Assassin - Höor Cannif (Starting all)

Oscuridad, señora de todos los males y retorcidos acontecimientos. Cómplice de insanas ejecuciones, violencia, degradación. La noche es su mayor representante, su cómplice, su heredera. En ella los deseos se tornan obsesiones; las alegrías, tristezas; el odio incita a un ánimo inexplicable de venganza y crueldad. No hay un ser capaz de contener sus ansias de cumplir sus más decadentes fantasías cuando el sol ha caído. ¿Tú sí?

Nuestro personaje no es inmune a esta necesidad de cumplir lo que se le ha solicitado. La paga tiene un gran peso sobre sus espaldas y quiere creer que es la razón por la que ha estado planeando este ataque durante días. Se engaña, por supuesto. Armado hasta los dientes, con la cazadora larga y negra que oculta el equipamiento, la capucha que impide ver su rostro, los guantes y las botas pesadas, está listo para ir a hacer lo que más le gusta: matar.

El sigilo es parte importante del entrenamiento en The League, es lo que determina el éxito en muchos de los casos. Sus pasos son medidos, silenciosos. Su presa está a la vista, parloteando con otros que son un daño colateral en caso de no moverse de ahí. Es el precio a pagar por estar en el momento y lugar equivocado. Un par de dagas es lo primero que irrumpe la tranquilidad de la noche cortando el aire como si fuera sólo un pedazo de mantequilla. Deslizándose por el espacio-tiempo con la comodidad de quien lo hace por su casa. Inocente, galanteando a la muerte para que acuda a su presencia.

La que se muestra en cuanto atraviesa la garganta de uno de ellos y la nuca del otro. Dejando un rastro carmesí a su paso. Finas gotas que se tornan manantial al hacer contacto con las arterias quedando rasgadas en lo profundo sin oportunidad de sanar. Dejando escapar lo único que debe apreciarse en este mundo decadente: la vida. Son cinco sujetos en total, dos fuera de combate, quedan tres. Uno corre en dirección contraria a toda velocidad, astuto y al mismo tiempo, prudente.

Tras él, no irá. No es su costumbre perseguir a menos que alguien se entrometa en su camino. De los dos que quedan, sólo uno parece no ser tan inteligente, lanzándose directo a su encuentro. Su presa se ha quedado paralizada como si hubiese visto a una cobra real alzando la capucha frente a él. Mortífera y venenosa. No atina a hacer más que dar dos pasos atrás resbalándose con el charco rojizo formado por la sangre de los otros dos. Poesía para nuestro personaje, maldición para el sujeto a matar.

Concentración en todos los movimientos. El primer golpe destinado a su mandíbula es esquivado con un movimiento de cabeza dejando que el puño quede en el aire. Los otros tres son parecidos. No conectar es lo más inquietante. Lo que desespera y al unísono, desgasta. Debes al menos tener éxito una vez para que todo tu esfuerzo no quede a la deriva y tu mente no se enloquezca al saber que tienes un mejor rival comparado a tus capacidades físicas y bélicas. En esta oportunidad, la experiencia está del lado de Jared quien sólo se preocupa de no perder de vista al sujeto que ahora está gateando.

Inútil. Los ojos acerados vuelven hacia su contrincante. No hay enemigo pequeño. Enseñanza número dos en The League. A todos hay que darles su propio tiempo y espacio. La manaza se torna puño. El que se desliza por el aire hasta caer directo en la nariz del otro. Un crujido en la oscuridad es suficiente para comprender que el daño es irreparable a corto tiempo. Aún así, tonto sería si no dejara incapacitado por completo a este sujeto. Un conecte en la boca del estómago es suficiente para sacarle el aire. La sangre emerge a borbotones de la nariz impidiendo que pueda respirar, aunado al golpe, quedará inconsciente en pocos segundos.

Se levanta tras esto, toda su altura se pone firme y erguida. La cobra ha vuelto a su objetivo primario tras haberse desecho de los demás. Paso a paso la muerte se acerca a su presa.

Aquella noche no era diferente de las demás, mi búsqueda de aquello maldito que debía de encontrar no había echo mas que comenzar.
Aunque debía admitir que los últimos descubrimientos, esos que efectué en París la primera noche habían logrado que aquello que creía solo una perdida de tiempo, un motivo como cualquier otro para que mi tío lograra su fiel propósito de deshacerse de mi, ahora se convirtieran en una realidad plausible, casi podía rozar con la yema de mis dedos la empuñadura de ese arma mitológica que algún día empuñaría.

Ensimismado en mis propios pensamientos y como no, en aquello que últimamente robaba mi sueño tanto de noche como de día. Esos ojos esmeralda que como un fantasma parecían decididos a acompañar mis pasos, a advertirme de las consecuencias de mis actos y a hacerme enloquecer perdiéndome en la profundidad de algo que sabia acabaría robándome algo peor que la vida.
No me percate de que tres cuadras mas arriba salia un hombre corriendo hacia mi posición mientras miraba hacia atrás como si lo persiguiera la muerte con su oz.

Todo mi cuerpo se tensó, ahora si, escuchando los silenciosos ruidos del filo de cuchillas y los gritos desesperados de sus victimas.
Camine hacia allí con mi mirada fría, con mi cuerpo caliente y mis músculos ardiendo por descubrir si este era el mercenario al que mi tio enviaba para darme caza y sepultura.
Un destello iluminó los ojos de la sombra que ahora de negro frente a mi quedaba, ojos que se encontraron con los míos francamente sorprendida.
Parecía que su objetivo, lejos de ser yo, era el idiota que ahora a mis espaldas suplicaba por su vida aterrado meándose encima.

La sombra oculta tras la oscuridad de esas ropas me miraba desafiante, casi ordenándome que a un lado me hiciera, que esta batalla no iba conmigo ni con mi espada.
Sonreí de medio lado yo a cara destapada mientras le daba como respuesta le desenvainado de mi espada bastarda.

Acero que se reflejo en sus ojos, esos que bailaron intrépidos y a su vez incrédulos al ver como le desafiaba.
Quizás pensara que yo,  le iba a resultar tan fácil como ese desgraciado de mis espaldas o quizás por el contrario su mirada se hubiera deslizado lo suficientemente rápido como para evaluar todas y cada una de mis armas pertrechadas a fuego y hielo por mis innumerables batallas.
Fuere como fuere si me infravaloraba seria su cabeza la que aquella noche en la que la dama blanca iluminaba el cielo acariciándonos con su haz de plata, la que rodara por el pavimentado suelo.

De nuevo esos ojos esmeralda ordenándome con saña que me apartara, lo que hacia la mente de un hombre enamorado, ¿había dicho enamorado?, quizás la palabra mejor hubiera sido atormentado, pues ese era mi sino frente a aquella dama que temía mas que a todas y cada una de las armas de esa sombra que frente a mi aceptaba el desafió.

Hay de todo en el mundo. Árboles, montañas, nieve, bestias, estúpidos, tercos que creen que pueden enfrentarse a alguien entrenado en The League como el que ahora tiene enfrente y parece sentirse un guerrero cuando sólo es un crío incapaz de sostener bien la bastarda que tiene entre manos. ¿Cuándo fue que invitaron a este príncipe azul con ánimos de salvar a la doncella que ahora tiene los pantalones manchados por sus propios orines?

Adentrado en sus pensamientos, sus ojos no pierden de vista que su presa intenta escapar. Una daga bien dirigida le atraviesa el talón de Aquiles. El grito que emerge del hombre se escucha a una cuadra a la redonda.

El sujeto cae de bruces. La escapatoria está negada. El chulo que ahora está ante sus ojos se presta para el combate. Jared no entiende si es su guardaespaldas que no lo cree puesto que sus ropajes son más exclusivos y de mejor calidad que los de su presa o bien, es un samaritano con ganas de sangrar. Por instinto, su cuerpo se orienta hacia la derecha para seguir de frente ignorando al otro quien al unísono le corta el paso con un movimiento fluído.

El desenvaine de la bastarda es suficiente para que apriete la mandíbula con fuerza. Un obstáculo en el camino que debe ser removido a fuerza, de ser necesario hay que aplastarlo con la bota.

¿Por qué lo hace? Debe conocer primero el motivo y luego, decidir - ésto no es contigo, muévete - la voz ronca y gutural se escucha en la desolada calle. No hay reacción alguna, el tipo sigue en el mismo lugar y con idéntica actitud de ataque. Ésto no estaba en los planes. Su pose alerta se convierte en una franca postura de combate.

Su mano derecha va hacia el cinturón tomando un par de objetos de éste para lanzarlos al aire. Las shuriken destellan en la oscuridad acortando las distancias entre ellos. Es una distracción con la finalidad de obtener tiempo para lo que busca: darle el golpe final a su presa.

La agilidad y destreza tienen que ser parte de todo miembro de The League. Sus piernas adoptan la velocidad de un felino sin convertirse todavía en uno. Se dirige directo a la pared, el impulso es suficiente para que su pierna derecha se estampe contra el tabique en un ángulo prudente para girar el cuerpo y hacer un mortal que le conducirá a unos metros más allá del sujeto armado. Para concluir su hazaña, una daga es enviada directo hacia la pierna del sujeto armado. La princesa en apuros está sólo a unos pasos cuando cae con fuerza sobre el pavimento.

Tres metros le separan de su presa quien lo observa con los ojos fuera de sus órbitas y la mandíbula desencajada. Nada evitará que lo asesine. El pago ya está acordado, sólo hay que dar el último golpe. Sus dedos hábiles van por la siguiente daga, esta vez, está envenenada. La cobra real es mortífera, atraparla es un entrenamiento básico, ordeñarla una costumbre. Se prepara para lanzar el arma cuando algo lo evita. El otro ha hecho su movimiento en contrapartida del suyo.

Los ojos de la sombra no pierden de vista al hombre que orinado corre a mis espaldas aprovechando que me he cruzado en su camino.
Cruce fortuito que solo tendrá un final, el del hombre que engreído me mira casi ordenándome con un gesto que salga de su camino, sonrisa altiva la mía que choca frente a sus ojos oscurecidos, por la rabia y la adrenalina de la perdida de la presa marcada en su sino.

Una daga dejada escapar a gran velocidad ancla al desgraciado al suelo haciéndolo aullar, la sombra se cree vencedora y a la derecha dirige sus pasos para encauzar así su trabajo sorteando a lo que el cree un escaso rival.

Le atajo en el camino, ojos que centellean frente a frente, enemigos que se miden por igual. Error el que comete si ve en mi la juventud de un niño, pues aunque no lo crea, llevo luchando desde antes de estar vivo.
Mi bastarda silva al viento, roce metálico al ser desenfundada de su vaina para prestar combate a aquel que le subestima.
Pronto le mandaré al Valhalla,  junto a su linaje que entre las sombras lo aclaman para que ocupe su lugar entre ellos, en la mesa que Odin, dispone a sus guerreros.

Sonrisa sádica se dibuja en mi rostro, esa que paladea la batalla, la sangre corriendo por el filo de la espada. Debería estar satisfecho hoy las valkirias tendrán su cabeza en bandeja de plata.
Les daré motivos para bajar a la tierra a por un guerrero.

Parece que es corto de miras, pues no le ha bastado el desenvainado de mi bastarda para comprender que su voz, por mucho que haga eco en ese callejón no me hará retroceder.
Hoy correrá la sangre, de uno, otro o de los dos.

El imbécil de mi espalda sigue llorando tratando de liberar su pie del agarre de la parca. Mientras mi contrincante, que de momento permanece en actitud bélica no lo pierde de vista como si esa fuera su cena y yo el objetivo a batir para llegar a ella.

Su mano va a parar con suma agilidad a su cinturón,  con un giro de muñecas dos estrellas plateadas reflejan a la luna llena corriendo a mi posición.
Bateo con mi espada a una de ellas devolviéndosela al lanzador mientras la segunda vuela hacia mi cabeza como un halcón. Un ligero movimiento hacia la derecha es suficiente para que pase de largo perdiéndose en la inmensidad del callejón.
Eso era solo una distracción,   una que aprovecha para correr hacia la pared apoyando su pie en ella para como un gato saltar con un mortal dejándome atrás.

Interés, eso despierta aquel hombre en el mismo momento en el que me sortea, admito que ha estado bien, mas no lo suficiente.
Saco una de las dagas de mi cinto que raudas sobrevuelan la distancia entre los dos guerreros. Su mano se alza mortífera como una cobra dispuesta a caer sobre la cena cuando esta es impactada por el acero de mi arma lanzada logrando que los colmillos de la cobra se desvanezcan en el empedrado con un sutil choque de aceros.

Sus ojos me buscan, los míos le alcanzan y de nuevo acorto las distancias, ahora quedando entre ambos de nuevo.
No esperé permiso para conceder el baile a la dama de negro, sin mas preámbulos tomé el mango de la bastarda con mis dos manos lanzando un ataque hacia su costado.
Peso que descargué en mi pierna izquierda mientras mi cuerpo se ladea del impulso, sonrisa ladina en ambos, juego de aceros.

Bellaco. Un niño intentando enfrentar a su mayor. Y a pesar de ello o quizá por ello mismo, es que Jared deja de juguetear. En The League hay personas mucho más jóvenes que el que ahora está desafiándolo capaces de destripar a un hombre con sólo un cuchillo oxidado. La posición de ataque se vuelve ahora ambivalente. Defensa - Ataque. La bastarda es un arma que pocos pueden utilizar si no se tiene una buena musculatura y un control de muñecas acertado.

Sea pues. Que los demonios disfruten del pandemonium que está por desatarse en esta desolada calle. Que se regodeen en la sangre que está por vertirse más allá de la que adorna los adoquines con manchas erráticas y va coagulándose. Los perros aúllan a la distancia anunciando a voz viva que el combate está en proceso. La luna airada se esconde entre las nubes creando un ambiente sobrenatural digno de las mejores guerras antiguas.

Las enseñanzas europeas confrontan a las orientales. El silbido del acero se escucha vibrante en la soledad del lugar en cuanto el contrincante cambia de lugar para volverse a interponer en el camino del assassin. La sonrisa del chico discrepa con la seriedad de los ojos pardos que le observan con el rostro oculto bajo la capucha creando una irreal simulación de una parca acercándose para dejar caer su arma contra la cabeza del que se le interponga al ir en busca de su presa.

Es el otro quien hace el primer movimiento, el filo de la espada busca con ansiedad la carne del rival deseando morderla hasta dejar un rastro carmesí que pueda disminuirlo en facultades. Más lo que encuentra es el aire. Jared se mueve con rapidez acostumbrado a ese tipo de ataques, los de arco son más difíciles de parrear por la velocidad del proyectil y el movimiento caprichoso del viento. No así la del arma que su contrario empuña. Esa necesita de un empuje preciso, controlado y perfecto para no perder el control y que la bastarda, por su peso, termine en el piso clavada.

Dos, tres pasos lejos, un salto más antes de que su mano vaya hacia su espalda. Protegida por su capa, su más preciado objeto es tomado por el mango y va sobresaliendo lento, como la llegada de una cobra se alza ante los ojos del otro. El metal brilla en la oscuridad. Los ojos de la serpiente se fijan en la figura contraria ansiando cobrar la afrenta. La boca resuma veneno mortal. El hacha emerge por fin, un movimiento de muñeca es suficiente para dejarla en posición perfecta para el ataque. El brazo se llena de fuerza denotando cada músculo y arteria invisibles bajo la capa de ropa que le cubre.

El assassin está listo. Que vengan los demonios de una vez. Que Astaroth, señor de las serpientes, guíe su mano. Que él, señor infernal conocedor de los más secretos y profundos deseos de los hombres, acuda para hacer realidad el de Jared: destruir a este hombre que se inmiscuye donde no debe.

El hacha vuela directo a la hoja de la bastarda para golpearla y fomentar la inestabilidad necesaria para que el que la empuña la tenga que girar a un lado desprotegiendo su rostro, dejándolo libre para el puño que se alza contra la nariz. Un directo conecte contra el tabique para hacerlo sangrar.

Diestro como una pantera su cuerpo se arquea dejando que la hoja sedienta silbe al viento con fuerza. Sonrisa que se dibuja en mi rostro cuando le veo saltar hasta tres veces hacia atrás, volviendo a recuperar posición y aliento frente al rival.

Distancia que aprovecha para ahora si subirse las enaguas y hacer su presentación en sociedad llevando su mano a la espalda para de ella sacar su arma principal.
Hacha que destella frente a la plateada luna prometiéndome no solo el primer baile si no todos los demás.

Cuervos que se acumulan sobre el cielo enviados por Loqui para ver el duelo, los oigo graznar, reclamando que se abran los cielos para nosotros, que la oscuridad que nos envuelve se torne eterna y que los gigantes voceen nuestros nombres para contar esta gesta.

Ahora no se hace de rogar, la dama tímida toma la iniciativa vestida de gala con la noche entre sus faldas y lanza el hacha no en busca de sangre si no de acero, mas de nuevo solo encuentra el suelo.
Su hacha mas pesada y a dos manos gruñe frente a la bastarda que ahora sujeta con una sola palma danza con mi muñeca esquivando el agravio dejada llevar por la inercia de mi siguiente movimiento.
Agacho mi cuerpo esquivando el puño que raudo como una cobra trata de golpear y hacer sangrar. Bastarda que acaricia el suelo lanzando chispas contra el pavimento, distracción que aprovecho para sacar la pequeña daga de mi cinto dispuesto a morder la parte trasera de sus rodillas.
Pie derecho en el suelo que gira como una peonza moviendo el izquierdo como las agujas del viejo reloj del campanario, para a su espalda recoger el pie derecho dispuesto a asestar el golpe de gracia en sus ligamentos.

Rayo que Thor deja caer en el mismo callejón, iluminándonos con su haz de luz nuestros cuerpos que en penumbra se buscan sedientos.
Implora la sangre del perdedor, mas también ansia la del justo vencedor.
Sonrisa ladina en mi rostro consciente de que el martillo nos trae su legado en forma de lluvia, agua que resbala por nuestros rostros muriendo en el empedrado.

Trueno, relámpago, Heimdall, nos mira desde el puente de Bifröst. Oigo el cuerno que reclama que se abran las puertas de Asgard que los soldados de su ejercito están de camino.
Tu, yo o los dos, hoy cruzaremos esas puertas para reunirnos con los ancestros que en silencio observan esta gesta en el que solo puede quedar uno.

En tanto la luna se muestra tímida en lo alto del cielo, ocultándose entre nubarrones que van condensándose a mayor velocidad llevados por el viento inquieto y temeroso que anuncia una tormenta pronta a llegar, nuestro personaje recuerda parte de su niñez y adolescencia entre muros altos, rematados con picas y guardianes apostados entre las sombras listos para actuar y defender a su señor contra los invasores.

Los movimientos prestos y finitos realizados por su contrincante dejan un vacío en el alma del Assassin. Más aún, un desconcierto que va haciéndose cada vez más grande como los acontecimientos siguen su marcha. El jovenzuelo es ágil, hábil, experticio en el arte de la bastarda. Lo demuestra con sus propios actos. La pelea ha de ser para él tan consuetudinaria que sólo es un juego de niños al día de hoy. Los mismos demonios están apostados en lo alto de los techos. Las gárgolas observan desde su lugar privilegiado esperando impacientes el botín que les corresponde.

Los graznidos de un cuervo son arrebatados con impunidad por un enorme can de tres cabezas que lanza una tarascada directo a la cabeza del ave llevándosela enterrada entre los colmillos en tanto el hocico se le llena de plumas, alejándose en la oscuridad. No es una ilusión, sólo un símil de la realidad que ellos están viviendo. Envueltos en una humanidad que en lugar de separarlos, se paran en varios lugares para observar con morbo lo que sucede, haciendo apuestas y deseando que alguno de los dos empiece a sangrar para, al morir, hacerse de sus bienes y venderlos en el mercado negro.

El puño no ha alcanzado el objetivo. El rostro juvenil se ha movido instantes antes de que la piel choque con la otra. Las chispas en el pavimento recuperan una memoria en el assassin. Un aviso de que es peligroso seguir a esa distancia sin interponer el hacha. El movimiento es fluído, ligero y casi podría decirse que delicado. La hoja de la daga se dirige presta a morder la carne del hombre descubriendo en pleno camino lo que debió analizar antes de entablar combate: las botas bajo el pantalón son altas, reforzadas y de un cuero mucho más grueso que el normal. El pie que fuera objeto del ataque se afianza en tanto el hacha se eleva hacia el cielo.

Cual si fuera una invocación al mismo Belzebuth, Jared realiza un giro de muñeca ubicando el hacha en la posición necesaria para dar un envión directo a la espalda del otro, poniendo su peso en el mismo impulso para hacerlo más denso y controlable. No es rápido, no es letal, sólo pareciera ¿estar jugando con él?

Las gárgolas apostadas sonríen mostrando los dientes verdiamarillos en tanto la lluvia comienza a extender su manto por todos los adoquines de la ciudad, creando un mortal sendero que será el causante de tropiezos y resbalones. El calzado debe ser el adecuado aún para el combate. Una vez que el contrario evita el golpe quedando en la posición que el assassin buscaba, Jared cambia su movimiento como parte de su estrategia inicial. Toma el mango del hacha con ambas manos en pos de darle la potencia suficiente golpeando con el lado contrario al filo. No busca desgarrar o abrir la piel en dos. No. Busca conectar un buen golpe al estómago para sacarle el aire y desbalancearlo obligándolo a dar unos pasos atrás o en el peor de los casos, a soltar la bastarda.

La pantera negra esta segura de su gesta, hacha en mano anima a los cuervos en su graznar, dispuesto a que el perro de tres cabezas los haga callar.
Cancerbero se relame con las plumas negras en la boca hasta que Eskol aparece asestándole un bocado sangriento, luna que se apiada de sendos perros que se enzarzan en una pelea para demostrar quien es el mas fiero.
Sonrisa ladina en mi rostro, intensa mirada en el de el, aquella batalla empieza a ser algo mas de lo que a simple vista se ve.

Fallo mi daga al morder, pues su bota parece echa del material que le vio nacer, fuego del infierno, pues se saja la ropa mas no la piel. Mi posición es desfavorable, el lo sabe y yo lo se, mas no tanto como para dejarme vencer.
Su hacha vuela por el cielo, en busca de sajar la piel de su presa que agachada en el suelo alza la mirada y lo acecha.
Mano en el empedrado dejando que la bastarde me acompañe en el giro arriesgado. Ese que me sitúa al otro lado, mas demasiado cerca para evitar que el mango del hacha me haga temblar.
Golpe en mis costillas, las siento quebrar, siseo ligeramente antes de volver a ocupar mi lugar.
El aire escapa por un instante de mis pulmones, tos acompaña mi gesto.

Craso error el mio, las gárgolas a su favor, aplauden alegres a su guerrero, ansían sangre y la van a tener.
El Ragnarok esta cerca, empezar a correr, pues ni los dioses ni los mortales se salvaran de el.
Pobre infeliz que creé que en el ultramundo estará salvo, pues no hay salvación para nuestras almas ni para las de ningún desgraciado.

Embistió en su dirección, dos mandobles directos al pecho que intercepta con el filo de su hacha haciendo que de nuevo las chispas de los aceros salten frente a sus cuerpos, ruidos metálicos de las hojas que suben al firmamento chocando con los truenos que Thor envía sobre ellos.
El ultimo movimiento de la bastarda el mas peligroso, el mas certero, giro mi cuerpo con prisa buscando su costado derecho.
Sonrió de medio lado esperando ese movimiento que lo eleve a la gloria o que lo haga por un instante caer al suelo.

Utgard, el reino de los gigantes jalea desde los cielos, sangre piden a gritos esperando que mi diestra haya hecho jirones su carne proporcionándoles el placer de un buen combate.
Los dioses nos envidian por esto, pues ambos guerreros tenemos el honor de los mas grandes, épica nuestra gesta la cantaran los juglares, somos sin duda ambos dos guerreros singulares.

Dos refulgientes ojos verdes aparecen de entre la oscuridad avanzando lento, con pasos firmes y taciturnos en tanto aprecia lo que acontece para, antes de dar oportunidad a una acción más, girar el cuerpo al completo y dirigirse a toda velocidad en pos de alguien que pueda detener esta matanza. Ya hay varios cuerpos postrados en el piso, alguno de los peleadores ha de ser el causante de la muerte de esos desgraciados o bien, pudieron ser ambos hombres los asesinos.

Sujetos de cuidado son, entonces, este par de gladiadores que se mantienen en medio de la calle como si fuese una arena parecida al Coliseo Romano con unas actitudes beligerantes propias de épocas de antaño. La fuerza, la velocidad y el empuje son los que adornan toda esta fiesta en honor de los caídos, de los dioses y los demonios que disfrutan del espectáculo. La sangre irá cayendo a cuentagotas en tanto las apuestas continúan por los alrededores, esperando ver quién triunfa y quién será la carne para los perros.

El chivato huye a escondidas del par que ahora están dando lo mejor de sí para deshacerse del otro. Uno por su renombre, el otro por entrometido. Los aceros chocan un par de veces más. El hacha detiene la estampida brutal de la bastarda dejando por un instante desprotegido lo que el joven buscaba. Si Jared hubiera sabido su intención de golpearle el costado, quizá hubiera tenido una postura diferente, pero el "hubiera" no existe.

El acero se encuentra con las ropas desgarrándolas al tiempo que dibuja a puro filo una línea en la piel que va ensanchándose conforme el chico retira el arma. El rictus de Jared se tensa, el estómago se contrae dibujando sobre la tela los inequívocos esbozos de la musculatura perfecta de los cuadros del abdomen. Por inercia, el assassin lanza el brazo hacia su rival chocando simultáneamente el hacha contra la espada para alejarla de sí y que deje de esgrimir el pincel rojo contra el lienzo de su cuerpo.

El dolor es parte de la realidad de todo assassin. Ellos se acostumbran a tenerlo abrazado consigo, contenido y detenido. No es de hombres de valía dejarlo emerger, mucho menos en público, a menos que sea una herida de consideración o bien, estén inmersos en un delirio típico de fiebres producto de algún tipo de veneno. Las enseñanzas son parte de su ser y como tales, las dignifica con su propia actitud. El dolor puede ser algo punzante, más no es demostrable en ningún ápice de su rostro.

Ahora es su turno, busca tomarle de la nuca y estrujar la piel hasta crear el agarre perfecto para llevar su rostro al suyo. Si fuese una fémina, quizá hubiese sido el momento de besarla. En cambio, el choque de frentes es brutal. Está acostumbrado a tener ese tipo de desafíos contra otros gladiadores, más quizá... sólo quizá... este chico tenga la cabeza más dura que la suya.

En tanto, su otra mano redirige el mango del hacha directo a la parte débil: aquélla cuyo sonido inequívoco le hizo consciente de la fractura de una costilla. El golpe hacia ella es calculado. Seguro que cae de rodillas, indefenso. Esa es su única opción: poner distancia entre ellos para darse tiempo a comprobar su propia herida. Las líneas rojas que van hacia el sur cayendo en gotas al piso le hacen consciente de que el filo ha atravesado más profundo de lo que podría admitir. Necesita un torniquete, más antes... debe detener a su rival el tiempo necesario para hacerlo.

Sangre, carmesí, espesa cae a borbotones contra el empedrado. Las gárgolas gritan sedientas, hambrientas de los jirones de piel que el acero de mi bastarda devoran en su costado, mientras mi sonrisa de medio lado se muestra arrogante frente a la del adversario.

Enemigo como pocos, digno de una muerte que estoy seguro no le llegara por este tajo. No, el es un guerrero, eso gritan mis dioses golpeando el cielo con sus martillos que iluminan el cielo en forma de relámpagos y truenos.
Las puertas se abren , Odin nos espera,  las valquirias corren deslizando sus vestidos de seda por los cuerpos semidesnudos que nos acogerán al terminar esta gesta.

Hacha ruge contra bastarda, orgulloso aparta mi acero sin que el dolor delate ni uno de sus gestos.
Mas su cuerpo se contrae y con ese movimiento escucho a mis espaldas unos pies correr lejos del duelo.
Pronto tendremos sobre nosotros a toda la gendarmeria. El lo sabe,  yo lo se, mas ninguno mueve un dedo por alejarse de la masacre que nos tiene enzarzados como perros.

Dispuesto a darle los segundos de tregua que merece, el asesino no la acepta, su honor hace que mi cabeza quede enganchada por las zarpas de la bestia que me arrastra hasta colisionar con su cabeza.
Nuestros ojos se encuentran, se observan, se acechan como dos depredadores sedientos de presa.
Sangre emerge de nuestras frentes, choque de dos alfas retándose, conscientes de que esta pelea no esta finalizada.

Dolor, mi estomago se contrae al tiempo que el crujir inequívoco de mis costillas contra el mango del hacha me obliga a caer al suelo de rodillas.
Toso de nuevo sintiendo como la sangre de mi frente cae contra el suelo.
Alzo la mirada cuando la ultima de las gotas resbala por m irostro. Sonrio de medio lado sintiendo como mi cuerpo se quiebra contra una de mis manos que analiza con rapidez que costilla es la rota y la posibilidad de apretarla lo suficiente como para volver a alzarme frente a los vítores de Loqui que disfruta como un niño de la tenacidad de su vikingo.

El asesino aprovecha el instante para tratar de detener la hemorragia, esa que mancha su mano y que de no ser detenida le augura la muerte definitiva.
Hinco la rodilla sediento de mas, mas el dolor, ese que estoy acostumbrado a soportar, me fuerza a volver a caer de rodillas. Apreto el puño contra el pavimento sediento de mas..

Caballos, el galope de los caballos correr en nuestra dirección a toda velocidad, reclama nuestra inmediata atención. Uno al otro nos miramos cocientes de que por hoy esto tiene que terminar.
Como una sombra desaparece frente a mis ojos dejando solo el rastro carmesí que con facilidad hubiera podido seguir si yo no hubiera tenido la necesidad también de huir.

Aprieto los dientes, para ahora si, alzar un cuerpo que apenas se mantiene. Las costillas quebradas se clavan como mil espadas, mas ahora no es el momento de sentir.
Bastarda a mi espalda y un ligero silbido que reclama la ayuda de mi espectro que frente a mis ojos aparece como mi fiel amigo.
Enredo mis dedos en sus largas crines, un ultimo esfuerzo me sitúa sobre el y su galope convierte a mi cuerpo en un ente que cae medio inconsciente sobre su cálido pelaje.
Atrás el ruido de otros cascos, delante mi único destino, esa mirada esmeralda que ahora parecen incitarme a seguir vivo.
Abro los ojos tratando de mantenerme despierto, mas mis parpados se entrecierran una y otra vez. Una corriente nerviosa recorre mi maltrecho cuerpo, adrenalina, esa que ahora se quema al paso de mi corcel. No puedo desmayarme, lo se, mis dientes se aprietan mientras mi voluntad férrea no se quiebra.
Uno de mis brazos cae incapaz de mantener aquel ritmo, siento los músculos de mi corcel entre mis piernas, esos que me dicen que estamos cerca ¿mas cerca de que? Oscuridad, machones de calles pasan frente a mis ojos a toda velocidad y de nuevo oscuridad.
Las calles de París se tornan luces y sombras frente a unos ojos que se mantienen abiertos por inercia.