AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Nakara (Malkea Ruokh & Alexia Voltaire)
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Nakara (Malkea Ruokh & Alexia Voltaire)
No es el halcón el que contempla mejor el mundo, ni el dotado de una capacidad ocular extraordinaria quien lo percibe con un esplendor superior. No, es el ciego el que logra verlo en mayor profundidad, aquel que se ha visto despojado de la vista es el que, al final, puede llegar a comprenderlo mejor. Quizás resulte una contradicción, pero lo cierto es que quien intente desentrañar los misterios del mundo a través de la lógica tan sólo logrará crear una ilusión paralela, quizás comprensible e incluso creíble, pero artificial y totalmente desapegada de la realidad que, en un principio, se pretendía a comprender. Y así era como Malkea Ruokh, el Guía de las Ánimas, sentía su derredor en ese instante, con sus párpados suavemente cerrados y quieto, muy quieto, sentado en un tocón, recuerdo del árbol cuyo cadáver yacía a su lado, bajo la protección que le brindaba su capucha. Se podría decir que no se hallaba concretamente en ese preciso lugar en ese mismo instante, sino que su capacidad perceptiva, tomando ese mismo punto de partida, se expandía en un extenso radio en el que podía percibir mucho más de lo que jamás se hubiera creído capaz. Él sabía que la razón era aquel cuerpo, aquel con el que había nacido, pero que había sufrido tantas modificaciones que entonces le resultaba extraño, que era aquel el que hacía que su noción del entorno fuera más allá de las limitaciones de los corrientes sentidos. Y lo que recibía era caos. Un caos que se vestía de orden, pero que en el fondo exhibía su verdadero cariz: un descontrol que ninguna mente humana sería capaz de comprender -y él era consciente de que él no era una excepción a dicha regla-. Las posibles soluciones a cada circunstancia luchaban entre sí sin que hubiese ningún indicio de cuál sería la ganadora y, de forma arbitraria, una se alzaba como aparente vencedora, imponiendo su efímero, aunque transcendental, dominio sobre el resto de ellas, aniquilándolas hasta convertirlas en un mero recuerdo constituido por su ausencia. Era abrumador, terrorífico, pero, aún así, bello. Era la belleza propia de lo tétrico, del límite moral con el que aquel brujo solía jugar, un divertimento en el que la perfección luchaba con lo sádico para intentar crear una vertiente de arte superior, tan sólo comprensible para los pocos desgraciados con el poder de asimilarla. Era la expresión de los condenados, de los condenados como él. Pero, de pronto, en medio de aquel mar de turbación quiso asomarse un faro de luz que le deslumbró por un segundo y que, después, siguió brillando más que el resto de candelas en aquella noche de tinieblas. Lo más seguro es que fuera él el que lo contemplase así precisamente por ser él, como si el hado hubiera agorado aquel instante. Y, lo más probable, es que éste destino lo hubiera hecho así.
Malkea Ruokh lo comprendió tras levantarse y tras haber comenzado a andar de forma torpe y lenta, pues no quería arriesgarse a abrir los ojos y perder el rastro de luz, ya que algo en su interior sabía que debía encontrar su origen. Lo comprendió después de arrastrar sus pies por la tierra húmeda que se perdía en el agua estancada en la que irremediablemente hundió las botas y después de que la luz fuese tan omnipresente que llegó a creer que quedaría ciego, perdiendo, de paso, la poca cordura que le quedaba. Entonces y sólo entonces se permitió recuperar poco a poco su visión normal. Y lo que vio frente a sí le trajo a la memoria una de los pasajes que había logrado descifrar de la profecía. Era una mujer, una extraña fémina que destacaba por unos rasgos que querían transmitir un inmenso atractivo, pero que, aún así, lograban emitir cierto aura inquietante. Quizás fuera ese cabello curiosamente cano, pese a la corta edad que evidenciaba esa suave y tersa piel, o la mirada azulada perfilada por unas cejas delineadas por un trazo tan alargado y perfecto que uno sería incapaz de achacar de auténticas pese a que lo fueran. Sea lo que fuera aquello tan estremecedor que poseyera aquella, lo que más llamó la atención fue aquel verdor que era machacado con lentitud, pero con precisión, bajo el paso arrollador de sus dientes. Fue ese el rasgo identificativo que le llevó a identificar el sobrenombre que le hubieran otorgado los creadores de la predicción: Nakara, la del romero.
- Muerde, muerde el jugo de la vida y aplasta ésta entre tus mandíbulas; bebe de ella para hacerla sucumbir ante nosotros, que estamos destinados a dar fin a su aberrante dominio – sus palabras salieron sin siquiera pensarlas previamente y, aún así, cargando un profundo significado. Mientras las pronunciaba se había ido acercando a ella hasta quedar cerca, muy cerca de ella.
Malkea Ruokh lo comprendió tras levantarse y tras haber comenzado a andar de forma torpe y lenta, pues no quería arriesgarse a abrir los ojos y perder el rastro de luz, ya que algo en su interior sabía que debía encontrar su origen. Lo comprendió después de arrastrar sus pies por la tierra húmeda que se perdía en el agua estancada en la que irremediablemente hundió las botas y después de que la luz fuese tan omnipresente que llegó a creer que quedaría ciego, perdiendo, de paso, la poca cordura que le quedaba. Entonces y sólo entonces se permitió recuperar poco a poco su visión normal. Y lo que vio frente a sí le trajo a la memoria una de los pasajes que había logrado descifrar de la profecía. Era una mujer, una extraña fémina que destacaba por unos rasgos que querían transmitir un inmenso atractivo, pero que, aún así, lograban emitir cierto aura inquietante. Quizás fuera ese cabello curiosamente cano, pese a la corta edad que evidenciaba esa suave y tersa piel, o la mirada azulada perfilada por unas cejas delineadas por un trazo tan alargado y perfecto que uno sería incapaz de achacar de auténticas pese a que lo fueran. Sea lo que fuera aquello tan estremecedor que poseyera aquella, lo que más llamó la atención fue aquel verdor que era machacado con lentitud, pero con precisión, bajo el paso arrollador de sus dientes. Fue ese el rasgo identificativo que le llevó a identificar el sobrenombre que le hubieran otorgado los creadores de la predicción: Nakara, la del romero.
- Muerde, muerde el jugo de la vida y aplasta ésta entre tus mandíbulas; bebe de ella para hacerla sucumbir ante nosotros, que estamos destinados a dar fin a su aberrante dominio – sus palabras salieron sin siquiera pensarlas previamente y, aún así, cargando un profundo significado. Mientras las pronunciaba se había ido acercando a ella hasta quedar cerca, muy cerca de ella.
Malkea Ruokh- Hechicero Clase Alta
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Fecha de inscripción : 31/10/2010
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Re: Nakara (Malkea Ruokh & Alexia Voltaire)
"Si miro por dónde ando, no puedo mirar con quién."
Era el tiempo en que la bruja vagaba, con el estómago vacío, por París, esa ciudad singular que nadie puede abandonar sin llevarse impresa su huella...Estaba acostaba, sin dormir, y oía sonar la última campanada de la noche. Aún había claridad suficiente para poder caminar sin necesidad de iluminación artificial y sentándose observó la escalera de la cripta. La pared estaba más húmeda que de costumbre debido al inicio del invierno y podía ver como el moho se iba a acumulando creando una capa casi acolchonada y de color verde alrededor del lugar. La joven suspiró sin tener del todo claro el porqué y se puso de pie como si la falta de ruido la invitara a salir. En silencio se dirigió al lúgubre féretro desajustado que estaba cerca y lo miró con desaprobación. El cerrojo no se veía seguro y estaba levemente abierto. -¿Otra vez? Ya te dije que no te puedes salir, Jack. No sé a quien saliste tan terco...- dijo ella como si regañara a un pequeño con dulzura e inclinándose cerró de nuevo la tapa con toda la firmeza que le fue posible.
Durante el día, la bruja solía tomar una siesta aprovechando que no hacía tanto frío y dormía sobre los calcetines para encontrarlos un poco secos cuando despertara en la noche. Así que lo único que le restaba para emprender rumbo era ponerlos en esos pálidos y fríos pies, calzar sus zapatos imitación cuero que había encontrado hace poco y que no estaban tan deshechos, y cubrirse el cuerpo con un saco de lana gris de mayor talle del que tenía ella en esa delgada contextura pero que sin duda le impedía morir de frío.
Se incorporó, fue al rincón de la estancia a inspeccionar un paquete en busca de algún alimento para distraerse; pero no encontró más que canela y romero que empacó en sus bolsillos y salio corriendo. "¡Dios sabe -pensó sin tener idea de deidades- si todo esto me servirá para esconderme!" La bruja a veces no quería escuchar a nadie, sus espíritus parecían más locos que ella y se divertían a sus anchas cada noche haciendo que se perdiera por los caminos, que no encontrara las cosas, que no durmiera... por eso ello masticaba romero, porque creía que eso podría alejar a sus espíritus más perversos incluído el de su madre, el peor de todos.
Salio del cementerio como alma que lleva el diablo y corrio un par de cuadras para que el único sonido que le llegara a los oídos fuera el silvido del fuerte viento que hacía para aquella noche. Corrio como siempre, riéndose a medida que se cansaba hasta que tenía que detenerse y continuar a paso lento para regular la respiración. Iba rumbo al pantano, necesitaba encontrar a su gato que había desaparecido hace unas 3 noches y que no había encontrado por el mercado central, ni por las calles, ni en el orfanato ni en otros lugares en los que ya lo había buscado. Ese animal le servía no sólo de compañero sino también de calefacción y tenía que encontrarlo a como diera lugar. -¡Canelooo!- llamaba al animal mientras caminaba -¡Ven, Canelito!- suplicaba la joven al gato marrón que de seguro había huído. -¿Será que lo apreté muy fuerte?- se preguntó en voz alta hasta que unas risitas ajenas la silenciaron. Por supuesto no había nadie, pero si sentía ojos que la observaban por todo el camino. "No vayas, no vayas" le pareció escuchar pero frunció el ceño y avanzó molesta creyendo que de nuevo querían perderla y que se quedara sin su torpe animal.
Sacó del bolsillo la rama del romero y empezó a masticarla como si eso impidera que la molestaran. La sostenía en la mano y la sacaba cada vez que iba a gritarle a su gato. Entró en la zona de los pantanos y aguzó los ojos para ver en medio de la noche -Tengo ojos de buho- susurró para sí misma pretendiendo hacerse compañía. Miraba hacia abajo siempre esperando encontrarse con el reflejo brillante de aquellos orbes felinos que parecían transmitirle más de lo que cualquiera pensaba.. quizás también estaba poseído, o eso creía por momentos Alexia. Se miraba los pies mientras caminaba, no quería resbalar y además esquivaba cualquier ave muerta porque esto era lo único que le producía bastante impresión, hasta que en medio del despiste chocó con algo clavándose en el impacto la rama de romero en el paladar y cayó hacia atrás quedando sentada. -Aaaaaahh, auuuch- casi gritó y sacó la rama de un solo halón al tiempo que levantaba la mirada. -¡Mira por donde caminas! ah pero, ¿No habrás visto un gatito? Tiene unos ojos enormes y parece que te traga con la mirada- preguntó la muy incauta como si se hubiera encontrado con un anciano en una plaza cualquiera y a plena luz del día.
Durante el día, la bruja solía tomar una siesta aprovechando que no hacía tanto frío y dormía sobre los calcetines para encontrarlos un poco secos cuando despertara en la noche. Así que lo único que le restaba para emprender rumbo era ponerlos en esos pálidos y fríos pies, calzar sus zapatos imitación cuero que había encontrado hace poco y que no estaban tan deshechos, y cubrirse el cuerpo con un saco de lana gris de mayor talle del que tenía ella en esa delgada contextura pero que sin duda le impedía morir de frío.
Se incorporó, fue al rincón de la estancia a inspeccionar un paquete en busca de algún alimento para distraerse; pero no encontró más que canela y romero que empacó en sus bolsillos y salio corriendo. "¡Dios sabe -pensó sin tener idea de deidades- si todo esto me servirá para esconderme!" La bruja a veces no quería escuchar a nadie, sus espíritus parecían más locos que ella y se divertían a sus anchas cada noche haciendo que se perdiera por los caminos, que no encontrara las cosas, que no durmiera... por eso ello masticaba romero, porque creía que eso podría alejar a sus espíritus más perversos incluído el de su madre, el peor de todos.
Salio del cementerio como alma que lleva el diablo y corrio un par de cuadras para que el único sonido que le llegara a los oídos fuera el silvido del fuerte viento que hacía para aquella noche. Corrio como siempre, riéndose a medida que se cansaba hasta que tenía que detenerse y continuar a paso lento para regular la respiración. Iba rumbo al pantano, necesitaba encontrar a su gato que había desaparecido hace unas 3 noches y que no había encontrado por el mercado central, ni por las calles, ni en el orfanato ni en otros lugares en los que ya lo había buscado. Ese animal le servía no sólo de compañero sino también de calefacción y tenía que encontrarlo a como diera lugar. -¡Canelooo!- llamaba al animal mientras caminaba -¡Ven, Canelito!- suplicaba la joven al gato marrón que de seguro había huído. -¿Será que lo apreté muy fuerte?- se preguntó en voz alta hasta que unas risitas ajenas la silenciaron. Por supuesto no había nadie, pero si sentía ojos que la observaban por todo el camino. "No vayas, no vayas" le pareció escuchar pero frunció el ceño y avanzó molesta creyendo que de nuevo querían perderla y que se quedara sin su torpe animal.
Sacó del bolsillo la rama del romero y empezó a masticarla como si eso impidera que la molestaran. La sostenía en la mano y la sacaba cada vez que iba a gritarle a su gato. Entró en la zona de los pantanos y aguzó los ojos para ver en medio de la noche -Tengo ojos de buho- susurró para sí misma pretendiendo hacerse compañía. Miraba hacia abajo siempre esperando encontrarse con el reflejo brillante de aquellos orbes felinos que parecían transmitirle más de lo que cualquiera pensaba.. quizás también estaba poseído, o eso creía por momentos Alexia. Se miraba los pies mientras caminaba, no quería resbalar y además esquivaba cualquier ave muerta porque esto era lo único que le producía bastante impresión, hasta que en medio del despiste chocó con algo clavándose en el impacto la rama de romero en el paladar y cayó hacia atrás quedando sentada. -Aaaaaahh, auuuch- casi gritó y sacó la rama de un solo halón al tiempo que levantaba la mirada. -¡Mira por donde caminas! ah pero, ¿No habrás visto un gatito? Tiene unos ojos enormes y parece que te traga con la mirada- preguntó la muy incauta como si se hubiera encontrado con un anciano en una plaza cualquiera y a plena luz del día.
Alexia Voltaire- Hechicero Clase Baja
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Re: Nakara (Malkea Ruokh & Alexia Voltaire)
El nigromante intentaba encontrar estabilidad mental, intentaba buscar la cordura y la lógica de la razón. Y, sin embargo, también abrazaba la turbia esencia del mundo y el caos de aquella aberrante existencia, en una visceral confrontación en la que sólo la segunda era legítima y en la que la primera se descubría como completa falacia. Pero él alcanzaba a ver que, en ocasiones, debía aferrarse a esta mentira, por mucho que ya hubiese comprendido lo antinatural de tal acto, pues sólo ella le otorgaba la virtud que le posibilitaba llevar a cabo ciertos cometidos. Y, en esos días, necesitaba proceder como tal, ya que debía elaborar un plan para la función que Ascarlani le había encomendado en sus enajenados intentos por crear un arte particular, y no era una tarea tan sencilla como había previsto en un primer momento.
Ascarlani, una vampiresa. Cada vez que lo recordaba, Malkea Ruokh mostraba una torcida sonrisa que tan sólo ocultaba lo detestable de tal avasallamiento. Él, que era un brujo con un poder tan imponente que ni tan siquiera él mismo era capaz de controlar -lo cual constituía su principal contratiempo-, bajo las órdenes de uno de aquellos enfermos seres. Sí, en efecto el gascón también había llegado a entender que los vástagos, como algunos se hacían llamar, eran una perversión del éter que configuraba cualquier ápice de voluntad y que su conversión trastornaba su esencia para atar ésta a los elementos materiales de su cuerpo, haciéndolos inseparables. Esto servía de recordatorio y agravante de la blasfema traición que aquel Onar del agua hubiera perpetrado hacía una eternidad y que había derivado en la división de la única genuina Existencia. Pero debía callar, callar y acatar, porque ahora entendía que su vida estaba destinada a algo más grande y, por mucho que detestase ser un subordinado, lo cierto es que necesitaba saber más de todo aquel misterio y la única forma que tenía era continuar el camino marcado; o hacerlo en su mayor medida.
Y allí se hallaba él, en medio de la foresta a la cual se había retirado intentando hallar-en vano- cierta sensatez, a la cual tan sólo el destino podría haber intentado llevarle, pues él creía cada vez menos en las coincidencias de aquel tipo. La extraña mujer era una pieza clave en la Profecía, aun no alcanzaba a vislumbrar cuánto, pero sí sabía que antes o después debía de haberla encontrado. Lo que nunca hubiera esperado era que se tratase de otra demente. Malkea Ruokh comenzaba a pensar que la magia trastocaba las mentes, aunque era una idea que dejaba de cobrar fuerza cuando pensaba en sí mismo. Sabía que no era alguien común y que muchos le achacarían de loco, pero sus ideas eran, por lo general, lúcidas, lógicas y sin alejarse de la realidad que tenía frente a los ojos, por lo que él podía segurar encontrarse cuerdo. Pero también habríamos de tener en cuenta algo que él no tenía presente: por alguna razón, era débil a ser influido por la vesania que sufrían determinadas personas y, ella, Nakara, era una de los que contaban con dicho dudoso don.
- He visto muchos gatitos – le respondió -. Todos ellos muertos, por cierto, y con las cuencas oculares vacías. Debió ser Aeshana quien les arrancara los ojos.
Por supuesto, él no creía su propia invención, pero le resultó imposible no contestarle de aquella manera, pues no comprendía el modo en que la búsqueda de aquel felino pudiera ayudarle en su misión. Es más, tampoco entendía por qué ese primer encuentro tenía que darse de aquella manera y con tal banal comienzo. Ciertamente, le molestaba, bien la falta de conocimiento, bien el hecho en sí. Comenzó a caminar, a dejar que sus pies describieran un círculo imperfecto alrededor de la mujer, aplastando con sus embarradas botas las patéticas plantas que, con sus apagados colores, luchaban por sobrevivir en un panorama que no era demasiado propicio para la vida. Sus pupilas no se apartaban de su figura, posando su mirar sobre sus rasgos, sus ropajes o formas, o tal extrañas y pálidas hebras de cabello. Y en su devenir, debió perder mínimamente el equilibrio y, a consecuencia, acercarse lo suficiente al tronco de un árbol, arañando así la superficie de su mano con la dura corteza. Y, de donde por norma debiera de haber surgido el bermejo, brotó una extraña sustancia blancuzca y algo espesa, similar al elemento resultante de una extraña aleación entre plata a medio derretir y leche. No acababa aquí su rareza, sino que, además, emitía un mismo brillo, el mismo que se podía apreciar atenuado por el recorrido de las venas bajo su piel. El muchacho enseñó por un instante los dientes por la sorpresa del daño recibido, pero luego regresó a la normalidad y a su ronda.
- ¿Y por qué Nakara querría buscar un gato? - le preguntó llamándola por el nombre que él conocía, dado que no le importaba el que usara como pseudónimo entre el resto de mortales – ¿Por qué ruega al hado de este mundo que le devuelva lo que ya no le pertenece? La vida es fugaz y se escapa de entre nuestras manos cual incontenible arena, expeliendo en su caída el polvo producto de su errónea existencia, ¿qué hay de particular en tal animal para que desperdicies el poco tiempo que nos queda? Consigue otro gato.
Mientras hablaba, el viento había comenzado a soplar con fuerza y no desde una única dirección. Él no se percataba de ello, pero lo cierto es que, en su silbante recorrido, había arrastrado consigo cientos de hojas de los árboles e, incluso, pequeños insectos que se debatían inútilmente intentando liberarse de aquella fuerza carente de sentido. Y, en medio de aquella anomalía de ventiscas que se retorcían sobre sí mismas y chocaban las unas contra las otras, se encontraba el origen de la misma, el propio brujo, que había atraído inconscientemente a su confusión a los espíritus que controlaban el aire de una milla a la redonda. Pero él no se daba cuenta de ello, pues su atención era presa de la presencia de la cuasi-albina.
- No hay tiempo – repitió -. Ahora tu vida tiene otro fin.
Ascarlani, una vampiresa. Cada vez que lo recordaba, Malkea Ruokh mostraba una torcida sonrisa que tan sólo ocultaba lo detestable de tal avasallamiento. Él, que era un brujo con un poder tan imponente que ni tan siquiera él mismo era capaz de controlar -lo cual constituía su principal contratiempo-, bajo las órdenes de uno de aquellos enfermos seres. Sí, en efecto el gascón también había llegado a entender que los vástagos, como algunos se hacían llamar, eran una perversión del éter que configuraba cualquier ápice de voluntad y que su conversión trastornaba su esencia para atar ésta a los elementos materiales de su cuerpo, haciéndolos inseparables. Esto servía de recordatorio y agravante de la blasfema traición que aquel Onar del agua hubiera perpetrado hacía una eternidad y que había derivado en la división de la única genuina Existencia. Pero debía callar, callar y acatar, porque ahora entendía que su vida estaba destinada a algo más grande y, por mucho que detestase ser un subordinado, lo cierto es que necesitaba saber más de todo aquel misterio y la única forma que tenía era continuar el camino marcado; o hacerlo en su mayor medida.
Y allí se hallaba él, en medio de la foresta a la cual se había retirado intentando hallar-en vano- cierta sensatez, a la cual tan sólo el destino podría haber intentado llevarle, pues él creía cada vez menos en las coincidencias de aquel tipo. La extraña mujer era una pieza clave en la Profecía, aun no alcanzaba a vislumbrar cuánto, pero sí sabía que antes o después debía de haberla encontrado. Lo que nunca hubiera esperado era que se tratase de otra demente. Malkea Ruokh comenzaba a pensar que la magia trastocaba las mentes, aunque era una idea que dejaba de cobrar fuerza cuando pensaba en sí mismo. Sabía que no era alguien común y que muchos le achacarían de loco, pero sus ideas eran, por lo general, lúcidas, lógicas y sin alejarse de la realidad que tenía frente a los ojos, por lo que él podía segurar encontrarse cuerdo. Pero también habríamos de tener en cuenta algo que él no tenía presente: por alguna razón, era débil a ser influido por la vesania que sufrían determinadas personas y, ella, Nakara, era una de los que contaban con dicho dudoso don.
- He visto muchos gatitos – le respondió -. Todos ellos muertos, por cierto, y con las cuencas oculares vacías. Debió ser Aeshana quien les arrancara los ojos.
Por supuesto, él no creía su propia invención, pero le resultó imposible no contestarle de aquella manera, pues no comprendía el modo en que la búsqueda de aquel felino pudiera ayudarle en su misión. Es más, tampoco entendía por qué ese primer encuentro tenía que darse de aquella manera y con tal banal comienzo. Ciertamente, le molestaba, bien la falta de conocimiento, bien el hecho en sí. Comenzó a caminar, a dejar que sus pies describieran un círculo imperfecto alrededor de la mujer, aplastando con sus embarradas botas las patéticas plantas que, con sus apagados colores, luchaban por sobrevivir en un panorama que no era demasiado propicio para la vida. Sus pupilas no se apartaban de su figura, posando su mirar sobre sus rasgos, sus ropajes o formas, o tal extrañas y pálidas hebras de cabello. Y en su devenir, debió perder mínimamente el equilibrio y, a consecuencia, acercarse lo suficiente al tronco de un árbol, arañando así la superficie de su mano con la dura corteza. Y, de donde por norma debiera de haber surgido el bermejo, brotó una extraña sustancia blancuzca y algo espesa, similar al elemento resultante de una extraña aleación entre plata a medio derretir y leche. No acababa aquí su rareza, sino que, además, emitía un mismo brillo, el mismo que se podía apreciar atenuado por el recorrido de las venas bajo su piel. El muchacho enseñó por un instante los dientes por la sorpresa del daño recibido, pero luego regresó a la normalidad y a su ronda.
- ¿Y por qué Nakara querría buscar un gato? - le preguntó llamándola por el nombre que él conocía, dado que no le importaba el que usara como pseudónimo entre el resto de mortales – ¿Por qué ruega al hado de este mundo que le devuelva lo que ya no le pertenece? La vida es fugaz y se escapa de entre nuestras manos cual incontenible arena, expeliendo en su caída el polvo producto de su errónea existencia, ¿qué hay de particular en tal animal para que desperdicies el poco tiempo que nos queda? Consigue otro gato.
Mientras hablaba, el viento había comenzado a soplar con fuerza y no desde una única dirección. Él no se percataba de ello, pero lo cierto es que, en su silbante recorrido, había arrastrado consigo cientos de hojas de los árboles e, incluso, pequeños insectos que se debatían inútilmente intentando liberarse de aquella fuerza carente de sentido. Y, en medio de aquella anomalía de ventiscas que se retorcían sobre sí mismas y chocaban las unas contra las otras, se encontraba el origen de la misma, el propio brujo, que había atraído inconscientemente a su confusión a los espíritus que controlaban el aire de una milla a la redonda. Pero él no se daba cuenta de ello, pues su atención era presa de la presencia de la cuasi-albina.
- No hay tiempo – repitió -. Ahora tu vida tiene otro fin.
Malkea Ruokh- Hechicero Clase Alta
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Re: Nakara (Malkea Ruokh & Alexia Voltaire)
"Al final era un poco eso, historias. Después de todo,
¿Alguien le había dicho lo qué era el bien y el mal, la verdad y la mentira?"
¿Alguien le había dicho lo qué era el bien y el mal, la verdad y la mentira?"
El sabor a sangre le inundó la boca proveniente de su propio paladar, a pesar que había sido una lastimadura leve. Tragó saliva y entonces recordó que algo que llevaba al principio podía cambiar aquella molesta sensación. Sin pensarlo, se puso de rodillas y aguzó los ojos intentando encontrar lo que se le había caído -¿Ves mi romero desde ahí arriba?- dijo como si aquél desconocido estuviera a una altura realmente elevada y pudiera ver mejor que ella en medio de la penumbra -Es apenas una rama, pero es que no la veo...- La bruja palpó el suelo a su alrededor, pero una rama era como otra y todas estaban adheridas a la tierra sin poseer las características de lo que ella buscaba. -Necesito encontrarlo..- susurró como para sí misma y con un dejo de angustia en su voz. Habían lugares en los que Alexia jamás dejaba su romero; uno de ellos, era el cementerio-que era el lugar en donde "vivía"-, y el otro eran los pantános. Aquél último, era el sepulcro de gente que nadie jamás reclamaría, era la tumba de los olvidados, de los que no le importaban a nadie, pero, sobre todo, de los asesinados. Por esto mismo, sus espíritus solían ser más adustos, aterradores y vengativos. Sus almas se encontraban solas, cautivas de negros pensamientos e inquietas en busca de alguien que las pudiera ver. Reconocían a los brujos, los atocigaban para sus fines y, ella no quería acompañarlos en ese abandono. No quería que proyectaran su sombra de muerte en ella porque ya tenía suficiente de todo, por más que en su mente se lo explicara a sí misma de otra manera. Debía encontrar el romero, o quienes la precedieron en vida, la rodearían en muerte y, con sombras, enlazarían su temporal quietud tal como cuando la noche, tan clara, se oscurece.
La mención de los gatos y el imaginarse al suyo tirado por ahí y sin ojos logró que se levantara de inmediato -¿Los viste hoy? ¿Y quién es Ae... eso que dijiste? ¿Porque les saca los ojos a los gatos? Aunque un gato puede sobrevivir sin ojos, sólo necesito que respire y que caliente- frunció el ceño y lo siguió con la vista mientras él la rodeaba. -Ahora me vas a pisar mi ramita..- se quejó y se inclinó de nuevo. Por un minuto guardó silencio y una vieja historia se le vino a la mente. Alguien, que no recuerda, le contó un día algo bizarro, paranormal e ilógico. -Aunque no quiero un gato vivo sin ojos...- comenzó mientras palpaba de nuevo el suelo. -Decían que un hombre, que también amaba a los animales, había visitado otra ciudad por cosas de trabajo. Estaba sólo, lejos de su pueblo y de los suyos. El pobresito no había podido llevar a sus mascotas y le hacían falta en ese piso pequeño que alquilo. Como él tampoco quería sentirse sólo, salió a caminar a ver que se encontraba y justo se topó con un gato que no tenía ojos. Dicen que a él no le dio miedo, incluso le dio lástima, así que decidio tomarlo. Lo llevó a revisar con alguien que sabía de animales para comprobar que no tuviera nada grave y al final sólo tenía una infección en la patica, pero era una tontería y él se pudo llevar a su nuevo amiguito a casa. Durante todo el camino, notó que él era al único al que no le daba asco la situación del pobre gato, al que no le puso nombre porque no tuvo tiempo ni tampoco quería encariñarse.
Cuando llegó a su casa, lo dejó que jugara libre. El animalito estaba ciego, pero parecía exactamente donde estaba y como moverse por el lugar. Al hombre no le pareció extraño, sólo pensaba en como se debía sentir el pobre cieguito. Mientras el pequeño jugaba, él comenzó a escribir algo y luego se fue a dormir, todo normal, hasta la mañana siguiente. Cuando despertó, había frente a él un hombre viéndolo a los ojos, parado al lado de su cama, o eso creía que hacía, pues el hombre no tenía ojos con que verlo, solo veía un par de cuencas vacías, así como me dices de los gatos de aquí. -Levantó la mirada para ver si aquél seguía allí escuchando y lo vio como recostado en un árbol, entonces continuó -Dicen que gritó, supongo que cualquier persona normal lo haría ¿Tú no? dicen que estaba paralizado. ¡En eso!- dijo poniéndole algo más de emoción a su voz -el hombre se dejó caer al piso para andar en cuatro patas, se acurrucó en una esquina, agarró papel y pluma y se puso a escribir. El hombre que había encontrado el gato levantó la cabeza y el otro no reaccionó. Poco a poco se levantó, aprovechando lo concentrado que estaba él y se acercó a la puerta que intentó abrir. Pero estaba atorada y aunque intentó destrabarla con desesperación no logró ningún efecto. Con la ventana, dijeron que pasaba lo mismo. Cuando volteó de nuevo, el hombre lo miraba fijamente, con la fuerte oscuridad interna en sus ojos. Con mucho miedo y temblando demasiado, se esforzó en preguntarle quién era y qué quería de él. A cambio, recibió un fuerte maullo que lo hizo pensar un poco y buscar en el cuarto, aun temblando y con su mirada inexistente, fija y penetrante encima de él. No veía a su gato en ningún lado; entonces notó que aquello que tanto lo observaba era su gato.- Abrió más los ojos buscando los ajenos como si aquella parte de la historia fuera sorpresiva e impresionante pese a que ya se veía venir. -Cuando él vio que ya sabía, se le acercó y el hombre desesperado se acostó de nuevo y el otro se le arrulló ronroneando ¿Te imaginas? yo quiero mi gato para calentarme pero ¿Qué tal si llega así?- bajó de nuevo la mirada y siguió escarbando de rodillas llenándose las uñas de barro y ensuciándose más de lo que se podía ver por aquella hora. -Al final se durmieron juntos. Pero... cuando despertó de nuevo, el hombre gato ciego estaba en su rincón otra vez escribiendo y le sonó el estómago. Tenía hambre pero aunque el señor que estaba asustado le dijo que lo dejara salir para traer comida, el otro siguió como si nada. Lo que pensó y dejó escrito el hombre con ojos, es que iba a morir pero más de hambre que de susto.- Suspiró -Dicen que encontraron el cuerpo unos días después y el gato estaba sobre él. Al cuerpo le faltaban partes de piel y debajo de las manos habían restos de carne, era como si alguien se las hubiera arrancado. Pero también le arrancaron los ojos.- Se puso de pie y se acercó al brujo -Conmigo no hay mucha carne, pero sí que tengo ojos. No quiero encontrar ese gato, dicen que al que mira... pues no mira porque no tiene ojos, es algo así, bueno, ya sabes, dicen que parece embrujarlo y luego la gente desaparece. ¿Tú Ae... lo que sea, hace eso?- Desvió su mirada de aquél extraño hombre y como si olvidara lo que acababa de decir, miró con extrañeza lo que salía del árbol -¿Qué es eso? ¿Se come?- dijo urgando con el dedo aquella sustancia y frotándola entre las yemas de sus dedos sucios.
El hombre de nuevo se había movido y ella tampoco lo había notado por cada distraída que se pegaba. -Lo busco porque es mío y lo quiero y me calienta en el frío y eso. Y por cierto, no creo que se deje sacar los ojos...- era probable, aquél felino parecía una fiera salvaje e incluso los brazos de Alexia eran testigos de la furia de sus afiladas garras. -Y me llamo Alexia ¿Nakara quiere decir algo raro?- cuestionó sabiendo que la apodaban de muchas formas, pero nunca una tan extraña como esa. -No quiero otro gato- un tono caprichoso y ligeramente molesto se escapó de sus labios-Él no se podría quedar sin ojos, lo sabrías si lo vieras de frente. Te darías cuenta que algo raro tiene- o al menos eso creía ella, que sentía que él gato le entendía lo que hablaba y veía lo mismo que veía ella, incluso gruñía cuando ella tenía miedo. Cosa particular era el animalejo.
Alexia permaneció en silencio de nuevo y aguzó la vista. Caminó con seguridad al frente, con pasos largos y extendió una mano hacia el rostro ajeno. -Claro que no hay tiempo, es que tampoco hay luz, excepto esa...- frunció el ceño con extrañeza y se atrevió a tocarle la mejilla por una fracción de segundo como si temiera que fluyera electricidad alguna a través de su nivea piel -¿Porqué brillas?-
La mención de los gatos y el imaginarse al suyo tirado por ahí y sin ojos logró que se levantara de inmediato -¿Los viste hoy? ¿Y quién es Ae... eso que dijiste? ¿Porque les saca los ojos a los gatos? Aunque un gato puede sobrevivir sin ojos, sólo necesito que respire y que caliente- frunció el ceño y lo siguió con la vista mientras él la rodeaba. -Ahora me vas a pisar mi ramita..- se quejó y se inclinó de nuevo. Por un minuto guardó silencio y una vieja historia se le vino a la mente. Alguien, que no recuerda, le contó un día algo bizarro, paranormal e ilógico. -Aunque no quiero un gato vivo sin ojos...- comenzó mientras palpaba de nuevo el suelo. -Decían que un hombre, que también amaba a los animales, había visitado otra ciudad por cosas de trabajo. Estaba sólo, lejos de su pueblo y de los suyos. El pobresito no había podido llevar a sus mascotas y le hacían falta en ese piso pequeño que alquilo. Como él tampoco quería sentirse sólo, salió a caminar a ver que se encontraba y justo se topó con un gato que no tenía ojos. Dicen que a él no le dio miedo, incluso le dio lástima, así que decidio tomarlo. Lo llevó a revisar con alguien que sabía de animales para comprobar que no tuviera nada grave y al final sólo tenía una infección en la patica, pero era una tontería y él se pudo llevar a su nuevo amiguito a casa. Durante todo el camino, notó que él era al único al que no le daba asco la situación del pobre gato, al que no le puso nombre porque no tuvo tiempo ni tampoco quería encariñarse.
Cuando llegó a su casa, lo dejó que jugara libre. El animalito estaba ciego, pero parecía exactamente donde estaba y como moverse por el lugar. Al hombre no le pareció extraño, sólo pensaba en como se debía sentir el pobre cieguito. Mientras el pequeño jugaba, él comenzó a escribir algo y luego se fue a dormir, todo normal, hasta la mañana siguiente. Cuando despertó, había frente a él un hombre viéndolo a los ojos, parado al lado de su cama, o eso creía que hacía, pues el hombre no tenía ojos con que verlo, solo veía un par de cuencas vacías, así como me dices de los gatos de aquí. -Levantó la mirada para ver si aquél seguía allí escuchando y lo vio como recostado en un árbol, entonces continuó -Dicen que gritó, supongo que cualquier persona normal lo haría ¿Tú no? dicen que estaba paralizado. ¡En eso!- dijo poniéndole algo más de emoción a su voz -el hombre se dejó caer al piso para andar en cuatro patas, se acurrucó en una esquina, agarró papel y pluma y se puso a escribir. El hombre que había encontrado el gato levantó la cabeza y el otro no reaccionó. Poco a poco se levantó, aprovechando lo concentrado que estaba él y se acercó a la puerta que intentó abrir. Pero estaba atorada y aunque intentó destrabarla con desesperación no logró ningún efecto. Con la ventana, dijeron que pasaba lo mismo. Cuando volteó de nuevo, el hombre lo miraba fijamente, con la fuerte oscuridad interna en sus ojos. Con mucho miedo y temblando demasiado, se esforzó en preguntarle quién era y qué quería de él. A cambio, recibió un fuerte maullo que lo hizo pensar un poco y buscar en el cuarto, aun temblando y con su mirada inexistente, fija y penetrante encima de él. No veía a su gato en ningún lado; entonces notó que aquello que tanto lo observaba era su gato.- Abrió más los ojos buscando los ajenos como si aquella parte de la historia fuera sorpresiva e impresionante pese a que ya se veía venir. -Cuando él vio que ya sabía, se le acercó y el hombre desesperado se acostó de nuevo y el otro se le arrulló ronroneando ¿Te imaginas? yo quiero mi gato para calentarme pero ¿Qué tal si llega así?- bajó de nuevo la mirada y siguió escarbando de rodillas llenándose las uñas de barro y ensuciándose más de lo que se podía ver por aquella hora. -Al final se durmieron juntos. Pero... cuando despertó de nuevo, el hombre gato ciego estaba en su rincón otra vez escribiendo y le sonó el estómago. Tenía hambre pero aunque el señor que estaba asustado le dijo que lo dejara salir para traer comida, el otro siguió como si nada. Lo que pensó y dejó escrito el hombre con ojos, es que iba a morir pero más de hambre que de susto.- Suspiró -Dicen que encontraron el cuerpo unos días después y el gato estaba sobre él. Al cuerpo le faltaban partes de piel y debajo de las manos habían restos de carne, era como si alguien se las hubiera arrancado. Pero también le arrancaron los ojos.- Se puso de pie y se acercó al brujo -Conmigo no hay mucha carne, pero sí que tengo ojos. No quiero encontrar ese gato, dicen que al que mira... pues no mira porque no tiene ojos, es algo así, bueno, ya sabes, dicen que parece embrujarlo y luego la gente desaparece. ¿Tú Ae... lo que sea, hace eso?- Desvió su mirada de aquél extraño hombre y como si olvidara lo que acababa de decir, miró con extrañeza lo que salía del árbol -¿Qué es eso? ¿Se come?- dijo urgando con el dedo aquella sustancia y frotándola entre las yemas de sus dedos sucios.
El hombre de nuevo se había movido y ella tampoco lo había notado por cada distraída que se pegaba. -Lo busco porque es mío y lo quiero y me calienta en el frío y eso. Y por cierto, no creo que se deje sacar los ojos...- era probable, aquél felino parecía una fiera salvaje e incluso los brazos de Alexia eran testigos de la furia de sus afiladas garras. -Y me llamo Alexia ¿Nakara quiere decir algo raro?- cuestionó sabiendo que la apodaban de muchas formas, pero nunca una tan extraña como esa. -No quiero otro gato- un tono caprichoso y ligeramente molesto se escapó de sus labios-Él no se podría quedar sin ojos, lo sabrías si lo vieras de frente. Te darías cuenta que algo raro tiene- o al menos eso creía ella, que sentía que él gato le entendía lo que hablaba y veía lo mismo que veía ella, incluso gruñía cuando ella tenía miedo. Cosa particular era el animalejo.
Alexia permaneció en silencio de nuevo y aguzó la vista. Caminó con seguridad al frente, con pasos largos y extendió una mano hacia el rostro ajeno. -Claro que no hay tiempo, es que tampoco hay luz, excepto esa...- frunció el ceño con extrañeza y se atrevió a tocarle la mejilla por una fracción de segundo como si temiera que fluyera electricidad alguna a través de su nivea piel -¿Porqué brillas?-
Alexia Voltaire- Hechicero Clase Baja
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Re: Nakara (Malkea Ruokh & Alexia Voltaire)
El porqué de que el brujo hubiera guardado silencio a lo largo del relato que ella contaba resultaba un misterio incluso para él, ya que, como un podría imaginar, sus palabras le importaban lo mismo que el gato o, incluso, esa insignificante rama que ella tanto y tanto buscaba. Lo cierto es que tampoco la llegó a escuchar, dejando que se explayase mientras él volvía a sumirse en sus pensamientos. O, al menos, mientras lo intentaba, ya que, aunque no la hiciera caso, esos irritantes sonidos que salían despedidos por entre sus labios cual ristra interminable de incomprensibles chirridos le resultaban terriblemente molestos y, por lo tanto, su concentración sólo era a medias. Si bien en un primer momento la abstracción había logrado calmarle, y con ello amainar el vendaval, el despertarle de dicho estado ocasionó que su humor se tornase peor aún de lo que estaba en un principio.
Al volver a ser consciente de su derredor se encontró apoyado contra el tronco de un árbol sin ser capaz de recordar cuándo había acabado en dicha postura. Razonó que la modorra que la narración le había provocado era lo que le había arrastrado a descansar para, así, evitar desplomarse de hastío y sopor sobre el suelo. Recuperó una posición más o menos erguida y se volvió a acercar a ella, con un paso decidido que se hundía en la tierra más de lo que su escueto peso y su medida fuerza física debieran, como si la tierra quisiera abrirse bajo él y terminar devorándole.
- ¿Te llamas Alexia? No, te llaman Alexia – le corrigió -. Nakara describe más de tu esencia que ese absurdo nombre mortal. No entiendes su significado porque tu malograda esencia ha olvidado, corrupta dentro de ese recipiente de carne y hueso, pero lo recordarás cuando regreses a donde perteneces – y, de su mente, el apelativo terrenal quedó desterrado -. Olvida a tu gato, olvida al gato – repitió negando la posesión -. Él no está y no debe regresar. De hecho, debe morir, como todos nosotros debiéramos hacer de inmediato – sabía que Nakara no le entendería, pero pronunciaba por igual tales razonamientos.
Malkea Ruokh retomó su devenir y giró de nuevo con ella como eje, describiendo un semicírculo que quedó grabado sobre el terreno, hasta colocarse de cara al lateral contrario de la mujer. Se llevó entonces una mano a la barbilla en un gesto que sugería cavilación, pero que no alcanzaba a describir la ligereza de su enturbiado pensamiento.
- Pero tú y yo aún no estamos preparados para el Tránsito. Aeshana tampoco – repitió el nombre, exagerando cada sílaba con la intención de que quedara marcado a fuego en la dura, a su parecer, mente de la bruja. Lo curioso fue que a cada golpe de voz una rama sobre sus cabezas se quebró y los tres pequeños pedazos se precipitaron hasta posarse con delicadeza sobre sus cabezas. El gascón se sacudió para que la única que llegó a él terminara de caer hasta el suelo -. Tendrá tiempo de arrancar cuantos ojos quiera, no sé si de gatos, al fin y al cabo, ¿qué importa la forma que tome el contenedor si el interés está en el alma? – quizás su explicación hasta resultase romántica, pero su intención real era más científica -. Una obsesionada con ojos, la otra con romero y gatos – se quejó con un bufido -. Ambas locas, de distinta manera, pero locas igualmente.
Mientras Nakara se entretenía con la savia del árbol con el que antes él había chocado, cuya superficie no se había percatado que había desgarrado debido a lo contrariado que le había hecho sentir la herida en su propia piel, como si inconscientemente se hubiera tenido que vengar de la planta, mientras ella se distraía así, él miró a su alrededor y, aunque no lo demostrara, lo cierto es que le aterrorizó lo que vio.
El bosque se había llenado de ánimas cuyas presencia colectiva, por sumarse la de una con las de las demás, era omnipresente. Vagaban sin rumbo, como si buscasen con calma algo que hubieran perdido, pero, por algún motivo, se iban acercando paulatinamente a ellos. Es más, cuanto más próximas se hallaban, más fluidos eran sus movimientos, como si la energía que posibilitara su avance estuviera presente en mayor cantidad. Y, aún más, las que se encontraban a escasos diez metros de ellos eran capaces de alterar las ramas a su alrededor, haciéndolas temblar, de la misma forma que un inexistente y tenue viento hiciera al surcar a chocar contra ellas. Al Guía no le resultaba agradable, quizás por la sencilla razón de no saber cuál era el fin que perseguían, lo cual le hacía desconfiar.
Tal era el estado de ensimismamiento del nigromante, que no se dio cuenta de que Nakara se había acercado a él. Y, no sólo eso, sino que también se atrevió a tocarle- Aquello terminó de turbar el humor del brujo. Los espíritus, unánimemente, giraron sus traslúcidos rostros hacia ellos, replegando los párpados hasta mostrar lo máximo del blanco ocular que les era posible, como si anticiparan lo que estaba por llegar. Mallkea Ruokh apartó su mejilla de golpe y llevó sus propios dedos ahí donde ella le había rozado, tal como si el contacto le hubiera quemado. Y, entonces, la ira llegó a él. Y esa misma mano se proyectó en el aire hasta chocar contra la cara de su acompañante. Lo que no pudo prever fue el resultado de esa acción. El choque no fue la simple colisión de carne contra carne, sino que su fuerza fue mucho mayor. Desde aquel epicentro surgió una onda expansiva que logró lanzar ambos cuerpos despedidos, pero las repercusiones en el campo etéreo fueron mucho más profundos, tal y como pudieran llegar a sufrir los vivos en su interior. Logró expulsar de las cercanías a la mayor parte de almas, a modo de un fuerte oleaje que hubiera deseado acabar con su presencia allí. Los que permanecieron, quedaron totalmente desorientados y asustados.
El hombre, por su parte, voló por los aires en una trayectoria que terminó en uno de los polares del bosque, llegando a lastimarse la columna vertebral con una colisión que casi le roba el conocimiento y que, sólo por algún milagro, no llegó a dejarle daños permanentes. Pero sí logró noquearle por unos instantes en los que todo lo que pudo oír fue un penetrante pitido que le hizo imposible atender al resto de sentidos. Trató de arrastrarse, aunque lo hizo por simple instinto, tratando de huir de ese poder que le había herido aun sin poder comprender que dicha amenaza no era otro sino él.
Al volver a ser consciente de su derredor se encontró apoyado contra el tronco de un árbol sin ser capaz de recordar cuándo había acabado en dicha postura. Razonó que la modorra que la narración le había provocado era lo que le había arrastrado a descansar para, así, evitar desplomarse de hastío y sopor sobre el suelo. Recuperó una posición más o menos erguida y se volvió a acercar a ella, con un paso decidido que se hundía en la tierra más de lo que su escueto peso y su medida fuerza física debieran, como si la tierra quisiera abrirse bajo él y terminar devorándole.
- ¿Te llamas Alexia? No, te llaman Alexia – le corrigió -. Nakara describe más de tu esencia que ese absurdo nombre mortal. No entiendes su significado porque tu malograda esencia ha olvidado, corrupta dentro de ese recipiente de carne y hueso, pero lo recordarás cuando regreses a donde perteneces – y, de su mente, el apelativo terrenal quedó desterrado -. Olvida a tu gato, olvida al gato – repitió negando la posesión -. Él no está y no debe regresar. De hecho, debe morir, como todos nosotros debiéramos hacer de inmediato – sabía que Nakara no le entendería, pero pronunciaba por igual tales razonamientos.
Malkea Ruokh retomó su devenir y giró de nuevo con ella como eje, describiendo un semicírculo que quedó grabado sobre el terreno, hasta colocarse de cara al lateral contrario de la mujer. Se llevó entonces una mano a la barbilla en un gesto que sugería cavilación, pero que no alcanzaba a describir la ligereza de su enturbiado pensamiento.
- Pero tú y yo aún no estamos preparados para el Tránsito. Aeshana tampoco – repitió el nombre, exagerando cada sílaba con la intención de que quedara marcado a fuego en la dura, a su parecer, mente de la bruja. Lo curioso fue que a cada golpe de voz una rama sobre sus cabezas se quebró y los tres pequeños pedazos se precipitaron hasta posarse con delicadeza sobre sus cabezas. El gascón se sacudió para que la única que llegó a él terminara de caer hasta el suelo -. Tendrá tiempo de arrancar cuantos ojos quiera, no sé si de gatos, al fin y al cabo, ¿qué importa la forma que tome el contenedor si el interés está en el alma? – quizás su explicación hasta resultase romántica, pero su intención real era más científica -. Una obsesionada con ojos, la otra con romero y gatos – se quejó con un bufido -. Ambas locas, de distinta manera, pero locas igualmente.
Mientras Nakara se entretenía con la savia del árbol con el que antes él había chocado, cuya superficie no se había percatado que había desgarrado debido a lo contrariado que le había hecho sentir la herida en su propia piel, como si inconscientemente se hubiera tenido que vengar de la planta, mientras ella se distraía así, él miró a su alrededor y, aunque no lo demostrara, lo cierto es que le aterrorizó lo que vio.
El bosque se había llenado de ánimas cuyas presencia colectiva, por sumarse la de una con las de las demás, era omnipresente. Vagaban sin rumbo, como si buscasen con calma algo que hubieran perdido, pero, por algún motivo, se iban acercando paulatinamente a ellos. Es más, cuanto más próximas se hallaban, más fluidos eran sus movimientos, como si la energía que posibilitara su avance estuviera presente en mayor cantidad. Y, aún más, las que se encontraban a escasos diez metros de ellos eran capaces de alterar las ramas a su alrededor, haciéndolas temblar, de la misma forma que un inexistente y tenue viento hiciera al surcar a chocar contra ellas. Al Guía no le resultaba agradable, quizás por la sencilla razón de no saber cuál era el fin que perseguían, lo cual le hacía desconfiar.
Tal era el estado de ensimismamiento del nigromante, que no se dio cuenta de que Nakara se había acercado a él. Y, no sólo eso, sino que también se atrevió a tocarle- Aquello terminó de turbar el humor del brujo. Los espíritus, unánimemente, giraron sus traslúcidos rostros hacia ellos, replegando los párpados hasta mostrar lo máximo del blanco ocular que les era posible, como si anticiparan lo que estaba por llegar. Mallkea Ruokh apartó su mejilla de golpe y llevó sus propios dedos ahí donde ella le había rozado, tal como si el contacto le hubiera quemado. Y, entonces, la ira llegó a él. Y esa misma mano se proyectó en el aire hasta chocar contra la cara de su acompañante. Lo que no pudo prever fue el resultado de esa acción. El choque no fue la simple colisión de carne contra carne, sino que su fuerza fue mucho mayor. Desde aquel epicentro surgió una onda expansiva que logró lanzar ambos cuerpos despedidos, pero las repercusiones en el campo etéreo fueron mucho más profundos, tal y como pudieran llegar a sufrir los vivos en su interior. Logró expulsar de las cercanías a la mayor parte de almas, a modo de un fuerte oleaje que hubiera deseado acabar con su presencia allí. Los que permanecieron, quedaron totalmente desorientados y asustados.
El hombre, por su parte, voló por los aires en una trayectoria que terminó en uno de los polares del bosque, llegando a lastimarse la columna vertebral con una colisión que casi le roba el conocimiento y que, sólo por algún milagro, no llegó a dejarle daños permanentes. Pero sí logró noquearle por unos instantes en los que todo lo que pudo oír fue un penetrante pitido que le hizo imposible atender al resto de sentidos. Trató de arrastrarse, aunque lo hizo por simple instinto, tratando de huir de ese poder que le había herido aun sin poder comprender que dicha amenaza no era otro sino él.
Malkea Ruokh- Hechicero Clase Alta
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Re: Nakara (Malkea Ruokh & Alexia Voltaire)
"Había nacido insana, pues sus grandes momentos de cordura eran horribles."
La muchacha frotó de nuevo el fluido extraño del árbol y se llevó un dedo a la boca para lamérselo y probar a qué sabía aquello de pegajosa consistencia. Para aquél momento, ella no entendía mucho lo que el otro brujo hablaba y de ahora en más comprendería menos. -¿Cómo sabes eso?- cuestionó creyendo que tal vez él sabía cosas de las que ella era incapaz de recordar algo. Por lo general, cuando la bruja estaba en sus momentos más lúcidos sentía que le faltaba información, suponía que habían cosas que pasaba por alto pero al no tener la menor idea sobre el "algo" en específico, simplemente se dejaba llevar por cualquier otro pensamiento y así quedaba zanjada la duda -¿Quién me puso así? Además, si sabes que no entiendo ¿Por qué no me explicas?- se limpió los dedos en su saco de lana y se alejó del árbol buscando explicaciones en la extraña y lejana mirada del hombre que parecía transmitir más que sus propias palabras y que, de cierto modo, también le producía algo de temor, como si todo el tiempo maquinara algo y se moviera en pos de eso. -¿A dónde pertenezco? dime ya porque me voy a ir a buscar a mi gato. Él no se va a morir, no quiero que se muera todavía- actuaba como una niña caprichosa y se cruzó de brazos acompañando con su cuerpo aquél tono de voz que de seguro molestaría al desconocido que daba la impresión de no sonreír nunca. -Ya sé que me voy a morir un día, pero no será hoy ¿Porque dices que de inmediato? es como si te quisieras morir ahora- le lanzó una mirada rara, como si hubiera masticado algo de sabor amargo y no intentara disimularlo.
Y ahí estaba él, de nuevo como acechándola mientras profería frases cada vez más complicadas para Alexia y, ella, intentaba comprenderle aunque por su mente sólo pasara un gato al que iba dejando de lado con cada palabra mencionada por el otro. ¿Quién era Aeshana? ¿Quién era él? -Como si los ojos contuvieran el alma...- se sonrió y negó creyendo que había acertado e ignorando las ramas que habían caído sobre su ya enredada cabellera. A unos pasos un búho ululó y supo que era momento de regresar.
Por un momento, la bruja calló, de nuevo su atención se había dispersado y parecía entumecida ante el tumulto de tantas cosas invisibles que gritaban ante ella, y se hundía en los silencios que antes no existían por la cantidad de palabras de parte y parte. Durante un lapso de tiempo se distrajo con lo que traía el aire hasta que el ardor en la mejilla la trajo de vuelta a la realidad y el aire que parecía tan ajeno hasta hace un momento pareció propulsarla lejos del hombre que la había abofeteado. Alexia no había necesitado verlo, pues, pese a que sabía que el impacto posterior no provenía de él, conocía muy bien lo que era ser golpeado de esa manera. ¿Acaso había hecho algo malo? en cuanto cayó boca arriba en el suelo húmedo del pantano lo meditó. Se quedó ahí, viendo hacia el cielo negro que no parecía solitario y cerró los ojos dolorida. El aire olía a humo, a eucalipto y a incienso quemándose aunque la realidad distara de aquello. A su alrededor, todo lo recordado se desdibujaba y la tierra firme parecía escabullirse bajo su cuerpo mientras sentía que todo giraba mientras sus cuerpos tejían una red delirante y eterna de energía. De pronto su círculo se detuvo, elevó las manos al cielo y movió los dedos como si jugara con algo en el aire que tenía sobre su cabeza. Un grito repentino escapó de sus labios, para desaparecer luego en el más leve susurro de aliento.
Inspiró lentamente, notando la energía que aún circulaba a raudales alrededor. Giró el rostro sin levantarse del suelo y vio al hombre tirado también en piso, aquél de fuego en sus ojos y energía en su piel parecía querer huir. -¿Qué has hecho?- susurró con su cuerpo pegado al suelo y los brazos a cada lado como si ya no pudiera moverse. Cada espíritu volvía de nuevo a la escena, más confundidos, quizás más airados. Pero más al fondo, justo donde estaba el cuerpo del desconocido que se arrastraba apenas, vio algo que conocía y se sonrió. -Ella ya está aquí, no debiste haber hecho eso...- su voz sonaba dulce, pero era la ternura propia de quien prevé la maldad y la anuncia con tono lastimero. -Mami...- susurró de nuevo en forma de saludo y una risita brotó de sus labios en una mezcla de inocencia y la peor de las malicias. A quien veía venir, era al espíritu de su madre, una nigromante que había fallecido en un error de la magia negra al intentar traer a la vida a un espíritu mucho peor de lo que ya era el suyo. Alexia jamás había conocido otro tan fuerte ni tan oscuro y que tuviera un propósito tan insistente para ella. Las palabras del espíritu siempre eran las mismas cuando estaban a solas: "Debes encontrar el espíritu de tu padre, debes recuperar su cuerpo, debes traerlo de vuelta" -Ya no dejarán que te vayas- culminó al tiempo que soltaba una vez más aquella extraña risita y en el alrededor se escuchaban murmullos como si muchos hubieran sido atraídos por el magnetismo del desastre o por el miedo de lo que pudiera llegar a sucederse.
Entonces ella se giró sobre su propio cuerpo y arrastrandose por el vientre como si de una serpiente se tratase, empezó a reptar hacia el otro brujo impulsada por sus extremidades para poder alcanzarlo -No vamos a dejar que te vayas- se rió una vez más como si la que planeara algo esta vez, fuera ella.
Y ahí estaba él, de nuevo como acechándola mientras profería frases cada vez más complicadas para Alexia y, ella, intentaba comprenderle aunque por su mente sólo pasara un gato al que iba dejando de lado con cada palabra mencionada por el otro. ¿Quién era Aeshana? ¿Quién era él? -Como si los ojos contuvieran el alma...- se sonrió y negó creyendo que había acertado e ignorando las ramas que habían caído sobre su ya enredada cabellera. A unos pasos un búho ululó y supo que era momento de regresar.
Por un momento, la bruja calló, de nuevo su atención se había dispersado y parecía entumecida ante el tumulto de tantas cosas invisibles que gritaban ante ella, y se hundía en los silencios que antes no existían por la cantidad de palabras de parte y parte. Durante un lapso de tiempo se distrajo con lo que traía el aire hasta que el ardor en la mejilla la trajo de vuelta a la realidad y el aire que parecía tan ajeno hasta hace un momento pareció propulsarla lejos del hombre que la había abofeteado. Alexia no había necesitado verlo, pues, pese a que sabía que el impacto posterior no provenía de él, conocía muy bien lo que era ser golpeado de esa manera. ¿Acaso había hecho algo malo? en cuanto cayó boca arriba en el suelo húmedo del pantano lo meditó. Se quedó ahí, viendo hacia el cielo negro que no parecía solitario y cerró los ojos dolorida. El aire olía a humo, a eucalipto y a incienso quemándose aunque la realidad distara de aquello. A su alrededor, todo lo recordado se desdibujaba y la tierra firme parecía escabullirse bajo su cuerpo mientras sentía que todo giraba mientras sus cuerpos tejían una red delirante y eterna de energía. De pronto su círculo se detuvo, elevó las manos al cielo y movió los dedos como si jugara con algo en el aire que tenía sobre su cabeza. Un grito repentino escapó de sus labios, para desaparecer luego en el más leve susurro de aliento.
Inspiró lentamente, notando la energía que aún circulaba a raudales alrededor. Giró el rostro sin levantarse del suelo y vio al hombre tirado también en piso, aquél de fuego en sus ojos y energía en su piel parecía querer huir. -¿Qué has hecho?- susurró con su cuerpo pegado al suelo y los brazos a cada lado como si ya no pudiera moverse. Cada espíritu volvía de nuevo a la escena, más confundidos, quizás más airados. Pero más al fondo, justo donde estaba el cuerpo del desconocido que se arrastraba apenas, vio algo que conocía y se sonrió. -Ella ya está aquí, no debiste haber hecho eso...- su voz sonaba dulce, pero era la ternura propia de quien prevé la maldad y la anuncia con tono lastimero. -Mami...- susurró de nuevo en forma de saludo y una risita brotó de sus labios en una mezcla de inocencia y la peor de las malicias. A quien veía venir, era al espíritu de su madre, una nigromante que había fallecido en un error de la magia negra al intentar traer a la vida a un espíritu mucho peor de lo que ya era el suyo. Alexia jamás había conocido otro tan fuerte ni tan oscuro y que tuviera un propósito tan insistente para ella. Las palabras del espíritu siempre eran las mismas cuando estaban a solas: "Debes encontrar el espíritu de tu padre, debes recuperar su cuerpo, debes traerlo de vuelta" -Ya no dejarán que te vayas- culminó al tiempo que soltaba una vez más aquella extraña risita y en el alrededor se escuchaban murmullos como si muchos hubieran sido atraídos por el magnetismo del desastre o por el miedo de lo que pudiera llegar a sucederse.
Entonces ella se giró sobre su propio cuerpo y arrastrandose por el vientre como si de una serpiente se tratase, empezó a reptar hacia el otro brujo impulsada por sus extremidades para poder alcanzarlo -No vamos a dejar que te vayas- se rió una vez más como si la que planeara algo esta vez, fuera ella.
Alexia Voltaire- Hechicero Clase Baja
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Re: Nakara (Malkea Ruokh & Alexia Voltaire)
El instinto puede ser un gran aliado a la vez que pudiera descubrirse como una terrible complicación. Tal caso era el que vivía Malkea Ruokh, que gateaba desconcertado, tratando de alejarse de aquella temible fuerza que tan de sorpresa le había lastimado. La frágil y mortalmente blancuzca piel de sus manos se raspaba por un suelo cubierto tanto por hojarasca como por pedruscos, sin tampoco llegar a ser consciente del dolor. Sus dedos se hincaban en ella mientras su vista no le daba imágenes a él, sino a ese ente animal que ahora, asustado, le dominaba. Le llevó demasiados segundos y mucho escozor el recuperar el autocontrol. ¿Qué narices se suponía que estaba haciendo? ¿Huyendo? ¿Huyendo de qué? Cesó su avance y se maldijo en un tosco murmullo por lo patético de su actuación. Sus piernas tardaron en reaccionar, pero al fin terminaron por obedecerle y devolverle su postura erguida -aunque eso conllevara el martirio de los músculos-. Tampoco le importó, había soportado padecimientos mucho peores y tan sólo por placer.
Cuando se giró se la encontró riendo. Era un sonido limpio, casi puro, pero él reconoció en dicha inocencia el cariz que sólo se encuentra en la demencia y que no auguraba nada bueno para alguna víctima. Y, como no había nadie más por allí, el nigromante supuso que tal objetivo era él. Frunció el ceño y se preparó a contrarrestar cualquier arremetida que la cuasi-alvina tuviese en mente. Pero ella no atacó, tan sólo dictó una sentencia al tiempo que se afanaba por, arrastrándose, llegar a él. La diversión parecía no dejarla ponerse en pie.
- ¿No dejaréis que me vaya? - repitió con la sorna que pudo. Aún no había logrado recuperarse del impacto y su dificultosa respiración daba pruebas de ello - ¿Tú y quién más? ¿Tu gato? - Malkea Ruokh se afanaba por mantener su estado cínico habitual, aunque en el fondo sintiera cierta intriga por el significado de su advertencia.
Pero entonces fue cuando lo sintió. Pudo percibir esa presencia acercándose. No la cargaba cuerpo alguno, de eso estaba seguro, pero tampoco llegaba a confundirse con el resto de ánimas que aún corrían sin orden ni concierto de una punta a otra del bosque- No, ésta era bien consciente de la situación y se acercaba inexorablemente a ellos. Se dio la vuelta y se lo encontró a escasos diez palmos de distancia. Era una esencia tan pálida y refulgente como las demás, pero su correcta definición extrañó al brujo, más acostumbrado a espíritus perdidos y sin rumbo. Pero éste, que tenía las claras formas de una mujer, se notaba clara y serena, a la par que furiosa, como si, pese a la emoción, cierta seguridad le ayudaban a conservar la calma. Y, sin embargo, Malkea Ruokh no le temió. Al contrario, se mostró curioso e incluso expectante, queriendo descubrir qué le deparaba este nuevo giro de la escena. No nos confundamos, él prefería terminar pronto con aquello, pero dado que las perspectivas sugerían lo tozuda que podía resultar la mujer viva, un poco de entretenimiento no vendría mal. No era consciente de lo que se le venía encima.
- ¿Buscando ayuda, Nakara? - fingió un mohín para que luego una media sonrisa se apoderara de sus labios – Y yo que pensaba que éste iba a ser un encuentro íntimo y romántico. Me decepcionas.
Jehan, que no era Jehan, levantó los brazos del nuevo Aurélien y, con el movimiento, el suelo sufrió un leve temblor. En su carne, las venas de luz aumentaron su resplandor y su pecho se hinchó al llenarse de aire.
- Ruokhás khamátz! - bramó con ese tono imposible para sus jóvenes cuerdas vocales y sus extremidades volvieron a pegarse contra los laterales de su torso.
Los árboles volvieron a sufrir una sacudida y sus ramas, que se habían visto empujadas hacia el exterior, pronto viraron de dirección, arrastradas por el inexorable avance de los muertos. Éstos ya no se mostraban confusos y, sin embargo, cualquier mínimo rastro de inteligencia que hubiera podido mostrar se había borrado de sus etéreas facciones. El nigromante se mostró satisfecho, al menos eso le había salido bien.
- ¿Querías jugar? - ya había retomado el total control sobre sí mismo – Juguemos entonces, Nakara – y aguardó a que la mujer le mostrase de lo que ella y su pareja eran capaces.
Cuando se giró se la encontró riendo. Era un sonido limpio, casi puro, pero él reconoció en dicha inocencia el cariz que sólo se encuentra en la demencia y que no auguraba nada bueno para alguna víctima. Y, como no había nadie más por allí, el nigromante supuso que tal objetivo era él. Frunció el ceño y se preparó a contrarrestar cualquier arremetida que la cuasi-alvina tuviese en mente. Pero ella no atacó, tan sólo dictó una sentencia al tiempo que se afanaba por, arrastrándose, llegar a él. La diversión parecía no dejarla ponerse en pie.
- ¿No dejaréis que me vaya? - repitió con la sorna que pudo. Aún no había logrado recuperarse del impacto y su dificultosa respiración daba pruebas de ello - ¿Tú y quién más? ¿Tu gato? - Malkea Ruokh se afanaba por mantener su estado cínico habitual, aunque en el fondo sintiera cierta intriga por el significado de su advertencia.
Pero entonces fue cuando lo sintió. Pudo percibir esa presencia acercándose. No la cargaba cuerpo alguno, de eso estaba seguro, pero tampoco llegaba a confundirse con el resto de ánimas que aún corrían sin orden ni concierto de una punta a otra del bosque- No, ésta era bien consciente de la situación y se acercaba inexorablemente a ellos. Se dio la vuelta y se lo encontró a escasos diez palmos de distancia. Era una esencia tan pálida y refulgente como las demás, pero su correcta definición extrañó al brujo, más acostumbrado a espíritus perdidos y sin rumbo. Pero éste, que tenía las claras formas de una mujer, se notaba clara y serena, a la par que furiosa, como si, pese a la emoción, cierta seguridad le ayudaban a conservar la calma. Y, sin embargo, Malkea Ruokh no le temió. Al contrario, se mostró curioso e incluso expectante, queriendo descubrir qué le deparaba este nuevo giro de la escena. No nos confundamos, él prefería terminar pronto con aquello, pero dado que las perspectivas sugerían lo tozuda que podía resultar la mujer viva, un poco de entretenimiento no vendría mal. No era consciente de lo que se le venía encima.
- ¿Buscando ayuda, Nakara? - fingió un mohín para que luego una media sonrisa se apoderara de sus labios – Y yo que pensaba que éste iba a ser un encuentro íntimo y romántico. Me decepcionas.
Jehan, que no era Jehan, levantó los brazos del nuevo Aurélien y, con el movimiento, el suelo sufrió un leve temblor. En su carne, las venas de luz aumentaron su resplandor y su pecho se hinchó al llenarse de aire.
- Ruokhás khamátz! - bramó con ese tono imposible para sus jóvenes cuerdas vocales y sus extremidades volvieron a pegarse contra los laterales de su torso.
Los árboles volvieron a sufrir una sacudida y sus ramas, que se habían visto empujadas hacia el exterior, pronto viraron de dirección, arrastradas por el inexorable avance de los muertos. Éstos ya no se mostraban confusos y, sin embargo, cualquier mínimo rastro de inteligencia que hubiera podido mostrar se había borrado de sus etéreas facciones. El nigromante se mostró satisfecho, al menos eso le había salido bien.
- ¿Querías jugar? - ya había retomado el total control sobre sí mismo – Juguemos entonces, Nakara – y aguardó a que la mujer le mostrase de lo que ella y su pareja eran capaces.
Malkea Ruokh- Hechicero Clase Alta
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