AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Quid Pro Quo {Privado}
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Quid Pro Quo {Privado}
‘Las reglas son sencillas...
¡Que empiece el juego!’
¡Que empiece el juego!’
Inhaló profusamente para embriagarse del miedo y excitación de su mascota. La mujer que había elegido al azar al entrar al casino, estaba sentada sobre la orilla de su mesa. Él ni siquiera se había molestado en moverse de su asiento. Su palma descansaba firmemente sobre el muslo de la cortesana. Había levantado hasta la cintura la falda de su vestido. Las mujeres que se prostituían en su casino eran entrenadas para el placer de sus socios. Había creado unas cuantas reglas en torno a Fangtasia. Hacerlas cumplir era solo parte de la diversión que obtenían sus vástagos – y él – cuando la situación lo ameritaba. La sensualidad de la joven solo elevaba sus niveles de interés. Era nueva. Seguramente llevaba en ese empleo solo un par de meses. El vampiro sonrió lenta y siniestramente. Su arrogancia carecía de límites. El rubí que colgaba de su cuello bailaba al compás de sus caricias. Su camisa dejaba ver gran parte de su pecho. Los primeros botones estaban – como era habitual – deliberadamente sueltos. Esa era la confirmación para sus empleados de que era Mikhail y no cualquier otro Argeneau con quién tendrían trato. No se le había escapado el asombro de todos ellos cuando lo vieron ingresar como cualquier cliente que ha decidido ir a entretenerse. Habían pasado más de seis meses desde que visitara su club. Lucian había sido el encargado de blandir justicia si a él le apetecía. La mayoría de ellos desconocía que su hermano era ahora solo un vasto recuerdo. Había terminado de hacer negocios con él desde que Darius había llegado a formar parte de su ejército. Había más disfrute en tener una mascota que al principio había querido morder la mano de su amo, que una que siempre había sentido adoración por él. La palma de su mano se cerró con fuerza sobre el muslo. Las venas de su mascota saltaron a la vida. En ese instante, su mirada se movió hacia la vampiresa que ingresaba al casino. La lujuria se disparó con parsimonia a través de los presentes. La dama despilfarraba elegancia, poder y presunción sin aparente notoriedad. Ella debió sentir el peso de su mirada porque sus orbes recayeron en él. Las comisuras de Mikhail se curvaron en una maquiavélica sonrisa mientras le veía tomar asiento.
Su palma bajó y subió con destreza sobre la blanquecina piel de su mascota. Todo el tiempo, el vampiro sostuvo la mirada de la dama. ‘Averigua quién es ella, Zacarías.’ Envió el mensaje a su guardia en tono amenazador. Su vástago haría cualquier cosa que estuviera en su poder para conseguir las respuestas que exigía. ‘Quiero saber quién le invitó y cuánto tiempo lleva visitándonos.’ Cada miembro de Fangtasia había recibido una invitación especial, los demás vampiros que ingresaban lo hacían porque uno de sus más reconocidos clientes respondía por ellos. Nadie entraba sin que los jugadores de su tablero se enteraran. Los colmillos del vampiro se alargaron y en un mortal movimiento se clavaron sobre la vena femoral de su acompañante. No le era difícil mantener sus orbes en ella. La mano de su presa se enredó en su cabello, sosteniéndolo más cerca. Tragó con fuerza, apenas notando cómo la cortesana se arqueaba en ofrecimiento. Mikhail tenía otros pensamientos. Sus orbes ya habían elegido. Bebió como si llevase absteniéndose de sangre por días. Cuando se alejó, lo hizo con brusquedad, arrancando la mano que se tomaba mucha libertad al sostenerlo con tal posesividad. Su mascota desconocía que era el dueño de ella y todo lo que veía. Extremadamente arrogante, el vampiro creía fervientemente que revelar información sobre él era desmerecida por la mayoría. Se levantó en un movimiento grácil. La dureza en su mirada advirtió a los que le conocían que no se entrometieran en sus asuntos. No quería ser interrumpido a menos que así lo ordenara. Llevó la mano a su bolsillo y sacó un par de monedas de oro. Por primera vez, miró el rostro pálido de la fémina que había servido como su cena. Era atractiva, pero no lo suficiente para él. Pagó y se alejó. Su lengua se deslizó sobre su labio inferior conforme se acercaba a la vampiresa. ‘¿Qué has descubierto?’ Cuestionó a Zacarías. No hubo una respuesta inmediata, pero cuando la hubo no fue la que esperaba. ¿Quién respondía por ella? – ¿Su primera vez en Fangtasia? Arrastraba las palabras. Mikhail sabía cómo disfrutar de un buen vino. Ella prometía ser muy añejo, su favorito.
Mikhail Argeneau- Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 05/11/2011
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Re: Quid Pro Quo {Privado}
¿Qué vampiro no había escuchado nunca hablar de Fangtasia? Desde que París se convirtiera en la sede de aquel exclusivo club, que sólo nos aceptaba a quienes nos habíamos convertido en criaturas de la noche y a quienes nos serviríamos de alimento, todos aquellos que nos considerábamos bien posicionados a nivel social habíamos podido saber, de buena tinta, lo que tenía lugar allí dentro. Nadie quería escuchar todos los detalles; parte del misterio de aquel lugar constituía que siempre sabías la premisa, pero jamás lograbas adivinar cómo iba a terminar la velada que se pasara allí, una noche que seguramente apuntaría a ser única pese a que su comienzo pudiera ser vulgar. Nunca había recibido una invitación de manera personal porque nunca había manifestado mi deseo explícito de acudir, por mucho que la curiosidad siempre me hiciera tender hacia querer averiguar más datos de aquel lugar, pero en cuanto deslicé suavemente, igual que el satén sobre la piel, el tema en una conversación aparentemente intrascendente la magia de mi nombre y posición actuó por sí misma. No sabía quién me había invitado, si había sido algún subordinado o simplemente alguien que ansiaba satisfacer los deseos de una vampiresa milenaria que, además, era la regente de uno de los estados más prósperos del continente europeo, pero la cuestión fue que, una noche, la invitación se coló en mis dominios y tuve la puerta abierta, casi literalmente, a aquel lugar que pronto dejaría de ser un misterio para mí.
Mi atuendo para la velada no respondía exactamente a lo que cualquiera podría entender como discreción. De color vino, un intenso burdeos al que la luz de las velas arrancaba destellos que lo hacían parecer auténticamente líquido, descendía por mi piel antinaturalmente pálida, en vivo contraste con él, adaptándose a cada una de mis curvas, especialmente la de mis pechos gracias al ajustado corsé que portaba. Elegí no llevar joyas, pues la mirada de mis ojos ya simulaba la de dos gemas color aguamarina, especialmente tendente a la esmeralda en aquella ocasión. Mis cabellos, además, parecían haberse habituado bien al tono oscuro con el que los portaba y que, quizá, habían empezado a mostrar cierto tiempo atrás, y caían en suaves ondas sobre mis hombros, simplemente con reflejos rojizos. El tiempo que había visto a Amanda Smith como una mujer pelirroja con el infierno lamiendo su pelo había concluido, pero no por ello parecía estar enteramente dispuesta a habituarme a algo que había decidido, como la contradicción andante que solía ser, y de ahí los mechones que parecían reclamar el antiguo reino de su color, casi semejante al del maestro Tintoretto... influencia que también se apreciaba en mi indumentaria, en general.
Un carruaje me condujo hasta el lugar, y una vez allí estuve totalmente sola. No me aterraba la soledad, no cuando sabía que dentro encontraría a alguien que me hiciera compañía, ya fuera mortal o inmortal, y quizá eso influyó en mi paso decidido, seguro, igual que lo era yo. Extendí la invitación para quien me la pidió, sin dedicarle siquiera un segundo vistazo porque estaba demasiado ocupada aprehendiendo los detalles de la sala a la que acababa de penetrar, intentando captarlos todos con un simple golpe de vista. La experiencia de siglos atenta al más mínimo indicio de particularidad en una escena, fruto del goce visual que experimentaba al contemplar cuadros, hizo el resto, y pronto atrapó una gélida mirada de ojos claros, que podían competir con los míos en intensidad. Apenas un instante después, cuando me hube acomodado, el hechizo de sus iris seguía presente con cada parpadeo, tan embriagador como el perfume de la sangre que no dejaba, por doquier, de inundar el aire de la habitación. Un momento cerré los ojos, apenas unos segundos, y para cuando los abrí él estaba allí y pude estudiarlo con el interés que se merecía. Su rostro, masculino y de facciones marcadas, era tan atrayente como los botones abiertos de su camisa, tentadores como él y su voz grave, arrastrada.
– En efecto, monsieur. Y, a juzgar por vuestra apabullante seguridad, deduzco que no es, no obstante, vuestra primera velada aquí. – afirmé, sin redundar en el pudor o en la vergüenza sino, automáticamente, adoptando un tono parecido al suyo. Lo que él tenía de certeza yo lo sustituía por misterio, no respecto a él sino en torno a mí y mi figura, mis motivos, todo lo que me rodeaba. Él no me conocía, y yo no lo conocía tampoco, pero si era capaz de provocarme una curiosidad tan intensa con una simple mirada, que había incluso encendido el fuego de mi deseo habitualmente sólo semioculto, merecía que le dedicara más tiempo de mi atención a nivel, incluso, pormenorizado y exclusivo... por mucho que ni siquiera supiera su nombre aún.
– ¿Por qué no me acompañáis? Una noche aquí, según me han contado, no vale tanto en soledad como con compañía, y vos parecéis el adecuado para disponer de una adecuada bienvenida a Fangtasia. – propuse, tan suavemente como si estuviera ronroneando o entonando, e hice un gesto con la mano en el sofá donde estaba sentada y donde había espacio de sobra para que se sentara conmigo, si era lo que deseaba o si lo hacía con tanta intensidad como lo hacía yo. Decidiera lo que decidiese, pese a todo, sabía perfectamente que una vez había tenido ese efecto en mí sería sumamente difícil retirarle mi atención, incluso aunque optara por permanecer en pie, y por eso mi cuerpo ya actuaba de manera inconsciente y ya desde aquel instante mi lenguaje corporal era más sutil, más comedido... más, en definitiva, sensual.
Mi atuendo para la velada no respondía exactamente a lo que cualquiera podría entender como discreción. De color vino, un intenso burdeos al que la luz de las velas arrancaba destellos que lo hacían parecer auténticamente líquido, descendía por mi piel antinaturalmente pálida, en vivo contraste con él, adaptándose a cada una de mis curvas, especialmente la de mis pechos gracias al ajustado corsé que portaba. Elegí no llevar joyas, pues la mirada de mis ojos ya simulaba la de dos gemas color aguamarina, especialmente tendente a la esmeralda en aquella ocasión. Mis cabellos, además, parecían haberse habituado bien al tono oscuro con el que los portaba y que, quizá, habían empezado a mostrar cierto tiempo atrás, y caían en suaves ondas sobre mis hombros, simplemente con reflejos rojizos. El tiempo que había visto a Amanda Smith como una mujer pelirroja con el infierno lamiendo su pelo había concluido, pero no por ello parecía estar enteramente dispuesta a habituarme a algo que había decidido, como la contradicción andante que solía ser, y de ahí los mechones que parecían reclamar el antiguo reino de su color, casi semejante al del maestro Tintoretto... influencia que también se apreciaba en mi indumentaria, en general.
Un carruaje me condujo hasta el lugar, y una vez allí estuve totalmente sola. No me aterraba la soledad, no cuando sabía que dentro encontraría a alguien que me hiciera compañía, ya fuera mortal o inmortal, y quizá eso influyó en mi paso decidido, seguro, igual que lo era yo. Extendí la invitación para quien me la pidió, sin dedicarle siquiera un segundo vistazo porque estaba demasiado ocupada aprehendiendo los detalles de la sala a la que acababa de penetrar, intentando captarlos todos con un simple golpe de vista. La experiencia de siglos atenta al más mínimo indicio de particularidad en una escena, fruto del goce visual que experimentaba al contemplar cuadros, hizo el resto, y pronto atrapó una gélida mirada de ojos claros, que podían competir con los míos en intensidad. Apenas un instante después, cuando me hube acomodado, el hechizo de sus iris seguía presente con cada parpadeo, tan embriagador como el perfume de la sangre que no dejaba, por doquier, de inundar el aire de la habitación. Un momento cerré los ojos, apenas unos segundos, y para cuando los abrí él estaba allí y pude estudiarlo con el interés que se merecía. Su rostro, masculino y de facciones marcadas, era tan atrayente como los botones abiertos de su camisa, tentadores como él y su voz grave, arrastrada.
– En efecto, monsieur. Y, a juzgar por vuestra apabullante seguridad, deduzco que no es, no obstante, vuestra primera velada aquí. – afirmé, sin redundar en el pudor o en la vergüenza sino, automáticamente, adoptando un tono parecido al suyo. Lo que él tenía de certeza yo lo sustituía por misterio, no respecto a él sino en torno a mí y mi figura, mis motivos, todo lo que me rodeaba. Él no me conocía, y yo no lo conocía tampoco, pero si era capaz de provocarme una curiosidad tan intensa con una simple mirada, que había incluso encendido el fuego de mi deseo habitualmente sólo semioculto, merecía que le dedicara más tiempo de mi atención a nivel, incluso, pormenorizado y exclusivo... por mucho que ni siquiera supiera su nombre aún.
– ¿Por qué no me acompañáis? Una noche aquí, según me han contado, no vale tanto en soledad como con compañía, y vos parecéis el adecuado para disponer de una adecuada bienvenida a Fangtasia. – propuse, tan suavemente como si estuviera ronroneando o entonando, e hice un gesto con la mano en el sofá donde estaba sentada y donde había espacio de sobra para que se sentara conmigo, si era lo que deseaba o si lo hacía con tanta intensidad como lo hacía yo. Decidiera lo que decidiese, pese a todo, sabía perfectamente que una vez había tenido ese efecto en mí sería sumamente difícil retirarle mi atención, incluso aunque optara por permanecer en pie, y por eso mi cuerpo ya actuaba de manera inconsciente y ya desde aquel instante mi lenguaje corporal era más sutil, más comedido... más, en definitiva, sensual.
Invitado- Invitado
Re: Quid Pro Quo {Privado}
Mikhail llevaba coleccionando una gran variedad de negocios y propiedades en los últimos años. Cuatrocientos, para ser exactos. Tras su conversión y venganza – aparentemente consumada – se había volcado en la estricta tarea de erigir su propio imperio. Hacerlo, resultó mucho más fácil de lo que esperaba. Cualquier hombre de negocios que se respetaba, conocía la importancia de la naviera Argeneau. Sin su padre y Darius para continuar, la empresa había caído en sus manos. Esa fue solo la puerta que lo llevaría directamente al castillo. El dinero no había sido nunca su principal prioridad aunque, en muchas ocasiones, todo apuntaba a que ese era el único fin de sus movimientos. ¿Y porqué no iba a poseer tanta riqueza como quisiera? Los humanos eran movidos por el oro, mientras que él, por esa viciosa ansia de poder. Así, había decidido poseer ambas. El castillo de If, la propia isla, era solo una pequeña muestra de su grandeza. El Palacio Royal, el Circo, el Club exclusivo para vampiros. Tiberius solo podía empezar a enumerar lo que era suyo y lo que pronto se le sumaría. Sus intereses – sin embargo – no giraban exclusivamente alrededor de éstos. Se habría aburrido hacía mucho de haber sido así. El placer era la regla de oro. La base de su interés. El tablero. Cada jugada que iniciaba era para su absoluta diversión. Era el maestro de la manipulación y, como tal, sabía reconocer esa cualidad en sus oponentes. La vampiresa que tenía ante sí, cumplía con todos los requisitos. ¿Y cómo no? Despedía poder, belleza, elegancia, sabiduría, sensualidad, peligro. Había capturado su atención desde que ingresó a la misma habitación y eso, en sí, ya era algo digno de apreciar. Al rey siempre le cumplían – con tan solo pedirlo – cada uno de sus caprichos. Ninguna mujer se le resistía, al menos, no por mucho tiempo. ¿Qué tenía de especial la recién llegada? Pronto lo descubriría. Mientras tanto, disfrutaría cada segundo en su compañía. Desentrañaría, a conciencia, el misterio que la envolvía. Su sonrisa se amplió. Arrogancia. Encanto. Desafío. Reconocimiento. Tantos tintes, diferentes matices. El azul en sus orbes se intensificó. Los remolinos en sus irises hablaban de entrega, fuego, pasión, posesión. Ella reproducía una sensual sonata con los movimientos sutiles de su cuerpo. Sin duda, la dama sabría sobrellevar su ritmo. Quizás incluso, terminarían bailando su propia danza.
Enarcó una ceja en señal de diversión tras su oferta. ¿Estaba ante una mujer acostumbrada a hacer demandas? De ser así, el juego se pondría incluso más interesante. – ¿Debería advertirle sobre su elección de compañero? Estiró el brazo, con la palma hacia arriba, invitándola a levantarse. Vaya. Al parecer, aún no había olvidado ser cortés. Cuando él elegía una mujer entre sus clientes, todo lo que tenía que hacer era solicitar su presencia en una de sus habitaciones. Se estaba tomando muchas molestias con la fémina y, hasta el momento, no estaba decepcionado. En cuanto la vampiresa colocó su mano entre la suya e hizo el amago de levantarse, aplicó la fuerza suficiente para hacerla tropezar contra su cuerpo. Por supuesto, ella habría podido evitarlo, de haberlo deseado. – Los novatos en Fangtasia, por lo general, prefieren hacer todo el camino antes de decidir cómo quieren entretenerse. Su aliento acariciaba el lóbulo de su acompañante cada vez que sus labios se separaban para formar una palabra, mientras que la mano que no sostenía la de ella, se posaba sobre su espalda baja. – Si se queda conmigo, no le mostraré lo mejor del club. No esta noche. Sus labios esbozaron una sonrisa. Parte de ésta, rozaba sobre la mejilla ajena. – Esta es la parte dónde usted me cuestiona su porqué. Le gustaba el olor que desprendía. Picante. Exquisito. Único. Casi podía paladear su sabor. La sangre humana era, sin duda, la que necesitaba su organismo para funcionar; pero eso no le restaba atractivo a la inmortal. Especialmente, cuando estaba implicado el acto sexual. Presionó su mano en su espalda. Un ligero gruñido surgió de su pecho. ¿Estaba aprobándola? – La respuesta es simple, madame. No me gusta jugar con desventaja. Por supuesto, nunca jugaba sin conocimiento. Zacarías ya se encontraba reuniendo información. Recompensaría gratamente al cliente que rebelase algo valioso sobre la mujer que aún se encontraba entre sus brazos. – Si usted tendrá toda mi atención esta noche, exijo el mismo trato. Lo que la dama no sabía, era que en realidad, no tenía una opción. Era el dueño del club. Estaba en su elemento. No cruzaría esas puertas hasta que así lo permitiera. Fangtasia no solo era el paraíso para los vampiros, también podía convertirse – rápidamente – en el infierno para ellos. Era una prisión, después de todo. Cuando los clientes ingresaban, ponían su confianza en las reglas que el dueño había creado para el establecimiento. Pero si alguien podía romperlas, era precisamente él. Mikhail Tiberius.
Enarcó una ceja en señal de diversión tras su oferta. ¿Estaba ante una mujer acostumbrada a hacer demandas? De ser así, el juego se pondría incluso más interesante. – ¿Debería advertirle sobre su elección de compañero? Estiró el brazo, con la palma hacia arriba, invitándola a levantarse. Vaya. Al parecer, aún no había olvidado ser cortés. Cuando él elegía una mujer entre sus clientes, todo lo que tenía que hacer era solicitar su presencia en una de sus habitaciones. Se estaba tomando muchas molestias con la fémina y, hasta el momento, no estaba decepcionado. En cuanto la vampiresa colocó su mano entre la suya e hizo el amago de levantarse, aplicó la fuerza suficiente para hacerla tropezar contra su cuerpo. Por supuesto, ella habría podido evitarlo, de haberlo deseado. – Los novatos en Fangtasia, por lo general, prefieren hacer todo el camino antes de decidir cómo quieren entretenerse. Su aliento acariciaba el lóbulo de su acompañante cada vez que sus labios se separaban para formar una palabra, mientras que la mano que no sostenía la de ella, se posaba sobre su espalda baja. – Si se queda conmigo, no le mostraré lo mejor del club. No esta noche. Sus labios esbozaron una sonrisa. Parte de ésta, rozaba sobre la mejilla ajena. – Esta es la parte dónde usted me cuestiona su porqué. Le gustaba el olor que desprendía. Picante. Exquisito. Único. Casi podía paladear su sabor. La sangre humana era, sin duda, la que necesitaba su organismo para funcionar; pero eso no le restaba atractivo a la inmortal. Especialmente, cuando estaba implicado el acto sexual. Presionó su mano en su espalda. Un ligero gruñido surgió de su pecho. ¿Estaba aprobándola? – La respuesta es simple, madame. No me gusta jugar con desventaja. Por supuesto, nunca jugaba sin conocimiento. Zacarías ya se encontraba reuniendo información. Recompensaría gratamente al cliente que rebelase algo valioso sobre la mujer que aún se encontraba entre sus brazos. – Si usted tendrá toda mi atención esta noche, exijo el mismo trato. Lo que la dama no sabía, era que en realidad, no tenía una opción. Era el dueño del club. Estaba en su elemento. No cruzaría esas puertas hasta que así lo permitiera. Fangtasia no solo era el paraíso para los vampiros, también podía convertirse – rápidamente – en el infierno para ellos. Era una prisión, después de todo. Cuando los clientes ingresaban, ponían su confianza en las reglas que el dueño había creado para el establecimiento. Pero si alguien podía romperlas, era precisamente él. Mikhail Tiberius.
Mikhail Argeneau- Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 05/11/2011
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Re: Quid Pro Quo {Privado}
No menos cortés que mi propio ofrecimiento lo fue el suyo, tan elegante que como por instinto mi cuerpo respondió y se incorporó con prontitud y elegancia para responder a un contacto que, al igual que se intuía al posar la mirada sobre él, poseía una curiosa mezcla de sabores entre lo picante de su mirada y lo frío de su actitud cortés, apasionada pero de manera tan velada que parecía que para alcanzar el fuego había que permitir que se derritiera la capa de hielo que lo separaba del mundo. Qué presencia, la suya; qué arrogancia matizada en palabras interesantes y propuestas deshonestas ante las que no pude por menos que sonreír de medio lado, curiosa pero no accidentalmente hacia el mismo lado que él podía casi palpar con su propia sonrisa, un calco de la mía pero no por ello semejante, sino más bien al contrario. Si su lenguaje corporal se correspondía enteramente con sus palabras sólo la noche me lo diría, pero la partida de ajedrez que había dispuesto frente a mí era una que me resultaba increíblemente familiar porque la había jugado en innumerables ocasiones a lo largo de mi vida inmortal, ya que la seducción era un arma que aunque no se encontrara en mi arsenal vampírico sí que había tenido tiempo de desarrollar durante siglos, por lo que podía decirse que me era tan natural como beber sangre o como, cuando era humana y ya una esclava, hablar el latín al que me había acostumbrado finalmente, cuando aprendí que no iba a volver jamás a ver a mi familia en mi poblado natal. Se trató, en definitiva, de un acto reflejo, un movimiento más instintivo que pensado y que si lo discurría, no obstante, probablemente no pudiera sino elogiarlo porque se trataba exactamente de lo que deseaba hacer para conocerlo en mayor profundidad, el objetivo hacia el que se había encaminado mi velada en Fangtasia desde el mismo instante en el que sus iris azules se habían cruzado con los míos, cada vez más tendentes a verdes desde hacía no demasiado tiempo y en un proceso, pese a ello, que parecía irreversible.
– Lo mejor todo club, monsieur, son sus invitados y la clase de seres a los que da cobijo. ¿Os atrevéis a decir que gozar de vuestra compañía no es la atracción más exquisita que podría ofrecerme Fangtasia? No sé si sorprenderme por vuestra falta de ego o alabaros precisamente por ella. – comenté, alzando una ceja y con tono de voz que mezclaba lo divertido con lo sensual, tal y como correspondía a mi actitud desde que había atravesado el umbral del club.
No le di tiempo, no obstante, a estudiar mi voz porque tuvo una nueva materia a la que dedicarse con mis movimientos, sobre todo con el giro que realicé sobre mis talones para encararlo y mirar su rostro de frente, aunque a una altura inferior por nuestras distintas constituciones físicas. La suya, sobre todo si la contrastaba con la mía, más reducida en altura, parecía esbelta y rotunda, con una musculatura casi miguelangelesca que no se correspondía con la pasión encarnada en los rostros y expresiones furibundas del maestro escultor, pintor y arquitecto; no obstante, parecía, al igual que los cuerpos hechos de mármol y esculpidos con la fuerza de unos instrumentos precisos, que escondía miles de secretos bajo una apariencia pétrea que poco a poco, como las aguas revueltas pasan a la calma, iban dejando entrever lo que él deseaba que yo captara. Se trataba de un seductor versado en el arte, de alguien poderoso que se sabía dueño de una situación en la que yo no era más que un accidente, posiblemente deseable pero nada más que eso, y mi propio orgullo se negaba a ser un simple acontecimiento, exigía ocupar una posición más preponderante en su psique y en su velada, de tal manera que, aunque no lo hubiera llegado a plantear con palabras, era evidente que en mi mente mi propia partida ya había dado comienzo.
– Para gozar de toda mi atención habéis de ganárosla. No os engañaré diciendo que no habéis avanzado mucho en ese respecto, y elogio vuestra capacidad de despertar mi interés, al igual que también de provocar con vuestra presencia un movimiento tal en el club. Tarde o temprano conoceréis mi identidad, ya sea porque yo os la diga o porque alguien, en un susurro al veros junto a mí, deje escapar mi nombre y mis actividades como por un descuido y podáis captarlo en el aire como aquel que atrapa una mariposa para estudiar la belleza de sus colores. Si estáis dispuesto a conformaros con que sea yo quien os lo comunique, entonces sí, gozáis del mismo trato. De lo contrario... Bueno, me quedaría muy decepcionada con vos y vuestra facilidad para rendiros ante un desafío. – propuse, con las manos apoyadas sobre su pecho y en su oído, con una familiaridad aparente que era aún más intensa si alguien se fijaba en mis labios acariciando su lóbulo y mi cuerpo deliberadamente rozando el suyo, no de manera obscena, sino de forma tan sutil que precisamente por eso su efecto sería más devastador incluso.
– Lo mejor todo club, monsieur, son sus invitados y la clase de seres a los que da cobijo. ¿Os atrevéis a decir que gozar de vuestra compañía no es la atracción más exquisita que podría ofrecerme Fangtasia? No sé si sorprenderme por vuestra falta de ego o alabaros precisamente por ella. – comenté, alzando una ceja y con tono de voz que mezclaba lo divertido con lo sensual, tal y como correspondía a mi actitud desde que había atravesado el umbral del club.
No le di tiempo, no obstante, a estudiar mi voz porque tuvo una nueva materia a la que dedicarse con mis movimientos, sobre todo con el giro que realicé sobre mis talones para encararlo y mirar su rostro de frente, aunque a una altura inferior por nuestras distintas constituciones físicas. La suya, sobre todo si la contrastaba con la mía, más reducida en altura, parecía esbelta y rotunda, con una musculatura casi miguelangelesca que no se correspondía con la pasión encarnada en los rostros y expresiones furibundas del maestro escultor, pintor y arquitecto; no obstante, parecía, al igual que los cuerpos hechos de mármol y esculpidos con la fuerza de unos instrumentos precisos, que escondía miles de secretos bajo una apariencia pétrea que poco a poco, como las aguas revueltas pasan a la calma, iban dejando entrever lo que él deseaba que yo captara. Se trataba de un seductor versado en el arte, de alguien poderoso que se sabía dueño de una situación en la que yo no era más que un accidente, posiblemente deseable pero nada más que eso, y mi propio orgullo se negaba a ser un simple acontecimiento, exigía ocupar una posición más preponderante en su psique y en su velada, de tal manera que, aunque no lo hubiera llegado a plantear con palabras, era evidente que en mi mente mi propia partida ya había dado comienzo.
– Para gozar de toda mi atención habéis de ganárosla. No os engañaré diciendo que no habéis avanzado mucho en ese respecto, y elogio vuestra capacidad de despertar mi interés, al igual que también de provocar con vuestra presencia un movimiento tal en el club. Tarde o temprano conoceréis mi identidad, ya sea porque yo os la diga o porque alguien, en un susurro al veros junto a mí, deje escapar mi nombre y mis actividades como por un descuido y podáis captarlo en el aire como aquel que atrapa una mariposa para estudiar la belleza de sus colores. Si estáis dispuesto a conformaros con que sea yo quien os lo comunique, entonces sí, gozáis del mismo trato. De lo contrario... Bueno, me quedaría muy decepcionada con vos y vuestra facilidad para rendiros ante un desafío. – propuse, con las manos apoyadas sobre su pecho y en su oído, con una familiaridad aparente que era aún más intensa si alguien se fijaba en mis labios acariciando su lóbulo y mi cuerpo deliberadamente rozando el suyo, no de manera obscena, sino de forma tan sutil que precisamente por eso su efecto sería más devastador incluso.
Invitado- Invitado
Re: Quid Pro Quo {Privado}
La mirada abrasadora del vampiro reflejaba la misma diversión que su mezquina y peligrosa sonrisa. A nadie, jamás, se le habría ocurrido «acusarlo por su falta de egocentrismo». ¡Era un Argeneau! Probablemente, desde antes de que aprendieran a caminar, los trillizos habían aprendido la importancia de su apellido. Fue evidente, con el paso de los años, que nadie igualaba las exigencias del segundo en la línea. Nada había cambiado desde entonces. Vestía lo mejor, poseía a las mujeres más hermosas y alimentaba – noche tras noche – a la ambición, misma que le exigía hacerse con el control no solo entre los suyos, sino entre los mortales que servían como sustento y peones en sus maquiavélicos planes. Mientras correspondía a los juegos de seducción de la dama, disfrutó al saberse también con ventaja. Él podría aún no conocer quién era ella, pero era cuestión de tiempo para que su vástago se lo rebelara. Ella en cambio, no poseía las herramientas que él en ese momento. Estaban, después de todo, jugando en su tablero. Las piezas se movían según sus órdenes, no viceversa. Una parte de él, la más difícil de combatir, quería hacerle saber sus estrategias. ¿Cómo actuaría la elegante fémina si supiera que no saldría de Fangtasia hasta que lo ordenara? ¿Se sentiría atrapada? No. Algo le decía que opondría resistencia usando todas sus armas. Una mujer como ella, ciertamente tenía todo un arsenal, mismo que él estaba dispuesto a poseer. ¿Le desafiaría? Esperaba que sí, porque ya podía saborear la derrota en la sangre ajena mientras la embestía con brío. Si su misteriosa acompañante tuviese la oportunidad de recorrer su mente, habría descubierto que el narcisismo era un tumor que estaba terminantemente comiéndose al vampiro. Pero todos sus pensamientos para derrotarla, se fueron esfumando cuando ésta le lanzó abiertamente un desafío. – Jaque Mate, madame. Antes de que hayamos concluido, usted y yo habremos entablado una amistad u enemistad. No todas las noches, concedo esa oportunidad. La forma en que Mikhail hablaba, como si estuviese contando una maldita broma, dejaba entrever cierta veracidad. No era una amenaza. De querer hacerla, la habría hecho abiertamente. Solo decía aquello, para hacerle saber que las molestias que se tomaba para con ella, no eran a la ligera. – Aunque sea cual sea el resultado, difícilmente la deje marcharse sin antes cumplir con una de mis fantasías. Estoy seguro de que el dueño de este lugar, no le puso Fangtasia al club por simple capricho.
Inmediatamente, Mikhail se comunicó con Zacarías, diciéndole que esperara antes de darle su informe sobre la mujer que invitaba a seguirlo. No estaba rompiendo su regla, solo posponiendo su ruptura. Los dirigió por un largo pasillo y, posteriormente, a través de otra puerta y otra. El club era un laberinto. Cualquier novato – e incluso uno experimentado – corría la suerte de perderse. – Espero que no le importe que vayamos a un sitio más privado. Finalmente, llegaron a una de las habitaciones exclusivas del dueño. Esta se encontraba plenamente a oscuras, pero ellos no tenían ninguna dificultad para ver. Una humana, completamente desnuda, colgaba en el aire y de las muñecas en medio de la habitación. - ¿Quién anda ahí? Exclamó, temblorosa, ansiosa. Fustas y un sinfín de instrumentos, se encontraban expuestos sobre las paredes. Mikhail, también conocido como El Amo, había estado a punto de moverse a dicho lugar antes de encontrarse con la dama. Esperaba que a ella no le importara los ligeros cambios en su programa. Si bien a él le habría gustado participar, era bien sabido entre los suyos, que el voyeur le resultaba igual de placentero. La habitación en la que se hallaban era enorme. En muchas ocasiones, había pasado él ahí sus noches. – Por favor, póngase cómoda. La función está por empezar. A no ser, por supuesto, que a usted no le guste ser partícipe de estos juegos. Mikhail estaba empeñado en no darle su propio espacio, se cernía sobre ella como el predador que era. Como si de pronto hubiese cobrado vida dentro de la habitación, uno de sus vástagos apareció. Éste ni siquiera recayó en los presentes, simplemente cogió una de las fustas y se dirigió hacia la humana. Se oyó el golpe contra la carne. – Separa las piernas. Ordenó Mikhail, quien ya se encontraba tras la espalda de la dama que seguía sin decirle su nombre. Aunque la cortesana hizo lo que se le pidió, algo en la sonrisa del vampiro dejaba atisbar que, quizás, no era a ella a quién había dado dicha orden. - ¿Qué quieres que hagan? Cuestionó, acariciando con su voz el elegante arco de su cuello. – Ellos son nuestras mascotas esta noche. No encontrará una mejor forma de introducirse a este Club. No pudo haber elegido un mejor compañero para ello. Su boca se torció en una sonrisa descarada, arrogante y extremadamente maliciosa. Al parecer, acababa de encontrar a su ego.
Inmediatamente, Mikhail se comunicó con Zacarías, diciéndole que esperara antes de darle su informe sobre la mujer que invitaba a seguirlo. No estaba rompiendo su regla, solo posponiendo su ruptura. Los dirigió por un largo pasillo y, posteriormente, a través de otra puerta y otra. El club era un laberinto. Cualquier novato – e incluso uno experimentado – corría la suerte de perderse. – Espero que no le importe que vayamos a un sitio más privado. Finalmente, llegaron a una de las habitaciones exclusivas del dueño. Esta se encontraba plenamente a oscuras, pero ellos no tenían ninguna dificultad para ver. Una humana, completamente desnuda, colgaba en el aire y de las muñecas en medio de la habitación. - ¿Quién anda ahí? Exclamó, temblorosa, ansiosa. Fustas y un sinfín de instrumentos, se encontraban expuestos sobre las paredes. Mikhail, también conocido como El Amo, había estado a punto de moverse a dicho lugar antes de encontrarse con la dama. Esperaba que a ella no le importara los ligeros cambios en su programa. Si bien a él le habría gustado participar, era bien sabido entre los suyos, que el voyeur le resultaba igual de placentero. La habitación en la que se hallaban era enorme. En muchas ocasiones, había pasado él ahí sus noches. – Por favor, póngase cómoda. La función está por empezar. A no ser, por supuesto, que a usted no le guste ser partícipe de estos juegos. Mikhail estaba empeñado en no darle su propio espacio, se cernía sobre ella como el predador que era. Como si de pronto hubiese cobrado vida dentro de la habitación, uno de sus vástagos apareció. Éste ni siquiera recayó en los presentes, simplemente cogió una de las fustas y se dirigió hacia la humana. Se oyó el golpe contra la carne. – Separa las piernas. Ordenó Mikhail, quien ya se encontraba tras la espalda de la dama que seguía sin decirle su nombre. Aunque la cortesana hizo lo que se le pidió, algo en la sonrisa del vampiro dejaba atisbar que, quizás, no era a ella a quién había dado dicha orden. - ¿Qué quieres que hagan? Cuestionó, acariciando con su voz el elegante arco de su cuello. – Ellos son nuestras mascotas esta noche. No encontrará una mejor forma de introducirse a este Club. No pudo haber elegido un mejor compañero para ello. Su boca se torció en una sonrisa descarada, arrogante y extremadamente maliciosa. Al parecer, acababa de encontrar a su ego.
Mikhail Argeneau- Vampiro Clase Alta
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