Acaba conmigo [Alexia Voltaire]

El sonido de las teclas gastadas podían escucharse en toda la estructura de aquella mansión, era como si sonaran huecas, igual que su cuerpo, poseído por un alma que no le pertenecía, él miró hacia la nada, ella lo miraba concentrada, ambos pensaban lo mismo, sus sentimientos sincronizaban y si ella tuviera la capacidad de respirar, seguro que el ritmo sería idéntico, no había errores en sus acciones, en ninguna, pero el misticismo que los rodeaba no siempre era bueno, nunca lo había sido. -¿Cuántos milenios puede estar un alma errando? –Preguntó mientras dejaba de tocar, ella se desconcertó pero con una voz sumamente melancólica le respondió: “Tantos, pero seguro tu no alcanzaras la meta, nadie podría hacerlo, porque cada uno se harta de vivir completamente sólo, pocos soportan la compañía de su propio yo”, él dibujo una sonrisa, siempre tenía razón, Thomasa era quien empleaba la sabiduría, era la que se había convertido en su cómplice y más importante aún, en su consciencia. No dijo nada más y al terminar la sonata salió de la mansión, ignorando las reverencias de sus sirvientes, mujeres que corrían de un lado a otro con ropas, cacharros, adornos y todo lo que se les pudiera ocurrir llevar en manos. Observó el sol de mediodía como si sus ojos se fundiesen con aquel cielo. Ella lo acompañaba de forma silenciosa e invisible, pocas veces ella se mostraba corpórea, pero duraba tan poco, extrañaba ver su piel color marrón claro, como si fuese una terrible combinación de café con unas gotas de leche, sus ojos verdes y su cabello negro y ondulado. –Thomasa, sin dudas lo que más extraño son tus labios color melón…tus manos cálidas y el sonido de tu voz. –Soltó un bufido, buscando en sus ropajes su pipa, pero entonces no hallo nada. Tan solo un par de francos y un trozo de papel donde había una dirección. “Sin embargo yo… Sólo extraño tu determinación”, ese murmullo se fundió con el viento dejándole desconcertado. Las campanadas de la catedral hacían que sus nervios se crisparan y siguió caminando arrugando con un par de dedos aquel papel. “¿Es qué tu memoria está fallando?”, él negó con un movimiento de cabeza.

Siguió caminando hasta llegar al centro parisino, ¿dónde diablos estaba la coherencia?, cerró los ojos y se concentró evocando sus recuerdos, daba lo mismo, se sentó en una de las bancas que ahí estaban, recordaba a ‘Miranda’, aquella mujer que encontró al pie del viejo cementerio, ella era sumamente extraña, quizás más que el mismo Adam. Ir a visitar a los muertos era un suicidio, podía ver a todos sentados en sus tumbas esperando algo, como si se aferraran a una realidad inexistente, había uno que otro que podía percibir cuando Thompson los miraba a los ojos, entonces comenzaba la revolución con un par de palabras: ¡Tú puedes verme, tú puedes ayudarnos!, y así terminaba su día huyendo de aquellos molestos hombres, mujeres, niños que deseaban una oportunidad. Se levantó y muy a su pesar camino en esa dirección. “¡Thompson!, te estas volviendo loco, regresa tus pasos, no volveré a sacarte de ello si decides hundirte, es casi un suicidio y esta vez pienso en ayudarte”, advirtió ella, pero el brujo no hizo caso y solo metió las manos en los bolsillos para poder adentrarse en camposanto. Las cruces y su visión borrosa fue lo único que podía concentrarlo de que estaba consciente. Para cualquier brujo aquello no representaba un problema, ¿por qué para Adam Thompson si lo era?, su cuerpo tenía un alma, la de un niño concebido por un matrimonio desesperado, pero el alma del brujo que hizo eso posible se apoderó del cuerpo del recién nacido, cualquier espíritu podía quitarle el cuerpo, cuando quisiera, ese era siempre el riesgo, cualquier brujo lo podía despojar y quedaría varado como todas esas almas, por eso el cementerio era irónicamente su tumba.

-¡Thomasa! –Espetó el joven brujo al sentirse desvanecer, aferrándose a la mujer que ahora parecía corpórea ante sus ojos. –Acaba conmigo, por favor mátame con tu hermosa mano si mi mente se quiebra, simplemente déjame olvidar pero no me dejes escapar.–Camino tomado de la mano de ella, una mujer con vestimentas que denotaban la clase media. Ella mostro enojo en la mirada, pero no hizo nada, los espíritus empezaron a abortarse, era como si un fuerte viento se hubiera desatado con ese sol de mediodía. Sus labios pronunciaron un hechizo, algo para protegerse. Sus labios y su voz parecían no coincidir y sentía que salía de ese cuerpo robado. ‘Invitación a la inmortalidad, himno que nos representa, bebe mi sangre, aturde mis sentidos, que la voluntad del símbolo del decagrama sea lo que quiera, aliméntate de mi alma, sostenme de tu oscuridad pero nunca abandones a este orador tuyo, a este objeto al cual me aferro, no hagas cenizas el recipiente donde viertes oscuridad y maldad’, una y otra vez aquello se hacía más repetitivo, pero algo le interrumpió, alguien ceso la desesperación e irá de las almas, ¿un nigromante?, ¿otro brujo?, o quizás peor, ¿Un inquisidor?.–“¿Quién eres?” –Preguntó Thomasa quien permanecía corpórea sosteniendo el débil cuerpo humano.

Ese dolor, esa soledad y todo lo que sentían desde que fueron arrastrados a tierras lejanas como esclavos podía verterse en uno o mil hechizos. Thomasa y él continuaron con esa increíble existencia, tomando cuerpos ajenos, apoderándose una y otra vez de ellos para alcanzar la ‘inmortalidad’, su dolor no se iba a apaciguar con una simple disculpa, la añoranza, las humillaciones eso hacía que un simple humano despertarse el lado más macabro que poseía, en su caso había sido igual, necesitaban estar ahí olvidando por qué lo hacían, el paso de los años borro sus memorias, tanto que ahora sobrevivían sin objetivos, ¿ese era el precio?, quizás, la dulce hermana Thomasa se había dado por vencida, no sin antes tejer una telaraña donde ‘Adam’ estuviera atrapado, estaba claro, ella era mayor y era la mejor nigromante que existía, porque había aprendido de un buen hombre que en los días infernales de esclavización tuvo un poco de benevolencia por la muchacha de piel morena, sola en una sociedad donde la pisoteaban, acunada por una familia que la trataba peor que a una mascota y aun así cuidaba de un niño, ella había escapado de lo bueno a lo peor pero cada golpe y humillación era para salvar aquel muchacho que contenía dos almas en su interior y cargaba con ella, algo tan pesado agotaría y quizás llevaría a la muerte al pequeño ‘Thompson’, como solía llamarlo.

Estaba ahí en camposanto junto a la mujer de piel morena sosteniéndole, rezando por su alma, por su existencia encomendándose una vez más a su ‘padre’, tan solo al recordar los malditos hechizos enseñados por él, enfureció, odiaba esas alma, odiaba que fueran tan destructivas, obsesionadas con la vida, Thompson se levantó con los puños cerrados, las venas parecían reventarle y se formaban en sus músculos como si la sangre le hirviera.–Son unos malditos, ¿Qué parte no entiende?, la vida se terminó para ustedes, son voraces sombras que atacan de día y de noche viviendo una fantasía.–Quizás sus palabras jamás serían escuchadas, pero a lo lejos escuchaba palabras, antiguas y poderosas palabras, la magia concentraba una energía voraz que volvería a encerrarlos en una mítica fantasía. Y cada vez odiaba más a esos espíritus, muy poco descansan en paz, los que se quitan la vida tenían un destino directo y aunque en la realidad se veía tan cobarde en realidad se salvaban al morir y llegar al purgatorio de las almas.

Thomasa tomo el puño de aquel muchacho, lo apretó con la fuerza suficiente para llamar su atención, le sonrío y se puso frente a él, clavo sus ojos verdes sobre aquellos azules pegando su frente con la ajena, “No vale la pena Thompson, ellos jamás te escucharán, deja que ese manto los lleve, tu no los ayudaras, eres tan egoísta que ni a ti mismo te puedes salvar, deja que ella…”, dijo señalando con el brazo en aquella dirección y el dedo apuntando a una silueta femenina, “..Ella los puede salvar, no te entrometas más cariño mío, el único que saldrá herido será tu maldito orgullo”, bufó, dejando que ella hablara, la mirada del nigromante se desvió hacía esa dirección, viendo como creaba ese manto invisible por la cual todos los espíritus se atropellaban para ir, ¿eso sería buena idea?, se preguntó sabiendo la cantidad de almas que había residían, ¿aguantaría tanto?, se cruzó de brazos quedándose a ver el espectáculo.–Más te vale que no vuelvas como espíritu y permanezcas corpórea, no quiero que alguno de esos estúpidos espíritus te arrastre a ese teatrito.–Advirtió soltando un suspiró, pero ella no le hizo caso, solo se quedó viendo como la bruja controlaba aquello. Camino hacía donde ella estaba sin dejar d observar ese ‘espectáculo’, quería hablar con esa mujer, conocerla.

Cuando algo le interesaba no lo dejaba en un solo y simple intento, buscaba algo, quería descubrirlo todo hasta que sintiera hastió, en este caso, era la bruja, Thomasa se quedó como hipnotizada con ese hechizo y no camino, tampoco es que se sintiera atraída o eso creía Thompson, el nigromante se acercó a la bruja, subió aquel camino y se mantuvo a su lado -¿Crees que poder controlarlos a todo?–preguntó sin verla, tan solo vería a los espíritus, era increíble esa mar de gente, eran como olas furiosas golpeando en las rocas, afiladas olas, creaban espumas tan blancas a las orillas, después poso su mirada en ella, ese encuentro era tan extraño, en especial cuando los dos eran de la misma calaña por decirlo de alguna forma. La apariencia de ella se le hacía un tanto exótica, de una dama frágil y delicada a pesar de sus ropajes sencillos.

En ese momento llamo a Thomasa con un chasquido pero ella caminaba hacía ese lugar como si fuese una muerta más, la razón era porque ellos dos no poseían ese hilillo invisible que los nigromantes crean cuando capturan las almas, ni un cabello, ni una pertenencia que indicaran que ella era de él, nada, tan solo palabras. Frunció el ceño al verla y se dirigió a la bruja–Detén tu hechizo–Ordenó viendo a su amada caminando hacia ese blanco manto, era muy claro que no deseaba perderle mucho menos dejarla ahí, en medio de la desesperación la llamo una y otra vez, recitando pequeños hechizos que solo ellos conocían, pero nada parecía funcionar.-Haltu la iluzio–Ordenó enfurecido al ver que la podría perder, no solo la necesitaba para poder existir, aún tenían que hacer búsquedas, ella era la llave de todo lo que representaba su vida hasta ahora, lo más importante era buscar a su familia, pero sin ella, no lo podría cumplir, sacudió de los hombros a la bruja, podía ser brusco, era de mentalidad machista después de todo y no le importaba herir a una mujer como lo haría con un hombre. Y sinceramente no quería intervenir pero ya lo había hecho.

U:Se me ha ido la olla, perdón si esta extraño (?)