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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Harper Blackraven Lun Dic 21, 2015 6:42 pm

<<Conmigo cabalgando seguí por la sombra del tiempo
y me hice paisaje lejos de mi visión.
>>
Julia de Burgos

Proteger a Lydia se había convertido en su misión. No sabía mucho de ella, sólo su nombre, su edad y que, en su vientre, albergaba al hijo de su hermano, a su sobrino. En las escasas ocasiones que la había visto, su olfato privilegiado le había permitido percibir la esencia de Bastian manando de aquella humana. No era que no le interesara establecer un lazo con ella, sino que no podía permitírselo. Era tóxica para aquellos a los que amaba, y se sentía culpable por la muerte de sus dos hermanos favoritos. La única forma de proteger a Lydia, era manteniendo una relación distante pero cordial. Harper se mostraba educada, pero nunca conversaban demasiado; simplemente, la acompañaba a trasladarse de un lugar a otro. No podía permanecer demasiado tiempo en un solo sitio, y lo mejor era llevarla cada vez más lejos de París. Albergaba la esperanza de poder subirla a un barco que se encaminara hacia las Indias Occidentales; le daría el dinero suficiente para establecerse y, finalmente, podría darse por satisfecha. Nadie la encontraría. Pero tenía dudas, y Lydia tenía miedo. En las contadas ocasiones que la había buscado, la había encontrado llorando por el amor perdido, y a ella también la culpa la invadía, eso tenían en común: las dos se sentían responsables por la muerte de Bastian. Y quizá, en parte, lo eran.

La forma que tenía de lavar su consciencia, era colaborando con una precaria escuela a la que asistían simples humanos. Ella no tenía la concepción de inferioridad que los Blackraven poseían, sino que los veía sí como seres menores, pero a los cuales ayudar. No los despreciaba, como el mandato familiar indicaba, tampoco los amaba, pero tenía cierta curiosidad por su mundo simple, sin pretensiones, sin poderes que los convirtiesen en otros. Se dedicaba a observarlos y la sorprendía la capacidad que tenían para confiar y encariñarse con tanta rapidez. Ella no era así. En su pecho parecía haberse alojado una roca pesada y dura, que siempre parecía oprimirla y le impedía empatizar fácilmente. Pero los niños no parecían percatarse de aquel impedimento, todo lo contrario. Le sonreían fácilmente, la abrazaban y le hablaban, sin sospechar la clase de monstruo que podía ser. Solía pensar en lo fácil que sería asesinarlos y, junto a ese pensamiento, la imagen de su hermana desangrándose tras el zarpazo de su padre, amenazaba con hacerle brotar lágrimas de los tristes ojos.

Cuando la tarde desaparecía lentamente tras el horizonte, maestros y niños partían a sus hogares, satisfechos por una jornada de estudio y juegos. Harper solía ser la última en irse, porque tenía una extraña obsesión con el orden, a pesar de que en su familia no tenía que mover un dedo. Pero allí no era una Blackraven –ni siquiera sabían su apellido-, era una mujer más, a la que no le importaba hacer tareas de la gente común. Sacudió el polvo –que era mucho- de los pocos libros que tenían, y los acomodó en la pequeña biblioteca de una de las aulas. Habían refaccionado una casa abandonada y la habían convertido en un sitio para darles a los más pobres un poco de dignidad. Privados del acceso a una educación de calidad, allí no obtendrían ninguna titulación oficial, pero sí aprenderían a leer y a escribir, que era más de lo que podían pedir.  Limpió sus manos con un trapo húmedo, y gracias a sus sentidos, pudo saber que no estaba sola, alguien seguía en el pequeño establecimiento. Cerró con llave la habitación y se encaminó hacia la puerta, pero antes de cruzar el umbral, por el rabillo de un ojo, percibió un movimiento en un aula. Giró y descubrió a uno de los benefactores que tenía la escuela, barriendo.

¿Necesitas algo? —le preguntó antes de apoyarse en el marco de la puerta, con los brazos cruzados. A pesar de que en un principio no había congeniado con el buen humor de Jules, había terminado cediendo al encanto al que todos parecían caer. No era que fueran amigos, pero los envolvía un halo de cordialidad que convertía a las charlas en un momento ameno; ninguno hacía preguntas íntimas y la profundidad se basaba en la situación de alguno de los niños o en proyectos para mejorar la escuela. Harper jamás llevaba sus estrafalarios vestidos de mujer rica, sino que lucía casi como una sirvienta; de hecho, todos llevaban un atuendo sin demasiada ostentación, y ella sospechaba que no era la única interesada en ocultar su vida real. —He terminado con mis tareas, así que puedo ayudarte para que puedas irte a casa pronto —agregó, antes de dar un paso hacia el interior, con una suave sonrisa curvándole los generosos labios.
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Mensaje por Jules Jouvet Sáb Dic 26, 2015 4:33 am

“No pudimos ver con tanta luz,
yo buscaba un cielo en tu mirada
y nunca sabré lo que encontraste tú…”

Fito y Fitipaldis


Había estado trabajando día sí y día también en una escuela para los más desfavorecidos desde que en una conversación con un conocido de los Blackraven surgió que Harper colaboraba haciendo tareas allí. No había sabido de qué se trataba, pero acudió de todos modos para averiguarlo, y de paso, poder saber más sobre la última persona que había visto a Lydia con vida.
Al principio empezó como una afición, nadie le conocía y le mandaban a limpiar, ordenar y custodiar a veces el pequeño y precario edificio, sabiendo que un hombre de su estatus y con su físico podría fácilmente ahuyentar con una mirada a cualquier desconocido. Pero poco a poco había ido conociendo a los niños. Algunos se acercaban curiosos para saber sus motivaciones, ningún hombre había intentado ser caritativo antes, y mucho menos uno de clase alta, pero les había dicho la verdad -o al menos, la verdad que él consideraba importante-: tenía que acercarse a Harper Blackraven y no se le había ocurrido una idea mejor. Y así, sin siquiera proponérselo, los niños se habían hecho un hueco en su corazón marchito al darle información sobre ella, desde que se ponía muy triste por muchos abrazos que ellos le dieran hasta las flores que ellos creían que podían gustarle. Ni se imaginaban que en realidad, él estaba allí para cazarla, para torturarla si hiciera falta.

Hacía ya tiempo que comenzó a dar clases al grupo de los niños más mayores, porque sentía sus emociones alteradas y se reconocía en ellos, en su miedo, en su incertidumbre y en su dolor. Había terminado ya la clase, pero un niño se quedó para hablar con él, lo que le llevó a estar aún más tiempo para ordenarlo todo. Después de hablar con su mejor amigo, Castiel, sobre cómo podría enamorar o seducir a la pequeña Blackraven, acordó consigo mismo que por el momento debía ser paciente, dejar que ella se acostumbrara a verle, a sus sonrisas, a sus juegos y sus saludos, y después dejar que fuera ella la que iniciara alguna conversación. Funcionó.
Tampoco era para vanagloriarse de sí mismo, apenas hablaban sobre una o dos cosas, pero poco a poco tardaban más en despedirse, las sonrisas eran más espontáneas, y eso, un cazador como él, lo notaba.
Cuando la escuchó detenerse ante la puerta de su clase levantó la mirada y sonrió como un gato se lo haría a un ratón. Con el toque justo de seductor y juguetón, admirando que la cambiante cada día parecía rejuvenecer con envidia. No la admiraba, o al menos no deseaba hacerlo, pero cada día hablaba más y más al pobre Castiel sobre los detalles que los niños le confesaban. Bien, no era recomendable que un cazador deseara a su presa, mucho menos que la admirara con tanto fervor, pero ahí estaba Jules comiéndose con la mirada el cuerpo de una cambiante y dándose patadas mentales por ello.

Necesito saber si tu piel es tan suave como parece, pensó, pero desechó el pensamiento odiándose por haberlo tenido. No era solo que aquello fuera más propio de una niña enamoradiza que de un hombre hecho y derecho como él, es que además ella era una cambiante y probablemente la única persona que sabía donde estaba su hermana. Reprimió un gruñido por estar perdiendo la cordura por una chica que además era medio a-n-i-m-a-l y trató de contestar algo mínimamente humano.
No, nada -pero ella se ofreció y le sonrió, apenas una elevación de las comisuras que le daban un aire inocente, la niña Blackraven parecía estar dentro de esa mujer y a él le costó no pavonearse por haberlo conseguido; claro que la respuesta que le dio a Harper no fue muy creativa-. Gracias, Harper.

Eres un completo genio, se reprimió a sí mismo. ¿Dónde estaba ese Jules que podía engatusar a cualquier mujer con su encanto y su sonrisa? ¿Dónde estaba ese hombre que no tenía reparos en utilizar cualquier arma disponible para lograr sus metas? Pues parecía que se había ido de vacaciones, porque por el momento solo podía ser calculador y frío lejos de esta chica. Cuando ella estaba cerca se sentía torpe, como si el chico de trece años que tan mal lo había pasado por culpa de las mujeres saliera a la luz con las piernas temblándole. Él no era así, maldita sea.

Intentó pensar rápido algún tema de conversación, nunca había estado callado tanto tiempo. Como no se le ocurría nada, imaginó que era Castiel quien estaba cerca de él y que quería contarle algo, debía usar cualquier arma para que esa chica confiara en él.

¿Tienes adónde ir esta noche? -Otra genialidad fruto de su incompetencia para ser seductor cerca de ella, pero creía que su tono inocente y su sonrisa podrían arreglarlo, así que dejó caer esa fachada de hombre serio y encantador para mostrar al Jules de verdad, el juguetón, el niño travieso que solo buscaba un compañero de juegos-. Juro que no intento nada raro -dijo levantando las manos en señal de inocencia-, es que mi cocinera me ha hecho la cena y la llevo en una cesta, en principio iba a ir al bosque para un picnic nocturno pero me da vergüenza ir solo y que me vea alguien. Si voy con una preciosa chica como tú darán por sentado que intento seducirte y nadie podrá echarme en cara nada.

Otra sonrisa, esta vez demasiado pícara, se le escapó mientras dejaba a un lado la escoba, agarraba la cesta con su cena en la mano y comenzaba a sacar toda la comida para ponerla encima de la mesa. Una ofrenda, eso era.

Parece usted hambrienta, señorita Harper -comentó bajando la voz, como si su ofrenda fuera un secreto solo para ella-. ¿Me concedería el honor de compartir esta cena conmigo?
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Mensaje por Harper Blackraven Vie Ene 15, 2016 9:08 pm

No iba a negar el encanto innato de Jules. Era un caballero alegre, que en más de una ocasión le había arrancado una sonrisa, y eso era demasiado para una persona como Harper, que parecía haberse apagado en algún sendero de su vida. Tenía pocas amistades, se codeaba con escasa gente, no le gustaban los grandes eventos y, a pesar de ello, detestaba la soledad. Su gran temor consistía en quedarse sola en el mundo, no tener alguien con quien contar, alguien a quien hablarle o que le hablase. Quizá por eso, y porque realmente era indecoroso –y había algo de fascinante en llevarle la contraria a las enseñanzas familiares-, fue que estuvo tentada a aceptar inmediatamente la invitación de su compañero. Juzgó extremadamente simpática la forma en que formuló la propuesta, repleta de justificaciones que rozaban el coqueteo sin llegar a ser tal. La cambiante jamás había coqueteado con nadie, siquiera se había sentido atraída por un hombre, y por ello le resultaba extraña la sensación de expectación que se le había alojado en el estómago, como si hubiera estado esperando toda su vida una solicitud como aquella. No tenía nada de estrafalaria, lejos estaba de ser algo serio, y parecía más como si un amigo se estuviera dirigiendo a ella pidiéndole un favor, que alguna de las otras fábulas que a Harper se le cruzaron por la cabeza en cuestión de segundos.

Pero aquel día, ella se encontraba de buen humor, algo verdaderamente sorpresivo. Además de que la sonrisa de Jules era arrebatadora. Tenía una forma particular de levantar las comisuras y mirarla que la hacía sentir la única mujer en la Tierra, y sabía lo peligroso de aquello. Nunca había tenido la suerte de ver a un hombre dirigirse de aquella forma a una fémina: todo en ese atardecer era nuevo. Sabía que luego tendría que dar una excusa creíble, no sólo a su padre, sino también a su hermano Vincent. Eran estrictos con su crianza, ella siempre debía guardar el lugar de una dama, de una heredera Blackraven, y estar a solar con un caballero era una verdadera afrenta a las buenas costumbres, que dictaban que un hombre y una mujer, si no eran esposos, no podían estar a solas, siempre debía haber una chaperona quitándole lo indebido a la situación. Pero a Harper no le importó; se armó de valor y se adentró por completo al aula, observando con detenimiento los alimentos que Jules ponía sobre la mesa. El aroma de las frutas le agradó a su olfato sensible.

Eres un hombre muy particular —negó con su cabeza varias veces, pespuntando un atisbo de sonrisa. Si notaban que su ausencia se prolongaba, la buscarían. No tardarían demasiado en encontrarla, y ese sería no sólo su fin, sino también el de la escuela. Si Benjamin Blackraven llegaba a enterarse que su hija menor colaboraba con simples humanos y utilizaba fondos para ayudar a ese miserable establecimiento, la esperaría el infierno. Al jefe de familia no le había importado quitarle la vida a una de sus hijas al descubrir su traición, y Harper supo que con ella no sería diferente. De pronto, recordó que esa noche había un evento de negocios y que, tanto su padre como su hermano, se encontrarían fuera de casa. —No puedo volver demasiado tarde —explicó— pero aceptaré tu invitación, sólo porque realmente estoy hambrienta —le guiñó un ojo. Se mantuvo a una distancia prudencial. Había descubierto que el aroma de Jules le gustaba, le transmitía paz y que, también, le recordaba a alguien, pero no lograba darse cuenta a quién.

El Sol pronto se esconderá y quedaremos a oscuras. Buscaré velas —se sentía entusiasmada, como si fuese una niña a la que, de pronto, le hubieran regalado un juguete que había ansiado. No era normal verla tan animada, ni que sus ojos chispearan de aquella manera. Fue hacia un pequeño mueble que había en una esquina, a sabiendas de que allí encontraría velas. Sacó tres, y se demoró más de la cuenta intentando encontrar las cerillas, hasta que dio con ellas. Cuando giró, los alimentos estaban dispersos de una forma elegante, y si el lugar no hubiera sido tan precario y ellos no hubieran sido simples conocidos, Harper hubiera jurado que era el momento más personal que había vivido a lo largo de su existencia. Claro, aparentaba unos cortos dieciocho años, y esa era la edad que contestaba cuando le preguntaban, pero había vivido el doble, y eso era demasiado tiempo. —Eres un experto en esto —comentó con cierto deje de picardía en la voz. Nuevamente, acortó la distancia entre ambos, no sin volver a sentir aquel cosquilleo en el vientre. Pensó en lo estúpida que era; no existía la más remota posibilidad de que un hombre como Jules se encontrase soltero: era guapo –guapísimo, uno de los más guapos que había conocido-, inteligente, fuerte y parecía nunca enojarse. Y, aunque no tuviera compromiso, sabía que no debía sentirse atraída por él. Comenzaba a arrepentirse de haber aceptado la invitación. —A juzgar por el aroma, tienes una excelente cocinera. Nunca he sido apta para las artes culinarias, así que siempre es de admirar quienes han nacido con un don para preparar manjares —Harper ni siquiera sabía cómo se preparaba un té, pero no lo comentaría, no era algo de lo que estuviese orgullosa. —Cuéntame, Jules, ¿cómo fue que llegaste aquí? Nunca te lo he preguntado —formuló la interrogación mientras alisaba una arruga imaginaria en el mantel.
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Mensaje por Jules Jouvet Vie Feb 12, 2016 3:23 pm

Cuando decidió ir tras la menor de los Blackraven no esperó encontrarse con rumores acerca de una joven dulce y generosa que ayudaba a cualquiera que se le pusiera por delante. Conocía a Vincent, había hablado con uno o dos hombres que trataron de hacer negocios con él pero que fueron rechazados por razones que ninguno entendió. Jules sí lo hacía, comprendía que si sus suposiciones acerca de la naturaleza de la familia eran reales, el Blackraven se negaría a hacer negocios con humanos a no ser que fueran demasiado jugosos como para ignorarlos. Vincent era todo lo que la Inquisición le había enseñado acerca de las bestias: duro, frío, letal y con una mirada salvaje que a más de uno le habría ocasionado un paro cardíaco. Por seres como él había dedicado su vida entera a espiar y cazar, pero con Harper… Ningún cambiante depredador que se preciase ayudaría a un humano sin una razón, y mucho menos a los niños. Eso decía mucho de su bondad, de ese corazón cuyos secretos le parecían fascinantes. Ella en sí misma parecía atraerle como un imán, el inquisidor había descubierto que robarle sonrisas durante sus breves encuentros, que sus ojos, tan tristes a menudo, le incitaban a desafiar esa indiferencia, ese dolor que parecía habitar en la joven. Y sabía que no estaba bien, que ella era lo que se interponía entre Lydia y él. Pero bueno, acabó pensando, la finalidad de todo aquello era que la chica confiara en él, ¿no estaba cumpliendo su cometido?

La opinión sobre Harper creció para mejor en cuanto la vio aceptar su invitación y entrar en la sala; era valiente. No estaba bien, quitando el hecho de que ella era un ser que la Inquisición consideraba inhumano y que debería ser erradicado; seguían siendo un hombre y una dama en una habitación a solas. Sin carabina, sin reglas. Ese último pensamiento le provocó un escalofrío, pero había sido entrenado para disimularlo y analizar la situación. Ella seguía de pie negando con la cabeza mientras comentaba una cosa que le hizo reír.

Particular se queda corto, Harper, pero es parte de mi encanto personal -sonrió con la alegría que se extendía por su cuerpo mientras la veía observar con detenimiento la comida que pensaba compartir con ella, extraño, así se sentía con ella; el Jules controlador, calculador y capaz de todo para conseguir sus fines parecía aplacarse con una sola sonrisa de aquella joven, cosa que le molestó bastante-. Me alegra mucho oír que estás hambrienta, quedaría como un maleducado si yo comiera tanto como deseo y tú no pudieras… estar a mi altura -una risa corta junto con una sonrisa pícara disiparon su malestar; estaba con una mujer hermosa, con una que además no le haría daño porque no parecía estar en su esencia, una joven que además le hacía olvidase de Jules el Espía de la Inquisición y dejaba solo a Jules, el chico que había sido entrenado para creer en cosas que últimamente se cuestionaba demasiado. ¿Acaso no se merecía un descanso de tanta cacería y tanta muerte?—. Y Harper —¿por qué se sentía como si su nombre fuera una oración rezada en privado?—, confía en mí, no dejaré que te retrases.

Verla moverse de un lado a otro buscando velas le recordó aquellos días lejanos en los que Lydia y él hacían travesuras a espaldas de su padre. El niño que había sido humillado y maltratado ahora estaba contento, no había disfrutado casi de su infancia y era como si aquél atardecer se le concediera una nueva oportunidad. Quiso llamarla, pero se mordió la lengua. Había visto un brillo diferente en su mirada, algo que le había dejado momentáneamente paralizado. Un ángel, pensó, acababa de ver la sonrisa de un ángel. Pero no quería que ella se diera cuenta del poder que tenía sobre él, por lo que negó con la cabeza y se encargó de organizar los alimentos. Lo salado lo dejó a un lado, y en el centro de la mesa dejó repartidos los dulces.

Le gustó más de la cuenta su mirada cuando se volvió para apreciar la mesa, quiso pavonearse ante el mundo porque aquella joven lo había llamado experto, pero sonrió con inocencia y comentó con una sonrisa que parecía no desvanecerse cuando ella andaba cerca:
Si te refieres a organizar un montón de comida sobre una mesa para que parezca más apetecible, no te imaginas cuánto -cuando se acercó tuvo que recordarse que ella apenas le conocía, que debía reprimir sus ansias de acortar aún más las distancias y probar si su atracción solo era cosa suya. Pero tuvo que centrarse en ella, en la conversación que estaban manteniendo.— Es la mejor cocinera de Francia, aún me pregunto porqué decidió trabajar para mí. Y por favor, Harper, tutéame, no estás en una reunión social, esto es… secreto. Un club más que privado, solo los socios más exclusivos pueden probar el soufflé de mi cocinera -guiñó un ojo y se acercó a ella para moverle una silla, como el perfecto caballero que también le enseñaron a ser.— Déjame pensar un segundo… -Me acomodé en mi silla después de ayudarla a ella y agarré el soufflé ofreciéndoselo-. Llegué aquí por la recomendación de un conocido. Me dijo que aquí podría ayudar a los más desfavorecidos, que me llenaría el alma y que además había una joven con una sonrisa hermosa que no podría ignorar -era una verdad a medias, pero el último comentario pareció salir volando de entre sus labios sin que pudiese evitarlo, se sintió bastante avergonzado y estúpido, pero no se atrevió a añadir nada más por si lo empeoraba.
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Mensaje por Harper Blackraven Miér Feb 17, 2016 8:37 pm

Dicotómico. Así era como podía definir a Jules. Era como si en su interior batallara el niño que nunca había crecido, con el hombre adulto que correspondía que fuera. Harper era muy buena leyendo a las personas, especialmente a los hombres; convivía con dos seres despiadados, conocía la mayor bajeza que podía poseer un ser, y eso la había vuelto inmune a muchas cosas, como a los encantos masculinos. Sin embargo, no podía negar el embrujo que ejercía Jules sobre ella. Él parecía completar los espacios vacíos, y estaba segura que, si él se retiraba de aquella habitación, su ausencia la destrozaría. No era sólo por su físico imponente, de músculos firmes y su gran altura, era todo en él lo que parecía llenar aquel lugar. Su sonrisa, su picardía, la forma en que se movía y cómo se dirigía a ella, el aura que lo cubría con un halo de pureza que semejaba la de un pequeño. Le recordaba tanto a Bastian, que el corazón se le estrujó. Su difunto hermano había sido así, aunque un poco más serio –no podía luchar con la naturaleza Blackraven-, pero tenía aquella mirada que sólo poseen las personas buenas, que no saben del pecado. ¿Sería Jules tan virtuoso o todo era una treta?

Harper era difícil de engañar. No tenía un ápice de ingenua, y era sumamente desconfiada. Y era por ésta desconfianza, que jamás podía disfrutar de los momentos alegres. Rápidamente, la inseguridad se abrió paso, y se colocó sobre ella como una nube tormentosa. Su acompañante le parecía demasiado bueno para ser verdad, y ella, que cargaba con la culpa como Jesús cargó su cruz, no se podía permitir tener instantes de felicidad. Sus hermanos estaban muertos, Lydia estaba embarazada y oculta, y si bien no pasaba carencias, vivía una vida que ya no le pertenecía, escondida de todo y todos, incapaz de moverse del lugar en el que Harper la había ubicado. La cambiante había dejado junto a ella, a una esclava que no dominaba el francés y que era analfabeta, asegurándose, de aquella forma, que no entendería nada de lo que ellas hablaban, y si le preguntaban, no sabría qué responder. Tampoco podría comunicarse de forma escrita, así que la seguridad de la mujer de Bastian, estaba casi fuera de peligro, al menos por ese lado. Siempre la perseguían los ojos tristes de la muchacha que, cargados de lágrimas, le rogaban que se quedara un poco más. La entendía: Lydia estaba sola, embarazada y muy asustada.

Gracias —dijo cuando le corrió la silla para sentarse. Aquel sitio tan sencillo, le pareció el mismísima Palacio de Versalles. Lo escuchó con atención, mientras su privilegiado olfato degustaba el espectáculo de aromas. Tan concentrada estaba, que el último comentario de Jules la tomó completamente desprevenida. Le mantuvo la mirada fijamente, con una sonrisa muy suave congelada en los labios, y sintió la peligrosidad cosquilleándole los pies. Sostuvo el soufflé, casi suspendido en el aire. Sabía, perfectamente, que las sensaciones que la envolvían la podrían destruir. ¿Los humanos serían la eterna condena de los Blackraven? — ¿Y quién será la afortunada que recibe tan preciado elogio? —preguntó, finalmente, haciéndose la desentendida del asunto, y sirviéndose el manjar. Además, pensó, no necesariamente estaba refiriéndose a ella, así que no se daría por aludida. La vanidad, sólo la dejaba para los pocos encontronazos con su hermano Vincent o con su padre. Para ellos, era una virtud, quizá una que se heredaba, una con la que se nacía, por lo que no debía dejarla de lado al entrar a su hogar.

Esto es una delicia —comentó, cambiando rotundamente de tema, tras probar el soufflé. El cocinero de la mansión era fantástico, pero podía decir que, la empleada de Joules, era una verdadera deidad de la cocina. Todo en Harper destilaba elegancia. La forma en que tomaba el cubierto, su posición erguida, cómo degustaba sin emitir el más mínimo sonido, sin casi mover la boca. Nadie podía negar su rígida crianza inglesa. —Quiero quedarme con tu cocinera, Jules. Si algún día no la encuentras más, te aseguró que estará en mi residencia, llenándome de estos platillos deliciosos hasta matarme —destilaba picardía en su voz, pero aún no lograba superar el momento de incomodidad de segundos atrás. —Me alegra que sepas el motivo real por el que estás aquí. Yo…a veces no sé por qué ayudo a las personas, por qué estoy en ésta escuela, por qué trato a los niños como los trato, por qué quiero estar con ellos —confesó, con cierto pesar. Le gustaba creer que era porque tenía aquella veta altruista de Jules, pero también había mucho de rebeldía, de hacer algo que su familia odiaría, y eso le quitaba nobleza a todo el bien que hacía, desde su tan humilde lugar. —Aunque a veces, me gusta creer que no importa el efecto que produzca en mí, sino lo que se genera en los niños y las niñas. Nuestros motivos para estar aquí, al fin de cuentas, pasan a un segundo plano. Es lo que les damos a los pequeños lo que realmente vale —reflexionó, con cierto aire nostálgico, que ya era natural en ella.
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Mensaje por Jules Jouvet Vie Feb 19, 2016 12:00 pm

Era como una estrella solitaria en mitad del cielo. Dios había tenido el acierto de hacerla bella, aunque sus ojos desmentían la felicidad que parecía crecer en sus labios. Era como si Harper quisiera sonreír pero algo dentro de ella la obligara a estar a la defensiva, esperando una señal. La mente de Jules era como un torrente de pensamientos inútiles, se cuestionaba hasta si debió vestirse como lo había hecho, si debió ayudarla a sentarse o lo consideraría demasiado formal, si traer la comida había sido una buena idea, ¿qué tenía esa chiquilla para hacer que se sintiera tan estúpido? Apenas tenía dieciocho años pero su mirada era antigua, sabia. Podría haber estado la tarde entera mirándola, admirando esos enormes y expresivos ojos. ¿Por qué estaba triste? Era preciosa, más bella que cualquier escultura o cuadro de la historia, más que las estrellas con las que la había comparado antes. La estudió mientras parecía congelarse en el tiempo después de su comentario sobre el club privado. Tardó apenas unos segundos en reaccionar y no se dio por aludida. Por un momento pensó que eso era bueno, pero también le molestó que no se diera cuenta de algo que para él era obvio: era hermosa, y merecía ser tratada como una dama.

Y tú mereces el Infierno, ingenuo.
Casi pudo escuchar la voz de su padre en sus oídos, así de claros eran los recuerdos que tenía de él. Cerró los ojos con fuerza mientras Harper probaba el soufflé y se sentó como un autómata. Ella era su presa, le habían educado y entrenado para espiar e incluso cazar a seres como ella. ¿En serio iba a desperdiciar su experiencia porque su cuerpo le estuviera traicionando? Ella era el enemigo, los conocía como a la palma de su mano, ya había acechado a más cambiantes de los que podía contar. Se aprovechaban de las virtudes que poseían como animales para usar a los humanos como él. Ella le estaba seduciendo, era una trampa, pensaba asesinarle en cuanto bajara la guardia. Siempre atacaban por la espalda, como animales que eran. No podía dejarse engañar por esos brillantes ojos que parecían encerrar miles de secretos, ni por ese cuerpo pequeño y frágil que deseaba envolver en un abrazo, ni ese cuello que no dejaba de tentarle como si estuviera hambriento y… Apretó un puño bajo la mesa mientras fingía arreglar una servilleta en su regazo. Ella era un animal. No era una humana. Ni siquiera Dios entendería su fijación por ella. ¡Había decenas de mujeres que suspiraban por él! ¿Qué tenía ella que le hacía querer ponerse de rodillas y pedirle que le hiciera suyo de por vida?
Lo peor era que no era humana. Animal. Un animal. Animal. Animal.

No dejó de recordarse a sí mismo con quién estaba tratando: una mentirosa y traicionera cambiante que bien podría destrozarle en menos de un minuto. Pero ella no sospechaba de él, así que podía engañarle. Si hubiera sido una mujer humana, no habría podido hacerlo, pero no lo era. Ella pertenecía al Infierno, su misión era acabar con todos ellos. No podía perder el norte por Harper, era un pecado más que mortal. Por el momento, se limitó a contestarle con una sonrisa pícara, aunque hubiera pasado un tiempo desde la pregunta que le había hecho:

Tú, Harper —su nombre seguía sonando como miel en sus labios, quería gritarlo al cielo como un niño enamorado, pero no lo era y no pensaba hacerle saber cuánto poder tenía sobre él—. Tú eres la única con ese privilegio.

Una extraña satisfacción le recorrió al escuchar cómo elogiaba el soufflé de su cocinera. Se conocían desde que era pequeño, ella había huido de España porque se cansó de soportar a su marido, quien se aseguraba de demostrarle su “amor” pegándole a diario. Aunque había sido criada para soportar y esperar aquello, cuando se enteró de que estaba encinta, decidió que no podía más, no por ella sino por el hijo que esperaba. Se convirtió en una fugitiva perseguida por la Inquisición, pero de eso no se enteró hasta mucho después. A veces ella aún le preguntaba por qué no la entregaba si era un inquisidor, pero Jules le contestaba que cocinaba tan bien que sería una pérdida enorme para el mundo. No pensaba admitir que ella era de sus pocas confidentes en el mundo, ni que incluso el hecho de que supiera a qué se dedicaba ya era una gran muestra de confianza por su parte. Era como la madre que siempre deseó tener, así que escuchar de la boca de aquella preciosa chica lo bien que cocinaba le hizo sonreír con orgullo, y a medida que Harper la elogiaba más y más, su sonrisa pasó a ser una risa pícara, infantil.

Te aseguro que ella adora que las personas coman todo lo que cocina, y dudo mucho que en un cuerpo tan pequeño como el tuyo quepa tanta comida como en el mío, aunque no sea muy educado vanagloriarse de ello —rió de nuevo, contento de tener alguien con quien conversar, aunque fuera una enemiga a la vida que debía seguir.

Pero una enemiga nunca hablaría como ella. No dudaría de su razón para actuar de un modo u otro, no ayudaría a unos débiles humanos solo “por darles algo a los niños y las niñas”. Sus ojos habían vuelto a teñirse de tristeza y nostalgia, quería hacerla reír, así que se devanó los sesos buscando alguna cosa inteligente y perspicaz que decir:

Entonces sí que sabes porque lo haces, por ellos. Tienes a más de un chico decidido a casarse contigo a pesar de la diferencia de edad, dicen que van a conquistarte aunque sea lo último que haga —rió de nuevo, estaba traicionando un poco la confianza de Pierrot, el niño en cuestión y el que le ayudaba a averiguar cosas de Harper, pero tampoco había dicho su nombre así que no pasaba nada—. Tú no te das cuenta, Harper, pero brillas con luz propia, iluminas esta estancia por completo —lo dijo porque era verdad, y ella necesitaba entenderlo; entonces cayó en la cuenta de algo—. Luz que por cierto, se está yendo. Cuando terminemos esta "reunión" del club privado, ¿volveremos a tener otra?

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Última edición por Jules Jouvet el Jue Mar 31, 2016 9:54 am, editado 1 vez
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Mensaje por Harper Blackraven Dom Mar 27, 2016 7:50 pm

Cuando entró a la adolescencia, siempre le había llamado la atención la forma en que la edad de su cuerpo se había detenido. En la actualidad, era una experimentada mujer de treinta y seis años, pero no aparentaba más que ser una chiquilla de dieciocho, otorgándole cierta impunidad ante el mundo. Le gustaba ver la vida como a esa jovencita a la que todos querían. En la escuela, nadie sabía de su condición sobrenatural, y a pesar de que solía sentir culpa por engañarlos, también le divertían sus conceptos cuasi aniñados para observar las situaciones. No era que fingiera, pero sí se atrevía a ser más liviana con sus conceptos, a no demostrar una madurez que le había llegado hacía mucho, especialmente, porque así se ahorraba preguntas y sospechas. Harper, en la humilde institución, era muy libre, como nunca lo había podido ser en su familia. Si bien nunca podía desprenderse de aquel aire nostálgico, no era tan tajante ni inflexible como en la cotidianidad de los Blackraven. Ellos tenían la capacidad de oscurecerla, y cientos de pensamientos negros aparecían cuando se encontraba llevando su vida real adelante; debía mimetizarse, y lo conseguía a la perfección, a pesar de la posición de sumisión a la que eran reducidas las féminas de la familia.

Las palabras de Jules, le arrebolaron las mejillas y le arrancaron una casi imperceptible sonrisa, que se ocultó detrás de los alimentos que había comenzado a ingerir. Intentó no mirarlo a los ojos, segura de que no podría simular el coqueteo. No era estúpida, se percataba de que estaba intentando seducirla, y ella había accedido a ese juego desde el instante que aceptó la invitación a compartir ese momento íntimo. Rió discretamente cuando comentó sobre la capacidad que tenía su cuerpo para alimentarse, pero se guardó que podría sorprenderlo. Una característica de los cambiantes, era su buena alimentación. Ella, por supuesto, no era la excepción. Sabía perfectamente que, a pesar de no ser poseedora de un gran apetito, debía ingerir gran cantidad de alimentos, para poder mantener a sus otras facetas en buenas condiciones. No sabía si los otros sobrenaturales de su especie fueran tan rigurosos con ese tipo de cuidados, pero Benjamin, su padre, era estricto. Necesitaba a sus hijos fuertes, y la alimentación era una de las medidas que tomaba. A pesar de que nunca enfermaban, cuidaba la salud de sus herederos, obligándolos a abrigarse y a comer sanamente. Benjamín era sumamente insoportable cuando se lo proponía.

Exageras —dijo, divertida. —Lamento decepcionar a esos candidatos, mi padre ya está buscando prometido por otros lares —aquello se escapó de su boca sin siquiera pensarlo. Internamente, se maldijo, era algo demasiado personal y horrendo como para sacarlo en un momento como ese. —Pero, la vida nos lleva por caminos bifurcados en algunas ocasiones —completó, sin darle tiempo a que dijera nada al respecto. —Tienes razón en cuanto a que se está yendo la luz, la mía no nos iluminará demasiado —continuó en tono de broma. Ella se consideraba un ser más bien opaco, carente de ese brillo que decía Jules que poseía, pero como no era la primera vez que un hombre coqueteaba con ella, sabía que esa era una de las frases que podían decirse para encantar al objeto del deseo. —Para eso, tenemos esto —tomó una de las velas que había encontrado y la encendió. El olor era demasiado fuerte para su delicado olfato, aunque se cuidó de no decir nada. La dejó sobre un plato que estaba vacío. —Mucho mejor, ¿no te parece?

A pesar de que el Sol no se había escondido del todo, la calidez de la vela inundó la estancia. Le agradó el tono que adquirió la piel de su anfitrión, y las sombras acentuaron sus facciones. Le gustaba su mandíbula, y por un instante de debilidad, se preguntó qué se sentiría recorrerla con el índice, delineándola. Su propio pensamiento la sorprendió, especialmente, porque nunca nadie le había inspirado tales ideas. Se recordó que había ciertos placeres que le habían sido vedados y que, bajo ningún punto de vista, repetiría la historia de sus hermanos. Ellos habían caído en los embrujos de los humanos, y a pesar de que aceptaba el atractivo que generaba la vulnerabilidad que poseían, ella no era ni como Bastian ni como Makayla. Ella honraría el apellido, y su último gesto hacia ellos sería proteger a la joven que llevaba en el vientre, al hijo de su hermano favorito. Para reprimir su imaginación, evocó la imagen de su padre rasgando el vientre de Makayla y asesinándola frente a toda la familia. Ella no correría con esa suerte, mucho menos cuando, estaba segura, sería Vincent quien se daría el gusto de acabar con otra traidora. Harper sabía que él la tenía en la mira, y más que el miedo, el deseo de no darle la razón, era lo que la instaba a no cometer los mismos errores.

Claro que podremos tener otra, Jules —debía decir que no, pero ahí estaba, rebelándose. —Salvo que termine por aburrirte y nunca más me invites —finalizó, tomando nuevamente una pequeña porción de soufflé y llevándosela a la boca. Podría vivir comiendo esa delicia.
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Mensaje por Jules Jouvet Jue Mar 31, 2016 11:09 am

Era feliz.
Pocas veces en su corta vida hubiera dicho que estaba tranquilo, pero la vida daba vueltas y ahora comía saboreando cada bocado, sin perder detalle de cada movimiento o gesto que hacía su acompañante. Se sentía atraído por ella, sabía que no tenía nada que ver con la desaparición de Lydia pero por otra parte no quería involucrarse más, debía retroceder, aclarar su mente. Aunque con las velas iluminando la pequeña y precaria aula, solos, rodeados de un aura de paz que nunca habría imaginado, bueno, ¿qué más podía pedir?
Observó a Harper mientras seguía disfrutando el soufflé y por un momento trató de imaginarse qué diría ella si supiera que había sido entrenado con dureza por su Maestro durante toda su infancia y la mayor parte de su adolescencia, ¿se reiría de él? Ella llevaba su tristeza como una bandera ondeando al viento, aunque también sonreía con sinceridad; ella no perdía la esperanza y era capaz de compadecerse de los demás. ¿Le abrazaría? ¿Le aseguraría que aquél horror ya habría acabado y que estaba a salvo? Nadie aparte de Lydia sabía la verdad sobre sus heridas, le daba vergüenza desvertirse al irse a dormir porque odiaba cada una de sus cicatrices. Una joven inexperta como Harper saldría corriendo si le viera.
Dejó a un lado el tenedor y se rascó la barbilla sin darse cuenta, uno de esos reflejos que se hacen al pensar en algo profundamente pero que el Inquisidor nunca reconocería hacer, en un trabajo como el suyo no se permitían errores.
¿...O tal vez Harper no huiría?, pensó mientras volvía a coger el tenedor y paladear el soufflé.

Prometido.
Tardó unos segundos en procesar la palabra, mientras ella continuaba hablando sin darle importancia a lo que a él lo había dejado paralizado.
¿¡Prome...?! —no quería levantar la voz pero se descubrió pegando un salto, tirando la silla hacia atrás y atragantándose con el bocado. ¡¿Prometido?! De repente tuvo ganas de pegarle a algo, tan fuerte como para romperse un hueso; aquella pequeña joven no podía casarse, seguro que la unirían a algún viejo decrépito que abusaría de ella la primera noche, que no se interesaría por descubrir el secreto de sus ojos, por cuidarla, por respetarla como se merecía—. ¿Y estás de acuerdo? —Justo cuando terminó de formular la pregunta se dio cuenta de lo estúpido que había sido aquello, daba igual si a ella le parecía bien o mal, su familia únicamente querría dinero, o una mejor posición social, o deshacerse de una boca que alimentar; la furia iba creciendo dentro de él pero tuvo que disimularlo, cerró los ojos unos segundos respirando para calmarse y después le sonrió avergonzado, recogiendo la silla y arreglando el desastre que había ocasionado su sobresalto—. Siento mucho esta escena, me ha... Sorprendido tu confesión, pareces demasiado joven para casarte, aunque tampoco sé la edad que tienes. Será duro para ti, ¿no es así? —Una chica fuerte y decidida como ella viéndose relegada a asentir a un matrimonio concertado; eso la estaría matando—, si necesitas cualquier cosa, cuenta conmigo, aunque solo sea hablar o desahogarte. Confía en mí, Harper.

Entrenado como un Cazador y educado como un espía de la Inquisición, Jules sabía diferenciar entre la palabra "confianza" y lo que quería decir "lealtad". La lealtad podía heredarse, enseñar a alguien a ser leal a una ideología o un fin si se le inculcaba desde niño; la confianza se ganaba, se protegía. Su misión, desde que había llegado al mundo, había sido acabar con los seres del Infierno. La desaparición de Lydia había marcado un antes y un después, una crisis de fe intensa, pero ahora estaba frente a la peor crisis de toda su vida: Harper. Como la vela que había añadido a la estancia, ella le iluminaba el corazón por completo, y eso que aquella era la primera conversación larga que habían mantenido. Por Dios, ¿no sabía controlarse?
En ese momento ella aceptó volver a reunirse con Jules y él sonrió con picardía, riendo al escuchar su ingenua conclusión.

Yo no me aburriría de ti ni en un millón de años, aunque dudo que ninguno lleguemos a esa cifra con vida —rió al darse cuenta de que la tensión se había evaporado de la sala, pero una idea le asaltó de repente y se quedó paralizado un minuto mientras observaba aquellos enormes ojos, hipnotizándole. Ella iba a casarse con algún extraño y todas sus probabilidades de encontrar a su hermana se irían con ella, se acabarían las sonrisas fugaces, los comentarios ingeniosos de aquella chica que parecía mucho más vieja de lo que era en realidad, más sabia y perspicaz. Adiós a su misión, pero sobre todo adiós a la pequeña Blackraven, que ni siquiera podría elegir a su prometido, nadie le preguntaría a ella, el hombre elegido por su familia no la miraría a los ojos y le pediría su mano, todo se llevaría como un contrato empresarial, lo sabía—. Harper —se puso en pie lentamente, estudiando cada gesto de la chica, sopesando la genial idea que acababa de ocurrírsele y sin plantearse en realidad los inconvenientes, él quería hacerla feliz y, de paso, encontrar a su hermana—, ¿me concederías el honor de convertirme en tu esposo?
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