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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Larden Vie Mayo 10, 2013 2:54 am

La culpa es de uno
Mario Benedetti (1920-2009)



“Nunca pensé extrañar tanto el reflejo de la luna sobre sus ojos”



En la noche de luna llena se reportan más desapariciones y se encuentran a más personas sin vida que en cualquier otra noche del mes. Este es sin duda un dato que habría de ser tomado en cuenta seriamente, y lo sería si no fuese porque en Francia todos los días desaparecen personas y mueren muchas más.

Lamentablemente, y para acrecentar la falta de atención de todo el mundo, quienes mueren o quienes jamás regresan a sus hogares son aquellos a quien nadie extraña, salvo sus familiares, si es que los tiene o los conocen. Son los pobres, los olvidados, los marginados; quienes sufren de mala fortuna, quienes no pueden defenderse, sobre todo en la noche de luna llena.

Pero no todo está perdido para ellos, existen en este mundo, seres que comprenden porque en esta particular noche se pierden y mueren más de uno. Se hacen llamar cazadores, ya sea de la iglesia o de la razón, estos hombres conocen bien lo que ocurre en el bosque, y en ocasiones en las ciudad. Ellos saben que un aullido bajo la luz brillante de la luna llena no se trata solo de un aullido, ellos saben que si ven a un hombre aullar, ya no es tan solo un hombre.

Eventualmente son solo unos pocos los que se atreven a entrar en el bosque sabiendo lo que saben, en esa particular noche. Son solo unos pocos los que se atreven a cazar hombres lobo. No puedo decir que cuando yo decidí pasar mis noches de luna llena bien adentro en el bosque, fue para evitarlos. Con sinceridad puedo decir que más de una vez me vi regocijado mientras percibía el sabor de su sangre en mis labios cuando al fin despertaba, porque ¡maldita sea! Yo sé cuál es el sabor de su sangre.

La verdad es que, construí esas 15 cabañas, hogar de mi locura, para evitarle mi dolor y mi maldición a alguien más. Sin duda nadie se merece padecer lo que yo padezco. Y tal vez puede ser que sí, que más de uno lo merezca, pero sin duda, no quiero ser yo quien lo decida, sobre todo porque no soy yo cuando soy él.

Esta noche no pinta ser diferente a las anteriores, entrare en el bosque, andaré hasta que la luna lo decida y despertare al día siguiente, con suerte no muy lejos de alguna de las 15 cabañas, encontrare ropa limpia y comida ahí, como si fuera una droga, expulsare a la bestia de mi cuerpo y regresare a la ciudad. Y si por mí fuera así sería el día de hoy, sin embargo el destino tiene otro plan, uno que involucrara a más de un alma.

Esta particular noche, dos cazadores, dos de los pocos que cazan licántropos, han escogido mi rumbo como el suyo y mi rastro como el de su presa. Tan exhorto como me encuentro en noches como esta no soy capaz de percibirlos detrás de mí, no hasta que es demasiado tarde, no hasta que me toca correr por mi vida.

Son hábiles, inteligentes y saben lo que hacen. No tengo forma de saber desde hace cuánto que me siguen, pueden ser horas o tan solo minutos, lo único que sé es que me están alcanzando, que mi cuerpo, como es ahora, no es capaz de escapar de ellos, y también sé, que ellos saben que es mejor acabar conmigo ahora que después, mejor es cazar a un hombre que a una bestia.

La luna está próxima a alcanzar su máximo resplandor y a sabiendas de eso trato de correr con todas mis fuerzas. Con falsa esperanzas creo haberlos perdido, no escucho más sus pasos ni su agitado respirar, y no lo hacía porque efectivamente se habían detenido, pero no lo hacían para recobrar fuerzas o nada parecido, lo hacían para apuntar mejor. Casi como una caricia del viento, lo siento en mi costado, sin embargo no es como el viento, frió, ni se siente fresco, la caricia se vuelve caliente, comienza a arder, a quemar. Conozco bien esa sensación porque la he sentido antes y tengo un par de cicatrices que lo comprueban. Es plata, y es quizá la razón de la única cosa que tenemos en común yo y la bestia, los dos le tememos.

Con gran dificultad sigo avanzando, sé muy bien que a pesar de haber acertado, no fue un tiro letal y eso solo significa que están aún lejos, que deben acercarse y que eso les tomara un par de minutos. No sé qué hacer, mis parpados pesan más a cada segundo, mi cuerpo se debilita con la misma velocidad. Tan solo me queda dormir, dormir y esperar despertar, si no en esta vida, si en la otra.

Estoy decidido a dejar mi cuerpo en el suelo y esperar cuando diviso, a tan solo unos metros, una de las cabañas, no sé con certeza donde me encuentro pero me alegra haber ubicado las cabañas en aquellos lugares a los que solo entrarías si estuviese perdido. Con lo que aún me queda de fuerza y que no sé si llamar voluntad o cojones logro legar hasta la cabaña y entrar en ella.

Lo que mis ojos vieron tan luego pase el umbral de la puerta, puede ser quizá una de las bromas más crueles del destino, o una de sus jugadas más brillantes, todo en la forma de una hermosa mujer  — ¿Quién?… ¿Quién demonios eres tú y qué haces aquí?



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Mensaje por Lucielle Montblanc Miér Nov 13, 2013 1:44 pm

"Cumplir con el deber no es un problema, pero... Convertir el problema en deber, si lo es"

El sonido de su tacón golpeteando contra el piso de madera resonaba por los alrededores de aquel silencioso lugar, lo cual simplemente denotaba lo impaciente o más bien, ansiosa que debía encontrarse la joven castaña. Cruzándose de brazos y soltando un suspiro en señal de resignación, se recostó sobre el ventanal que daba una perfecta vista del bosque, y plantó la mirada hacia el mismo dejándose llevar por sus pensamientos mientras esperaba que su entrada en escena finalmente se diese.  "Encárgate del objetivo cueste lo que cueste. No dejes que ninguno de esos ordinarios te arrebaten el merito de esta cacería. Intentaran sobrestimarte e incluso utilizarte de carnada para apartarte de su camino. ¡Ja!, insolentes. En fin, no dudes dos veces en hacer lo que debes hacer querida, ya que en este trabajo no existen segundas oportunidades... Por cierto, si terminas temprano. Espero verte en la fiesta de aniversario de los D' Latour. No me decepciones, Lucielle" Las palabras de su madre fueron lo suficientemente claras como para obligarla a recordarlas al pie de la letra. Un budfido se escapó de sus labios, pues de solo imaginar las horas en que permanecería sonriendo hipócritamente dentro de aquella velada, no la alentaba a apresurar su tarea. Una vez más, a muy a su pesar, había sido obligada a aceptar una misión en equipo, ya que durante las noches de luna llena, pocos eran los cazadores que se atrevían a salir por su cuenta a darle muerte a criaturas tan bestiales como eran los licántropos. Pero, debido al mismo peligro que representaba tal cacería, el reconocimiento y prestigio dentro de aquella sociedad oculta, esperaba a aquellos quienes se atreviesen a llevar a cabo el deber de acabar con ellos. Y por supuesto, como el apellido de su familia tenía que encontrarse por encima de cualquier otro, Lucielle debía encargarse de cumplir con las expectativas de su clan.


No tenían nombre, rostro, aspecto o sexo de quienes se suponen que debían eliminar. Matar a discreción, fueron las ordenes de sus superiores. Esa noche, eran obvias las razones por la cual tenía que compartir terreno con otros dos cazadores. Louis y Edgar serian los encargados del planeamiento y emboscada. El primero de estos dos era un hombre de tercera edad el cual tenía la suficiente experiencia como para eliminar una manada de lobos, de no ser por la falta de uno de sus globos oculares y la ausencia de su brazo izquierdo, motivos por los cuales se veía forzado a llevar refuerzos durante sus misiones. Por otro lado, el joven solo dos años mayor que ella era otro caso que contar. Dentro de la sociedad pública y la oculta aquel sujeto era conocido como uno de los más vivaces mujeriegos de la ciudad, amante del tabaco, burdeles y el alcohol. También, poseía una no tan buena fama de ser increíblemente machista hasta el punto de ser capaz de humillar a una dama para mantener su orgullo a flote. En definitiva, aquel sujeto no era motivo de interés de la apática mujer. Desde que la misión fue dada, Edgar se había empeñado en menospreciar las habilidades de de la chica, refiriéndose a ella como "Une joli poupée". El joven cazador detestaba la idea de que una mujer se involucrara en aquella cacería, por lo que no tardó en mostrar su desaprobación, obligándola a tomar el papel de cordero. Ante los ojos (u ojo) de Louis, Edgar solo quería darle la oportunidad a la joven de propiciarle el golpe final a la bestia, así que no hizo objeción alguna. Resignada, aceptó finalmente esperar a la llegada del objetivo dentro de aquella oscura cabaña, mientras el plan de acorralamiento se ponía en marcha.

Dentro del bosque, donde la luna comenzaba a tomar un brillo cegador sobre la copa de los árboles y el silencio nocturno, dos hombres se encontraban al asecho de un licántropo. Las desapariciones de personas indigentes, sin recursos, sin hogar, dejaban un rastro que apuntaba o si bien a los parásitos vividores de sangre, o hacia aquellas bestias con instintos primitivos en busca de carne. Debido a la ubicación donde se habían registrado el mayor número de cuerpos, se dio a suponer que se trataba de lobos pues, los vampiros solían ser más selectivos con respecto a donde acabar con sus víctimas.

Su presa estaba en la mira, por lo cual no tardaron en ponerse en marcha e ir tras él, — ¿Solo uno?, ¡Bah! Pensé que esta noche nos iría mejor que el mes anterior. No lo sé… Unos dos o tres lobos, ¿No es mucho pedir, verdad? —, comentó entre quejas y jadeos el joven cazador, — No tendrás la oportunidad de siquiera atrapar a este si sigues parloteando Edgar —, comentó por lo bajo el anciano, obligando al menor a guardar silencio. Durante aquella persecución, ambos pudieron percatarse que aquel sujeto no parecía estar al tanto de su presencia, lo cual era un error fatal. Aumentando su paso, Louis tomó su pistola en manos y se dispuso a esperar el momento adecuado para disparar. Por otro lado, Edgar trataba de sacarle ventaja al mayor, apresurándose y corriendo con una mayor velocidad para dispararle antes, pues, más que una cacería colectiva, aquello era como una competencia. El licántropo finalmente hizo cuenta de que algo andaba mal, pero lamentablemente ya era   demasiado tarde, — Dispara —, ordenó el hombre a su compañero el cual le había sacado unos cuantos pies de ventaja, — A sus ordenes —, respondió antes de disparar la bala platinada hacia la bestia. Un chasquido de lengua se escapó de los labios del mayor al notar que el joven amateur había fallado el tiro, — Comienzo a dudar de tus habilidades, mocoso —, escupió seco el ya malhumorado Louis. Ambos se detuvieron y dejaron seguir su camino al licántropo, ya que a fin de cuentas, este se dirigía directamente a su trampa, — Solo espero que la princesita no lo arruine —, masculló entre dientes el irritado joven.

Su semblante que denotaba desgano y aburrimiento cambió radicalmente a uno serio y atento al escuchar un primer disparo. Aquello significaba que su turno finalmente había llegado. Posicionándose frente a la puerta de madera, se mantuvo firme a la espera de su objetivo. Del otro lado del umbral, se podían escuchar los forzosos pasos de la bestia herida, lo cual le hacía preguntarse, ¿En qué condiciones estaría?. En definitiva asesinaría a Edgar en el caso de que su presa muriera antes de poder interrogarlo. Cuando la puerta finalmente se abrió, la imagen de un hombre, un tanto mayor que ella se hizo presente. Observándolo con sumo cuidado, Lucielle bajó la mirada hasta donde se hallaba la herida de bala en su costado, percatándose de que esta no era lo bastante grave como para que muriese. La voz del licántropo dirigiéndose hacia ella, la obligó a subir la mirada y fijarla en sus ojos, — No entiendo de que le servirá saber quién soy o cual es mi razon de estar aqui,  cuando no le queda mucho tiempo de vida Monsieur—, respondió vagamente ante su pregunta, — Y por cierto. Antes de preguntar el nombre de alguien más, debe comenzar por dar el suyo primero, ¿No es así? —, agregó un sardónica, — Pero si lo que desea es un nombre al cual maldecir cuando su hora llegue. Entonces puede llamarme Loan —, dicho esto, se acercó un poco más, para luego apuntarlo con su bayoneta y disparar, previniendo así cualquier intento de huida. La flecha terminó por rozar por un lado de su mejilla, clavándose en portal de la entrada, — Esta es solo una advertencia. No trate de escapar porque… La próxima flecha que dispare irá directamente a su corazón —, sentenció para luego cerrar la puerta tras él.



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Mensaje por Larden Jue Ene 02, 2014 1:23 am

Great is the guilt of an unnecessary war.
John Adams


El olor a pólvora es muy particular, es de esos que se cuelan en tus fosas y parecen llegarte hasta la garganta. Incluso, y como algo meramente romántico, el olor de la pólvora es de esos que parecen querer asfixiarte por dentro… es por eso que me alegré, entre mi desgracia, me alegré de que ella no sostuviera un arma necesariamente accionable por la pólvora, en su lugar sostenía una bayoneta.

Por otro lado, el olor de la plata, sin dejar de ser tan invasivo como el de la pólvora me resulta muy poco familiar, y debe serlo, de otra forma muy probablemente ahora estaría muerto y no a punto de.

Mis experiencias con la plata son mucho más viscerales que perspectivas. Yo no he olido la plata, tampoco la puedo ver, no como uno ve el reluciente oro o el hermoso color del jade. ¿Y escucharla? Mucho menos probable; Pero sentirla, usar no más que la carne, la propia carne para reconocer la plata. Resulta pues, muy particularmente, poder describir tal sensación, es como intentar describirle el dolor de parto a un hombre o a una mujer la forma en la que el dolor producido por un golpe en los testículos escala gradualmente hasta el abdomen. La plata en tus entrañas, o incluso el rose de ella sobre aquellas es indescriptible para muchos, lo es para mí. Aunque sí puedo decir, sin temor a exagerar, que he muerto más de una vez y aún sigo vivo.

Tan luego estoy dentro mis piernas ceden ante el peso y el cansancio. Mis rodillas llegan hasta el piso y evitan que caiga de frente. Luego, mi cuerpo entero sigue el movimiento. Termino con la mirada clavada al suelo, tres de mis extremidades pegadas al frio tacto de la cabaña y una de ellas aferrada a su vez, a aquella herida que parece hacerse más y más grande.  

Casi como un sordo, impedido de aquel sentido por un extraño y aterrador sonido que rompe tímpanos. Como el de mil cañones. Se me ve negada la posibilidad de escuchar sus palabras, o por lo menos de comprenderlas. Mi instinto, mi instinto de hombre me orilla a levantar la mano derecha intentando encontrar en el camino una igual que la estreche y me brinde ayuda. La abro todo lo que puedo, de lado a lado, y la alzo por encima de mi cabeza, sin embargo, aquella mano salvadora nunca llega y debido al esfuerzo y a la gravedad, la física y la situacional, la dejo caer en el suelo estrepitosamente.

Ahora, completamente en el suelo, busco encontrar mis palabras, ahogadas por el dolor y por esa desagradable sensación salada en la boca. Mis jadeos son cada vez más audibles, me falta el aire y el pesado respirar me sigue robando las palabras. Seguro de que es necesario decir algo, mi boca es acallada no por el aire ni por la química de mi cuerpo. Una advertencia, en su lugar, es la que termina por sellar mis labios.

Cuando la veo caminar a un costado, cerrando la puerta al final, trato de agarrar su pierna, quiero llamar su atención. Me parece por un segundo, estúpidamente, que tal vez, que quizá, no se había dado cuenta de que yo necesitaba ayuda. Pensé que quizá al ver mi gran herida dejaría su arma en la mesa y me haría apoyar en su hombro. De alguna forma, aquella esperanza me devolvía las palabras al fin.

Necesito ayuda — Le digo, casi casi anteponiendo mis palabras a las suyas, las cuales por primera vez puedo comprender — No voy a escapar — Aún no soy capaz de comprender todo y le respondo con sutil ingenuidad — No escapare, pero necesito ayuda. He sido atacado de camino aquí — El dolor es más fuerte que la razón y comienzo a articular en mi mente una historia más o menos creíble — Soy un comerciante… y utilizo estás cabañas para descansar de los largos viajes… Sin embargo me he encontrado con un destino mucho más desfavorable — El dolor ahora resulta mucho más que insoportable — Mucho me temo… arrg!!!... mucho me temo que he sido confundido con una presa o alguna clase de delincuente pues un par de hombres han intentado matarme — Una vez más levanto mi mano derecha al aire — Por favor, necesito ayuda.



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Mensaje por Lucielle Montblanc Jue Ene 09, 2014 7:18 pm

"I never saw a wild thing sorry for itself 
A small bird will drop frozen dead from a bough 
without ever having felt sorry for itself."


  D. H. Lawrence

Tras cerrarse aquella puerta que daba paso al inminente y premeditado final de la bestia, ambos hombres relajaron sus ya tan tensos músculos y se dejaron caer a la espera de una señal por parte de la sobria joven que anunciara el éxito de su jornada. Las leves caricias del viento en sus rostros, pisadas y aullidos acompasados por el sonido de sus respiraciones, y la bella tentación de la luz lunar, eran su compañía y distracciones en la delgada línea de tiempo que definiría su entrada en escena o no. Louis se hallaba posado sobre un tronco caído, descansando sus gastadas piernas que básicamente no funcionaban ya como en sus años de gloria. Quejidos y bufidos provenían de su boca al tiempo en que frotaba los pies con uno de sus brazos, o por supuesto, el único que aún conservaba. Por su parte el tan ególatra como impotente amateur no parecía estar del todo interesado en aguardar toda la noche en compañía de un anciano con problemas articulares en donde aun podía tenerlos, dado a que sencillamente le desagradaba la idea de tener que actuar al cuidado de este. Recostado a espaldas de árbol, una sonrisa se dibujaba en su rostro mientras que su mente divagaba entre las acidas palabras que la pequeña altanera le había propiciado antes de comenzar la cacería, "Desiste de todo intento de sabotaje, Edgar. Ya que si te interpones en mi camino como la última vez... No me hare responsable de que alguna flecha perdida termine perforando el vacio de tu cráneo. Mordaz y a la vez encantadora. Aquellos dos adjetivos le iban perfectamente bien a su querida Montblanc. Edgar no aceptaba ni aceptaría nunca que una fémina se encargara del trabajo de un hombre, por ello, se empeñaba con la idea de que debía poner en su lugar a la odiosa chiquilla, — Tras hilos y telas, platos y vasos, niños y hogar... Ocupándote de lavar y lustrar los zapatos de tu marido con tus lágrimas y rizos, es así. Ese es el papel de una mujer, preciosa —, escupió por lo bajo mientras su mirada se perdía ante el resplandor de la estela nocturna.


Su vista parecía nublarse al tiempo en que su herida comenzaba a corroerlo de dolor y presión, obligándolo a reclinarse sobre sus rodillas, haciéndolo depender de estas con todas sus fuerzas para no ceder ante su propio peso. Lo observó en silencio sin deseos de querer interferir con la batalla que libraba contra la bala en sus entrañas, concediéndole unos minutos para que asimilara la situación y fuera consciente de su presencia. Lucía angustiado. Con un gesto de suplica en su rostro trató de obtener su ayuda, tendiendo su mano frente a ella expectante de algún indicio de que fuera en su auxilio. Sin embargo, aquello nunca llegó. Sus comentarios pasaron de ser percibidos por él, lo que no la sorprendía para nada pues muy bien sabía que nadie en su situación se interesaría  en escuchar palabras vacías que en buscar su propia salvación. Ya no había escapatoria para su acompañante, su últimas fuerzas no le permitirán forcejear contra ella para abrirse paso tras la salida, la cual no era más que otra trampa que se activaría en caso de que se presentara algún imprevisto.


Ella no acabaría con él de inmediato, simplemente no podría. Bajo su propio código moral, necesitaba interrogarlo antes de siquiera pensar en la posibilidad de matarlo a sangre fría. Victimas de secuestro, personas desaparecidas, cadáveres desmembrados y restos de carnicerías bizarras en el bosque. Todo aquello apuntaba a que alguna de aquellas criaturas que tanto los cazadores aborrecían debía estar haciendo de las suyas sin tener la mínima intención de ocultar sus crímenes. Por ello, necesitaba confirmar sus acusaciones y obtener alguna respuesta de la presa que mantenía bajo su juicio, recopilando información  mientras que aun permaneciese en su forma humana, ya que al perder la cordura y dejarse llevar ante sus instintos, sus compañeros no lo pensarían más de dos veces antes de darle fin a su vida. Nada hacía ella con deshacerse de otro licántropo si este no se veía involucrado en los eventos ocurridos, pero aun así, eso no significaba el que aquel hombre frente a ella viviría para ver el amanecer. No aun. 

Con palabras atropelladas y bastante dificultad, logró finalmente unir oraciones coherentes hacia ella. Aclamaba ser víctima de un fatal error por parte de sus atacantes, siendo confundido por alguna presa de caza cuando simplemente era un amanerado comerciante. Sus palabras no demostraban signos de duda o engaño, aunque claramente no podría diferenciarse la verdad de la mentira cuando el sujeto prácticamente se hallaba desangrando sobre el suelo. Veamos a donde irá con todo esto. Alzó una ceja en señal de escepticismo, aun manteniéndose erguida y algo desafiante a un lado del pomo, analizando la situación y concentrándose en las posibilidades. Louis no es un idiota como Edgar. De haber creído que se tratase solo de una falsa alarma no le hubiera permitido dispararle… Aunque claro, aquel machista no parece acatar órdenes incluso si estas provenían de su superior, por lo que realmente no me sorprendería si todo lo que este hombre dijo fuese cierto.  Sin embargo… Aun mantengo mis dudas. Atrapada entre un dilema, debía enfocarse en mantenerlo con vida hasta por lo menos encontrar un indicio de que estuviera mintiendo. Obviamente, tanto como una bala de plata como de simple plomo podían ocasionar bastante daño de ser disparadas contra un humano, por ello, decidió que debía comenzar por tratar su herida lo mas antes posible, — De acuerdo —.

Una vez más, el hombre aclamó por algún signo de compasión dentro de ella, levantando su mano sugerente de desear ayuda. Lucielle no vaciló. Dejando su arma sobre un banquillo cercano a la ventana, se dirigió hasta donde se hallaba el comerciante, tomando con firmeza su mano e inclinándose frente a este, rodeó con su brazo libre su espalda, permitiéndole apoyarse sobre ella al tiempo en que lo ayudaba a levantarse. — Trate de no hacer esfuerzo innecesario. La herida podría abrirse o en su defecto, la bala podría adentrarse más —, afirmó a centímetros de su oído. Aquello era más una advertencia que una sugerencia, — Si aun posee fuerzas, entonces ayúdeme a llevarlo hasta aquel sillón —, comentó con total serenidad mientras observaba hacia punto el fondo de la pequeña cabaña en donde podía divisar con suma dificultad, algunos pocos taburetes y muebles, esperando que el hombre lograra erguirse y caminar hasta ellos.



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