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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por Invitado Mar Mayo 28, 2013 2:28 pm

El círculo que había dibujado para que sirviera como rastro, con un trozo de carne cruda, no había funcionado para contenerla en su forma animal. Había encontrado el pollo, lo había descuartizado y esparcido por ahí, y después su sed de sangre le había exigido más, una víctima viva. Una víctima humana. No había llegado a conseguirla, y eso la había llenado de rabia, puesto que aquella zona del bosque estaba más bien despoblada. Por eso, había tenido que contentarse con un ciervo de gran tamaño y fuerte cornamenta. Y quien dice contentarse, dice que la bestia había destrozado un ciervo y se había bañado con su sangre hasta que de su pelaje no había quedado siquiera el color original, el precioso tono marrón que la caracterizaba. Ni siquiera con eso había bastado, pero a aquellas alturas de la noche, la luna llena estaba dejando de mostrar su influencia y poco a poco se iba escondiendo para dejar paso a los tonos fríos del amanecer. Con ellos ya en el cielo, la transformación se fue revirtiendo poco a poco, tan dolorosa como la primera vez. Ella sabía que el dolor jamás se reduciría, daba igual que tuviera que pasar por él cada mes, pero estaba acostumbrada. Era el dolor lo que la hacía sentirse viva, y lo que le recordaba su venganza. Por eso lo abrazaba y le daba la bienvenida. Por eso lo recordaba, incluso cuando ya era humana.

Como cada luna llena, recuperé la consciencia tirada en un claro del bosque, sobre un lecho de hojas que bien podría parecer una cama si las malditas raíces no se me clavaran en la espalda como unas desgraciadas. Gruñí por lo bajo, aún habituándome al cambio de los sentidos de lobo a los de humana, y rodé en el suelo para apartarme de la zona donde había estado tirada. Menuda gran sorpresa, el dolor no terminó, era aún residual de la transformación, pero era ya un dolor agradable, todo lo que pudiera serlo la sensación de que me habían partido los huesos y me los habían vuelto a colocar. Y yo no era precisamente masoquista, pero con el dolor estaba más alerta que sin él, así que no me importaba sentirlo, al menos no en aquel momento. Por eso, la velocidad con la que me incorporé fue extraordinaria, igual que lo fue el ritmo con el que corrí hacia la laguna que mis sentidos me indicaban que estaba cerca, por el olor a humedad y plantas acuáticas que de allí se desprendía. Sucia como estaba, llena de barro y sangre y con el pelo enredado con ramas de árboles caídos y hojas, no me vendría mal un baño, incluso aunque la ropa que portaba fueran simples jirones que no cubrirían nada. No me importaba mi reputación, incluso si tenía que ir por París así vestida (o no). ¡Que así fuera! Tenía cosas bastante más interesantes en las que pensar, y eso implicaba, en aquel instante, un baño en la superficie brillante y limpia del agua que estaba frente a mí.

Dejé caer las ropas en la orilla y, sin pensármelo, me zambullí de cabeza a las profundidades de la laguna... sin contar con que el agua estaba helada. ¡Y tan fría! Si aún había estado medio atontada hasta aquel momento, el gélido picotazo del agua contra mi piel hizo que de pronto no quedara nada de lobo (nada más de lo habitual, claro) en mí y que sólo fuera humana. Una humana bastante enfadada, todo había que decirlo, pero que a testaruda no la ganaba nadie y que por eso se mantuvo bajo el agua el tiempo suficiente para que su piel volviera a brillar. Oh, genial, y ahora hablaba de mí misma en tercera persona, como César. ¿Qué más me podía pasar? Cuando mis pulmones exigieron por fin aire, rompí la superficie del agua y salí, como una sirena con el pelo cubriéndome los pechos, al exterior. La luz del sol aún era tibia, propia del amanecer, y no calentaba nada, pero después del baño yo ya no podía sentir frío, al menos no en aquel momento. El agua me llegaba por la cintura, y las gotas que había en mi piel, como de rocío, me hacían brillar bajo la tenue luz como si fuera una virgen de esas que tanto se alababan en la Inquisición. La comparación no podía hacerme un poco más de gracia, por lo que sonreí, y mi sonrisa se amplió cuando al alzar la vista hacia el frente encontré algo... bueno, más bien a alguien. Alguien cuyo olor, aún algo lobuno por los efectos de la luna llena, conocía bien, ya que era yo quien lo había mordido y transformado en lo que era, aunque quizá él no lo recordaba.

– ¿Puedo ayudarte?
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Mensaje por Desmond Bracknell Dom Sep 22, 2013 4:12 pm

Ella no lo comprendería. Los malditos celos lo consumían. Mantener a raya a la bestia cuando la Luna Llena estaba tan próxima, requería de todo el autocontrol que poseía. El que llevara un par de años viéndole seducir sin ton ni son a esos estúpidos caballeros adinerados, no hacía a sus emociones más llevaderas, todo lo contrario. Desde que había sido mordido e infectado por aquél licántropo, actuaba por instintos enteramente primitivos. El animal se había hecho uno consigo. Lucian se lo había permitido. Y esa tarde en que su luna descendería para dejarse llevar, una furia asesina lo movía. El hombre que había arrastrado hasta las profundidades del bosque, había cometido un fatídico error al invitarle a una partida de cartas con sus compañeros de juerga. A él le había sido fácil leerlo. No necesitaba de los poderes que algunos vampiros poseían para meterse en la mente de los demás. El cuerpo desprendía todo tipo de olores y el lobo, avaricioso, retozaba en ellos. Jeremiah solo quería lo que un sinfín de hombres deseaban, llevarse a Renata a su cama. La lujuria que éste desprendía mientras preguntaba, e incluso bromeaba acerca de su madre, le había perforado hasta los huesos. Su sonrisa, engañosamente falsa, había hecho creer a su anfitrión que lo tenía en su bolsillo. Oh diablos, ¡sí! Incluso él se sentía satisfecho por su grandiosa actuación. Ninguno de esos humanos podía percibir que estaban nadando en aguas turbias y que, bajo ellas, un enorme predador estaba al acecho. Así, cuando el Sol amenazó con marcharse, Lucian se despidió. No había ni cruzado la primera calle, cuando Jeremiah le alcanzó. Él había escondido una de sus maliciosas sonrisas.  – Tal parece que has olvidado extenderme una invitación a tu casa. El golpe que éste le dio en el hombro, solo sirvió para provocar más a la bestia. Lucian tuvo que reprimir su gruñido. Jeremiah era de aproximadamente su misma edad y eso lo hacía ingenuo. Creía, equívocamente, que nada ni nadie podía detenerlo. – No. No lo he olvidado. Parecías bastante entretenido ahí dentro. Siguió andando, sin afán de detenerse. Sentía el llamado. Su cuerpo estaba en absoluta tensión. El placer que sentía en el dolor, lo estaba volviendo un demente. Pronto, olvidaría quién era y dejaría jugar a la bestia. Se adentraron en los bosques, con los últimos rayos del Sol tiñendo el firmamento. Las copas de los árboles apenas y dejaban pasar resquicios de luz. Lucian se estiró el cuello de la camisa.  – No te gusta vivir cerca de la civilización, ¿eh? El tono divertido de Jeremiah le irritaba como nada. Esta vez, no reprimió el gruñido que salió despedido de su garganta. Los aullidos desde las entradas de aquél paraíso funcionaron como invisibles descargas en todo su cuerpo. La Luna Llena, finalmente, hacía su aparición.

Se arrancó la camisa antes de que ésta se hiciese jirones. Los huesos se le rompieron. Su respiración se volvió más trabajosa. Sus fosas nasales se expandieron para llevar hasta sus pulmones toda esa amalgama de olores. El miedo de su acompañante, el mejor condimento. La transformación de humano a animal era dolorosa. Los huesos se rompían, estiraban y luego encajaban para hacerle espacio a la bestia. Esa noche, como cada mes, era de ella. Despertó con el sabor a sangre impregnando su boca. Abrió un ojo, solo para notar que la luz de la mañana le daba la bienvenida. Enfurruñado, se obligó a levantarse. Su cuerpo estaba todo manchado de sangre. La mayoría era de Jeremiah, otras de algunos animales que había cazado. Miró a su alrededor, como si esperara orientarse. No había ni rastro del cuerpo del joven. No se sorprendió. La bestia, una vez acababa con su presa, seguía su camino. Compelido a encontrar el lugar donde había perdido todo resquicio de conciencia, se dispuso a andar. Era su primera Luna Llena en París y se sentía liberado. La próxima vez no tendría porqué ser así. Se controlaría. Solo había necesitado desquitarse por todas esas provocaciones que hizo su madre durante el viaje en alta mar. El animal se había sentido enjaulado y engañado por su compañera. El Alfa no podía permitir tal comportamiento. Eso daría qué pensar a Renata. Había dejado claro, más de una vez, que la mataría sin misericordia si le traicionaba. Lo que había hecho con Jeremiah sería un cuento de niños comparado con lo que le haría a ella si sus instintos así lo exigían. No obstante, antes de que llegase a su destino, percibió el olor de uno de los suyos. No se había encontrado con otros licántropos desde su arribo. Se trataba de una mujer. El lobo dentro de él, satisfecho por su noche de cacería, la reconocía. Se acercó y, justo cuando llegaba a la orilla, la vio emerger. Sin pudor alguno, la recorrió con la mirada. Sus hermosos y turgentes pechos, parecían hacerle una atenta invitación. Lucian sonrió. Renata lo tenía en un estado muy demente y, aunque siempre terminaba haciendo comparaciones y hastiado porque solo ella flagelaba su deseo, jugar a seducir era una parte que tenía muy arraigada dentro de sí. - ¿Se está ofreciendo a lavarme, mademoiselle? ¿Antes de siquiera presentarnos? Muy atrevido por su parte, quizás, pero su tono no escondía la diversión que le provocaba toda esa situación.
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Mensaje por Invitado Dom Nov 10, 2013 9:23 am

No, era evidente que él no me recordaba, pero tampoco era algo importante que no lo hiciera porque tenía todo el tiempo del mundo para recordárselo o incluso para dejar que mi lobo, escondido bajo los sentimientos humanos que el agua fría había intensificado, hiciera acto de presencia y reclamara a su creación. ¿Así era como se sentían los chupasangres cuando reconocían a una de sus creaciones...? Nunca me lo había planteado, pero aparté la idea de mi mente rápidamente porque no había ni punto de comparación entre las sanguijuelas de sangre fría y yo, con la sangre tan caliente que estaba a punto de conseguir que el agua fría mezclada con la brisa del amanecer ni siquiera me afectara en algún punto del cuerpo que no fueran mis pechos. Ni siquiera mi cabello podía evitar que se entrevieran los montículos turgentes que habían despertado hacía tiempo, antes incluso de que él apareciera, pero ¿sería capaz de pensar él que había sido cosa suya...? No iría muy desencaminado, cierto, pero por una vez no era su increíble físico lo que lograba una reacción tal en una mujer, ¡seguro que a alguien con un aspecto de seductor tan imponente como el suyo le resultaría imposible de creer! Esa, precisamente, era la diversión que me esperaba junto a él, dado que tenía una ventaja de la que él carecía y que era, simplemente, estar preparada para lo que fuera. Además, su olor resultaba tan intenso y atrayente que mareaba mis sentidos, ya de por sí muy poco dados a ignorar la llamada de la carne cuando esta se producía sin que hubiera circunstancias adversas que me impidieran disfrutarlo como se merecía. Esos momentos eran mis preferidos... Sobre todo cuando tenía que permanecer ojo avizor para evitar puñaladas por la espalda de alguien a quien creía conocer pero que, en realidad, no tenía ni idea de quién era yo, ¡esos me encantaban!

– Las presentaciones son terriblemente aburridas y están increíblemente sobrevaloradas... Además, yo sé quién eres tú, ¿para qué necesito preguntártelo?

Mi tono sonó increíblemente locuaz, como si no hubiera fuerza en el mundo que pudiera impedirme conseguir lo que deseaba, y en realidad no estaba tan cerca de la realidad, porque si ni la temida Inquisición era capaz de domarme, ¿quién lo haría? Él no, eso estaba fuera de toda discusión, y ni siquiera le daría la oportunidad de intentarlo porque lo que yo deseaba era que perdiera el control conmigo, y no lo contrario, y a juzgar por la mirada de sus ojos eso era parecido, también, a lo que él buscaba, no sabía si a propósito o no. El lobo que habitaba en mi interior despertó de repente de su breve sueño, atento al aullido mudo del alfa que había podido captar con los ojos y que poco a poco percibía con los demás sentidos, especialmente el olfato. Definitivamente necesitaba un baño, sobre todo porque la sangre que lo manchaba y que ni siquiera era suya podría su olor, y si iba a producirse un reencuentro prefería que fuera en condiciones, como mis deseos mandaban. Por eso, le hice un gesto con la mano para que se acercara al lago conmigo, y quizá fue por mi actitud tranquila y sensual o quizá fue porque deseaba satisfacer su curiosidad y limpiar su cuerpo musculoso y atractivo, pero terminó acercándose y con ello ampliando mi sonrisa satisfecha. Era mucho más divertido jugar cuando no hay que arrastrar al oponente a la partida, ¿verdad? Y con él sólo había tenido que ejercer un poquito de mi capacidad de sugestión, apenas nada, lo mismo que me salía automáticamente cada vez que trataba con alguien, así que ni siquiera contaba como un esfuerzo extra que sólo conseguiría cansarme demasiado rápido.

– La sangre corrompe tu aroma... No me gusta.

Arrugué la nariz, fingiendo molestia, y después me acerqué a él como si fuera una sirena recién salida del agua y él el marino al que debía seducir para alimentarme de él... y la comparación no iba demasiado desencaminada. El agua que me cubría, al acercarme a la orilla, descendió su nivel de mi cintura a mis caderas, y la nueva franja de piel que quedó a su vista lo premió sin reaccionar ni a sus encantos ni a la fresca brisa que no dejaba de recordarnos que eran horas intempestivas para aquellos que no fueran del Tercer Estado y tuvieran que levantarse a trabajar de sol a sol... algo que ninguno de los dos hacíamos, a la vista estaba. Aprovechando que mis manos estaban aún húmedas porque seguían en contacto con el agua, deslicé los dedos por su pecho y arrastré varios de los surcos de sangre para que dejaran a la vista su piel tostada. Después, caprichosamente, continué con aquel dibujo sin vergüenza alguna o sin miedo a su reacción, sentimientos ambos totalmente acordes a mi habitual desparpajo, y de manera legible si decidía bajar la mirada y ver lo que estaba haciendo dibujé mi nombre para que pudiera saberlo sin necesidad de decírselo. Por supuesto, el nombre que había elegido no era Solange sino Abigail, uno que prefería infinitamente respecto al que ni siquiera había podido elegir yo porque alguien se había empeñado en que era el mío, cuando ni siquiera me representaba. En fin, lo mismo daba; cuando mi obra de arte estuvo concluida retrocedí unos pasos y volví a sumergir mis dedos en el agua para que el agua disipara los restos de sangre que los teñían de rojo y que los hacían rememorar cómo, hacía no demasiado tiempo, habían estado así mismo por acción mía, y no por limpiar a alguien.

– Dime, lobo, ¿puedo ayudarte o lo único que buscas de mí es seguir jugando?
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Mensaje por Desmond Bracknell Lun Mar 10, 2014 2:55 am

Si la sonrisa de Lucian era un arma, ésta no era tan peligrosa como el fuego que desprendía su mirada. Féminas jóvenes y no tan jóvenes, se habían quemado antes siquiera de que el verdadero juego diera comienzo. No había nada más placentero que emplear sus encantos para engatusar a las damas y obtener así, una cadena de beneficios. Para ello, por supuesto, debía primero asegurarse que la mujer con que se encontraba, tuviese acceso a aquello que le interesaba. Dinero, posición e importantes amistades. Siendo nuevo en París, cualquier ayuda era más que bien recibida. Además, cabía la posibilidad, de que ni siquiera tuviera que buscar. Ella bien podría ser una de sus nuevas víctimas. Sería agradable y no requeriría de su sacrificio. Ser un experto en usar la lengua lo había salvado en incontables ocasiones cuando la otra parte ni siquiera despertaba su interés. Abigail, como ahora sabía que se llamaba, aún no caía en lo que conocía, como trabajos forzados. No podía por mucho, no cuestionarse si actuaba así con cualquiera que se cruzara en su camino. No es que su arrogancia estuviese por los suelos, ésta estaba muy por encima de él, ¡los números de conquistas no mentían! Pero llevaban tan solo unos minutos y actuaba como si no fueran dos simples desconocidos. Él no la conocía. La recordaría. Su memoria jamás fallaba. ¿Así pues, porque tenía la sensación de que su olor le era familiar? Dejó que la pregunta siguiera su curso. Existían cosas más preocupantes, como hacerle ver a la joven estaba equivocada si creía que tendría el control de la situación. Lucian se haría con éste en un santiamén. Mientras ella retrocedía unos pasos, él avanzaba, invadiendo su espacio y; como si fuese de su propiedad, deslizó tan solo el dedo índice desde su hombro hasta la curvatura de su cuello, siguiendo finalmente el contorno de su barbilla. Su mirada seguía la línea, no la mirada de la dama. Los secretos estaban en su piel. No había lecturas tan interesantes como las reacciones en los cuerpos. Aplicó cierta fuerza para obligarle a levantar el mentón y encararlo.

– Me parece recordar que tú has empezado el juego. Yo solo estoy creando las reglas conforme se me van ocurriendo. Agregó, la sonrisa maliciosa un reflejo de la diversión que oscurecía su iris. La soltó al segundo siguiente, pero no se alejó. Su cuerpo actuaba como una muralla. Si quería alejarse de él, tendría que retroceder o rodearlo. Lucian esperaba que hiciera lo segundo. La primera impresión, decían, era todo lo que bastaba para conocer al adversario. Abigail le había contado mucho sobre ella en ese interludio. Era una mujer rebelde y aventurera, una guerrera, muy segura de sí. Eso último significaba que poseía clase. ¿Cuál sería su apellido? Ni siquiera se molestó en preguntarse si era soltera. Siempre podía conformarse con ser su amante, o pretender serlo en todo caso. - ¿Y quién soy yo exactamente? Ha despertado mi curiosidad, quiero saber cuán cerca del centro de la diana acertará. Restregó su pecho. La sangre no saldría por si sola. Se había secado. Su boca igual tenía el sabor metálico. – Además, no comparto su opinión sobre las presentaciones. Una vez satisfecho con su limpieza en esa parte del cuerpo, dejó de molestarse por verse más presentable. Lavó la mano y acto seguido, la deslizó por su cabello. Había tomado forma humana sobre los restos de una de sus cazas. No era de sorprender su estado. – Aunque por supuesto, si no me hubiese hecho saber su nombre, Abigail, me habría esmerado en conseguirlo por otras fuentes. Es cuestión de interés. Tras una pequeña pausa, continuó. – ¿Y bien? Enarcó una ceja. – ¿Sigue pareciendo que acabo de tener un encuentro fiero con una bestia? No me gustaría levantar sospechas entre los parisinos. He descubierto que se ponen muy nerviosos cuando se toca el tema de lo sobrenatural. Suponía que si se encontraba en la laguna, era debido a que trataba de hacer exactamente lo que él. Lavar todo rastro visible. Una vez más, siguió la línea de su cuerpo. Las curvas de esa mujer, sin duda se amoldarían a sus músculos. ¿No era ese el pensamiento que siempre le abordaba? – Tampoco sería conveniente atraer la atención de los inquisidores. Bromeó. – Eso sin duda, pondría a la defensiva a mi lobo.
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Mensaje por Invitado Dom Mar 30, 2014 9:49 am

– Tu instinto lobuno me decepciona, Lucian, te tenía por alguien mucho más avispado que esto.

Su nombre vino tan naturalmente a mis labios como lo había hecho a mi mente apenas unos segundos antes. Conocía su fama, pues sabía perfectamente la clase de gente (o algo así) con la que solía juntarme, y entonces también había conocido su nombre porque antes de transformarlo lo había conocido. Él no lo recordaba, por supuesto, y es que nunca habían llegado a presentarnos formalmente, mas yo observaba y escuchaba incluso bajo el yugo de Gregory, y de ahí que él hubiera atraído mi atención. Después, el instinto se había encargado de hacer el resto, y por eso yo recordaba tantos detalles acerca de él, aunque mi memoria fuera tan caprichosa de cederme la información en porciones tan pequeñas como las que estaba bien visto que comieran las mujeres. ¡Qué escándalo, si tan sólo alguna ansiaba tomar más! ¡Qué desvergonzada, una mujer escapando a las leyes del recato y haciendo lo que le viniera en gana, incluso ganar en una partida que ella misma había comenzado! Él no era tan diferente como parecía querer creer a los franceses, y ahora se encontraba en mi territorio bajo mis designios, así que no dejaría que ganara tan fácilmente como ansiaba hacerlo. ¿Pensaba que lo sacaría de mi vista, que lo saltaría, bucearía a su alrededor, rodearía o incluso derribaría para alejarlo? Qué equivocado estaba si así era; sólo un chupasangre podría afirmar con seguridad si eso era lo que pasaba por su mente o no, pero ¿qué había de divertido en saber lo que pensaba el rival…? Así no se dejaba lugar al instinto, a la imaginación y a lo bestial de cada uno, que al fin y al cabo era lo que me hacía loba incluso cuando no estaba transformada.

– Vosotros los ingleses sois demasiado protestantes… El anglicanismo no tiene gracia comparado con la superstición católica, y permíteme recordarte que te encuentras en una nación donde la Inquisición es tan importante como influyente, así que creo que incluso tú puedes sumar dos y dos y responderte a tu afirmación, ¿verdad?

Sonreí con ironía y me acerqué a él de nuevo. Poco me importaba si el agua dejaba de cubrirme o si él veía mi cuerpo, pues sabía que lo deseaba tanto si se lo ponía en bandeja de plata como si simplemente se lo insinuaba, como mis pechos semiocultos bajo la cascada de pelo moreno que, empapado, me caía por los hombros. Fingí evaluarlo, incluso retiré una gota de sangre rebelde que no había terminado de eliminar, y para ello por supuesto acaricié su amplio pecho… Era absoluta y estrictamente necesario que lo hiciera y me ocupara de él, ¿no es cierto? Una vez me di por satisfecha, en lugar de apartarme como habría hecho cualquier otra mujer que deseaba guardar las apariencias, como no era mi caso, rodeé su cuello con los brazos, delgada y diminuta a su lado, y casi tomé impulso para robarle un intenso beso, tanto como el instinto animal aún imperante en los dos me exigía casi a gritos. En cuanto consideré que había sido suficiente, aunque mi lengua enredada en la suya parecía pensar lo contrario, me separé y me relamí, como si con ese contacto hubiera descubierto más cosas de él que simplemente preguntando, y probablemente así era, pues la manera de besar de cada hombre mentía mucho menos que ellos. Y yo que me tenía por manipuladora… Al parecer, no había nadie que no lo fuera ni siquiera un poco, y más cuando se trataba de alguien tan mujeriego como él lo era, pues no necesitaba conocerlo para saber los estragos que podían causar sus ojos azules o su cuerpo de deidad pagana. A lo mejor si Dios se pareciera a él tal vez pudiera empezar a creer con sinceridad e incluso a tratar de agradar a la divinidad, pero como eso aún no estaba probado, tendría que conformarme con ser una inquisidora descreída y una loba salvaje, tanto que hice uso de mi fuerza para que él quedara de rodillas frente a mí, con mis manos enredadas en su pelo, sosteniendo su cabeza y obligándolo a mirarme.

– ¿Quién eres, dices? Eres un mujeriego. Eres un hombre atractivo que seguramente tenga más de lobo que de hombre. Eres, te plazca o no, la horma de mi zapato, y por eso estoy segura de que entenderás que, si yo he empezado el juego, exija que sigas mis reglas. Que lo aceptes o no me es indiferente.
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