durante las largas horas que permaneció cautivo, se dedicó a destruir todo lo que encontró a su paso. Lanzó al piso innumerables figurillas que fungían como adorno de la elegante casa, cuadros y esculturas traídas de lejanas tierras, y, no conforme con ello, insultó y maltrató a la servidumbre, mucho más de lo que ellos ya estaban acostumbrados. Los empleados, que estaban cansados, pero sobre todo asustados por el cada vez más voluble y agresivo comportamiento de su patrón, terminaron por abandonar la casa y lo dejaron solo. Nigel bramó de angustia, tuvo deseos de incendiar la residencia entera y quemar con ella cada cosa que le recordara a su esposa, porque sí, ella era la causante de que el Conde se encontrara tan afectado, era ella y su incomprensible relación con Pierrot, su hermano gemelo, la que lo tenía al borde de la locura. Nigel no podía entender cómo su propia esposa podía haberle hecho, se negaba a aceptar tal traición, olvidándose por completo de las muchas que él le había hecho a ella, y que, por supuesto, jamás se atrevería a comparar, en parte porque no le convenía, y porque la sociedad dictaba que el hombre podía haber lo que le placiera, mientras que la mujer debía tener una conducta intachable y abnegada. Se sentía humillado. Creía que suficiente había tenido que soportar con las habladurías de la gente, a partir de su decisión de desposar a una prostituta, como para que ahora ella hubiera decidido verle la cara con ese insolente que tenía su mismo rostro y que ahora gritaba a los cuatro vientos que era un Quartermane. Estaba convencido de que sería el hazme reír de todos, que no habría persona que le perdonara una burla, y era demasiado su orgullo como para permitirle tal ofensa. Claire se había pasado de la raya, y el ser su esposa no la exentaría de su ira.

Cuando la luz del sol comenzó a extinguirse, Nigel salió de la mansión como alma que lleva el diablo. Se encaminó hasta el sitio donde las criadas le habían asegurado que iría al caer la tarde, y la encontró en el parque de diversiones en compañía de su hijo. Ella sostenía a León entre sus brazos, mientras que otro hombre, completamente desconocido para él, la sostenía a ella, ayudándole a subir a una de las atracciones de la feria. Nigel sintió que la sangre le hervía al ver cómo ese atrevido la tocaba. El contacto físico era inocente y desinteresado pero, para Nigel, que siempre había sido un ser posesivo y egoísta, especialmente con su esposa, era el peor de los insultos. Con grandes pasos, que terminaron convirtiéndose en gigantescas y feroces zancadas, se dirigió hasta ellos para defender lo que era suyo.

¡Nadie toca a mi mujer, maldito imbécil! —le exigió con un vozarrón que logró atraer las miradas de los allí presentes.

Nigel tomó al hombre de los hombros y, pasando totalmente por alto la gran fuerza que ahora poseía, lo lanzó hombre varios metros atrás, logrando que este quedara inconciente cuando fue a estrellarse contra una barda. No le importó saber si vivía o estaba muerto, todo lo que podía sentir era una incontenible furia que amenazaba con consumirlo por completo si no la externaba en ese mismo instante. Se abalanzó entonces contra su esposa y a trompicones la obligó a bajar del juego en el que estaba.

¡Eres una maldita ramera! —le gritó con todas las fuerzas que su pecho era capaz de proveerle—, creí que el matrimonio te enseñaría a mantener las piernas cerradas, pero ya me he dado cuenta de que la estupidez de llevarte al altar, aún estando en contra de la absurda iglesia, ha sido en vano —la jaloneó como si se tratara de una auténtica callejera, hasta que logró tenerla junto a él.

Las mujeres que observaban no podían creer que un hombre se atreviera a hablarle de ese modo a su propia mujer, a acusarla de adulterio exponiéndola de ese modo. Por supuesto, el objetivo de Nigel no era el de hacer una escena frente a todos, eso no era más que la consecuencia de no haber podido contener su rabia para tratarlo en privado. La tomó de los hombros y la obligó a mirarlo a los ojos. El niño, de apenas un año de edad, comenzó a llorar desconsolado, aterrorizado por los bruscos movimientos a los que su propio padre sometía a su madre, y los gritos que se hacían cada vez más audibles e insoportables.

¿Creías que no iba a enterarme que estás revolcándote con mi propio hermano? ¿Qué clase de juego es este, Claire? ¿Querías saber que se siente follarte a un tipo igual que yo? ¡No eres más que una puta disfrazada de dama! ¡Maldita la hora en la que entré a ese burdel, maldita la hora en la que decidí hacerte mi esposa! —le recriminó, una y otra vez, sin compasión alguna, y sin detenerse a pensar que podía llegar a herir sus sentimientos con semejantes insultos. A Nigel no le importó saber que quizá estaba exagerando, que tal vez era un error pensar que Claire había tenido algo que ver con Pierrot; todo lo que podían ver sus coléricos ojos azules, que por ese instante parecieron curiosamente más oscuros y profundos, era a una mujerzuela sucia y descarada, a la puta que había conocido un par de años atrás, de la que ahora renegaba.


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Mensaje por Claire Quartermane Lun Mayo 06, 2013 1:07 am

Y yo vuelvo a fumar, mientras las cosas se ponen a escuchar lo que no hablamos.
— Jaime Sabines.


El balbuceo de León es incomprensible, son palabras sueltas que ni siquiera están formadas del todo. Claire intenta sonreír para que el niño piense que lo está escuchando pero su atención está puesta en todo lo demás. Los pasos que da se van haciendo cada vez más lentos, esto es la crónica de una muerte anunciada. Su propia muerte. — Shhh… shhh… — intenta callarlo para que su dolor de cabeza disminuya, pero el pequeño continúa abriendo y cerrando la boca, a ratos suelta grititos de emoción cuando algo se mueve por primera vez o en el momento en que alguno de los juegos genera cualquier ruido. Las dos horas que lleva deambulando pasan tan rápido que comienza a creer que esta vez el destino quiere jugarle en contra. Está advertida, los empleados se lo dijeron, incluso él se lo dijo y fue por esa razón que decidió salir de casa mucho antes del anochecer y creer que con eso lograría mantener a raya la furia que desató con sus malas elecciones. Nigel está enojado, furioso probablemente, pero hasta el momento no ha tenido el valor de enfrentarlo y una parte inocente de ella llega a creer que si están en un lugar público no se atreverá a hacer un escándalo.

Tantos años después y aún cree en cuentos de hadas. Tonta es una palabra que queda pequeña para ella, la elección de serlo es un apelativo mucho mejor.

Su hijo se remueve inquieto, Claire barre con la mirada el lugar hasta decidir el juego en el que podrán subirse y además ambos disfrutarlo. Pero su intención se interrumpe ante un vendaval que no es capaz de controlar. Apenas escucha los gritos cuando nota como el hombre que segundos antes le ayudaba a subir ahora desaparece de su vista y termina arrumbado como si fuera un bote de basura. Su primera reacción es dirigirse a él y asegurarse que esté al menos vivo pero algo, mejor dicho alguien, comienza a tirar de ella hasta casi causarle daño. Sus ojos se abren desmesuradamente ante el primer improperio, no le molesta del todo que la llame de ese modo, pero si le enfurece que no sea capaz de darse cuenta que tienen a su hijo entre ellos y que además el tono de su voz logra que el niño comience a llorar aumentado el drama a todo lo que sucede.

— ¿Ya terminaste? ¿O aún te queda por gritarme? Anda Nigel, aún faltan habitantes de Paris que escuchen todo esto… desahógate querido, no te guardes nada más, al parecer hace mucho pensabas esto pero no habías tenido la oportunidad de decirlo… — Las palabras tiemblan levemente, el corazón le arde con fuerza en el centro del pecho pero su orgullo infantil le impide unirse al llanto de León y derramar las lágrimas que tiene apretadas en la garganta. No hay novedad en lo que él acaba de decirle, todo eso e incluso cosas peores las imaginó en el tiempo en que estuvo lejos. ¿Acaso no cree que ella fue la primera en pensar que él se había dado cuenta del error de ese matrimonio y había decidido escapar? ¡Ingenuo sería entonces al creer algo así! Nigel y Claire son dos ciegos dándose tumbos contra una pared que ellos mismos han construido.

El estómago se le contrae y sigue escuchándolo, ahora en silencio, permitiendo que hable, hable y hable hasta que suelta la última de las exclamaciones. Siente frío, más frío del que alguna vez pudo sentir en pleno invierno con el cuerpo apenas cubierto en las noches de trabajo en el burdel, pero todo esto no tiene que ver con el clima o la falta del sol. Son los ojos de Nigel lo que la congelan, es él quien le quita el calor y la deja paralizada, muda, por minutos eternos en que no sabe si volver a intentar callar a ese niño que está en sus brazos o dar media vuelta y comenzar a correr para alejarse lo más posible del monstruo que tiene al frente.

No hay evidencia alguna de que esté bromeando, las palabras no fueron seguidas por risas ni por un abrazo fugaz que le devuelva la respiración contenida hasta alcanzar el dolor. Todo le duele, cada músculo e incluso los labios que se mantienen sellados. Sólo se mueve una de sus manos y llega hasta la cabeza de León para acunarlo, necesita protegerlo de ese hombre que desconoce.

— Ojalá él fijara sus ojos en mí y pudiéramos revolcarnos, ojalá pudiera follármelo cada vez que quisiera, ojalá pudiera volver a ser una puta… — la respuesta natural aparece con voz firme, no necesita gritar para que él la escuche y se aprovecha de aquello, sólo le basta mirarlo a los ojos para insertar en sus oídos el sonido agudo de sus lamentos. — ¿Crees que no deseo que sea él con quien me casé? ¿Crees que no me gustaría que fuera el padre de mis hijos? ¿Crees que no me gustaría que León pudiera salir durante el día con él como debería poder hacerlo contigo? ¡Claro que deseo todo eso! ¡A cada puto instante lo deseo! — el grito es desesperado, ya no puede controlar más el hervor que calienta su sangre y le colorea las mejillas. — Nadie te obligó a arrastrarte hasta mi cama y rogarme para que sea tu esposa, nadie nunca te pidió que me metieras en tu casa e intentaras transformarme en algo que no soy… nunca he sido una maldita dama y bien sabías eso cuando me follabas en cada rincón que encontrabas… —

Claire vuelve a mirarlo pero la mueca de aversión de su rostro es ahora demasiado evidente. El peso de tanto acumulado le cierra los ojos un instante y permite que respire profundo antes de poder pronunciar lo siguiente. — No se quien mierda te crees que eres Nigel… porque si piensas que por ser mi esposo vas a controlar lo que hago, estás equivocado… — más mentiras que causan en ella una risa nerviosa que le resta seriedad a sus palabras — Mejor vete al burdel que tanto te encanta y búscate otra puta que te aguante estas escenas… ¿Crees que no se que eres tú quien se revuelca con cuanta mujer encuentra? A ellas si puedes tocarlas ¿verdad? Ellas si son dignas de que el maravilloso conde Quartermane les meta… — un chillido horrorizado la detiene, una mujer que parecía atenta a sus palabras ahora murmulla a otra a su lado. Claire recién nota que no están solos y que aunque sería mejor tratar eso en casa, ya es tarde. El tema ya está sobre la mesa.


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Mensaje por Nigel Quartermane Mar Ene 21, 2014 9:50 pm

Las palabras de Claire sólo lograron hacerlo sentir aún más furioso, para él no eran más que intentos desesperados para lograr salir invicta de las acusaciones que se le imputaban. Ella era culpable y nada ni nadie, ni siquiera ella con sus estúpidos reclamos que no venían al caso, podrían hacerlo cambiar de opinión.  Ya no se dejaría envolver con sus artimañas de mujerzuela trepadora, los mismos que estaba seguro había utilizado para enamorarlo y orillarlo a haberla hecho su mujer, situación de la que realmente se arrepentía en esos instantes. Durante todo ese tiempo Claire había disfrutado de toda clase de lujos que Nigel le había proveído; la había malcriado dándole todo a manos llenas, había confiado en ella y en el supuesto amor que decía tenerle, era un golpe duro saber que ahora le traicionaba. Podría haber soportado que lo engañara con cualquier otro, pero no con Pierrot, eso era un golpe bajo, una humillación; era como hubiera pasado de ser su aliada a su enemiga. Su orgullo de macho estaba herido, destrozado.

Le impidió seguir hablando cuando se acercó a ella y le propinó una bofetada. Nunca antes le había pegado, ni siquiera se había atrevido a alzarle la mano en señal de querer hacerlo, pero esta vez ella se lo había ganado. No tenía ningún derecho a decirle en la cara lo mucho que deseaba que Pierrot ocupara su lugar en todos los sentidos posibles. Si antes había odiado a su hermano, ahora lo aborrecía con el alma, deseaba su muerte. Mientras pensaba en la manera de castigar a Claire y deshacerse de su hermano, se dio cuenta de que no había medido su fuerza y le había roto la boca. De la comisura de los labios de Claire escurría un hilo color carmín que le llegaba hasta la barbilla.

Por supuesto que voy a hacerlo –contestó desafiante a la mujer que se le revelaba—. Soy tu marido y tengo derecho sobre ti. Me perteneces. Y no me vengas con sermones puritanos que no te quedan. Hombres y mujeres somos distintos; puedo hacer lo que me plazca y nunca dejaré de ser lo que soy, un caballero, un aristócrata, pero tú, una puta que tuvo la oportunidad de enmendarse y convertirse en una dama, elegiste seguir siendo una ramera, porque eso es lo que siempre has sido, todo el mundo lo sabe, saben de dónde te saqué, tendrías que estar agradecida por la vida que te he dado porque ni en un millón de años hubieras podido conseguir la cuarta parte de lo que tienes. Lo que has hecho es una bofetada a mi dignidad, a estas alturas seguramente todo París hierve con el chisme. Me he convertido en el payaso de ustedes dos.

Ganas de abofetearla una vez más no le faltaron, lo habría hecho diez veces de ser posible, pero se contuvo, únicamente porque finalmente parecía haber comprendido —quizá un poco tarde, puesto que ya habían dado un gran espectáculo— que un parque de diversiones no era el lugar indicado para ello, no si realmente quería impedir que crecieran las habladurías en torno a su familia, si es que aún podía llamársele de ese modo. Se acercó a la mujer y le arrebató al niño de un jalón que no le costó el más mínimo esfuerzo. León lloró con más fuerza que antes haciendo evidente que no sentía el menor placer en los brazos del que se decía su padre pero que había estado con él tan solo la mitad de su corta vida.

No intentes nada porque sabes de sobra que no podrás contra mí, que no tienes una mínima oportunidad —amenazó al ver en sus ojos la intención de luchar por el niño—. Te lo advertí y preferiste ignorarme y hacer tu santa voluntad, preferiste a tu amante por encima de tu hijo.

La miró de arriba a abajo por última vez y con un gesto de desprecio le hizo saber el asco que le daban sus acciones. Ignoró al niño que seguía llorando e intentando zafarse de sus brazos para volver a los de su madre. En esos momentos, Nigel se encontraba tan herido y molesto que le hubiera gustado que León tuviera la edad suficiente para enterarse de la porquería que era su madre de su propia voz, algo que hubiera sido egoísta de su parte, pero no era para nada extraño ese tipo de actitudes en él, en las que se dejaba llevar por los celos y la rabia sin importar las consecuencias.

Iremos a casa y arreglaremos esto de una vez por todas —le ordenó como si se tratara de una criada cualquiera, dándose media vuelta para empezar a caminar rumbo a la siempre polémica residencia de los Quartermane.

¿Qué esperas para moverte? —preguntó cuando se dio cuenta de que ella no había obedecido—. Irás conmigo a donde yo diga, ahora, ¿o acaso quieres que te lleve a la fuerza arrastrándote por toda la ciudad? ¿Quieres ves como sí soy capaz? —amenazó siendo más convincente que la vez anterior.

Lo cierto es que las palabras de Nigel no eran simples advertencias para asustarla o vengarse de lo que había hecho, cada una de las palabras que decía eran ciertas y sólo bastaba una mínima provocación más para cumplirlas

Durante todo el trayecto hacia la mansión no se habló y, cuando llegaron a ella, Nigel llamó a una de las sirvientas para encargarle a León y darle órdenes precisas. La mujer lo miró atónita cuando éste le dijo que por ningún motivo Claire podía acercársele y que cualquiera que lo permitiera sería despedido, sin embargo, asintió ante los deseos de su patrón y se alejó dispuesta a cumplirlos. A Claire la tomó del brazo y la arrastró hasta la habitación matrimonial. Una vez adentro, cerró con llave y se dispuso a concluir el asunto que tenían pendiente.

Escúchame bien porque no pienso repetirlo —comenzó a decir con la misma voz fría de antes—. En esta casa se hace lo que yo digo. De ahora en adelante tienes prohibido salir sola; no hablarás si yo no te doy permiso. En cuanto a León, yo seré quien decida cuándo y dónde puedes estar cerca de él y durante cuánto tiempo. ¿Entendiste? Ya basta de todas esas libertades de las que has gozado. Y no me mires así —advirtió al identificar la indignación en el rostro de su esposa—, así es como lo has querido. ¿Quieres seguir siendo una ramera? Perfecto, desde este momento dejas de ser mi esposa y vuelves a ser mi puta, como antes, como te encanta. Así es como te trataré, como la mujerzuela barata que eres.

Conforme hablaba, Nigel se despojó del saco y la camisa que llevaba puestos y comenzó a desabrochar el cinturón que llevaba alrededor de la cintura, luego desabrochó el botón del pantalón y bajó la cremallera dejando a la vista su ropa interior y el bulto que formaban sus genitales.

Desnúdate —exigió a Claire y con ello dejó claro que cumpliría sus promesas.


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Mensaje por Claire Quartermane Jue Ene 30, 2014 11:05 pm

“Siempre que hablo contigo acabo muriéndome más, un poco más” – Frida Khalo

Poco después de cumplir 17 años se subió por primera vez al escenario de ese burdel donde ya llevaba casi 12 meses trabajando, tenía los ojos de muchos hombres fijos en ella y aquello era molesto, un poco incómodo para alguien que recién comenzaba a lidiar con su cuerpo desarrollado y a conocer qué es lo que podía conseguir con él. En cambio dentro de la habitación se sentía segura y protegida, ahí era ella quien tenía el poder de la situación y también el control para poder manejarlo de la mejor manera posible, pero una vez fuera se sentía como un pequeño animal en una gran selva repleta de depredadores. Las instrucciones habían sido claras y le indicaron que cuando la música comenzara a sonar ella tendría que comenzar a moverse, le habían enseñado el baile y que por sobre todo debía mantener siempre una sonrisa radiante. Ese último punto era el que más le costaba, fingir alegría cuando todo lo que deseaba era estar junto a la ventana fumando hasta que la noche se fuera y llegara ese ansiado tiempo de dormir. El piano arrojaba una melodía suave y casi triste, su deber era desplazarse por el lugar y seducir con aquel ritmo a los clientes que la miraban como si de un bistec jugoso se tratara.

Claire estaba evidentemente asqueada y aquello no era capaz de disimularlo por mucho que lo intentase, por lo que en sus expresiones podía verse su evidente desgano y también que cada uno de los presentes le importaba un reverendo rábano. Alcanzó una esquina y se sentó en el regazo de un viejo regordete que por su pinta llena de lujos era sin dudas el que más dinero tenía de todos los asistentes. Parte de su “entrenamiento” como prostituta era saber reconocer cuando alguien era realmente rico o cuando sólo lo aparentaba. El señor sonreía con las mejillas coloradas y estiraba sus manos para intentar obtener lo más de ella, su actuación continuaba mientras muy sutilmente intentaba que aquel hombre no la tocara. Parecía imposible, pero el ritmo del piano cambió y le sirvió para ponerse de pie y seguir danzando. Ahora las muecas de su rostro eran confundidas con deseo y todo eso, en vez de jugar en su contra, terminó finalmente añadiéndole una leve cuota de misterio a su presentación. El final fue inesperado y cuando todos rompieron en aplausos una figura distante y de pie se quedó con los brazos cruzados como si lo que hubiese visto no fuera de su agrado. Nada podría molestarla más que sentirse derrotada, y el hecho de que una persona, aunque fuera ese jovenzuelo con la sonrisa burlona tatuada en los labios, no se derritiera por ella, era lo suficiente para pensar que había fracasado. Bajando del escenario se acercó a él y lo miró de frente, directo a los ojos y sin esconder la molestia, estiró una de sus manos y se presentó tal como hacen los hombres. —Mi nombre es Claire Delacroix y quiero saber el suyo antes de que subamos juntos esa escalera… —dijo con una claridad sorprendente para alguien con ese nivel de enfado. Era primera vez que lo veía y estaba, en ese entonces, segura de que no querría volver a verlo. El muchacho, dueño de una voz grave que se colaba hasta su parte más íntima, luego de responderle soltó una suave risa que se sentía como una provocación. Nigel Quartermane era su nombre, "maldito Nigel" lo llamó ella en su mente.

Aquella noche hace tantos años vestía también por primera vez el conjunto carmesí que el dueño del burdel había encargado para ella y ahora, casi 7 años después, líquido del mismo color caía por su garganta y se deslizaba hasta manchar ese vestido que él había comprado para ella. Cuando soltó sus palabras tenía la intención de dañarlo, de despertar en él algo de la humanidad dormida que sabe está presente, esperaba que comprendiera que se siente sola, que no tiene a quien más recurrir que no sea a él y que en todos esos meses en los que estuvo lejos se hundió en un pozo de mierda del que aún no sale aunque quiera aparentar que así es. Muy pocas veces ha hablado con Pierrot, sólo en un par de ocasiones en que el gemelo de su esposo fue a la casa durante el día y pasaron la tarde bebiendo té en la terraza y hablando por sobre todo de León, ya que más información sobre Nigel o su familia no podía darle. A diferencia del hombre que ahora la había golpeado, Pierrot era muy bueno escuchando, se sentía casi como volver a estar con su gemela y fue ese tipo de sentimientos el que despertó en ella, uno de fraternidad y un cariño que nace también de comprender como se siente. Pero es evidente que no puede intentar explicarle algo a Nigel, las únicas veces en que lo vio de ese modo la fuente de su enfado era alguien más pero nunca ella, jamás le había levantado la mano y aunque se lo hubiesen anticipado no habría podido creerlo. Claire aún pensaba que ambos sentían el mismo tipo de amor y que ese amor nunca se mezclaría con la violencia.

Lo escuchó en silencio, sintió como puñales que se clavaban no sólo en su corazón sino también en su lado más racional las órdenes que él daba. Ahí, en un parque de diversiones la relegaba a la categoría que tenían las empleadas del hogar, le arrebató al niño de los brazos y sólo por instinto dio un paso adelante para intentar recuperarlo. Un intento que fue rápidamente cortado con otra sarta de insultos, esta vez a su dignidad. Los ojos de Claire ahora le escocían, se sentía como en esos meses de soledad en que aún era capaz de llorar pero contenía las lágrimas. Estaba paralizada, sumida en un shock intenso que tenía de fondo más frases que no comprendía y que se reforzaban con jalones que la obligaron a moverse. Caminaba más como lo puede hacer un muerto viviente que una persona consciente de sus actos. ¿Qué significaba esto? ¿Su matrimonio había terminado o tendría que mantenerlo sólo para poder estar cerca de su hijo? El dolor en el centro de su pecho creció hasta que no fue capaz de mantenerlo en su lugar y comenzó también a dolerle la cabeza de un modo en que jamás lo había hecho. Deseaba cerrar los ojos y encerrarse en una habitación oscura, pero fue llevaba hasta el lecho matrimonial donde lejos de sentirse bienvenida fue más como entrar en una cárcel.

Al mirarlo intentaba encontrar en él una fibra que le indicara donde podría aferrarse, pero era un barco a la deriva y Nigel quien la dejaba sin botes salvavidas. Nuevamente obedeció y se quitó la ropa hasta estar completamente desnuda, se sentía sucia y fuera de lugar, poseedora de un cuerpo del que no estaba orgullosa, demasiados huesos a la vista y el rostro surcado por las lágrimas silenciosas que salieron de todos modos. Si él quería poseerla ahí mismo se lo permitiría, ¿qué más podría perder? Sólo aquellos que poseen algo tienen miedo de que se los arrebaten. Lo miró enojada, indignada a más no poder, no le molestaba no poder salir pero eran las limitaciones en cuanto a su hijo se trataba lo que disparó la rabia que por tanto tuvo contenida —¿Vas a violarme? ¿De eso se trata ahora? —su voz no fue tan firme como quería, Claire habla con algo de un miedo que nunca tuvo. —Puedo abrirme de piernas para ti porque soy tu ramera si eso quieres, puedo ser nuevamente una puta a la que tengas que pagarle por sexo si es lo que tanto deseas y lo que tanto has buscado en otro lado… puedo hacer eso pero jamás… escúchame bien Nigel porque nunca volveré a repetirlo… dentro de esta habitación puedo ser la prostituta que sacaste del burdel pero ahí afuera soy la madre de León y ni tú ni nadie me va a quitar eso y te juro que si intentas hacerlo o limitar el contacto que tenga con él nos iremos, lo haré a plena luz del día para que no puedas salir… ¿no pensaste en eso cuando decidiste, a solas, convertirte en el monstruo que eres ahora? ¿No, verdad? Todo lo que pensabas era en ser poderoso y conseguir más mujeres que se rindieran a tus pies para que tu ego no pueda decaer… aunque culpar a tu nueva condición por como eres es bastante ingenuo de mi parte… —cuando alza la barbilla siente más la diferencia de altura y también la distancia infinita entre ellos.

Claire está desnuda y prefiere estarlo, se quita también ahora las joyas que él le regaló pero deja en su lugar el anillo de matrimonio porque simplemente no puede aceptar que todo ha acabado. —Alguna vez creí que siempre te amaría, que el amor sería incondicional y que nada ni nadie podría mermarlo porque era algo más fuerte que todo lo que he conocido pero estaba equivocada… te amo pero amo más a mi hijo y eso no deberías olvidarlo… —con un leve temblor levanta una mano y la pone en el pecho desnudo y frío de Nigel —no me interesa sentir esto por alguien más… no quiero a alguien más porque hasta dudo que te quiera a ti… —al bajar los dedos sigue temiendo que él pueda volver a golpearla por lo que da un paso atrás y desde ahí continúa hablando, —creo que te amo Nigel pero sé que también te odio y ahora está en tus manos decidir cuál de esas dos cosas será mayor… si la condición para seguir junto a mi hijo es soportar que vuelvas a golpearme y tomarme como si fuera tu puta, entonces lo acepto… pero no volveré a amarte —miente como último recurso, está desesperada y todo lo que queda es que comience a rogar, que suplique para que las cosas vuelvan a ser como antes. Lo haría de no ser porque aún mantiene una esperanza, la secreta esperanza de que pueda leer en sus ojos esa verdad que no es capaz de decir.


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Mensaje por Nigel Quartermane Lun Mar 17, 2014 11:03 pm

«Maldita seas, Claire. Aún tienes la capacidad de herirme» —pensó con amargura.

La escuchó, cada una de sus palabras, y sintió que su odio crecía dentro de él como un gran cáncer que amenazaba con destruirlo. Odió que su condición de vampiro no fuera capaz de hacerlo inmune a esa clase de sentimientos, a todos, de ser posible. Su corazón, aunque muerto, seguía doliendo como si aún palpitara. La odiaba, pero también la amaba. En ese instante, sentía que su relación con ella era algo en verdad enfermizo. No se había sentido de ese modo desde aquellos años en los que, muy confundido, se debatió internamente, en un intento de descifrar el sentimiento que lo unía a Claire Delacroix, la prostituta de aquel viejo burdel, a la que meses después desposó en medio de chismes y habladurías. Nuevamente se cuestionó. ¿Seguía siendo amor? ¿Había sido realmente amor todo ese tiempo, o una maldita fantasía? Todo lo que sabía era que dolía, y mucho. No se trataba solamente de su orgullo de macho que estaba destrozado, era algo más, mucho más adentro; algo todavía más profundo, algo que amenazaba con herirlo de por vida, algo que lo dejaría marcado.

La miró, sin entender por qué sus palabras eran como una estaca en su corazón. No quería hacerlo, porque cada vez que sus ojos fríos, de mirada profunda y seductora, se posaban sobre su bella imagen, sentía que algo en él se suavizaba. La necesitaba, eso también podía sentirlo. El poder que Claire ejercía sobre él era innegable e indescriptible. Así había sido siempre, de lo contrario jamás la habría hecho su esposa. Incluso en situaciones tan penosas como esa ocurría. Su cuerpo entero clamaba por ella, allí, desnuda y expuesta ante sus ojos, pero él lucho. Estaba decidido a no ceder. No le perdonaría su traición. Siempre había odiado la sola idea de imaginarla en los brazos de otro, y seguramente de haber sido otro su amante su reacción habría sido muy parecida, pero, ¿Pierrot, su jodido hermano gemelo, al que aborrecía por el solo hecho de existir y respirar? Eso era imperdonable.

Cállate –ordenó, porque no deseaba seguir escuchando sus injurias. Su rostro se congeló, tan frío como su voz—. ¿Has escuchado lo que acabo de decir? Dije que no hablarías sin mi consentimiento. Quiero que te calles, que no digas una palabra más. No quiero escucharte porque ha dejado de importarme lo que sea que tengas para decir. Tus palabras ya no significan nada para mí, no tienen valor, están vacías, y si crees que voy a doblegarme por el solo hecho de decirme que me amas… —hizo una considerable pausa—, estás equivocada. Y guárdate tus amenazas. No puedes contra mí, Claire. Quizá no sea capaz de hacer ciertas cosas, pero tengo quien las haga en mi nombre. Ahora, si has terminado, mueve esas piernas y ponte contra la pared. Rápido, muévete —volvió a ordenar, esta vez como si se tratase de un exigente cliente y ella la prostituta a la que se follaría. Al ver que ésta no obedecía, se le acercó y la tomó bruscamente del brazo. La arrastró hasta el sitio que él había indicado. Allí, le dio la vuelta y la estampó contra la pared, haciéndole daño. La aprisionó con su cuerpo también desnudo y tomó sus manos, alzándolas más allá de su cabeza, colocándolas también contra la pared y sujetándolas con fuerza, impidiendo así que no se moviera o intentara algo. Todo le resultaba demasiado sencillo desde que se había convertido en un vampiro, maniobrar a un humano era casi como jugar a las muñecas; eran débiles y frágiles, muy frágiles. Tampoco tuvo que esforzarse para encontrar espacio entre sus piernas, con las rodillas logró separarlas y abrirse camino. Pero no la penetró. Ni siquiera tuvo una erección, porque no se lo permitió. Todo lo que hizo fue restregar su cuerpo contra el de Claire, y jugar… jugar con ella, con sus emociones de mujer y de esposa.

Dices que me odias, que soy un monstruo, pero aún puedo sentir cómo tu cuerpo tiembla al sentirme cerca —susurró en su oído con su voz ronca y glaciar—. No voy a violarte porque tú no vas a resistirte, porque estás excitada… Quieres que te folle, duro, contra la pared; quieres sentir mi respiración en tu oído, escucharme jadear y gemir como un degenerado; sentir mi pecho contra tu espalda, sentir cómo me vengo dentro de ti… Eso es lo que quieres, Claire. Admítelo. Estarías dispuesta a olvidar esa bofetada en el parque de diversiones, mis amenazas y cualquier cosa que haya dicho sobre ti esta noche a cambio de ello. Es así como te demuestro que sigues siendo una puta —en la última frase, bajó la voz, como si se tratase de un secreto y no quisiera que alguien pudiera escuchar, lo cual era una clara burla, una ironía, puesto que era muy dudoso que en París y sus alrededores no existiera una sola persona que no estuviera enterada del pasado de Claire. Todos sabían que, antes de convertirse en la señora Quartermane, esposa del duque de Francia, Claire Delacroix había sido su puta, y que la había sacado de un burdel. Había sido un escándalo… lo seguía siendo.

Se separó de ella soltándola con brusquedad.

¿De verdad creíste que iba a hacerlo? —preguntó con un tono mordaz e irónico, casi burlón—. Créeme, es lo último que haría. Ya no me apetece hacerte el amor. Siento asco —fue casi como escupirle en la cara, lo más ofensivo que Nigel había dicho y hecho a Claire en todos los años que tenían de conocerse.

Se alejó, tomó su ropa del piso y de la cama, y comenzó a vestirse. No importaba cuánto se esforzara por parecer indiferente, en el fondo, su corazón seguía doliendo.


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Mensaje por Claire Quartermane Dom Mar 23, 2014 12:46 pm

Si yo fuera tu asesino, conmigo nunca tendría clemencia,
y me condenaría a muerte, que es condenarme a tu ausencia.


Nunca antes, en sus 23 años de vida, sintió tanto frío como lo está sintiendo ahora. Los dientes le castañetean, cada músculo se congela en su lugar sin ser aquello una metáfora; y su mirada, su mirada cada vez más borrosa por las lágrimas, la engaña mostrando una imagen que no corresponde con la realidad. Frente a sus ojos tiene el rostro de su esposo que mueve los labios y además de soltar palabras, enseña también esos dientes que no son iguales a los que tenía en el momento en que se conocieron. Lo puede ver de un modo que siempre la hace sonreír, pese a que tiene el ceño levemente fruncido y los rasgos afilados por esa reciente transformación que sólo le ha traído problemas y dolores. En el fondo, aunque Claire tiene los ojos abiertos no puede mirar realmente, la vista parece ser el único de sus sentidos que funciona cuando todos los demás están en silencio, callados por esa visión que mezcla fantasía y una cruda verdad de la que no quiere ser parte. Es por eso que cuando él se acerca y ella se encoge preparándose inconscientemente para lo que viene, el contacto de sus dedos con la piel de sus brazos la despierta y logra que comience a escuchar las palabras, oler su propio miedo y también sentir el dolor físico que le provoca al llevarla contra la pared y luego empujarla contra ella. La herida en su labio vuelve a abrirse dejando que la sangre corra esta vez hasta manchar sus huesos desnudos.

Claire cierra los ojos e imagina que toda esa escena ocurre en un escenario diferente, ellos son los protagonistas pero poseen el mismo calor y las mismas sonrisas cómplices que solían compartir cuando los tiempos eran distintos. Nigel podía jugar a ser rudo, a querer torturarla levemente antes de llevarla a la cama y ella fácilmente sucumbía a su voz, a sus toques, al roce de su cuerpo desnudo en su espalda preparada para él, pero todo aquello terminaba siempre con un final feliz, con ambos cansados por el esfuerzo que significa entregar y recibir placer al nivel que ellos siempre acostumbraron a hacerlo. Esta vez el teatro se siente lúgubre, vacío, sin la tenue luz de las velas que otorga una atmósfera acogedora y cálida. El frío vuelve, su cuerpo tiembla pero lo hace por motivos distintos a los anteriores. Claire vuelve a temer pero ahora también tiene miedo de si misma y de la traición que realiza su cuerpo mientras su mente se mantiene en blanco, totalmente en blanco. En silencio recibe un nuevo golpe, se derrumba contra la pared y se afirma deslizando las manos para que las palmas queden a la altura de su pecho evitando que las rodillas golpeen el piso. Le gustaría poder rodearse con los brazos pero no es capaz de generar ningún movimiento, está de pie porque de ese modo él la dejó y le da la espalda por el mismo motivo. Las últimas palabras se clavan como puñales que llegan profundo y que actúan como los clavos de la cruz de su condena, un símbolo del peso que ahora lleva.

—No quiero volver a verte, —esas primeras palabras, dichas casi como un susurro, exigen de su esfuerzo; y el poco oxígeno que le queda en los pulmones lo usa para girarse y poder mirarlo mientras continúa hablando pese a que tiene aún grabada la orden que él le dio con anterioridad, —no quiero saber de ti nunca más, no quiero que me toques, no quiero ni volveré a tocarte, no quiero pensar en ti… te odio desde lo más profundo de todo mi ser… ¿entiendes eso? Te odio, Nigel… a ti, a tu gemelo, a tu abuelo que te convirtió en lo que eres y odio también a quien te quitó la vida y te transformó en el monstruo que eres ahora… y créeme que si no fuera por León me arrepentiría de haberte conocido durante cada segundo del resto de mi vida de puta… —su voz es suave, espera un par de segundos y se detiene a mirar un rostro que cree no volverá a ver del mismo modo otra vez. Siento asco, siento asco, siento asco, siento asco. Esas malditas letras se repiten una y mil veces en su cabeza como una letanía constante de alguien que quiere hacerla sufrir y al mismo tiempo se ríe de ella. ¿No fue eso mismo lo que muchas veces pensó mientras trabajaba como prostituta? ¿No fue el gesto que tiene Nigel en el rostro el mismo gesto que ella mostró cuando le tocaba atender a ciertos clientes? ¿De qué se queja entonces si fue ella, nadie más que ella, quien buscó terminar como lo hace ahora? Claire arrastra los pies hasta una silla cercana a la cama, intentando alejarse de Nigel y de la ropa que sigue en el suelo; se cubre con lo primero que encuentra y es un abrigo de él que usa seguido, tiene su aroma -y probable, aunque imperceptiblemente- el de muchas otras a las que puede hacerle amor y por quienes no siente asco. Está descalza, parcialmente desnuda, totalmente destrozada.

Camina con un poco más de seguridad en sus pasos, sintiéndose muerta en vida, hasta el mueble que guarda sus pertenencias personales y también recuerdos de lo que han pasado juntos. Sin pensar en consecuencias que nunca antes existieron comienza a lanzar al suelo todas las figuritas de cristal, las piezas de joyería, los pequeños juguetes que le pertenecen a León. La ira reemplaza al dolor, la negación es el mejor modo de mantener el silencio de una realidad que le grita justo en el oído. Ahora es ella quien abre la boca para soltar palabras incoherentes que son acompañadas de arrojar más cosas, de enviarlas directo a Nigel porque quiere hacerle daño, que sienta de algún modo lo que ella siente y aunque sabe que no podrá herirlo, lo intenta de todos modos. Con cada pedazo roto iba también un trozo de su corazón destrozado, partido en pedacitos pequeños como los de un jarrón que los niños tiran al piso durante sus juegos, sin darse cuenta que aunque puedan volver a unir las piezas nunca volverá a ser como antes. Jamás. La molestia en sus pies la detiene, tal vez es producto de avanzar hacia él, sin darse cuenta que camina sobre ese terreno minado que ella misma creó, a esta altura ya no es consciente de sus actos. —Volveré cada día para ver a León y no estoy pidiendo tu autorización porque es mi hijo, estuvo en mi vientre y fui yo quien veló por él cuando tú no estuviste… —sus palabras son extrañamente calmadas, —vendré y me quedaré junto a él hasta que caiga la noche y sólo ahí dejaré esta casa para no tener que encontrarme contigo… Porque incluso tú sabes que no puedes arrebatarle a un niño de un momento a otro a su madre ¿verdad? —lo mira directo a los ojos, tal como mira también a los desconocidos, —¿O quieres que viva lo que viviste? ¿Quieres convertirte en tu abuelo, Nigel? Si quieres hacerlo está bien, puedes serlo, pero yo no seré testigo de eso y me aseguraré de que León, a diferencia tuya, tenga al menos una pizca de bondad en su corazón. —

Se aleja, directo hacia la puerta, comenzando a llorar otra vez porque ahora es una despedida que espera profundamente, sea momentánea. —Nunca podré perdonarte Nigel… ahora déjame partir y quédate con lo que conseguiste… —se gira, lo mira. Detenme Nigel, detenme Nigel — Conseguiste una casa llena de empleados que te temen, un hijo que no te conoce y el mismo vacío que tenías cuando eras un muchacho repleto de dinero… date cuenta que tu poder de vampiro sirve para nada. —


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Mensaje por Nigel Quartermane Dom Abr 27, 2014 1:16 am

No voy a caer por segunda vez.
No quiero tu cuerpo, tus besos, tu cara, tu risa, nada de ti.



Cuando terminó de vestirse, se dirigió hasta la puerta. Caminó sin mirar atrás, dispuesto a abandonar la habitación, pero no llegó a cruzar la entrada. Se quedó allí, de espaldas, con una mano sobre el marco y la otra en la cintura, escuchando las cosas que su esposa aún tenía por decir. Ninguna le gustó. Todas y cada una de ellas fueron dolorosas para el vampiro, una más que la anterior. Fue como recibir cien puñaladas en la espalda del ser que más quería en el mundo. «Te odio desde lo más profundo de todo mi ser». Esa fue la que más le dolió, la que llegó más profundo, tocando hasta el hueso. Le dolió tanto que estuvo a punto de declararse vencido, con una grave herida de muerte. Lo único que fue capaz de hacerlo recapacitar, reaccionar, aunque fuese por pura rabia, fue que lo comparase con su abuelo. Entonces giró sobre sus propios talones y la enfrentó nuevamente. Su mirada era una mezcla de pena y rabia, sobre todo de eso, de rabia.

Juro que si vuelves a decir algo como eso me olvidaré de quién eres y lo lamentarás —amenazó con una voz tan ronca que daba miedo. Sentía que la rabia lo ahogaba, que las palabras, que eran demasiadas y querían salir todas y al mismo tiempo, le obstruían la garganta.

No consideró necesario aclarar a qué de todo lo que había dicho se refería. Ella sabía muy bien lo que el tema de su abuelo significaba, el tema tan delicado que resultaba ser, lo poco que a Nigel le gustaba hablar sobre ello. Lo sabía porque él, en algún momento de intimidad, lo había compartido con ella, sólo con ella, imaginando que nunca sería juzgado por la mujer que tanto había dicho que le amaba, o que lo usaría en su contra, como ahora hacía. Ella sabía que era un recuerdo doloroso, una herida profunda y muy grande que jamás sanaría del todo; una herida que camuflaba con su personalidad arrogante y soberbia, una herida que cubría con sus ropas finas y extremadamente costosas, pero que en ningún momento dejaba de supurar, que lo envenenaba cada día un poco más.

Caminó a través del río de objetos rotos que su esposa había dejado en el piso de la habitación, y la sujetó de los hombros, tan fuerte que le hizo daño.

¿Me odias? Bien, hazlo, porque de ahora en adelante te daré motivos reales para que lo hagas. Vas a odiarme tanto que querrás arrancarte la piel que algún día besé con tanta vehemencia, tanto que es probable que hasta tu propio hijo te resulte despreciable por ser también mío. No lo olvides, Claire, él lleva mi sangre, es tan tuyo como mío y no vas a llevarlo a ningún lado porque primero te asesino. Y no creas que no soy capaz de hacerlo. Tú misma me has llamado monstruo. Lo soy, he matado a muchos otros y ahora me eres tan indiferente, tan despreciable como te resulto yo a ti, que no vacilaría en hacer lo mismo contigo. No juegues con fuego sin sabes lo que te conviene, si realmente en esta cabecita tuya aún queda algo de inteligencia —sentenció con un tono cargado de desprecio. Observar los ojos de Nigel era como contemplar el más crudo de los inviernos; su mirada era gélida y allí no había rastro de la calidez con la que solía mirarla a ella, sólo a ella. Eso sólo podía significar una cosa: que para él ella ahora era igual que todos los demás.

No necesito tu perdón. No necesito nada que venga de ti, ni siquiera te necesito como mujer. ¿Crees que me afectará esto? No, querida. Podrás hablar de mí con desprecio y odio a todo el que desee escucharlo, pero mi vida seguirá siendo la misma, de hecho será aún mejor porque es un hecho que he de convertirme en el Rey de Francia. ¿Sabes lo que eso significa? Que seré prácticamente indestructible, y que si hasta el día de hoy hice y deshice a mi antojo, una vez que esa corona esté sobre mi cabeza, todo será como yo lo dicte y mande y no habrá poder humano o inhumano que lo cuestione. Entonces decidiré qué hacer contigo, y qué hacer con el imbécil de mi hermano. ¿Ves cómo no tienes oportunidad? No tienes de otra. Así que cerrarás esa boquita, te quedarás a mi lado y serás una linda reina sumisa y obediente hasta que yo lo decida. ¿Ha quedado claro? —con un movimiento brusco, la liberó de sus manos. La piel blanca de sus mejillas estaba roja, casi amoratada por la presión ejercida, y no había duda de que debía sentir mucho dolor. «Me desprecia, pero no más de lo que yo la desprecio, a ella y a mi hermano; no más de lo que me desprecio a mí mismo», pensó al advertir la manera en que ella lo miraba, el odio que centelleaba en sus ojos. No obstante, fingió que todo eso le importaba muy poco y se limitó a observarla por última vez.

Cuando consideró que ya habían tenido suficiente por ese día, se alejó pero volvió a detenerse en el marco de la puerta, donde se giró para dedicarle sus últimas palabras.

Dulces sueños, mi amor… —le dijo con un tono sarcástico e infame, dejando claro que más que un deseo real y sincero, era una burla. Y aprovechando la distracción y debilidad de Claire, cerró la puerta tras él, la cerró con llave, convirtiendo así a la que había sido su esposa, en una vil y burda prisionera.


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Mensaje por Claire Quartermane Dom Jul 13, 2014 2:30 am

“Deep in earth my love is lying
And I must weep alone.”


Claire se quedó quieta, estática, paralizada por algo que no sabía si ella sentía o eso la sentía a ella. ¿Cómo se mide el tiempo después de escuchar tanto? No alcanzan los segundos para actuar rápidamente. Las revelaciones que Nigel hizo le trajeron confusión y duda, pero el momento de las preguntas no era ese ni tampoco lo sería después, es difícil hablar con alguien a quien no puedes ni mirarle el rostro. Por lo que no tiene más opción que continuar de pie entre los trozos puntiagudos que minan el piso haciéndolo peligroso y desagradable, coincidencia es que su vida se encuentra de igual manera.

En lo primero que pudo pensar es en que necesita dejar a un lado lo que su rechazo le provoca. Claire es capaz de soportar que diga que es una mala esposa, porque probablemente así es; que diga que es fea, con los dientes muy grandes, flacucha sin curvas y sin algún talento que sirviera, porque todo eso es verdad. Pero que le restriegue por el rostro que ya no le interesa como mujer, probablemente tampoco como madre de León, y que además su opinión no le parece importante en algo tan fundamental como lo que le acaba de revelar es casi tan doloroso como oír las confesiones anteriores. Está claro, aunque pretenda que las palabras rebotan en su superficie y no la afectan, que finalmente todo eso le hace daño sólo que en medidas diferentes. La cabeza de Claire podría explotar en cualquier momento pero sólo han pasado un par de minutos desde que Nigel cerró la puerta.

Antes, pudo soportar meses en su ausencia, esperando cada noche y cada tarde a que él volviera con alguna explicación que probablemente no escucharía ya que para ella estaba todo perdonado. Ilusa fue al soportar tantos meses en aquella condición. Pudo buscar a alguien más para rehacer su vida, escuchar las ideas que secretamente algunas empleadas le susurraban cuando durante los primeros días no hacía nada más que llorar. Pero Claire fue siempre tan ingenua que se mantuvo ahí, dentro de esa casa a la que ahora odia, creyendo que lo sucedido en el tiempo podría borrarse sólo con el deseo ferviente de que así fuera. ¿Son risas lo que oye? Suenan como carcajadas que se clavan directo en sus huesos. Ese debe ser Nigel contándole a alguien más lo que acaba de hacer, después de todo le ha revelado que prácticamente ya es rey y todo rey debe tener una corte de súbditos que se ríen de sus chistes. ¿Por qué entonces le parece que en realidad él es un bufón? Sólo que la imagen jocosa es reemplazada por una cruel.

—¡Vuelve!—Claire exclama con la garganta apretada y seca, podría beber litros y litros de agua y aquella sensación viscosa no se iría del interior de su boca. Cuando camina hasta la puerta lo hace teniendo el cuidado suficiente de no pisar en algún sector inadecuado, desconoce el por qué de su precaución, es inútil, estúpido que siga jugando a cuidarse cuando todo lo que ha hecho es volver a caer en el espiral de destrucción en el que ha estado inserta por tanto tiempo. —¡¿No vas a volver a terminar lo que has hecho?! —le grita a una puerta cerrada que para ella tiene marcada la espalda que podría recitar de memoria. Recuerda las noches en que posó sus labios ahí hasta caer dormida o cuando, sin que él despertara, comenzaba a contar las pequeñas marcas que mancillaban su nívea piel. Ahora quien siente asco de todas esas noches es ella y lo peor es que no hay forma de eliminarlas. ¿Cómo podría arrancar de si misma las veces en que Nigel la tocó?

A sus pies está la respuesta tan clara que incluso es el brillo de ese trozo de cristal lo que llama su atención e irónicamente provoca una sonrisa como la que hace bastante no portaba. Claire se desnuda dejando caer al suelo el abrigo que antes portaba y con cuidado comienza a trazar líneas rojizas en la piel expuesta que va encontrando. Algunas de ellas son profundas y comienzan a sangrar, se siente débil pero lo asimila a la exquisita sensación de estar liberándose de la cárcel que acaban de imponerle. Debe seguir así hasta que todo rastro de ese hombre que solía amar, porque es imposible amar a alguien como Nigel, salga y desaparezca para siempre. Los brazos y piernas sufren al igual que su estómago e incluso su rostro, todo parece un mapa que no indica territorio alguno y que, tal como pasaría con un terreno inexplorado, sólo va creciendo a medida que el dibujante mueve su mano.

¿Existe acaso arte en la mutilación si esta es justificada por un amor que realmente no se ha ido?

—¡Ven a verme! ¡Dime si luzco como alguien que pudiera tener dulces sueños! ¡Dime de nuevo que te doy asco! ¡Dime que seré tu linda reina sumisa y obediente! Dime, maldita sea, si puedes encontrar belleza en lo que queda de ti… —su voz disminuye de volumen hasta convertirse en un susurro que repite aquellas últimas dos letras constantemente, es probable que él no entienda lo que acaba de decir… ¿acaso lo hace ella? ¿Acaso Claire es capaz de comprender en qué momento todo de dejó de estar bien para irse directamente a la mierda? Y pese a que su cuerpo esté, en gran parte, teñido de un color carmesí que siempre fue su favorito, y que planea erradicar por completo, ni todo el cristal del mundo podrían arrancar lo que él antes eligió marcar.


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Mensaje por Nigel Quartermane Mar Sep 16, 2014 1:24 am

Nigel no volvió a la habitación por esa noche. Tampoco lo hizo al día siguiente, ni durante los próximos tres días. Todo ese tiempo fue el que Claire permaneció en la alcoba, encerrada bajo llave, como si se tratase de un animal ponzoñoso que era capaz de contaminar al resto de los habitantes de la casa si no se le aislaba cuanto antes. Ella no supo que por momentos él se acercaba al cuarto y permanecía junto a la puerta, silencioso, escuchándola con atención con su extraordinariamente desarrollado sentido del oído. En más de una ocasión había sonreído complacido, completamente orgulloso por el hecho de estar dándole la lección de su vida a la mujerzuela de su esposa. Pero para Nigel Quartermane nunca nada era suficiente. Ni siquiera el saber que allí dentro de esa habitación se encontraba la madre de su hijo, herida, hundida en un llanto desgarrador, desesperada y desconsolada porque durante todo ese tiempo no supo de León, si había comido o si le habían cubierto para que no pasara frío por las noches. Le parecía muy poco sufrimiento a comparación del que él estaba experimentando al imaginarla en brazos de su siempre detestado hermano gemelo.

Cada vez que una de las criadas se acercaba a la alcoba con la intención de saber si la señora se encontraba bien, para preguntarle si podían ofrecerle algo, o alguna se adelantaba con una charola en las manos con la intención de alimentarla, Nigel se había acercado furioso y, con la majadería que lo caracterizaba, había manoteado los platos hasta tirar al piso los alimentos. Había despedido a dos de las empleadas domésticas que habían desobedecido sus órdenes de no acercarse a la habitación, y el resto de la servidumbre, completamente asustados y amenazados, habían decidido no volver a mezclarse en los problemas maritales de sus patrones. La niñera era la más preocupada, pues ya no sabía cómo tranquilizar al niño León que no dejaba de llorar porque extrañaba a su mamá. En alguna ocasión, Nigel acudió a él y le pidió a la empleada encargada que lo dejara solo con él, lo tomó en brazos con la intención de tranquilizarlo, pero solamente logró ponerlo aún más ansioso y el niño se removió y berreó en los brazos del padre que no reconocía. Eso logró enfadar mucho a Nigel. Le molestó darse cuenta de que sí, era un hecho que su familia se había desmoronado, que no conforme con estar casado con una prostituta traicionera y tener que aguantar la aparición de su indeseable hermano gemelo, que además era el amante de su esposa, su hijo también le daba la espalda. Odió aún más a Claire y deseó que ella también sufriera el desprecio de un ser amado, que sintiera su dolor.


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No se es amigo de una mujer cuando se puede ser su amante.

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