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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Gregory Zarkozi Jue Mayo 02, 2013 4:58 pm

Xavier llegaba tarde. Las quimeras en la fachada de la catedral de Notre Dame parecían burlarse de la demencia que cubría el cristal de sus orbes. Por décima vez esa noche, sacó el antiguo reloj de bolsillo que había pertenecido a su abuelo. Las manecillas habían girado notablemente. Una hora y media había transcurrido desde que su cochero le llevase hasta esa parte de la ciudad. No queriendo atraer la atención, había dado órdenes estrictas de que regresara a la mansión tras encontrarse con que Xavier – el científico loco que experimentaba con sus hijos – no había llegado. Si no hubiese estado tan desesperado por conseguir la sangre de vampiro a la que tan rápidamente se había hecho adicto, le habría esperado hasta la próxima luna llena. Su viejo amigo llegaba un par de días antes para estudiar el cambio que se producía en los licántropos cuando la noche para liberar a la bestia se acercaba. Gregory no podría haber esperado tanto. ¡Había acabado con su reserva! Podía sentir cómo los efectos secundarios abandonaban su cuerpo a la par del tic tac del segundero. Al principio, beber sangre de vampiro le había resultado tan repugnante. Solo su fuerza de voluntad y perversa hambre de poder para continuar con su investigación y encontrar al asesino de su hijo, había obligado a su cuerpo a aceptar el corrupto líquido. Ni siquiera Xavier había podido adivinar lo que eso le haría a su ya malvada alma. Oh. Había tenido sus sospechas, por supuesto. Así, mientras seguían actuando en sus papeles como creyentes y ayudantes de Dios para seguir teniendo acceso a la extensa biblioteca e información obtenida de los inquisidores, ocultaban a la iglesia sus nuevos progresos. Era necesario que no levantaran sospechas. Ellos iban a marcar la diferencia en la guerra que emprendían noche tras noche. Guardó el reloj al escuchar unos pasos. Su mano se cerró sobre la empuñadura de su arma, la cual estaba cargada con balas de plata. Llevaba un par de cuchillos hechos del mismo material encima. Otra de las ventajas de la sangre de sus enemigos era la fuerza que guardaban sus componentes. Gregory no se había vuelto a cuestionar el porqué los humanos entregaban sus almas sin pensárselo dos veces para convertirse en eso que debían temer. Si podía sentirse como dios con tan solo unas gotas…

Antes de que la orden hubiese sido evocada en su mente, su arma estaba fuera de su abrigo, apuntando directamente al pecho del recién llegado. - ¡Jesús, Gregory! Baja eso. Xavier estaba seriamente agitado. Parecía que había estado corriendo por su vida como alma que lleva el diablo. Sus siempre alarmantes orbes grises se movían en todas direcciones. – Pero no la guardes. Agregó después de una larga pausa, como si lo hubiese olvidado. – Creo que los he perdido, pero ya sabéis como son esas sanguijuelas, matas una y aparece otra. Solo su aspecto había advertido a Zarkozi para que no bajara la guardia. El científico siempre estaba fuera de sí, su mente era un caos. Mejor prevenir que lamentar. - ¿Lo habéis traído? Le cortó abruptamente, importándole – al parecer – un carajo, que estuviesen a punto de ser emboscados. Xavier buscó en sus bolsillos el pequeño vial. No preguntó de dónde lo había obtenido. Ya lo sabía. Algunos condenados se regocijaban atrapando a sus objetivos, dándoles a ellos la oportunidad de estudiarlos. La luna les iluminaba tenuemente con sus rayos. En cuanto vio el vial, lo arrebató de su mano. Quitó el pequeño tapón y lo vació en su garganta. Un sonido de satisfacción salió de su pecho. - ¿Es toda la que has podido conseguir? Había un deje de desesperación en el tono de su voz, como si ya temiera el encontrarse sin esa gloriosa fuente. Xavier asintió. – Han aumentado la vigilancia. Sospechan. Tenemos que esperar a que las aguas se tranquilicen. Esperar. Gregory no iba a esperar. Roland había escalado alto haciéndose líder de la facción de los condenados. El inútil de su hijo por fin sobresalía en algo. Aún no lo había perdonado por liberar a su hermana. Solange estaba ahí afuera, envenenando a otros con sus palabras. – No es necesario. Roland me debe esto. El sabor metálico impregnaba su boca. Poco a poco, su cuerpo le dio la bienvenida a la poderosa sangre de vampiro. Se sentía tan condenadamente bien. Una sombra apareció en la esquina, anunciando la llegada de invitados no deseados.
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Mensaje por Invitado Dom Mayo 05, 2013 2:06 pm

El olor de los vampiros contaminaba el aire nocturno de París casi tanto como la basura que flotaba en el Sena a su paso por su madriguera. Ese era sólo uno de los, así a ojo, trescientos cuarenta y siete mil millones de motivos que tenía para eliminarlos, pero cuando me tocaba seguirle el rastro a un aquelarre, bueno, digamos que su peste pasaba a primer lugar. Olían a una mezcla de podrido y naftalina, como se supone que huele un ataúd cerrado mucho tiempo pero sin el polvillo en el que se convierte la gente, con su propio aroma acre. Pero ellos, chupasangres, no se volverían polvo a no ser que yo interviniera, y por eso siempre estaba dispuesta a eliminar la plaga que poblaba París para, así, no hacer una mueca cada vez que respirara. ¡Y nadie me lo valoraba! Es frustrante, pensé mientras los espiaba y observaba sus movimientos desde lo alto. La luna llena había pasado, y por eso el olor a lobo aún no era demasiado fuerte en mí, por mucho que bastara para tenerlos en guardia. Bueno, que lo estuvieran, así por lo menos la lucha sería interesante. Sonreí para mis adentros cuando escuché al líder hablar de una pérdida y de que seguían el rastro de un tal Xavier. No pocos parisinos tenían ese nombre, pero su número se reducía cuando iban detrás de vampiros, y especialmente cuando tomaban su sangre. La manía de mi padre se dejaba traslucir en sus palabras, por eso había elegido precisamente aquel aquelarre y no a ningún otro de los muchos que poblaban París. Ellos me llevarían hasta él, y yo lo mataría. ¡Menudo plan!

Cuando ellos se pusieron en marcha, en un pequeño grupo formado por tres de ellos, yo lo hice unos pasos por detrás, en silencio. Una de las muchas ventajas de ser un licántropo, la raza superior por excelencia, era que mi sigilo era comparable al suyo. Además, mi olor enseguida los hizo ponerse cautos y separarse, pensando que me distraerían cuando, en realidad, no hacían nada más que aumentar mis ganas de matarlos a los tres. Elegí el rastro del más débil de ellos, un anciano en vida humana, y cuando lo hice arder como una tea en medio de la noche estrellada de la ciudad no pudo ni siquiera gritar, tan rápida había sido a la hora de liquidarlo. Los demás captaron el mensaje y el olor a rata muerta que desprendía el callejón, y aumentaron su velocidad. De nuevo, volví a sonreír. Eso sólo podía significar que me lo pondrían más interesante, ¡tanto mejor! De los dos que quedaban, escogí al siguiente en dificultad, como si fuera un problema de matemáticas en vez de un chupasangre, y volví a repetir el proceso de acorralarlo contra un callejón para eliminarlo, aunque dejé que tuviera una mínima ventaja y me hiriera. El hilillo de sangre del corte horizontal que tuve en la mejilla se convirtió en su premio de salvación cuando volví a hacerlo arder. Dos de tres, ya sólo quedaba uno.

Con el último cambié el proceso de asesinato. Permití que ganara distancia, incluso que creyera que me había perdido en su salida desesperada (vampiros, siempre huyendo...) hacia delante, y yo utilicé esos segundos para afianzar mi bolsa de cuero, donde guardaba parte de mis armas, y sacar de ella una pequeña ballesta con balas de madera. Una vez la ajusté, lo único que tuve que hacer fue seguir su rastro de nuevo y recortar distancia hasta que, al final, lo vi... pero no sólo a él. Se había acabado acercando hasta la catedral de París, uno de los lugares donde se suponía (y remarco el se suponía) que yo era bienvenida por mi naturaleza de inquisidora, y había sacado a la luz a una sabandija aún mayor que él: mi padre, y su lapa, digo científico, Xavier. Desde la distancia a la que estaba únicamente mis sentidos sobrenaturalmente ampliados me permitían ver la escena como si estuviera cerca, incluso aunque tuviera los ojos cerrados, un pequeño truco que había desarrollado desde que me mordiera aquel licántropo al que jamás se lo podría agradecer lo suficiente. Una vez abrí los ojos, apenas necesité unos segundos para apuntar al corazón del vampiro y disparar. A aquella distancia, nadie no experto en el arte de matar vampiros habría conseguido atinar, pero yo lo hice, y la criatura se deshizo en polvo delante de nosotros.

Guardé la ballesta en la alforja y, con tranquilidad, salí de mi escondrijo y me dirigí hacia la catedral. Sabía que mi padre tardaría en reconocerme, y el viejo zorro tendría sus ases bajo la manga, pero no me ganaba en inteligencia, ya no. Bajo mi abrigo de cuero amplio, que estaba abrochado e impedía ver lo que se ocultaba debajo, tenía mis propias armas para eliminarlo, incluso aunque se hubiera dopado con sangre de vampiro. No pude evitar arrugar la nariz cuando percibí el hedor en su aliento, e incluso apreté los puños al recordar su afición por los venenos, primero el cianuro, y después esa basura que les corría a los vampiros por las venas, emponzoñándolos y regalándoles una vida que ni siquiera podía llamarse así. Pero era mi padre, aquellas cosas ni siquiera me sorprendían por parte del hombre que me había hecho la vida imposible y al que, por encima de cualquier otra cosa, deseaba ver muerto. Por eso, cuando Xavier se acercó, simplemente tuve que esquivarlo e inmovilizar la pistola con balas de plata que llevaba en la muñeca, seguramente uno de sus inventos. ¿Por quién me habían tomado...? ¿Por una chiquilla que evidentemente ya no era? Por favor, era patético y humillante. Lo tiré al suelo de un empujón que el humano demasiado humano no fue capaz de prever, y con su arma en la mano y el rosario que llevaba al cuello entre los labios, ya que lo mordisqueaba en tono de burla, miré a mi padre con fingida sorpresa.

– Oh, ¿he interrumpido tu aperitivo nocturno? Vaya, viejo, lo siento mucho, no pensaba que la senilidad te hubiera llegado al cerebro tanto como la ponzoña de esa basura que bebes y contaras con que, de hecho, podías hacerlo sin testigos. Apesta, ¿sabes? Sí... igual que tú.
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Mensaje por Roland Zarkozi Lun Mayo 27, 2013 11:12 pm

"Que el ciego cazador por mí temido,
para tomarme por sorpresa, estaba
en vuestros claros ojos escondido."


Soneto (De Luis de Camões). José Ángel Buesa





La luna menguaba, al igual que menguaban aquellos instintos asesinos que cegaban la mente de los licántropos, permitiéndoles ser cada vez más humanos, más conscientes, pero igual de intuitivos. La noche se regocijaba de un exquisito brillo nacarado que sólo era apocado por las preocupaciones familiares, principalmente por la seguridad de su padre. Le había observado en silencio, entra las sombras de las paredes y los fantasmas de su pasado que día a día le atormentaban con el recuerdo de su hermano, de las comparaciones, de aquella perfección que a los ojos de su padre jamás alcanzaría. Si tan sólo fuese capaz de verse a sí mismo...

Hacía varios días que Gregory se había mostrado inquieto e irritable, y cada hora era peor a medida que pasaban los días. Xavier se demoraba demasiado, o al menos eso había logrado distinguir entre sus murmullos adormecidos al vencerle el cansancio, y Roland creía saber de quien se trataba. Hacía tiempo que tenía sus sospechas y por ello permanecía expectante a cualquier inesperado movimiento. No pasaron más de dos días desde que comenzara a vigilar a su padre de manera constante, cuando éste se ausentó de casa para llevarlo directamente a donde yacía la respuesta de todas sus preguntas. Gregory se había convertido en un esclavo de sangre.

Mi Dios... —murmuró llevándose los dedos a la boca, pues sí, él sí creía en Dios. — ¿Qué es lo que haz hecho? —volvió a susurrar cuando sus extremos se deslizaron por sus labios, regresándoles la capacidad del habla. Era evidente que su mente se negaba a aceptar por completo lo que estaban viendo sus ojos, sus oscuros ojos. ¿Tan irónica era la vida que su propio padre, quien tanto añoraba la muerte de los inmortales ahora dependiera de su existencia? ¿En dónde había quedado esa sed inagotable de venganza por la muerte de su amado primogénito? ¿Acaso era esa otra más de sus mentiras?

Estaba tan ensimismado e impactado por lo que había descubierto que casi no cayó en cuenta de una nueva presencia hasta que ésta fue anulada por un disparo certero en el centro de su punto más débil. Sus sentidos nuevamente volaron en la búsqueda del culpable cuando Abigail, su hermana Abigail, apareció en escena, amenazante y fiera como toda ella. La situación empeoraba, ya no había cabida para el desconcierto, pues ver a Gregory y Abigail en el mismo lugar era como estar jugando con pólvora y fuego. Se desagazapó de la pared que le escondía y se acercó cauta y lentamente, sin ánimos de mantenerse oculto. Su aspecto era el de siempre, nada sobresaliente, nada formidable y nada que hiciera sospechar de sus capacidades ocultas que lo habían llevado hasta la cima de su carrera, en donde se encontraba. Quizás lo único que denotaba un poco de su verdadera naturaleza, era un pequeño brillo salvaje en su mirada y en lo arrebatado de su cabello, pues Roland, ante los Zarkozi, sólo mostraba aquel lado apocado que a todos mantenía conformes; Roland era calma y mediador incorregible.

— Familia —les llamó a ambos al mismo tiempo, fusionándoles en una sola palabra que quizás no fuese del agrado de nadie, pero sin embargo era su propio método de ponerles a ambos a la misma altura, sin privilegios ni prioridades, y hacerles razonar, de manera forzada, en lo que realmente eran: Familia; padre e hija.

Sólo miró al anciano en el suelo, cuando estuvo lo suficientemente cerca de ambos como para considerarse en medio de la línea de fuego. Lo conocía, sabía a lo que se dedicaba y aquello le traía de regreso a su cabeza la primera impresión de la noche; su padre era un esclavo de sangre y las palabras de Abigail se lo habían confirmado. Ya nada se podía negar, pero aún así, quería escucharlo —tenía que escucharlo— de su propia boca, de su propia lengua impregnada en sangre poderosa e inmortal.

— ¿Es verdad... padre? —no hacía falta más aclaraciones, todos sabían a lo que se refería.



Última edición por Roland Zarkozi el Vie Ago 30, 2013 2:50 am, editado 1 vez
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Mensaje por Gregory Zarkozi Jue Ago 01, 2013 12:42 am

El odio que refulgió en su mirada, era tan afilada como los cuchillos que le acompañaban. Sin embargo, no eran tan efectivos. Abigail no se acobardó, pero no se sorprendió.  Le había demostrado – y con creces – cuanto aborrecía saberla su hija. Le había mantenido desnuda e indefensa durante largos meses. Su disfrute había sido tal, que se había despojado de cada una de las máscaras que usaba. En esa pequeña habitación, habían sido solo enemigos. No padre e hija. Además, era evidente que nunca más lo serían. Su odio finalmente había desbordado y el de ella, estaba – casi – equiparándolo. Sus hijos eran unos completos estúpidos si creían que un día podrían estar a su altura. León, uno de los soldados más aclamados en la Santa Inquisición, no solo había sido su abuelo sino también su mentor. Era él quien le había enseñado todo lo que sabía. Solange y Roland, en cambio, no habían contado con su apoyo una vez se produjo la muerte de Raoul. Su boca se curvó en una mueca de desprecio mientras la estudiaba. Bajó la mirada para recorrerle el cuerpo, como si pudiera ver a través de la tela, recordándole – con ese gesto – que ya la había tenido una vez bajo su yugo. Pronto, la mueca dio paso a una de sus malditas sonrisas. La tendría de nuevo y, esa vez, no se limitaría a experimentar con su cuerpo. El placer que le recorrió con ese pensamiento fue tan intenso, que supo que la sangre de vampiro se hacía cada vez más y más con su dominio. No es que le importara. Como soldado, sabía jugar con estrategias y hacer sacrificios era una de ellas. Ese era el porqué no se había limitado a darle la espalda a sus hijos en un principio. Los había visto como armas y, llegado su momento, también tendría que elegir si quería convertirse en una. Antes de que pudiese pronunciar cualquier palabra o, mejor aún, hacer uso de su arma, Roland se rebeló. ¿Había sido él a quién había sentido antes? Si era así, ¿por qué lo había estado siguiendo? Ambas cuestiones se esfumaron cuando una más importante se abrió paso. ¿Por qué no estaba sometiendo a su hermana? Era el culpable de que escapara en primera instancia.

Gregory no confiaba en ningún condenado, pero el recién llegado era – principalmente – su hijo. Podría odiarlo, incluso desear su muerte, pero en ese momento, se había convertido en su único aliado. Xavier – como Abigail había comprobado – no sabía manejar un arma con la misma destreza que utilizaba sus instrumentos de tortura. Así que, si quería capturar de nuevo a su hija, tenía que jugar – malditamente bien – sus próximos movimientos. –  Qué te sorprende, Roland. Si es tu culpa el que me encuentre en esta situación. Hacía tiempo que había descubierto cuánto le afectaban sus palabras. Lo había estado comparando con su hermano desde que eran pequeños que, al parecer, quería su reconocimiento. Bien podría ir sentándose porque ese momento nunca llegaría. Era bueno que siguiera albergando tontas esperanzas. Mientras así fuera, seguiría manejándolo como una marioneta. Además, ahora contaba con un nuevo cargo. ¡Las cosas que podrían conseguir trabajando juntos! Si antes tenía acceso a muchas áreas solo por ser un Zarkozi, al ser el líder de una de las facciones, nadie le detendría ni le cuestionaría. Exigiría que capturaran más sobrenaturales para estudiarlos y torturarlos. Encontrarían cada una de sus fortalezas, pero sobre todo, cada una sus debilidades. Ellos mismos darían las ubicaciones de los suyos. Algunos – habían descubierto – tenían grandes barreras. Oh, pero él se divertiría haciéndolas desaparecer. Era viejo, pero no por ello menos astuto. Su hambre de poder – de venganza – era insana. – Fuiste tú quien la liberó, quien fue contra mis órdenes. La quiero de vuelta. No manchará más nuestro apellido. Si conseguiré una oportunidad bebiendo de este veneno. Cerró la mano fuertemente sobre el vial y se lo lanzó. Los reflejos de su hijo no tardaron en salir a la superficie cuando lo atrapó. – Entonces que así sea. Era una verdad a medias. Cierto que había empezado a tomar ese poderoso líquido para dar caza a su hija. Quería volver al campo y su edad no iba a ser un obstáculo, no más. Pero ahora, cada vez que lo hacía, era porque la ansiedad lo dictaba. - ¿Y qué demonios esperas para capturarla? ¿No quieres salvarla? Mírala. Se está pudriendo y solo nosotros podemos salvarla. Ellos no serán tan misericordiosos. Por ellos, se refería a los demás miembros de su facción, quienes pronto tendrían la primera misión de su nuevo líder. Porque aunque tuviese que fingir 'preocupación' en esos momentos por culpa de la presencia de Roland, quería tanto hacerle daño.
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Mensaje por Invitado Jue Ago 08, 2013 5:23 am

Ni siquiera me sorprendió que, al parecer, la culpa fuera mía, ya que la lista de cosas que eran mi culpa, si dependiera de Gregory Zarkozi, sería tan larga como gruesos eran los grandes códices medievales. Si no fuera porque mi hermano estaba delante de esa pequeña discusión familiar, seguramente habría puesto los ojos en blanco, habría bostezado y me habría puesto a mirarme las uñas, aburrida por lo repetitivo que podía volverse ese que decía que había puesto la semilla de la que había nacido yo, pero mi hermano estaba delante, y él siempre había sido el único de los dos que había buscado el reconocimiento de Gregory, de ahí sus palabras. Manipulador como sólo podía serlo yo, lo único en lo que realmente nos parecíamos padre e hija si tenía que ser sincera, sabía perfectamente que la única oportunidad que tenía de atraparme era únicamente cuando consiguiera poner a Roland de su parte y él abandonara esa neutralidad que lo caracterizaba, si es que se le podía llamar así a que nos apreciara a los dos. Yo era la única de sus familiares vivos que respetaba a Roland por lo que era, y probablemente también era la única que lo amaba sinceramente, no como Gregory, que sólo quería utilizarlo para sus propios medios. ¿Es que no se daba cuenta! Para él era tan útil como una herramienta, pero en cuanto dejara de serlo no tendría la más mínima consideración con él, su hijo, carne de su carne y sangre de su sangre. ¡Yo era la única que podría protegerlo!

– No necesito que nadie me salve, Roland, eso lo sabes bien. Vamos, mírame... Mira quién ha bebido sangre de vampiro para poder tener una oportunidad de dominar lo que jamás le ha pertenecido y quién simplemente desea ayudarte. Te lo debo... No permitiré que él te haga nada.

Roland era la única persona que podría impedirme matar a mi padre, tal vez porque era la única persona que me importaba lo suficiente para dejar a un lado mi venganza y centrarme en protegerlo. Habitualmente me importaban muy poco los demás, decían que era una loba solitaria y tenían toda la razón porque yo no funcionaba bien en una manada, ni siquiera luchando en equipo; con él, no obstante, hacía una enorme excepción, que era aplicable a todo lo demás. Por ejemplo, por una vez mi mayor impulso, que era el de correr y abrazarlo porque lo había echado mucho de menos, no fue el primero que seguí, no por él, sino por mi padre. Y si yo dejaba de ser alguien que actuaba antes de pensar e invertía el proceso, eso sólo podía significar que Gregory era una amenaza que me tomaba totalmente en serio, no así con su... lo que fuera, el tal Xavier. Pensando que estaba muy ocupada hablando y que tenía una oportunidad contra los reflejos sobrenaturalmente buenos de los licántropos, esa raza a la que yo pertenecía desde aquella noche que lo había cambiado todo, tuvo la desconsideración de intentar atacarme por la espalda, y claro, yo odiaba que me intentaran vacilar, mucho menos alguien que comía de la mano de mi padre... ¡Qué asco me daba, casi tanto como lo hacían los curas, algo que era bien sabido por todo el mundo que me conociera! Por eso, no me importó en absoluto apartarlo de mi camino, darle un golpe en la cabeza y tirarlo al suelo, inconsciente pero vivo.

– No dejes que te convenza de que fue tu culpa. Fui yo quien te convencí. Fui yo quien desobedeció. Tú fuiste el buen hijo, y aun así míralo, te echa la culpa a ti como si no hubiera sido yo quien lo odió desde el principio. ¿Crees que te mereces esto? ¿A él? Eso no es un padre, y harías bien en recordar el tormento, porque eso es lo único de lo que él es capaz. No seas su títere, Roland... Ven conmigo, no con él.
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Mensaje por Roland Zarkozi Vie Ago 30, 2013 2:46 am

"Perdió razón su acostumbrado asiento,
que el nuevo mal nueva razón me ha dado;
y en tanta confusión solo ha quedado
por verdugo del alma el pensamiento."


De aquella voluntad que a mi tormento. Gutierre de Cetina






¿Su culpa?

Aquella pregunta le retumbó en la cabeza como una desagradable y monumental campanada junto a los oídos. Tanto que por un momento, ni siquiera le dejó pensar en nada más. Su ceño se contrajo notoriamente, no estaba molesto, sino contrariado, confundido. No recordaba cuando él le había recomendado el beber de una sangre maldita, ya que su padre precisamente había comenzado a abusar de aquello que supuestamente perseguía, pero ¿su culpa? ¿Por qué?

Estuvo a punto de abrir la boca para preguntar a que se refería, pero su padre le ganó el turno, respondiendo como un verdadero adivino a aquella interrogante jamás realizada. Así que era porque él había liberado a su hermana. Una vez más le sacaba en cara la misma historia, como si ya no tuviese lo suficientemente en cuenta de que ello sería algo que no le perdonaría. Logró hacerle sentir mal, frustrado. Sin embargo, sabía perfectamente que ese no era el tema del momento y por ello sus reflejos no le defraudaron para atrapar el vial que su padre le arrojaba. Le destapó y se lo llevó frente a la nariz, aún cuando eso ni siquiera era necesario, pues sus nuevos sentidos actuarían aún a varios metros de distancia, así mismo cuando ya lo había olido desde las mismas manos del inquisidor. Era, definitivamente, sangre de vampiro.

Miró a su hermana. Las palabras de su padre, le clavaban como punzadas dolorosas en alguna parte de su ya resquebrajada esperanza. No sabía realmente que pensar, ya que ambos le hablaban como si quisieran intentar ponerle en contra del otro aún con lo que acababa de pasar. Retrocedió un paso y miró a ambos negando con la cabeza.

—¿De qué están hablando? —les preguntó a ambos, como si él mismo no fuese capaz de entender —¿Hasta cuándo van a seguir con esta situación? Quisiera saberlo —suspiró y miró a su padre —Lamento haberte defraudado, lamento no ser el hijo que querías y lamento mucho más que te hayas metido en esto —señaló la pequeña botellita que aún tenía entre sus manos —Papá, esto es grave. Tú mejor que nadie sabe que esta sangre está maldita y que malditos son quienes la deben, que es nuestro deber ante la Iglesia el llevarlos por el doloroso camino de la purificación... Es lo que cazamos... y no debiera haber justificativo para ello... mas aún me pides que vaya a por mi hermana y te la entregue... ¿Por qué? Ella también ha encontrado su camino hacia el perdón de la Santa Iglesia ¿Por qué no eres capaz de ver eso? Ella no es alguien a quien tengamos que purificar, pero tú... esto —volvió a señalar el pequeño vial —¿Qué es lo que supone que debo hacer ahora? ¿Cumplir con mi deber y reportarte ante la Sagrada Inquisición? Dime... padre.

No lo entendía, de verdad no lo entendía, ni a ellos, ni a sí mismo. ¿Su padre un esclavo de sangre? ¿Su padre que deseaba cazar a su hermana que ahora también pertenecía a su propia facción y que, a su propio modo de ver, nada había hecho? ¿A quién era el que había que cazar ahora? Fuese a quien fuese, su hermana o a su padre, a ninguno de ellos sería capaz. Les amaba demasiado y prefería quemarse a sí mismo en la hoguera antes de que fuera alguno de ellos quien pagara por su culpa.

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