De la Infancia a la Eternidad.

"Lo que pueda decirse, ningún dios ni hombre lo sabrá antes que tú;
pero lo que quiera resolver sin contar con los dioses,
no lo preguntes ni procures averiguarlo."

Después de la gran cacería organizada que se llevara acabo en la mañana a la cual acudieron muchos distinguidos invitados, el desayuno al aire libre se convirtió en un descanso bien recibido por todos excepto por el joven príncipe. El día estaba lleno de actividades propios de su rango, sin embargo su padre parecía empeñado en supervisar todos sus movimientos durante los festejos. Su cumpleaños se había suscitado casi dos semanas atrás y ciertamente en otras circunstancias Darcy hubiera estado complacido con tantos días de celebración consecutivos de no ser por los ojos atentos que le vigilaban de cerca. Incluso en los momentos en que Marcus se ausentaba un par de horas, sabía que su comportamiento le era referido con lujo de detalle. A su hermano nunca se le supervisaba de aquella forma. Pero él era el mayor y con cada año que cumplía, la responsabilidad de su cargo parecía volverse más compleja, exigir más de sí mismo y alejarlo rápidamente de los juegos de la infancia.

Se instalaron largas mesas en un claro del bosque con largos manteles blancos, la vajilla de plata, las copas de cristal cortado, los venados recién cazados lucían en grandes charolas ya desollados, cocinados y servidos de forma elegante. Las damas llegaron poco antes que se servirse el desayuno, luciendo sus mejores galas y alabando el triunfo de sus respectivos señores. Ni el príncipe heredero, ni Dominique estuvieron presentes aquella mañana, normalmente solían unirse un breve rato por las tardes ya que aún eran pequeños y no se les obligaba con tanta frecuencia a participar en aquellas reuniones de adultos en las que se charlaba de negocios, de tierras, de nuevos yacimientos de oro en America...

Incluso su hermano, Julian, se había ausentado alegando que tenía una sorpresa reservada para él. Así que al príncipe rebelde aquél día en especial se le iba despacio, contaba los minutos para reunirse con sus primos y que se ocultara el sol y cayera la oscuridad que le brindaba más libertad de hacer o deshacer a su antojo. Gustaba de escabullirse a los establos, montar por los jardines e imaginar que corría grandes aventuras con gigantes, monstruos y dragones. Y también últimamente encontraba entretenido observar a las jovencitas de la corte reír e intercambiar sonrisitas tontas mientras charlaban junto a las fuentes de Versalles.

Todos los presentes se pusieron de pie al llegar las damas. Marcus, que en ése momento se encontraba en el extremo contrario de la mesa en el que estaba su hijo, se apartó de su lugar acercándose a su señora Miriam para susurrarle algo que Darcy no alcanzó a escuchar pese a que se esforzó. Su padre, después de una breve disculpa no tardó en desaparecer junto con dos guardias reales que lo escoltaban mientras se perdía a la distancia sobre un corcel gris. Probablemente de vuelta a Versalles. Su señora esposa lo despidió con una breve inclinación, un beso en la mejilla y una vez hubo desaparecido de su vista, se volvió hacia la mesa buscando a su hijo con la mirada. Tomó asiento a su lado.


-Creo que a padre le cuesta estar aquí tanto como a mí- comentó sirviéndose otra copa de vino aprovechando que Marcus se había marchado, después de todo era su cumpleaños.


Su madre sonrió encantada a la vista que le ofreció el trozo de carne que le sirvieron, restándole importancia a lo dicho por Darcy. Cortó un trozo antes de decir más. "Hace mucho tiempo" comenzó su madre "un muchacho acudió con su padre a comprar algunos caballos. El verdadero espectáculo de la susodicha venta era intentar montar a los más salvajes, a los sementales de sangre, someterlos a las órdenes de un nuevo amo que pagaba muchas monedas por su nueva adquisición. El padre del muchacho intento domar a uno de los mejores corceles recién capturado pero resulto ser demasiado brioso. Su hijo pidió intentarlo en su lugar y en vez de tratar de subir a la grupa del animal, habló con él. Se dio cuenta que le atemorizaba su propia sombra. Es un truco de Apolo, no tengas miedo, fueron sus palabras. Y de entre los hombres presentes..."


-Él fue el único al que permitió subir en su grupa- compeltó su hijo con cierta impaciencia, había escuchado esa historia en varias ocasiones. Miriam asintió fingiendo no darse cuenta. "Lo montó" secundó Miriam “la paciencia es una virtud que debes cultivar Darcy, el ingenio que usas para escabullirte a media noche a los jardines sería mejor aprovechado”. Él suspiró. Iba a justificar sus correrías nocturnas con una media sonrisa de aquellas que tan fácilmente ablandaban el corazón de su madre cuando se hizo un silencio entre los comensales. Siguió el rumbo de los muchos ojos fijos en un punto del bosque para distinguir a un semental negro trotar por el claro con la crin y la cola ondeando al viento. El animal se detuvo a unos metros de donde estaban, relinchó levantándose en sus patas traseras luciendo la piel de grafito a la luz del sol. “La paciencia que has demostrado esta semana a motivado en tu padre un regalo esplendoroso, felicidades”. Miriam elevó su copa y los demás la imitaron. El pequeño príncipe sonrió emocionado, tuvo que hacer uso de todas las lecciones de modales con las que había sido abrumado desde que tenía uso de razón para contenerse y no dar saltos hasta el caballo... aunque no pudo evitar correr hacia él, por un momento sintiéndose parte de la historia que su madre solía contarle. Hasta entonces solamente lo habían dejado montar ponys. Al fin ahora, a sus doce años se le permitía galopar como un hombre adulto. Aquellos días enteros de escuchar viejos hablando entre un bocado y otro, escupiendo saliva entre sus barbas espesas, habían dado sus frutos.


Algunos guardias se mantenían cerca del caballo impidiéndole escapar de vuelta hacia el bosque con lanzas en mano, sin embargo mantenían cierta distancia dándole a Darcy la oportunidad de montar a la bestia por si mismo. El joven príncipe detuvo su entusiasmada carrera a algunos pasos del animal, recorriendo más despacio el trecho que los separaba. Entonces su impaciencia lo llevó a querer acariciar el hocico del corcel demasiado pronto lo que provocó que el semental intentara morder su mano. Él la apartó a tiempo un poco asustado por su repentino movimiento. Y entonces supo lo que tenía que hacer. -No tengas miedo, es sólo tu sombra- señaló el suelo como si el caballo pudiera entender lo que le decía. -Es un truco de Apolo, no puede dañarte.- La bestia rasco el piso con la pata delantera. Darcy acarició su lomo y al ver que su nueva mascota no hacía ademán de quitarse, subió no sin cierto trabajo en la grupa del semental. Los miembros presentes de la corte francesa y extranjera observaban sorprendidos, su madre le sonreía de pie junto a la mesa. -Te llamaré igual que Bucéfalo y me acompañarás en muchas aventuras ¿quieres?- sonrió. Bucéfalo se hecho a correr y se internó en el bosque golpeando a un lado a los guardias con el cuerpo, abriéndose camino. Pero Darcy no tuvo miedo en ningún momento, le gustaba la sensación del viento contra su piel y del sol sobre su cabeza. El mundo de algún modo se había vuelto más grande de un segundo a otro, y él ya no era un niño sino un gigante. Mientras corría a toda velocidad entre los árboles del bosque algo en lo más profundo de su alma susurró que un día, un día se iba a enfrentaría a grandes retos como los héroes de los cuentos. Sólo deseaba que cuando llegara el momento tuviera la fuerza suficiente para afrontarlos.


Aunque si de algo estaba seguro ahora era de que teniendo a Bucéfalo como compañero, nada ni nadie se interpondría en su camino. Ni si quiera, un dragón.