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Reunión de dos salvajes {Alejandro Garay} 2WJvCGs


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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Hazel D´Antuan Vie Ene 18, 2013 9:30 pm

"Es el momento en que el salvaje caballero
Se ve pasar. La tribu aulla y el ligero
Caballo es un relámpago, veloz como una idea.
Á su paso, asustada, se para la marea;
La náyade interrumpe la labor que ejecuta
Y el director del bosque detiene la batuta."


Rubén Darío. Epitalamio bárbaro




Hazel era una ermitaña que a su corta edad ya había aprendido a lidiar con todos los habitantes del bosque, incluyendo a aquellos humanos fugitivos de los que se contaba tenían un pequeña aldea entre los árboles y a quienes muchas veces ayudaba en sus emboscadas para sacar una parte del botín. Generalmente robaban joyas y las joyas muchas veces eran de plata, aquel noble metal asesino de bestias, del que muchos desconocían el verdadero significado. Más de una vez le habían tratado de tonta por quedarse con la plata en vez del oro, pero Hazel era una persona solitaria que no necesitaba de dar explicaciones a nadie y, en vez de complicarse hablando de su vida y aquellas criaturas que veía —y las mismas por la que le tacharían de loca— prefería hacerles creer que tenían razón, que estaba loca, que era medio bruja y que había que tenerla contenta o podía ser muy peligrosa.

Muchas leyendas se habían formado en torno a su persona, sin duda era un personaje entrañable que siempre había llamado la atención por su tan contrariada forma de vida. Todo en la sociedad de la época apuntaba a que una mujer fuese una verdadera maestra del quehacer de la casa, a ser una cazadora de los mejores hombres con sus armas de encanto; mujeres que hablaban de perfumes, maquillajes, vestidos y labores domésticas, que vivían con devoción para criar a sus hijos y amar a ese hombre que jamás les amo. Eso era lo que pensaba ella de la patética mujer del nuevo siglo, más hasta ahora jamás lo había admitido en voz alta ¿para qué? Si nadie le escuchaba. Ella no se veía en esa vida, sirviendo a otra gente que no fuera ella, cuidando de otras personas que no fueran ella, así como tampoco se imaginaba viviendo fuera del bosque, ahí en donde nadie entraba, donde nadie se metía, en ese lugar místico, que parecía encantado por brujos o hadas, en donde se tejían las leyendas de los ladrones de los caminos, en donde se escondían los condenados.

Esa misma tarde había salido a rastrear a un tigre de la montaña, a quien venía hace días siguiendo la pista, pero demasiado tarde se dio cuenta de su cercanía y en un descuido casi mortal, el tigre enterró en ella sus zarpas, hiriéndola profundamente en la espalda. Fue una batalla sangrienta y encarnizada que finalmente le dio como triunfadora, pero a un alto costo ya que si no conseguía llegar pronto a su propia casa o a la de un brujo curandero, moriría de desangramiento.

Miró al hombre que antes había sido bestia, yacía boca arriba, con la mirada perdida hacia un cielo azulado, fija, estática y vacía, como los ojos de los muertos. Se dejó caer a su lado y buscó entre sus bolsillos por un par de monedas las que depositó sobre sus párpados antes de cerrarlos e intentar volver a ponerse de pie. El cuerpo le pesaba, le pesaba demasiado a pesar de su gran desempeño en batalla y es que la adrenalina hacía milagros; quitaba los dolores, otorgaba mayor agilidad e incluso más fuerza de la que se creía tener, pero ahí estaba en ese momento, ya sin esa herramienta que sin duda podría salvarle la vida, pero ya no le tenía, ya le dolía, ya pesaba, ya sólo quería dejarse caer y morir ahí mismo, pero algo había en ella que aún le obligaba a seguir luchando, pues sabía que si no salía por su propia cuenta, ya no lo haría.

Las piernas temblaban y se sujetaba de árbol en árbol para no rodar colina abajo, pero el sonido de los casquetes de un caballo le advirtieron de que alguien se acercaba. Por un momento pensó en esconderse y dejar que pasara de largo, pero su cerebro funcionó entonces como una advertencia vital, haciéndole saber de que probablemente fuera esa su única posibilidad de supervivencia, por eso gruñó lo bajo y se arrojó colina abajo, echándose a rodar a través de los matorrales que junto a las pequeñas rocas del piso más le magullaron, pero aquello no era nada comparado con esperar la muerte, solitaria, en medio de la nada y sin la esperanza de ser ayudada.

Llegó a rodar incluso por el camino, atravesándosele al caballo y yendo a parar un par de metros más allá desde dónde se incorporó en cuatro para luego trastabillar al intentar ponerse de pie y acercarse al hombre del caballo a quien le dedicó una mirada entre temerosa y suplicante. Hazel era fuerte, sumamente fuerte, pues si hubiera sido otra, no estaría de pie y dando la cara.

Ayudar, por favor — le pidió en su propio lenguaje básico y se acercó a él aún quedándose a dos pasos de su caballo para poder reaccionar a defenderse en caso de ser necesario, ya que a pesar de todo, no deseaba contemplar en su futuro aún la posibilidad de una derrota.




Última edición por Hazel D´Antuan el Miér Ene 30, 2013 10:32 am, editado 1 vez


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Mensaje por Alejandro Garay Dom Ene 27, 2013 11:58 am

No es que Alejandro odiara el bosque, pero la verdad sí que odiaba cuando todo a su alrededor parecía molestarlo. En ese momento, a lomos de su caballo, no paraban de cruzársele ramas en su camino que si no le rozaban la cara (porque tenía que esquivarlas, claro) le rozaban los brazos o las piernas. Una auténtica molestia. Y es que siempre pasaba lo mismo, alguien con su altura no estaba echo para ir a través de senderos pequeños. Ya fuera un camino en el bosque, adentrarse en una cueva, o todo aquello que implicara incomodidad para alguien tan grande como lo era él. Y lo cierto es que Alejandro no solía tomar aquel tipo de camino con asiduidad, ni visitaba (por norma) a gente que viviera en algún punto del bosque. Pereza, simplemente. Esa vez.. bueno, esa vez se puede decir que hizo una excepción. La verdad es que el muchachito al que había ido a ver no era tanto un amante como una buena compañía. Aislado de la mayor parte del mundo vivía apartado en una mansión bastante ostentosa en lo profundo del bosque, siendo de una familia adinerada, podía vivir de tal manera perfectamente. Según le explicaron en algún momento, el chico padecía algún tipo de enfermedad que le hacía ponerse enfermo cada vez que salía de aquel lugar. Solo le estaba permitido rondar por los alrededores de la mansión, tocando los lindes de aquel bosque, tan amplio que para un adolescente como él sería imposible cruzarlo a pie en un solo día. Aunque al principio le costó creer semejante cosa, después de su primer encuentro empezó a encontrar curioso todas las preguntas que le hacía sobre "el mundo exterior". Y se interesó aún más en Alejandro por saber que no pertenecía a una clase elitista, el muchacho estaba sumamente interesado en la gente de a pie, mundana. ¿Cómo consiguió contactarse con él? Lo cierto es que no tiene ni la más mínima idea, y cuando se lo preguntó al chico este solo contestó "es un secreto", divertido. Le manda un correo a la dirección del burdel (la que Alejandro le dio) cada vez que quiere ponerse en contacto, y suele estar en la mansión por aproximadamente cuatro días. No solo le paga una buena cantidad por charlar, claro, además mantienen relaciones sexuales; pero aún así, es un tipo de relación que él encuentra sumamente refrescante.

Debieron pasar por lo menos dos horas hasta que por fin se desvió hasta un camino amplio. Realmente, porque el niño era interesante, pero odiaba la ruta que tenía que hacer tanto de ida como de vuelta (siendo este último el caso). Mirando al cielo, Alejandro se dio cuenta de que no faltaba mucho tiempo para la caída del sol y con ese pensamiento espoleó ligeramente al caballo, advirtiéndole. Le gustaban los paseos a caballo tranquilos, más que los trotes. Le dejaban la espalda echa polvo. Sin embargo, sabía por experiencia que dejar que la noche le alcanzara en el bosque no era una buena idea. Aún conociendo bien el camino, seguía sin ser una buena idea.

Un ruido sospechoso alertó a ambos, caballo y su dueño, justo antes de que algo "extraño" se les cruzara en el camino. El caballo brincó y de no haber sido por la buena maniobra de Alejandro, este se habría caído. ¡Lo que le faltaba! - ¡So! - Después de repetir esa misma monosílaba y darle unas cuantas palmadas en la cabeza, logró estabilizarlo. Eso sí había sido un susto. Y tan pendiente estaba de su caballo, que hasta entonces no fue que se dio cuenta de que lo que se había cruzado en su camino era nada más y nada menos que una persona. "Ayudar, por favor". Murmuró, la mujer malherida y en un tono de voz bastante suplicante a juzgar por las heridas que traía a cuestas. Las cosas mejoran por momentos. Se dijo, completamente irónico. ¿Que tenía prisa por llegar a la ciudad? Una mujer malherida se le atravesaba en el camino. ¡Algo de lo más normal!. Pero claro, no podía espolear al caballo y dejar a esa mujer allí como si no la hubiese visto, por supuesto que no. Podía ser un cabrón, pero en otros aspectos. La poca solidaridad que quedaba en su interior lo empujó en ese momento a bajarse del caballo para cumplir la súplica de ella. - Está bien, te ayudaré. Tienes bastantes heridas, así que lo mejor será que me dejes subirte al caballo - Puede que pareciese una pregunta, pero en realidad era una afirmación que dijo mientras ya la estaba tomando bajo los hombros. No sabía si le estaba haciendo mucho daño o no, pero no había otra manera de subirla. Si había aguantado el camino hasta allí, lo tendría que soportar por unos segundos más.

Tras ella, fue él quien subió a su espalda. Agarrando la montura del caballo, lo indujo a empezar el camino pero de forma lenta y lo más suave que pudiera. Un trote muy ligero. Se les hacía de noche, pero de ningún modo podría correr con la mujer en ese estado. - ¿Vives por aquí cerca? Si me indicas, puedo llevarte hasta allí - Ojalá, rogó. Si ella vivía en algún lugar del bosque, siempre estaría más cerca que tener que ir hasta la mismísima ciudad. Y con suerte su amabilidad también podría ser recompensada.


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Mensaje por Hazel D´Antuan Miér Ene 30, 2013 10:28 am

"Mas no le des ayuda, que recelo
que das prisa a su muerte vigilante;
mas dásela, Simón, que es importante
para la Redención de todo el suelo."


Francisco de Quevedo y Villegas. Las tres musas últimas castellanas




Se había acercado a pedir ayuda, claro que lo había hecho si era lo que en verdad necesitaba, y por ello le miraba a los ojos aún de forma suplicante, pero no sabía realmente cual era la respuesta que esperaba, muy pocas veces antes había tenido que pedir ayuda, pero jamás en esas condiciones y al primer desconocido que pasaba en el camino. No estaba realmente preparada para que él se bajara del caballo y acortara la distancia que ella ya había disminuido, por eso retrocedió como un animalito asustado cuando el desconocido saltó de su montura para acercarse a ella, y no tan sólo retrocedió sino que se puso además a la defensiva hasta que el jinete le habló.

Hazel le reparó de pies a cabeza en una rápida barrida de su mirada. No era que le estuviese echando un vistazo porque le gustaba lo que veía, no. Ella buscaba sus puntos débiles y posibles lugares de ataque en caso de que el hombre se pasara de listo, pues no por nada había logrado vivir tantos años valiéndose por ella sola. Sin embargo, supo que debía bajar la guardia y dejarse ayudar o muy pronto se las vería peor. Así es como le dejó acercarse y tomarle en sus propias manos para ayudarle a subir a un caballo que mucho no le gustó, jamás se había subido a uno y le miraba con desconfianza, ya que sus pies estaban más lejos del suelo de lo que a ella en verdad le gustaría. Debía reconocer que siempre había tenido la curiosidad de saber como se sentía y en ese momento se daba cuenta de que era más duro e incómodo de lo que esperaba.

Buscó las riendas con su mirada, pero aún no se atrevía a tomarlas cuando sintió al hombre subirse también por su espalda. El contacto de sus cuerpos hizo que le erizara hasta la piel de la nuca y se tensara casi por completo, no estaba acostumbrada a esas cosas y en cualquier otra ocasión hubiese dejado escapar algún gruñido gutural, pero ahora tenía que aguantárselas y dejarse llevar. Prácticamente dio un salto y sus manos volaron a la pelambrera del caballo para sujetarse de algo cuando éste comenzó a moverse. Podía sentir el movimiento del animal entre sus muslos, como si sus caderas se coordinaran con las suyas, haciéndole mover el tronco. Se quejó un poco, pero pronto se adaptó al suave traqueteo, mientras se mordía los labios sin dejar de mirar todo a su alrededor.

¿Vives por aquí cerca? Si me indicas, puedo llevarte hasta allí — preguntó la voz masculina, ahí atrás de su nunca en donde ella no le podía ver.

Ella sólo asintió con la cabeza y no dijo ni una sola palabra, ni hizo el menor movimiento hasta pasada una docena de metros, en dónde alzó su brazo derecho y señaló con el dedo hacia una dirección. Entonces se dio cuenta que sus manos habían manchado con sangre el pelaje del caballo. Inmediatamente se limpió las manos en su propia ropa e intentó limpiar el animal para que se dueño no se molestara. Volvió a señalar el camino un par de veces más, hasta que por fin, en medio del bosque, apareció a vista de ambos una especie de choza construida de ramas, hierbas, barro, rocas y otros elementos del bosque. Era una edificación —si se le podía llamar de ese modo— tan rústica y nativa, que parecía salir sacada de un libro de cuentos; la típica choza de la “Bruja del bosque”, y con razón le decían bruja entonces.

Casa — dijo apuntándola por última vez, y esperó a que la bestia y su jinete se detuvieran para que se detuviera.

Dejó que el hombre se bajara y ella miró hacia abajo, pensando en como descender, pero fue el mismo que le llevó hasta ahí quien le ayudó en la tarea. Se sujetó de los hombros masculinos y dejó que él hiciera el resto hasta pisar tierra firme. Un nuevo gemido de dolor brotó de sus labios, ahora todo dolía más que antes ya que, como decían los viejos, ya se le había enfriado el cuerpo. No quiso, ni fue capaz de soltársela de su agarre, pues una de sus piernas, la más herida, no era capaz de avanzar sola con su peso.

Ambos avanzaron hasta la puerta, que evidentemente, era demasiado rústica para tener algún seguro metálico. Una amarra de cáñamo custodiaba su entrada y reclamaba a su vez, las dos manos de la cazadora, por lo que primero cogió las manos del hombre y las puso en su cintura, para poder ella disponer de ambas suyas y soltar aquel extraño, pero seguro, nudo.

El interior de la cabaña no era muy diferente a lo que aparentaba desde afuera, sin embargo tenía de todo, incluso algunos muebles realmente elaborados mezclados junto a otros de tronco y paja, como la cama misma en donde se dejó caer. Sentía que realmente de dolía todo, aunque sabía que no tenía fracturas y heridas graves, si tenía muchos rasguños y un par de cortes que sí no eran tratados a tiempo, podrían causarle la muerte. Todo le ardía y le punzaba de manera intermitente, pero ella era una guerrera, una mujer fuerte y auto suficiente, que sabía que hacer.

Agua... Ungüento... — apuntó primero hacia un balde lleno de agua que estaba a los pies de la mesa y luego a una especie de pote que estaba sobre otras cosas. Quería que le pasará ambas, con ello y la sábana, sobre la que estaba, podía ingeniares las para limpiar sus heridas y curar de éstas.



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Mensaje por Alejandro Garay Lun Abr 29, 2013 12:37 pm

Había algo muy raro en esa mujer. Dejando a un lado un encuentro tan atípico como el que habían tenido y lo herida y sucia que se encontraba, contra más la miraba Alejandro, más se olía que acababa de meterse en un lío. La chica no hablaba, nada. Y sólo había movido su brazo ligeramente cuando tenía que indicar el camino a seguir. Pero, claro ¿Cómo se supone que haría cualquier otra cosa, si parecía costarle hasta respirar? Él, por otro lado, ni se molestó en hacer preguntas estúpidas tales como "¿Qué te ha pasado?" "¿Cómo has llegado hasta aquí?" etcétera, etcétera. Ni realmente le interesaban los cómos o por qués, ni ella parecía estar predispuesta a contarle la historia de su vida. Así que solo guardó silencio, como cuando viajaba solo y se limitó a guiar al caballo por la dirección supuestamente adecuada. Lo único que, por así decirlo, le preocupaba era la noche y cómo el sol estaba cada vez más bajo; llevándose con él la luz que tan bien iluminaba el camino. Demasiados años había pasado en situaciones semejantes como para agarrarles tirria, acostumbrado ahora a las comodidades que le brindaba París y que, todo sea dicho, él mismo se había conseguido con su esfuerzo y sus múltiples contactos. Quería un techo y una cama; lo quería ya.

Casa.

Decir que se le cayó el alma a los pies cuando vio a lo que ella se refería como "casa" sería bastante acertado para describir su sorpresa. Su "casa", algo que Alejandro seriamente dudaba que se pudiera considerar como tal, parecía más una cabaña abandonada hecha por alguien sin mucho sentido de la comodidad o la higiene. Un horror, con mayúsculas. Ella estaba delante suyo, así que por fortuna no podía ver la cara de decepción del hombre que tenía detrás. Un hombre que, de repente, se planteó si sería mejor (y sobretodo más saludable) cabalgar de noche y a oscuras por el bosque antes que poner un pie allí dentro. Aunque Alejandro estaba acostumbrado a algo mucho más pobre que la riqueza misma, aquello se superaba con creces. Y los minutos que tardaron en acercarse, aunque no fueron suficientes para que se mentalizara del todo, sí le obligaron a tomar la decisión más.. ¿acertada? A estas alturas, no podría calificarse como tal. Socorrer a la chica en su cabaña, acabó siendo la opción más adecuada, por el poco de solidaridad que todavía le quedaba en su corazón.

Desmontarla fue más fácil de lo que se pensó. Aunque a él le parecía una mujer no demasiado confiada (por no decir en absoluto), estaba demasiado herida como para resistirse a que él la ayudara. Cosa que ella misma le había pedido, suplicado mejor dicho. Ni siquiera era capaz de andar por su propio pie, así que haciendo gala de su fuerza, no se lo pensó dos veces antes de cargarla hasta la puerta. Dónde tuvo que dejarla en el suelo solo para que pudiese abrir la extraña forma en la que la mantenía cerrada. Forma que prefirió no analizar, igual que todo lo que restaba; sería una total pérdida de tiempo. Se notaba perfectamente que ella vivía allí y estaba más que acostumbrada, porque en cuanto entró en su pequeño hábitat utilizó de sus últimas fuerzas para lanzarse contra lo que se consideraría una cama. De hecho, el interior era bastante más potable que el exterior. Nunca había visto una descripción más gráfica del dicho "las apariencias engañan", bueno, tal vez sí. Su segunda ex mujer no aparentaba el demonio que en realidad era ni de lejos.

Agua... Ungüento...

Captó su atención, de nuevo. ¿Le hablaba a él? Se fijó en lo que señalaba. Un balde de agua y una especie de bote, cada uno en un lado. El agua y el ungüento. Los miró, alternativamente, y luego la observó allí tendida. ¿Esperaba curarse por sí misma? Sí, claro, se veía completamente dispuesta a ello. Suspiró con ligera pesadía. - Vamos a ver - Agarrando lo primero que se parecía a una silla y colocándolo frente a dónde estaba ella, se sentó. No importaba que estuviera malherida y sangrando, no iba a morirse y la caballería se había esfumado. Ahora, lo que quería, era dejar las cosas claras. - Señorita, vamos a dejar las cosas claras. Estás hecha un asco y no solo físicamente hablando, porque he podido comprobar perfectamente que mucha fuerza no tienes en estos momentos. Así que este es el trato. Yo te haré el cuidado de tus heridas, de todas, si a cambio me das cobijo por esta noche. - Le dio una mirada de arriba a abajo, y rodó los ojos, ni siquiera sabía si le estaba entendiendo por las pocas palabras que le había escuchado soltar. Tal vez no supiera a penas el idioma. - No hace falta que digas nada. Si estás de acuerdo, quítate la ropa - Y antes de que pudiera malinterpretar sus palabras que, por una vez, no iban por ese lado, aclaró. - ¡Eh! Lo digo, porque voy a tener que lavarte entera y me imagino que no solo tienes heridas en los brazos y en las piernas - Alzó una ceja, en interrogante.

Y bien ¿Cuál sería su elección? Fuera cual fuera, no perdería nada. De ser testaruda y no dejarse, no tendría más remedio que pasar la noche en el bosque o intentar volver a la ciudad. Expectativa no mucho peor que la de pasar la noche en esa horrorosa cabaña. Si decía que sí.. bueno, heridas a un lado, no dejaría pasar la oportunidad de deleitarse con la belleza de su cuerpo al desnudo.


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