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El suspiro del otoño || Privado 2WJvCGs


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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por Émilie Deneuve-York Lun Abr 29, 2013 6:23 pm

"La magia es un puente que te permite ir del mundo visible hacia el invisible.
Y aprender las lecciones de ambos mundos" .

La realidad marcaba que ciertas labores son llevadas adelante por mera necesidad, pues todo hombre requiere del medio que le permita comprar el pan que llevar a su boca a diario, mantener el techo en donde vive y seguramente abastecer a la familia que ha conformado. Pero hay otros, “afortunados” como cree Émilie que, además de recibir una remuneración por su trabajo, también ganan el regocijo propio del disfrute en el tiempo abocado en aquello para lo que sienten internamente “han nacido”, ni más ni menos que esa vocación de alma, ese accionar que realizan con tanta dedicación y esmero.

En su niñez jamás se había imaginado, ni siquiera en sueños recurrentes de ojos abiertos como la trabajadora que era ahora. Lo cierto también, es que la muchacha se las ingenió muy bien para darle un giro interesante a su labor, como quien diría, ésta le había puesto un poco de “sazón” al negocio familiar. El destino le había llevado a la damisela a tomar las riendas de la pastelería con firmeza. Quien sabe, tal vez la penosa muerte de sus padres había sido el designio que el destino tenía preparado a Émilie para que ésta llevase la vida que ocupaban sus zapatos ahora.

La jornada había sido larga y claramente algo extenuante para todos en el negocio. Sin embargo aún quedaban fuerzas en la francesa para proponerse un paseo apenas cerrará la pastelería.
Cuando el Sol comenzó a esconderse, los últimos clientes que disfrutaron de una amena merienda en el establecimiento partieron satisfechos, así que la hora de cerrar las cortinas y asear el lugar había llegado. Émilie dejo partir a sus empleados más temprano, excusándose en que deseaba estar un rato a solas y que ella se encargaría de dejar todo listo en la pastelería para la mañana siguiente. Cuando la soledad por fin se presentó a hacerle compañía, la castaña tomó asiento en el local vacío y solamente se dispuso a vislumbrar en silencio cada recoveco del lugar. Las sillas de hierro torneado, las mesas con sus blanquecinos manteles bordados, los muebles de estilo rococó que le daban al espacio una sensación delicada y refinada.
Justo en el instante en que sus ojos comenzaban lentamente a empaparse por la emoción, Émilie dejo su reposo contemplativo, ajustó el delantal a su cintura y comenzó a levantar las tazas y platillos sucios que habían quedado en el salón donde los comensales degustaban de sus exquisitas creaciones. La sonrisa no tardó en hacerse presente en su rostro, después de todo aquellas lagrimas asomadas eran de alegría, una particular felicidad que a la dama le hubiese gustado compartir con sus padres.

Cuando el comercio quedo hecho un jaspe, su dueña se dignó a comenzar el alistamiento de su persona, pues las intenciones de dar una caminata por la ciudad aún estaban ancladas en su atareada cabecilla. Con sus ropajes sobrios y sin mucha ostentosidad encima como de costumbre, Émilie partió sin rumbo fijo tras cerrar los candados del pórtico de la pastelería. Por hoy la acción en aquel recinto había cesado.

La noche estaba preciosa, demasiado para ser otoño. El cielo se vislumbraba extrañamente despejado, adornado por alguna que otra estrella y la palidez propia de la Luna en aquellas épocas. Algún que otro transeúnte se cruzaba con la damisela, pues últimamente las personas no se atrevían a tomar paseos nocturnos por las estrellas calles de París, por lo menos no desde que una particular ola de homicidios fuese el titular de cada periódico local. Émilie gustaba de no pensar en aquellas cosas, aunque a veces le era inevitable pensar en si alguno de esos misteriosos asesinos podría ser el causante de la muerte de sus progenitores. En sus pensamientos aún se mantenía la idea de encontrar al culpable de tal delito y enviarle a la cárcel, o a la misma horca. Los parpados de la castaña se retrajeron sorpresivamente al imaginarse tal cosa, pues jamás lo había hecho. No estaba interesada en desearle malos augurios a nadie, salvo a ese maldito desconocido.

Luego de transitadas un par de calles bajo el silencio de la noche, la francesa se dispuso a enfocar su mente en algo preciso; la misma nada. Anhelaba con despejar su cabeza de las obligaciones cotidianas y de los recuerdos pasados solamente por un instante, permitiéndose relejarse y disfrutar de la naturaleza por unos momentos. Algo que le hacía falta de vez en cuando.

Así fue que su rostro comenzó a percatarse del suave acariciar de la brisa otoñal. Sus parpados se entrecerraron lentamente por el regocijo hallado, adentrando a su dueña en un estado de tranquilidad repentino, que bajo los sonidos propios de la ciudad parecían transportarle a otro lugar, un sitio desconocido hasta para ella misma.
Fue en ese instante, en que la mujer se veía descalza, correteando grácilmente por la campiña de las afueras de la capital cuando la realidad chocó con ella de forma literal. Su rostro impactó directamente contra algo cálido y firme que Émilie solo pudo descifrar el momento de abrir sus ojos estrepitosamente; el pecho de un desconocido caballero. Retrayéndose automáticamente la francesa sintió el calor propio de la vergüenza abarcando todas sus facciones - ¡Lo siento mucho. Disculpad mi descuido, Monsieur! – fue lo primero que sus labios le permitieron pronunciar, justo cuando sus ojos azulados se posaron en las de su repentino obstáculo; un caballero alto, de cabellos oscuros al igual que sus ojos. Tras excusarse nuevamente con una reverencia, la damisela sonrió levemente no sabiendo bien el porqué. En el fondo la situación le había parecido cómica, mucho más a ella que tenía presente lo que venía pensando hasta chocar con el individuo.

Sumergida en un repentino silencio, sus labios hicieron una mueca, moviéndose hacia un solo lado, demostrando aun pena por lo acontecido. Émilie de todas formas esperaba que el asunto no trascendiese de forma negativa para aquel caballero, a quien la francesa continuaba observando tímidamente.

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Mensaje por Maddox N. Owen Mar Mayo 07, 2013 2:17 pm



El suspiro del otoño


En Calles Parisienses ∞ Con Émilie Deneuve-York ∞ Maddox N. Owen

Otro nuevo día, abrí los ojos en mi cama, pero cuando quise darme la vuelta, encontré una pequeña intrusa, mire hacia esa persona. Era mi hija pequeña Shealin, era adoptiva sí, pero la amaba como nunca había amado a nadie. Mis hijas eran mi vida, Paige y Shealin eran las únicas personas que me importaban, si es verdad que había estado buscando el amor de mi vida durante mucho tiempo, pero nunca lo había encontrado. Creía en el amor verdadero, lo había vivido con mis padres, muchos podían decir que la eternidad no existía, pero yo sabía que si lo hacía, no en vano era porque mis padres lo habían vivido cada día mirándose a los ojos. Se amaban como nadie y yo desde pequeño, quería ser como ellos con la mujer de mi vida. Por eso buscaba una mujer con la que compartir mi vida, a la que darle el amor que se merecía y con la que criar a mis hijas, porque aunque Paige tenía ya 18 años, siempre iba a ser mi bebe, aunque no fuese mi hija biológica. Además si encontraba a esa mujer a la que amar, querría casarme con esa mujer y ¿Por qué no? Tener descendientes con ella, en mi familia solo habíamos sido mi hermana y yo, pero a mí siempre me habían gustado las familias numerosas, yo ya tenía dos hijas, pero si mi futura mujer cuando la encontrara, quería tener más hijos conmigo, entonces me haría el hombre más feliz del mundo.

Durante unos minutos, mire a mi pequeña princesa morena dormir. Recordaba que aquella noche, se había venido a dormir conmigo, había habido tormenta y ella les tenía miedo. Había venido a mi habitación en cuanto había empezado, me despertó cuando entro en mi cuarto, la mire, sus preciosos ojos estaban llenos de lagrimas, era mi hija, una de mis pequeñas niñas, no podía vivir sin ellas, la cogí en brazos y la metí conmigo en la cama. Shealin se durmió abrazada a mi caliente cuerpo, yo la había abrazado toda la noche. Si de pequeño que me hubieran dicho que tendría dos hijas, aunque fueran adoptivas, me hubiera reído durante un buen rato, ahora eso era lo mejor que me podría haber pasado en la vida. Pero después de mirar la hora, decidí que era la hora de levantar a mis niñas, me acerque a Shealin y bese su mejilla con cariño. -Shealin, levanta princesa, ya es de día.- Dije con cariño, besándole con ternura de nuevo su mejilla. Mi pequeña hija se despertó y solo con verme sonrió, la verdad es que solo con verla sonreír, mi vida era mucho mejor. La cogí en brazos y me la lleve a despertar a su hermana, Paige. En cuanto entramos en su habitación, vimos a Paige debajo de las sabanas, eso me hizo sonreír, pero rápidamente Shealin se le tiro encima despertándola. Reí con ternura, cuando vi a mi hija mayor atacando a cosquillas a su hermana menor. Mi vida no sería la misma sin ellas dos, ellas habían devuelto la alegría a mi vida. Paige al final se levanto de la cama y juntos nos fuimos a hacer el desayuno. Aquel día no tenía que ir al teatro por lo que pase el día con mis hijas que falta me hacía. Cuando me iba a trabajar sufrió mucho por ellas, no quería que se quedaran solas. Paige estudiaba, al igual que Shealin y la iba a buscar al colegio cuando acababan, después las dos paseaban por Paris o hacían lo que querían. Hasta que por la noche llegaba yo, tenía miedo de que les pasara cualquier cosa, ellas solo eran unas niñas (aunque Paige tuviera los 18, sería una niña siempre para mí), eran humanas y podían atacarlas en cualquier momento. Pero confiaba en mi hija mayor en todo momento.

Pero cuando la noche se estaba empezando a echar sobre Paris, mi cuerpo me pedía salir. Mis hijas deseaban quedarse en casa, así que confiando en ellas, las abrace y las deje solas en casa. No saldrían bajo ningún concepto, a no ser que fuera totalmente necesario, yo estaría de vuelta en una o dos horas, pero confiaba en ellas, Paige había aprendido a defenderse, no era lo mismo que un licántropo, pero sabía hacerlo. Salí a la calle y empecé a caminar por las calles, dejando que mis pensamientos volasen y con ellos todo lo demás. Pero con aquellos pensamientos de darles una madre a mis hijas, venían los pensamientos de los asesinos de mi familia… aquel asesino o asesinos que quería encontrar y matar con mis propias manos. Habían matado a las únicas personas que quería en la vida y aquello no se lo perdonaba a nadie. Pero tan metido estaba en mis pensamientos, que aunque miraba por donde pisaba, por lo visto, no vi a la mujer que choco contra mi pecho. Me desestabilice un poco, pero con solo poner mi pie derecho un poco por detrás de mí, pude evitar el caerme. Levante la vista para encontrarme con la persona propietaria de la voz que ahora entraba por mis oídos. Los ojos azules de aquella mujer me cautivaron, su cabello oscuro y sus facciones, todo en ella me cautivo, volviéndose a mis ojos la mujer más bella jamás vista. -No se preocupe, Madeimoselle. Ha sido un despiste mío, no miraba por donde iba. Permítame que la recompense por lo sucedido.- No sabía porque estaba diciendo aquellas cosas, pero nunca me había pasado aquello, ninguna mujer me había cautivado como lo había hecho ella. -Permítame que me presente, mi nombre es Maddox, Maddox Nicholas Owen.- Mi mano, cogió la suya, besándola con ternura y mirándola de nuevo a los ojos, con una sonrisa.

Gracias!





Última edición por Maddox N. Owen el Miér Jun 05, 2013 7:45 am, editado 1 vez


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Mensaje por Émilie Deneuve-York Miér Mayo 29, 2013 5:30 pm

La vida de las personas generalmente no tiende a ser solamente un sendero continuo de tragedias. Y aunque a veces pareciese que una nube negra siguiese todos y cada uno de los pasos de hombres y mujeres golpeados por el infortunio, no hay mal que dure cien años. Tampoco cuerpo que soporte tal hostigamiento. Quizás es ahí donde la sorpresa hace su acto de arribo mágico, insertando por obra del destino a una o varias personas-quien sabe si elegidas al azar- en fin, individuos capaces de erradicar cualquier pesimismo con simplemente presencia. Los pulmones y la mente vuelven a llenarse de esperanza y en el horizonte, comienzan a vislumbrarse nuevos destellos de luz. Así de paradójica es la vida, con sus subidas y bajadas sin aviso. Pero en todos los casos, sean estos buenos o malos, la mejor opción es asumir la realidad que golpea a la puerta de la mejor forma posible. Es una tarea muy compleja el evitar lo palpable, lo que la vida trae consigo. Por lo menos Émilie veía tal asunto de esa manera.

-¿Hay alguna forma de compensación conocida para el despiste de dos personas en medio de la noche? – cuestionó la damisela, ya sonriendo luego de la presentación y saludo cordial del caballero. Era cómico, pero la francesa no sabía porque la presente sensación le había causado tanta gracia, o quizás el sentimiento que golpeteaba su interior era el de vergüenza por proyectarse tan torpe frente a un completo desconocido.

- ¡Disculpad! Mi torpeza pareciese ir más allá de mis caminatas sin observar bien el panorama. Mi nombre es Émilie… Émilie Deneuve-York – agregó repentinamente tras notar su falta de educación, nuevamente por descuido al no presentarse debidamente. La castaña pronunció su último apellido con firmeza, pues creía que el caballero también tenía familia inglesa u escocesa, un guiamiento vago solamente por los apellidos de éste.

Los pocos transeúntes que aun adornaban las calles de la ciudad continuaban con su avanzar, mientras que aquel par de recién conocidos lucían como dos estatuas fijadas al suelo, estáticos y mirándose el uno al otro ¿Qué era lo que realmente sucedía? La muchacha jamás había vivido una situación similar, por lo menos no que ella recordase. Ni siquiera en sus magníficos viajes a lo largo de Europa se había topado con una escena similar, y no porque no fuese despistada de vez en cuando, sino por lo que aquel caballero despertaba en ella más allá de los sentimientos propios de haber cometido un descuido con otra persona.
La noche estaba algo fresca, pero de todas formas la idea de descifrar que traía consigo aquel peculiar cruce era algo prometedor. Y nada le vendría mejor a Émilie en ese momento que abocar su mente a otra cosa, a algo que no fuese parte de su estructurada cotidianidad.

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Mensaje por Maddox N. Owen Miér Jun 05, 2013 4:44 pm



El suspiro del otoño


En Calles Parisienses ∞ Con Émilie Deneuve-York ∞ Maddox N. Owen

Jamás en los años que llevaba con vida me había pasado aquello, ni siquiera siendo un adolescente había sentido lo que estaba sintiendo delante de aquella bella mujer, había levantado suspiros varios a mi paso, pero jamás me había sentido atraído por ninguna de las chicas que suspiraban por mí, nunca menos en aquel momento, aquella mujer no había suspirado por mí, simplemente el destino había hecho que nos tropezáramos en aquella noche, aquella noche que parecía tan normal como cualquier otra. Pero yo siempre había creído en el destino y ahora estaba más de acuerdo que nunca, de que había sido el destino quien la había puesto en mi camino. Pero aunque ante esta mujer me había dejado sin habla, no podía ir rápido, en el amor tenias que estar seguro de las cosas y eso era lo que iba a hacer yo. Sabía que algunas cafeterías aun estaban abiertas y sería perfecto para ir con ella, era un sitio perfecto para ir a conocer a alguien. Cuando dijo aquellas palabras, mi sonrisa se formo en mi rostro, aquella mujer me estaba cayendo bien desde el primer momento, aunque solo habíamos cruzado unas pocas palabras. -Bueno, ¿qué le parece que le invite a un café en la mejor cafetería de Paris?- Dije sonriendo y mirándola a los ojos, la cosa es que con todo lo que había vivido y siendo actor, había amasado una buena fortuna y no me importaba gastármelo en mis hijas o en aquella mujer, porque sentía algo que no había sentido con nadie.

La sonrisa se mantenía en mi rostro, pero la escuche mientras ella también se presentaba, desde luego tenía un bonito nombre, pero la mire y seguí sonriendo porque me encantaba que la gente sonriera y para ello siempre sonreía, sobre todo cuando estaba frente a una persona que me gustaba. -Mademoiselle, tenéis un hombre muy hermoso como vos.- Dije con una sonrisa, pero entonces mire hacia la calle donde estaba la cafetería donde quería invitarla, pero la mire a los ojos y le tendí mi brazo para que se cogiera a él si quería acompañarme. -Entonces, ¿me acompaña, bella Emilie?- Dije mirándola con una sonrisa, sin dejar de hacerlo en ningún momento, sobretodo porque quería conocerla más y si aceptaba mi invitación me iba a hacer feliz.

Gracias!





OFF: Siento si el post es algo corto o pobre... pero ayer me dieron una terrible noticia y aun no me he recuperado del todo...


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