AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Sellando un pacto (Carlos. A. Garay)
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Sellando un pacto (Carlos. A. Garay)
Aún en el interior de mi carruaje, intentando recopilar toda la información que me habían dado mis amigas acerca del comportamiento masculino, me debatía entre dar un golpe en el techo para que emprendiésemos el regreso a casa, o bajarme y afrontar la situación.
Al fin y al cabo ¿qué me jugaba?, ¿que descubrieran que no era un hombre y me repudiaran de la sociedad?, ¿que mi apellido y mi honra fuesen enterradas en el lodo?, o la última y más temible de las posibilidades ¿encontrarme un inquisidor que terminase con mi existencia?.
Todas estas posibilidades podrían hacer que cualquier mujer regresase a casa y esperase que los efectos de la poción finalizasen. Pero ella no era cualquier mujer, ni tenía otra forma de descubrir una mera pista acerca de su padre. No conocía ni su aspecto, nombre u apellido. Lo único que deseaba era saber quién era, si después lo encontraba o no sería una bendición, pero sólo quería ponerle nombre a aquel hombre que facilitó su existencia.
Reuniendo todo el valor que poseía, y siendo realista consigo misma, era muy escaso, tomó el pomo de la puerta y bajó del carruaje. El chófer le preguntó si el "señor querría que esperase hasta que saliese". Tenía ganas de reír histéricamente, aquel hombre había creído que era un varón. Pero siendo honesta, ella también lo habría hecho. Su pequeña amiga le había ayudado en esta aventura, realizando una pócima que le otorgaba voz masculina y ciertos rasgos masculinos, así si alguien le mirase de cerca vería un rostro masculino aniñado, tan bello que parecía femenino. Su cuerpo alto y esbelto había facilitado el pasarlo por un jovencito de clase alta, su cuerpo delgado y carente de músculos y la carencia de la elevación de sus pechos, gracias al vendaje que los oprimía cruelmente, no cabía sospecha de su masculinidad.
Pero no todo el plan era perfecto, su pelo largo estaba suelto, meramente atado con un cordel de cuero en su nuca, dándole el aspecto de un Ruso. Y las costumbres sociales firmemente arraigadas en ella, hacían que sintiera una gran incomodidad, al saber que con los pantalones, todos aquellos que posasen sus ojos en ella verían sus formas libremente. ¡ni siquiera llevaba corsé o pololos, era como caminar semidesnuda!.
En suma, Ruslana parecía un hombre afeminado de la clase alta. Pero sintiéndose animada por la confusión de su conductor, aceptó su oferta y se dirigió a la taberna. Dando un largo suspiro, enderezó sus hombros, bajó el ala de su sombrero a la altura de los ojos, ocultando así su rostro y empujó con sus manos las puertas de la entrada.
Cuando entró, el olor a tabaco y alcohol la golpeó, era como entrar en una habitación cargada de todo lo que pudiera considerarse masculino. Vislumbrando una mesa vacía en el fondo de la habitación, se dirigió a ella observando todo lo que la rodeaba. Unos hombres en la derecha elevaban sus voces riéndose ruidosamente mientras miraban avariciosamente a la tabernera que les servía la copa. No muy lejos de ellos, se encontraban unos jóvenes jugando a las cartas. Y a su izquierda, unos hombres cuchicheaban sobre algo que no querían que oyesen los demás. Pero, en medio de la estancia se hallaba un hombre completamente sólo, bebiendo una copa de alcohol. Su rostro centrado en su vaso, mientras ignoraba las miradas que le dirigían las mujeres de la taberna.
Curioso, ¿así que esto hacen los hombres cuando no fingen ser el hombre perfecto que la sociedad aprueba?, pensó divertida. Siguió su paso hasta encaminarse a la mesa del fondo vacía. Se sentó de la misma forma que le dijo Zafi, con las piernas muy separadas y una posición relajada en la silla, casi como si se estuviera resbalando de la silla.
Antes de que terminara de colocarse en esa absurda posición, llegó una mujer con unos grandes pechos apenas cubiertos, preguntándole lo que tomaría.
- Coñac, por favor- dijo con una voz ronca y masculina, y recordando lo que le dijo Rubí sobre el comportamiento indecente de algunos hombres, recordó a frase que había preparado: algo que me caliente el cuerpo, preciosa.- Lo que hizo que se ganara una sonrisa sensual de la mujer. Sintió cómo se ruborizaba completamente. ¡Qué vergüenza!.
Cuando la mujer regresó con el coñac, se inclinó demasiado sobre ella colocando incómodamente sus pechos delante de su rostro, y rozando su mano en uno de sus muslos le dijo: Pequeño, ¿puedo hacer algo más para calentarte?-
¡Oh, Dios mío, ella se le estaba ofreciendo!. Negó rápidamente, poniéndose tensa en la silla, y olvidando su supuesta "posición masculina", mirando nerviosamente a su alrededor, buscando cualquier salida que evitase que aquella mujer siguiera frotándose contra ella.
Al fin y al cabo ¿qué me jugaba?, ¿que descubrieran que no era un hombre y me repudiaran de la sociedad?, ¿que mi apellido y mi honra fuesen enterradas en el lodo?, o la última y más temible de las posibilidades ¿encontrarme un inquisidor que terminase con mi existencia?.
Todas estas posibilidades podrían hacer que cualquier mujer regresase a casa y esperase que los efectos de la poción finalizasen. Pero ella no era cualquier mujer, ni tenía otra forma de descubrir una mera pista acerca de su padre. No conocía ni su aspecto, nombre u apellido. Lo único que deseaba era saber quién era, si después lo encontraba o no sería una bendición, pero sólo quería ponerle nombre a aquel hombre que facilitó su existencia.
Reuniendo todo el valor que poseía, y siendo realista consigo misma, era muy escaso, tomó el pomo de la puerta y bajó del carruaje. El chófer le preguntó si el "señor querría que esperase hasta que saliese". Tenía ganas de reír histéricamente, aquel hombre había creído que era un varón. Pero siendo honesta, ella también lo habría hecho. Su pequeña amiga le había ayudado en esta aventura, realizando una pócima que le otorgaba voz masculina y ciertos rasgos masculinos, así si alguien le mirase de cerca vería un rostro masculino aniñado, tan bello que parecía femenino. Su cuerpo alto y esbelto había facilitado el pasarlo por un jovencito de clase alta, su cuerpo delgado y carente de músculos y la carencia de la elevación de sus pechos, gracias al vendaje que los oprimía cruelmente, no cabía sospecha de su masculinidad.
Pero no todo el plan era perfecto, su pelo largo estaba suelto, meramente atado con un cordel de cuero en su nuca, dándole el aspecto de un Ruso. Y las costumbres sociales firmemente arraigadas en ella, hacían que sintiera una gran incomodidad, al saber que con los pantalones, todos aquellos que posasen sus ojos en ella verían sus formas libremente. ¡ni siquiera llevaba corsé o pololos, era como caminar semidesnuda!.
En suma, Ruslana parecía un hombre afeminado de la clase alta. Pero sintiéndose animada por la confusión de su conductor, aceptó su oferta y se dirigió a la taberna. Dando un largo suspiro, enderezó sus hombros, bajó el ala de su sombrero a la altura de los ojos, ocultando así su rostro y empujó con sus manos las puertas de la entrada.
Cuando entró, el olor a tabaco y alcohol la golpeó, era como entrar en una habitación cargada de todo lo que pudiera considerarse masculino. Vislumbrando una mesa vacía en el fondo de la habitación, se dirigió a ella observando todo lo que la rodeaba. Unos hombres en la derecha elevaban sus voces riéndose ruidosamente mientras miraban avariciosamente a la tabernera que les servía la copa. No muy lejos de ellos, se encontraban unos jóvenes jugando a las cartas. Y a su izquierda, unos hombres cuchicheaban sobre algo que no querían que oyesen los demás. Pero, en medio de la estancia se hallaba un hombre completamente sólo, bebiendo una copa de alcohol. Su rostro centrado en su vaso, mientras ignoraba las miradas que le dirigían las mujeres de la taberna.
Curioso, ¿así que esto hacen los hombres cuando no fingen ser el hombre perfecto que la sociedad aprueba?, pensó divertida. Siguió su paso hasta encaminarse a la mesa del fondo vacía. Se sentó de la misma forma que le dijo Zafi, con las piernas muy separadas y una posición relajada en la silla, casi como si se estuviera resbalando de la silla.
Antes de que terminara de colocarse en esa absurda posición, llegó una mujer con unos grandes pechos apenas cubiertos, preguntándole lo que tomaría.
- Coñac, por favor- dijo con una voz ronca y masculina, y recordando lo que le dijo Rubí sobre el comportamiento indecente de algunos hombres, recordó a frase que había preparado: algo que me caliente el cuerpo, preciosa.- Lo que hizo que se ganara una sonrisa sensual de la mujer. Sintió cómo se ruborizaba completamente. ¡Qué vergüenza!.
Cuando la mujer regresó con el coñac, se inclinó demasiado sobre ella colocando incómodamente sus pechos delante de su rostro, y rozando su mano en uno de sus muslos le dijo: Pequeño, ¿puedo hacer algo más para calentarte?-
¡Oh, Dios mío, ella se le estaba ofreciendo!. Negó rápidamente, poniéndose tensa en la silla, y olvidando su supuesta "posición masculina", mirando nerviosamente a su alrededor, buscando cualquier salida que evitase que aquella mujer siguiera frotándose contra ella.
Ruslana Del Mar- Hechicero Clase Alta
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Fecha de inscripción : 07/10/2012
Localización : Mansión del Mar
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Re: Sellando un pacto (Carlos. A. Garay)
Un día más.
Como de costumbre, los días transcurrían. Uno tras otro. Para Carlos eran monótonos. Se encargaba de sus acciones, controlaba sus tierras y se reunía un par de veces a la semana con algunas personas interesadas en él por los mismos motivos. Trabajo, trabajo y más trabajo. En eso se basaba su existencia actual. ¡Y le gustaba! Increíblemente, no se sentía vacío ni aburrido de hacer siempre lo mismo. No, le gustaba lo predecible. Le gustaba controlar las cosas. Controlar su vida igual que hacía con el ganado. Y él no tenía por costumbre salir a "tomar algo", solo o acompañado. Daba igual. En su casa tenía multitud de bebidas alcohólicas a su disposición, desde que dejó el Ejército, encontraba una pérdida de tiempo pasarse las noches en un bar maloliente. Porque así eran los bares por la noche. Al final, el alcohol y el tabaco se mezclaban y hacían ese ambiente tabernero único. Y él ya había probado mucho de eso en su anterior vida. Ahora estaba retirado, en todos los sentidos. Por eso mismo, verle sentado en una vanqueta de la taberna, por muy normal que pareciese en un hombre de sus medidas pues no era en absoluto normal.
Sin embargo, no estaba solo. Esta era una de esas raras ocasiones en las que le habían convencido para salir. ¡Y nada de negocios! Por lo menos, no sus negocios. Estaba rodeado, literalmente en aquel asiento, por algunos de sus ex compañeros militares. Y cabe destacar que se notaba la diferencia entre él, retirado, y los demás, en activo. ― ¡Es que la ciudad te ha asilvestrado, eh, Carlos! ― Fred se carcajeó junto a los demás que le hicieron el coro con un "Seeeeh" al unísono. Él simplemente se encogió de hombros. ― Tal vez, pero por lo menos no se me ve echo un asco ― Les echó una mirada y bebió de su cerveza para no reírse. No era propio de él hacer eso. Aún así, es que todavía no podía creerse que él hubiese tenido alguna vez esas pintas. Dejando a un lado que llevaban el uniforme puesto (Que les hacía destacar ya de por sí), todo lo demás estaba no hacía diferencia a cuando estaban en una misión. Igual de desordenados y.. sucios. O puede que su piel pareciese sucia por naturaleza. Él, después de todo, debió tener ese aspecto también justo después de dejarlo. Y ya habían pasado cinco años. Era cierto que se había "asilvestrado". ¡Y eso que llevaba puesta una ropa cualquiera! Si lo vieran con traje. No precisamente militar.
La burla, por supuesto, surgió efecto pues se rieron a carcajada limpia. Que diferentes eran, pensó Carlos por un momento, de los habituales hombres con los que ahora se topaba. Hombres de negocios. Estirados hombres de negocios que solo podían preocuparse de acrecentar su fortuna. Viéndose así con aquellos tipos que tan mala pinta tenían, se contestaba a una pregunta que a veces le rondaba por la cabeza. Él nunca sería un hombre de negocios "normal" o corriente. Un hombre de negocios normal y corriente, jamás se le ocurriría juntarse con esa calaña. Y sonrió para sí pensando en ello. Ciertamente, aunque sabía que era un solitario, nunca se había considerado (Ni quería considerarse) alguien estirado.
― Hola guapos ― Sonó la voz de la camarera de turno que ya les había servido el par de rondas que llevaban. Otra cosa que esos mercenarios no tenían era, por supuesto, modales. Aunque ¿Quién en aquel maldito tugurio los tendría?. Carlos, simplemente, no era del que se acercaba a las mujeres voluntariamente. Después de una tanda de risas y diversas obscenidades que la muchacha parecía disfrutar de lo lindo, parecía que había vuelto a su postura como camarera. Já. Oyó que susurraba, como si fuera una confidencia y como si sus compañeros estuviesen dispuesto a escucharla seriamente más de dos segundos sin manosearla por el morro. ― Escuchad, tengo a un muchacho muy lindo que está bastante solo ― Señaló un par de mesas atrás y se escucharon risas estruendosas por todo el bar. Risas a las que la chica hizo una mueca de advertencia. Curiosamente, su amigo bajó el volumen y se la aguantó. ― Sí ¿Qué pasa? Bien lindo que es, no todos tiene porque oler a estiércol ni parecer que se han rebozado en él ― Les echo a todos una mirada.. menos a Carlos. Qué pena que él no estuviera prestando atención en absoluto. ― Lo que decía.. es sí podíais echarle una mano, parece que es su primera vez o no está acostumbrado a relacionarse ― Con una especie de puchero en sus labios, pidió aquel favor que tan bien iba a cobrarse luego con alguno de los otros. O con todos juntos, qué importaba.
Después de haber aceptado aquella petición, todavía entre risas, fue Fred el que se levantó para "ayudarlo", si el chico tenía la pinta que se imaginaba el grandón de Fred haría de todo menos ayudar. Espantar, en todo caso.
Como de costumbre, los días transcurrían. Uno tras otro. Para Carlos eran monótonos. Se encargaba de sus acciones, controlaba sus tierras y se reunía un par de veces a la semana con algunas personas interesadas en él por los mismos motivos. Trabajo, trabajo y más trabajo. En eso se basaba su existencia actual. ¡Y le gustaba! Increíblemente, no se sentía vacío ni aburrido de hacer siempre lo mismo. No, le gustaba lo predecible. Le gustaba controlar las cosas. Controlar su vida igual que hacía con el ganado. Y él no tenía por costumbre salir a "tomar algo", solo o acompañado. Daba igual. En su casa tenía multitud de bebidas alcohólicas a su disposición, desde que dejó el Ejército, encontraba una pérdida de tiempo pasarse las noches en un bar maloliente. Porque así eran los bares por la noche. Al final, el alcohol y el tabaco se mezclaban y hacían ese ambiente tabernero único. Y él ya había probado mucho de eso en su anterior vida. Ahora estaba retirado, en todos los sentidos. Por eso mismo, verle sentado en una vanqueta de la taberna, por muy normal que pareciese en un hombre de sus medidas pues no era en absoluto normal.
Sin embargo, no estaba solo. Esta era una de esas raras ocasiones en las que le habían convencido para salir. ¡Y nada de negocios! Por lo menos, no sus negocios. Estaba rodeado, literalmente en aquel asiento, por algunos de sus ex compañeros militares. Y cabe destacar que se notaba la diferencia entre él, retirado, y los demás, en activo. ― ¡Es que la ciudad te ha asilvestrado, eh, Carlos! ― Fred se carcajeó junto a los demás que le hicieron el coro con un "Seeeeh" al unísono. Él simplemente se encogió de hombros. ― Tal vez, pero por lo menos no se me ve echo un asco ― Les echó una mirada y bebió de su cerveza para no reírse. No era propio de él hacer eso. Aún así, es que todavía no podía creerse que él hubiese tenido alguna vez esas pintas. Dejando a un lado que llevaban el uniforme puesto (Que les hacía destacar ya de por sí), todo lo demás estaba no hacía diferencia a cuando estaban en una misión. Igual de desordenados y.. sucios. O puede que su piel pareciese sucia por naturaleza. Él, después de todo, debió tener ese aspecto también justo después de dejarlo. Y ya habían pasado cinco años. Era cierto que se había "asilvestrado". ¡Y eso que llevaba puesta una ropa cualquiera! Si lo vieran con traje. No precisamente militar.
La burla, por supuesto, surgió efecto pues se rieron a carcajada limpia. Que diferentes eran, pensó Carlos por un momento, de los habituales hombres con los que ahora se topaba. Hombres de negocios. Estirados hombres de negocios que solo podían preocuparse de acrecentar su fortuna. Viéndose así con aquellos tipos que tan mala pinta tenían, se contestaba a una pregunta que a veces le rondaba por la cabeza. Él nunca sería un hombre de negocios "normal" o corriente. Un hombre de negocios normal y corriente, jamás se le ocurriría juntarse con esa calaña. Y sonrió para sí pensando en ello. Ciertamente, aunque sabía que era un solitario, nunca se había considerado (Ni quería considerarse) alguien estirado.
― Hola guapos ― Sonó la voz de la camarera de turno que ya les había servido el par de rondas que llevaban. Otra cosa que esos mercenarios no tenían era, por supuesto, modales. Aunque ¿Quién en aquel maldito tugurio los tendría?. Carlos, simplemente, no era del que se acercaba a las mujeres voluntariamente. Después de una tanda de risas y diversas obscenidades que la muchacha parecía disfrutar de lo lindo, parecía que había vuelto a su postura como camarera. Já. Oyó que susurraba, como si fuera una confidencia y como si sus compañeros estuviesen dispuesto a escucharla seriamente más de dos segundos sin manosearla por el morro. ― Escuchad, tengo a un muchacho muy lindo que está bastante solo ― Señaló un par de mesas atrás y se escucharon risas estruendosas por todo el bar. Risas a las que la chica hizo una mueca de advertencia. Curiosamente, su amigo bajó el volumen y se la aguantó. ― Sí ¿Qué pasa? Bien lindo que es, no todos tiene porque oler a estiércol ni parecer que se han rebozado en él ― Les echo a todos una mirada.. menos a Carlos. Qué pena que él no estuviera prestando atención en absoluto. ― Lo que decía.. es sí podíais echarle una mano, parece que es su primera vez o no está acostumbrado a relacionarse ― Con una especie de puchero en sus labios, pidió aquel favor que tan bien iba a cobrarse luego con alguno de los otros. O con todos juntos, qué importaba.
Después de haber aceptado aquella petición, todavía entre risas, fue Fred el que se levantó para "ayudarlo", si el chico tenía la pinta que se imaginaba el grandón de Fred haría de todo menos ayudar. Espantar, en todo caso.
- Spoiler:
- Puedes manejar a los chicos a tu antojo (: Y la conversación entre Fred y Ruslana (versión hombre (?)) he preferido dejártela a ti para no intervenir en tus reacciones. Y, por cierto, me reí mucho con el tema xD Disculpa la demora.
Última edición por Carlos A. Garay el Lun Nov 19, 2012 1:46 am, editado 1 vez
Carlos A. Garay- Humano Clase Alta
- Mensajes : 31
Fecha de inscripción : 06/10/2012
Re: Sellando un pacto (Carlos. A. Garay)
Con el pulso acelerado, dejó de menear la cabeza en búsqueda de una salida. Nadie iba a ayudarla, ahora era un hombre y los hombres solucionaban sus problemas solos. Tenía que recordar que, a pesar de todo, debía fingir ser un varón, sino, a pesar del hechizo, nadie creerá su tapadera.
Sonriendo a la mujer, dejó que su mirada quedara a su altura, y dejando que su poder de "encandilamiento" actuase, realizó una leve modificación, en la que su sentimiento de lujuria se mitigaba ligeramente. No quería que la siguiera tocando de esa forma, pero tal vez, más adelante le fuera beneficioso contar con su ayuda.
- Lo lamento, pero esta noche tengo que trabajar- le dijo en un suave susurro. Notando la mirada de resignación de ella, observó cómo se alejaba de su mesa, para acercarse a la ruidosa reunión masculina que tenía cerca de ella.
Con alivio, se acercó el vaso a la nariz para inhalar el aroma de la bebida alcohólica. Casi al instante de que su cerebro recibiese la información sobre el olor, sus labios hicieron una mueca de disgusto mientras alejaba el vaso con rapidez. ¡Esa bebida apesta!.
Por si fuera poco, su nuevo descubrimiento no había pasado desapercibido. Un gigante se había acercado a su mesa, y mientras ella estaba distraída oliendo el asqueroso brebaje, la había espiado. Por supuesto, ahora estaba doblado por la mitad, haciendo que su vaso saltase con cada golpe que proporcionaba a la mesa, con su ruidosa risa llamando la atención de todo el local.
Genial, Ruslana, ahora eres el centro de atención. Con un suspiro cargado de frustración, le dirigió al gigante una mirada sucia. En una sola mirada barrió su enorme figura desde la punta de sus botas gastadas, subiendo por el uniforme sucio y raído en algunos puntos de su cuerpo, hasta su barba descuidada de color castaño, para finalmente centrarse en sus ojos verdes.
Con una mirada estrecha le dijo:
- Caballero, me congratulo por ser motivo de su alegría, pero tal vez deba tener cuidado de no ahogarse entre tanta carcajada.- Deslizando su mirada hasta su enorme mano, proseguí: ¡Y por el amor de dios, deje de golpear la mesa!. Esta derramando la bebida que quería disfrutar. - Lo cual, era mentira, pero ¿él no tenía por qué saberlo, verdad?.
Como sospechaba, el gigante dejó de reír con sus palabras, y con un movimiento rápido se acercó hasta la silla en la que estaba sentada. Acercando su rostro al mío abrió la boca para decir algo, pero cómo si hubiese recibido un golpe, la dejó abierta durante unos segundos, mientras sus ojos me miraban con sorpresa. Como si fuese lo más exótico que hubiese visto jamás, se acercó con sumo cuidado hacia mí, e hizo lo que jamás pensé que haría un hombre frente a "otro". Inhaló profundamente, casi cómo si quisiera captar mi fragancia.
- ¿Hueles a perfume?- me dijo el gigante con sorpresa.
¡Oh, Oh!, me dije tragando saliva, ¿Cómo podré salir de ésta?. Pensando velozmente, creí ver una salida a la pregunta, aunque no sabía si podría servir. Colocando una sonrisa, que en el fondo esperaba que fuera sensual, le dijo con voz ronca:
- Créame, si una ninfa del bosque le ofreciera un baño en sus aguas, dudo que hubiese hombre sobre la faz de la tierra que la rechazara porque "estaban perfumadas"- fingiendo indiferencia ante el asunto, se encogió de hombros y acercó el vaso de su bebida.
Un golpe duro calló sobre su espalda, cuando el grandullón rompió a reír ruidosamente de nuevo. Casi luchando por recuperar el oxígeno que había perdido con el golpe, dejó que éste la arrastrara hasta su mesa.
- Amigo, por un momento pensé que era uno de esos afeminados, ya sabes, de los que buscan hombres en las tabernas.- Sacudiendo su cabeza, la siguió arrastrando sin soltar el agarre que mantenía sobre su hombro- Me llamo Fred, y estos son mis compañeros.- Presentándoles a cada hombre que estaba en la mesa, unía cada nombre con una obscenidad-... y el último es Carlos, el viejo se ha dejado asilvestrar por la ciudad. Pero que no te engañe, sería capaz de tumbarte en tres segundos- Su comentario fue seguido por un coro de carcajadas, y golpes entre ellos. Si pudiese, hubiese puesto los ojos en blanco, tanto estudiarlos para poder actuar como ellos, y resultaba que sólo eran como una pandilla de niños comparando sus juguetes.
Con una sonrisa ladeada, inclinó su cabeza hacia Carlos en señal de saludo, mientras observaba cómo éste la estudiaba con una mirada entrecerrada.
- Y este joven solitario- dijo apretándole el hombro- es el seductor de ninfas.- Riendo salvajemente, le contó a sus amigos cómo lo había enfrentado en la mesa, minutos atrás. Al parecer, la historia de haberme tomado un "baño perfumado" con una mujer era lo más divertido que había escuchado.
Sacudiendo su cabeza, sonrió abiertamente, "si no puedes con ellos...".
Sonriendo a la mujer, dejó que su mirada quedara a su altura, y dejando que su poder de "encandilamiento" actuase, realizó una leve modificación, en la que su sentimiento de lujuria se mitigaba ligeramente. No quería que la siguiera tocando de esa forma, pero tal vez, más adelante le fuera beneficioso contar con su ayuda.
- Lo lamento, pero esta noche tengo que trabajar- le dijo en un suave susurro. Notando la mirada de resignación de ella, observó cómo se alejaba de su mesa, para acercarse a la ruidosa reunión masculina que tenía cerca de ella.
Con alivio, se acercó el vaso a la nariz para inhalar el aroma de la bebida alcohólica. Casi al instante de que su cerebro recibiese la información sobre el olor, sus labios hicieron una mueca de disgusto mientras alejaba el vaso con rapidez. ¡Esa bebida apesta!.
Por si fuera poco, su nuevo descubrimiento no había pasado desapercibido. Un gigante se había acercado a su mesa, y mientras ella estaba distraída oliendo el asqueroso brebaje, la había espiado. Por supuesto, ahora estaba doblado por la mitad, haciendo que su vaso saltase con cada golpe que proporcionaba a la mesa, con su ruidosa risa llamando la atención de todo el local.
Genial, Ruslana, ahora eres el centro de atención. Con un suspiro cargado de frustración, le dirigió al gigante una mirada sucia. En una sola mirada barrió su enorme figura desde la punta de sus botas gastadas, subiendo por el uniforme sucio y raído en algunos puntos de su cuerpo, hasta su barba descuidada de color castaño, para finalmente centrarse en sus ojos verdes.
Con una mirada estrecha le dijo:
- Caballero, me congratulo por ser motivo de su alegría, pero tal vez deba tener cuidado de no ahogarse entre tanta carcajada.- Deslizando su mirada hasta su enorme mano, proseguí: ¡Y por el amor de dios, deje de golpear la mesa!. Esta derramando la bebida que quería disfrutar. - Lo cual, era mentira, pero ¿él no tenía por qué saberlo, verdad?.
Como sospechaba, el gigante dejó de reír con sus palabras, y con un movimiento rápido se acercó hasta la silla en la que estaba sentada. Acercando su rostro al mío abrió la boca para decir algo, pero cómo si hubiese recibido un golpe, la dejó abierta durante unos segundos, mientras sus ojos me miraban con sorpresa. Como si fuese lo más exótico que hubiese visto jamás, se acercó con sumo cuidado hacia mí, e hizo lo que jamás pensé que haría un hombre frente a "otro". Inhaló profundamente, casi cómo si quisiera captar mi fragancia.
- ¿Hueles a perfume?- me dijo el gigante con sorpresa.
¡Oh, Oh!, me dije tragando saliva, ¿Cómo podré salir de ésta?. Pensando velozmente, creí ver una salida a la pregunta, aunque no sabía si podría servir. Colocando una sonrisa, que en el fondo esperaba que fuera sensual, le dijo con voz ronca:
- Créame, si una ninfa del bosque le ofreciera un baño en sus aguas, dudo que hubiese hombre sobre la faz de la tierra que la rechazara porque "estaban perfumadas"- fingiendo indiferencia ante el asunto, se encogió de hombros y acercó el vaso de su bebida.
Un golpe duro calló sobre su espalda, cuando el grandullón rompió a reír ruidosamente de nuevo. Casi luchando por recuperar el oxígeno que había perdido con el golpe, dejó que éste la arrastrara hasta su mesa.
- Amigo, por un momento pensé que era uno de esos afeminados, ya sabes, de los que buscan hombres en las tabernas.- Sacudiendo su cabeza, la siguió arrastrando sin soltar el agarre que mantenía sobre su hombro- Me llamo Fred, y estos son mis compañeros.- Presentándoles a cada hombre que estaba en la mesa, unía cada nombre con una obscenidad-... y el último es Carlos, el viejo se ha dejado asilvestrar por la ciudad. Pero que no te engañe, sería capaz de tumbarte en tres segundos- Su comentario fue seguido por un coro de carcajadas, y golpes entre ellos. Si pudiese, hubiese puesto los ojos en blanco, tanto estudiarlos para poder actuar como ellos, y resultaba que sólo eran como una pandilla de niños comparando sus juguetes.
Con una sonrisa ladeada, inclinó su cabeza hacia Carlos en señal de saludo, mientras observaba cómo éste la estudiaba con una mirada entrecerrada.
- Y este joven solitario- dijo apretándole el hombro- es el seductor de ninfas.- Riendo salvajemente, le contó a sus amigos cómo lo había enfrentado en la mesa, minutos atrás. Al parecer, la historia de haberme tomado un "baño perfumado" con una mujer era lo más divertido que había escuchado.
Sacudiendo su cabeza, sonrió abiertamente, "si no puedes con ellos...".
- Spoiler:
- No te preocupes por la tardanza, esta vez he tardado yo, 4 días¡¡, pero tenía un examen y no pude responder antes. Espero que te siga divirtiendo el post, y no tengas miedo de "utilizarme" para decir alguna frase, o lanzar alguna mirada. No me importa, a no ser que sea algo importante. Besos¡¡
Ruslana Del Mar- Hechicero Clase Alta
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Re: Sellando un pacto (Carlos. A. Garay)
Un minuto. Dos. Cinco.. Casi diez, desde que Fred se había marchado en busca del "chico lindo". Y, mientras tanto, el coro de gallos no hacía más que lanzar miradas furtivas hacia dónde se encontraban ellos, justo detrás de Carlos. ¿Casualidad? Bueno, a él no podía importarle menos alguien que no conocía, ni el como su amigo estuviese molestándolo. Definitivamente, se dijo, la ciudad lo había asilvestrado. ¿Antes hubiese disfrutado con aquel tipo de broma? Cinco años atrás puede que hubiera girado la cabeza, solo para poder echar unas risas con la vista que se le presentara. En la actualidad, solo tenía ganas de tomar la cerveza de su vaso, continuar una hora más (o tal vez dos) en la compañía de los chicos y acabar dormitando en su alcoba. Solo. Esto último, de gran importancia. Algo que ni con el tiempo había cambiado. Cinco años atrás, tampoco hubiese deseado ningún tipo de compañía entre las sábanas, a pesar de que el estatus de militar siempre favorecía para ese tipo de relaciones. Las mujeres que había frecuentado Carlos durante prácticamente toda su vida, eran mujeres que no estaban interesadas en una relación con alguien que podría morir en cualquier momento. Una noche era suficiente para ellas. Y para las que no, acababan arrepintiéndose de haberse relacionado con uno de ellos.
Tan absorto se quedó en sus pensamientos durante unos cuántos minutos, que no fue hasta que escuchó el retumbar de los pasos de Fred que volvió a la realidad. ¿Cómo podía ser tan malditamente silencioso, cuando habían estado en activo? Se preguntó fugazmente. ¡Nadie diría que aquel hombre, más parecido a un ogro, pudiese camuflarse perfectamente! Pues, efectivamente, así era. Cuando Fred se ponía "serio", era capaz de ser el hombre más discreto que solo sería descubierto por alguien con un entrenamiento igual al suyo o superior. Increíble, pero cierto.
.. y el último es Carlos[...]Pero que no te engañe, sería capaz de tumbarte en tres segundos..
"Ahí está" se dijo para sí, no podía faltar la puntilla a su presentación. No. Él nunca era simplemente "Carlos". Él era Carlos, el que habla poco. Carlos, el que está animado esta noche. En esta ocasión era Carlos, por el que no te debías dejar engañar o podías acabar malherido. Contuvo una carcajada irónica; realmente patético. Fue entonces, después de las presentaciones, que por primera vez Carlos se dignó a apartar la vista de su bebida para ponerla en el curioso muchacho que Fred había traído seguramente más en contra de su voluntad que a favor. Se podría decir que, durante unos segundos, Carlos entró en estado de shock profundo. Le echó una mirada. Parpadeó. Volvió a mirarle. Bajo de estatura. Cabello largo. Piel aparentemente perfecta. Facciones delicada. Y, por qué no añadirlo, Fred en pocos minutos les había contado una historia sobre ninfas y perfumes algo estúpida pero que llevaba parte de su razón. Parando la suficiente atención, a Carlos le parecía captar un ligero rastro de perfume proveniente de su dirección. Conclusión: ¡¿Qué parte de esa persona, se parecía a un hombre?! ¿Sus ropajes? Porque, desde luego, Carlos no era capaz de ver ninguna otra maldita cosa que lo diferenciase de un chiste. Era simplemente imposible que un chico sobreviviera en el mundo el que habitaban con semejante apariencia. Imposible. Y que él pareciera ser el único en darse cuenta de eso, demostraba que en un antro como aquel todo era posible. El alcohol nublaba demasiado la mente; Carlos se alegraba de no haberse dejado arrastrar por sus compañeros para tomar. O estaría igual que ellos, viendo cosas estúpidas.
Dado su historial con el género femenino, Carlos no era alguien que se sintiése cómodo junto a las mujeres. Y, de haber estado en otro lugar, la reunión de amigos habría terminado para él. Si se reunía con sus compañeros en una taberna para hombres, era de esperar que no pretendía encontrarse con mujeres "de día". Ni con mujeres masculinas.. o que pretendían ir vestidas de hombre; lo que fuera. Allí, por lo menos, las mujeres que había respetaban tu respuesta fuera Sí o No. Sin embargo, por esa mínima posibilidad de que él realmente fuera un hombre, decidió continuar. Pensar, por otro lado, que su aversión al género femenino lo llevara a obsesionarse hasta el punto de confundirse de esa manera, lo asustaba. Casi prefería no salir de dudas. Lo mejor, sería ignorar al muchacho. Sí, después de todo, serían paranoias suyas por el cansancio. Era tarde, había trabajado arduamente durante la semana. Necesitaba dormir, dormir muchas horas seguidas para reponerse. Cansancio, eso era todo a fin de cuentas.
Volviendo la atención a lo que quedaba de su bebida, podía escuchar de fondo el ruido de los hombres hablando. Sobretodo de los que tenía más cerca. Observaba a algunos de sus compañeros de trago en trago, sin participar en la atención que se le estaba dando al chico nuevo. ― ... Y aquella vez ¡Estuvimos tan cerca de pasar al otro mundo! De no ser por la puntería de este de aquí que se cargó al general a distancia, nos habrían fusilado ― Entre risas por viejas batallas ganadas (por los pelos), la gran mano de Fred palmeó el hombro de Carlos, señalándolo como el super héroe que los había salvado en aquel entonces. Por un momento se hizo el silencio, y notando que estaban como esperando algo de él, decidió que no tenía más remedio que intervenir. ― Estuve cinco años como francotirador, lo de aquel día no fue una gran distancia ― Dándose por zanjado el comentario, volvieron a reír todos, más ebrios que sobrios. Cualquier cosa, a esas alturas, podía hacerles reír.
Tras un ligero golpe en la mesa con la jarra, Carlos se puso en pie. De nuevo se hizo un ligero silencio. ― Servicio ― Murmuró, sin más, antes de alejarse hasta la barra dónde pidió otra bebida y, seguido, dirigirse a los baños del lugar. Por algo Carlos a penas se había emborrachado en sus treinta y ocho años de vida, no tardaba mucho en soltar todo líquido que ingiriese.
Tan absorto se quedó en sus pensamientos durante unos cuántos minutos, que no fue hasta que escuchó el retumbar de los pasos de Fred que volvió a la realidad. ¿Cómo podía ser tan malditamente silencioso, cuando habían estado en activo? Se preguntó fugazmente. ¡Nadie diría que aquel hombre, más parecido a un ogro, pudiese camuflarse perfectamente! Pues, efectivamente, así era. Cuando Fred se ponía "serio", era capaz de ser el hombre más discreto que solo sería descubierto por alguien con un entrenamiento igual al suyo o superior. Increíble, pero cierto.
.. y el último es Carlos[...]Pero que no te engañe, sería capaz de tumbarte en tres segundos..
"Ahí está" se dijo para sí, no podía faltar la puntilla a su presentación. No. Él nunca era simplemente "Carlos". Él era Carlos, el que habla poco. Carlos, el que está animado esta noche. En esta ocasión era Carlos, por el que no te debías dejar engañar o podías acabar malherido. Contuvo una carcajada irónica; realmente patético. Fue entonces, después de las presentaciones, que por primera vez Carlos se dignó a apartar la vista de su bebida para ponerla en el curioso muchacho que Fred había traído seguramente más en contra de su voluntad que a favor. Se podría decir que, durante unos segundos, Carlos entró en estado de shock profundo. Le echó una mirada. Parpadeó. Volvió a mirarle. Bajo de estatura. Cabello largo. Piel aparentemente perfecta. Facciones delicada. Y, por qué no añadirlo, Fred en pocos minutos les había contado una historia sobre ninfas y perfumes algo estúpida pero que llevaba parte de su razón. Parando la suficiente atención, a Carlos le parecía captar un ligero rastro de perfume proveniente de su dirección. Conclusión: ¡¿Qué parte de esa persona, se parecía a un hombre?! ¿Sus ropajes? Porque, desde luego, Carlos no era capaz de ver ninguna otra maldita cosa que lo diferenciase de un chiste. Era simplemente imposible que un chico sobreviviera en el mundo el que habitaban con semejante apariencia. Imposible. Y que él pareciera ser el único en darse cuenta de eso, demostraba que en un antro como aquel todo era posible. El alcohol nublaba demasiado la mente; Carlos se alegraba de no haberse dejado arrastrar por sus compañeros para tomar. O estaría igual que ellos, viendo cosas estúpidas.
Dado su historial con el género femenino, Carlos no era alguien que se sintiése cómodo junto a las mujeres. Y, de haber estado en otro lugar, la reunión de amigos habría terminado para él. Si se reunía con sus compañeros en una taberna para hombres, era de esperar que no pretendía encontrarse con mujeres "de día". Ni con mujeres masculinas.. o que pretendían ir vestidas de hombre; lo que fuera. Allí, por lo menos, las mujeres que había respetaban tu respuesta fuera Sí o No. Sin embargo, por esa mínima posibilidad de que él realmente fuera un hombre, decidió continuar. Pensar, por otro lado, que su aversión al género femenino lo llevara a obsesionarse hasta el punto de confundirse de esa manera, lo asustaba. Casi prefería no salir de dudas. Lo mejor, sería ignorar al muchacho. Sí, después de todo, serían paranoias suyas por el cansancio. Era tarde, había trabajado arduamente durante la semana. Necesitaba dormir, dormir muchas horas seguidas para reponerse. Cansancio, eso era todo a fin de cuentas.
Volviendo la atención a lo que quedaba de su bebida, podía escuchar de fondo el ruido de los hombres hablando. Sobretodo de los que tenía más cerca. Observaba a algunos de sus compañeros de trago en trago, sin participar en la atención que se le estaba dando al chico nuevo. ― ... Y aquella vez ¡Estuvimos tan cerca de pasar al otro mundo! De no ser por la puntería de este de aquí que se cargó al general a distancia, nos habrían fusilado ― Entre risas por viejas batallas ganadas (por los pelos), la gran mano de Fred palmeó el hombro de Carlos, señalándolo como el super héroe que los había salvado en aquel entonces. Por un momento se hizo el silencio, y notando que estaban como esperando algo de él, decidió que no tenía más remedio que intervenir. ― Estuve cinco años como francotirador, lo de aquel día no fue una gran distancia ― Dándose por zanjado el comentario, volvieron a reír todos, más ebrios que sobrios. Cualquier cosa, a esas alturas, podía hacerles reír.
Tras un ligero golpe en la mesa con la jarra, Carlos se puso en pie. De nuevo se hizo un ligero silencio. ― Servicio ― Murmuró, sin más, antes de alejarse hasta la barra dónde pidió otra bebida y, seguido, dirigirse a los baños del lugar. Por algo Carlos a penas se había emborrachado en sus treinta y ocho años de vida, no tardaba mucho en soltar todo líquido que ingiriese.
- Spoiler:
- Esta vez me tarde mucho, lo siento! estaba ausente.
Carlos A. Garay- Humano Clase Alta
- Mensajes : 31
Fecha de inscripción : 06/10/2012
Re: Sellando un pacto (Carlos. A. Garay)
La vida era un cúmulo de sensaciones y de sorpresas. Muchos personajes de la alta clase conocían a Ruslana Del Mar. La cándida, simpática y rica heredera de los Del Mar. Había sido acompañada por numerosos hombres a fiestas y convites. Las adorables fiestas nocturnas a las que asistía, la habían acostumbrado a las palabras galantes y adornadas de la mayoría de los franceses. Su máxima diversión siempre llegaba en post de un nuevo miembro o viajero de clase alta. Éstos eran los únicos que traían nuevas noticias, y aunque a veces no eran buenos conversadores, solían narrar lo mejor que podían los hechos, para que las jovencitas como ella pudieran echar al vuelo su imaginación.
Todas esas fiestas, en la que lo más atrevido era el roce de los hombros entre mujer y caballero al sentarse a la mesa a cenar, o el inocente coqueteo entre jóvenes deseosos de destacar y convertirse en la leyenda de la temporada, no tenían nada que ver con los duros golpes que le dirigía Fred cada vez que hería a sus compañeros de mesa, con mis comentarios fugaces y directos. La poción y el alcohol que habían ingerido todos, habían ayudado a disimular mi disfraz, pero a veces, notaba ciertas miradas atrevidas, o comentarios con doble sentido que eludían siempre dos cosas: una pelea varonil, o un retoce entre sábanas.
Girando sus ojos ante el último comentario que había realizado uno de los hombres respecto al tamaño de su miembro y la extraña atracción que ejercía en las mujeres, se preguntó si sería adecuado marcharse o unirse al bando masculino. A veces los dichos o refranes guardaban más razón, que las complicadas fórmulas matemáticas, y había uno perfecto para la ocasión: " Allá donde fuerais, haced lo que vierais".
Con una sonrisa pícara, le quitó la jarra de cerveza a Fred y vació su contenido, teniendo cuidado de golpear la mesa con la jarra y crear el silencio en la mesa.
- Hablando de tamaños ridículos...- El cabeceo que dirigí hacia el hombre que había estado fardando de tener un miembro del tamaño del sable de Napoleón, fue suficiente para eludir a quién iba dirigido mi comentario. Las risas que siguieron mi gesto fueron tan ruidosas, que el mesero amenazó con sacarnos a todos a golpes de escoba. Alzando la jarra de Fred, esperó a que una de las camareras la llenase para continuar.- ¿Habéis oído la historia del pirata más pequeño, y más peligroso del mundo?.- Observando cómo todos los hombres se daban codazos y negaban con la cabeza, rió mentalmente. En a penas unas horas, había aprendido que en el fondo, los hombres eran un grupo de niños. Todos se golpeaban entre sí para obtener la atención de las mujeres o de, en este caso, el nuevo del grupo. Sólo se necesitaba estudiarlos un poco, para saber darles lo que necesitaban. En este caso, era una historia que conllevase batallas, sangre, riqueza, y poder. ¿Y qué mejor historia para ello, que las duras peleas de Barba Roja?.
Luchando por dejar atrás todos los tabús que había roto esa noche, se coloquó de pie sobre la silla, y comenzó a narrar la historia. Teniendo cuidado de llamar la atención en los momentos justos de los hombres, y mujeres que estaban en la taberna, dejó momentos de silencio para crear tensión, aceleró y retrasó el transcurso de los hechos con hilarante facilidad. Y casi al final de la historia, los miembros de la taberna participaban en la narración, tapándose un ojo y gritando " ¡Al abordaje!", otros cojeaban como si tuvieran una pata de palo, y Fred, ese enorme grandullón, puso voz femenina cuando habló por la joven doncella rescatada - ¡Oh, capitán!. ¡No sea tan truhán!.-
Riendo con total libertad, le quitó un sombrero antiguo y triangular a uno de los numerosos hombres que se habían sumado a la interpretación de la historia, y tomando una de las espadas ligeras y delicadas de uno de los jóvenes muchachos de clase alta que me observaban con admiración, realizó la estacada final al contramaestre que había traicionado a Barba Roja.
- ¡Por mis barbas rojas, que nos encontraremos en el infierno, sarnoso mequetrefe!- Gritó a voz a cuello, dejando que uno de los compañeros de Fred gimoteara con la punta de la espada resguardada entre su brazo y el estómago. La furiosa masa de aplausos y vítores de los clientes de la taberna, fue el premio más gratificante de todos, al parecer, Ruslana del Mar seguía siendo una hábil narradora de cuentos.
Saltando de la mesa, rió mientras tomaba un poco más de ese brebaje que soltaba su lengua, y la libraba de las pesadas cadenas que había llevado durante numerosos años. Ser una mujer perfecta, en un mundo imperfecto, era difícil. Pero disimular su estado brujeril, ante todo el mundo, mientras fingía ser la dama perfecta, era un desdichado reto. ¿Qué me jugaba si salía mal mi interpretación?, pensó con amargura. Sólo tu posición social y tu vida, le respondió la voz de su conciencia.
Girando con rapidez para evitar los abrazos asfixiantes de una docena de hombres borrachos que se dirigían hacia ella, aún con ropajes superpuestos que les habían servido para la interpretación, se golpeó contra un pecho duro y musculoso. Gimiendo mientras caía al suelo, se sorprendió al notar la mirada anonadada y en shock, del caballero que se había retirado antes de la mesa. Sin apartar sus ojos de los de él, le dirigió una pequeña sonrisa mientras sus amigos se peleaban por rescatarla del suelo. Con un movimiento rápido y fluido, las poderosas manos de Fred la alzaron, tomándola de sus caderas, y perdiendo así, la oportunidad de estudiar los sentimientos del hombre que la atravesaba con la mirada.
- ¡No sabes lo que te has perdido Carlos!- Gritaba Fred mientras sentaba a Ruslana sobre sus hombros y le alzaba las manos. Era una situación incómoda donde las haya, pero el derroche de felicidad que manaba de Fred era tan atrayente, que terminó haciendo reír a la joven.- Éste muchacho tiene la lengua más afilada que una mujer- El último comentario de Fred, hizo que la sonrisa de Ruslana desapareciera y palideciera con asombrosa rapidez. Había perdido mucho tiempo en la taberna y tenía que huir antes de que la poción perdiera sus efectos y su aspecto volviese a suavizarse, mostrando su verdadera identidad. Golpeando a Fred en la cabeza con suavidad, le pidió que la bajara para poder ir al baño. Aunque la verdad era que iba para poder escapar por la ventana que había en él.
Sonriendo, caminó con dudosa rapidez hacia los servicios, notando la leve picazón que comenzaba a extenderse por su cuerpo. En unos minutos volvería a ser una mujer, y más le valía llegar rápido a ese servicio, o toda la taberna se sorprendería de ver cómo aquel seductor de ninfas se convertía, en una de las femeninas criaturas que había fardado de seducir.
Todas esas fiestas, en la que lo más atrevido era el roce de los hombros entre mujer y caballero al sentarse a la mesa a cenar, o el inocente coqueteo entre jóvenes deseosos de destacar y convertirse en la leyenda de la temporada, no tenían nada que ver con los duros golpes que le dirigía Fred cada vez que hería a sus compañeros de mesa, con mis comentarios fugaces y directos. La poción y el alcohol que habían ingerido todos, habían ayudado a disimular mi disfraz, pero a veces, notaba ciertas miradas atrevidas, o comentarios con doble sentido que eludían siempre dos cosas: una pelea varonil, o un retoce entre sábanas.
Girando sus ojos ante el último comentario que había realizado uno de los hombres respecto al tamaño de su miembro y la extraña atracción que ejercía en las mujeres, se preguntó si sería adecuado marcharse o unirse al bando masculino. A veces los dichos o refranes guardaban más razón, que las complicadas fórmulas matemáticas, y había uno perfecto para la ocasión: " Allá donde fuerais, haced lo que vierais".
Con una sonrisa pícara, le quitó la jarra de cerveza a Fred y vació su contenido, teniendo cuidado de golpear la mesa con la jarra y crear el silencio en la mesa.
- Hablando de tamaños ridículos...- El cabeceo que dirigí hacia el hombre que había estado fardando de tener un miembro del tamaño del sable de Napoleón, fue suficiente para eludir a quién iba dirigido mi comentario. Las risas que siguieron mi gesto fueron tan ruidosas, que el mesero amenazó con sacarnos a todos a golpes de escoba. Alzando la jarra de Fred, esperó a que una de las camareras la llenase para continuar.- ¿Habéis oído la historia del pirata más pequeño, y más peligroso del mundo?.- Observando cómo todos los hombres se daban codazos y negaban con la cabeza, rió mentalmente. En a penas unas horas, había aprendido que en el fondo, los hombres eran un grupo de niños. Todos se golpeaban entre sí para obtener la atención de las mujeres o de, en este caso, el nuevo del grupo. Sólo se necesitaba estudiarlos un poco, para saber darles lo que necesitaban. En este caso, era una historia que conllevase batallas, sangre, riqueza, y poder. ¿Y qué mejor historia para ello, que las duras peleas de Barba Roja?.
Luchando por dejar atrás todos los tabús que había roto esa noche, se coloquó de pie sobre la silla, y comenzó a narrar la historia. Teniendo cuidado de llamar la atención en los momentos justos de los hombres, y mujeres que estaban en la taberna, dejó momentos de silencio para crear tensión, aceleró y retrasó el transcurso de los hechos con hilarante facilidad. Y casi al final de la historia, los miembros de la taberna participaban en la narración, tapándose un ojo y gritando " ¡Al abordaje!", otros cojeaban como si tuvieran una pata de palo, y Fred, ese enorme grandullón, puso voz femenina cuando habló por la joven doncella rescatada - ¡Oh, capitán!. ¡No sea tan truhán!.-
Riendo con total libertad, le quitó un sombrero antiguo y triangular a uno de los numerosos hombres que se habían sumado a la interpretación de la historia, y tomando una de las espadas ligeras y delicadas de uno de los jóvenes muchachos de clase alta que me observaban con admiración, realizó la estacada final al contramaestre que había traicionado a Barba Roja.
- ¡Por mis barbas rojas, que nos encontraremos en el infierno, sarnoso mequetrefe!- Gritó a voz a cuello, dejando que uno de los compañeros de Fred gimoteara con la punta de la espada resguardada entre su brazo y el estómago. La furiosa masa de aplausos y vítores de los clientes de la taberna, fue el premio más gratificante de todos, al parecer, Ruslana del Mar seguía siendo una hábil narradora de cuentos.
Saltando de la mesa, rió mientras tomaba un poco más de ese brebaje que soltaba su lengua, y la libraba de las pesadas cadenas que había llevado durante numerosos años. Ser una mujer perfecta, en un mundo imperfecto, era difícil. Pero disimular su estado brujeril, ante todo el mundo, mientras fingía ser la dama perfecta, era un desdichado reto. ¿Qué me jugaba si salía mal mi interpretación?, pensó con amargura. Sólo tu posición social y tu vida, le respondió la voz de su conciencia.
Girando con rapidez para evitar los abrazos asfixiantes de una docena de hombres borrachos que se dirigían hacia ella, aún con ropajes superpuestos que les habían servido para la interpretación, se golpeó contra un pecho duro y musculoso. Gimiendo mientras caía al suelo, se sorprendió al notar la mirada anonadada y en shock, del caballero que se había retirado antes de la mesa. Sin apartar sus ojos de los de él, le dirigió una pequeña sonrisa mientras sus amigos se peleaban por rescatarla del suelo. Con un movimiento rápido y fluido, las poderosas manos de Fred la alzaron, tomándola de sus caderas, y perdiendo así, la oportunidad de estudiar los sentimientos del hombre que la atravesaba con la mirada.
- ¡No sabes lo que te has perdido Carlos!- Gritaba Fred mientras sentaba a Ruslana sobre sus hombros y le alzaba las manos. Era una situación incómoda donde las haya, pero el derroche de felicidad que manaba de Fred era tan atrayente, que terminó haciendo reír a la joven.- Éste muchacho tiene la lengua más afilada que una mujer- El último comentario de Fred, hizo que la sonrisa de Ruslana desapareciera y palideciera con asombrosa rapidez. Había perdido mucho tiempo en la taberna y tenía que huir antes de que la poción perdiera sus efectos y su aspecto volviese a suavizarse, mostrando su verdadera identidad. Golpeando a Fred en la cabeza con suavidad, le pidió que la bajara para poder ir al baño. Aunque la verdad era que iba para poder escapar por la ventana que había en él.
Sonriendo, caminó con dudosa rapidez hacia los servicios, notando la leve picazón que comenzaba a extenderse por su cuerpo. En unos minutos volvería a ser una mujer, y más le valía llegar rápido a ese servicio, o toda la taberna se sorprendería de ver cómo aquel seductor de ninfas se convertía, en una de las femeninas criaturas que había fardado de seducir.
Ruslana Del Mar- Hechicero Clase Alta
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Fecha de inscripción : 07/10/2012
Localización : Mansión del Mar
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Re: Sellando un pacto (Carlos. A. Garay)
Cansancio. Cuánto más pasaba el tiempo más notaba que el sueño le iba ganando la batalla, una batalla bastante perdida después de toda la semana sin parar de un lado para otro. Aprovechó la visita al baño (bastante guarro, la verdad) para lavarse la cara con agua fría y, obviamente, echar esa meada que le libraría de emborracharse como a toda la tropa. Ahora que estaba solo, se carcajeó por lo ocurrido con anterioridad. Recordando al muchachito que todos habían aceptado con aparente normalidad, mientras que él había sido el único que había notado algo raro. Claramente, no era un chico normal. Y si lo primero que se le había pasado por la cabeza era cierto.. No, se dijo. A él le daba igual. Hombre, mujer o animal. Exactamente igual. Él sólo había quedado allí con sus viejos compañeros para divertirse y soltar un poco del estrés acumulado. Nada más. ¿Qué conseguía pensando en cosas extrañas? Nada. Nada más que problemas, como ocurría siempre. Como ocurría siempre que su cerebro no podía evitar seguir pensando y tejiendo ideas y probabilidades por doquier. ¡Y eso que no se consideraba un hombre curioso! Nunca lo había sido, menos mal, o había terminado en una ruina total. Por una vez, iba a dejar el tema. Por una vez, iba a agradecer que el cansancio y el sueño vencieran a cualquier otro pensamiento. Y se marcharía, antes de que pasara otra cosa. Sí, tenía ganas de pasar tiempo con los chicos, pero ya lo había hecho. Encontraría otra ocasión durante la próxima semana, antes de que se marcharan, para volver a reunirse. O después. Ya lo pensaría más adelante. Pero en ese momento; en ese momento necesitaba largarse de allí antes de que empezara a desvariar en serio. No estaba seguro de cuántas cosas más maquinaría su mente si se quedaba allí y observaba más de aquel peculiar muchacho.
Tan decidido estuvo que ni siquiera pasó a lavarse la cara. ¿Para qué? No quería despertarse. Quería llegar a casa, tirarse en su cama despreocupadamente, y olvidarlo todo. Ni siquiera soñar. Soñar había dejado de ser algo por lo que preocuparse, puesto que el noventa y nueve por ciento de las veces no recordaba el sueño y se levantaba tranquilo. Después de muchos años con pesadillas sobre la guerra que habían llegado a aterrorizarlo, el retiro estaba haciendo su efecto en todos los sentidos. Su cuerpo, poco a poco, ya se había ido acostumbrado a la vida civil. Dónde no había, habitualmente, peligros constantes rodeándote. Ni tenías que tener los cinco sentidos completamente alerta, a pesar de que eso era una costumbre que sabía no se le iba a quitar nunca. Alerta pero, al mismo tiempo, relajados. Una combinación extraña que le había llevado su buen tiempo lograr, a base de esfuerzo. De esfuerzo recordándose que no estaba ya en la guerra y que todo aquel que le rodeaba no era sospechoso ni llevaba una pistola bajo las ropas ni nada más peligroso. Realmente, no todo eran tan bonito cómo los chicos habían estado explicando. Porque incluso ellos, tan fuertes y valientes como lo era el mismo Carlos, tenían su dosis de pesadillas cuando llegaba la noche. A menos que hicieran precisamente esto. Beber. Beber y beber hasta caer rendidos. Acostarse borracho era la única forma de no recordar nada, ni siquiera los horrores vividos durante la guerra. Carlos lo había sentido una vez, estar tan borracho como para no acordarse de nada, y a pesar de eso, de lo bien que había dormido aquella noche, se dijo no caer ante tal tentación. Una tentación que a la larga sabía le pasaría factura. Y había sido una dura pero sabia decisión. Una más.
Sumido en sus pensamientos, fue ligeramente chocante el espectáculo con el que se encontró al salir del baño. Parado en la puerta, observó cómo se había montado en cuestión de minutos una especie de circo en lo que era la taberna entera. ¿O es que había estado tan pensativo que había dejado pasar, en realidad, horas? Parpadeó confuso. Había dos.. tres posibilidades. Una; había bebido más de lo que pensaba y definitivamente veía cosas raras. Dos; estaba demasiado cansado, hasta tal punto que le afectaba casi como si fuera alcohol. O la mezcla de alcohol y cansancio no era buena. Tres; lo que veía estaba sucediendo de verdad y sólo ocurría que todos estaban extremadamente borrachos. La tercera. Tenia que ser esa. Suspiró, frotándose las sienes y dando un paso al frente. Pensando en cómo despedirse de todos sin que hicieran follón. No, ni pensarlo. No tenía ningunas ganas de follones. Y bastó que pensara eso para que al segundo algo menudo que le llegaba a penas al pecho chocara contra él y cayera al suelo. Una pequeña forma de vida que se hacía llamar un hombre.. Extrañamente le daban ganas de reírse por la tremenda absurdez. Pero no, no se rió ni hizo movimiento alguno, sólo lo observaba fijamente con su habitual cara de “poker”, es decir, inexpresivo si es que no parecía enfadado aunque no lo estuviera. Cosa de facciones.
¡No sabes lo que te has perdido, Carlos!
No quiero saberlo. Respondió para sí ante la exclamación de Fred que tardó milisegundos en ponerse al chico en los hombros cual loro. ¿Podía ser más absurda la escena? Mejor no pensarlo o la vida le respondería como había estado haciendo las últimas horas. Lo mejor sería ignorarlo.. Sí, hubiese estado bien, de no ser porque tuvo que captar lo que parecía haberle afectado el comentario de Fred. “La lengua más afilada que una mujer” ¿Era eso que veía, cara de preocupación? Ahora sí que sí. Tal y como era de esperarse por semejante respuesta, no tardó en huir de allí cómo alma que lleva el diablo. Sus ojos recorrieron la pequeña figura hasta que desaparecía tras el portón del baño, los chicos parecían ni haberlo notado. Todavía estaban riéndose de lo que había ocurrido en su ausencia que, o de verdad era tan divertido, o simplemente eran efectos inevitables de estar completamente borracho. En cualquier caso, él no podía quedarse allí más. O se marchaba a su casa, a su cama (que era la opción más sensata) o... hacía lo que exactamente hizo, volver sus pasos atrás hasta el baño. ¿Es que puedo ser más tonto? He bebido de más, seguro.
― ¿Estás buscando algo? ―
¿Una ventana, tal vez? Se dijo. Su instinto, aún despierto a pesar de todo, le decía que había corrido allí con la intención de huir. Huir por la ventana. Ventana que ella había pensado estaría en un baño, como podría ser lógico, pero ¿No adivináis?. Allí no había ventana alguna.
Tan decidido estuvo que ni siquiera pasó a lavarse la cara. ¿Para qué? No quería despertarse. Quería llegar a casa, tirarse en su cama despreocupadamente, y olvidarlo todo. Ni siquiera soñar. Soñar había dejado de ser algo por lo que preocuparse, puesto que el noventa y nueve por ciento de las veces no recordaba el sueño y se levantaba tranquilo. Después de muchos años con pesadillas sobre la guerra que habían llegado a aterrorizarlo, el retiro estaba haciendo su efecto en todos los sentidos. Su cuerpo, poco a poco, ya se había ido acostumbrado a la vida civil. Dónde no había, habitualmente, peligros constantes rodeándote. Ni tenías que tener los cinco sentidos completamente alerta, a pesar de que eso era una costumbre que sabía no se le iba a quitar nunca. Alerta pero, al mismo tiempo, relajados. Una combinación extraña que le había llevado su buen tiempo lograr, a base de esfuerzo. De esfuerzo recordándose que no estaba ya en la guerra y que todo aquel que le rodeaba no era sospechoso ni llevaba una pistola bajo las ropas ni nada más peligroso. Realmente, no todo eran tan bonito cómo los chicos habían estado explicando. Porque incluso ellos, tan fuertes y valientes como lo era el mismo Carlos, tenían su dosis de pesadillas cuando llegaba la noche. A menos que hicieran precisamente esto. Beber. Beber y beber hasta caer rendidos. Acostarse borracho era la única forma de no recordar nada, ni siquiera los horrores vividos durante la guerra. Carlos lo había sentido una vez, estar tan borracho como para no acordarse de nada, y a pesar de eso, de lo bien que había dormido aquella noche, se dijo no caer ante tal tentación. Una tentación que a la larga sabía le pasaría factura. Y había sido una dura pero sabia decisión. Una más.
Sumido en sus pensamientos, fue ligeramente chocante el espectáculo con el que se encontró al salir del baño. Parado en la puerta, observó cómo se había montado en cuestión de minutos una especie de circo en lo que era la taberna entera. ¿O es que había estado tan pensativo que había dejado pasar, en realidad, horas? Parpadeó confuso. Había dos.. tres posibilidades. Una; había bebido más de lo que pensaba y definitivamente veía cosas raras. Dos; estaba demasiado cansado, hasta tal punto que le afectaba casi como si fuera alcohol. O la mezcla de alcohol y cansancio no era buena. Tres; lo que veía estaba sucediendo de verdad y sólo ocurría que todos estaban extremadamente borrachos. La tercera. Tenia que ser esa. Suspiró, frotándose las sienes y dando un paso al frente. Pensando en cómo despedirse de todos sin que hicieran follón. No, ni pensarlo. No tenía ningunas ganas de follones. Y bastó que pensara eso para que al segundo algo menudo que le llegaba a penas al pecho chocara contra él y cayera al suelo. Una pequeña forma de vida que se hacía llamar un hombre.. Extrañamente le daban ganas de reírse por la tremenda absurdez. Pero no, no se rió ni hizo movimiento alguno, sólo lo observaba fijamente con su habitual cara de “poker”, es decir, inexpresivo si es que no parecía enfadado aunque no lo estuviera. Cosa de facciones.
¡No sabes lo que te has perdido, Carlos!
No quiero saberlo. Respondió para sí ante la exclamación de Fred que tardó milisegundos en ponerse al chico en los hombros cual loro. ¿Podía ser más absurda la escena? Mejor no pensarlo o la vida le respondería como había estado haciendo las últimas horas. Lo mejor sería ignorarlo.. Sí, hubiese estado bien, de no ser porque tuvo que captar lo que parecía haberle afectado el comentario de Fred. “La lengua más afilada que una mujer” ¿Era eso que veía, cara de preocupación? Ahora sí que sí. Tal y como era de esperarse por semejante respuesta, no tardó en huir de allí cómo alma que lleva el diablo. Sus ojos recorrieron la pequeña figura hasta que desaparecía tras el portón del baño, los chicos parecían ni haberlo notado. Todavía estaban riéndose de lo que había ocurrido en su ausencia que, o de verdad era tan divertido, o simplemente eran efectos inevitables de estar completamente borracho. En cualquier caso, él no podía quedarse allí más. O se marchaba a su casa, a su cama (que era la opción más sensata) o... hacía lo que exactamente hizo, volver sus pasos atrás hasta el baño. ¿Es que puedo ser más tonto? He bebido de más, seguro.
― ¿Estás buscando algo? ―
¿Una ventana, tal vez? Se dijo. Su instinto, aún despierto a pesar de todo, le decía que había corrido allí con la intención de huir. Huir por la ventana. Ventana que ella había pensado estaría en un baño, como podría ser lógico, pero ¿No adivináis?. Allí no había ventana alguna.
Carlos A. Garay- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 06/10/2012
Re: Sellando un pacto (Carlos. A. Garay)
Los dolores que habían comenzado por su estómago, habían comenzado a extenderse a lo largo de su cuerpo. La desesperación por huir, fue mucho más intensa que la prudencia. Una pequeña parte de ella, le decía que debía cerrar la puerta tras de sí, pero hizo completamente lo contrario. Ignoró los calambres que sacudían su cuerpo, y comenzó a buscar por la habitación.
Con rapidez y desesperación, su cabeza se meció de un lado a otro. Buscando el espacio, independientemente del tamaño, que podría haberla llevado al exterior. Pero no halló nada más que la pared desnuda y fría del servicio. Apoyó la mano sobre la superficie, como si por arte de magia, su toque pudiera provocar la aparición de ese ventanal. Lástima que entre sus habilidades mágicas, no se cotaran el camuflaje y el escapismo.
- ¿Estás buscando algo?.- La voz masculina resonó por la habitación, rompiendo el mágico instante, en el que había sentido cómo todo su mundo se iba al infierno. La alta clase era dura con sus integrantes, ser una excéntrica heredera, era una cosa. Meterte en el baño de una taberna, vestida de hombre y con un ligero valanceo, producto de las tres jarras de licor que había bebido.... Eso no tendría siquiera una medida horrible, como la exclusión. Sino que podría romper la seriedad de su imagen, los numerosos negocios que dirigía y lo peor... la mancha de su apellido. Y si algo podía hacerla ceder, e implorar, era la pérdida de su apellido. Era lo único que tenía, la última de su linaje, no podía defraudar a sus antepasados así.
Se enderezó en completo silencio, colocándose la ropa impecable, como si hubiese estado sentada durante mucho tiempo, y se dio la vuelta. Sabía, por los calambres que comenzaban a extenderse hasta su rostro que él iba a descubrir su secreto. ¿Pero qué importaba?. Podía fingir que no sabía lo que estaba ocurriendo, mientras pensaba en algo que la ayudase a salir de la taberna y regresar al carruaje a salvo. - En realidad, sí. Pensaba que habría una ventana aquí, estoy un poco ... mareado por todo el esfuerzo que ha conllevado ... escenificar la historia.- Lo miró con dureza y arrogancia, imitando la mirada de su abuelo cuando retaba a los demás a decir que era erróneo lo que estaba diciendo. Los hombres de su familia eran peor que un dolor de muelas, pero tenían buen corazón. Quizás, los dos años escasos que pudo disfrutar de él, le podrían servir de algo.
Caminó hacia la pequeña fuente de metal, y vertió sobre ella un poco de agua de la jarra que estaba a su lado. Mojó las manos con cuidado, y se refrescó la nuca, teniendo cuidado de apartar su largo cabello a un lado. Sabía que la mejor idea tendría que haber sido ocultarlo bajo el sombrero, pero si le daba calor, no podría quitárselo. Además, no era el primer hombre con el pelo largo. Quizás no hasta las caderas, como ella, pero sí más debajo de los hombros.
Levantó la mirada por encima de la cortina de su pelo, que comenzaba a deslizarse fuera de la tira de cuero con la que lo había atado. - ¿Es la primera vez que ve a alguien refrescarse, o suele espiar a sus amigos en los servicios?. - Le dirigió una mirada aún más severa, haciendo que sus ojos marrones brillasen en su rostro. No sabía si era buena idea enfrentarlo, pero lo mejor sería salir del baño y correr hacia la salida antes de que comenzase a averiguarlo. El problema era que él seguía delante de la puerta. ¿Cómo se cruza una puerta cuando hay un hombre más alto, y probablemente, más fuerte que tú delante?.
Caminó hasta él, deteniéndose a tres pasos de sus zapatos. Lo miró detenidamente, estudiándolo desde los pies hasta la cabeza, mientras con una mano terminaba de soltarse el pelo que había quedado aún atado en la coleta. Una de sus pequeñas manías, era jugar con las puntas de su pelo cuando estaba nerviosa, por eso solía recogérselo cuando estaba de visita en otras casas o fiestas. Ahora, con ése hombre ante ella, no podía evitar acariciar su pelo con gesto ausente, mientras estudiaba los sentimientos que emaban de él. ¿Cómo escaparía de alguien con unos ojos capaces de clavarte en un sitio, y hacerte sentir que era su presa?. Un escalofrío recorrió su columna cuando el hechizo finalizó y su rostro comenzó a volverse tan femenino como era siempre.
Sus mejillas se redondearon, otorgándole un aspecto mucho más suave y pacífico. Sus cejas terminaron por delinearse sobre sus ojos, ahora mucho más grandes y con las pestañas más gruesas y largas. Su boca se rellenó con ese sutil arco travieso, pero con una profunda inocencia en los bordes. Su pecho se elevó, y sus hombros se estrecharon, al igual que su cintura y caderas. Aquellos lugares que no tenían curvas, se manifestaron bajo la tela, aunque sólo con esas suaves y pequeñas hondas que podía tener un cuerpo tan delgado como el suyo. Sus dedos, ahora más finos y blanquecinos, se enrollaron en la punta de uno de los mechones de su pelo, mientras sus ojos seguían fijos en el hombre que la observaba. - Es de mala educación observar fijamente a alguien.- Le susurró, siendo incapaz de hablar con la misma dureza que antes, si levantaba más la voz.
Con rapidez y desesperación, su cabeza se meció de un lado a otro. Buscando el espacio, independientemente del tamaño, que podría haberla llevado al exterior. Pero no halló nada más que la pared desnuda y fría del servicio. Apoyó la mano sobre la superficie, como si por arte de magia, su toque pudiera provocar la aparición de ese ventanal. Lástima que entre sus habilidades mágicas, no se cotaran el camuflaje y el escapismo.
- ¿Estás buscando algo?.- La voz masculina resonó por la habitación, rompiendo el mágico instante, en el que había sentido cómo todo su mundo se iba al infierno. La alta clase era dura con sus integrantes, ser una excéntrica heredera, era una cosa. Meterte en el baño de una taberna, vestida de hombre y con un ligero valanceo, producto de las tres jarras de licor que había bebido.... Eso no tendría siquiera una medida horrible, como la exclusión. Sino que podría romper la seriedad de su imagen, los numerosos negocios que dirigía y lo peor... la mancha de su apellido. Y si algo podía hacerla ceder, e implorar, era la pérdida de su apellido. Era lo único que tenía, la última de su linaje, no podía defraudar a sus antepasados así.
Se enderezó en completo silencio, colocándose la ropa impecable, como si hubiese estado sentada durante mucho tiempo, y se dio la vuelta. Sabía, por los calambres que comenzaban a extenderse hasta su rostro que él iba a descubrir su secreto. ¿Pero qué importaba?. Podía fingir que no sabía lo que estaba ocurriendo, mientras pensaba en algo que la ayudase a salir de la taberna y regresar al carruaje a salvo. - En realidad, sí. Pensaba que habría una ventana aquí, estoy un poco ... mareado por todo el esfuerzo que ha conllevado ... escenificar la historia.- Lo miró con dureza y arrogancia, imitando la mirada de su abuelo cuando retaba a los demás a decir que era erróneo lo que estaba diciendo. Los hombres de su familia eran peor que un dolor de muelas, pero tenían buen corazón. Quizás, los dos años escasos que pudo disfrutar de él, le podrían servir de algo.
Caminó hacia la pequeña fuente de metal, y vertió sobre ella un poco de agua de la jarra que estaba a su lado. Mojó las manos con cuidado, y se refrescó la nuca, teniendo cuidado de apartar su largo cabello a un lado. Sabía que la mejor idea tendría que haber sido ocultarlo bajo el sombrero, pero si le daba calor, no podría quitárselo. Además, no era el primer hombre con el pelo largo. Quizás no hasta las caderas, como ella, pero sí más debajo de los hombros.
Levantó la mirada por encima de la cortina de su pelo, que comenzaba a deslizarse fuera de la tira de cuero con la que lo había atado. - ¿Es la primera vez que ve a alguien refrescarse, o suele espiar a sus amigos en los servicios?. - Le dirigió una mirada aún más severa, haciendo que sus ojos marrones brillasen en su rostro. No sabía si era buena idea enfrentarlo, pero lo mejor sería salir del baño y correr hacia la salida antes de que comenzase a averiguarlo. El problema era que él seguía delante de la puerta. ¿Cómo se cruza una puerta cuando hay un hombre más alto, y probablemente, más fuerte que tú delante?.
Caminó hasta él, deteniéndose a tres pasos de sus zapatos. Lo miró detenidamente, estudiándolo desde los pies hasta la cabeza, mientras con una mano terminaba de soltarse el pelo que había quedado aún atado en la coleta. Una de sus pequeñas manías, era jugar con las puntas de su pelo cuando estaba nerviosa, por eso solía recogérselo cuando estaba de visita en otras casas o fiestas. Ahora, con ése hombre ante ella, no podía evitar acariciar su pelo con gesto ausente, mientras estudiaba los sentimientos que emaban de él. ¿Cómo escaparía de alguien con unos ojos capaces de clavarte en un sitio, y hacerte sentir que era su presa?. Un escalofrío recorrió su columna cuando el hechizo finalizó y su rostro comenzó a volverse tan femenino como era siempre.
Sus mejillas se redondearon, otorgándole un aspecto mucho más suave y pacífico. Sus cejas terminaron por delinearse sobre sus ojos, ahora mucho más grandes y con las pestañas más gruesas y largas. Su boca se rellenó con ese sutil arco travieso, pero con una profunda inocencia en los bordes. Su pecho se elevó, y sus hombros se estrecharon, al igual que su cintura y caderas. Aquellos lugares que no tenían curvas, se manifestaron bajo la tela, aunque sólo con esas suaves y pequeñas hondas que podía tener un cuerpo tan delgado como el suyo. Sus dedos, ahora más finos y blanquecinos, se enrollaron en la punta de uno de los mechones de su pelo, mientras sus ojos seguían fijos en el hombre que la observaba. - Es de mala educación observar fijamente a alguien.- Le susurró, siendo incapaz de hablar con la misma dureza que antes, si levantaba más la voz.
Ruslana Del Mar- Hechicero Clase Alta
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Re: Sellando un pacto (Carlos. A. Garay)
Lo pilló con las manos en la masa. No importaba cuánto intentara disimular que había estado buscando una escapatoria con tanto ahínco ¿Mareado? Bueno, incluso podría ser creíble. Ya fuera un hombre o no, tenía que ser débil portando una estructura tan canija y aparentemente frágil; comparado a los hombres de los que Carlos acostumbraba a rodearse. Ese era un motivo por el que tenía sus sospechas, pero no el motivo. El motivo que le llevaba a estar casi seguro. Al fin y al cabo, cuerpos andróginos debía haber unos cuántos por el mundo, si el chaval tenía esa complexión no se le podía culpar. Lo que de verdad le había hecho perseguirlo, había sido una sensación. Esa sensación que siempre tiene cuándo está acompañado por una mujer. Después de tantos años “ahuyentándolas” hasta el punto de repelerlas, su propio cuerpo reaccionaba cuando las tenía cerca o pasaba demasiado rato en su compañía. En una fiesta era normal, obviamente, estaba rodeado de mujeres. En una taberna.. definitivamente, no. Fuera de las cantineras y prostitutas a las que tenía controladas y bien lejos, no había sido nada normal que el muchacho le produjera esa sensación. Podía parecerse a una mujer. Ser femenino, incluso. Pero que era un hombre, si de verdad lo era, no cambiaba por nada. Y él no reaccionaba de esa forma ante los hombres fueran lo afeminados que fueran. De serlo, no sería la primera en toparse con uno. Por tanto, la teoría estaba más que comprobada.
Y el extraño muchacho no sabía dónde meterse. Mientras Carlos le observaba cruzado de brazos sobre el quicio de la puerta, él cambió automáticamente su modus operandi. Ya no buscaba nada, como era de esperar, ahora actuaba cómo si hubiese huido de esa forma sólo para asearse un poco. Que sí, sería todo lo limpio que quisiera, pero cada vez le entraba menos por los ojos y más por la cabeza que bajo aquella fachada escondía algo. Algo que de ser descubierto por cualquier otro, mucho más interesado que él, sería un desastre. No tardó mucho en pararse a unos pasos suyos, pidiendo pasar. O eso parecía. Carlos todavía lo observaba fijamente y con total descaro ¿Por qué? Pues porque de esa forma era la manera de ponerlo nervioso. Cada vez, más. Notaba cómo no le quitaba los ojos de encima sin inmutarse, ignorando inclusive lo que le dijera. Él sólo observaba y analizaba, cómo si de un objetivo se tratara. Parando sus ojos en la melena castaña, pensó en cómo un hombre podía sobrevivir ante la sociedad con una melena de tales proporciones ¡Hasta las caderas, prácticamente, le llegaba! Es que no le cabía en la cabeza, cuándo a él en la adolescencia siempre lo habían obligado a cortarse el pelo, por aquellos años de jovenzuelo en los que no le importaba llevarlo más largo. Por pereza de cortarlo más que otra cosa, pero no le habían dejado. Y sí, podían haber cambiado mucho los tiempos, pero no. Sabía que a los muchachos todavía, en la mayoría de sitios, les obligaban a tener el pelo corto. A lo sumo, llegando a los hombros. Como mucho, muchísimo. Lo de este chico era.. más que exagerado.
Uno, dos, tres.. los segundos pasaban convirtiéndose en minutos y allí seguían ambos. Y no supo exactamente cuándo, pero algo realmente extraño sucedió. En un parpadear de ojos, le dio la sensación de que sus sospechas se hacían mucho más evidentes. Frunció el ceño, despegándose de la pared. Tenía una cara poco menos que extraña, aunque en su línea de seriedad. Esos rasgos duros ya no se los quitaba nadie ni cuándo sonreía. Sin embargo, por dentro, estaba realmente sorprendido. Parpadeó. ¿Qué demonios había ocurrido? Ahora la cara le parecía todavía más femenina y el cuerpo que había estado observando más atentamente en los últimos minutos ¿No tenía más curvas? Suspiró, maldiciendo a quién se le hubiese ocurrido meter aquel marrón en su camino. ¿Por qué, un día que quería salir a entretenerse, tenía que encontrarse con semejante rareza? Cómo si no tuviera suficiente con lo que tenía que encontrarse durante la semana. ― Dejémonos de tonterías ― Le quitó el gorro y su mueca pasó a la habitual. Lo que se encontró debajo del gorro ya no le sorprendía. Con el pelo ahora ni siquiera recogido, era más que evidente lo que ocultaba debajo de los ropajes. Tanto, que le sorprendía cómo había podido pensar, por un instante, que de verdad era un hombre. ¿Efectos del alcohol? ― Si no te gusta que se te queden mirando, te aconsejaría que no entraras en una taberna masculina fingiendo ser un hombre, muchacha. Y menos fingiéndolo de tan mala manera ― Se sintió como un padre riñendo a su hija después de una travesura. Claro que, si ella fuera su hija, aquello se pasaba de claro oscuro. Eso no era una simple travesura, eso era una locura absoluta. ¿Qué sentido tenía hacerse pasar por un hombre? No le encontraba por ningún lado la lógica a aquella extraña situación. ¿Y lo peor? Lo peor es que, ahora que lo había descubierto completamente, no tenía ni una jodida idea de lo que hacer con ello. ¿Para qué se había metido? Si era una mujer.. muchacha, joven, no era de su maldito problema. Pero no, se había tenido que meter en la boca del lobo. ― Tengo curiosidad por saber qué harás si alguno de los que hay allí te ve tan claramente cómo lo hago yo ahora. No sé quién eres, pero te vas a meter en un buen lío ― Y no es que a él le importara lo más mínimo. No, le importaba tres pimientos lo que le pasara a aquella muchacha. Lo que de verdad le enfadaba era que se hubiera tenido que cruzar en su camino. Que hubiera decidido ir a la taberna justo ese día en el que él iba a estar con sus compañeros. Compañeros nada discretos, además.
Unos pasos acercándose llamaron la atención de Carlos, que devolvió a su sitio el gorro encajándolo prácticamente en la cabeza de la ya ahora descubierta chica. Era una mujer, sin duda alguna ¡Es que se notaba con o sin gorro! ¿Cómo había podido cambiar tanto? La miró y volvió la vista atrás. La idea de irse por dónde había venido y dejarla allí, a la merced de quién la encontrara, si eso significaba librarse del marrón resultaba bastante tentadora.
Y el extraño muchacho no sabía dónde meterse. Mientras Carlos le observaba cruzado de brazos sobre el quicio de la puerta, él cambió automáticamente su modus operandi. Ya no buscaba nada, como era de esperar, ahora actuaba cómo si hubiese huido de esa forma sólo para asearse un poco. Que sí, sería todo lo limpio que quisiera, pero cada vez le entraba menos por los ojos y más por la cabeza que bajo aquella fachada escondía algo. Algo que de ser descubierto por cualquier otro, mucho más interesado que él, sería un desastre. No tardó mucho en pararse a unos pasos suyos, pidiendo pasar. O eso parecía. Carlos todavía lo observaba fijamente y con total descaro ¿Por qué? Pues porque de esa forma era la manera de ponerlo nervioso. Cada vez, más. Notaba cómo no le quitaba los ojos de encima sin inmutarse, ignorando inclusive lo que le dijera. Él sólo observaba y analizaba, cómo si de un objetivo se tratara. Parando sus ojos en la melena castaña, pensó en cómo un hombre podía sobrevivir ante la sociedad con una melena de tales proporciones ¡Hasta las caderas, prácticamente, le llegaba! Es que no le cabía en la cabeza, cuándo a él en la adolescencia siempre lo habían obligado a cortarse el pelo, por aquellos años de jovenzuelo en los que no le importaba llevarlo más largo. Por pereza de cortarlo más que otra cosa, pero no le habían dejado. Y sí, podían haber cambiado mucho los tiempos, pero no. Sabía que a los muchachos todavía, en la mayoría de sitios, les obligaban a tener el pelo corto. A lo sumo, llegando a los hombros. Como mucho, muchísimo. Lo de este chico era.. más que exagerado.
Uno, dos, tres.. los segundos pasaban convirtiéndose en minutos y allí seguían ambos. Y no supo exactamente cuándo, pero algo realmente extraño sucedió. En un parpadear de ojos, le dio la sensación de que sus sospechas se hacían mucho más evidentes. Frunció el ceño, despegándose de la pared. Tenía una cara poco menos que extraña, aunque en su línea de seriedad. Esos rasgos duros ya no se los quitaba nadie ni cuándo sonreía. Sin embargo, por dentro, estaba realmente sorprendido. Parpadeó. ¿Qué demonios había ocurrido? Ahora la cara le parecía todavía más femenina y el cuerpo que había estado observando más atentamente en los últimos minutos ¿No tenía más curvas? Suspiró, maldiciendo a quién se le hubiese ocurrido meter aquel marrón en su camino. ¿Por qué, un día que quería salir a entretenerse, tenía que encontrarse con semejante rareza? Cómo si no tuviera suficiente con lo que tenía que encontrarse durante la semana. ― Dejémonos de tonterías ― Le quitó el gorro y su mueca pasó a la habitual. Lo que se encontró debajo del gorro ya no le sorprendía. Con el pelo ahora ni siquiera recogido, era más que evidente lo que ocultaba debajo de los ropajes. Tanto, que le sorprendía cómo había podido pensar, por un instante, que de verdad era un hombre. ¿Efectos del alcohol? ― Si no te gusta que se te queden mirando, te aconsejaría que no entraras en una taberna masculina fingiendo ser un hombre, muchacha. Y menos fingiéndolo de tan mala manera ― Se sintió como un padre riñendo a su hija después de una travesura. Claro que, si ella fuera su hija, aquello se pasaba de claro oscuro. Eso no era una simple travesura, eso era una locura absoluta. ¿Qué sentido tenía hacerse pasar por un hombre? No le encontraba por ningún lado la lógica a aquella extraña situación. ¿Y lo peor? Lo peor es que, ahora que lo había descubierto completamente, no tenía ni una jodida idea de lo que hacer con ello. ¿Para qué se había metido? Si era una mujer.. muchacha, joven, no era de su maldito problema. Pero no, se había tenido que meter en la boca del lobo. ― Tengo curiosidad por saber qué harás si alguno de los que hay allí te ve tan claramente cómo lo hago yo ahora. No sé quién eres, pero te vas a meter en un buen lío ― Y no es que a él le importara lo más mínimo. No, le importaba tres pimientos lo que le pasara a aquella muchacha. Lo que de verdad le enfadaba era que se hubiera tenido que cruzar en su camino. Que hubiera decidido ir a la taberna justo ese día en el que él iba a estar con sus compañeros. Compañeros nada discretos, además.
Unos pasos acercándose llamaron la atención de Carlos, que devolvió a su sitio el gorro encajándolo prácticamente en la cabeza de la ya ahora descubierta chica. Era una mujer, sin duda alguna ¡Es que se notaba con o sin gorro! ¿Cómo había podido cambiar tanto? La miró y volvió la vista atrás. La idea de irse por dónde había venido y dejarla allí, a la merced de quién la encontrara, si eso significaba librarse del marrón resultaba bastante tentadora.
Carlos A. Garay- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 06/10/2012
Re: Sellando un pacto (Carlos. A. Garay)
Frunció sus labios, mirándolo con furia contenida. Sabía que se había metido en una empresa arriesgada, que buscar a un padre desconocido en tabernas, no era nada positivo para su imagen. Mucho menos perteneciendo a su clase, pero si algo la caracterizaba, era la fuerza de voluntad. No importaba cuán difícil fuera, necesitaba saber quién era su padre. Sentía, en lo más profundo de su corazón, que una parte de sí misma jamás estaría completa sino lo hallaba.
Dejó que le colocase el sombrero en la cabeza, con demasiada fuerza para su gusto. El gesto demostraba cuán enfadado estaba, aunque gracias a su poder, no necesitaba si quiera un movimiento de él para saber lo que sentía. Quizás, sería la única que podría conocer sus sentimientos tan bien, aún siendo desconocidos. Rabia, miedo, inquietud, sorpresa.... Suspiró, mientras se recolocaba el sombrero a su gusto. Aunque fuera una estupidez, algo la indujo a quitárselo y volvérselo a poner, mirándolo a los ojos con intensidad. - No debo hacerlo tan mal, caballero. Hace unos minutos, usted estaba bebiendo frente a esta.... muchacha.- Puso bastante énfasis en el maldito muchacha. No sabía el porqué, pero le parecía que lo decía con demasiado ímpetu. Su instinto, algo brujeril, le decía que era más un insulto, que una forma de referirse a ella. ¿qué demonios le ocurría a aquél hombre?. Había escuchado que los hombres tendían su ayuda a las mujeres en apuros, más ella, estaba siendo regañada como una niña. Es que tu comportamiento es infantil Ruslana, se reprendió mentalmente.
El ruido de unos pasos en el exterior del pasillo, la hizo palidecer. Alguien se acercaba a su lugar de escape, o al menos, al que había pensado que sería su salvación. Pero no había ventana por la que escabullirse, sólo un hombre gruñón enfrente de sí misma, y un retrete individual con una puerta. Había unos agujeros en el suelo, pegados a la pared, que no sabía qué función cumplían. Tal vez el dueño no había tenido dinero para arreglar los desperfectos del baño. -Yo... yo...- Balbuceó mientras cabeceaba desesperadamente a su alrededor, buscando cualquier cosa tras la que esconderse. ¿Aquél hombre la ocultaría tras él?, pensó desesperada. Lo miró de arriba a abajo, cuestionando cuánto podría ocultar de ella con su cuerpo, pero algo le dijo que no sería suficiente.
La risa del hombre resonó tras la puerta del baño, y mientras la única vía de entrada o de salida de la habitación, se abría empujada por una enorme mano, una idea desesperada surgió en su mente. Agarró a Carlos de la camisa, arrastrándolo junto a ella hasta el baño individual, y cerró la puerta. Usó el pánico que sentía para lanzarle una mirada desesperada y fiera. Normalmente era dulce y suave, una mujer perfecta y educada. Pero ahora, cuando todo su mundo estaba a punto de ser tirado por el abismo más profundo.... - y fétido, todo hay que decirlo- usó lo único que tenía para forzar a Carlos a centrarse en ella y no en la idea de arrastrarla por la taberna, descubriendo su identidad ante los demás. Apretó su cuerpo contra el musculoso muro que constituía el hombre y usando sus manos como mordaza, apretó sus labios masculinos para evitar que algún sonido escapase por ellos. Ignoró la forma en la que su cuerpo encajaba en el del hombre, no había ningún pensamiento sexual en ella, sólo la necesidad de que estuviera callado y quieto. Aunque una parte de su mente le decía cuán inapropiada era la postura en la que se hallaban, uno pegado al otro, pecho contra pecho, la otra le decía que alejase los pensamientos decorosos. No había tiempo que malgastar, era una acción desesperada en un momento desesperado. Sólo esperaba que él lo tomase como lo que era, un movimiento únicamente pensado para que se centrase en ella. En ayudarla, no delatarla y.... aunque era mucho presuponer, ayudarla.
- No me delates.....- Le susurró en el oído con más miedo de él, que de lo que le esperaba fuera de ese fétido espacio reducido, en el que se hallaban ambos por su culpa. Sabía que era su error, que las consecuencias serían sólo para ella, y eso le hacía más doloroso el tener que decirle lo siguiente.- ..Por favor, se.... se...- Tartamudeó mientras sus ojos se llenaban de lágrimas. Era más difícil de lo que pensaba.- Se lo suplico.- Le dijo con voz susurrante y temblorosa. Si por su culpa, su tía era repudiada, jamás se lo perdonaría. Prefería rogar, y morir por la vergüenza que éso le provocaba, que saberse culpable de la caída de su apellido. Era lo único que tenía, dos letras con más historia de la que muchos podrían pensar. Con secretos oscuros y sueños conseguidos. Ella, ésa chica temblorosa, dentro de un servicio masculino, era la última descendiente de los Del Mar. No dejaría que el último recuerdo que hubiese en su historia, fuese el deshonor.
Lo miró con determinación, mientras de puntillas, le seguía susurrando para evitar ser escuchada. - Le daré lo que me pida, aún si es mi vida. Pero no deje que mi apellido sea manchado por esto.- Mantuvo sus ojos en él, esperando una condena peor que la muerte. Por fuera, dos hombres entraban en el baño, ajenos de que en medio de sus bromas sobre la tabernera, en el único retrete con puerta, se escondían una pareja curiosa. Un hombre que tenía el futuro de una familia en sus manos, y una niña con la determinación de un león.
Dejó que le colocase el sombrero en la cabeza, con demasiada fuerza para su gusto. El gesto demostraba cuán enfadado estaba, aunque gracias a su poder, no necesitaba si quiera un movimiento de él para saber lo que sentía. Quizás, sería la única que podría conocer sus sentimientos tan bien, aún siendo desconocidos. Rabia, miedo, inquietud, sorpresa.... Suspiró, mientras se recolocaba el sombrero a su gusto. Aunque fuera una estupidez, algo la indujo a quitárselo y volvérselo a poner, mirándolo a los ojos con intensidad. - No debo hacerlo tan mal, caballero. Hace unos minutos, usted estaba bebiendo frente a esta.... muchacha.- Puso bastante énfasis en el maldito muchacha. No sabía el porqué, pero le parecía que lo decía con demasiado ímpetu. Su instinto, algo brujeril, le decía que era más un insulto, que una forma de referirse a ella. ¿qué demonios le ocurría a aquél hombre?. Había escuchado que los hombres tendían su ayuda a las mujeres en apuros, más ella, estaba siendo regañada como una niña. Es que tu comportamiento es infantil Ruslana, se reprendió mentalmente.
El ruido de unos pasos en el exterior del pasillo, la hizo palidecer. Alguien se acercaba a su lugar de escape, o al menos, al que había pensado que sería su salvación. Pero no había ventana por la que escabullirse, sólo un hombre gruñón enfrente de sí misma, y un retrete individual con una puerta. Había unos agujeros en el suelo, pegados a la pared, que no sabía qué función cumplían. Tal vez el dueño no había tenido dinero para arreglar los desperfectos del baño. -Yo... yo...- Balbuceó mientras cabeceaba desesperadamente a su alrededor, buscando cualquier cosa tras la que esconderse. ¿Aquél hombre la ocultaría tras él?, pensó desesperada. Lo miró de arriba a abajo, cuestionando cuánto podría ocultar de ella con su cuerpo, pero algo le dijo que no sería suficiente.
La risa del hombre resonó tras la puerta del baño, y mientras la única vía de entrada o de salida de la habitación, se abría empujada por una enorme mano, una idea desesperada surgió en su mente. Agarró a Carlos de la camisa, arrastrándolo junto a ella hasta el baño individual, y cerró la puerta. Usó el pánico que sentía para lanzarle una mirada desesperada y fiera. Normalmente era dulce y suave, una mujer perfecta y educada. Pero ahora, cuando todo su mundo estaba a punto de ser tirado por el abismo más profundo.... - y fétido, todo hay que decirlo- usó lo único que tenía para forzar a Carlos a centrarse en ella y no en la idea de arrastrarla por la taberna, descubriendo su identidad ante los demás. Apretó su cuerpo contra el musculoso muro que constituía el hombre y usando sus manos como mordaza, apretó sus labios masculinos para evitar que algún sonido escapase por ellos. Ignoró la forma en la que su cuerpo encajaba en el del hombre, no había ningún pensamiento sexual en ella, sólo la necesidad de que estuviera callado y quieto. Aunque una parte de su mente le decía cuán inapropiada era la postura en la que se hallaban, uno pegado al otro, pecho contra pecho, la otra le decía que alejase los pensamientos decorosos. No había tiempo que malgastar, era una acción desesperada en un momento desesperado. Sólo esperaba que él lo tomase como lo que era, un movimiento únicamente pensado para que se centrase en ella. En ayudarla, no delatarla y.... aunque era mucho presuponer, ayudarla.
- No me delates.....- Le susurró en el oído con más miedo de él, que de lo que le esperaba fuera de ese fétido espacio reducido, en el que se hallaban ambos por su culpa. Sabía que era su error, que las consecuencias serían sólo para ella, y eso le hacía más doloroso el tener que decirle lo siguiente.- ..Por favor, se.... se...- Tartamudeó mientras sus ojos se llenaban de lágrimas. Era más difícil de lo que pensaba.- Se lo suplico.- Le dijo con voz susurrante y temblorosa. Si por su culpa, su tía era repudiada, jamás se lo perdonaría. Prefería rogar, y morir por la vergüenza que éso le provocaba, que saberse culpable de la caída de su apellido. Era lo único que tenía, dos letras con más historia de la que muchos podrían pensar. Con secretos oscuros y sueños conseguidos. Ella, ésa chica temblorosa, dentro de un servicio masculino, era la última descendiente de los Del Mar. No dejaría que el último recuerdo que hubiese en su historia, fuese el deshonor.
Lo miró con determinación, mientras de puntillas, le seguía susurrando para evitar ser escuchada. - Le daré lo que me pida, aún si es mi vida. Pero no deje que mi apellido sea manchado por esto.- Mantuvo sus ojos en él, esperando una condena peor que la muerte. Por fuera, dos hombres entraban en el baño, ajenos de que en medio de sus bromas sobre la tabernera, en el único retrete con puerta, se escondían una pareja curiosa. Un hombre que tenía el futuro de una familia en sus manos, y una niña con la determinación de un león.
Ruslana Del Mar- Hechicero Clase Alta
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