Lonely soul | Privado

El rostro y sus cicatrices, Electra sintió la necesidad de tomar sus pinturas y adornarlas, nunca ocultarlas. Podría hacerle una mandala en la mejilla porque la belleza del hombre era aquello que corrompía al cannon pre establecido, pero todos sus pensamientos se desvanecieron cuando la voz gruesa cortó el aire entre los dos dejando a la pequeña escuchando con atención sin moverse de su lugar impacientándola, demasiado terco que no podía ver con claridad la misma situación - ¿Qué no lo entiendes? Solo puedes controlar tu sed por la sangre ¿Por qué eres tan obtuso como todos los adultos? – Era la edad de las preguntas, los planteos carcomían la temperamental mente inquieta por respuestas que no sabían de vergüenza ni duda. Era demasiado joven como para poder comprender que intimidar a su interlocutor no era una forma de confrontar una conversación. Electra no lo estaba tratando como a un cliente de su madre, ante sus ojos era aquel vampiro un simple par. La mirada inquisitiva lo observaba atravesándolo hasta que fue su risa la que rompió el encanto, ese sonido a infanta sin preocupaciones, sin rencor para con la vida cuando en realidad todo era una hipocresía, la vida le debía demasiado a su alma rota, tanto que sospechaba jamás sería suficiente. Podía sentir como el aire raspaba su garganta cuando se adentraba por entre sus dientes en aquella sonrisa tensa que obligaba a sus hoyuelos a salir de sus escondites – Eres un niño vampiro. Eres igual de egoísta, egocéntrico y posesivo. Podríamos ser amigos pero no pretender que lo somos – Su verborragia era febril, hervía en veracidad y a la vez era tan fluctuante y fresca que podría corresponderse a su escasa edad. El frío estaba calando su pequeño cuerpo, obligándola a cruzarse de brazos sobre su pecho todavía inmaduro en un intento fallido de brindarse calor a sí misma mediante la fricción de su propia piel.  La naturaleza producía cicatrices que todos sufrían, pero el odio y la avaricia humana se profundizaban por debajo de la carne, Electra incluso disfrutaba del frío que por instantes le hacían olvidar cual marchita estaba.

Expectantes y azules, pudo volver a reencontrar sus ojos sin dudar de la dirección en la cual debía buscarlo, fue la inercia de sus palabras las que la guiaron hacia quien podría ser una nueva amistad para salvarla en cualquiera de los dos sentidos. Rescatarla de la soledad del mundo, o salvar al mundo de la soledad que ella engendraba en sí misma una vez que la asesinara y sea cual fuese el destino, Electra no tenía preferencia – No, siento asco de los hombres que son bestias, no de las pobres bestias que les dicen puercos - ¿Por qué hablaba así de los puercos? ¿Por qué se entrometía con los animales? Ellos no hacían nada, eran pobres indefensos víctimas de una sociedad que los explotaba para su propio beneficio. Ella había sido un animal y no iba a sentir lástima por si misma al contrario del vampiro, si sentía eso por él. Su rostro se mortificó cuando la mencionó, el cuerpo abultado y sin vida, las manos que aferraban sus piernas ya desdibujadas por los hematomas que había recibido el último mes. El pánico dañó sus facciones de niña mientras sus pequeñas uñas sucias con lodo se aferraron más a su pobre vestimenta, queriendo reconfortarse a sí misma tan enfada que no pudo mirarle a los ojos – Ella no podía hacerse cargo de sí misma. Yo me hice cargo de él, pero fue su culpa. FUE SU CULPA – Era tan pequeña que sus escalofríos daban la impresión de que iba a sucumbir bajo su propio peso. Tensa, su voz casi llorosa mientras sus párpados caían con fuerza ocultándolo todo, al vampiro, su madre y el maldito hijo de puta que la lastimaba por las noches. Ella hizo lo que debía hacer, no era mala por eso, no podría ser mala si el otro había sido peor. Se lo merecía, había desertado del ideal de hombre porque ella no iba a matar a un hombre inocente, claro que no.

Frágil, inocente e indefensa, era la ternura que nunca recibió, era la niña que nunca jugó, la hija de una madre que no tuvo, la primogénita de un padre que nunca la cargó. Electra era el espejismo de lo que un niño podría haber sido y el vampiro, el reflejo de un hombre que supo ser. Dos almas perdidas en medio de un camino increpando a la otra para ignorar sus propias cadenas - ¿Tu qué hiciste? – Entrecortada la voz, elevó su rostro para enfrentarlo una vez más, no quería especificar el tema, no quería sentirse sola pero a la vez tenía curiosidad en porque sus pulmones todavía arremetían contra su remarcado costal de costillas una vez más – Tengo hambre, o me das de comer o me asesinas así se me va.

Las criaturas inocentes se vuelve traicioneras cuando la ambición se entromete en su camino. Ambición por poder, por deseos insatisfechos o por puro materialismo. En Electra era distinta en todo sentido, su necesidad era simular todo lo que su espíritu podía ser. Fuerte, madura, mordaz. Nada que la atara a su pasado, todo lo que había hecho estaba bien, había matado al maldito pero fue por defensa propia, por los improperios que había causado, por su mamá dormida en el sillón que se negaba a despertar. Eso no era lo que la atormentaba por las noches sino el no haberlo realizado antes. La incógnita de no haber actuado a tiempo e incluso la semilla de la incertidumbre de si no hubiera hecho nada ¿Él la hubiera matado? ¿La hubiera obligado a jugar lastimándola con sus manos hasta el hartazgo para convertirla en eso que hacía su madre por las noches? Sus ojos se oscurecen ante la idea que había sido remota hasta que Nigel se cruzó en su camino y la obligó a recordar que su miseria era compartida porque todos habían hecho algo bueno o malo, pero algo que no estaba quizá del todo bien. Finalmente una leve luz le otorgó algo de vida mientras sus labios eran arrebatados por las palabras marcadas por la convicción -¿Viste? No eres el único con tormentos. Yo también sufro esa enfermedad fea – Por primera vez una tímida sonrisa asoma en su rostro, no había rastros de pudor ni temor sino que era fugaz porque no sabía cómo dibujarla allí entre sus comisuras y su primer intento pareció ser poco certero. Duró hasta marchitar por su inestabilidad, no sabía cómo lidiar con su pasado por lo que había decidido apartarlo pero el sin querer insistía obligándola a clavar la mirada en sus zapatos rotos que apenas la protegían de la tierra bajo sus pies -No…él…el jefe que…que… - No podía dar una descripción clara, su barbilla temblaba de solo recordar el tormento tan vívido que se ocultaba fuertemente en su retina. Había decidido que lo mejor era dejarlo ir, olvidarse de todo. De su madre, de sus pesadillas. Un escalofrío la recorre por la espina obligando a que los poros de su piel se ericen mientras el frío gélido la abraza como un manto que solo obliga a que el humo blanco de su respiración se pierda en la noche. Debía ser fuerte, no por él ni por nadie. Ella era mejor que su historia y debía cambiar la hoja. Ya lo había hecho de manera que no tenía porque sentirse perturbada hasta que el vampiro habló de nuevo guiándola hasta su mirada.

Había algo en sus ojos, un reflejo de ella misma y de él. Estaban perdidos destinados a encontrarse, o se encontraron por el azar de la vida. La cuestión era que ella necesitaba un amigo pero no lo sabía hasta que chocó con él ¿Pero que quería ese ser de Electra? Podría tener juguetes más lindos, la niña no se considerada la mejor oferta pero no por eso se negaba a renunciar al vampiro. Ella podría ser lo que él buscaba solo que todavía su “rango” seguía sin determinarse. La halló sin buscarla, la encontró sin proponérselo y ahora no podía abandonarla. No eran suposiciones, la harapienta vagabunda era demasiado perspicaz, demasiado inteligente para su propio bien.

Quieta como estatua mientras la evaluaba. No era la primera vez mientras su respiración calma se entrecorta cuando su voz grave retumba en sus pequeños tímpanos más agudo que lo normal -TÚ ERES EL TONTO – Chilla pero su voz se corta en una risita. Se sentía cómplice con él, tanto que el asunto comenzaba a darle gracia, ambos conectados por haber matado a personas intentando relucir como dos niños que su casa era más grande que la propia. Electra tenía razón, podían ser amigos - ¿Se lo merecían? El mío si, por eso no tengo culpa; no sé tú – Su voz comenzaba a tomar un brillo distinto sin perder el desafío en su mirada que continuaba siendo un estropicio para alguien tan joven que ni de rencores ni venganzas debería de conocer. -No debo demostrarte nada Nigel porque ya lo sabes. Lo supiste desde el momento que me dejaste viva pero sigues sin cumplir tu parte del trato, quiero pan. – Se había sentido levemente ofendida ante ese comentario, no la estaba retando ni tampoco la hacía sentir en deuda, incluso hasta podría sentirse motivada. Era extraño, era una reprimenda que no llegaba a ser pero a su vez, sentía que estaba siendo juzgada por los ojos del vampiro que la observaba sin descaro.

Ahora sabía por qué se curvaban sus labios y no era por tensión al ver finalmente un plato lleno frente a ella luego de días, él había tomado una decisión que Electra no iba a festejar pero tampoco denegar aunque no iba a dejarlo con la última palabra. Terca y temperamental, lo único sabido es que era propio de ella porque no tenía a nadie de quien haberlo hererado -Te estás aprovechando de que no tuve madre ni padre que me dijeran que jamás confiara en los extraños – Podría haber sido un reproche, pero todavía no tenía tanta confianza pese a que quizá él no supiera que no dejaba que ningún adulto la tocara, menor varón y al vampiro lo dejó inspeccionarla a sus anchas. Lo observó sin dudar sabiendo que no había nada más para ella si continuaba sola el camino, por lo que sus pequeños pies no podían seguir su ritmo veloz pero lo suplantó por un pequeño trote hasta llegar a su altura un metro más abajo por el camino de tierra hasta alcanzarlo para caminar lo más rápido que podía. Quizá él olvidaba que su débil cuerpo no tenía el amparo de ser tan ágil como su mente mientras sus pulmones agitados hacían que el pecho zumbara debajo del harapiento vestido tratando de consolarse mientras intentaba seguir el ritmo a su lado. – La suerte no elije días, pero todo depende de ella y los adultos temen pensar cuantas cosas escapan de su control porque no quieren reconocer que todo está librado al azar. No me hables de suerte que somos enemigas - ¿Estaba enfadada con su destino? ¿Cómo podría hacerlo si ahora pareciera que la estaba compensando? Realmente no lo sabía mientras sus piernas lograron generar el ritmo para seguirle el paso, la única certeza que tenía era que Nigel no era lo peor que se podría haber encontrado y eso lo convertía en lo mejor que le pudiera haber pasado en su camino de momento. Su mirada clavada en el frente, no podía reprender la curiosidad de infanta que le había quedado algo rezagada. Sin tapujos ni cuestionamientos, no disimulaba sus deseos aunque este había sido el más inesperado de todos.