AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Nothing as It Seems | Privado
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Nothing as It Seems | Privado
"Quien escribe con sangre, y escribe sentencias, ha de ser no leído, sino aprendido de memoria."
Friedrich Nietzsche
Friedrich Nietzsche
Se agazapó en la oscuridad. Su grácil figura se confundió en la negrura nocturna, camuflando su presencia. Su respiración salía con suavidad, inaudible, a pesar de haber tenido que correr. Se concentró en que su corazón bajase el frenesí con el que latía, y relajó todos sus músculos. Llevaba el atuendo de cuero negro, ajustado al cuerpo, que la caracterizaba para aquellas ocasiones; así como el cabello recogido en un rodete en la coronilla, muy tirante. Escuchó el taconeo que se acercaba cada vez con mayor rapidez, y distinguió la figura masculina que aparecía en la dirección opuesta. Cuando hombre y mujer se encontraron, se fundieron en un apasionado beso. Olympia fue testigo del momento en que la capa de la mujer caía hacia atrás y el cabello rubio se desnudaba ante los rayos lunares, que lo platinaban. Eran las personas correctas. Esperó que los amantes terminaran de saludarse, intercambiando palabras amorosas, que a la cazadora no le provocaron ni la más mínima emoción. Jamás se había sentido atraída por los sentimientos románticos, su vida siempre se había abocado plenamente a ejercer como la heredera de su familia de reconocidos profesionales; luego las circunstancias habían cambiado, anulando por completo su alma, sólo haciéndola propicia para aprehender el odio y masticar la bronca, durante muchos años.
El momento había llegado. La pareja ingresó a una posada de mala muerte que había a pocos pasos, y la muchacha esperó hasta que la luz de una vela iluminara la habitación, indicándole el sitio que los albergaría. Primer piso, tercera ventana. Se cercioró de que nadie se encontrase derredor, y caminó con lentitud. Tanteó la pared que se alzaba frente a sus ojos, buscando los huecos donde encajó primero sus manos, luego un pie, después el otro; acto seguido, trepó hasta el alfeizar, donde esperó que los gemidos traspasasen el vidrio. Sacó de su manga una pequeña púa, que utilizó para que la abertura cediese. Los amantes notaron tarde su presencia, sólo cuando el cuchillo de Olympia se hundió en los riñones del hombre, que pudo emitir un quejido, para terminar cayendo de costado. La morena amenazó a la mujer para que no gritara, algo que a duras penas consiguió, mientras quitaba el arma blanca de la carne tibia y sudorosa del caballero. Miró a la rubia, era joven y muy hermosa, entendía que engañara al viejo decrépito de su marido con alguien mucho menor y fornido. Se compadeció de ella, pero el trabajo era el trabajo.
—Cortesía de tu esposo —murmuró, antes de incrustar una bala en su frente. En un sitio como aquel, el sonido del disparo no llamaría la atención. Salió por el mismo sitio por el que había ingresado, con la agilidad felina que la caracterizaba.
Se perdió, nuevamente, entre la oscuridad, y se sentó en un sitio seguro, a penas iluminada por una farola lejana. Quitó el puñal de su cintura y lo limpió con un pañuelo negro que extrajo de su escote, mientras tarareaba una vieja canción de cuna. Había tenido suerte de que un tipo con mucho dinero decidiese asesinar a su mujer luego de enterarse que ésta le era infiel, y si bien era algo bastante común y muy bien remunerado, eran muy pocos los que se atrevían a poner en manos de otra mujer aquel trabajo, pues consideraban que podían sensibilizarse con el género. No era el caso de Olympia, que cumplía a raja tabla con su tarea, sin dejar cabos sueltos, sin que nadie notase siquiera que había estado presente. El sonido de unos pasos no tan lejanos le advirtieron que ya no estaba sola, y tensó levemente sus músculos. Relentizó los movimientos para quitarle la sangre al arma, procurando mantenerse atenta a quien se acercaba. Se caracterizaba por su desconfianza, y estaba segura que nadie decente caminaría a tan altas horas por un lugar como aquel.
El momento había llegado. La pareja ingresó a una posada de mala muerte que había a pocos pasos, y la muchacha esperó hasta que la luz de una vela iluminara la habitación, indicándole el sitio que los albergaría. Primer piso, tercera ventana. Se cercioró de que nadie se encontrase derredor, y caminó con lentitud. Tanteó la pared que se alzaba frente a sus ojos, buscando los huecos donde encajó primero sus manos, luego un pie, después el otro; acto seguido, trepó hasta el alfeizar, donde esperó que los gemidos traspasasen el vidrio. Sacó de su manga una pequeña púa, que utilizó para que la abertura cediese. Los amantes notaron tarde su presencia, sólo cuando el cuchillo de Olympia se hundió en los riñones del hombre, que pudo emitir un quejido, para terminar cayendo de costado. La morena amenazó a la mujer para que no gritara, algo que a duras penas consiguió, mientras quitaba el arma blanca de la carne tibia y sudorosa del caballero. Miró a la rubia, era joven y muy hermosa, entendía que engañara al viejo decrépito de su marido con alguien mucho menor y fornido. Se compadeció de ella, pero el trabajo era el trabajo.
—Cortesía de tu esposo —murmuró, antes de incrustar una bala en su frente. En un sitio como aquel, el sonido del disparo no llamaría la atención. Salió por el mismo sitio por el que había ingresado, con la agilidad felina que la caracterizaba.
Se perdió, nuevamente, entre la oscuridad, y se sentó en un sitio seguro, a penas iluminada por una farola lejana. Quitó el puñal de su cintura y lo limpió con un pañuelo negro que extrajo de su escote, mientras tarareaba una vieja canción de cuna. Había tenido suerte de que un tipo con mucho dinero decidiese asesinar a su mujer luego de enterarse que ésta le era infiel, y si bien era algo bastante común y muy bien remunerado, eran muy pocos los que se atrevían a poner en manos de otra mujer aquel trabajo, pues consideraban que podían sensibilizarse con el género. No era el caso de Olympia, que cumplía a raja tabla con su tarea, sin dejar cabos sueltos, sin que nadie notase siquiera que había estado presente. El sonido de unos pasos no tan lejanos le advirtieron que ya no estaba sola, y tensó levemente sus músculos. Relentizó los movimientos para quitarle la sangre al arma, procurando mantenerse atenta a quien se acercaba. Se caracterizaba por su desconfianza, y estaba segura que nadie decente caminaría a tan altas horas por un lugar como aquel.
Olympia El-Gohary- Cazador Clase Media
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Fecha de inscripción : 07/01/2015
Re: Nothing as It Seems | Privado
"Hay cosas que, sencillamente,
es mejor, no saber."
es mejor, no saber."
—¿Qué cosa? —Bostezó al ver el rostro del viejo Rout—. Dile que ya voy...
Volvió a bostezar, se removió en su camastro con pereza, con más ganas de quedarse ahí acostada que de levantarse, pero el capitán demandaba su atención y no tenía más alternativa que ir a atender a su llamado. Cirene no había dormido muy bien la noche anterior, en realidad, se sentía algo nerviosa y el insomnio terminó apoderándose de la situación.
Observó al viejo Rout salirse del camarote con su acostumbrada manera de trastabillar mientras caminaba y de un momento a otro se había quedado sola. Respiró hondo y luego liberó un pesado suspiro. Sentía que los párpados le pesaban, pero el deber llamaba, aunque esta vez no quería hacer demasido caso. Estaba cansada y con la mente revuelta. Sentir que su pasado le estaba pisando los talones no era algo que la hiciera estar cómoda y menos si tenía que quedarse más tiempo en aquella condenada ciudad. Los intereses del capitán McWhir le tenían sin cuidado, pero mientras más rápido éste hiciera lo que tenía que hacer, menos tiempo deberían permanecer en París.
Al cabo de unos minutos, tomó fuerzas para ponerse de pie finalmente y luego de haberse lavado la cara, salió del pequeño camarote en donde estaba. En el camino hacia donde estaba McWhir esperándola, Cirene intentó pensar lo menos posible, eso al menos la tranquilizaba un poco. La tripulación estaba ese día un poco más tranquila y a pesar de que la noche estaba cayendo sobre la ciudad, éstos decidieron quedarse en su barco, bebiendo un poco de vino mientras jugaban cartas. El capitán estaba en la proa, observando taciturno el horizonte, algo no estaba del todo bien con él, así que decidió acercarse sin cuestionar mucho su actitud.
McWhir era un hombre de pocas palabras, pero en el tiempo en el que Cirene había compartido con él, lo conocía lo suficiente. Él estaba tan sumido en sus pensamientos como ella y que la citara en soledad sólo para pedirle que dieran un paseo mientras le confiaba algo importante, no era algo que le extrañaba. Ambos abandonaron el navío en el puerto, confiándole a Jukes, su cuidado.
Caminaron un largo trecho conversando de cosas diversas, en especial aquello que tanto molestaba a McWhir. El mundo era un lugar más pequeño cada día, Cirene y aquel hombre mayor tenía más cosas en común de lo que pensaba y no sólo compartían su afán por la libertad y la aventura, sino muchas coincidencias más, cosas que ni siquiera los otros miembros de la tripulación conocían. Eran cosas que McWhir prefería mantener bajo llave.
—Uhm... ¿Entonces, dejaste el cargo por, ya sabes, no te sentías preparado? —Preguntó con curiosidad, pero antes de poder avanzar más, McWhir la detuvo.
Habían llegado a un lugar que el capitán solía frecuentar, pues ahí estaba un conocido suyo. Las personas estaban un tanto impresionadas por algo, se había cometido un asesinato y McWhir al ver a su amigo, decidió acercarse, mientras que Cirene se apartaba del lugar, decidiendo esperar al capitán en otro lado. Sin prestar demasiada atención terminó alejándose tanto que no supo en donde estaba exactamente, la oscuridad era inminente, pero a la cual, una ladrona como ella estaba acostumbrada. Si algo no salía del todo bien, estaba bien armada para defenderse. Sin embargo, no sintió amenaza alguna, ni siquiera cuando notó que no estaba sola. Sólo vio en aquella silueta una oportunidad para saber en dónde estaba.
—Disculpe... Oiga, podría ayudarme —dijo en voz alta, acelerando más el paso para poder alcanzar a la persona que estaba a un par de pasos más adelante.
Tras un bufido, Cirene aceleró el paso hasta dar con quien seguía. Se trataba de una mujer. Lo pudo corroborar gracias a las luces tenues de las farolas que se hallaban distantes y aparte, el perfume también la delataba.
—No quisiera ser molesta, pero es que no conozco muy bien la zona. ¿Es usted de por aquí?
Cirene Lewis- Realeza Neerlandesa
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Fecha de inscripción : 09/08/2015
Localización : Aquí, allá... No importa
Re: Nothing as It Seems | Privado
Olympia se puso de pie, no tenía deseos de que nadie la viese. Había advertido, a lo lejos, el escándalo que las muertes comenzaban a provocar. La brisa nocturna traía a sus oídos las voces de los parroquianos, anonadados ante la visión tétrica que debían representar los amantes asesinados. Sus cuerpos desnudos y sudorosos, aún olían a sexo, y ella le había dado el toque final, añadiendo el perfume que entrega la muerte. Jamás había entendido aquello de los placeres carnales; la cazadora no sentía ninguna atracción hacia los hombres, especialmente porque el medio en el cual se movía, se caracterizaba por la completa discriminación de las mujeres. Nunca un caballero había despertado en ella el deseo por el que tantos perdían la cabeza. Consideraba que algo semejante la desviaría de sus objetivos, y no podía darse el lujo de centrar su atención en tan insignificante sentimiento. En más de una ocasión se le habían insinuado, pero Olympia hacía oídos sordos; cuando algún que otro valiente había osado a sobrepasarse, la joven había hecho lo suficiente para que se arrepintiesen inmediatamente. Tenía habilidades, y una de ellas, era espantar a los desagradables hombres que buscaban en ella favores que cualquier callejera, por unos míseros francos, podía darles.
Ignoró la voz de la muchacha que se le acercaba. No le gustaba conversar, mucho menos cuando había visto interrumpido su ritual. Aceleró su paso, esperando que parara de seguirla, pero sólo consiguió que la desconocida acelerara la marcha, obligándola a detenerse en seco. Olympia giró sobre sus talones, demostrando tranquilidad, aunque por dentro bullía de impaciencia. Sólo quería retirarse de ese lugar. La muchacha parecía frágil, aunque algo en su mirada denotaba un salvajismo que borró de un plumazo el instinto de protección que le generó por una fracción de segundo. Un sicario sabe reconocer a alguien de dudosa moral con mucha facilidad. La experiencia la había dotado de percepción, y si bien no se alarmó, sabía que no era una jovencita común y corriente. Entre ellas había una distancia prudencial, que Olympia no tenía intenciones de acortar; unos cuatro pasos le permitían observarla, a pesar de la escasa luz. Contrario a lo que podía ser con cualquier ser humano, la oscuridad le agudizaba los sentidos. El oído, el tacto y el olfato, se convertían en sus mejores armas, aún más poderosas que los cuchillos o los revólveres.
—No soy de por aquí, pero conozco la zona —respondió tras finalizar su escrutinio. Había aprendido a hablar el francés con la típica entonación de París. Tenía pensado pasar desapercibida, y una extranjera siempre llamaba la atención, especialmente si se movía en los sectores bajos. — ¿Hacia dónde desea ir? Puedo darle las indicaciones pertinentes —agregó, deseosa de desembarazarse de la joven –que debía tener su misma edad- lo más pronto posible.
Recordó que su atuendo podía llamar la atención de la muchacha, nadie utilizaba aquel tipo de ropas, pero no pareció notar en el escrutinio de la extraña algo que denotase sorpresa. Ella también debía tener una existencia complicada y, seguramente, no tendría intenciones de juzgar la vida de nadie. En más de una ocasión, Olympia había tenido que matar a más de un intruso, que había aparecido en su camino en el momento y en la hora incorrecta, y amenazaba su seguridad si de su boca salía una palabra de más. Escuchó que se acercaban pasos. <<Dos personas>> reflexionó, sin embargo, rápidamente se descubrieron dos hombres que comentaban sobre el crimen, acontecido minutos atrás. Iban enfrascados en su charla y en los alcoholes que habían bebido, y no notaron a las dos mujeres. Ninguna habló hasta que los desconocidos se alejaron lo suficiente.
—No deberías caminar sola por éste sector, es peligroso —comentó, sin un atisbo de preocupación en la voz. Olympia descartó que estuviera siguiéndola, pero repasó, en su mente, los lugares donde guardaba sus diferentes armas. Se le haría tarde para recoger el resto del dinero que debía cobrar por su trabajo. El marido de la adúltera ya debía haberse enterado que la labor estaba completa y sin fisuras.
Ignoró la voz de la muchacha que se le acercaba. No le gustaba conversar, mucho menos cuando había visto interrumpido su ritual. Aceleró su paso, esperando que parara de seguirla, pero sólo consiguió que la desconocida acelerara la marcha, obligándola a detenerse en seco. Olympia giró sobre sus talones, demostrando tranquilidad, aunque por dentro bullía de impaciencia. Sólo quería retirarse de ese lugar. La muchacha parecía frágil, aunque algo en su mirada denotaba un salvajismo que borró de un plumazo el instinto de protección que le generó por una fracción de segundo. Un sicario sabe reconocer a alguien de dudosa moral con mucha facilidad. La experiencia la había dotado de percepción, y si bien no se alarmó, sabía que no era una jovencita común y corriente. Entre ellas había una distancia prudencial, que Olympia no tenía intenciones de acortar; unos cuatro pasos le permitían observarla, a pesar de la escasa luz. Contrario a lo que podía ser con cualquier ser humano, la oscuridad le agudizaba los sentidos. El oído, el tacto y el olfato, se convertían en sus mejores armas, aún más poderosas que los cuchillos o los revólveres.
—No soy de por aquí, pero conozco la zona —respondió tras finalizar su escrutinio. Había aprendido a hablar el francés con la típica entonación de París. Tenía pensado pasar desapercibida, y una extranjera siempre llamaba la atención, especialmente si se movía en los sectores bajos. — ¿Hacia dónde desea ir? Puedo darle las indicaciones pertinentes —agregó, deseosa de desembarazarse de la joven –que debía tener su misma edad- lo más pronto posible.
Recordó que su atuendo podía llamar la atención de la muchacha, nadie utilizaba aquel tipo de ropas, pero no pareció notar en el escrutinio de la extraña algo que denotase sorpresa. Ella también debía tener una existencia complicada y, seguramente, no tendría intenciones de juzgar la vida de nadie. En más de una ocasión, Olympia había tenido que matar a más de un intruso, que había aparecido en su camino en el momento y en la hora incorrecta, y amenazaba su seguridad si de su boca salía una palabra de más. Escuchó que se acercaban pasos. <<Dos personas>> reflexionó, sin embargo, rápidamente se descubrieron dos hombres que comentaban sobre el crimen, acontecido minutos atrás. Iban enfrascados en su charla y en los alcoholes que habían bebido, y no notaron a las dos mujeres. Ninguna habló hasta que los desconocidos se alejaron lo suficiente.
—No deberías caminar sola por éste sector, es peligroso —comentó, sin un atisbo de preocupación en la voz. Olympia descartó que estuviera siguiéndola, pero repasó, en su mente, los lugares donde guardaba sus diferentes armas. Se le haría tarde para recoger el resto del dinero que debía cobrar por su trabajo. El marido de la adúltera ya debía haberse enterado que la labor estaba completa y sin fisuras.
Olympia El-Gohary- Cazador Clase Media
- Mensajes : 48
Fecha de inscripción : 07/01/2015
Re: Nothing as It Seems | Privado
"La amistad es más difícil
y más rara que el amor.
Por eso, hay que salvarla como sea."
—Alberto Moravia.
y más rara que el amor.
Por eso, hay que salvarla como sea."
—Alberto Moravia.
Quizás no había sido tan buena idea haberse alejado de McWhir. A diferencia del capitán, Cirene no se conocía la zona, aunque, era ágil para desplazarse en las sombras, se hallaba en un terreno desconocido y no tenía idea de cuál dirección tomar. Pero si se quedaba más tiempo al lado de McWhir y con aquel escándalo, iba a volverse loca. Odiaba los alborotos de ese tipo, a pesar de haber convivido con piratas durante varios años, los melodramas, definitivamente, no eran lo suyo. Por lo que al alejarse, terminó perdida entre los árboles y la oscuridad.
Todavía podía escuchar las voces a la distancia. Las personas que quedaron atrás, parecían intercambiar diálogos incomprensibles para el oído de la muchacha. Aunque, si se hubiera quedado en el lugar de los hechos, hubiera sido igual; aquello no era su problema, no le importaba y las personas asesinadas, no eran las primeras ni las últimas en serlo. Cosas como esas ocurrían casi todos los días. Cirene no terminaba de entender porque hacían tanto alboroto por otros dos muertos más; era un tontería y más en esa época, así que sólo continuó avanzando, resguardando sus manos entre su abrigo, pues, el frío comenzaba a hacerse más notable por esas fechas.
Anduvo un corto trecho cuando se topó con la otra mujer, a la que se le había acercado para que la orientara un poco. Tal vez no fue lo más sensato de su parte, pero la situación así lo ameritaba y ella lo que quería era regresarse de inmediato a su barco. Cirene barrió con la mirada a la otra joven y supo, por su perfil, que no era nada común; pudo haberse retractado de sus acciones, sin embargo, no lo hizo. Sólo se mantuvo atenta y rogando para que la desconocida accediera ayudarla.
—No se preocupe, sólo necesito saber cual dirección tomar para dirigirme al puerto. No conozco mucho esta ciudad —respondió, manteniendo una distancia prudencial—. Le estaré agradecida...
Simplemente guardó silencio, cuando, a sus espaldas, escuchó unos cuantos pasos acercándose. Cirene se quedó en su lugar, con los sentidos atentos ante cualquier movimiento extraño, ya que, no estaba en una zona muy segura y menos en ese momento, en el que un asesino andaba suelto por los alrededores. Observó a los dos hombres alejándose, no los perdió de vista hasta que ambos estuvieran lo suficientemente lejos. Cuando supo que era prudente abrir la boca, lo hizo y su cuerpo volvió a relajarse.
—Lo sé... Usted tampoco debería de estarlo —dijo, cruzándose de brazos—. Ya sabe como son los hombres por estos lugares, ven a una mujer sola y se piensan cualquier cosa —negó, mientras esbozaba una sonrisa—. Entonces, ¿me ayudará? No quisiera incordiarla. Y no se alarme, no necesita defenderme, puedo hacerlo sola. Pero a falta de brújula, siempre es bueno preguntar, no vaya a ser cosa que...
Dejó su frase a medias y le hizo un ademán a la otra chica. La miró y luego observó de reojo a su derecha. Alguien las estaba espiando... Alguien con un excelente sigilo. Cirene se acercó con prudencia a su compañera, desenfundando una daga que traía consigo.
—Supongo que trae algún arma ¿no? Porque no creo que se trate de un simple borracho —susurró sin bajar la guardia en ningún momento—. Quizás piense que somos damiselas en peligro... Bah, homo sapiens, siempre tan creídos. Lamento esto, en serio.
Cirene Lewis- Realeza Neerlandesa
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Fecha de inscripción : 09/08/2015
Localización : Aquí, allá... No importa
Re: Nothing as It Seems | Privado
Olympia era una mujer de pocas palabras. Se había acostumbrado a la soledad y, de hecho, le molestaba bastante cuando intentaban entablar un diálogo con ella; especialmente, cuando la conversación carecía de relevancia. De cierta forma, la aturdió que la desconocida intentara ser cordial y hablara y hablara, lo que, para la cazadora, fue una eternidad. Pero no tuvo más opciones que asentir al pedido; no quería que la muchacha anduviera sola en un lugar como ese, lleno de viciosos y gente de muy baja calaña, a pesar de presentir que ella podía defenderse muy bien sola y que no iba a necesitar demasiado de su ayuda. Le agradó que mantuviera silencio hasta que los desconocidos desaparecieran, hablaba de que era criteriosa y que estaba atenta a los peligros.
Ella también se había percatado de que estaban siendo observadas; de hecho, ya había notado la presencia a los pocos segundos que la joven se le presentó ante los ojos. Se preguntó si la había estado siguiendo, lo que era muy probable, y le extrañó que la desconocida no se hubiese percatado de ello. Hablaba del sigilo y, por ende, de la peligrosidad de quien se mantenía en la penumbra, a pesar de que ya había sido descubierto por ambas. Olympia mantuvo la calma, y se encogió de hombros ante la pregunta que le formuló su acompañante. De cierta forma, le causó gracia la confianza que la joven depositó en ella sin siquiera conocerla. ¿No imaginó que podía ser un plan para atraerla y luego atacarla? Para ser tan avispada, había pecado de ingenua.
—No debes preocuparte por eso —desestimó el uso de un arma. Ella sabía cuándo se trataba de bestias y cuándo de humanos, y en éste caso, eran los segundos. Notó, a sus espaldas, dos ritmos diferentes de respiraciones, lo que le hizo pensar que estaban rodeadas. Por el costado izquierdo, se dejó ver un hombre. Alto, robusto y apestaba a suciedad. —Bueno, definitivamente, tenemos compañía —comentó, con cierta gracia. —Creo que tus admiradores vienen por ti —le comentó, mirándola de reojo, demasiado segura de sus capacidades.
Los cuatro atacantes se mostraron ante ellas, y la cazadora analizó rápidamente las posibilidades. No conocía las destrezas de la joven, tampoco le gustaba trabajar en equipo, era por eso que había elegido no tener compañía en su trabajo, pero las circunstancias se habían dado de una manera que no quería, por lo que no tenía más opciones que hacer uso de las herramientas con las que Alá la había proveído.
—Tomaremos dos y dos —ordenó, y el tono que le impregnó a su voz no dio lugar a objeciones. —Pero intentaremos no llegar a la violencia —dijo, elevando un poco el sonido. —No queremos que nadie salga herido, muchachos. Están a tiempo de irse por el mismo lugar por el que vinieron —su ritual de limpieza había sido definitivamente interrumpido y postergado. Mentalmente, repasó todos los sitios donde escondía sus armas, aunque esperó que no fuera necesario desenfundar ninguna. Era molesto utilizarlas porque sí. Iba a perder tiempo y energía en algo que no la llevaría a ningún lugar.
Ella también se había percatado de que estaban siendo observadas; de hecho, ya había notado la presencia a los pocos segundos que la joven se le presentó ante los ojos. Se preguntó si la había estado siguiendo, lo que era muy probable, y le extrañó que la desconocida no se hubiese percatado de ello. Hablaba del sigilo y, por ende, de la peligrosidad de quien se mantenía en la penumbra, a pesar de que ya había sido descubierto por ambas. Olympia mantuvo la calma, y se encogió de hombros ante la pregunta que le formuló su acompañante. De cierta forma, le causó gracia la confianza que la joven depositó en ella sin siquiera conocerla. ¿No imaginó que podía ser un plan para atraerla y luego atacarla? Para ser tan avispada, había pecado de ingenua.
—No debes preocuparte por eso —desestimó el uso de un arma. Ella sabía cuándo se trataba de bestias y cuándo de humanos, y en éste caso, eran los segundos. Notó, a sus espaldas, dos ritmos diferentes de respiraciones, lo que le hizo pensar que estaban rodeadas. Por el costado izquierdo, se dejó ver un hombre. Alto, robusto y apestaba a suciedad. —Bueno, definitivamente, tenemos compañía —comentó, con cierta gracia. —Creo que tus admiradores vienen por ti —le comentó, mirándola de reojo, demasiado segura de sus capacidades.
Los cuatro atacantes se mostraron ante ellas, y la cazadora analizó rápidamente las posibilidades. No conocía las destrezas de la joven, tampoco le gustaba trabajar en equipo, era por eso que había elegido no tener compañía en su trabajo, pero las circunstancias se habían dado de una manera que no quería, por lo que no tenía más opciones que hacer uso de las herramientas con las que Alá la había proveído.
—Tomaremos dos y dos —ordenó, y el tono que le impregnó a su voz no dio lugar a objeciones. —Pero intentaremos no llegar a la violencia —dijo, elevando un poco el sonido. —No queremos que nadie salga herido, muchachos. Están a tiempo de irse por el mismo lugar por el que vinieron —su ritual de limpieza había sido definitivamente interrumpido y postergado. Mentalmente, repasó todos los sitios donde escondía sus armas, aunque esperó que no fuera necesario desenfundar ninguna. Era molesto utilizarlas porque sí. Iba a perder tiempo y energía en algo que no la llevaría a ningún lugar.
Olympia El-Gohary- Cazador Clase Media
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