AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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No resistance [+18] | Privado
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No resistance [+18] | Privado
but first it will make you miserable
Eran casi las dos de la mañana y Hunter no podía dormir. Llevaba intentándolo desde las doce de noche, pero todo lo que había logrado era dar vueltas sobre la cama. Después de cenar, había optado por tomar un paseo, atravesando el vestíbulo del lujoso hotel donde se hospedada, yendo directamente hasta el jardín trasero donde permaneció alrededor de una hora. El aire puro que entró a sus pulmones le fue gratificante, más no calmó sus demonios. Por eso regresó a la habitación. Se tiró sobre la cama y cerró los ojos por un largo rato para ver si podía conciliar el sueño. Todo lo que veía era a ella, a Dagmar, sus ojos azules y sus labios rosas, el constaste de su cabello negro con su piel nívea y blanquecina. No solo la tenía habitando su mente, también estaba grabada detrás de los párpados, porque podía ver la hermosa y nítida imagen de su bello rostro. El sabor de su saliva aún no se había desvanecido de su boca y podía jurar que haber dormido con ella la otra noche había logrado que su perfume se impregnara en su piel. ¿Estaba volviéndose loco? ¿Era eso el primer síntoma de una enfermiza obsesión? Abrió los ojos y suspiró resignado, más no arrepentido. El sentimiento era demasiado bueno como para renegar de él. No había duda de que se había enamorado, el problema es que había puesto sus ojos en quien no debía.
Pensó en Horst Neumann y la personalidad tan difícil que el hombre al que obedecía tenía. Un escalofrío le recorrió la espina. No importaba cuántas veces diera vueltas al asunto, que intentara mirar la situación desde diferentes ángulos con la esperanza de descubrir una salida, la única verdad era esa: que no tenía escapatoria, que jamás la tendría. Él mejor que nadie tenía bien presente el costo que habían tenido que pagar todos esos que habían desobedecido o traicionado a Neumann, que en este caso, no veía diferencia alguna entre una y otra cosa. Todos habían muerto, sin excepciones. Sus cadáveres yacían pudriéndose en alguna zanja y sus familias sufrían desamparadas, la incertidumbre por saber el paradero de sus esposos, hijos u otro, los consumía lentamente.
«Tengo que ser más inteligente que él», se dijo en silencio, motivado y decidido por el momento, pero al mismo tiempo sintiéndose ridículo y hasta un poco engreído al pensar que un joven como él, de apenas veinticinco años, era capaz de hacer tonto a un tipo de la calaña de Neumann, con una trayectoria criminal que lo convertía en un verdadero monstruo, en lo más cercano al demonio. Darse cuenta del peligro que significaba querer ganarle una batalla lo hizo estremecerse. La idea era buena, pero parecía tan distante, tan imposible…
En ese instante, alguien tocó a la puerta. Hunter la miró extrañado y, por un momento, el alma se le fue a piso. Se preguntó quién era capaz de molestar a esa hora de la madrugada. ¿Era posible que hubiera evocado la presencia del menos deseado, que Horst Neumann estuviera detrás de esa puerta, esperando a que él se acercara para echarla abajo y aplastarlo con ella? Si se conocía bien a Neumann, la idea no era del todo descabellada. Y él era uno de los pocos que lo conocía muy bien, lo suficiente para temer por su vida. Tomó la pistola que guardaba debajo de su almohada y se dirigió sigilosamente hasta la entrada. Los golpes, que eran cada vez más fuertes y constantes, le hicieron deducir que, quien fuera que estuviese detrás de esa gran hoja de madera, se notaba claramente furioso, o muy desesperado. Mantuvo el arma a la altura de su rostro, con los dedos sobre el gatillo, y el iris de color azul de su ojo se asomó por el pequeño hoyo del visor de la puerta, así pudo corroborar la identidad del intruso antes de cometer el error de abrir. Las sorpresas no habían terminado.
Olvidándose de que sostenía un arma en sus manos, rápidamente, y sin perder el tiempo en tonterías, abrió la puerta de un golpe. Dagmar apareció detrás de ella. Estaba pálida y tenía las ropas rasgadas y con una gran mancha de sangre fresca que abarcaba desde el cuello hasta el estómago. Hunter abrió los ojos, sorprendido y consternado. Abrió la boca para decir algo, pero no encontró las palabras correctas. Se dio cuenta de que era más propio actuar que hablar, así que la tomó de un brazo y la obligó a moverse, dejándola entrar a su habitación.
—¡Por Dios, Dagmar, estás herida! —le informó lo que ya era obvio, como dando por hecho que ella estaba tan perturbada con la situación que no se había dado cuenta de lo que le estaba ocurriendo, de la gravedad del asunto. Palpó sus ropas para cerciorarse de que era su propia sangre y, cuando comprobó que la herida estaba fresca y seguía brotando sangre, se colocó a sus espaldas y empezó a desabrochar su ropa. El corsé estaba tan apretado que tuvo que tomar las tiras y tirar de ellas, hasta que logró romperlas. La liberó del resto de su ropa sin el menor cuidado, sin su permiso, con la plena determinación de que nada era más importante en ese instante que el hecho de impedir que muriera desangrada.
Pensó en Horst Neumann y la personalidad tan difícil que el hombre al que obedecía tenía. Un escalofrío le recorrió la espina. No importaba cuántas veces diera vueltas al asunto, que intentara mirar la situación desde diferentes ángulos con la esperanza de descubrir una salida, la única verdad era esa: que no tenía escapatoria, que jamás la tendría. Él mejor que nadie tenía bien presente el costo que habían tenido que pagar todos esos que habían desobedecido o traicionado a Neumann, que en este caso, no veía diferencia alguna entre una y otra cosa. Todos habían muerto, sin excepciones. Sus cadáveres yacían pudriéndose en alguna zanja y sus familias sufrían desamparadas, la incertidumbre por saber el paradero de sus esposos, hijos u otro, los consumía lentamente.
«Tengo que ser más inteligente que él», se dijo en silencio, motivado y decidido por el momento, pero al mismo tiempo sintiéndose ridículo y hasta un poco engreído al pensar que un joven como él, de apenas veinticinco años, era capaz de hacer tonto a un tipo de la calaña de Neumann, con una trayectoria criminal que lo convertía en un verdadero monstruo, en lo más cercano al demonio. Darse cuenta del peligro que significaba querer ganarle una batalla lo hizo estremecerse. La idea era buena, pero parecía tan distante, tan imposible…
En ese instante, alguien tocó a la puerta. Hunter la miró extrañado y, por un momento, el alma se le fue a piso. Se preguntó quién era capaz de molestar a esa hora de la madrugada. ¿Era posible que hubiera evocado la presencia del menos deseado, que Horst Neumann estuviera detrás de esa puerta, esperando a que él se acercara para echarla abajo y aplastarlo con ella? Si se conocía bien a Neumann, la idea no era del todo descabellada. Y él era uno de los pocos que lo conocía muy bien, lo suficiente para temer por su vida. Tomó la pistola que guardaba debajo de su almohada y se dirigió sigilosamente hasta la entrada. Los golpes, que eran cada vez más fuertes y constantes, le hicieron deducir que, quien fuera que estuviese detrás de esa gran hoja de madera, se notaba claramente furioso, o muy desesperado. Mantuvo el arma a la altura de su rostro, con los dedos sobre el gatillo, y el iris de color azul de su ojo se asomó por el pequeño hoyo del visor de la puerta, así pudo corroborar la identidad del intruso antes de cometer el error de abrir. Las sorpresas no habían terminado.
Olvidándose de que sostenía un arma en sus manos, rápidamente, y sin perder el tiempo en tonterías, abrió la puerta de un golpe. Dagmar apareció detrás de ella. Estaba pálida y tenía las ropas rasgadas y con una gran mancha de sangre fresca que abarcaba desde el cuello hasta el estómago. Hunter abrió los ojos, sorprendido y consternado. Abrió la boca para decir algo, pero no encontró las palabras correctas. Se dio cuenta de que era más propio actuar que hablar, así que la tomó de un brazo y la obligó a moverse, dejándola entrar a su habitación.
—¡Por Dios, Dagmar, estás herida! —le informó lo que ya era obvio, como dando por hecho que ella estaba tan perturbada con la situación que no se había dado cuenta de lo que le estaba ocurriendo, de la gravedad del asunto. Palpó sus ropas para cerciorarse de que era su propia sangre y, cuando comprobó que la herida estaba fresca y seguía brotando sangre, se colocó a sus espaldas y empezó a desabrochar su ropa. El corsé estaba tan apretado que tuvo que tomar las tiras y tirar de ellas, hasta que logró romperlas. La liberó del resto de su ropa sin el menor cuidado, sin su permiso, con la plena determinación de que nada era más importante en ese instante que el hecho de impedir que muriera desangrada.
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Última edición por Hunter Vaughan el Dom Abr 27, 2014 1:57 am, editado 1 vez
Hunter Vaughan- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 02/11/2011
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Re: No resistance [+18] | Privado
"En vez de amor, dinero o fama, dame la verdad."
Henry David Thoreau
Henry David Thoreau
La revolución había concluido, ella fue una de las principales guerreras, de los soldados de guerra que no sintió miedo por luchar, no dado que tenía una buena causa, o al menos eso creída. La joven había salido herida aquellos días, pero no fue nada grave, la abertura en su cuello apenas había sido superficial, pero gracias a ella había podido actuar que moría en el suelo mientras varios soldados de la corona la veían "morir", al final terminó por cortar un par de cabezas, liberar a los rehenes, y salir viva, con algunos rasguños, pero viva. Las siguientes semanas fueron claves para el movimiento, debían ser silenciosos, escurridizos, y astutos, poder salir victoriosos no era tarea fácil, los reyes tenían bajo su dominio y mandado a algunos seres de la noche, uno de ellos había desarrollado una extraña obsesión por la cazadora, buscándola hasta poder llegar a ella, hasta herirla como aquella noche, dónde la mujer sentía que la vida se le iba de forma lenta, excesivamente dolorosa, incluso respirar le costaba trabajo. Aquella criatura le había hecho una herida peligrosa, demasiado profunda pero no le había quitado por completo la vida. ¿A dónde podía ir la joven en ese estado? ¿A casa? No, a ese lugar no podía llegar, sería poner en riesgo a todos los cazadores, necesitaba ir a una zona segura, que fuera momentánea y que no pusiera en riesgo a nadie. Entre tantas vueltas que dio en su cabeza, supo a dónde podía ir. ¿Sería acaso lo correcto?
Dagmar se abrazó a su abrigo negro mientras avanzaba por las calles, su paso era lento pero seguro, y aunque en ocasiones se tomaba el tiempo necesario para poder buscar más aire, tranquilizar su cuerpo, y seguir adelante, sabía que al menos llegaría a su meta. Así paso a paso pudo llegar al hotel, los encargados la observaron sorprendidos, pero ella se disculpó diciendo que cojeaba por una caída, y fue así como la dejaron pasar, sin hacerle más preguntas. La chica sufrió demasiado al subir las escaleras, fue en ese momento cuando la herida no pudo quedarse tranquila, pues una hilera de sangre dejaba marca en el suelo mientras la joven avanzaba. Con cuidado se quitó el abrigó, observando sus telas ya cubiertas de carmín. Se encontraba en ese lugar, ya no había marcha atrás, tenía que verlo, si moría él debía saber sus verdades, y también tenía el derecho de conocer lo que había provocado en ella en tan poco tiempo. Apenas y recordaba el número de habitación que le habían dado en la recepción. Los golpes en la puerta fueron constantes, ¿por qué demonios no abría? Ella derramó un par de lagrimas, pero para su buena suerte, cuando su cuerpo estaba por caer aquellos fuertes brazos la habían sostenido. No pudo evitar sonreír lo que se le permitía gracias a su estado. Verlo frente a ella era una especie de regalo especial que no creyó volver a tener.
- Si… Herida - Repitió. El aire le volvió al cuerpo cuando fue liberada de aquellas prendas. Ya no puso más resistencia, dejó que él manejara su figura a su antojo. Sus manos le sostuvieron por el cuello, haciendo que la viera. Dagmar le tomó de las mejillas, sus manos estaban ensangrentadas, quería no perder de vista aquellos ojos, los más sinceros que había visto, que había conocido. Le había extrañado, esos besos, esas caricias, incluso estuvo pensando la manera de contarle toda su vida, dejar a un lado su tan amada libertad por él, fugarse, formar una vida juntos, sin importar nada más que eso, pero fue cobarde en su momento, no se sintió capaz por el miedo a ser rechazada, que difícil era todo cuando el corazón mandaba, sin embargo debía seguir lo que le dictaba. Ella jamás le había hecho caso a sus corazonadas, la única vez que creyó amar a alguien salió huyendo haciendo de su vida un tormento, en esa ocasión no sería así, debía hacer por ella, por él, por aquello que podrían tener. - ¿Te desperté? - Preguntó apenas en un susurro, con aires inocentes, pero sin perder el toque sensual de su voz. - No quería hacerlo, pero no confío en nadie más que en ti… Te extrañaba, lo hacía de verdad, pero no podía venir a verte, hasta ahora, cuando más te necesito - Tosió con fuerza, sus ojos se cerraron y en su rostro se mostró una mueca. A esas alturas incluso le dolía vivir. - Si llegaba a morir sin poder verte antes no me lo iba a perdonar, Hunter - Ella tardaba al hablar, incluso hacía pausas porque el aire le faltaba, pero se hacía la fuerte, se mostraba firme, segura e incluso altanera como siempre. - ¿Hice mal en venir? - Preguntó, su cuerpo tembló, su piel se erizó, la brisa que pasaba por una ventana le hizo sentir frío. Le gustaba tanto estar cerca de él.
- Fue él… Esa criatura, ella me lastimó, no pude salir ilesa, al menos no está vez - La joven comenzaba a sincerarse con él, ni siquiera sabía si sus palabras eran la forma correcta de comenzar con su historia personal, mucho menos sabía si él podría digerir todo o llegar a perdonarla - Yo soy una cazadora, Hunter, de esas que protegen a los humanos, de esas que es feliz en medio de libertades ¡Pero tú me haces perder tanto el control! No puedo estar concentrada, pienso demasiado en ti - Era verdad, todo lo que le decía era verdad. Su mirada se desvió a los labios ajenos, ella sintió demasiada sed, como si aquella parte del cuerpo ajeno le produjera deseo, ganas de volver a sentir más. - Quería verte - La mujer de cabellos negros sintió que estaba por desvanecerse, por perder el control de su cuerpo, la fuerza se le escapaba, la mirada siguió bajando hasta notar una mancha roja en la ropa ajena - Te he ensuciado, que falta de modales - Quiso apartarse, pero sus manos apenas llegaron a hacer contacto con la figura ajena. La vida se le estaba escapando del cuerpo.
Dagmar se abrazó a su abrigo negro mientras avanzaba por las calles, su paso era lento pero seguro, y aunque en ocasiones se tomaba el tiempo necesario para poder buscar más aire, tranquilizar su cuerpo, y seguir adelante, sabía que al menos llegaría a su meta. Así paso a paso pudo llegar al hotel, los encargados la observaron sorprendidos, pero ella se disculpó diciendo que cojeaba por una caída, y fue así como la dejaron pasar, sin hacerle más preguntas. La chica sufrió demasiado al subir las escaleras, fue en ese momento cuando la herida no pudo quedarse tranquila, pues una hilera de sangre dejaba marca en el suelo mientras la joven avanzaba. Con cuidado se quitó el abrigó, observando sus telas ya cubiertas de carmín. Se encontraba en ese lugar, ya no había marcha atrás, tenía que verlo, si moría él debía saber sus verdades, y también tenía el derecho de conocer lo que había provocado en ella en tan poco tiempo. Apenas y recordaba el número de habitación que le habían dado en la recepción. Los golpes en la puerta fueron constantes, ¿por qué demonios no abría? Ella derramó un par de lagrimas, pero para su buena suerte, cuando su cuerpo estaba por caer aquellos fuertes brazos la habían sostenido. No pudo evitar sonreír lo que se le permitía gracias a su estado. Verlo frente a ella era una especie de regalo especial que no creyó volver a tener.
- Si… Herida - Repitió. El aire le volvió al cuerpo cuando fue liberada de aquellas prendas. Ya no puso más resistencia, dejó que él manejara su figura a su antojo. Sus manos le sostuvieron por el cuello, haciendo que la viera. Dagmar le tomó de las mejillas, sus manos estaban ensangrentadas, quería no perder de vista aquellos ojos, los más sinceros que había visto, que había conocido. Le había extrañado, esos besos, esas caricias, incluso estuvo pensando la manera de contarle toda su vida, dejar a un lado su tan amada libertad por él, fugarse, formar una vida juntos, sin importar nada más que eso, pero fue cobarde en su momento, no se sintió capaz por el miedo a ser rechazada, que difícil era todo cuando el corazón mandaba, sin embargo debía seguir lo que le dictaba. Ella jamás le había hecho caso a sus corazonadas, la única vez que creyó amar a alguien salió huyendo haciendo de su vida un tormento, en esa ocasión no sería así, debía hacer por ella, por él, por aquello que podrían tener. - ¿Te desperté? - Preguntó apenas en un susurro, con aires inocentes, pero sin perder el toque sensual de su voz. - No quería hacerlo, pero no confío en nadie más que en ti… Te extrañaba, lo hacía de verdad, pero no podía venir a verte, hasta ahora, cuando más te necesito - Tosió con fuerza, sus ojos se cerraron y en su rostro se mostró una mueca. A esas alturas incluso le dolía vivir. - Si llegaba a morir sin poder verte antes no me lo iba a perdonar, Hunter - Ella tardaba al hablar, incluso hacía pausas porque el aire le faltaba, pero se hacía la fuerte, se mostraba firme, segura e incluso altanera como siempre. - ¿Hice mal en venir? - Preguntó, su cuerpo tembló, su piel se erizó, la brisa que pasaba por una ventana le hizo sentir frío. Le gustaba tanto estar cerca de él.
- Fue él… Esa criatura, ella me lastimó, no pude salir ilesa, al menos no está vez - La joven comenzaba a sincerarse con él, ni siquiera sabía si sus palabras eran la forma correcta de comenzar con su historia personal, mucho menos sabía si él podría digerir todo o llegar a perdonarla - Yo soy una cazadora, Hunter, de esas que protegen a los humanos, de esas que es feliz en medio de libertades ¡Pero tú me haces perder tanto el control! No puedo estar concentrada, pienso demasiado en ti - Era verdad, todo lo que le decía era verdad. Su mirada se desvió a los labios ajenos, ella sintió demasiada sed, como si aquella parte del cuerpo ajeno le produjera deseo, ganas de volver a sentir más. - Quería verte - La mujer de cabellos negros sintió que estaba por desvanecerse, por perder el control de su cuerpo, la fuerza se le escapaba, la mirada siguió bajando hasta notar una mancha roja en la ropa ajena - Te he ensuciado, que falta de modales - Quiso apartarse, pero sus manos apenas llegaron a hacer contacto con la figura ajena. La vida se le estaba escapando del cuerpo.
Dagmar Biermann- Cazador Clase Alta
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Fecha de inscripción : 13/06/2011
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Re: No resistance [+18] | Privado
Hunter se detuvo un momento cuando ella acarició su rostro. La miró a los ojos y se perdió en la profundidad de sus pupilas, que en esos instantes estaban muy dilatadas. Pudo notar en su mirada una tristeza tan abismal que no logró llegar a comprender, pero que lo conmovió hasta el tuétano. ¿Qué le estaba ocurriendo a Dagmar Biermann? ¿Por qué de buenas a primeras acudía a él con una herida de esa magnitud? Se dio cuenta de que definitivamente los días que había dedicado a seguir sus pasos, por órdenes de Horst Neumann, no habían sido suficientes, porque ella tenía muchos secretos, quizá tantos como él, aunque dudaba que tan terribles como los suyos.
—Shhhh, no hables —le pidió al notar el esfuerzo que significaba para ella—, no vas a morirte y no me has despertado ni molestado. Has hecho bien en venir aquí —aseguró con un tono ausente, sin levantar la vista esta vez, demasiado concentrado en su labor de desvestirla y liberarla del montón de cordones que sólo hacían más difícil el paso del aire hacia sus pulmones.
El cuerpo desnudo de Dagmar estaba ante sus ojos, pero Hunter no tuvo tiempo de contemplarlo como le hubiera gustado. No era la manera en la que habría deseado despojarla de sus ropas, y definitivamente tampoco la situación que le hubiera gustado para un momento tan íntimo como ese, pero no tenía tiempo para quejarse de que el destino lo hubiera decidido de ese modo. Tenía que actuar, hacerlo rápido, si quería que ella siguiera con vida, porque quizá ella aún permanecía de pie, aún se movía, respiraba y hablaba, pero eso no significaba que el peligro había pasado. Todo lo demás podía esperar.
La sostuvo con cuidado para no lastimarla y ayudarle a recostarse sobre la cama, pero ella comenzó a alterarse y hablar de cosas sin sentido alguno. ¿Criaturas sobrenaturales? ¿Cazadores que protegen a los humanos? El rubio entrecerró los ojos al escuchar los disparates que manaban de su boca. Ella utilizó las pocas fuerzas que aún tenía y aferró sus manos a los brazos ajenos en un intento desesperado de que creyera en sus increíbles confesiones. Hunter intentó tranquilizarla, tocó su frente y se dio cuenta de que la fiebre se intensificaba a gran velocidad, por lo que se convenció de que sus palabras no eran más que delirios propios de la hipertermia de la que estaba siendo víctima.
Tenía que lavar la herida para impedir que esta se infectara, y tenía que hacerlo rápido.
La dejó sola un momento y fue en busca de todo lo necesario. Algunas cosas las tomó del hotel, como las toallas que le proveían para que pudiera ducharse, las cuales hizo jirones para colocárselas sobre la herida y hacer presión para evitar que siguiera desangrándose, y otras más las consiguió entre sus propias pertenencias. También bajó hasta la recepción del hotel y ordenó que le trajeran material de curación que sólo podía conseguirse en una botica. Evitó darle información de más al mensajero al que le destinó su encargó, simplemente le hizo saber que era una cuestión de vida o muerte y que por lo tanto debía darse prisa.
Al cabo de una hora, la herida de Dagmar había dejado de sangrar. Ahora sólo había que asegurarse de que no se infectara y de que cerrara lo antes posible, pero para ello debía interrogarla, saber qué había sido exactamente lo que le había causado esa terrible y profunda cortada, y en esos instantes ella estaba inconsciente por el dolor.
Se quedó junto a ella, sentado sobre el suelo porque temía que un movimiento de la cama pudiera lastimarla si decidía recostarse a su lado. Tocó su frente y la fiebre aún permanecía, pero sabía que era algo normal, que debía darle tiempo a los medicamentos para que surtieran su efecto.
—Vas a ponerte bien, tienes que hacerlo… —tomo su manó y se encomendó al Dios que había conocido gracias a su padre.
Rezó por ella, por su bienestar. Le rogó que no se la quitara, al menos no tan pronto ni de esa forma tan injusta.
—Shhhh, no hables —le pidió al notar el esfuerzo que significaba para ella—, no vas a morirte y no me has despertado ni molestado. Has hecho bien en venir aquí —aseguró con un tono ausente, sin levantar la vista esta vez, demasiado concentrado en su labor de desvestirla y liberarla del montón de cordones que sólo hacían más difícil el paso del aire hacia sus pulmones.
El cuerpo desnudo de Dagmar estaba ante sus ojos, pero Hunter no tuvo tiempo de contemplarlo como le hubiera gustado. No era la manera en la que habría deseado despojarla de sus ropas, y definitivamente tampoco la situación que le hubiera gustado para un momento tan íntimo como ese, pero no tenía tiempo para quejarse de que el destino lo hubiera decidido de ese modo. Tenía que actuar, hacerlo rápido, si quería que ella siguiera con vida, porque quizá ella aún permanecía de pie, aún se movía, respiraba y hablaba, pero eso no significaba que el peligro había pasado. Todo lo demás podía esperar.
La sostuvo con cuidado para no lastimarla y ayudarle a recostarse sobre la cama, pero ella comenzó a alterarse y hablar de cosas sin sentido alguno. ¿Criaturas sobrenaturales? ¿Cazadores que protegen a los humanos? El rubio entrecerró los ojos al escuchar los disparates que manaban de su boca. Ella utilizó las pocas fuerzas que aún tenía y aferró sus manos a los brazos ajenos en un intento desesperado de que creyera en sus increíbles confesiones. Hunter intentó tranquilizarla, tocó su frente y se dio cuenta de que la fiebre se intensificaba a gran velocidad, por lo que se convenció de que sus palabras no eran más que delirios propios de la hipertermia de la que estaba siendo víctima.
Tenía que lavar la herida para impedir que esta se infectara, y tenía que hacerlo rápido.
La dejó sola un momento y fue en busca de todo lo necesario. Algunas cosas las tomó del hotel, como las toallas que le proveían para que pudiera ducharse, las cuales hizo jirones para colocárselas sobre la herida y hacer presión para evitar que siguiera desangrándose, y otras más las consiguió entre sus propias pertenencias. También bajó hasta la recepción del hotel y ordenó que le trajeran material de curación que sólo podía conseguirse en una botica. Evitó darle información de más al mensajero al que le destinó su encargó, simplemente le hizo saber que era una cuestión de vida o muerte y que por lo tanto debía darse prisa.
Al cabo de una hora, la herida de Dagmar había dejado de sangrar. Ahora sólo había que asegurarse de que no se infectara y de que cerrara lo antes posible, pero para ello debía interrogarla, saber qué había sido exactamente lo que le había causado esa terrible y profunda cortada, y en esos instantes ella estaba inconsciente por el dolor.
Se quedó junto a ella, sentado sobre el suelo porque temía que un movimiento de la cama pudiera lastimarla si decidía recostarse a su lado. Tocó su frente y la fiebre aún permanecía, pero sabía que era algo normal, que debía darle tiempo a los medicamentos para que surtieran su efecto.
—Vas a ponerte bien, tienes que hacerlo… —tomo su manó y se encomendó al Dios que había conocido gracias a su padre.
Rezó por ella, por su bienestar. Le rogó que no se la quitara, al menos no tan pronto ni de esa forma tan injusta.
Hunter Vaughan- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 02/11/2011
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Re: No resistance [+18] | Privado
El dolor había nublado sin duda todos sus sentidos. Dagmar podía sentir un hormigueo en cada parte de su figura, uno que le incomodaba demasiado, que le ponía de mal humor. En el pasado había tenido innumerables enfrentamientos con criaturas de la noche, había salido herida de mil y un formas, pero nada tan serio como en esa ocasión. Sólo se había tratado de un estúpido descuido que ella tuvo; su rostro se giró, y claro, observó por otro lado, su atención se había enfocado en alguien más, descuidándose a ella misma, en ese momento se mostraban las consecuencias; jamás se había permitido fallas de esa forma, ni siquiera entendía que la llevó a tal imprudencia, pero aunque su mente nublada analizara varias veces el panorama, lo cierto es que apenas y podía pensar bien. Vació su cabeza de cualquier pensamiento que se le cruzara, no era momento para regañarse por sus tonterías, así que sólo se concentró en evitar el dolor.
A cada segundo que transcurría, la vista se le iba nublando, el dolor se le esfumó, se hundió en la oscuridad, ella había perdido la consciencia. Aquello no era malo, al menos la alejaría un momento de esa escena desagradable, le tocaba descansar, de esa forma al abrir los ojos se encontraría lo suficientemente repuesta para ayudarse en la recuperación. La energía, las ganas, eso ayudaba en demasía.
Más de media hora después, la cazadora volvió en si. Sus ojos se abrieron por un momento, al notar la oscuridad casi absoluta, y no era completa por una que otra vela alrededor. Después de unos momentos los volvió a cerrar, movió su cintura un poco, eso provocó que sus labios se separaran dejando salir un quejido fuerte. Sus ojos se volvieron a abrir, de esa manera sólo movió de nueva cuenta el rostro para buscar una señal, no recordaba el lugar, ¿dónde estaba? ¿qué se suponía que hacía ahí? Tragó saliva ¿Y si la habían capturado? Su mente viajaba en mil direcciones pero no lo hacía en el camino correcto. El que la había llevado a pedir ayuda a Hunter. De un momento a otro se topó con el perfil masculino de alguien que le parecía conocido, pero en ese instante no podía recordar. Con el dolor que iba incrementando, no se quiso mover ni un palmo. Si fuera un agresor, ya la habría atacado, ¿no es así? De golpe el recuerdo apareció. Se relamió los labios sintiéndolos secos, pero su boca también fastidió por la falta de agua.
- Hola - Susurró con ese rostro pálido. Esbozó media sonrisa, o al menos el intento de ella. - Lamento esto - Movió las manos hacía atrás, de esa forma se ayudó a sentarse, aunque de forma débil, no tenía la fuerza para sostenerse, como pudo se movió para recargarse en la cabecera de la cama, el aire frío que corría por la ventana le llegó de golpe, se dio cuenta de su desnudez, aunque estaba nerviosa, apenada, y ahora enrojecida, se tomó el tiempo pertinente para mover las sabanas que tenía a un lado, se cubrió, no por vergüenza, a ella no le daba miedo mostrarse su cuerpo, pues su trabajo le había costado. Años de entrenamiento. - Lamento llegar de esa forma, pero no deseaba ir a casa, quería verte, sabía que me ayudarías - Se encogió de hombros como pudo. Algunos quejidos se salían de sus labios cuando se movía, apenas y podía hacerlo, pero lo intentaba, pues la inercia, el nervio le hacían cometer esos movimientos imprudentes.
- Supongo que esperas escuchar la verdad ¿no es así? - Suspiró. - Soy revolucionaria, y no sólo eso, una cazadora - Si Hunter había llegado a Paris, tenía que saber la situación en la que hace poco se había sometido el pueblo. La corona había caído, los gobernantes se habían esfumado, algunos incluso terminaron sin cabeza y mostrando (ante los conocedores de las otras especies), su verdadera naturaleza. Dagmar deseaba mostrarle de su mundo, corría muchos riesgos el decirle las verdades que las poblaciones ignoraban, seguramente la tacharía de loca, de mentirosa, y se negaría a volverla a ver, o incluso la correría de aquel cuarto del hotel ¿él sería capaz? - Tengo que saber si confías en mi, hay cosas que te diré, probablemente suenen muy disparatadas, locas, irreales - Volvió a relamerse sus labios, dobló el rostro con la finalidad de poder captar lo que había cerca - ¿Podrías darme un poco de agua? Mi garganta me lastima - Se sintió avergonzada, después de haber llegado de esa forma, ¿pedir más? Sin duda se estaba comportando como una desconsiderada, pero la necesidad de sentirse bien para terminar de confesarse le azotaba el interior. - Creo que el tema de la revolución no es tan complicado, eso lo has comprendido fácil ¿Verdad? Quería hacer algo por mi pueblo - Su respiración comenzaba a ponerse pesada, pero ella debía continuar - Pero ser cazadora, eso es algo más complicado… ¿Tienes idea de cuantas criaturas existen aparte de los humanos, Hunter? - Cerró los ojos - No, no estoy loca, los vampiros existen, así como los licántropos, y los cambiantes…
A cada segundo que transcurría, la vista se le iba nublando, el dolor se le esfumó, se hundió en la oscuridad, ella había perdido la consciencia. Aquello no era malo, al menos la alejaría un momento de esa escena desagradable, le tocaba descansar, de esa forma al abrir los ojos se encontraría lo suficientemente repuesta para ayudarse en la recuperación. La energía, las ganas, eso ayudaba en demasía.
Más de media hora después, la cazadora volvió en si. Sus ojos se abrieron por un momento, al notar la oscuridad casi absoluta, y no era completa por una que otra vela alrededor. Después de unos momentos los volvió a cerrar, movió su cintura un poco, eso provocó que sus labios se separaran dejando salir un quejido fuerte. Sus ojos se volvieron a abrir, de esa manera sólo movió de nueva cuenta el rostro para buscar una señal, no recordaba el lugar, ¿dónde estaba? ¿qué se suponía que hacía ahí? Tragó saliva ¿Y si la habían capturado? Su mente viajaba en mil direcciones pero no lo hacía en el camino correcto. El que la había llevado a pedir ayuda a Hunter. De un momento a otro se topó con el perfil masculino de alguien que le parecía conocido, pero en ese instante no podía recordar. Con el dolor que iba incrementando, no se quiso mover ni un palmo. Si fuera un agresor, ya la habría atacado, ¿no es así? De golpe el recuerdo apareció. Se relamió los labios sintiéndolos secos, pero su boca también fastidió por la falta de agua.
- Hola - Susurró con ese rostro pálido. Esbozó media sonrisa, o al menos el intento de ella. - Lamento esto - Movió las manos hacía atrás, de esa forma se ayudó a sentarse, aunque de forma débil, no tenía la fuerza para sostenerse, como pudo se movió para recargarse en la cabecera de la cama, el aire frío que corría por la ventana le llegó de golpe, se dio cuenta de su desnudez, aunque estaba nerviosa, apenada, y ahora enrojecida, se tomó el tiempo pertinente para mover las sabanas que tenía a un lado, se cubrió, no por vergüenza, a ella no le daba miedo mostrarse su cuerpo, pues su trabajo le había costado. Años de entrenamiento. - Lamento llegar de esa forma, pero no deseaba ir a casa, quería verte, sabía que me ayudarías - Se encogió de hombros como pudo. Algunos quejidos se salían de sus labios cuando se movía, apenas y podía hacerlo, pero lo intentaba, pues la inercia, el nervio le hacían cometer esos movimientos imprudentes.
- Supongo que esperas escuchar la verdad ¿no es así? - Suspiró. - Soy revolucionaria, y no sólo eso, una cazadora - Si Hunter había llegado a Paris, tenía que saber la situación en la que hace poco se había sometido el pueblo. La corona había caído, los gobernantes se habían esfumado, algunos incluso terminaron sin cabeza y mostrando (ante los conocedores de las otras especies), su verdadera naturaleza. Dagmar deseaba mostrarle de su mundo, corría muchos riesgos el decirle las verdades que las poblaciones ignoraban, seguramente la tacharía de loca, de mentirosa, y se negaría a volverla a ver, o incluso la correría de aquel cuarto del hotel ¿él sería capaz? - Tengo que saber si confías en mi, hay cosas que te diré, probablemente suenen muy disparatadas, locas, irreales - Volvió a relamerse sus labios, dobló el rostro con la finalidad de poder captar lo que había cerca - ¿Podrías darme un poco de agua? Mi garganta me lastima - Se sintió avergonzada, después de haber llegado de esa forma, ¿pedir más? Sin duda se estaba comportando como una desconsiderada, pero la necesidad de sentirse bien para terminar de confesarse le azotaba el interior. - Creo que el tema de la revolución no es tan complicado, eso lo has comprendido fácil ¿Verdad? Quería hacer algo por mi pueblo - Su respiración comenzaba a ponerse pesada, pero ella debía continuar - Pero ser cazadora, eso es algo más complicado… ¿Tienes idea de cuantas criaturas existen aparte de los humanos, Hunter? - Cerró los ojos - No, no estoy loca, los vampiros existen, así como los licántropos, y los cambiantes…
Dagmar Biermann- Cazador Clase Alta
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Re: No resistance [+18] | Privado
El muchacho intentó cuidar de ella todo lo que le fue posible. Estuvo al pendiente de cada movimiento, por más mínimo que este fuera; revisó que su pulso estuviera dentro de lo normal, contabilizó las respiraciones por minuto, la temperatura en su cuerpo, pero el cansancio terminó por vencerlo y se quedó dormido. Sentado sobre el piso, al pie de la cama sobre la que su amada yacía, el rubio se le unió en ese sueño profundo y reparador. Nunca tuvo la intención de soltar la mano de Dagmar, pero lo hizo sin darse cuenta cuando empezó a ladearse lentamente, hasta quedar completamente recostado sobre la alfombra de la habitación, que estaba llena de gasas y recipientes vacíos que había utilizado durante la curación.
Eran casi las cuatro de la madrugada y él apenas y logró dormir poco más de media hora. Lo habría hecho toda la noche de ser posible, estaba lo suficientemente cansado para ello, pero sintió a Dagmar cuando empezó a quejarse y removerse sobre la cama, intentando reincorporarse sobre ésta. Hunter se despertó rápidamente, confundido y desorientado. Por un segundo no recordó lo que había ocurrido, pero al verla allí, tendida, semidesnuda y con la misteriosa herida con la que había llegado a pedirle auxilio, recapituló todo lo ocurrido, o al menos la parte que le había tocado a él, porque era más que obvio que Dagmar tenía mucho por relatarle.
Se hincó cerca de la cama y volvió a tomar la mano de Dagmar; la besó con vehemencia y agradecimiento: seguía viva. Él esperaba que ese cariñoso gesto y la media sonrisa que esbozó, que en realidad era la de un hombre enamorado, preocupado por la joven y su estado de salud, fueran suficientes para hacerle saber que ella no debía sentirse culpable por estar allí, con él, porque para Hunter ese era el mejor lugar donde ella podía estar.
—Ya tendremos tiempo para charlar al respecto, preciosa, ahora tienes que descansar, no creo que… —comenzó a decir cuando ella inició la serie de declaraciones, pero las confesiones que la joven le hizo eran tan extraordinarias, tan inverosímiles que no pudo continuar.
Se quedó callado, escuchando cada palabra. Le prestó la misma atención que habría brindado si ella hubiera hablado de cuanto le adoraba. Entendió a la perfección la situación de Francia y su corona, sus ganas de ayudar al pueblo, pues él seguramente habría hecho lo mismo por su nación y su gente, pero la parte en la que aseguraba que ella era una cazadora de seres sobrenaturales, que criaturas como licántropos y vampiros existían y deambulaban junto a los humanos, era francamente inconcebible. Hizo un gran esfuerzo por no hacer evidente su incredulidad y mirarla como a una loca; no quería ofenderla diciéndole que sus palabras eran disparates, pero así era como sonaban.
—Confío en ti… —le aseguró, con una voz tan apagada que dejaba entrever la desilusión que el hombre estaba sintiendo al ver que la mujer de la que se había enamorado no confiaba lo suficiente en él como para decirle la verdad.
Suavemente, soltó la mano de la muchacha y se puso de pie para acercarse a la mesita de noche, tomar la jarra de cristal y poder servir en un vaso un poco del agua que tanto deseaba la joven. Se lo acercó a la boca con cuidado y lo retiró cuando ella hubo saciado su sed. No dijo nada más porque la verdad es que no sabía qué decir. Ella había logrado sumirlo en una batalla interna, en la que se debatía entre creerle o tildarla de loca, y si bien Dagmar nunca antes había mostrado señales de demencia, sí le parecía sospechoso que estuviera diciéndole ese tipo de cosas, justo en ese instante, bajo tales circunstancias. Le pareció más creíble que ella estuviera mintiéndole, que por alguna razón no quisiera revelarle la verdadera versión de los hechos y ahora tuviera la intención de enredarlo con esa historia fantasiosa, con hombres lobo y chupa sangre.
Se quedó callado por un largo rato, con una expresión sería y llena de frustración.
—Dagmar, dime la verdad. ¿Alguien te ha amenazado? —Preguntó, dispuesto a llegar a la verdad—. ¿Por qué estás diciéndome todo esto? Te creo lo de ser revolucionaria, tienes todo el espíritu, pero, ¿licántropos, vampiros? —Alzó las cejas y le dedicó una expresión llena de incredulidad—. ¿Estás diciéndome que un hombre es capaz de volverse una bestia en luna llena y todas esas historias que la gente cuenta? —gesticuló por lo absurdo que sonaba todo, casi ofendido al pensar que ella pudiera creer que él iba a tragarse ese cuento tan fácilmente.
Suspiró para disipar un poco de la momentánea molestia que le había acarreado toda esa historia fantasiosa y la intención de ella para hacer que la creyera.
—Escucha, puedo ayudarte, voy a hacerlo, no tienes porque inventar toda esa historia. Yo voy a comprender cualquier cosa por más difícil que sea. Sólo… se sincera conmigo —le pidió, olvidándose nuevamente de lo irónico que estaba tornándose todo, al ser él el ser más mentiroso en la faz de la tierra.
Eran casi las cuatro de la madrugada y él apenas y logró dormir poco más de media hora. Lo habría hecho toda la noche de ser posible, estaba lo suficientemente cansado para ello, pero sintió a Dagmar cuando empezó a quejarse y removerse sobre la cama, intentando reincorporarse sobre ésta. Hunter se despertó rápidamente, confundido y desorientado. Por un segundo no recordó lo que había ocurrido, pero al verla allí, tendida, semidesnuda y con la misteriosa herida con la que había llegado a pedirle auxilio, recapituló todo lo ocurrido, o al menos la parte que le había tocado a él, porque era más que obvio que Dagmar tenía mucho por relatarle.
Se hincó cerca de la cama y volvió a tomar la mano de Dagmar; la besó con vehemencia y agradecimiento: seguía viva. Él esperaba que ese cariñoso gesto y la media sonrisa que esbozó, que en realidad era la de un hombre enamorado, preocupado por la joven y su estado de salud, fueran suficientes para hacerle saber que ella no debía sentirse culpable por estar allí, con él, porque para Hunter ese era el mejor lugar donde ella podía estar.
—Ya tendremos tiempo para charlar al respecto, preciosa, ahora tienes que descansar, no creo que… —comenzó a decir cuando ella inició la serie de declaraciones, pero las confesiones que la joven le hizo eran tan extraordinarias, tan inverosímiles que no pudo continuar.
Se quedó callado, escuchando cada palabra. Le prestó la misma atención que habría brindado si ella hubiera hablado de cuanto le adoraba. Entendió a la perfección la situación de Francia y su corona, sus ganas de ayudar al pueblo, pues él seguramente habría hecho lo mismo por su nación y su gente, pero la parte en la que aseguraba que ella era una cazadora de seres sobrenaturales, que criaturas como licántropos y vampiros existían y deambulaban junto a los humanos, era francamente inconcebible. Hizo un gran esfuerzo por no hacer evidente su incredulidad y mirarla como a una loca; no quería ofenderla diciéndole que sus palabras eran disparates, pero así era como sonaban.
—Confío en ti… —le aseguró, con una voz tan apagada que dejaba entrever la desilusión que el hombre estaba sintiendo al ver que la mujer de la que se había enamorado no confiaba lo suficiente en él como para decirle la verdad.
Suavemente, soltó la mano de la muchacha y se puso de pie para acercarse a la mesita de noche, tomar la jarra de cristal y poder servir en un vaso un poco del agua que tanto deseaba la joven. Se lo acercó a la boca con cuidado y lo retiró cuando ella hubo saciado su sed. No dijo nada más porque la verdad es que no sabía qué decir. Ella había logrado sumirlo en una batalla interna, en la que se debatía entre creerle o tildarla de loca, y si bien Dagmar nunca antes había mostrado señales de demencia, sí le parecía sospechoso que estuviera diciéndole ese tipo de cosas, justo en ese instante, bajo tales circunstancias. Le pareció más creíble que ella estuviera mintiéndole, que por alguna razón no quisiera revelarle la verdadera versión de los hechos y ahora tuviera la intención de enredarlo con esa historia fantasiosa, con hombres lobo y chupa sangre.
Se quedó callado por un largo rato, con una expresión sería y llena de frustración.
—Dagmar, dime la verdad. ¿Alguien te ha amenazado? —Preguntó, dispuesto a llegar a la verdad—. ¿Por qué estás diciéndome todo esto? Te creo lo de ser revolucionaria, tienes todo el espíritu, pero, ¿licántropos, vampiros? —Alzó las cejas y le dedicó una expresión llena de incredulidad—. ¿Estás diciéndome que un hombre es capaz de volverse una bestia en luna llena y todas esas historias que la gente cuenta? —gesticuló por lo absurdo que sonaba todo, casi ofendido al pensar que ella pudiera creer que él iba a tragarse ese cuento tan fácilmente.
Suspiró para disipar un poco de la momentánea molestia que le había acarreado toda esa historia fantasiosa y la intención de ella para hacer que la creyera.
—Escucha, puedo ayudarte, voy a hacerlo, no tienes porque inventar toda esa historia. Yo voy a comprender cualquier cosa por más difícil que sea. Sólo… se sincera conmigo —le pidió, olvidándose nuevamente de lo irónico que estaba tornándose todo, al ser él el ser más mentiroso en la faz de la tierra.
Hunter Vaughan- Humano Clase Alta
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Re: No resistance [+18] | Privado
Los párpados le pesaban, pero era más su terquedad por verlo, la necesidad de poder decirle la verdad, que todo aquello le impedía dormirse. Ella siempre había sido así, o al menos con las personas que creía valían la pena, con aquellos a los que amaba. Si les guardaba secretos entonces nada era real, todo podría ser pasajero. El rubio no sólo llegó para hacerle ver que el mundo era más que un campo de batalla. El gusto lo podría tener hacía cualquier cosa, pero también con cualquier persona. La marea de emociones que manejaba hacía ese hombre era tan distinto a todo lo conocido. ¿Por qué llegaba en el momento en que ella pensaba mancharse? La vida daba muchas vueltas, ella lo sabía, siempre lo supo, o al menos desde que tiene memoria, mientras esos giros ocurrían, ella deseaba empaparlo de la verdad. ¡Él merecía la verdad!
Inevitablemente en su rostro se formó aquella sonrisa tenue que pocas veces mostraba, pues no se trataba de la burlona, mucho menos de la cariñosa o victoriosa después de una guerra bien ganada. Se trataba de esa que marcaba la desilusión, la derrota, lo imaginado pero no por eso descartado. La joven siempre supo que de decirle sus secretos más profundos, una oleada de negatividad los acompañaría. Nadie en su sano juicio creería todo aquello, todos, o al menos quienes no tenían idea de la realidad del mundo, la tirarían a loca, pero no lo era, menos que nadie. Si él desconfiaba estaba en su derecho, ¿para qué echárselo en cara? De nada servía hacerse la dolida por su falta de confianza, cuando ella misma quizás habría reaccionado de peor forma por ese tipo de confesiones.
- No confías en mi - Se atrevió a decir. - Está bien, no deseo que lo creas ahora, tampoco creía que me creyeras, este tipo de cosas se necesitan ver, no escuchar - Se encogió de hombros de manera instintiva, pero lo hizo con tanta brusquedad que la herida se movió. De sus labios un sollozó salió, el viento comenzó a golpear las ventanas, sus sentidos estaban despiertos, todos más alerta de lo normal, es por eso que se dio cuenta que la lluvia acompañaba sus miedos, pues golpeaban, interrumpían los silencios llevando el sonido del repique contra los cristales, de esa manera ella negaba poder mantener su mente tranquila, ni siquiera el clima se inclinaba a su favor, ella que tanto respetaba, admiraba y cuidaba la madre naturaleza, traicionera. Quizás aquello era una mala señal, las cosas probablemente no estarían bien.
- Ven aquí - Le pedió, refiriéndose obviamente a la cama, a su lado. - Necesito abrazarte, incluso aunque no creas mis palabras - ¿Había escapatoria? Si, la había, ella bien podría buscar toda la energía que le quedaba para ponerse de pie, bajar las escaleras, caminar por aquellas calles parisinas y después adentrarse al bosque cual filete expuesto al lobo hambriento, si bien le iba llegaría a casa con vida, herida, pero viva, sin embargo la esperanza seguía latente, y por esa razón se quedó ahí; otro sollozó interrumpió el sonido de la lluvia, pero también los silencios largos que tenían, pues con brusquedad movió su figura para darle el espacio suficiente para que él, su ahora enfermero particular, se recostara; abrió los brazos dejando que las mantas se apartaran del lado otorgado, no importó que se notara un poco más de su desnudez, ya la había visto sin ropa, ¿qué más daba un poco más? El punto era envolverlo en sus brazos, en la tela cálida, unirse ahí, sin importar si se hablaba o se mantenía en silencio. -Muchos me siguen. - Un silencio breve llegó. Reflexionó y siguió hablando - No soy lo que esperabas ¿verdad? - Agradeció al menos que el chico se hubiera recostado, así pudo recargar su cabeza sobre su pecho, de esa forma, en esa posición evitaría verle la cara de desilusión, esa que ahora no se quitaba de la mente, y que no soportaría seguir viendo.
Dagmar estaba experimentando tantas emociones que creyó estaba a punto de experimentar una crisis severa de ansiedad, sin embargo, con algunas bocanas de aire bien tomadas, la joven se pudo controlar. No valía la pena hacer más alboroto del que ya tenían, de hecho, cerró los ojos impidiendo que las lagrimas corrieran, pues el sentimiento que dejaría salir no era claro. Vergüenza, tristeza, rabia, dolor, arrepentimiento. Jamás se creyó experimentar tanto en una misma situación, pero ahí estaba, notando que todo y más se podía. Todo por culpa de él quien le ponía el mundo de cabeza; la mano que descansaba sobre el pecho masculino empezó a acariciar la zona, evidentemente las dobles intenciones carecían, sin embargo buscaba que las caricias le transmitieran la verdad, que con ellas le creyera del todo, aquello era absurdo, seguramente un anhelo demasiado grande, pues era evidente que esos movimientos nada le transmitirían, quizás simples cosquillas.
- La mayoría de las personas no creemos en algo que no hemos visto, o de lo que no nos han instruido o educado, eso no quiere decir que no exista, o tampoco que sea mentira ¿Nunca te has planteado eso? Es como cuando cuentan sobre los fantasmas, algunos afirman que existen por que los han visto, otros lo creen porque se los han contado, pero algunos otros creen que solo son tonterías, porque no lo ven o porque sólo parece un chiste mal elaborado… ¿Crees en los fantasmas? ¿Crees en Dios? ¿En el bien y el mal? - Dagmar, quien siempre o al menos hasta la fecha había reaccionado a la defensiva cuando alguien no le creía o se burlaba en su cara, se encontraba tranquila, armada de una paciencia poco creíble en ella, pero demostrando que su aprecio a la persona con la que se encontraba era inmenso - No me creas ahora, Hunter, cuando veas la verdad quiero que me beses como a nadie, porque te habré dicho más que verdades, sino también peligros inminentes, porque mereceré tu boca sobre la mía, y porque sabrás que jamás te ocultaría nada - Sonrió, aunque estaba segura él no vería su gesto, podría sentirlo, pues ambas figuras tan juntas notarían el acercamiento. Giró su rostro, y de nuevo, ignorando su dolor, también movió su figura, logrando así depositar un beso húmedo sobre su torso.
Inevitablemente en su rostro se formó aquella sonrisa tenue que pocas veces mostraba, pues no se trataba de la burlona, mucho menos de la cariñosa o victoriosa después de una guerra bien ganada. Se trataba de esa que marcaba la desilusión, la derrota, lo imaginado pero no por eso descartado. La joven siempre supo que de decirle sus secretos más profundos, una oleada de negatividad los acompañaría. Nadie en su sano juicio creería todo aquello, todos, o al menos quienes no tenían idea de la realidad del mundo, la tirarían a loca, pero no lo era, menos que nadie. Si él desconfiaba estaba en su derecho, ¿para qué echárselo en cara? De nada servía hacerse la dolida por su falta de confianza, cuando ella misma quizás habría reaccionado de peor forma por ese tipo de confesiones.
- No confías en mi - Se atrevió a decir. - Está bien, no deseo que lo creas ahora, tampoco creía que me creyeras, este tipo de cosas se necesitan ver, no escuchar - Se encogió de hombros de manera instintiva, pero lo hizo con tanta brusquedad que la herida se movió. De sus labios un sollozó salió, el viento comenzó a golpear las ventanas, sus sentidos estaban despiertos, todos más alerta de lo normal, es por eso que se dio cuenta que la lluvia acompañaba sus miedos, pues golpeaban, interrumpían los silencios llevando el sonido del repique contra los cristales, de esa manera ella negaba poder mantener su mente tranquila, ni siquiera el clima se inclinaba a su favor, ella que tanto respetaba, admiraba y cuidaba la madre naturaleza, traicionera. Quizás aquello era una mala señal, las cosas probablemente no estarían bien.
- Ven aquí - Le pedió, refiriéndose obviamente a la cama, a su lado. - Necesito abrazarte, incluso aunque no creas mis palabras - ¿Había escapatoria? Si, la había, ella bien podría buscar toda la energía que le quedaba para ponerse de pie, bajar las escaleras, caminar por aquellas calles parisinas y después adentrarse al bosque cual filete expuesto al lobo hambriento, si bien le iba llegaría a casa con vida, herida, pero viva, sin embargo la esperanza seguía latente, y por esa razón se quedó ahí; otro sollozó interrumpió el sonido de la lluvia, pero también los silencios largos que tenían, pues con brusquedad movió su figura para darle el espacio suficiente para que él, su ahora enfermero particular, se recostara; abrió los brazos dejando que las mantas se apartaran del lado otorgado, no importó que se notara un poco más de su desnudez, ya la había visto sin ropa, ¿qué más daba un poco más? El punto era envolverlo en sus brazos, en la tela cálida, unirse ahí, sin importar si se hablaba o se mantenía en silencio. -Muchos me siguen. - Un silencio breve llegó. Reflexionó y siguió hablando - No soy lo que esperabas ¿verdad? - Agradeció al menos que el chico se hubiera recostado, así pudo recargar su cabeza sobre su pecho, de esa forma, en esa posición evitaría verle la cara de desilusión, esa que ahora no se quitaba de la mente, y que no soportaría seguir viendo.
Dagmar estaba experimentando tantas emociones que creyó estaba a punto de experimentar una crisis severa de ansiedad, sin embargo, con algunas bocanas de aire bien tomadas, la joven se pudo controlar. No valía la pena hacer más alboroto del que ya tenían, de hecho, cerró los ojos impidiendo que las lagrimas corrieran, pues el sentimiento que dejaría salir no era claro. Vergüenza, tristeza, rabia, dolor, arrepentimiento. Jamás se creyó experimentar tanto en una misma situación, pero ahí estaba, notando que todo y más se podía. Todo por culpa de él quien le ponía el mundo de cabeza; la mano que descansaba sobre el pecho masculino empezó a acariciar la zona, evidentemente las dobles intenciones carecían, sin embargo buscaba que las caricias le transmitieran la verdad, que con ellas le creyera del todo, aquello era absurdo, seguramente un anhelo demasiado grande, pues era evidente que esos movimientos nada le transmitirían, quizás simples cosquillas.
- La mayoría de las personas no creemos en algo que no hemos visto, o de lo que no nos han instruido o educado, eso no quiere decir que no exista, o tampoco que sea mentira ¿Nunca te has planteado eso? Es como cuando cuentan sobre los fantasmas, algunos afirman que existen por que los han visto, otros lo creen porque se los han contado, pero algunos otros creen que solo son tonterías, porque no lo ven o porque sólo parece un chiste mal elaborado… ¿Crees en los fantasmas? ¿Crees en Dios? ¿En el bien y el mal? - Dagmar, quien siempre o al menos hasta la fecha había reaccionado a la defensiva cuando alguien no le creía o se burlaba en su cara, se encontraba tranquila, armada de una paciencia poco creíble en ella, pero demostrando que su aprecio a la persona con la que se encontraba era inmenso - No me creas ahora, Hunter, cuando veas la verdad quiero que me beses como a nadie, porque te habré dicho más que verdades, sino también peligros inminentes, porque mereceré tu boca sobre la mía, y porque sabrás que jamás te ocultaría nada - Sonrió, aunque estaba segura él no vería su gesto, podría sentirlo, pues ambas figuras tan juntas notarían el acercamiento. Giró su rostro, y de nuevo, ignorando su dolor, también movió su figura, logrando así depositar un beso húmedo sobre su torso.
Dagmar Biermann- Cazador Clase Alta
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Dagmar no demostró tener la intención de retractarse de la increíble historia que acababa de contar; parecía tan convencida de sus relatos, tan sincera que Hunter, que le adoraba como no recordaba haber querido antes a otra persona, exceptuando a su hija, empezó a ceder al respecto. Se cuestionó. Quizá era un loco por hacerlo pero Dagmar le gustaba tanto que era capaz de otorgarle el beneficio de la duda. Estaba dispuesto a empezar a creer en seres sobrenaturales con tal de no perderla; le creería todo, cada palabra, porque sentía que ya no era dueño de sí mismo. Le pertenecía y no sentía el menor pudor con decírselo o hacerlo público al mundo entero, de hecho, eso era lo que más deseaba, hacer pública su fascinación por esa mujer, que todos supieran el torbellino de sentimientos que ella desataba en el interior, lo vivo que se sentía cada vez que la tenía cerca. ¿Era amor? No se sentía capaz de llamarlo de otro modo. En el fondo seguía pareciéndole algo increíble lo rápido que había ocurrido todo y bajo qué circunstancias pero, ¿acaso no eran así las cosas del corazón? Los designios del amor era una de esas cosas que no tenía sentido intentar descifrar, simplemente porque el corazón poseía mecanismos y una magia más allá de todo lo terrenal. Cuando meditó al respecto no pudo evitar compararlo con la historia que Dagmar le había contado. ¿Quién era él para descartar la posible existencia de otros seres? Pensar que la raza humana era la única que poblaba al mundo era un pensamiento demasiado arrogante.
—Discúlpame, me he comportado como un idiota contigo; he sido demasiado escéptico, admito que no debería ser tan incrédulo —la expresión en su rostro se suavizó mostrando un arrepentimiento que era tan real como sus sentimientos hacia ella.
Hunter se acercó y tomó su mano, pero cuando la joven le invitó a acompañarlo en la cama, él no dudó ni un segundo en cumplir su deseo. Con cuidado apartó las sábanas y se abrió campo en el lecho; se movió con suavidad porque sabía que podía lastimarla. Su cuerpo, que era delgado pero macizo porque estaba bien trabajado, se pegó al cuerpo desnudo de la muchacha. Ella estaba tibia, se le percibía acalorada, quizá porque la fiebre aún no desaparecía del todo. El rubio acomodó su cabeza sobre la almohada y cruzó su brazo por detrás de la cabeza de la castaña.
—No importa en lo que yo crea, te creo a ti, cada palabra, eso es todo lo que necesitas saber —continuó hablando pero esta vez utilizando una voz suave, casi susurrándole al oído.
—Tienes razón, existen muchas cosas que nunca he visto y eso no significa que no existan. Por supuesto que creo en las cosas extraordinarias, por ejemplo, yo nunca creí encontrar a una mujer como tú y enamorarme de este modo, y mírame, estoy loco por ti —era la primera vez que lo decía así, tan explícitamente—. Así que no vuelvas a decir eso porque eres todo lo que esperaba, rebasaste todas las expectativas. Dagmar, para mi tú eres perfecta.
Un inesperado silencio se prolongó luego de esa confesión pero Hunter no lo interpretó como algo incómodo. No sabía cómo explicarlo pero sentía que incluso callados eran capaces de seguir comunicándose, como si poseyeran una especie de complicidad o lazo que los unía, algo que definitivamente jamás había vivido antes. ¿Sería ella capaz de percibir el amor, la pasión que desataba en él?
—Te amo, Dagmar Biermann, ahora estoy seguro de ello —confesó una vez más porque ya no se sentía capaz de seguir callándoselo; no había cabida para el miedo o las inseguridades, estaba dispuesto a jugársela, convencido de atreverse a todo.
—¿Qué tal si mejor te beso ahora? —sugirió, y así fue. La boca de Hunter atrapó los labios ajenos en un beso tan cariñoso como apasionado que se prolongó durante casi dos minutos.
—Quedémonos aquí, así, para siempre, para que nada ni nadie pueda interrumpirnos o separarnos. No quiero compartirte con nadie más, te quiero solo para mí, sin límite de tiempo —le dijo con la respiración agitada cuando por fin la liberó de su boca por algunos segundos, para después continuar con las románticas demostraciones.
—Si no estuvieras herida te tomaría entre mis brazos y no te dejaría ir. No tienes idea de las ganas que tengo de hacerte el amor… —debajo de las sábanas, las manos de Hunter cobraron vida. Mientras su boca saboreaba sus labios, las manos trepaban por la estrecha cintura acariciando la piel suave y desnuda, sintiéndose inoportunamente apasionado. Su temperatura subió igualando la de Dagmar y el ritmo cardiaco se aceleró involuntariamente sin poder controlarlo. Deseaba con el alma poder dar rienda suelta a sus deseos pero se obligó a sí mismo a no seguir porque sabía que no era el momento.
—Lo lamento… sé que estoy siendo imprudente y desconsiderado, quizá un tanto atrevido, es sólo que… me es difícil contenerme cuando te tengo tan cerca —se disculpó intentando recobrar la compostura, algo que parecía imposible junto a una mujer tan hermosa y deseable como Dagmar.
—Discúlpame, me he comportado como un idiota contigo; he sido demasiado escéptico, admito que no debería ser tan incrédulo —la expresión en su rostro se suavizó mostrando un arrepentimiento que era tan real como sus sentimientos hacia ella.
Hunter se acercó y tomó su mano, pero cuando la joven le invitó a acompañarlo en la cama, él no dudó ni un segundo en cumplir su deseo. Con cuidado apartó las sábanas y se abrió campo en el lecho; se movió con suavidad porque sabía que podía lastimarla. Su cuerpo, que era delgado pero macizo porque estaba bien trabajado, se pegó al cuerpo desnudo de la muchacha. Ella estaba tibia, se le percibía acalorada, quizá porque la fiebre aún no desaparecía del todo. El rubio acomodó su cabeza sobre la almohada y cruzó su brazo por detrás de la cabeza de la castaña.
—No importa en lo que yo crea, te creo a ti, cada palabra, eso es todo lo que necesitas saber —continuó hablando pero esta vez utilizando una voz suave, casi susurrándole al oído.
—Tienes razón, existen muchas cosas que nunca he visto y eso no significa que no existan. Por supuesto que creo en las cosas extraordinarias, por ejemplo, yo nunca creí encontrar a una mujer como tú y enamorarme de este modo, y mírame, estoy loco por ti —era la primera vez que lo decía así, tan explícitamente—. Así que no vuelvas a decir eso porque eres todo lo que esperaba, rebasaste todas las expectativas. Dagmar, para mi tú eres perfecta.
Un inesperado silencio se prolongó luego de esa confesión pero Hunter no lo interpretó como algo incómodo. No sabía cómo explicarlo pero sentía que incluso callados eran capaces de seguir comunicándose, como si poseyeran una especie de complicidad o lazo que los unía, algo que definitivamente jamás había vivido antes. ¿Sería ella capaz de percibir el amor, la pasión que desataba en él?
—Te amo, Dagmar Biermann, ahora estoy seguro de ello —confesó una vez más porque ya no se sentía capaz de seguir callándoselo; no había cabida para el miedo o las inseguridades, estaba dispuesto a jugársela, convencido de atreverse a todo.
—¿Qué tal si mejor te beso ahora? —sugirió, y así fue. La boca de Hunter atrapó los labios ajenos en un beso tan cariñoso como apasionado que se prolongó durante casi dos minutos.
—Quedémonos aquí, así, para siempre, para que nada ni nadie pueda interrumpirnos o separarnos. No quiero compartirte con nadie más, te quiero solo para mí, sin límite de tiempo —le dijo con la respiración agitada cuando por fin la liberó de su boca por algunos segundos, para después continuar con las románticas demostraciones.
—Si no estuvieras herida te tomaría entre mis brazos y no te dejaría ir. No tienes idea de las ganas que tengo de hacerte el amor… —debajo de las sábanas, las manos de Hunter cobraron vida. Mientras su boca saboreaba sus labios, las manos trepaban por la estrecha cintura acariciando la piel suave y desnuda, sintiéndose inoportunamente apasionado. Su temperatura subió igualando la de Dagmar y el ritmo cardiaco se aceleró involuntariamente sin poder controlarlo. Deseaba con el alma poder dar rienda suelta a sus deseos pero se obligó a sí mismo a no seguir porque sabía que no era el momento.
—Lo lamento… sé que estoy siendo imprudente y desconsiderado, quizá un tanto atrevido, es sólo que… me es difícil contenerme cuando te tengo tan cerca —se disculpó intentando recobrar la compostura, algo que parecía imposible junto a una mujer tan hermosa y deseable como Dagmar.
Hunter Vaughan- Humano Clase Alta
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Re: No resistance [+18] | Privado
El movimiento que generaba la respiración de Hunter la relajaba. Sus ojos cerrados no deseaban ver la luz, aunque si el rostro masculino. Una de sus manos se encontraba recargada en el pecho del rubio, acariciaba algunos de los botones de la playera que llevaba puesta, se había olvidado de su desnudes, daba gracias a su seguridad, también a sus entrenamientos de toda la vida, no tenía porque ocultar parte de su piel. Ahí, en ese momento, en ese espacio, en esa cómoda cama se encontraba experimentando lo que era la paz, la seguridad, la protección de alguien que no conocía más que su nombre. Dagmar odia ser una sedentaria, le molesta pensar que puede quedarse enterrada en un lugar como las plantas, le gusta la libertad, el poder correr por el campo, saber que existe algo más que puede necesitarla, viajar y conocer lugares extraordinarios, la idea de amarrarse a alguien siempre la ha aterrado, enfermado, incluso la había descartado, todo hasta que apareció él.
– “Estúpido rubio, alto y atractivo, Hunter” – Se dijo una y otra vez en su cabeza. Toda creencia bien estructurada en su interior se desplomó en el momento en que sus miradas se toparon. ¿Existía el destino? De nuevo cuestionarse eso le resultaba tedioso, no había creído en él hasta poco tiempo antes. En ese instante teniéndolo bajo su piel acalorada todo se reafirmaba. Aquello era mágico. ¿Y si la gitana había realizado un hechizo sobre ellos? No, aquella mujer se había comportado de forma dulce con ella, no tendría por que hacerle daño; descartó el pensamiento abriendo un ojo de forma perezosa para poder visualizarlo. Él era real, Hunter se podía palpar, no era una mentira. Se atrevió a alzar la mano con parsimonia hasta alcanzarle la mejilla y ahí dejarla reposar.
– Quizás si en algún momento me crees por completo, yo misma te muestre a cada una de esas criaturas – Su respiración ya estaba volviendo a la normalidad. – Aunque bajo mis condiciones, bajo mi cuidado - ¿Acaso el rubio bajaría la guardia? ¿La dejaría tomar el control de la situación, de la seguridad de ambos? Aunque no lo dijera en voz alta, escuchar aquella respuesta le era necesario, tanto como la sangre en su cuerpo. – Así me podrás creer del todo, no sólo porque me quieras – Cerró los ojos de nuevo. ¡Le costaba tanto trabajo mantenerse despierta! Lo estaba haciendo por él. Quizás si no lograba pasar la noche con vida, al menos le dejaría un bonito recuerdo.
Sólo bastó el silencio para saber que era lo que ambos necesitaban. Culminar la noche con la unión de ambos sería el cuadro perfecto, el recuerdo más grato que podría darle a alguien tan enamorado como ella, ¿Cómo decirle que no sólo le daba miedo su debilidad, sino también el hecho de que se mantenía virgen? Él debía intuirlo, o al menos eso deseaba que ocurriera.
– ¿Me amas? – Preguntó alzando un poco más el tono de voz. - ¿De verdad lo haces? – Supo entonces que la fuerza en su interior también podría ser movida por el amor. En el instante en que él le dijo aquellas palabras un poco de energía de quien sabe donde llegó. Lo besó, lo besó como nunca lo había hecho con nadie. Con lentitud, con deseo, con fuerza, con furia con violencia, pero sobretodo con amor, y de esa forma entre dientes, sin separarse un poco de aquella boca no pudo evitar decírselo, su corazón se encontraba tan acelerado, era imposible reprimir tal impulso – También te amo, ahora, mañana, y en el futuro lo seguiré haciendo – No sólo eran palabras que le surgían del alma, también eran promesas, de esas que no necesitan decirlas para saber que se cumplirán hasta el final de los días.
Sus piernas se enredaron con sutileza con las ajenas. Quiso mover su cuerpo para poder recostarse encima de él, lamentablemente el dolor y el cansancio sólo le provocó un chillido de dolor, el terror de sus ojos no se hizo esperar, se aferró a la camisa del chico, negó repetidas veces y se dejó vencer entre sus brazos. Lagrimas salían de entre sus ojos. Dagmar no deseaba morir y dejar sus promesas a medias por él. No decía nada, incluso su llanto era silencioso, al final el cansancio la venció. Se quedó dormida.
A la mañana siguiente, Dagmar sintió como una gota de sudor le recorría la espina dorsal. Abrió los ojos y observó a Hunter plácidamente dormido a su lado. Se veía tan tranquilo que prefirió no moverse, cerrar los ojos y seguir dormida. No tardó mucho en hacerlo, así hasta que despertó pasada la noche. Su estomagó comenzó a rugir, lo cierto es que el rubio ya le tenía preparada la cena, misma que le dio. Así pasaron los siguientes días. Compartían la cama a la hora de dormir, ella se colocaba algunas camisas masculinas para poder tener algo encima mientras se recuperaba, el joven la ayudaba a tomar el baño, a alimentarse. Así hasta que exactamente una semana pasó.
– Pensé que hoy no vendrías a cenar conmigo – Ya no tenía gran cosa en las heridas, de hecho, a penas y se le notaba, el rubio había hecho un trabajo fantástico al curarla. Recobró el color, su fuerza, e incluso su coquetería. Cuando Hunter atravesó la puerta se levantó de golpe para recibirlo abrazándolo por el cuello, cómo lo hacía desde que llegó a ese lugar. – Mi estomago no dejaba de reclamar – Lo besó con suavidad, lo condujo hasta la cama, le empujó para que se sentará. Lentamente le retiró el abrigo, desabrochó los botones de su camisa para liberarse de ella, le dejó el torso desnudo el cual no tardó en acariciar. Sin pensarlo dos veces se sentó sobre su regazo sin dejar de sonreír.
– Recuerdo que hace una semana temías por mis heridas – La coquetería en la voz le había vuelto, Dagmar lo deseaba, necesitaba poder sentirlo un poco más cerca, suficiente ya había tenido de solo besos y caricias. – También recuerdo que hablabas de querer hacer el amor – Estiró su rostro un poco más, su lengua acarició la oreja masculina, al poco tiempo la mordisqueó y tiró de ella. La cazadora no tardó mucho tiempo tranquila, de hecho hizo un camino de besos de la oreja hasta los labios, los cuales besó con lentamente, ¿cuánto tiempo duró aquello? ¿Cinco o diez minutos? La realidad es que había perdido parte del conteo de las horas del día.
– A menos que no quieras – Se levantó de golpe con esa sonrisa burlona, coqueta y divertida que la caracterizaba, caminó por la estancia con aquellos pies delgados hasta encontrarse frente a la mesa que adornaba aquella habitación, en ella había una cantidad prudente de platillos dispuestos a ser devorados por la pareja.
– “Estúpido rubio, alto y atractivo, Hunter” – Se dijo una y otra vez en su cabeza. Toda creencia bien estructurada en su interior se desplomó en el momento en que sus miradas se toparon. ¿Existía el destino? De nuevo cuestionarse eso le resultaba tedioso, no había creído en él hasta poco tiempo antes. En ese instante teniéndolo bajo su piel acalorada todo se reafirmaba. Aquello era mágico. ¿Y si la gitana había realizado un hechizo sobre ellos? No, aquella mujer se había comportado de forma dulce con ella, no tendría por que hacerle daño; descartó el pensamiento abriendo un ojo de forma perezosa para poder visualizarlo. Él era real, Hunter se podía palpar, no era una mentira. Se atrevió a alzar la mano con parsimonia hasta alcanzarle la mejilla y ahí dejarla reposar.
– Quizás si en algún momento me crees por completo, yo misma te muestre a cada una de esas criaturas – Su respiración ya estaba volviendo a la normalidad. – Aunque bajo mis condiciones, bajo mi cuidado - ¿Acaso el rubio bajaría la guardia? ¿La dejaría tomar el control de la situación, de la seguridad de ambos? Aunque no lo dijera en voz alta, escuchar aquella respuesta le era necesario, tanto como la sangre en su cuerpo. – Así me podrás creer del todo, no sólo porque me quieras – Cerró los ojos de nuevo. ¡Le costaba tanto trabajo mantenerse despierta! Lo estaba haciendo por él. Quizás si no lograba pasar la noche con vida, al menos le dejaría un bonito recuerdo.
Sólo bastó el silencio para saber que era lo que ambos necesitaban. Culminar la noche con la unión de ambos sería el cuadro perfecto, el recuerdo más grato que podría darle a alguien tan enamorado como ella, ¿Cómo decirle que no sólo le daba miedo su debilidad, sino también el hecho de que se mantenía virgen? Él debía intuirlo, o al menos eso deseaba que ocurriera.
– ¿Me amas? – Preguntó alzando un poco más el tono de voz. - ¿De verdad lo haces? – Supo entonces que la fuerza en su interior también podría ser movida por el amor. En el instante en que él le dijo aquellas palabras un poco de energía de quien sabe donde llegó. Lo besó, lo besó como nunca lo había hecho con nadie. Con lentitud, con deseo, con fuerza, con furia con violencia, pero sobretodo con amor, y de esa forma entre dientes, sin separarse un poco de aquella boca no pudo evitar decírselo, su corazón se encontraba tan acelerado, era imposible reprimir tal impulso – También te amo, ahora, mañana, y en el futuro lo seguiré haciendo – No sólo eran palabras que le surgían del alma, también eran promesas, de esas que no necesitan decirlas para saber que se cumplirán hasta el final de los días.
Sus piernas se enredaron con sutileza con las ajenas. Quiso mover su cuerpo para poder recostarse encima de él, lamentablemente el dolor y el cansancio sólo le provocó un chillido de dolor, el terror de sus ojos no se hizo esperar, se aferró a la camisa del chico, negó repetidas veces y se dejó vencer entre sus brazos. Lagrimas salían de entre sus ojos. Dagmar no deseaba morir y dejar sus promesas a medias por él. No decía nada, incluso su llanto era silencioso, al final el cansancio la venció. Se quedó dormida.
A la mañana siguiente, Dagmar sintió como una gota de sudor le recorría la espina dorsal. Abrió los ojos y observó a Hunter plácidamente dormido a su lado. Se veía tan tranquilo que prefirió no moverse, cerrar los ojos y seguir dormida. No tardó mucho en hacerlo, así hasta que despertó pasada la noche. Su estomagó comenzó a rugir, lo cierto es que el rubio ya le tenía preparada la cena, misma que le dio. Así pasaron los siguientes días. Compartían la cama a la hora de dormir, ella se colocaba algunas camisas masculinas para poder tener algo encima mientras se recuperaba, el joven la ayudaba a tomar el baño, a alimentarse. Así hasta que exactamente una semana pasó.
– Pensé que hoy no vendrías a cenar conmigo – Ya no tenía gran cosa en las heridas, de hecho, a penas y se le notaba, el rubio había hecho un trabajo fantástico al curarla. Recobró el color, su fuerza, e incluso su coquetería. Cuando Hunter atravesó la puerta se levantó de golpe para recibirlo abrazándolo por el cuello, cómo lo hacía desde que llegó a ese lugar. – Mi estomago no dejaba de reclamar – Lo besó con suavidad, lo condujo hasta la cama, le empujó para que se sentará. Lentamente le retiró el abrigo, desabrochó los botones de su camisa para liberarse de ella, le dejó el torso desnudo el cual no tardó en acariciar. Sin pensarlo dos veces se sentó sobre su regazo sin dejar de sonreír.
– Recuerdo que hace una semana temías por mis heridas – La coquetería en la voz le había vuelto, Dagmar lo deseaba, necesitaba poder sentirlo un poco más cerca, suficiente ya había tenido de solo besos y caricias. – También recuerdo que hablabas de querer hacer el amor – Estiró su rostro un poco más, su lengua acarició la oreja masculina, al poco tiempo la mordisqueó y tiró de ella. La cazadora no tardó mucho tiempo tranquila, de hecho hizo un camino de besos de la oreja hasta los labios, los cuales besó con lentamente, ¿cuánto tiempo duró aquello? ¿Cinco o diez minutos? La realidad es que había perdido parte del conteo de las horas del día.
– A menos que no quieras – Se levantó de golpe con esa sonrisa burlona, coqueta y divertida que la caracterizaba, caminó por la estancia con aquellos pies delgados hasta encontrarse frente a la mesa que adornaba aquella habitación, en ella había una cantidad prudente de platillos dispuestos a ser devorados por la pareja.
Dagmar Biermann- Cazador Clase Alta
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Hunter logró controlarse esa noche. No lo tomó como un rechazo. Simplemente, comprendió que, aunque ardía en deseos por hacerla suya, no era el momento adecuado. Se conformó con tenerla cerca, sólo para él, algo que no era insignificante, pues todo lo que deseaba era eso: tenerla a su lado, no importaba cómo, ni cuándo, mucho menos dónde. El tiempo era lo importante. Esa noche acarició su cabello hasta que la muchacha se quedó profundamente dormida, con la cabeza apoyada sobre su pecho. La miró durante un par de horas, admirando su belleza y la paz con la que descansaba, y una indescriptible dicha llenó su pecho al pensar que, si ella dormía de ese modo, tan placidamente, era porque se sentía segura a su lado. Dagmar no estaba equivocada. Hunter estaba dispuesto a protegerla de todo y de todos. Por eso el muchacho veló su sueño hasta muy entrada la noche y finalmente se le unió en sus sueños.
Los días pasaron y Hunter presenció con satisfacción cómo Dagmar se iba recuperando. Sin tener demasiados conocimientos en enfermería, había atendido muy bien la herida de la muchacha, por eso no se había infectado y el proceso de la cicatrización seguía su curso de manera correcta. Pronto, con un poco de suerte y los debidos cuidados, lo que los había alarmado tanto en su momento, quedaría reducido a una pequeña y apenas notoria marca sobre la blanca y perfecta piel de la joven cazadora. Tal vez la cicatriz molestaría a su vanidad de mujer, pero debía estar consciente de que el resultado podía haber sido mucho peor. Por su parte, Hunter hacía todo para animarla y lograr que no pensara más en lo ocurrido; deseaba que se olvidara, al menos por esos días, de su deber como cazadora y de todas esas criaturas de las que ella le había hablado. Si hubiera tenido el derecho de hacerlo, le habría pedido que no volviera más a las peligrosas actividades que realizaba como revolucionaría y cazadora, porque temía por ella. Tenía miedo de que volvieran a herirla y que esta vez no contara con demasiada suerte, o que, cuando acudiera a él para socorrerla, ya fuera demasiado tarde. Pero no se atrevía. No podía ser tan egoísta. No podía pedirle que abandonara sus convicciones, sus ideales, tan sólo por él. ¿Lo habría hecho de habérselo pedido? ¿Habría dejado todo por él? Era algo que en el fondo no sabía si realmente deseaba descubrir, por lo que todo eso conllevaba. Pudo haber sacado a colación el tema, encontrar la manera de abordarlo, con la delicadeza que lo caracterizaba, pero cedió ante las inesperadas caricias que le eran proporcionadas y que resultaban revitalizantes para ambos, como beber un gran vaso de agua fresca en una tarde acalorada. Las manos de la muchacha recorrieron el pecho de Hunter hasta dejarlo desnudo, y él, que creía fielmente que no tenía resistencia alguna ante la divina presencia de la cazadora, se dejó llevar por el momento. Permitió que ella lo sedujera y se dejó seducir sin meter las manos. Como si se tratara de un primerizo, fue consciente del temblor en sus piernas, del cosquilleo en su entrepierna, de la temperatura que subía y los latidos que aumentaban. Pero, pronto, todo le fue arrebatado.
Se quedó sentado, mirando desconcertado cómo ella se alejaba para dirigirse a la mesa. Le llevó un momento bajar de la nube tan alta a la que ella lo había subido y se pasó una mano por el rostro sudoroso, para aclarar su mente. Sonrió para sí mismo. No podía creer la maldad que Dagmar Biermann escondía tan bien detrás de esa cara de inocencia.
—¿Vas a cambiarme por un montón de comida? —preguntó con cierta diversión, fingiendo indignación, mientras alzaba ambas cejas. Se encontraba todavía sentado sobre la cama, con la espalda arqueada, apoyando ambos brazos sobre el colchón.
No es que él fuera un desconsiderado, estaba consciente de que ella necesitaba alimentarse y descansar, ya que sólo de ese modo lograría recuperarse por completo, pero tomar la decisión de abandonar la posibilidad de amarla finalmente, resultaba algo difícil de poner en práctica. ¿Cuánto tiempo más tendría que esperar? ¿Realmente se volvería a presentar un momento tan íntimo como el que estaban viviendo? ¿Qué haría él con toda la pasión que ella ya había desatado? Se puso de pie y la alcanzó en la mesa. Se colocó justo detrás de la silla sobre la que se encontraba sentada y acercó su rostro para susurrarle al oído.
—¿Qué tal si… comemos en la cama? —le propuso utilizando una voz que era más propia de un amante que de un enamorado.
Esta vez fue él quien se permitió acariciar el lóbulo de su oído con la punta de su lengua para después depositar un par de besos. Luego, sin darle el menor indicio de lo que pensaba hacer, rápidamente, con sus manos rodeó las piernas de Dagmar y la levantó hasta sostenerla entre sus brazos. La llevó hasta la cama y la lanzó sobre ella (aunque a una altura bastante corta, para no lastimarla) mientras reía por su travesura. Mientras sonreía, la contempló en silencio. Su apetito sexual era evidente, pero por debajo del deseo había un amor que no conocía límites. Creía fielmente que la felicidad de cada uno dependía del otro. Estaba convencido de que ella era su otra mitad, que solo con ella lograría encontrar la estabilidad que su alma tanto clamaba, que no estaría completo a menos que se encontraran juntos. Lo sentía, su corazón, su cuerpo, no podían mentirle de ese modo. Cada átomo de su cuerpo la deseaba.
Se inclinó sobre ella y le plantó un beso en la frente y luego besó sus labios. La piel se le erizó y a partir de ese momento las sensaciones dictaron rumbo y acciones. Sin dejar de acariciar con su boca el largo y suave cuello de la muchacha, con sus hábiles manos, que la recorrieron completa, comenzó a despojarla de las prendas que llevaba encima. La blusa y el pijama cayeron al piso. No llevaba ropa interior debajo, por lo que todo su cuerpo desnudo quedó expuesto ante los ojos del joven amante. No era la primera vez que lo observaba pero antes no había existido la posibilidad de gozarlo, de confirmar lo que ya sabía, de decírselo en voz alta.
—Eres hermosa, Dagmar. Eres la perfección hecha mujer —le dijo con la voz entrecortada, sintiéndose cada vez con menos resistencia, atreviéndose a explorar un poco más su cuerpo. No podía evitarlo. Él había sido siempre un amante muy apasionado y las hormonas lo traicionaban.
La besó y se abrió paso entre sus labios con su lengua desesperada. Mientras la besaba, se concentró en el sonido de las respiraciones que se volvieron cada vez más aceleradas y anormales, pero cuando sintió que si continuaba pronto ya no podría detenerse, decidió apartarse un momento para tomar aire, dejarla respirar y cuestionarla sobre algo que consideraba importante.
—Dagmar, sé que no debería preguntarlo, que tal vez no tengo el derecho, pero, ¿esta sería tu primera vez? ¿Realmente quieres hacerlo? —se lo preguntó, pero en el fondo algo le decía que era así. Quizá fue algo en la forma en que Dagmar se comportaba y lo tocaba, lo que dejó al descubierto su inexperiencia en el tema. A él no le molestaba ser el primero, pero pensaba que para ella debía ser importante, algo que no podía tomar a la ligera. Esperó unos segundos a que su respiración se normalizara y luego continuó—. Sé que antes te hablé de ello, pero no quiero forzarte a nada. Si consideras que es demasiado pronto, podemos detenernos, y esperar.
Y así dejó la decisión en sus manos, estando consciente de que ella podía negarse o pedirle que continuara, pero al mismo tiempo decidido a aceptar, como el caballero que era, cualquiera que fuera su deseo.
Los días pasaron y Hunter presenció con satisfacción cómo Dagmar se iba recuperando. Sin tener demasiados conocimientos en enfermería, había atendido muy bien la herida de la muchacha, por eso no se había infectado y el proceso de la cicatrización seguía su curso de manera correcta. Pronto, con un poco de suerte y los debidos cuidados, lo que los había alarmado tanto en su momento, quedaría reducido a una pequeña y apenas notoria marca sobre la blanca y perfecta piel de la joven cazadora. Tal vez la cicatriz molestaría a su vanidad de mujer, pero debía estar consciente de que el resultado podía haber sido mucho peor. Por su parte, Hunter hacía todo para animarla y lograr que no pensara más en lo ocurrido; deseaba que se olvidara, al menos por esos días, de su deber como cazadora y de todas esas criaturas de las que ella le había hablado. Si hubiera tenido el derecho de hacerlo, le habría pedido que no volviera más a las peligrosas actividades que realizaba como revolucionaría y cazadora, porque temía por ella. Tenía miedo de que volvieran a herirla y que esta vez no contara con demasiada suerte, o que, cuando acudiera a él para socorrerla, ya fuera demasiado tarde. Pero no se atrevía. No podía ser tan egoísta. No podía pedirle que abandonara sus convicciones, sus ideales, tan sólo por él. ¿Lo habría hecho de habérselo pedido? ¿Habría dejado todo por él? Era algo que en el fondo no sabía si realmente deseaba descubrir, por lo que todo eso conllevaba. Pudo haber sacado a colación el tema, encontrar la manera de abordarlo, con la delicadeza que lo caracterizaba, pero cedió ante las inesperadas caricias que le eran proporcionadas y que resultaban revitalizantes para ambos, como beber un gran vaso de agua fresca en una tarde acalorada. Las manos de la muchacha recorrieron el pecho de Hunter hasta dejarlo desnudo, y él, que creía fielmente que no tenía resistencia alguna ante la divina presencia de la cazadora, se dejó llevar por el momento. Permitió que ella lo sedujera y se dejó seducir sin meter las manos. Como si se tratara de un primerizo, fue consciente del temblor en sus piernas, del cosquilleo en su entrepierna, de la temperatura que subía y los latidos que aumentaban. Pero, pronto, todo le fue arrebatado.
Se quedó sentado, mirando desconcertado cómo ella se alejaba para dirigirse a la mesa. Le llevó un momento bajar de la nube tan alta a la que ella lo había subido y se pasó una mano por el rostro sudoroso, para aclarar su mente. Sonrió para sí mismo. No podía creer la maldad que Dagmar Biermann escondía tan bien detrás de esa cara de inocencia.
—¿Vas a cambiarme por un montón de comida? —preguntó con cierta diversión, fingiendo indignación, mientras alzaba ambas cejas. Se encontraba todavía sentado sobre la cama, con la espalda arqueada, apoyando ambos brazos sobre el colchón.
No es que él fuera un desconsiderado, estaba consciente de que ella necesitaba alimentarse y descansar, ya que sólo de ese modo lograría recuperarse por completo, pero tomar la decisión de abandonar la posibilidad de amarla finalmente, resultaba algo difícil de poner en práctica. ¿Cuánto tiempo más tendría que esperar? ¿Realmente se volvería a presentar un momento tan íntimo como el que estaban viviendo? ¿Qué haría él con toda la pasión que ella ya había desatado? Se puso de pie y la alcanzó en la mesa. Se colocó justo detrás de la silla sobre la que se encontraba sentada y acercó su rostro para susurrarle al oído.
—¿Qué tal si… comemos en la cama? —le propuso utilizando una voz que era más propia de un amante que de un enamorado.
Esta vez fue él quien se permitió acariciar el lóbulo de su oído con la punta de su lengua para después depositar un par de besos. Luego, sin darle el menor indicio de lo que pensaba hacer, rápidamente, con sus manos rodeó las piernas de Dagmar y la levantó hasta sostenerla entre sus brazos. La llevó hasta la cama y la lanzó sobre ella (aunque a una altura bastante corta, para no lastimarla) mientras reía por su travesura. Mientras sonreía, la contempló en silencio. Su apetito sexual era evidente, pero por debajo del deseo había un amor que no conocía límites. Creía fielmente que la felicidad de cada uno dependía del otro. Estaba convencido de que ella era su otra mitad, que solo con ella lograría encontrar la estabilidad que su alma tanto clamaba, que no estaría completo a menos que se encontraran juntos. Lo sentía, su corazón, su cuerpo, no podían mentirle de ese modo. Cada átomo de su cuerpo la deseaba.
Se inclinó sobre ella y le plantó un beso en la frente y luego besó sus labios. La piel se le erizó y a partir de ese momento las sensaciones dictaron rumbo y acciones. Sin dejar de acariciar con su boca el largo y suave cuello de la muchacha, con sus hábiles manos, que la recorrieron completa, comenzó a despojarla de las prendas que llevaba encima. La blusa y el pijama cayeron al piso. No llevaba ropa interior debajo, por lo que todo su cuerpo desnudo quedó expuesto ante los ojos del joven amante. No era la primera vez que lo observaba pero antes no había existido la posibilidad de gozarlo, de confirmar lo que ya sabía, de decírselo en voz alta.
—Eres hermosa, Dagmar. Eres la perfección hecha mujer —le dijo con la voz entrecortada, sintiéndose cada vez con menos resistencia, atreviéndose a explorar un poco más su cuerpo. No podía evitarlo. Él había sido siempre un amante muy apasionado y las hormonas lo traicionaban.
La besó y se abrió paso entre sus labios con su lengua desesperada. Mientras la besaba, se concentró en el sonido de las respiraciones que se volvieron cada vez más aceleradas y anormales, pero cuando sintió que si continuaba pronto ya no podría detenerse, decidió apartarse un momento para tomar aire, dejarla respirar y cuestionarla sobre algo que consideraba importante.
—Dagmar, sé que no debería preguntarlo, que tal vez no tengo el derecho, pero, ¿esta sería tu primera vez? ¿Realmente quieres hacerlo? —se lo preguntó, pero en el fondo algo le decía que era así. Quizá fue algo en la forma en que Dagmar se comportaba y lo tocaba, lo que dejó al descubierto su inexperiencia en el tema. A él no le molestaba ser el primero, pero pensaba que para ella debía ser importante, algo que no podía tomar a la ligera. Esperó unos segundos a que su respiración se normalizara y luego continuó—. Sé que antes te hablé de ello, pero no quiero forzarte a nada. Si consideras que es demasiado pronto, podemos detenernos, y esperar.
Y así dejó la decisión en sus manos, estando consciente de que ella podía negarse o pedirle que continuara, pero al mismo tiempo decidido a aceptar, como el caballero que era, cualquiera que fuera su deseo.
Hunter Vaughan- Humano Clase Alta
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Re: No resistance [+18] | Privado
Lo común y tradicional decía que los enamorados no debían ni siquiera tomar su mano hasta el día de la boda. Para la buena suerte de ambos, ninguno era común, todo se salía de lo esperado, bastaba con saber la profesión de la muchacha para saberlo. ¿Sería un pecado entonces adelantar algunos hechos? En su interior sabía que no, ¿qué importaba en ese momento a después? Semanas atrás estuvo a punto de morir, de ver cómo había desaprovechado algunas oportunidades en su vida. En ese instante lo que menos deseaba la joven era perder otra vez, perderlo a él, perder cada momento maravilloso que podrían crear. Hacer el amor resultaba sonar muy fácil, realizarlo podría ser delicioso, el nerviosismo se le notaba, pero también la decisión que poseía para saber que no existía marcha atrás. Era ese momento o nunca, en aquella burbuja donde no existían más en el mundo que ellos dos. Nada podría frenarlo, nadie podría arruinarlo.
Recostada en la cama estiró sus manos para sostener su rostro. Le acarició las mejillas con el pulgar, se maravillaba por la forma en que él la miraba, le encantaba notarle ese brillo extraño en sus ojos. Jamás le habían visto de esa forma, no le cabía duda que él la amaba, ¿Y ella? También lo hacía, le resultaba tan complicado todo que no entendía cómo debía demostrárselo. Dagmar nunca fue muy partidaria del amor, menos de la unión y las relaciones. Nunca se negó a nada que la vida le pusiera enfrente, simplemente aquello le era tan nuevo e intenso que el miedo la detenía. ¿Él podría comprenderlo? En ocasiones ella creía que con tan sólo una mirada se decían todo lo que las palabras no alcanzaban a expresar.
— Reconozco que nunca antes había tenido tantas ganas de seducir a alguien — Se relamió los labios con lentitud, conectar palabras no resultaba tampoco fácil, no con esos temas — Pero también reconozco que nunca había sentido tantas ganas de entregar todo de mi — Se encogió de hombros, sus manos acariciaron el cabello rubio del joven, entrelazó los brazos por detrás de la nunca ajena — Mi cuerpo te desea, es extraño pero te desea, cuando estás cerca sólo quiero acariciarte, besarte — La simple idea le erizó la piel, aquel tiempo compartido con Hunter en esa habitación había sido un arma de doble filo. Sus dedos acariciaron lo poco de piel que podía, incluso con uno trazó desde su nuca hasta la espina dorsal. Estaba decidida, lo deseaba.
— Estoy segura — Bajó el tono de voz hasta casi hacerlo un susurro. — Hazme el amor hasta que nos quedemos sin aliento, no importa que sea mi primera vez, necesito que sea contigo — No necesitaba pensar demás, sólo dejarse llevar, Dagmar era una joven que se guiaba por sus impulsos, por sus corazonadas, no iba a cambiar ese detalle suyo, además que en ese momento lo veía una ventaja, ambos deseaban poder volverse uno.
Le soltó lentamente pero sus ojos no se despegaron de los ajenos. Con la ayuda de sus codos se impulsó hacía el frente, dejó un beso suave y breve sobre los labios masculinos, sus dientes aparecieron para mordisquear el mentón. Se acomodó para poder estar de rodillas en la cama, le tomó las manos masculinas logrando que las descansara en sus caderas, volvió a besarlo, porque se había vuelto adictivo, porque el sabor de su boca le volvía un poco más loca. Su lengua no se hizo esperar, invadió la cavidad bucal de su amante, invadió cada minúsculo detalle, incluso succiono la ajena de forma erótica, ligeramente obscena. En el juego del amor no existían las reglas, mucho menos las pautas para hacer las cosas, todo se sentía, todo se dejaba llevar por el corazón y en ese momento una mezcla con el cuerpo.
— Deseo esto, necesito esto — Se dejó caer hacía atrás separando las piernas para dejar que se acomodara sobre ella. Entrelazó sus piernas alrededor de la cintura masculina, soltó algunas risitas traviesas — Ahora no podrás separarte ni un poco, ni te soltaré sino me haces el amor — Ronroneó un poco, no dejaba de sonreírle con coquetería, ni siquiera le importaba estar completamente desnuda, si a él le gustaba verla sin nada de ropa, entonces andaría por aquella habitación de esa manera para que no observara a nadie más que a ella. Sus manías juguetonas de su personalidad nunca cambiarían, incluso en momentos dónde el calor corporal no hacía más que subir.
— Soy una buena alumna, Hunter, dime que deseas que haga, guíame, pídeme, incluso ordéname y lo haré, por ti, para ti — En su vientre empezó a sentir el cosquilleo de la excitación incrementando. Su intimidad parecía palpitar, incluso podía sentir cómo se humedecía poco a poco por las ganas de seguir con aquella seducción. Movió sus caderas con lentitud y lo siento, ahí escondido entre las telas finas de su ropa, el miembro endurecido estaba pidiendo salir. Bajo el rostro, y sus manos que se habían aferrado al cabello del chico se movieron para empujar un poco el dorso descubierto de su rubio. Observó el botón plateado del pantalón, y con torpeza lo liberó, seguida de la cremallera, pero para eso tuvo que soltar un poco el agarre de sus piernas. A esas alturas ya no había marcha atrás.
— Acércate más — Le pidió buscando que el pecho descubierto del hombre cubriera los propios. El movimiento de sus caderas incrementó, ¿qué se suponía que seguía? Con su madre jamás habló de sexualidad, mucho menos con su padre quienes la veían sólo como un soldado de batalla. Si, había tenido algunas parejas, pero eso no tenía nada que ver con lo de ese momento. También existía el temor de decepcionarlo, de que no le gustara tenerla en la cama y futuros rechazos. — Si lo vas a hacer te pido no me sueltes jamás, yo te necesito — Admitió con el corazón galopando por la excitación y el amor que no le había demostrado.
— ¿Cuánto más te podría amar después de esto? ¿Es posible? — Se sentía extraña al hablar de amor, extraña al reconocerse enamorada, extraña al saber que no deseaba más que permanecer en ese maldito cuarto de hotel sin que nadie más llegara a romper su momento. Entendía como un momento se podría volver eterno, en la memoria, en su cuerpo, en su corazón y en sus pensamientos lo sería, el inicio de todo.
Por extraña razón la joven cazadora hablaba más de la cuenta, sus frases iban y venían dentro de su cabeza y las dejaba escuchar interrumpiendo los besos, el nerviosismo era evidente. Al final cerró los ojos, mordisqueó los labios masculinos, tiró de ellos y ambos se terminaron por recostar, uno sobre el otro en aquella cama.
Recostada en la cama estiró sus manos para sostener su rostro. Le acarició las mejillas con el pulgar, se maravillaba por la forma en que él la miraba, le encantaba notarle ese brillo extraño en sus ojos. Jamás le habían visto de esa forma, no le cabía duda que él la amaba, ¿Y ella? También lo hacía, le resultaba tan complicado todo que no entendía cómo debía demostrárselo. Dagmar nunca fue muy partidaria del amor, menos de la unión y las relaciones. Nunca se negó a nada que la vida le pusiera enfrente, simplemente aquello le era tan nuevo e intenso que el miedo la detenía. ¿Él podría comprenderlo? En ocasiones ella creía que con tan sólo una mirada se decían todo lo que las palabras no alcanzaban a expresar.
— Reconozco que nunca antes había tenido tantas ganas de seducir a alguien — Se relamió los labios con lentitud, conectar palabras no resultaba tampoco fácil, no con esos temas — Pero también reconozco que nunca había sentido tantas ganas de entregar todo de mi — Se encogió de hombros, sus manos acariciaron el cabello rubio del joven, entrelazó los brazos por detrás de la nunca ajena — Mi cuerpo te desea, es extraño pero te desea, cuando estás cerca sólo quiero acariciarte, besarte — La simple idea le erizó la piel, aquel tiempo compartido con Hunter en esa habitación había sido un arma de doble filo. Sus dedos acariciaron lo poco de piel que podía, incluso con uno trazó desde su nuca hasta la espina dorsal. Estaba decidida, lo deseaba.
— Estoy segura — Bajó el tono de voz hasta casi hacerlo un susurro. — Hazme el amor hasta que nos quedemos sin aliento, no importa que sea mi primera vez, necesito que sea contigo — No necesitaba pensar demás, sólo dejarse llevar, Dagmar era una joven que se guiaba por sus impulsos, por sus corazonadas, no iba a cambiar ese detalle suyo, además que en ese momento lo veía una ventaja, ambos deseaban poder volverse uno.
Le soltó lentamente pero sus ojos no se despegaron de los ajenos. Con la ayuda de sus codos se impulsó hacía el frente, dejó un beso suave y breve sobre los labios masculinos, sus dientes aparecieron para mordisquear el mentón. Se acomodó para poder estar de rodillas en la cama, le tomó las manos masculinas logrando que las descansara en sus caderas, volvió a besarlo, porque se había vuelto adictivo, porque el sabor de su boca le volvía un poco más loca. Su lengua no se hizo esperar, invadió la cavidad bucal de su amante, invadió cada minúsculo detalle, incluso succiono la ajena de forma erótica, ligeramente obscena. En el juego del amor no existían las reglas, mucho menos las pautas para hacer las cosas, todo se sentía, todo se dejaba llevar por el corazón y en ese momento una mezcla con el cuerpo.
— Deseo esto, necesito esto — Se dejó caer hacía atrás separando las piernas para dejar que se acomodara sobre ella. Entrelazó sus piernas alrededor de la cintura masculina, soltó algunas risitas traviesas — Ahora no podrás separarte ni un poco, ni te soltaré sino me haces el amor — Ronroneó un poco, no dejaba de sonreírle con coquetería, ni siquiera le importaba estar completamente desnuda, si a él le gustaba verla sin nada de ropa, entonces andaría por aquella habitación de esa manera para que no observara a nadie más que a ella. Sus manías juguetonas de su personalidad nunca cambiarían, incluso en momentos dónde el calor corporal no hacía más que subir.
— Soy una buena alumna, Hunter, dime que deseas que haga, guíame, pídeme, incluso ordéname y lo haré, por ti, para ti — En su vientre empezó a sentir el cosquilleo de la excitación incrementando. Su intimidad parecía palpitar, incluso podía sentir cómo se humedecía poco a poco por las ganas de seguir con aquella seducción. Movió sus caderas con lentitud y lo siento, ahí escondido entre las telas finas de su ropa, el miembro endurecido estaba pidiendo salir. Bajo el rostro, y sus manos que se habían aferrado al cabello del chico se movieron para empujar un poco el dorso descubierto de su rubio. Observó el botón plateado del pantalón, y con torpeza lo liberó, seguida de la cremallera, pero para eso tuvo que soltar un poco el agarre de sus piernas. A esas alturas ya no había marcha atrás.
— Acércate más — Le pidió buscando que el pecho descubierto del hombre cubriera los propios. El movimiento de sus caderas incrementó, ¿qué se suponía que seguía? Con su madre jamás habló de sexualidad, mucho menos con su padre quienes la veían sólo como un soldado de batalla. Si, había tenido algunas parejas, pero eso no tenía nada que ver con lo de ese momento. También existía el temor de decepcionarlo, de que no le gustara tenerla en la cama y futuros rechazos. — Si lo vas a hacer te pido no me sueltes jamás, yo te necesito — Admitió con el corazón galopando por la excitación y el amor que no le había demostrado.
— ¿Cuánto más te podría amar después de esto? ¿Es posible? — Se sentía extraña al hablar de amor, extraña al reconocerse enamorada, extraña al saber que no deseaba más que permanecer en ese maldito cuarto de hotel sin que nadie más llegara a romper su momento. Entendía como un momento se podría volver eterno, en la memoria, en su cuerpo, en su corazón y en sus pensamientos lo sería, el inicio de todo.
Por extraña razón la joven cazadora hablaba más de la cuenta, sus frases iban y venían dentro de su cabeza y las dejaba escuchar interrumpiendo los besos, el nerviosismo era evidente. Al final cerró los ojos, mordisqueó los labios masculinos, tiró de ellos y ambos se terminaron por recostar, uno sobre el otro en aquella cama.
Dagmar Biermann- Cazador Clase Alta
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Fecha de inscripción : 13/06/2011
Edad : 34
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Re: No resistance [+18] | Privado
Ella se mostró dispuesta en todo momento, valiente, como si no temiera a nada, pero Hunter, que tenía experiencia en el tema porque había estado antes con otras mujeres, supo que no era del todo normal que hablara tanto durante un momento tan íntimo como ese. Se dio cuenta de que estaba nerviosa, quizá más de lo que ella hubiera admitido.
—Shhh, no hables, deja que tu cuerpo lo haga por ti. Sólo siente, sólo déjate llevar… —le pidió con dulzura colocando su dedo índice sobre los labios femeninos y sonrió para luego volver a besarla con delicadeza y así tranquilizarla. Bajo su pecho podía sentir los acelerados latidos de su corazón, cada vez más rápidos, acompasarse al ritmo de los suyos, encontrando una armonía.
Entonces, Dagmar enmudeció. Ambos lo hicieron. Se miraron fijamente a los ojos para así decirse todo lo querían expresar. Dagmar pareció sorprenderse a sí misma sabiendo qué hacer, sabiendo dejarse llevar, porque de alguna manera todo en Hunter sabía a lo correcto. Hunter se sorprendió de que aquello viniese con naturalidad hacia ella, que por un momento pudiese dejar los pesares pasados y todas sus preocupaciones de lado, que por un instante se diese a sí mismo una segunda oportunidad luego del fracaso de su primer matrimonio. El aliento de Dagmar sabía a esperanza, a territorios por descubrir, a silencios cómodos. La sintió estremecerse ante su agarre y el tacto de su lengua caliente, y exhalar un suspiro cuando ella sintió el abultado sexo masculino entre sus piernas. Estaba sobre ella, pero su peso era gentil y el tacto de sus dedos sobre su piel era casi tierno. Tenía muchas pecas, en cúmulos, otras tantas solitarias, pero todas parecían formar un camino hacia su vientre, un camino que Hunter decidió seguir. Hundió su rostro en su entrepierna y besó su sexo desnudo y húmedo. Hunter sabía lo que era la pasión, tener un apetito insaciable, pero también sabía lo que era ser gentil y romántico, dos cosas indispensables cuando se trataba de adentrarse en un territorio virgen. Las caricias que él le hacía en su intimidad debieron ser algo completamente nuevo para ella, quizá un tanto atrevido, y es que cuando se hablaba de matrimonio y de noches nupciales, nunca se hablaba de placer y las formas que existían para proporcionarlo o recibirlo. Él se lo enseñó, y cuando ella se dio cuenta de cómo funcionaba, él sintió sus manos sobre su cabeza, aferrándose a su cabello rubio y sus piernas abriéndose todavía más.
Hunter regresó hasta su boca y volvió a besarla, mucho más fuerte y con un poco de agresividad. Se aferró a su cuerpo con brazos y labios y se colocó una vez más entre sus piernas, que lo recibieron con calidez, rodeando su cintura.
—Va a doler la primera vez… —susurró mientras besaba su cuello, luego la miró a los ojos—. Después será más fácil —sus ojos azules parecían ordenarle que no apartara su mirada de ellos mientras aquello ocurría.
Con cuidado y muy despacio, entró en ella. Deslizó su miembro lentamente, anhelando estar cada vez más profundo en su intimidad. La vio cerrar los ojos y la escuchó soltar un quejido, y tensarse bajo su cuerpo, pero el amarre de sus piernas alrededor de su cintura jamás se deshizo, por el contrario, se intensificó, atrayéndolo hacia sí.
—¿Duele? ¿Estás bien? —preguntó deteniéndose un momento, buscando el ritmo perfecto, la cadencia ideal para hacerla gozar en lugar de hacerla sufrir.
Moviéndose y extendiéndose, Hunter no dejó de presionarse en ella, de entrar y salir, de besarle la piel del cuello, y manteniendo el intenso ritmo dentro de su vientre, exploró sus pechos con su lengua. La tocó como ningún otro hombre lo había hecho antes y por momentos le regaló la visión de un rostro que se contraía por el placer. Besó sus ojos cerrados, sus pezones endurecidos, el sudor mezclado de ambos. Ella susurró su nombre una y otra vez con un tono que nadie nunca había usado y él pronunció en su oído cosas que ella no sabía que había deseado oír. Hunter encontró el ritmo ideal de sus caderas, que armonizó con el ondular de las de Dagmar, y juntos se entregaron a un momento que era sólo suyo, tan placentero como inolvidable.
—Shhh, no hables, deja que tu cuerpo lo haga por ti. Sólo siente, sólo déjate llevar… —le pidió con dulzura colocando su dedo índice sobre los labios femeninos y sonrió para luego volver a besarla con delicadeza y así tranquilizarla. Bajo su pecho podía sentir los acelerados latidos de su corazón, cada vez más rápidos, acompasarse al ritmo de los suyos, encontrando una armonía.
Entonces, Dagmar enmudeció. Ambos lo hicieron. Se miraron fijamente a los ojos para así decirse todo lo querían expresar. Dagmar pareció sorprenderse a sí misma sabiendo qué hacer, sabiendo dejarse llevar, porque de alguna manera todo en Hunter sabía a lo correcto. Hunter se sorprendió de que aquello viniese con naturalidad hacia ella, que por un momento pudiese dejar los pesares pasados y todas sus preocupaciones de lado, que por un instante se diese a sí mismo una segunda oportunidad luego del fracaso de su primer matrimonio. El aliento de Dagmar sabía a esperanza, a territorios por descubrir, a silencios cómodos. La sintió estremecerse ante su agarre y el tacto de su lengua caliente, y exhalar un suspiro cuando ella sintió el abultado sexo masculino entre sus piernas. Estaba sobre ella, pero su peso era gentil y el tacto de sus dedos sobre su piel era casi tierno. Tenía muchas pecas, en cúmulos, otras tantas solitarias, pero todas parecían formar un camino hacia su vientre, un camino que Hunter decidió seguir. Hundió su rostro en su entrepierna y besó su sexo desnudo y húmedo. Hunter sabía lo que era la pasión, tener un apetito insaciable, pero también sabía lo que era ser gentil y romántico, dos cosas indispensables cuando se trataba de adentrarse en un territorio virgen. Las caricias que él le hacía en su intimidad debieron ser algo completamente nuevo para ella, quizá un tanto atrevido, y es que cuando se hablaba de matrimonio y de noches nupciales, nunca se hablaba de placer y las formas que existían para proporcionarlo o recibirlo. Él se lo enseñó, y cuando ella se dio cuenta de cómo funcionaba, él sintió sus manos sobre su cabeza, aferrándose a su cabello rubio y sus piernas abriéndose todavía más.
Hunter regresó hasta su boca y volvió a besarla, mucho más fuerte y con un poco de agresividad. Se aferró a su cuerpo con brazos y labios y se colocó una vez más entre sus piernas, que lo recibieron con calidez, rodeando su cintura.
—Va a doler la primera vez… —susurró mientras besaba su cuello, luego la miró a los ojos—. Después será más fácil —sus ojos azules parecían ordenarle que no apartara su mirada de ellos mientras aquello ocurría.
Con cuidado y muy despacio, entró en ella. Deslizó su miembro lentamente, anhelando estar cada vez más profundo en su intimidad. La vio cerrar los ojos y la escuchó soltar un quejido, y tensarse bajo su cuerpo, pero el amarre de sus piernas alrededor de su cintura jamás se deshizo, por el contrario, se intensificó, atrayéndolo hacia sí.
—¿Duele? ¿Estás bien? —preguntó deteniéndose un momento, buscando el ritmo perfecto, la cadencia ideal para hacerla gozar en lugar de hacerla sufrir.
Moviéndose y extendiéndose, Hunter no dejó de presionarse en ella, de entrar y salir, de besarle la piel del cuello, y manteniendo el intenso ritmo dentro de su vientre, exploró sus pechos con su lengua. La tocó como ningún otro hombre lo había hecho antes y por momentos le regaló la visión de un rostro que se contraía por el placer. Besó sus ojos cerrados, sus pezones endurecidos, el sudor mezclado de ambos. Ella susurró su nombre una y otra vez con un tono que nadie nunca había usado y él pronunció en su oído cosas que ella no sabía que había deseado oír. Hunter encontró el ritmo ideal de sus caderas, que armonizó con el ondular de las de Dagmar, y juntos se entregaron a un momento que era sólo suyo, tan placentero como inolvidable.
Hunter Vaughan- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 02/11/2011
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Re: No resistance [+18] | Privado
¿Había vuelta atrás? ¿Existiría algún motivo por el que deseara frenar tal momento? El miedo era su punto débil, siempre lo había sido, no es que fuera precisamente una mujer que temiera a cada momento, por lo regular su valentía le salvaba el pellejo, sin embargo las situaciones difíciles e inesperadas, las jamás planeadas le llegaban a poner de esa forma, eso la llevaba a querer huir. Intentar frenar el momento y salir para no exponerse. La cazadora vivía de forma tranquila, por lo regular evitaba los conflictos tanto como las situaciones embarazosas, lo no conocido prefería estudiarlo, pero un tema tan profundo, tan intimo como el amor, o la entrega de forma sexual a ese ser amado no creía que fuera de la mano con un manual.
Para Dagmar el amor era un tema prohibido, algo que en realidad no deseaba experimentar, para ella era una perdida de tiempo. Lo era. El problema es que ahora que le había llegado, ahora que tenía a Hunter no estaba dispuesta a dejarlo ir. ¿Por qué todo se veía tan diferente ahora? Pocas veces tuvo testimonios que certificaran de un amor real, sus tiempos eran claros, se trataba todo de acuerdos, de incrementar fortunas y re-nombrar apellidos, cosa que sus padres intentaron hacer cosa. Aquello lo había rechazado desde su nacimiento, desde el bello momento en que le entregaron un arco para aprender a purgar Paris, y cualquier lugar que pisara de criaturas sobrenaturales. ¿Cómo le haría para manejar su amor con su pasión a su profesión? Aquello no lo sabía, pero segura se encontraba que lo averiguaría.
Si la cazadora dejara de analizar a cada momento dejaría de ser por completo ella. Si naturaleza analítica le hacía querer tener solución a todo lo que le acontecía en el momento. Incluso aunque estuviera a un paso de perder su virginidad. Se ruborizó de inmediato al darse cuenta del momento que estaba por vivir. Tragó saliva y aunque deseaba dejar fluir todos sus pensamientos en palabras se frenó. Así le había pedido él, y sólo por él era capaz de dejar de ser ella para convertirse en un nosotros. Asintió sólo para dejarle seguir con aquel acto máximo de amor. Enredó uno de sus brazos en la espalda masculina y el otro en su cuello, dejando así que sus dedos se enredaran en el cabello masculino. Le gustaba observarlo, aprender de los gestos de su caballero. De esa forma sabía como actuar dependiendo de las situaciones y del estado de animo de Hunter. Lo amaba tanto que en eso se volvía la mujer más detallista y atenta.
— Uhmm — No era un quejido, sólo interrumpía ese maravilloso silencio. Le había dolido, claro que si, pero no deseaba que él se detuviera, necesitaba sentir aquel dolor que la llevaría al éxtasis, todo con él valía la pena; sus piernas se tensaron, aunque quiso frenar el amarre de estas la inercia le ayudaron a sostenerse de mejor manera. ¿Qué si dolía? Si, le seguía doliendo, incluso la tensión se había depositado en su vientre, sus pechos también mostraban parte de su dolor, los pezones se le habían endurecido y estos deseaban atenciones, las de él solamente. Para la buena suerte de la morocha, parecía que Hunter leía sus pensamientos, esa lengua cálida dejaba una sensación de alivio a cada lamida. Le encanta, y fue así como el primer gemido se hizo escuchar, el primero de tantos que estaban próximos a hacer acto de presencia. Se creía en el paraíso aunque claramente sólo reposaba en la cama de un hotel.
— Bien… ¡Estoy bien! — Dijo entre temblores. Sus caderas se movían lentamente porque el dolor seguía, aunque claramente disminuía. Las olas de placer se intensificaban a cada instante, la sensación tan nueva le gustaba y más con quien la realizaba. Estar ahí con Hunter era una prueba grande que debía seguir con vida, si no la alcanzaron a matar fue por eso, después podría morir en paz. Dagmar, quien gozaba de una buena condición física se sentía agitada, todo por culpa de ese maldito accidente que experimentó días atrás. No importaba, no se iba a acobardar, le regalaría hasta el último de sus alientos de ser posible.
El tiempo pasa volando cuando se invierte de buena manera, cuando se divierte o se pasa bien. Dagmar lo estaba comprendiendo en ese momento. Aquellos días con su amado se iban volando, sólo observarlo le parecían los mejores segundos invertidos, no se cansaría de él jamás, y deseaba más, a cada instante más. Por eso ella fue quien aceleró el movimiento de sus caderas, ambiciosa buscaba tener un placer más grande, y no sólo ella, también buscaba que él lo tuviera, el problema es que no sabía como hacerlo gozar más. ¿Qué debía hacer? ¿Sus caderas se movían bien? ¿Y si lo besaba? ¿Era bueno besarlo en medio de gemidos? Pensar demasiado no le funcionaba, por esa razón decidió dejar de lado cada uno de sus pensamientos y volverse a dejar llevar, era la única manera de disfrutar. Sólo bastaba sentir el amor para saber que hacer.
— Hunter, yo… — Pero no pudo seguir por que los gemidos le impedían hablar con claridad. Estiró su cuello para tomar el labio inferior masculino, lo mordisqueó, lo succionó, y finalizó dándole un beso cargado de todo el placer que estaba experimentando. — Hunter ahí… — Se interrumpió al darse cuenta que el placer incrementaba a cada instante. Un hormigueó especial le recorrió todo el cuerpo, cada rincón que no creía tuviera. Se dio cuenta que ignoraba algunas zonas de su figura, pero le gustaba poder explorarlas con él. Dagmar se reconocía presa de un sentimiento tan grande que ya no podía sólo pensar en ella, sino también en él, eran uno sólo. ¿Así debía de ser? Si, así debía, porque su corazón se lo decía, cada palpitación era por él. Si seguía con vida era para él ¿Exageraba al pensar de esa forma? ¿Él lo vería de la misma manera? Existía tanto que no conocía de su chico y al mismo tiempo sentía que no había detalle que no supiera de él. Tan extraño el sentimiento pero familiar a la vez. Ella tampoco contaba demasiado de su persona.
La pasión duró aquello que jamás imaginó se podría. Su amor culminó con eso que ella no conocía. Sus paredes vaginales se encontraban tan humedecidas que sintió vergüenza, aunque le tranquilizaba el darse cuenta que para su rubio acompañante todo era normal. Aquello le dejaba una sensación placentera. Dagmar sonreía como una infante, se sentía feliz, plena, enamorada, hermosa y completa, aquello era extraño, nuevo, y valioso. No permitió que al terminar se apartara de ella. Dagmar necesitaba sentir esa unión, además, sus piernas le temblaban demasiado, así que prefería aguardar un momento más, por lo pronto se detendría a apreciarlo risueño, sudoroso, cansado, y completamente suyo. Le acarició las mejillas y le hacía peinados distintos, se sentía tan feliz que le costaría trabajo tener que romper esa burbuja para regresar a la realidad. La joven estaba consiente que lo ponía en peligro si la iban a buscar.
— ¿Qué tan seguido podemos repetir esto? — Preguntó con complicidad, soltando risas nerviosas que se volvían burlonas. — ¿Y si nos quedamos así, en este cuarto, sin tener que ver lo que ocurre alrededor de nosotros? — Suspiró. Deseaba de verdad aquello. Le parecía tentadora la idea. — O quizás en las montañas, tengo una casa, te gustaría — Pero Dagmar prefirió guardar silencio. Ella daba por hecho la vida junto a él, la realidad podría ser distinta. Hunter sólo había acudido a París para realizar un trabajo, quizás algo más importante le estaba por esperar al llegar a sus tierras. La idea de perderlo le dolía, sin embargo podía ser cierto, quizás un amor momentáneo. ¿Por qué tenía que pensar mal en ese preciso momento? — Te amo — Su corazón le pidió que se lo gritara, que lo supiera antes que fuera demasiado tarde, pero tarde ¿para qué?
Para Dagmar el amor era un tema prohibido, algo que en realidad no deseaba experimentar, para ella era una perdida de tiempo. Lo era. El problema es que ahora que le había llegado, ahora que tenía a Hunter no estaba dispuesta a dejarlo ir. ¿Por qué todo se veía tan diferente ahora? Pocas veces tuvo testimonios que certificaran de un amor real, sus tiempos eran claros, se trataba todo de acuerdos, de incrementar fortunas y re-nombrar apellidos, cosa que sus padres intentaron hacer cosa. Aquello lo había rechazado desde su nacimiento, desde el bello momento en que le entregaron un arco para aprender a purgar Paris, y cualquier lugar que pisara de criaturas sobrenaturales. ¿Cómo le haría para manejar su amor con su pasión a su profesión? Aquello no lo sabía, pero segura se encontraba que lo averiguaría.
Si la cazadora dejara de analizar a cada momento dejaría de ser por completo ella. Si naturaleza analítica le hacía querer tener solución a todo lo que le acontecía en el momento. Incluso aunque estuviera a un paso de perder su virginidad. Se ruborizó de inmediato al darse cuenta del momento que estaba por vivir. Tragó saliva y aunque deseaba dejar fluir todos sus pensamientos en palabras se frenó. Así le había pedido él, y sólo por él era capaz de dejar de ser ella para convertirse en un nosotros. Asintió sólo para dejarle seguir con aquel acto máximo de amor. Enredó uno de sus brazos en la espalda masculina y el otro en su cuello, dejando así que sus dedos se enredaran en el cabello masculino. Le gustaba observarlo, aprender de los gestos de su caballero. De esa forma sabía como actuar dependiendo de las situaciones y del estado de animo de Hunter. Lo amaba tanto que en eso se volvía la mujer más detallista y atenta.
— Uhmm — No era un quejido, sólo interrumpía ese maravilloso silencio. Le había dolido, claro que si, pero no deseaba que él se detuviera, necesitaba sentir aquel dolor que la llevaría al éxtasis, todo con él valía la pena; sus piernas se tensaron, aunque quiso frenar el amarre de estas la inercia le ayudaron a sostenerse de mejor manera. ¿Qué si dolía? Si, le seguía doliendo, incluso la tensión se había depositado en su vientre, sus pechos también mostraban parte de su dolor, los pezones se le habían endurecido y estos deseaban atenciones, las de él solamente. Para la buena suerte de la morocha, parecía que Hunter leía sus pensamientos, esa lengua cálida dejaba una sensación de alivio a cada lamida. Le encanta, y fue así como el primer gemido se hizo escuchar, el primero de tantos que estaban próximos a hacer acto de presencia. Se creía en el paraíso aunque claramente sólo reposaba en la cama de un hotel.
— Bien… ¡Estoy bien! — Dijo entre temblores. Sus caderas se movían lentamente porque el dolor seguía, aunque claramente disminuía. Las olas de placer se intensificaban a cada instante, la sensación tan nueva le gustaba y más con quien la realizaba. Estar ahí con Hunter era una prueba grande que debía seguir con vida, si no la alcanzaron a matar fue por eso, después podría morir en paz. Dagmar, quien gozaba de una buena condición física se sentía agitada, todo por culpa de ese maldito accidente que experimentó días atrás. No importaba, no se iba a acobardar, le regalaría hasta el último de sus alientos de ser posible.
El tiempo pasa volando cuando se invierte de buena manera, cuando se divierte o se pasa bien. Dagmar lo estaba comprendiendo en ese momento. Aquellos días con su amado se iban volando, sólo observarlo le parecían los mejores segundos invertidos, no se cansaría de él jamás, y deseaba más, a cada instante más. Por eso ella fue quien aceleró el movimiento de sus caderas, ambiciosa buscaba tener un placer más grande, y no sólo ella, también buscaba que él lo tuviera, el problema es que no sabía como hacerlo gozar más. ¿Qué debía hacer? ¿Sus caderas se movían bien? ¿Y si lo besaba? ¿Era bueno besarlo en medio de gemidos? Pensar demasiado no le funcionaba, por esa razón decidió dejar de lado cada uno de sus pensamientos y volverse a dejar llevar, era la única manera de disfrutar. Sólo bastaba sentir el amor para saber que hacer.
— Hunter, yo… — Pero no pudo seguir por que los gemidos le impedían hablar con claridad. Estiró su cuello para tomar el labio inferior masculino, lo mordisqueó, lo succionó, y finalizó dándole un beso cargado de todo el placer que estaba experimentando. — Hunter ahí… — Se interrumpió al darse cuenta que el placer incrementaba a cada instante. Un hormigueó especial le recorrió todo el cuerpo, cada rincón que no creía tuviera. Se dio cuenta que ignoraba algunas zonas de su figura, pero le gustaba poder explorarlas con él. Dagmar se reconocía presa de un sentimiento tan grande que ya no podía sólo pensar en ella, sino también en él, eran uno sólo. ¿Así debía de ser? Si, así debía, porque su corazón se lo decía, cada palpitación era por él. Si seguía con vida era para él ¿Exageraba al pensar de esa forma? ¿Él lo vería de la misma manera? Existía tanto que no conocía de su chico y al mismo tiempo sentía que no había detalle que no supiera de él. Tan extraño el sentimiento pero familiar a la vez. Ella tampoco contaba demasiado de su persona.
La pasión duró aquello que jamás imaginó se podría. Su amor culminó con eso que ella no conocía. Sus paredes vaginales se encontraban tan humedecidas que sintió vergüenza, aunque le tranquilizaba el darse cuenta que para su rubio acompañante todo era normal. Aquello le dejaba una sensación placentera. Dagmar sonreía como una infante, se sentía feliz, plena, enamorada, hermosa y completa, aquello era extraño, nuevo, y valioso. No permitió que al terminar se apartara de ella. Dagmar necesitaba sentir esa unión, además, sus piernas le temblaban demasiado, así que prefería aguardar un momento más, por lo pronto se detendría a apreciarlo risueño, sudoroso, cansado, y completamente suyo. Le acarició las mejillas y le hacía peinados distintos, se sentía tan feliz que le costaría trabajo tener que romper esa burbuja para regresar a la realidad. La joven estaba consiente que lo ponía en peligro si la iban a buscar.
— ¿Qué tan seguido podemos repetir esto? — Preguntó con complicidad, soltando risas nerviosas que se volvían burlonas. — ¿Y si nos quedamos así, en este cuarto, sin tener que ver lo que ocurre alrededor de nosotros? — Suspiró. Deseaba de verdad aquello. Le parecía tentadora la idea. — O quizás en las montañas, tengo una casa, te gustaría — Pero Dagmar prefirió guardar silencio. Ella daba por hecho la vida junto a él, la realidad podría ser distinta. Hunter sólo había acudido a París para realizar un trabajo, quizás algo más importante le estaba por esperar al llegar a sus tierras. La idea de perderlo le dolía, sin embargo podía ser cierto, quizás un amor momentáneo. ¿Por qué tenía que pensar mal en ese preciso momento? — Te amo — Su corazón le pidió que se lo gritara, que lo supiera antes que fuera demasiado tarde, pero tarde ¿para qué?
Dagmar Biermann- Cazador Clase Alta
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Re: No resistance [+18] | Privado
Hunter estaba extraviado en un mundo de sensaciones que hacía tiempo no experimentaba.
Los movimientos pélvicos continuaron alternando velocidad y profundidad. Hunter se esmeraba en ser cuidadoso y tierno con ella, pero el cuerpo de Dagmar lo volvía loco y lo traicionaba, volviéndolo por ratos muy ardiente, casi brusco. «Debes ir más despacio», se recordaba de vez en cuando, cuando era capaz de pensar. El rubio podía ser catalogado como un buen amante porque no sólo procuraba el placer propio, también se esmeraba en satisfacerla, en hacer del acto algo mutuamente placentero.
Cuando sintió que no podía más, apretó los dientes mientras aceleraba el ritmo y sintió cómo se liberaba la presión que había estado conteniendo en sus entrañas. Todo su cuerpo se tensó, especialmente su abdomen, que se puso rígido como una piedra. El flexible cuerpo de Dagmar se fundió con total naturalidad con el suyo, mientras él hundía el rostro en el cuello de su amante para ahogar los audibles gemidos contra su piel. Su aliento estaba muy caliente y era irregular. Separó su torso del pecho de Dagmar y levantó la cabeza hacía arriba, como en trance. Explotó en su interior con la violencia de un volcán, mientras sentía cómo el cuerpo de ella temblaba y se abrazaba a él con más fuerza que antes, atrayéndolo hacia sí, arqueando la espalda presa de un gran orgasmo que fue mutuo.
—Dios mío —murmuró con su acento inglés cuando terminó, antes de caer exhausto sobre el cuerpo desnudo de Dagmar y cerrar momentáneamente los ojos.
Las venas azules se le remarcaban bajo la piel de los brazos y transpiraba. Tenía el cabello rubio pegado a la frente por el sudor y respiraba por la boca intentando recobrar la compostura. Su pecho se movía y chocaba rítmicamente contra los senos de la joven. Estaba muy agitado pero su cuerpo poco a poco se relajaba y experimentaba una sensación de paz. También tenía sueño pero luchaba por permanecer despierto porque no quería perderse ni un segundo la hermosa visión que Dagmar le regalaba.
—Yo también te amo —respondió y la besó en los labios, agradeciendo por la maravillosa experiencia que le había regalado, a él, sólo a él y a nadie más—. Entonces, ¿te ha gustado hacer el amor conmigo? Porque a mí me ha encantado y con gusto lo repetiría —sonrió y volvió a besarla, una, dos veces, tres veces, mil veces.
—Lo haremos tantas veces como tú desees pero primero tienes que descansar —sentenció divertido.
Fue lo último que le dijo antes de besar su frente y quedarse dormidos.
Esperó dormir profundamente durante varias horas, pero se despertó antes que ella. Era cierto que en los brazos de Dagmar el mundo se había detenido por un momento, pero en el fondo sabía que existía algo que no podía seguir ignorando. Podía sentir en el aire esa sensación asfixiante que no lo dejaría vivir en paz. Sabía que tarde o temprano tendría que hablar, y que mientras más tarde, peor sería. Era una carga demasiado grande que no podía continuar sosteniendo sobre su espalda durante más tiempo.
Dagmar se removió sobre la cama entre sueños y él tuvo el impulso repentino de despertarla en ese momento y contarle toda la verdad para terminar con ese tema de una vez por todas. Pero no lo hizo. No se atrevió. Lo detuvo el miedo. Miedo a perderla, a que las cosas terminaran justo cuando recién empezaban. Él sabía que hablarle de ese terrible secreto sólo podía tener dos finales: que ella lo odiase y le exigiera alejarse de ella, como Uma, su ex mujer, había hecho; o bien podía llegar a entender que él ya no deseaba ser un asesino, que el fin de esos días y sus terribles acciones había llegado, y lo besaría y le diría que todo estaría bien.
«Ella comprenderá, tiene que compréndelo», se dijo a sí mismo en completo silencio, intentando autoconvencerse, dándose valor.
Mientras la veía dormir, en el rostro del rubio podían verse todas las esperanzas que guardaba, todos los anhelos de lo que podían llegar a ser si ella llegaba a comprenderlo. Pero ni eso lograba disipar el peso de la culpa, la sombra maligna de la indesición, la agonía desesperada. Mientras yacía allí, despierto, con los ojos abiertos en medio de la penumbra de la habitación, se preguntó cómo había llegado a esa posición. Se arrepintió de todo, de su falta de carácter, de sus malas desiciones, de su cobardía, de su avaricia, o lo que fuese que lo hubiera arrastrado a esa vida de la que ahora renegaba. Se maldijo mil veces pero ni eso le fue suficiente. Hubiese dado su vida por la oportunidad de regresar el tiempo y hacer las cosas bien.
Se preguntó si debía despertarla o mantenerla feliz por el máximo tiempo posible.
Hunter estaba tan ensimismado en sus pensamientos que ni siquiera se percató de que Dagmar había despertado y llevaba varios minutos mirándolo en silencio. En su rostro se notaba el cansancio pero aún así fue capaz de regalarle una breve sonrisa.
«Tienes que hacerlo. Es ahora o nunca. Y sabes que después será peor…»
Parecía una broma cruel del destino pero sabía que hablar lo haría todo mucho más fácil. La miró sin saber muy bien cómo empezar. Podía sentir su corazón agitándose dentro de su pecho, con furia, con tristeza.
—Dagmar… —decir su nombre le pareció un buen inicio; pronunciarlo lo llenaba de valor—, necesito hablarte de algo importante —sin dejar de mirarla a los ojos, hizo una pausa, y luego continuó—. La tarde en que nos conocimos… en realidad esa no fue la primera vez que te vi. Ya te conocía porque estuve siguiéndote durante un par de semanas. Te seguí porque… —dudó un segundo—, porque me enviaron a asesinarte. La gitana que nos leyó las cartas tenía razón.
Y se quedó callado. Probablemente porque no era capaz de dar una explicación coherente de por qué lo había hecho. En pocos minutos, todo había cambiado. Sólo esperaba que ella no pensara lo peor de él, que había elegido justo ese momento para decirle la verdad, después de haber hecho el amor, porque ya no le importaba si no volvía a verla, porque ya había conseguido lo que todo hombre tarde o temprano espera obtener de una mujer, y de ella lo había conseguido demasiado pronto.
Los movimientos pélvicos continuaron alternando velocidad y profundidad. Hunter se esmeraba en ser cuidadoso y tierno con ella, pero el cuerpo de Dagmar lo volvía loco y lo traicionaba, volviéndolo por ratos muy ardiente, casi brusco. «Debes ir más despacio», se recordaba de vez en cuando, cuando era capaz de pensar. El rubio podía ser catalogado como un buen amante porque no sólo procuraba el placer propio, también se esmeraba en satisfacerla, en hacer del acto algo mutuamente placentero.
Cuando sintió que no podía más, apretó los dientes mientras aceleraba el ritmo y sintió cómo se liberaba la presión que había estado conteniendo en sus entrañas. Todo su cuerpo se tensó, especialmente su abdomen, que se puso rígido como una piedra. El flexible cuerpo de Dagmar se fundió con total naturalidad con el suyo, mientras él hundía el rostro en el cuello de su amante para ahogar los audibles gemidos contra su piel. Su aliento estaba muy caliente y era irregular. Separó su torso del pecho de Dagmar y levantó la cabeza hacía arriba, como en trance. Explotó en su interior con la violencia de un volcán, mientras sentía cómo el cuerpo de ella temblaba y se abrazaba a él con más fuerza que antes, atrayéndolo hacia sí, arqueando la espalda presa de un gran orgasmo que fue mutuo.
—Dios mío —murmuró con su acento inglés cuando terminó, antes de caer exhausto sobre el cuerpo desnudo de Dagmar y cerrar momentáneamente los ojos.
Las venas azules se le remarcaban bajo la piel de los brazos y transpiraba. Tenía el cabello rubio pegado a la frente por el sudor y respiraba por la boca intentando recobrar la compostura. Su pecho se movía y chocaba rítmicamente contra los senos de la joven. Estaba muy agitado pero su cuerpo poco a poco se relajaba y experimentaba una sensación de paz. También tenía sueño pero luchaba por permanecer despierto porque no quería perderse ni un segundo la hermosa visión que Dagmar le regalaba.
—Yo también te amo —respondió y la besó en los labios, agradeciendo por la maravillosa experiencia que le había regalado, a él, sólo a él y a nadie más—. Entonces, ¿te ha gustado hacer el amor conmigo? Porque a mí me ha encantado y con gusto lo repetiría —sonrió y volvió a besarla, una, dos veces, tres veces, mil veces.
—Lo haremos tantas veces como tú desees pero primero tienes que descansar —sentenció divertido.
Fue lo último que le dijo antes de besar su frente y quedarse dormidos.
***
Esperó dormir profundamente durante varias horas, pero se despertó antes que ella. Era cierto que en los brazos de Dagmar el mundo se había detenido por un momento, pero en el fondo sabía que existía algo que no podía seguir ignorando. Podía sentir en el aire esa sensación asfixiante que no lo dejaría vivir en paz. Sabía que tarde o temprano tendría que hablar, y que mientras más tarde, peor sería. Era una carga demasiado grande que no podía continuar sosteniendo sobre su espalda durante más tiempo.
Dagmar se removió sobre la cama entre sueños y él tuvo el impulso repentino de despertarla en ese momento y contarle toda la verdad para terminar con ese tema de una vez por todas. Pero no lo hizo. No se atrevió. Lo detuvo el miedo. Miedo a perderla, a que las cosas terminaran justo cuando recién empezaban. Él sabía que hablarle de ese terrible secreto sólo podía tener dos finales: que ella lo odiase y le exigiera alejarse de ella, como Uma, su ex mujer, había hecho; o bien podía llegar a entender que él ya no deseaba ser un asesino, que el fin de esos días y sus terribles acciones había llegado, y lo besaría y le diría que todo estaría bien.
«Ella comprenderá, tiene que compréndelo», se dijo a sí mismo en completo silencio, intentando autoconvencerse, dándose valor.
Mientras la veía dormir, en el rostro del rubio podían verse todas las esperanzas que guardaba, todos los anhelos de lo que podían llegar a ser si ella llegaba a comprenderlo. Pero ni eso lograba disipar el peso de la culpa, la sombra maligna de la indesición, la agonía desesperada. Mientras yacía allí, despierto, con los ojos abiertos en medio de la penumbra de la habitación, se preguntó cómo había llegado a esa posición. Se arrepintió de todo, de su falta de carácter, de sus malas desiciones, de su cobardía, de su avaricia, o lo que fuese que lo hubiera arrastrado a esa vida de la que ahora renegaba. Se maldijo mil veces pero ni eso le fue suficiente. Hubiese dado su vida por la oportunidad de regresar el tiempo y hacer las cosas bien.
Se preguntó si debía despertarla o mantenerla feliz por el máximo tiempo posible.
Hunter estaba tan ensimismado en sus pensamientos que ni siquiera se percató de que Dagmar había despertado y llevaba varios minutos mirándolo en silencio. En su rostro se notaba el cansancio pero aún así fue capaz de regalarle una breve sonrisa.
«Tienes que hacerlo. Es ahora o nunca. Y sabes que después será peor…»
Parecía una broma cruel del destino pero sabía que hablar lo haría todo mucho más fácil. La miró sin saber muy bien cómo empezar. Podía sentir su corazón agitándose dentro de su pecho, con furia, con tristeza.
—Dagmar… —decir su nombre le pareció un buen inicio; pronunciarlo lo llenaba de valor—, necesito hablarte de algo importante —sin dejar de mirarla a los ojos, hizo una pausa, y luego continuó—. La tarde en que nos conocimos… en realidad esa no fue la primera vez que te vi. Ya te conocía porque estuve siguiéndote durante un par de semanas. Te seguí porque… —dudó un segundo—, porque me enviaron a asesinarte. La gitana que nos leyó las cartas tenía razón.
Y se quedó callado. Probablemente porque no era capaz de dar una explicación coherente de por qué lo había hecho. En pocos minutos, todo había cambiado. Sólo esperaba que ella no pensara lo peor de él, que había elegido justo ese momento para decirle la verdad, después de haber hecho el amor, porque ya no le importaba si no volvía a verla, porque ya había conseguido lo que todo hombre tarde o temprano espera obtener de una mujer, y de ella lo había conseguido demasiado pronto.
Hunter Vaughan- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 02/11/2011
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Re: No resistance [+18] | Privado
No hacía calor, más bien la noche se había tornado fresca, y fue por esa razón que se despertó, no tenía quien la protegiera en sus brazos de las brisas, de aquellas bajas temperaturas, y es que a la joven le encantaba sentir por la mañana la piel cálida del rubio, su cuerpo empezando a producir sudor por la cercanía. El acostumbrarse a tan lindas sensaciones podía ser malo para algunos, pero adictivo y enriquecedor para ella. ¿Hunter se daría cuenta de lo bien que le hacía? Probablemente no, de hacerlo no la habría soltado en medio de sus sueños, pero si lo había hecho entonces algo estaba mal. Probablemente él, o quizás ella, o tal vez el chico simplemente se había levantado en medio de la noche, sediento, o con ganas de ir al baño.
— Lo malo de estar enamorado es que se piensa mucho — Se dijo a si misma antes de abrir los ojos y toparse con un hombre demasiado perdido en sus pensamientos, con alguien que no le dejaba de ver a pesar de seguir durmiendo. Aquello la sonrojó, por qué no imaginaba que pudiera vigilarla al dormir. Lo único que Dagmar deseaba era no haber hablado entre sueños, porque seguramente el escucharía más que sus secretos (los cuales no eran muchos, pero si llegaba a saber cuanto lo amaba, podría ser vergonzoso). — Lo malo de estar enamorado es que te angustias por el silencio y la seriedad del otro — Se volvió a decir, como queriendo tranquilizar sus sensaciones buscándole una explicación lógica. Tanto amor le parecía nuevo, tantos sentimientos un remolino interno, lidiar con todo eso le resultaba complicado, más cuando él empezó a abrir la boca. Todo se estaba confirmando, y al final todo se derrumbó.
A la cazadora aún le dolía mucho el cuerpo. Aunque se estaba recuperando de forma satisfactoria, pero sobretodo rápida, era inevitable que en ocasiones sintiera recaídas como las de ese momento, es que encima había gastado demasiada energía haciendo el amor con su rubio. No importaba, aún así se sentó porque creía correcto verlo directamente a los ojos al escuchar cada una de sus palabras. Sé quejó un poco, y aunque Hunter se acercó para querer ayudarla, ella negó esperando a que prosiguiera. Podría estar con malestares, pero viviría con eso, además de todo en ocasiones anteriores había salido de sus "accidentes" y recuperaciones sola. La diferencia es que se sentía bien que su persona amada la cuidara y llenara de mimos. Dagmar se daba cuenta que al estar cerca de él se concentraba poco y pensaba en mil y un cosas distintas. Optó por poner toda su fuerza de voluntad, de esa forma podría escuchar y entender como era debido todo. Mal error, hubiera deseado distraerse, no escuchar aquello que le estaba diciendo. Era un error. Estaba soñando, si, claro que lo estaba haciendo.
— Así que ya me conocías — Susurró con suavidad. Cualquier persona que conocía a la joven cazadora se habría sorprendido de su reacción. La mayor parte del tiempo actuaba por impulso, sin palabras, sólo acciones barbaras que la hacían una guerrera, y que gracias a eso se había hecho de su fama impecable y letal, sin embargo esa vez no había ocurrido eso. Lo miraba extrañada, confundida, irritada, y al final entristecida. Dejó caer las sabanas de su cuerpo, se olvidó del pudor, de la vergüenza de su herida, de lo mal que se veía, o si estaba bien o mal hacer aquello. Daba igual, ya habían hecho el amor, Hunter le conocía lo más escondido de su ser. Con cuidado de no lastimarse observó la habitación. No tenía prendas femeninas, de esos vestidos que tenía que utilizar a diario para que no la molestaran, así que simplemente se colocó una camisa de él y unos pantalones. Se vistió correctamente y se acomodó su cabello, caminó al baño y se limpió la cara. No iba a llorar. Dagmar no se iba a doblegar ante ese mentiroso.
— ¿Y ya no piensas asesinarme? — Preguntó con el tono de voz definitivamente alterado. La pregunta se había fragmentado porque era evidente que la joven tenía un nudo grande en la garganta. Suspiró y se dejó ver saliendo del baño, vestida de hombre, pero evidentemente nadie se tragaría que era uno; Dagmar poseía una figura hermosa, de esas que no se ven sino se tiene un corsé encima, desde joven la belleza la había tenido, así que no se cuestionaba mucho su sexo aunque estuviera vestida de tal manera. Caminó entonces hasta colocarse frente a él, con esa mirada perdida en el mar de tristezas, queriendo sacar mil preguntas que no podía pronunciar pero que necesitaba las respuestas, aquello era raro, raro y doloroso.
— ¿Por qué me mandaron a matar? ¿Quién? — Hizo una pausa, la siguiente pregunta no sabía si debía hacerla. Tomando en cuenta que le había dicho que no creía en un principio en las criaturas de la noche, pero ¿qué importaba? Hunter había podido mentir incluso en eso, era un mentiroso, el peor de todos — ¿Una de esas criaturas te mandó? No me sorprendería, son sucias y engañosas, y mandarme a un humano sería lo más sensato sino querían levantar sospecha, inteligente de su parte — Ella se dio cuenta al callarse que no era ninguna de esas criaturas, lo que no entendía era quien. Aunque se la pasaba purgando al mundo de esos seres, Dagmar era una chica increíblemente buena, que buscaba el bien en los demás y que en ocasiones daba lo que podía no tener, aunque lo tenía. Su cabeza empezó a pensar, pero por más que lo hacía no llegaba a una conclusión certera, aquello la puso de peor humor y esperó a que Hunter le contestara.
— Vamos a hablar claro, Hunter — Un impulso de abofetearlo le llegó y la caló hasta los huesos, sin embargo se quedó quieta y sus manos se formaron en dos puños — Ya que estamos hablando de la verdad, después de haber hecho el amor — Negó — No, tu no me hiciste el amor, tu me cogiste — Vulgar nunca era, y no es que lo estuviera siendo, estaba buscando la manera de decir lo que sentía, como se encontraba. Se sentía engañada, utilizada, mancillada. Así fue como dos lagrimas se colaron de sus mejillas, las únicas, no dejó caer ninguna más. — ¿Qué pretendías Hunter? ¿Enamorarme, hacerme el amor y luego dejarme? ¿O en vez de dejarme matarme? ¿Cuántas noches me quedé entre tus brazos estando segura de que no habría mejor lugar para mi? Me engañaste, en cualquier momento pudiste matarme, porque yo bajé la guardia, eres el peor de los mentirosos ¡Lo dices hasta ahorita! — Y la rabia aumentaba, y llevada de la mano el dolor de su herida, si seguía así no lograría más que hacerla sangrar — No necesito de esto, no necesito de ti — Mentira, si lo necesitaba — No necesito de tus secretos, de tus mentiras, de tu crueldad. ¡Que fácil debe ser para ti enamorar a una mujer y luego decirle estás cosas! ¡Es cruel! Eso no se hace — Si Hunter pretendía acercarse a ella para tranquilizarla, Dagmar daba pasos hacía atrás, si la tocaba estallaría, no deseaba que lo volviera a hacer, se sentía tan débil, tan expuesta.
— Hagamos una cosa — Pidió lo más calmada del mundo que puso — Me iré de aquí, y no quiero que me busques, no lo harás, no te atrevas a hacerlo, si lo haces yo misma te daré a la caza, y tendrás que matarme, tendrás que cumplir tu tarea, eres un mentiroso, el peor de todos, y sin embargo te amo — Lo dijo por última vez, como si en aquellas palabras diera por hecho una despedida, el adiós de sus sentimientos, la partida que creía no daría vuelta atrás.
Dagmar no le dio tiempo de pensar, salió de aquella habitación con rapidez y agilidad. Ignoró por completo el dolor de su cuerpo, enterró en su corazón lo que había pasado la noche anterior, apenas y había podido saborearlo, aún aquella zona se sentía extraña, al caminar incluso se encontraba tan sensible que lo recordaba por dentro de ella. Lloró en el camino. Se quedó a medio pasillo y observó el trayecto que apenas había hecho. Cortó demasiado corto, pero para ella inmenso. No quería estar sin él y sin embargo sabía era lo correcto. Le dolía. ¿Por qué Hunter tenía que volverse un tormento? Las historias de amor no debían de ser así, tenían que acabar con un final feliz, quizás su historia no era de amor.
— Lo malo de estar enamorado es que se piensa mucho — Se dijo a si misma antes de abrir los ojos y toparse con un hombre demasiado perdido en sus pensamientos, con alguien que no le dejaba de ver a pesar de seguir durmiendo. Aquello la sonrojó, por qué no imaginaba que pudiera vigilarla al dormir. Lo único que Dagmar deseaba era no haber hablado entre sueños, porque seguramente el escucharía más que sus secretos (los cuales no eran muchos, pero si llegaba a saber cuanto lo amaba, podría ser vergonzoso). — Lo malo de estar enamorado es que te angustias por el silencio y la seriedad del otro — Se volvió a decir, como queriendo tranquilizar sus sensaciones buscándole una explicación lógica. Tanto amor le parecía nuevo, tantos sentimientos un remolino interno, lidiar con todo eso le resultaba complicado, más cuando él empezó a abrir la boca. Todo se estaba confirmando, y al final todo se derrumbó.
A la cazadora aún le dolía mucho el cuerpo. Aunque se estaba recuperando de forma satisfactoria, pero sobretodo rápida, era inevitable que en ocasiones sintiera recaídas como las de ese momento, es que encima había gastado demasiada energía haciendo el amor con su rubio. No importaba, aún así se sentó porque creía correcto verlo directamente a los ojos al escuchar cada una de sus palabras. Sé quejó un poco, y aunque Hunter se acercó para querer ayudarla, ella negó esperando a que prosiguiera. Podría estar con malestares, pero viviría con eso, además de todo en ocasiones anteriores había salido de sus "accidentes" y recuperaciones sola. La diferencia es que se sentía bien que su persona amada la cuidara y llenara de mimos. Dagmar se daba cuenta que al estar cerca de él se concentraba poco y pensaba en mil y un cosas distintas. Optó por poner toda su fuerza de voluntad, de esa forma podría escuchar y entender como era debido todo. Mal error, hubiera deseado distraerse, no escuchar aquello que le estaba diciendo. Era un error. Estaba soñando, si, claro que lo estaba haciendo.
— Así que ya me conocías — Susurró con suavidad. Cualquier persona que conocía a la joven cazadora se habría sorprendido de su reacción. La mayor parte del tiempo actuaba por impulso, sin palabras, sólo acciones barbaras que la hacían una guerrera, y que gracias a eso se había hecho de su fama impecable y letal, sin embargo esa vez no había ocurrido eso. Lo miraba extrañada, confundida, irritada, y al final entristecida. Dejó caer las sabanas de su cuerpo, se olvidó del pudor, de la vergüenza de su herida, de lo mal que se veía, o si estaba bien o mal hacer aquello. Daba igual, ya habían hecho el amor, Hunter le conocía lo más escondido de su ser. Con cuidado de no lastimarse observó la habitación. No tenía prendas femeninas, de esos vestidos que tenía que utilizar a diario para que no la molestaran, así que simplemente se colocó una camisa de él y unos pantalones. Se vistió correctamente y se acomodó su cabello, caminó al baño y se limpió la cara. No iba a llorar. Dagmar no se iba a doblegar ante ese mentiroso.
— ¿Y ya no piensas asesinarme? — Preguntó con el tono de voz definitivamente alterado. La pregunta se había fragmentado porque era evidente que la joven tenía un nudo grande en la garganta. Suspiró y se dejó ver saliendo del baño, vestida de hombre, pero evidentemente nadie se tragaría que era uno; Dagmar poseía una figura hermosa, de esas que no se ven sino se tiene un corsé encima, desde joven la belleza la había tenido, así que no se cuestionaba mucho su sexo aunque estuviera vestida de tal manera. Caminó entonces hasta colocarse frente a él, con esa mirada perdida en el mar de tristezas, queriendo sacar mil preguntas que no podía pronunciar pero que necesitaba las respuestas, aquello era raro, raro y doloroso.
— ¿Por qué me mandaron a matar? ¿Quién? — Hizo una pausa, la siguiente pregunta no sabía si debía hacerla. Tomando en cuenta que le había dicho que no creía en un principio en las criaturas de la noche, pero ¿qué importaba? Hunter había podido mentir incluso en eso, era un mentiroso, el peor de todos — ¿Una de esas criaturas te mandó? No me sorprendería, son sucias y engañosas, y mandarme a un humano sería lo más sensato sino querían levantar sospecha, inteligente de su parte — Ella se dio cuenta al callarse que no era ninguna de esas criaturas, lo que no entendía era quien. Aunque se la pasaba purgando al mundo de esos seres, Dagmar era una chica increíblemente buena, que buscaba el bien en los demás y que en ocasiones daba lo que podía no tener, aunque lo tenía. Su cabeza empezó a pensar, pero por más que lo hacía no llegaba a una conclusión certera, aquello la puso de peor humor y esperó a que Hunter le contestara.
— Vamos a hablar claro, Hunter — Un impulso de abofetearlo le llegó y la caló hasta los huesos, sin embargo se quedó quieta y sus manos se formaron en dos puños — Ya que estamos hablando de la verdad, después de haber hecho el amor — Negó — No, tu no me hiciste el amor, tu me cogiste — Vulgar nunca era, y no es que lo estuviera siendo, estaba buscando la manera de decir lo que sentía, como se encontraba. Se sentía engañada, utilizada, mancillada. Así fue como dos lagrimas se colaron de sus mejillas, las únicas, no dejó caer ninguna más. — ¿Qué pretendías Hunter? ¿Enamorarme, hacerme el amor y luego dejarme? ¿O en vez de dejarme matarme? ¿Cuántas noches me quedé entre tus brazos estando segura de que no habría mejor lugar para mi? Me engañaste, en cualquier momento pudiste matarme, porque yo bajé la guardia, eres el peor de los mentirosos ¡Lo dices hasta ahorita! — Y la rabia aumentaba, y llevada de la mano el dolor de su herida, si seguía así no lograría más que hacerla sangrar — No necesito de esto, no necesito de ti — Mentira, si lo necesitaba — No necesito de tus secretos, de tus mentiras, de tu crueldad. ¡Que fácil debe ser para ti enamorar a una mujer y luego decirle estás cosas! ¡Es cruel! Eso no se hace — Si Hunter pretendía acercarse a ella para tranquilizarla, Dagmar daba pasos hacía atrás, si la tocaba estallaría, no deseaba que lo volviera a hacer, se sentía tan débil, tan expuesta.
— Hagamos una cosa — Pidió lo más calmada del mundo que puso — Me iré de aquí, y no quiero que me busques, no lo harás, no te atrevas a hacerlo, si lo haces yo misma te daré a la caza, y tendrás que matarme, tendrás que cumplir tu tarea, eres un mentiroso, el peor de todos, y sin embargo te amo — Lo dijo por última vez, como si en aquellas palabras diera por hecho una despedida, el adiós de sus sentimientos, la partida que creía no daría vuelta atrás.
Dagmar no le dio tiempo de pensar, salió de aquella habitación con rapidez y agilidad. Ignoró por completo el dolor de su cuerpo, enterró en su corazón lo que había pasado la noche anterior, apenas y había podido saborearlo, aún aquella zona se sentía extraña, al caminar incluso se encontraba tan sensible que lo recordaba por dentro de ella. Lloró en el camino. Se quedó a medio pasillo y observó el trayecto que apenas había hecho. Cortó demasiado corto, pero para ella inmenso. No quería estar sin él y sin embargo sabía era lo correcto. Le dolía. ¿Por qué Hunter tenía que volverse un tormento? Las historias de amor no debían de ser así, tenían que acabar con un final feliz, quizás su historia no era de amor.
Dagmar Biermann- Cazador Clase Alta
- Mensajes : 305
Fecha de inscripción : 13/06/2011
Edad : 34
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Re: No resistance [+18] | Privado
Ni siquiera tuvo oportunidad de hablar, aunque probablemente no se merecía ese derecho. Y de poder hacerlo, ¿que se suponía debía decir? ¿Con qué argumentos defendía su posición sin que éstos resultaran demasiado absurdos? ¿Era posible justificar lo injustificable? Porque era consciente de que quizá con la debida perseverancia podía llegar a hacer entender a Dagmar el por qué había preferido guardar el secreto, pero, ¿realmente podía justificar el por qué había decidido dedicarse a una actividad tan ruin como lo era ser un asesino a sueldo? Pensó que si decidía confesarse al fin, tenía que confesarlo todo, cada una de las cosas que tanto le atormentaban y no solo la parte que confería a Dagmar. Eso, le provocaba un malestar. Evocar los recuerdos malditos lo hacían sentirse como el desgraciado que ella había retratado en sus recientes acusaciones, aunque la mitad de ellas no fueran ciertas.
Se quedó callado por un largo rato, inútil, como si de un momento a otro, toda su agilidad, la inteligencia junto con las lecciones y el arduo entrenamiento que le habían proveído en su preparación para llegar a ser uno de los más confiables hombres de Horst Neumann, se hubieran ido al carajo. En ese instante, se sintió un completamente vulnerable, porque no hacía falta ser demasiado inteligente para darse cuenta de que estaba a nada de perder a Dagmar. Tal pensamiento fue lo que al fin lo hizo reaccionar, tomar unos pantalones y salir de la habitación.
Corrió detrás de ella y la alcanzó en el pasillo del hotel. La tomó por la cintura y la obligó a detenerse, sosteniéndola violentamente contra la pared, impidiendo que huyera sin que antes pudiera contarle su versión de los hechos. No le dio la menor importancia a lo que la gente que presenciara la escena pensaría de la forma tan brusca en la que estaba abordando a una dama; la forma en la que le hablaba; el escándalo que estaban haciendo.
—Ya tuviste la oportunidad de insultarme y sacar tus propias conclusiones, de abofetearme o creerme el más patán de los hombres, ahora me toca a mí, y vas a escucharme, quieras o no —su voz fue ruda y se parecía a una amenaza, a una mortífera advertencia de parte de un asesino.
Desvió su rostro un momento y sus ojos se encontraron con una mujer que se llevó las manos a la boca visiblemente aterrorizada por el espectáculo, la misma mujer que segundos más tarde amenazó con reportar a la administración del hotel sobre lo que estaba ocurriendo si él no liberaba a la joven que agresivamente tenía aprisionada. Hunter no tuvo más remedio que arrastrar a Dagmar nuevamente hasta la habitación y, una vez dentro, se plantó frente a la puerta del cuarto para impedir que ella huyera nuevamente. Si no deseaba escucharlo, tendría que saltar por la ventana, por lo que no tenía alternativa.
—Horst Neumann —pronunció secamente el nombre. Probablemente para Dagmar no significaría nada, pero él, él que conocía mejor que nadie la clase de persona (si es que se le podía calificar como tal) que era, sabía que era sinónimo de muerte—. Ese es el nombre del hombre que me envió a matarte. Es probable que no lo conozcas, pero tu padre sí. Es él quien tiene algún tipo de deuda con Neumann, una que se ha negado a saldar, según Neumann, más por orgullo que por falta de recursos —insinuar, o mejor dicho, asegurar que su padre era el maldito que tenía la culpa de que ella estuviera en la mira de Horst era algo peligroso, era como jugar con fuego, y ella probablemente lo odiaría aún más por ello.
—Yo trabajo para Neumann —continuó—, o trabajaba, porque en el momento en que te conocí lo abandoné todo. No pude seguir porque, lo creas o no, me enamoré de ti… —la voz se le apagó un momento, suavizándose hasta volverse un susurro. Deseó acercarse y abrazarla, sentir su calor una vez más; quiso comprobar que era la misma Dagmar de la noche anterior, con la que había hecho el amor por primera vez, y no un témpano de hielo, porque su mirada fría lo estaba congelando.
—Esa es la verdad —dio un paso al frente, arriesgándose—. También es verdad que he matado gente, que no he sido el mejor de los hombres, que daría lo que fuera por poder regresar el tiempo y ser un mejor hombre para ti, el que realmente te mereces. Pero no puedo. Sólo puedo ser sincero contigo. Sólo me queda esperar que no me odies porque… no podría soportarlo… —no pudo más y se acercó. Colocó sus manos sobre los hombros de la muchacha y automáticamente sus dedos la reconocieron; recordaron la manera en que la habían tocado, una y otra vez, la noche anterior—. No podría aguantar que me sucediera esto otra vez porque ya ocurrió en el pasado… con mi ex mujer —la miró a los ojos, fijamente, confidencialmente. Quería que ella se diera cuenta de lo duro que era para él confesarse de esa manera, hablarle de una de las cosas que más le dolían. También deseaba ver cómo reaccionaría al enterarse de que ella no era la primera ni sería la única que tenía su amor. Que tendría que compartirlo—. Sí, estuve casado y tengo una hija. Su nombre es Aggie y hace poco más de un año que no la he visto porque su madre me prohibió acercarme, porque teme que yo pueda lastimarla, cuando sería capaz de morir antes que hacerle daño… así como prefiero morir antes que dejar que algo te pase.
¿Sería suficiente para Dagmar saber que desistir de quitarle la vida a ella significaba, irremediablemente, exponer la suya?
—Sé que no debí ocultarte esto, que debí haberlo dicho desde el inicio. Ese ha sido mi más grande error, lo sé, lo acepto, no me excuso de ello. Y juro que no volveré a tocarte, que pretenderé que nada ocurrió entre tú y yo y dejaré de insistir si eso es lo que quieres, pero tienes que venir conmigo —al pedirle esto, ella seguramente terminaría de creer que se había vuelto loco, pero él sonó tan convencido que ella pronto se convenció que no era ninguna broma de mal gusto—. Tenemos que irnos, no puedes quedarte en París. No puedo dejarte ir, Dagmar, no puedes alejarte de mí, porque ahora soy el único que puede protegerte; porque en el momento en que él descubra que yo no he cumplido con su orden, enviará a alguien más a cazarte y me asesinará también. Probablemente pienses que pueden vencerlo, pero tú no tienes idea del poder de este hombre, de la cantidad de aliados que posee. Ahora ambos estamos en su mira. Podría estar mirándonos en este mismo instante sin siquiera habernos dado cuenta —y sí, probablemente Hunter había empezado a sonar como un paranoico, pero no había duda de que su temor tenía fundamentos, que tener a un hombre como Neumann tras sus pasos era un buen pretexto para empezar a sentir miedo.
Se quedó callado por un largo rato, inútil, como si de un momento a otro, toda su agilidad, la inteligencia junto con las lecciones y el arduo entrenamiento que le habían proveído en su preparación para llegar a ser uno de los más confiables hombres de Horst Neumann, se hubieran ido al carajo. En ese instante, se sintió un completamente vulnerable, porque no hacía falta ser demasiado inteligente para darse cuenta de que estaba a nada de perder a Dagmar. Tal pensamiento fue lo que al fin lo hizo reaccionar, tomar unos pantalones y salir de la habitación.
Corrió detrás de ella y la alcanzó en el pasillo del hotel. La tomó por la cintura y la obligó a detenerse, sosteniéndola violentamente contra la pared, impidiendo que huyera sin que antes pudiera contarle su versión de los hechos. No le dio la menor importancia a lo que la gente que presenciara la escena pensaría de la forma tan brusca en la que estaba abordando a una dama; la forma en la que le hablaba; el escándalo que estaban haciendo.
—Ya tuviste la oportunidad de insultarme y sacar tus propias conclusiones, de abofetearme o creerme el más patán de los hombres, ahora me toca a mí, y vas a escucharme, quieras o no —su voz fue ruda y se parecía a una amenaza, a una mortífera advertencia de parte de un asesino.
Desvió su rostro un momento y sus ojos se encontraron con una mujer que se llevó las manos a la boca visiblemente aterrorizada por el espectáculo, la misma mujer que segundos más tarde amenazó con reportar a la administración del hotel sobre lo que estaba ocurriendo si él no liberaba a la joven que agresivamente tenía aprisionada. Hunter no tuvo más remedio que arrastrar a Dagmar nuevamente hasta la habitación y, una vez dentro, se plantó frente a la puerta del cuarto para impedir que ella huyera nuevamente. Si no deseaba escucharlo, tendría que saltar por la ventana, por lo que no tenía alternativa.
—Horst Neumann —pronunció secamente el nombre. Probablemente para Dagmar no significaría nada, pero él, él que conocía mejor que nadie la clase de persona (si es que se le podía calificar como tal) que era, sabía que era sinónimo de muerte—. Ese es el nombre del hombre que me envió a matarte. Es probable que no lo conozcas, pero tu padre sí. Es él quien tiene algún tipo de deuda con Neumann, una que se ha negado a saldar, según Neumann, más por orgullo que por falta de recursos —insinuar, o mejor dicho, asegurar que su padre era el maldito que tenía la culpa de que ella estuviera en la mira de Horst era algo peligroso, era como jugar con fuego, y ella probablemente lo odiaría aún más por ello.
—Yo trabajo para Neumann —continuó—, o trabajaba, porque en el momento en que te conocí lo abandoné todo. No pude seguir porque, lo creas o no, me enamoré de ti… —la voz se le apagó un momento, suavizándose hasta volverse un susurro. Deseó acercarse y abrazarla, sentir su calor una vez más; quiso comprobar que era la misma Dagmar de la noche anterior, con la que había hecho el amor por primera vez, y no un témpano de hielo, porque su mirada fría lo estaba congelando.
—Esa es la verdad —dio un paso al frente, arriesgándose—. También es verdad que he matado gente, que no he sido el mejor de los hombres, que daría lo que fuera por poder regresar el tiempo y ser un mejor hombre para ti, el que realmente te mereces. Pero no puedo. Sólo puedo ser sincero contigo. Sólo me queda esperar que no me odies porque… no podría soportarlo… —no pudo más y se acercó. Colocó sus manos sobre los hombros de la muchacha y automáticamente sus dedos la reconocieron; recordaron la manera en que la habían tocado, una y otra vez, la noche anterior—. No podría aguantar que me sucediera esto otra vez porque ya ocurrió en el pasado… con mi ex mujer —la miró a los ojos, fijamente, confidencialmente. Quería que ella se diera cuenta de lo duro que era para él confesarse de esa manera, hablarle de una de las cosas que más le dolían. También deseaba ver cómo reaccionaría al enterarse de que ella no era la primera ni sería la única que tenía su amor. Que tendría que compartirlo—. Sí, estuve casado y tengo una hija. Su nombre es Aggie y hace poco más de un año que no la he visto porque su madre me prohibió acercarme, porque teme que yo pueda lastimarla, cuando sería capaz de morir antes que hacerle daño… así como prefiero morir antes que dejar que algo te pase.
¿Sería suficiente para Dagmar saber que desistir de quitarle la vida a ella significaba, irremediablemente, exponer la suya?
—Sé que no debí ocultarte esto, que debí haberlo dicho desde el inicio. Ese ha sido mi más grande error, lo sé, lo acepto, no me excuso de ello. Y juro que no volveré a tocarte, que pretenderé que nada ocurrió entre tú y yo y dejaré de insistir si eso es lo que quieres, pero tienes que venir conmigo —al pedirle esto, ella seguramente terminaría de creer que se había vuelto loco, pero él sonó tan convencido que ella pronto se convenció que no era ninguna broma de mal gusto—. Tenemos que irnos, no puedes quedarte en París. No puedo dejarte ir, Dagmar, no puedes alejarte de mí, porque ahora soy el único que puede protegerte; porque en el momento en que él descubra que yo no he cumplido con su orden, enviará a alguien más a cazarte y me asesinará también. Probablemente pienses que pueden vencerlo, pero tú no tienes idea del poder de este hombre, de la cantidad de aliados que posee. Ahora ambos estamos en su mira. Podría estar mirándonos en este mismo instante sin siquiera habernos dado cuenta —y sí, probablemente Hunter había empezado a sonar como un paranoico, pero no había duda de que su temor tenía fundamentos, que tener a un hombre como Neumann tras sus pasos era un buen pretexto para empezar a sentir miedo.
Hunter Vaughan- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 02/11/2011
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Re: No resistance [+18] | Privado
No había duda alguna que no se encontraba del todo bien. Su condición física había decaído por culpa de ese atentado que había tenido semanas atrás. Le dolía hasta lo que no conocía que existía su cuerpo. Era la suma del ataque, la lenta recuperación, el esfuerzo físico de la noche, el enojo mezclado con la adrenalina de hace unos momentos, y sin menospreciar, también las emociones que revoloteaban en su interior. La pobre chica se sentía mal, perdida, frágil y con ganas de despertar de una pesadilla. ¿En qué momento todo había cambiado? ¿Por qué Hunter se había convertido en el villano de la historia sí había sido el príncipe? No lo comprendía, y muy probablemente se negaría a hacerlo.
Se dejó arrastrar al cuarto, no puso pero porqué ¿Para qué mentir? No iba a aguantar andar sola por las calles, seguramente se quedaría a la mitad de una y ahí permanecería hasta recuperarse, sino es que antes se desmayaba. Se sentó presurosa en la cama, y prestó atención a las palabras del muchacho. Lo cierto es que su mirada era analítica, reprobatoria, inquisitiva, no había forma alguna de que Dagmar pudiera bajar la guardia tan fácilmente, le resultaba imposible, su carácter le impedía mostrarse dócil en esa situación, aunque con él ya lo hubiera sido; se le había entregado por completo. Por sino fuera poco, se cruzó de brazos, dejando en claro que no iba a bajar la guardia, que no cedería. Si Hunter se decía tan enamorado, entonces tendría que soportar los desplantes de una mujer firme, que no se dejaba intimidar por las normas sociales, menos aún se dejaría de un hombre. Uno que encima de todo le había mentido, y quería reparar el daño diciendo la verdad. ¡La verdad después de haber hecho el amor! Parecía aquello un chiste mal contado.
— Te creo — Comentó de la nada después de escucharlo dejar salir todo ese gran discurso. La cara de sorpresa de Hunter por poco le arranca una sonrisa. Se resistió, no le iba a dar oportunidad de creer estaba ganando terreno, aunque lo cierto es que sí estaba haciéndolo — Mi padre tiene amigos de no muy buena procedencia, lo sé, lo he visto y leído — Se encogió de hombros — A veces mantener una academia de cazadores en buen estado y por tanto tiempo requiere amistades de dudosa procedencia, así es esto — No es que lo aprobara, para nada, pero ella había tomado la decisión de marcharse de casa en parte por eso, claro que también por su libertad, pero las acciones turbias de su progenitor le habían sacado de quicio, y fue así cómo al final tomó la decisión — Últimamente estaba actuando de forma extraña, me pedía que regresara a mi rutina de ayudar pueblos sin conocimiento ni protección, y mi madre está enferma, por lo que la llevo fuera del país — Se llevó una mano al mentón pensando
Dagmar estuvo a punto de agregar palabra alguna cuando escuchó tres golpes urgentes sobre la puerta de madera. Por lo visto la señora del pasillo había cumplido sus amenazas. Le lanzó una mirada cómplice a Hunter, no pudo evitar sonreír, se levantó de la cama y caminó con lentitud hasta llegar a la puerta, cuando estuvo frente a ella la abrió dando un gran bostezo. Del otro lado, en el pasillo, se encontraba la mujer observando espantada, más bien con deseos de chisme, a su lado se encontraba un aburrido trabajador. Preguntó si se encontraba bien. La joven simplemente asintió.
— Son sólo peleas de recién casados — Comunicó, incluso su actuación de arrepentida y avergonzada había salido tan bien elaborada que ella misma se lo creyó. El tema de los casados siempre funcionaba, por lo regular tenía un efecto en las personas que indicaba privacidad otorgada — Cuando se enoja tienda a alzar mucho la voz, cómo todos — Se encogió de hombros — Gracias por la preocupación pero ahora estamos en plena reconciliación, usted sabe… — Lo último lo dijo para darle prontitud a la marcha ajena. No deseaba tener espectadores cerca, sólo necesitaba estar con Hunter y procesar tanta información.
— No eres el único que ha matado gente, ya lo he dicho pero no me crees, hay criaturas, y hay humanos que trabajan con ellas — Se encogió de hombros. Cuando estuvo sentada de nuevo le dio golpecitos a la cama para que se acercara, no deseaba por el momento que se atreviera a tocarla de esa forma, sobre los hombros, cómo si se tratara de una niña pequeña a la que le estaban dando una lección. A fin de cuentas ahora era su mujer. Dagmar iba a interrumpirlo, a refutar con mucho "odio" las palabras sobre el supuesto amor que sentía por ella, pero prefirió seguir escuchando, y se sorprendió al saber de ese pasado que sin duda lo seguía lastimando — ¿Aggie? ¿Ese es su nombre? — A pesar de haber crecido con su padre a un lado, Dagmar sabía lo que se sentía que no estuviera cerca, que tuviera que marchar por su bien, entre otras cosas. Sintió pena por él, y pena por la niña, ellos se necesitaban — Deberías probarle que cambiaste ¿no crees? Es tú hija, la sociedad en la que nos manejamos te da ventajas de poner tenerla o verla si lo solicitas, a fin de cuentas eres hombres — La muchacha estiró su mano para tomar la de Hunter por un momento, le dio un suave apretón, no iba a echarle en cara el tema de su hija porque había sido en el pasado, dónde ninguno de los dos esperaría llegar a ese momento — Quizás deberíamos viajar a ver a Aggie ¿No crees? — En ese preciso momento se dio cuenta que estaba hablando tonterías. ¿Cómo iba a acompañar al rubio a ver a su hija? ¿Cómo la iba a presentar frente a la infante? Además, estaban enojados, o se suponía que de esa forma estaban, no debía bajar la guardia con él. No más de la que ya lo había hecho.
— "Tramposo al hablar de su hija" — Pensó la cazadora.
— Esta bien, digamos que acepto ir contigo, eso es un digamos, no es nada seguro — Le soltó el agarre de la mano rápidamente al notar lo bien que se sentía el calor corporal ajeno, incluso por un momento se sintió débil, con ganas de volver a sentir sus dedos, su piel recorrer la suya. ¡Maldito mil veces! — ¿A dónde crees que iríamos? No es que nos de muchas opciones si dices que puede vigilarnos — Hizo una mueca y se puso de pie. Estaba algo abochornada, así que se alzó el cabello en una especie de coleta y lo enredó con el primer pálido que encontró frente a ella. Un mechón rebelde le cubría el rostro. Lo sopló para despejar su vista — Si tiene tanta urgencia ya debió percatarse de que su trabajo no está realizado, y ya estaría de camino aquí ¿No? — Caminó de un lado a otro por la habitación - No creo que estemos tan desprotegidos, el hombre debe tener enemigos, muchos de ellos, es más debes de saber sus nombres, deberíamos usar esa información con ventaja, y aliarnos con ellos - Era lo primero que se le ocurría, lo primero que le llegó a la cabeza.
Se volvió a sentar a su lado, de nuevo el cansancio de su no completa condición se asomaba, bostezó disimuladamente, haciendo su rostro hacía un lado y tapándose la boca. Dagmar aún seguía confundida por toda la información que procesaba. Por un momento pensó en sus padres y sintió miedo de que estuvieran en peligro, pero al menos estaba segura que iban acompañados de guardias, y de alguna que otra criatura aliada, así que se calmó y se centró en ese momento.
— No sé que tan rota este mi confianza ahora misma - Le confesó. — No niego que agradezco tus palabras, tu confianza, sin embargo no fue el momento correcto, lo sabes ¿Verdad? Es decir, después de anoche, decirlo de esa forma sólo hace que piense que jugaste - Bajó la mirada hacía el suelo observando los pies descalzos del muchacho — Yo sé que no, que no fue así, sólo que fuiste bastante bruto al escoger el momento, ¿recuerdas cuando nos conocimos? Bueno, te diste cuenta de mi carácter, así que es normal mi reacción, ser impulsiva, violenta, salvaje — Dejó caer su cuerpo hacía atrás recostándose, mirando al techo — Además, no me entrenaron para saber cómo lidiar con alguien al que amas y esas cosas, esto es nuevo para mi, y sino sé como llevarlo, me da miedo y quiero huir — Sí el había sido sincero ella también podía. Estiró una mano para acariciarle la espalda al hombre. Su caricia era lenta y dulce, como un par que le había dado la noche anterior.
— Podríamos ir a mi casa un par de días, quizás leer un poco de información que tiene mi padre acumulada, quizás eso nos de pistas, no lo sé — Hizo una mueca cerrando los ojos — ¿En cuánto tiempo crees que pueda estar aquí? ¿Viene sólo o con su familia? Porque quizás si llegamos a su familia podríamos tener ventaja — Pero lo que Dagmar no sabía es que a Horst podía darle igual si perdía o no a su mujer. ¿Cierto?
Se dejó arrastrar al cuarto, no puso pero porqué ¿Para qué mentir? No iba a aguantar andar sola por las calles, seguramente se quedaría a la mitad de una y ahí permanecería hasta recuperarse, sino es que antes se desmayaba. Se sentó presurosa en la cama, y prestó atención a las palabras del muchacho. Lo cierto es que su mirada era analítica, reprobatoria, inquisitiva, no había forma alguna de que Dagmar pudiera bajar la guardia tan fácilmente, le resultaba imposible, su carácter le impedía mostrarse dócil en esa situación, aunque con él ya lo hubiera sido; se le había entregado por completo. Por sino fuera poco, se cruzó de brazos, dejando en claro que no iba a bajar la guardia, que no cedería. Si Hunter se decía tan enamorado, entonces tendría que soportar los desplantes de una mujer firme, que no se dejaba intimidar por las normas sociales, menos aún se dejaría de un hombre. Uno que encima de todo le había mentido, y quería reparar el daño diciendo la verdad. ¡La verdad después de haber hecho el amor! Parecía aquello un chiste mal contado.
— Te creo — Comentó de la nada después de escucharlo dejar salir todo ese gran discurso. La cara de sorpresa de Hunter por poco le arranca una sonrisa. Se resistió, no le iba a dar oportunidad de creer estaba ganando terreno, aunque lo cierto es que sí estaba haciéndolo — Mi padre tiene amigos de no muy buena procedencia, lo sé, lo he visto y leído — Se encogió de hombros — A veces mantener una academia de cazadores en buen estado y por tanto tiempo requiere amistades de dudosa procedencia, así es esto — No es que lo aprobara, para nada, pero ella había tomado la decisión de marcharse de casa en parte por eso, claro que también por su libertad, pero las acciones turbias de su progenitor le habían sacado de quicio, y fue así cómo al final tomó la decisión — Últimamente estaba actuando de forma extraña, me pedía que regresara a mi rutina de ayudar pueblos sin conocimiento ni protección, y mi madre está enferma, por lo que la llevo fuera del país — Se llevó una mano al mentón pensando
Dagmar estuvo a punto de agregar palabra alguna cuando escuchó tres golpes urgentes sobre la puerta de madera. Por lo visto la señora del pasillo había cumplido sus amenazas. Le lanzó una mirada cómplice a Hunter, no pudo evitar sonreír, se levantó de la cama y caminó con lentitud hasta llegar a la puerta, cuando estuvo frente a ella la abrió dando un gran bostezo. Del otro lado, en el pasillo, se encontraba la mujer observando espantada, más bien con deseos de chisme, a su lado se encontraba un aburrido trabajador. Preguntó si se encontraba bien. La joven simplemente asintió.
— Son sólo peleas de recién casados — Comunicó, incluso su actuación de arrepentida y avergonzada había salido tan bien elaborada que ella misma se lo creyó. El tema de los casados siempre funcionaba, por lo regular tenía un efecto en las personas que indicaba privacidad otorgada — Cuando se enoja tienda a alzar mucho la voz, cómo todos — Se encogió de hombros — Gracias por la preocupación pero ahora estamos en plena reconciliación, usted sabe… — Lo último lo dijo para darle prontitud a la marcha ajena. No deseaba tener espectadores cerca, sólo necesitaba estar con Hunter y procesar tanta información.
— No eres el único que ha matado gente, ya lo he dicho pero no me crees, hay criaturas, y hay humanos que trabajan con ellas — Se encogió de hombros. Cuando estuvo sentada de nuevo le dio golpecitos a la cama para que se acercara, no deseaba por el momento que se atreviera a tocarla de esa forma, sobre los hombros, cómo si se tratara de una niña pequeña a la que le estaban dando una lección. A fin de cuentas ahora era su mujer. Dagmar iba a interrumpirlo, a refutar con mucho "odio" las palabras sobre el supuesto amor que sentía por ella, pero prefirió seguir escuchando, y se sorprendió al saber de ese pasado que sin duda lo seguía lastimando — ¿Aggie? ¿Ese es su nombre? — A pesar de haber crecido con su padre a un lado, Dagmar sabía lo que se sentía que no estuviera cerca, que tuviera que marchar por su bien, entre otras cosas. Sintió pena por él, y pena por la niña, ellos se necesitaban — Deberías probarle que cambiaste ¿no crees? Es tú hija, la sociedad en la que nos manejamos te da ventajas de poner tenerla o verla si lo solicitas, a fin de cuentas eres hombres — La muchacha estiró su mano para tomar la de Hunter por un momento, le dio un suave apretón, no iba a echarle en cara el tema de su hija porque había sido en el pasado, dónde ninguno de los dos esperaría llegar a ese momento — Quizás deberíamos viajar a ver a Aggie ¿No crees? — En ese preciso momento se dio cuenta que estaba hablando tonterías. ¿Cómo iba a acompañar al rubio a ver a su hija? ¿Cómo la iba a presentar frente a la infante? Además, estaban enojados, o se suponía que de esa forma estaban, no debía bajar la guardia con él. No más de la que ya lo había hecho.
— "Tramposo al hablar de su hija" — Pensó la cazadora.
— Esta bien, digamos que acepto ir contigo, eso es un digamos, no es nada seguro — Le soltó el agarre de la mano rápidamente al notar lo bien que se sentía el calor corporal ajeno, incluso por un momento se sintió débil, con ganas de volver a sentir sus dedos, su piel recorrer la suya. ¡Maldito mil veces! — ¿A dónde crees que iríamos? No es que nos de muchas opciones si dices que puede vigilarnos — Hizo una mueca y se puso de pie. Estaba algo abochornada, así que se alzó el cabello en una especie de coleta y lo enredó con el primer pálido que encontró frente a ella. Un mechón rebelde le cubría el rostro. Lo sopló para despejar su vista — Si tiene tanta urgencia ya debió percatarse de que su trabajo no está realizado, y ya estaría de camino aquí ¿No? — Caminó de un lado a otro por la habitación - No creo que estemos tan desprotegidos, el hombre debe tener enemigos, muchos de ellos, es más debes de saber sus nombres, deberíamos usar esa información con ventaja, y aliarnos con ellos - Era lo primero que se le ocurría, lo primero que le llegó a la cabeza.
Se volvió a sentar a su lado, de nuevo el cansancio de su no completa condición se asomaba, bostezó disimuladamente, haciendo su rostro hacía un lado y tapándose la boca. Dagmar aún seguía confundida por toda la información que procesaba. Por un momento pensó en sus padres y sintió miedo de que estuvieran en peligro, pero al menos estaba segura que iban acompañados de guardias, y de alguna que otra criatura aliada, así que se calmó y se centró en ese momento.
— No sé que tan rota este mi confianza ahora misma - Le confesó. — No niego que agradezco tus palabras, tu confianza, sin embargo no fue el momento correcto, lo sabes ¿Verdad? Es decir, después de anoche, decirlo de esa forma sólo hace que piense que jugaste - Bajó la mirada hacía el suelo observando los pies descalzos del muchacho — Yo sé que no, que no fue así, sólo que fuiste bastante bruto al escoger el momento, ¿recuerdas cuando nos conocimos? Bueno, te diste cuenta de mi carácter, así que es normal mi reacción, ser impulsiva, violenta, salvaje — Dejó caer su cuerpo hacía atrás recostándose, mirando al techo — Además, no me entrenaron para saber cómo lidiar con alguien al que amas y esas cosas, esto es nuevo para mi, y sino sé como llevarlo, me da miedo y quiero huir — Sí el había sido sincero ella también podía. Estiró una mano para acariciarle la espalda al hombre. Su caricia era lenta y dulce, como un par que le había dado la noche anterior.
— Podríamos ir a mi casa un par de días, quizás leer un poco de información que tiene mi padre acumulada, quizás eso nos de pistas, no lo sé — Hizo una mueca cerrando los ojos — ¿En cuánto tiempo crees que pueda estar aquí? ¿Viene sólo o con su familia? Porque quizás si llegamos a su familia podríamos tener ventaja — Pero lo que Dagmar no sabía es que a Horst podía darle igual si perdía o no a su mujer. ¿Cierto?
Dagmar Biermann- Cazador Clase Alta
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Fecha de inscripción : 13/06/2011
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Re: No resistance [+18] | Privado
El rostro de Dagmar era severo. Aunque por momentos pareciera relajar el semblante o le dedicara una que otra mirada cómplice, como en el momento en que aquella entrometida mujer tocó a la puerta para saber si todo se encontraba entre la pareja, luego de haber presenciado tan inusual escena en el pasillo, a pesar de eso, y de sus esporádicas e inexplicables sonrisas, era más que obvio que seguía molesta, y con justa razón. Él no podía pretender lo contrario, de hecho, en el fondo agradecía que no hubiera sido peor. Al menos ella le estaba dando la oportunidad de conversar, y no parecía tan renuente ante la idea de salir de abandonar la ciudad. Eso lo tranquilizó bastante, porque al mismo tiempo le daba la oportunidad de protegerla, que era lo que más importaba en esos momentos, incluso más que su reconciliación. No obstante, ella había planteado algo importante: ¿a dónde la llevaría? ¿Dónde estarían realmente a salvo y fuera del alcance del depredador? El rubio lo meditó un momento pero cada lugar que llegó a su mente no parecía satisfacerle. Se sorprendió cuando ella sugirió hacer una visita a su hija Aggie, pues no esperó que ella aceptara tan rápido su anterior vida, a la hija que había procreado con su antigua mujer. La idea de estar con las dos personas que más le importaban en la vida lo tentó, pero sabía que Inglaterra era el lugar menos adecuado, así que terminó por desechar la idea.
—Su familia… —repitió de pronto en voz alta, analizando, visiblemente alterado, como si acabara de recordar algo que había estado pasando por alto. Y, ciertamente, así era.
El cuerpo de Hunter se tensó al instante al recordar a Frauke, dándose cuenta de que era otra persona que corría peligro. Ella era la única familia que Neumann tenía, pero conociéndolo, nada garantizaba que estaría a salvo, aunque fuera su esposa. Basándose en el tiempo que tenía de conocer al hombre, mismo que le había servido para conocer a fondo sus tácticas, estaba seguro de que iría directamente a ella, probablemente para interrogarla y descubrir así su paradero. También sabía que ella se negaría a delatarlo, lo que provocaría que la maltratara, que la torturara, hasta sacarle la información. Él no podía permitir eso. ¡Ella era como su madre! ¿Qué clase de hijo permitía que sus seres amados pagaran por sus pecados? Así que tomó una decisión.
—No hay tiempo. Tenemos que irnos, ahora mismo. —Anunció mientras abandonaba la cama para ponerse de pie.
Sin dar más explicaciones, comenzó a abrir todos los cajones, para coger sus pertenencias más esenciales, entre ellas el dinero que poseía y las armas que pensaba utilizar únicamente en defensa propia y como protección.
—Vamos, Dagmar, vístete, toma tus cosas, tenemos que darnos prisa —la apuró mientras se vestía, colocándose una camisa blanca y encima un saco oscuro—. Iremos al hotel donde se hospeda Frauke, esposa de Neumann, y la alertaremos sobre lo que está ocurriendo. Debí habérselo dicho antes, pero no creí que las cosas llegarían tan lejos. ¡Fui un estúpido! —Se recriminó sin detenerse, calzándose los lustrosos zapatos—. Ahora la he hecho cómplice de esto y también corre peligro. Neumann se ensañará con ella si llega primero que nosotros. Por eso no hay tiempo, no podemos desviarnos. Tengo que sacarla del país, a ambas, cuanto antes. Aún no tengo claro a dónde, pero mientras estén fuera de Francia, servirá, me dará tiempo para pensar en algo. Subiremos a un barco, con el destino más lejano, el que más tiempo permanezca en la mar, fuera del alcance de los terrenos de Neumann.
Se le veía claramente desesperado, turbado, probablemente fuera de sí. Todo lo que quería era abandonar el hotel cuanto antes, impedir una desgracia, porque no aguantaba la idea de ser el culpable de una muerte más. No más derramamiento de sangre, no más inocentes caídos. Ni uno más. Estaba realmente arrepentido, decidido a cambiar.
—Dagmar, escúchame —se detuvo un momento y la sostuvo por los hombros para que lo viera a los ojos, para acaparar toda su atención—. Sé que en estos momentos no debería pedirte esto, porque te defraudé, pero necesito que confíes en mí. Sé lo que estoy hablando, sé lo que hago. Sé que eres una mujer capaz, una guerrera que probablemente no teme a nada ni a nadie, pero esto es diferente, y estás herida. Por favor, déjame protegerte.
Fue así como logró convencerla, o quizá arrastrarla consigo, probablemente sin estar realmente segura de lo que hacía. Pero, ¿acaso no era eso lo que hacían todos los amantes? Locuras, disparates, todo en nombre del amor.
—Su familia… —repitió de pronto en voz alta, analizando, visiblemente alterado, como si acabara de recordar algo que había estado pasando por alto. Y, ciertamente, así era.
El cuerpo de Hunter se tensó al instante al recordar a Frauke, dándose cuenta de que era otra persona que corría peligro. Ella era la única familia que Neumann tenía, pero conociéndolo, nada garantizaba que estaría a salvo, aunque fuera su esposa. Basándose en el tiempo que tenía de conocer al hombre, mismo que le había servido para conocer a fondo sus tácticas, estaba seguro de que iría directamente a ella, probablemente para interrogarla y descubrir así su paradero. También sabía que ella se negaría a delatarlo, lo que provocaría que la maltratara, que la torturara, hasta sacarle la información. Él no podía permitir eso. ¡Ella era como su madre! ¿Qué clase de hijo permitía que sus seres amados pagaran por sus pecados? Así que tomó una decisión.
—No hay tiempo. Tenemos que irnos, ahora mismo. —Anunció mientras abandonaba la cama para ponerse de pie.
Sin dar más explicaciones, comenzó a abrir todos los cajones, para coger sus pertenencias más esenciales, entre ellas el dinero que poseía y las armas que pensaba utilizar únicamente en defensa propia y como protección.
—Vamos, Dagmar, vístete, toma tus cosas, tenemos que darnos prisa —la apuró mientras se vestía, colocándose una camisa blanca y encima un saco oscuro—. Iremos al hotel donde se hospeda Frauke, esposa de Neumann, y la alertaremos sobre lo que está ocurriendo. Debí habérselo dicho antes, pero no creí que las cosas llegarían tan lejos. ¡Fui un estúpido! —Se recriminó sin detenerse, calzándose los lustrosos zapatos—. Ahora la he hecho cómplice de esto y también corre peligro. Neumann se ensañará con ella si llega primero que nosotros. Por eso no hay tiempo, no podemos desviarnos. Tengo que sacarla del país, a ambas, cuanto antes. Aún no tengo claro a dónde, pero mientras estén fuera de Francia, servirá, me dará tiempo para pensar en algo. Subiremos a un barco, con el destino más lejano, el que más tiempo permanezca en la mar, fuera del alcance de los terrenos de Neumann.
Se le veía claramente desesperado, turbado, probablemente fuera de sí. Todo lo que quería era abandonar el hotel cuanto antes, impedir una desgracia, porque no aguantaba la idea de ser el culpable de una muerte más. No más derramamiento de sangre, no más inocentes caídos. Ni uno más. Estaba realmente arrepentido, decidido a cambiar.
—Dagmar, escúchame —se detuvo un momento y la sostuvo por los hombros para que lo viera a los ojos, para acaparar toda su atención—. Sé que en estos momentos no debería pedirte esto, porque te defraudé, pero necesito que confíes en mí. Sé lo que estoy hablando, sé lo que hago. Sé que eres una mujer capaz, una guerrera que probablemente no teme a nada ni a nadie, pero esto es diferente, y estás herida. Por favor, déjame protegerte.
Fue así como logró convencerla, o quizá arrastrarla consigo, probablemente sin estar realmente segura de lo que hacía. Pero, ¿acaso no era eso lo que hacían todos los amantes? Locuras, disparates, todo en nombre del amor.
Hunter Vaughan- Humano Clase Alta
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Re: No resistance [+18] | Privado
Era extraño. La primera vez que conoció a Hunter, el muchacho le había resultado bastante duro, frío, que no se asustaba de cualquier cosa. Conforme pasaba el tiempo lo iba reafirmando. Si, era duro, aunque reconocía que él sabía demostrar sus sentimientos, no era una roca, aunque en ocasiones lo pareciera, sin embargo en ese momento se sentía confundida. Lo veía preocupado, temeroso, vulnerable. ¿Por qué? ¿De verdad ese tal Horst Neumann era de cuidado? En su interior no encontraba miedo, quizá era el hecho de enfrentarse a una gran cantidad de criaturas sobrenaturales saliendo victoriosa. No lo comprendía. De un momento a otro la angustia ajena se volvió propia, aunque ella sin darse cuenta estaba comenzando a tener un ataque serio de ansiedad. Lo atribuía también al cansancio físico, al emocional, a las heridas de guerra que no terminaban de sanar. Lo que fuera, su respiración se encontraba alterada, severa. Le tomó las manos, inhaló varias bocanadas de aire para pronto exhalarlas. Con el paso de los minutos y del apoyo ajeno pudo ir volviendo a la normalidad. Lo cierto es que en ese momento no estaba teniendo miedo por ella, por el contrario, pero tener miedo por él resultaba agotador. ¿Así debía ser todo a partir de ese momento?
Después de la ansiedad llegó el fastidió. Notarse tan enamorada de él no le gustaba, no porque el sentimiento fuera malo, sino por el hecho de tener que sentir lo que él, volverlo suyo. ¿Se estaban volviendo uno? ¡Que demonios! No creía en tanta tontería ¿O sí?
— Creo que estás exagerando mucho, también creo que le tienes miedo, y estás subestimando tus habilidades tanto como las mías. Si aprendiste de él lo que sabes entonces también aprendiste sus movimientos, sus debilidades, como actúa — Se encogió de hombros. No entendía cómo él se estaba olvidando de lo bueno que podía hacer en su trabajo. No es que ella lo supiera, tenía una idea, si lo había enviado a él a matarla entonces tendría que tener habilidades. Dagmar se puso a pensar por un momento un poco más allá de lo obvio, de lo visto. ¿Horst Neumann sabía de ella? ¿Sabía de su profesión y sus habilidades? No lo creía, ella siempre había sido muy cuidadosa, pero tomando en cuenta todo lo que sabía y del porqué iban a asesinarla, tal vez… Se quedó dudosa.
Dagmar movió su cuerpo. No con prisa, ni siquiera comportándose cómo si estuviera alerta. Para nada. Se movió tranquila, con suavidad, incluso con un poco de pereza. No tenía nada en ese lugar, se la había pasado con camisas ajenas dada la forma en que llegó. Un par de noches por su mal estado tuvo que permanecer desnuda. No le daba pena su cuerpo, pero de cierta manera se protegía y cuidaba. La cazadora era una joven liberal, de eso no había duda, pero tampoco podía negar su educación femenina estricta. Daba igual. Se acercó a buscar una camisa y unos pantalones ajenos, aunque los pantalones le resaltaban el pronunciado trasero.
— No me quiero ir así, no podemos irnos de esa manera. Me he permitido quedarme un tiempo en este lugar porque es mi rutina de vida, escapo cada tanto, me voy, desaparezco, pero siempre vuelvo para arreglar las cosas. La vida no es simplemente irnos dejando que los problemas lleguen, destruyan y luego arreglar los daños. — Le miró de frente, sus ojos penetrantes le decían todo lo que las palabras no podían. Dagmar no era una mujer de quedarse con los brazos cruzados, tampoco se dejaba intimidar, a ella le gustaba enfrentar las cosas sin importar el peligro o su vida, ella había aprendido que de no detener los problemas a tiempo las consecuencias eran graves, y muchos terceros saldrían afectados, destruidos y destrozados. — No nos iremos, o al menos no de esta manera, tengo que arreglar algunos asuntos antes — Se encogió de hombros sin dejar de mirarlo, él debía entender.
La joven se recargó sobre la puerta observando como Hunter terminaba de guardar sus cosas. Al menos ya notaba su semblante un poco más relajado. O al menos era lo que le estaba mostrando. Quizás simplemente se estaba comportando así para tranquilizarla. Cómo fuera le estaba saliendo bien, porque la joven creyó que él se convencía un poco de poder salir airosos del problema.
— Si me quieres proteger, y si quieres que vaya contigo primero vamos a ir a mi casa, y no, no es la casa que conoces, es una distinta — Le sonrió con complicidad estirando su mano para coger la suya. Ambos salieron del hotel con calma dado que Dagmar no podía avanzar con mucha rapidez. Hunter terminó por cargarla para que no se fatigara, a ella y la maleta que había hecho, aunque ella en realidad no lo deseaba, incluso rechisto, y le hizo un pequeño berrinche. — Te conduciré al lugar, y no hay pero que valga — Le miró a los ojos de nuevo, con severidad. Tenerlo tan cerca ocasionaba que quisiera besarlo de nuevo, con deseo, pasión y amor. No lo haría, seguía completamente molesta con él. ¡Quien sabe cuando lo perdonaría!
A regañadientes Hunter la llevó por donde ella le indicaba, terminaron perdiéndose por la oscuridad de la noche, del bosque. Su plan era escapar, pero para eso debían dejar todo resguardado, que no tuvieran problemas, que él jamás los encontrara, y que nadie estuviera en peligro por Horst Neumann y ambos se encargarían de ello.
Después de la ansiedad llegó el fastidió. Notarse tan enamorada de él no le gustaba, no porque el sentimiento fuera malo, sino por el hecho de tener que sentir lo que él, volverlo suyo. ¿Se estaban volviendo uno? ¡Que demonios! No creía en tanta tontería ¿O sí?
— Creo que estás exagerando mucho, también creo que le tienes miedo, y estás subestimando tus habilidades tanto como las mías. Si aprendiste de él lo que sabes entonces también aprendiste sus movimientos, sus debilidades, como actúa — Se encogió de hombros. No entendía cómo él se estaba olvidando de lo bueno que podía hacer en su trabajo. No es que ella lo supiera, tenía una idea, si lo había enviado a él a matarla entonces tendría que tener habilidades. Dagmar se puso a pensar por un momento un poco más allá de lo obvio, de lo visto. ¿Horst Neumann sabía de ella? ¿Sabía de su profesión y sus habilidades? No lo creía, ella siempre había sido muy cuidadosa, pero tomando en cuenta todo lo que sabía y del porqué iban a asesinarla, tal vez… Se quedó dudosa.
Dagmar movió su cuerpo. No con prisa, ni siquiera comportándose cómo si estuviera alerta. Para nada. Se movió tranquila, con suavidad, incluso con un poco de pereza. No tenía nada en ese lugar, se la había pasado con camisas ajenas dada la forma en que llegó. Un par de noches por su mal estado tuvo que permanecer desnuda. No le daba pena su cuerpo, pero de cierta manera se protegía y cuidaba. La cazadora era una joven liberal, de eso no había duda, pero tampoco podía negar su educación femenina estricta. Daba igual. Se acercó a buscar una camisa y unos pantalones ajenos, aunque los pantalones le resaltaban el pronunciado trasero.
— No me quiero ir así, no podemos irnos de esa manera. Me he permitido quedarme un tiempo en este lugar porque es mi rutina de vida, escapo cada tanto, me voy, desaparezco, pero siempre vuelvo para arreglar las cosas. La vida no es simplemente irnos dejando que los problemas lleguen, destruyan y luego arreglar los daños. — Le miró de frente, sus ojos penetrantes le decían todo lo que las palabras no podían. Dagmar no era una mujer de quedarse con los brazos cruzados, tampoco se dejaba intimidar, a ella le gustaba enfrentar las cosas sin importar el peligro o su vida, ella había aprendido que de no detener los problemas a tiempo las consecuencias eran graves, y muchos terceros saldrían afectados, destruidos y destrozados. — No nos iremos, o al menos no de esta manera, tengo que arreglar algunos asuntos antes — Se encogió de hombros sin dejar de mirarlo, él debía entender.
La joven se recargó sobre la puerta observando como Hunter terminaba de guardar sus cosas. Al menos ya notaba su semblante un poco más relajado. O al menos era lo que le estaba mostrando. Quizás simplemente se estaba comportando así para tranquilizarla. Cómo fuera le estaba saliendo bien, porque la joven creyó que él se convencía un poco de poder salir airosos del problema.
— Si me quieres proteger, y si quieres que vaya contigo primero vamos a ir a mi casa, y no, no es la casa que conoces, es una distinta — Le sonrió con complicidad estirando su mano para coger la suya. Ambos salieron del hotel con calma dado que Dagmar no podía avanzar con mucha rapidez. Hunter terminó por cargarla para que no se fatigara, a ella y la maleta que había hecho, aunque ella en realidad no lo deseaba, incluso rechisto, y le hizo un pequeño berrinche. — Te conduciré al lugar, y no hay pero que valga — Le miró a los ojos de nuevo, con severidad. Tenerlo tan cerca ocasionaba que quisiera besarlo de nuevo, con deseo, pasión y amor. No lo haría, seguía completamente molesta con él. ¡Quien sabe cuando lo perdonaría!
A regañadientes Hunter la llevó por donde ella le indicaba, terminaron perdiéndose por la oscuridad de la noche, del bosque. Su plan era escapar, pero para eso debían dejar todo resguardado, que no tuvieran problemas, que él jamás los encontrara, y que nadie estuviera en peligro por Horst Neumann y ambos se encargarían de ello.
Dagmar Biermann- Cazador Clase Alta
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Fecha de inscripción : 13/06/2011
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