AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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El príncipe destronado... [Höor Cannif]
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El príncipe destronado... [Höor Cannif]
Aplausos sabidos a gloria, una noche más el teatro estaba a rebosar de la gente más distinguidas de París; no cualquier bolsillo podía permitirse tal escandaloso espectáculo traído del mismo oriente.
En toda Europa su imagen empapelaba los teatros más famosos con su rostro, ahora se había llamar Lakme, y se aburría del anonimato. Cansada de huir, ¿por qué no enfrentarse a ellos? Pasaban los siglos, y su secreto bien guardado, muchos ansiaban su don innato que ella calificaba más de una vez como maldición. Inmortales más ancianos se había intentado ganar su favor y fracasado en el intento. “Es siglo XXI aún me espera y sus luces…”. Se repetía a veces, había sus respuestas en un futuro que cada vez se hacía más cercano, su motivo de ser.
Oscuro teatro y silencio absoluto, había reclinado a las invitaciones de la recepción y celebración de otro éxito. Jaqueca, excusa barata que a los mortales le valía para dejarla en su soledad.
En un atardecer temprano, había despertado del letargo con una sensación extraña, el aire innecesario en sus pulmones, le parecía viciado, encerrado. Y su mente se sentía turbada por ese no sé qué… Lo conocía desde que tenía uso de razón.
Frente al espejo su propio reflejo le devolvía la mirada en aquel camerino, ojos verdes, tez aceitunada con un rubor demasiado humano, señal perfecta de que se había alimentado y que era capaz de crear aquella pantomima de humanidad que hacía confundir incluso a los suyos.
Sus dedos trenzaban su cabello azabache distraídos, el cuerpo que comenzaba a tomar rigidez por los escalofríos.
Un pequeño copo de nieve había caído sobre la mesa, y luego otro y otro… ¿Nevaba dentro del teatro? La palma de su mano abierta para sentir la sensación del frío, pero…
Se levantó de su asiento y aquel bosque del pasado volvía a arrastrarla con sus pálidos ramajes.
Y en la nieve sus huellas escarlatas, de la sangre de los que fueron hijos de Licaón. Manos que habían desgarrado los hermosos pelajes de los licántropos… Una manada casi diezmada por las manos de aquella inmortal, había amado a su rey a su manera, pero la había convertido en su prisionera demasiados inviernos atrás…
Los lobos volvían aullar a su alrededor, un lamento que recordaba, lloraban por sus hermanos muertos y reclamaban venganza en el hielo.
Pasos descalzos, solo portaba aquel fino batín de seda oriental, que se colocaba tras su espectáculo… Visión incontrolada de un pasado lejano, “ellos” volvía a susurrarle palabras incomprensibles… Hacía tanto tiempo que no sufría aquellos “ataques”
“Si los dejo entrar en mí… Perderé el control…”
Se decía así misma, intentaba aferrarse a su interior no dejarles a “ellos” tomar el controlar, le importaba a aquel que había nacido aferrado a su propia alma que los detuviese. Puerta entre vida y muerte; por muchos siglos que pasaran cuando llegaban los ataques… Ella se perdía por el camino y a veces sentía que no tenía fuerzas suficientes para volver.
Hasta que todo se detuvo.
En algún rincón de París se había detenido para volver encontrarse entre sus oscuras calles aferrándose a una realidad torcida, para luego perder la consciencia contra el frío suelo… Cuerpo de la bruja inmortal derrumbado sin sentido ni razón.
En toda Europa su imagen empapelaba los teatros más famosos con su rostro, ahora se había llamar Lakme, y se aburría del anonimato. Cansada de huir, ¿por qué no enfrentarse a ellos? Pasaban los siglos, y su secreto bien guardado, muchos ansiaban su don innato que ella calificaba más de una vez como maldición. Inmortales más ancianos se había intentado ganar su favor y fracasado en el intento. “Es siglo XXI aún me espera y sus luces…”. Se repetía a veces, había sus respuestas en un futuro que cada vez se hacía más cercano, su motivo de ser.
Oscuro teatro y silencio absoluto, había reclinado a las invitaciones de la recepción y celebración de otro éxito. Jaqueca, excusa barata que a los mortales le valía para dejarla en su soledad.
En un atardecer temprano, había despertado del letargo con una sensación extraña, el aire innecesario en sus pulmones, le parecía viciado, encerrado. Y su mente se sentía turbada por ese no sé qué… Lo conocía desde que tenía uso de razón.
Frente al espejo su propio reflejo le devolvía la mirada en aquel camerino, ojos verdes, tez aceitunada con un rubor demasiado humano, señal perfecta de que se había alimentado y que era capaz de crear aquella pantomima de humanidad que hacía confundir incluso a los suyos.
Sus dedos trenzaban su cabello azabache distraídos, el cuerpo que comenzaba a tomar rigidez por los escalofríos.
Un pequeño copo de nieve había caído sobre la mesa, y luego otro y otro… ¿Nevaba dentro del teatro? La palma de su mano abierta para sentir la sensación del frío, pero…
Se levantó de su asiento y aquel bosque del pasado volvía a arrastrarla con sus pálidos ramajes.
Y en la nieve sus huellas escarlatas, de la sangre de los que fueron hijos de Licaón. Manos que habían desgarrado los hermosos pelajes de los licántropos… Una manada casi diezmada por las manos de aquella inmortal, había amado a su rey a su manera, pero la había convertido en su prisionera demasiados inviernos atrás…
Los lobos volvían aullar a su alrededor, un lamento que recordaba, lloraban por sus hermanos muertos y reclamaban venganza en el hielo.
Pasos descalzos, solo portaba aquel fino batín de seda oriental, que se colocaba tras su espectáculo… Visión incontrolada de un pasado lejano, “ellos” volvía a susurrarle palabras incomprensibles… Hacía tanto tiempo que no sufría aquellos “ataques”
“Si los dejo entrar en mí… Perderé el control…”
Se decía así misma, intentaba aferrarse a su interior no dejarles a “ellos” tomar el controlar, le importaba a aquel que había nacido aferrado a su propia alma que los detuviese. Puerta entre vida y muerte; por muchos siglos que pasaran cuando llegaban los ataques… Ella se perdía por el camino y a veces sentía que no tenía fuerzas suficientes para volver.
Hasta que todo se detuvo.
En algún rincón de París se había detenido para volver encontrarse entre sus oscuras calles aferrándose a una realidad torcida, para luego perder la consciencia contra el frío suelo… Cuerpo de la bruja inmortal derrumbado sin sentido ni razón.
Lakme- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 420
Fecha de inscripción : 22/11/2010
DATOS DEL PERSONAJE
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Re: El príncipe destronado... [Höor Cannif]
Recoloqué frente al gran espejo de la mansión Cavey la corbata que perfectamente anudada recogía el cuello de la blanca camisa con olor a lilas.
La doncella había sido muy amable conmigo, odiaba ir de compras y mas aun tener que probarme las cosas, supongo que eso no iba conmigo.
En palacio mi madre se encargaba de mi fondo de armario, al menos en cuanto a trajes se refiere. Ademas la modista de la corte, que conocía de buena mano mis medidas, no tenia grandes problemas para hacerme los trajes que me encajaban como un guante y los tonos que según ella favorecían mas mi porte.
Lo malo, que ninguno de estos me había acompañado a París. Lo bueno, la amabilidad de la doncella de la mansión Cavey, que se ofreció a acudir a las tiendas del centro para mandar confeccionar un traje para mi.
Tomo mis medidas con rapidez, mientras ambos junto al mayordomo y unos mozos compartíamos en la cocina y entre risas un chocolate caliente que la cocinera había preparado para el servicio, y como no para mi.
Me sentía cómodo en aquel lugar. La señora Cavey y yo empezábamos a conocernos cada vez mejor. Los besos, las caricias habían pasado a convertirse en algo importante en nuestros encuentros, la mayoría furtivos. Para que mentir, aquello que empezó como un juego iba convirtiéndose en algo de lo que me tenia que guardar si no quería salir perdiendo mucho mas que la razón en esta gesta en la que no sabia bien, si declararme vencedor o vencido.
Aquel día, mi tío y sus contactos, me habían forzado de algún modo a acudir a una fiesta que comenzaría con una grata función en el teatro.
Estaba bastante cansado, las noches apenas las dormía ensimismado en una búsqueda, que poco a poco, me sumergida en las zonas mas oscuras y peligrosas de París.
Hoy tomaría un alto, y por ende, acudiría a ese “baile de gala” donde me presentaría a la alta sociedad Parisiense en representación de mi tío y sus grandes hazañas.
Si supieran como ganaba las guerras desde el trono de su casa -pensé contemplando de medio lado la espada bastarda que hoy por desgracia no podría acompañarme a ningún lado.
Esa y mi mano blandiéndola era la que habíamos llevado a su reino a lo mas alto. El sudor, la sangre y las lagrimas de las viudas de esos valientes que no corrieron mi suerte y perecieron en el campo de batalla.
Valiente mi tío, valiente su hijo y malditos ambos, por no ver de cerca lo que yo veía, porque para ganar una gesta hay que salpicarse de sangre y no de vino.
Tensé mi gesto frente a ese mismo espejo sintiéndome un simple lacayo de mi propia sangre, sangre que ahora corría por mis venas desaforada, llena de odio en memoria de los caídos.
La calma llego a mi en forma de mujer, esa que rozo mi hombro para asegurarme que fuera estaba el corcel dispuesto.
Sin duda solo ella era capaz de llevarme al infierno, mas del mismo modo también rescatarme de el.
Aquel día decidí no tomar mi montura. Tenia unos planes bien distintos, ya que no habría guerra en mi aventura nocturna, solo un paseo por las calles hasta la zona mas rica.
Tomaría esa yegua blanca que durante semanas se había convertido como su dueña en mi quebradero de cabeza.
Ya habíamos empezado a confiar el uno en el otro y siempre bajo su permiso me permitía que diera largos paseos por la playa sobre su blanco lomo.
Hoy ambos estaríamos a prueba, ella por las empedradas calzadas y yo por ende en el baile de mascaras.
El teatro se cubrió de sus mejores galas, una fiesta en la que no se escatimaron lujos y en la que los grandes de París mostraban sus mejores galas.
Damas ataviadas de vestidos coloridos en busca de cazar un joven marido. Otras ya casadas, que cubriendo su rostro criticaban a las viudas desoladas.
No eran muy distinto esos bailes de salón a los del Norte e imaginé que tampoco a los del sur.
Agradecí el silencio que se creo frente a la expectación de una mujer de cabellos azabaches y piel caramelo que pronto acaparó la atención de todo el aforo del teatro.
Su danza endiabladamente bella hizo suspirar a las doncellas por pura envidia y sin duda alzo mas de una entrepierna entre los hombres allí presentes.
Tras una hora de espectáculo, los asientes nos alzamos en pie aplaudiendo el arte de esa mujer que parecía tener poco de terrenal y demasiado de celestial o infernal.
Así todos abandonamos tras ella las butacas, rumbo a el palacio donde el gran baile se concluiría o mejor dicho comenzaría hasta que el alba nos encontrara en ese lugar.
Tomé mi vivaz yegua decidido ,sin silla, ni bocado, ni riendas a acudir a el majestuoso palacio, mas algo llamo mi atención, una sombra. Centré en esa figura la mirada, esa que había admirado durante una hora, y que ahora descalza y en fino bitan de seda corría calle abajo hasta adentrarse en un callejón nada adecuado para una dama.
Emprendí un lento trote hacia ese oscuro lugar, la parte trasera de uno de los restaurantes de mas renombre de la ciudad. Callejón, apenas iluminado por la gran calle principal.
Allí en el suelo, su cuerpo quedaba expuesto a las intempestivas del tiempo, su tez caramelo parecía palidecer y así de un salto aferré su inerte cuerpo, frio como el mismo hielo y que abrasaba a su vez como el fuego.
-Señorita, se encuentra bien -susurré golpeando con suavidad su rostro tratando de que volviera en si.
Añoré, la capa de piel de oso que siempre portaba sobre mis hombros con mi atuendo normal, hoy vestido de gala, la capa era demasiado fina para calentar y con el sombrero aparte de aire poco o nada podía inventar.
La doncella había sido muy amable conmigo, odiaba ir de compras y mas aun tener que probarme las cosas, supongo que eso no iba conmigo.
En palacio mi madre se encargaba de mi fondo de armario, al menos en cuanto a trajes se refiere. Ademas la modista de la corte, que conocía de buena mano mis medidas, no tenia grandes problemas para hacerme los trajes que me encajaban como un guante y los tonos que según ella favorecían mas mi porte.
Lo malo, que ninguno de estos me había acompañado a París. Lo bueno, la amabilidad de la doncella de la mansión Cavey, que se ofreció a acudir a las tiendas del centro para mandar confeccionar un traje para mi.
Tomo mis medidas con rapidez, mientras ambos junto al mayordomo y unos mozos compartíamos en la cocina y entre risas un chocolate caliente que la cocinera había preparado para el servicio, y como no para mi.
Me sentía cómodo en aquel lugar. La señora Cavey y yo empezábamos a conocernos cada vez mejor. Los besos, las caricias habían pasado a convertirse en algo importante en nuestros encuentros, la mayoría furtivos. Para que mentir, aquello que empezó como un juego iba convirtiéndose en algo de lo que me tenia que guardar si no quería salir perdiendo mucho mas que la razón en esta gesta en la que no sabia bien, si declararme vencedor o vencido.
Aquel día, mi tío y sus contactos, me habían forzado de algún modo a acudir a una fiesta que comenzaría con una grata función en el teatro.
Estaba bastante cansado, las noches apenas las dormía ensimismado en una búsqueda, que poco a poco, me sumergida en las zonas mas oscuras y peligrosas de París.
Hoy tomaría un alto, y por ende, acudiría a ese “baile de gala” donde me presentaría a la alta sociedad Parisiense en representación de mi tío y sus grandes hazañas.
Si supieran como ganaba las guerras desde el trono de su casa -pensé contemplando de medio lado la espada bastarda que hoy por desgracia no podría acompañarme a ningún lado.
Esa y mi mano blandiéndola era la que habíamos llevado a su reino a lo mas alto. El sudor, la sangre y las lagrimas de las viudas de esos valientes que no corrieron mi suerte y perecieron en el campo de batalla.
Valiente mi tío, valiente su hijo y malditos ambos, por no ver de cerca lo que yo veía, porque para ganar una gesta hay que salpicarse de sangre y no de vino.
Tensé mi gesto frente a ese mismo espejo sintiéndome un simple lacayo de mi propia sangre, sangre que ahora corría por mis venas desaforada, llena de odio en memoria de los caídos.
La calma llego a mi en forma de mujer, esa que rozo mi hombro para asegurarme que fuera estaba el corcel dispuesto.
Sin duda solo ella era capaz de llevarme al infierno, mas del mismo modo también rescatarme de el.
Aquel día decidí no tomar mi montura. Tenia unos planes bien distintos, ya que no habría guerra en mi aventura nocturna, solo un paseo por las calles hasta la zona mas rica.
Tomaría esa yegua blanca que durante semanas se había convertido como su dueña en mi quebradero de cabeza.
Ya habíamos empezado a confiar el uno en el otro y siempre bajo su permiso me permitía que diera largos paseos por la playa sobre su blanco lomo.
Hoy ambos estaríamos a prueba, ella por las empedradas calzadas y yo por ende en el baile de mascaras.
El teatro se cubrió de sus mejores galas, una fiesta en la que no se escatimaron lujos y en la que los grandes de París mostraban sus mejores galas.
Damas ataviadas de vestidos coloridos en busca de cazar un joven marido. Otras ya casadas, que cubriendo su rostro criticaban a las viudas desoladas.
No eran muy distinto esos bailes de salón a los del Norte e imaginé que tampoco a los del sur.
Agradecí el silencio que se creo frente a la expectación de una mujer de cabellos azabaches y piel caramelo que pronto acaparó la atención de todo el aforo del teatro.
Su danza endiabladamente bella hizo suspirar a las doncellas por pura envidia y sin duda alzo mas de una entrepierna entre los hombres allí presentes.
Tras una hora de espectáculo, los asientes nos alzamos en pie aplaudiendo el arte de esa mujer que parecía tener poco de terrenal y demasiado de celestial o infernal.
Así todos abandonamos tras ella las butacas, rumbo a el palacio donde el gran baile se concluiría o mejor dicho comenzaría hasta que el alba nos encontrara en ese lugar.
Tomé mi vivaz yegua decidido ,sin silla, ni bocado, ni riendas a acudir a el majestuoso palacio, mas algo llamo mi atención, una sombra. Centré en esa figura la mirada, esa que había admirado durante una hora, y que ahora descalza y en fino bitan de seda corría calle abajo hasta adentrarse en un callejón nada adecuado para una dama.
Emprendí un lento trote hacia ese oscuro lugar, la parte trasera de uno de los restaurantes de mas renombre de la ciudad. Callejón, apenas iluminado por la gran calle principal.
Allí en el suelo, su cuerpo quedaba expuesto a las intempestivas del tiempo, su tez caramelo parecía palidecer y así de un salto aferré su inerte cuerpo, frio como el mismo hielo y que abrasaba a su vez como el fuego.
-Señorita, se encuentra bien -susurré golpeando con suavidad su rostro tratando de que volviera en si.
Añoré, la capa de piel de oso que siempre portaba sobre mis hombros con mi atuendo normal, hoy vestido de gala, la capa era demasiado fina para calentar y con el sombrero aparte de aire poco o nada podía inventar.
Höor Cannif- Realeza Neerlandesa
- Mensajes : 976
Fecha de inscripción : 21/09/2016
Localización : el placentero infierno de tus piernas.
Re: El príncipe destronado... [Höor Cannif]
Una voz lejana la llamó, y el aliento volvió a su garganta con la sonoridad de un largo suspiro. Ojos del verdeagua descubiertos bajo aquellas negras pestañas. Precipitado despertar.
La nieve se deshacía en su visión de realidad, y su aliento era vaho; la congoja en el pecho deseaba aferrarse a su alma con aquellos recuerdos, visión mensajera de lo que estaba por venir.
Lakme empujo al desconocido con fuerza para apartarlo de ella. Arrastrándose por el suelo, se alejó tirando de aquel batín con grullas bordadas, dejando al descubierto uno de sus hombros y con ello su pequeño pecho que se elevaba y bajaba acelerado como su misma respiración. Con cuerpo tembloroso y mirada asustadiza de cierva, tiro del batín para cubrir su leve desnudez.
Ojos fijos en el desconocido, su gesto felino parecía estar midiéndole en aquel silencio extraño que se acaba de crear entre ambos.
De repente un gateo precavido acercándose de nuevo a él. El trenzado que termino de deshacerse en su camino soltando aquella maraña oscura que eran sus cabellos otorgándole un aspecto, dulcemente fiero.
Gentil roce de sus dedos en el rostro del muchacho, su roce dibujaba la forma de su rostro, eran terciopelo acariciador, pulgar que rozaba los labios y mirada gacha a ellos. Suspiro y cristalina lágrima en el rostro de la bruja que con su abrazo se aferro temblorosa al cuerpo de él. Refugio encontrado.
Piel erizada, se volvía helada. Su contacto tenía ese tipo de aura que hacía demasiado tiempo que no había sentido. Poder oculto y latente en un simple mortal con una herencia tal vez no consciente.
La oscuridad se hacía en pupilas dilatas, la nieve volvía a caer en aquel remolino mezclado de imágenes inconexas y sin sentido, pasado, presente, futuro… Inmortales en presencia, guardianes de linaje… Ella había pasado aquellas tierras en una época distinta al revelada, en un antes y después había otro dueño, había otras leyes…
De la nieve broto la hierba verde y el apacible del prado, tumbado junto a su cuerpo cabellos dorados en su desnudez y ojos esmeralda, con su mano rozo en caricia cálida su espalda, pero luego las llamas les rodearon a ambas atrapando a la contemporánea valquiria en la maldición de la duda en sus ojos que se volvía de mirada temerosa y el cuerpo quedaba marcado de la púrpura.
Manos que eran desgarradas por el sostener de los pedazos del acero, y la muerte galopante por ríos y valles… Una guerra que aún no había comenzado pero que no terminaba, un príncipe destronado con un destino sin determinar, sujeto a sus propias manos escarlatas.
Su cuerpo de sílfide etérea encajo entre sus brazos desprendiendo el cítrico olor de la flor “dama de noche” y el férreo de la sangre. Nariz acariciadora en aquel hueco entre el rostro y la clavícula y labios que susurraron el fatídico destino.
Respiración agitada con aquel pequeño ataque que calmaron su espasmódico cuerpo, ahora inerte y rígido.
- ¡Salve Höor, rey del norte! -Susurro desprendiendo cierta fuerza, misteriosa con aquella voz inocente, temerosa y vaticinadora la sibila atemporal que volvería a perder el conocimiento para no volver a despertar, necesitaría del descanso.
La nieve se deshacía en su visión de realidad, y su aliento era vaho; la congoja en el pecho deseaba aferrarse a su alma con aquellos recuerdos, visión mensajera de lo que estaba por venir.
Lakme empujo al desconocido con fuerza para apartarlo de ella. Arrastrándose por el suelo, se alejó tirando de aquel batín con grullas bordadas, dejando al descubierto uno de sus hombros y con ello su pequeño pecho que se elevaba y bajaba acelerado como su misma respiración. Con cuerpo tembloroso y mirada asustadiza de cierva, tiro del batín para cubrir su leve desnudez.
Ojos fijos en el desconocido, su gesto felino parecía estar midiéndole en aquel silencio extraño que se acaba de crear entre ambos.
De repente un gateo precavido acercándose de nuevo a él. El trenzado que termino de deshacerse en su camino soltando aquella maraña oscura que eran sus cabellos otorgándole un aspecto, dulcemente fiero.
Gentil roce de sus dedos en el rostro del muchacho, su roce dibujaba la forma de su rostro, eran terciopelo acariciador, pulgar que rozaba los labios y mirada gacha a ellos. Suspiro y cristalina lágrima en el rostro de la bruja que con su abrazo se aferro temblorosa al cuerpo de él. Refugio encontrado.
Piel erizada, se volvía helada. Su contacto tenía ese tipo de aura que hacía demasiado tiempo que no había sentido. Poder oculto y latente en un simple mortal con una herencia tal vez no consciente.
La oscuridad se hacía en pupilas dilatas, la nieve volvía a caer en aquel remolino mezclado de imágenes inconexas y sin sentido, pasado, presente, futuro… Inmortales en presencia, guardianes de linaje… Ella había pasado aquellas tierras en una época distinta al revelada, en un antes y después había otro dueño, había otras leyes…
De la nieve broto la hierba verde y el apacible del prado, tumbado junto a su cuerpo cabellos dorados en su desnudez y ojos esmeralda, con su mano rozo en caricia cálida su espalda, pero luego las llamas les rodearon a ambas atrapando a la contemporánea valquiria en la maldición de la duda en sus ojos que se volvía de mirada temerosa y el cuerpo quedaba marcado de la púrpura.
Manos que eran desgarradas por el sostener de los pedazos del acero, y la muerte galopante por ríos y valles… Una guerra que aún no había comenzado pero que no terminaba, un príncipe destronado con un destino sin determinar, sujeto a sus propias manos escarlatas.
Su cuerpo de sílfide etérea encajo entre sus brazos desprendiendo el cítrico olor de la flor “dama de noche” y el férreo de la sangre. Nariz acariciadora en aquel hueco entre el rostro y la clavícula y labios que susurraron el fatídico destino.
Respiración agitada con aquel pequeño ataque que calmaron su espasmódico cuerpo, ahora inerte y rígido.
- ¡Salve Höor, rey del norte! -Susurro desprendiendo cierta fuerza, misteriosa con aquella voz inocente, temerosa y vaticinadora la sibila atemporal que volvería a perder el conocimiento para no volver a despertar, necesitaría del descanso.
Lakme- Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 22/11/2010
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Re: El príncipe destronado... [Höor Cannif]
Un empujón me separo de esa dama, que parecía haber vuelto a la vida con mi calor.
Sus ojos de pantera me observaron como los de un fiero depredador mientras huía sin reparo hacia una de las oscuras sombras del callejón.
Alcé sendas mano indicándole con ese sencillo gesto que no pensaba hacerle ningún daño, y con un ligero movimiento, le mostré que iba completamente desarmado.
Mis ojos dibujaron el sendero de su piel ,esa que ahora solo cubierta de aquel fino satén dejando al descubierto la tez de su hombro y con ella su firme pecho.
No pude evitar que por un segundo mis ojos se cargaran de deseo, mi mirada se centro en cada curva de su piel, evocando el recuerdo de esa felina mujer que durante una hora había contemplado en el escenario del teatro.
Mas de nuevo algo eclipso mi razón, los ojos esmeralda de mi único amor. Desvié la mirada de su desnudez, al tiempo que esta se cubría con la bata de gruyas su tez.
Temblaba gateando de nuevo hacia mi. Agachado contemple como la oscuridad de su cabello ahora completamente suelto le daba un aire salvaje, exótico, distinto a toda mujer que hubiera conocido alguna vez.
Frente a mi, detuvo su avance, sus dedos, gélidos como la misma noche, acapararon mi rostro en completo silencio. Fascinado la observé, parecía un animal salvaje viendo a un humano por primera vez. Contorneo mi mandíbula con sus dedos, siguiendo la estela que estos dibujaban hasta mis labios, que acaparó con suavidad dibujándolos, no solo con los ojos si no con ellos.
Durante unos instantes nos observamos de frente, con la respiración entrecortada, deleitándonos con la cercanía de unos cuerpos que se buscaban de forma extraña, mas no definitiva.
Acortó la distancia hundiéndose en mi pecho, buscando refugio en mi ser, y entre mis brazos mecí sus miedos.
-Tranquila -susurré -estas a salvo.
Quizás el que no lo estaba era yo, ya había conocido en París lo suficiente como para saber, que esa dama no era humana, y que posiblemente, era mi sangre lo que buscaba.
Mas no se porque razón, no me provocaba rechazo, si no cierta excitación.
Su piel se erizo frente al contacto de mis dedos que ahora surcaban su cintura con aires fieros. Mi mano se detuvo cuando mis ojos se nublaron.
El callejón se torno mar, los cuervos en el cielo, un Drakkar con cabeza de dragón y férreos escudos surcaban las aguas guiados por el mismo Thor.
Truenos, relámpagos y un hombre desconocido que de una cuerda cogido parecía indicar la dirección.
Jadeé cuando su nariz rozo mi clavícula, hundiéndome en esas aguas que parecían engullirme a otra realidad que no esperaba.
una bocanada de aire que mis pulmones no alcanzaban a tomar y las valkirias vestidas de seda en busca del cuerpo de un guerrero que para ellas yacía inerte. Mar que se torno rojo, ojos esmeralda de mi valquiria que con su mano enlazada en la mía luchaba por sacarme del agua.
Abrí los ojos de golpe, o acaso no habían estado todo ese tiempo abiertos. El callejón volvió a ser tan real como la dama, que contra mis brazos susurró mi nombre.
¿Como lo sabia? Mil y una preguntas surgieron en mi cabeza, necesitaba respuestas, mas ella desfalleció de nuevo tornándose fuego entre mis manos.
Con suavidad, desprendí el broche del emblema familiar, dejando caer la fina capa de tela negra sobre el cuerpo de la mujer.
Me alcé con ella entre mis brazos. Su pelo caía ondulado, salvaje y fiero por encima de mi antebrazo. Su rostro ligeramente ladeado, sus labios cerrados, sus ojos apagados.
Necesitaba descanso y posiblemente algo mas, mas este no era el lugar.
Tomé con suavidad a la blanca yegua, que desconfiada miraba a la desconocida. Sus coces contra el suelo me indicaron que aquello era la peor de las ideas que podía tener aquella noche, mas debía de saber que en mi eso era una costumbre.
Llevé mi mano a su lomo, buscando no solo su permiso, si no su confianza, esa que me había ganado durante todas las semanas.
Trataba de protegerme de lo que su instinto decía era un peligroso depredador, mas aunque lo sabia, no podía dejarla allí. La necesitaba y ella a mi.
Emprendimos el camino hacia el hotel, tenia claro que no podía llevarla a la casa de la señorita Cavey.
La fiesta quedaría relegada a un segundo plano, y por ende, volvería junto a Valeria antes de que se percatará de que me había ausentado. No había necesidad de preocuparla con cosas vanas. Ayudaría a esta mujer y volvería a la mansión Cavey.
Sus ojos de pantera me observaron como los de un fiero depredador mientras huía sin reparo hacia una de las oscuras sombras del callejón.
Alcé sendas mano indicándole con ese sencillo gesto que no pensaba hacerle ningún daño, y con un ligero movimiento, le mostré que iba completamente desarmado.
Mis ojos dibujaron el sendero de su piel ,esa que ahora solo cubierta de aquel fino satén dejando al descubierto la tez de su hombro y con ella su firme pecho.
No pude evitar que por un segundo mis ojos se cargaran de deseo, mi mirada se centro en cada curva de su piel, evocando el recuerdo de esa felina mujer que durante una hora había contemplado en el escenario del teatro.
Mas de nuevo algo eclipso mi razón, los ojos esmeralda de mi único amor. Desvié la mirada de su desnudez, al tiempo que esta se cubría con la bata de gruyas su tez.
Temblaba gateando de nuevo hacia mi. Agachado contemple como la oscuridad de su cabello ahora completamente suelto le daba un aire salvaje, exótico, distinto a toda mujer que hubiera conocido alguna vez.
Frente a mi, detuvo su avance, sus dedos, gélidos como la misma noche, acapararon mi rostro en completo silencio. Fascinado la observé, parecía un animal salvaje viendo a un humano por primera vez. Contorneo mi mandíbula con sus dedos, siguiendo la estela que estos dibujaban hasta mis labios, que acaparó con suavidad dibujándolos, no solo con los ojos si no con ellos.
Durante unos instantes nos observamos de frente, con la respiración entrecortada, deleitándonos con la cercanía de unos cuerpos que se buscaban de forma extraña, mas no definitiva.
Acortó la distancia hundiéndose en mi pecho, buscando refugio en mi ser, y entre mis brazos mecí sus miedos.
-Tranquila -susurré -estas a salvo.
Quizás el que no lo estaba era yo, ya había conocido en París lo suficiente como para saber, que esa dama no era humana, y que posiblemente, era mi sangre lo que buscaba.
Mas no se porque razón, no me provocaba rechazo, si no cierta excitación.
Su piel se erizo frente al contacto de mis dedos que ahora surcaban su cintura con aires fieros. Mi mano se detuvo cuando mis ojos se nublaron.
El callejón se torno mar, los cuervos en el cielo, un Drakkar con cabeza de dragón y férreos escudos surcaban las aguas guiados por el mismo Thor.
Truenos, relámpagos y un hombre desconocido que de una cuerda cogido parecía indicar la dirección.
Jadeé cuando su nariz rozo mi clavícula, hundiéndome en esas aguas que parecían engullirme a otra realidad que no esperaba.
una bocanada de aire que mis pulmones no alcanzaban a tomar y las valkirias vestidas de seda en busca del cuerpo de un guerrero que para ellas yacía inerte. Mar que se torno rojo, ojos esmeralda de mi valquiria que con su mano enlazada en la mía luchaba por sacarme del agua.
Abrí los ojos de golpe, o acaso no habían estado todo ese tiempo abiertos. El callejón volvió a ser tan real como la dama, que contra mis brazos susurró mi nombre.
¿Como lo sabia? Mil y una preguntas surgieron en mi cabeza, necesitaba respuestas, mas ella desfalleció de nuevo tornándose fuego entre mis manos.
Con suavidad, desprendí el broche del emblema familiar, dejando caer la fina capa de tela negra sobre el cuerpo de la mujer.
Me alcé con ella entre mis brazos. Su pelo caía ondulado, salvaje y fiero por encima de mi antebrazo. Su rostro ligeramente ladeado, sus labios cerrados, sus ojos apagados.
Necesitaba descanso y posiblemente algo mas, mas este no era el lugar.
Tomé con suavidad a la blanca yegua, que desconfiada miraba a la desconocida. Sus coces contra el suelo me indicaron que aquello era la peor de las ideas que podía tener aquella noche, mas debía de saber que en mi eso era una costumbre.
Llevé mi mano a su lomo, buscando no solo su permiso, si no su confianza, esa que me había ganado durante todas las semanas.
Trataba de protegerme de lo que su instinto decía era un peligroso depredador, mas aunque lo sabia, no podía dejarla allí. La necesitaba y ella a mi.
Emprendimos el camino hacia el hotel, tenia claro que no podía llevarla a la casa de la señorita Cavey.
La fiesta quedaría relegada a un segundo plano, y por ende, volvería junto a Valeria antes de que se percatará de que me había ausentado. No había necesidad de preocuparla con cosas vanas. Ayudaría a esta mujer y volvería a la mansión Cavey.
Höor Cannif- Realeza Neerlandesa
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Re: El príncipe destronado... [Höor Cannif]
No una más oscuridad que esa…
Mente nublada, mente confusa. No había sonidos a su alrededor ni susurros de ultratumba, tan solo los naturales. No hubo más copos de nieve ni el calor férreo de la sangre, tan solo las agradecidas sábanas y el perfume ajeno de aquella capa.
Sonidos y movimientos de intruso en la sala. Podía percibir el latir de su corazón y el circular de la sangre en su cuerpo. ¿Por qué tan fino sentido se veía alterado ante su presencia? Solo era un hombre, aparentemente.
Energía invertida y succionada por aquellos entre aferrados en regalarle visiones que era, y no, suyas y de él. Había una línea antigua en la sangre del mortal, si no, no hubiese ocurrido aquello.
Lakme envuelta en la protección de aquella capa camino por la habitación y llegó hasta él, por un momento pareció ignorar su presencia mientras paseaba precavida por la habitación. Una mirada de soslayo de verdes, cabellos ébanos recorriendo sus finos hombros. Paso calmo, medía sus movimientos como aquel depredador temeroso hacia lo desconocido. Era un simple muchacho humano, pero con un aura extraña.
La dama quedo cerca de unas de las ventanas, la noche debía de estar bien entrada cuando los faros eran apagados tras consumir su energía.
-Pronto llegará… -Susurro para sí mientras su piel comenzaba a perder el hechizo del rubor humano, tornándose a un dorado pálido, convirtiéndose en un espectro bello y sobrenatural. Ya era difícil de ocultar su verdadera naturaleza. La llamada al alimento, y un hechizo sencillo.
Haciendo ademán de reparar en presencia antes olvidada se acercó a Höor. Lo miraba de arriba abajo apretando aquellos finos labios con gesto meditabundo. ¿Qué pasaría por su mente?
- ¿Qué serás? -Solo dijo y con su dedo índice le dio un golpecito en el pecho al joven, luego volvió a hacer en la punta de la nariz de éste. Era como si estuviese esperando que por contacto otra vez ocurriese algo, pero no. - ¿Cómo debería llamarle? -No recordaba su nombre, tampoco recordaba su vaticinio, más bien la fragmentación de visiones compartidas. - ¿Cómo agradecerle…? -Su voz era calma, acariciadora en el aire que recorría, se antojaba hasta apetecible sin tener intención de serlo.
Lakme- Vampiro Clase Alta
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Re: El príncipe destronado... [Höor Cannif]
Deposité el cuerpo de la gélida dama sobre el lecho, rígida, aun parecía absorta en otro mundo o quizás en este mas era demasiado oscuro.
Mi capa de piel acaricio con suavizad su cuerpo semidesnudo. Contraste de tonos, el suyo pálido como la fría luna, las pieles negras como el mundo en el que habita.
Sabia lo que era, esa pregunta sobraba, pues antes de ella dos inmortales mas habían cruzado su camino conmigo.
Lo que no entendía era el por qué de esa visión ,esa que aun se repetía en mis ojos, esa que por un instante parecía ser propia, mas la sentía lejana.
Me di la vuelta caminando con decisión hasta el mueble bar, serví un whisky doble para después tomar asiento en el sofá dispuesto a esperar.
No se el tiempo que trascurrió, quizás porque yo estaba demasiado inmerso en mis pensamientos, quizás el alcohol de la botella o quizás porque la imagen de aquella doncella era cautivadora.
La vi ponerse en pie, caminar lentamente hacia el ventanal, su piel perdió todo rastro de humanidad, y ahora el dorado trasparente se convirtió en su sello de identidad.
Golpeé los hielos con un sutil movimiento de muñeca, la penumbra ocultaba mi rostro, mas también el de ella.
Llevé el vidrio hasta mis labios, mis ojos dibujaron sus pasos, esos que ahora inseguros se orillaban hacia el sillón donde me encontraba yo.
Frente a frente nos admiramos en silencio, como si de un modo u otro ambos sintiéramos curiosidad por el otro.
Su mano se alargo, nuevamente para tocarme, mas esta vez de un modo bien distinto a lo ocurrido en el callejón.
Golpeó mi pecho con suavidad, cerré los ojos al sentir su dedo gélido en mi nariz.
Nada, esta vez no había sentido nada, solo el frio de la yema de su dedo, y sus ojos escrutando mi rostro como esperando reconocerlo.
-Höor -respondí su pregunta dando un nuevo sorbo de la copa antes de acercársela hasta su mano.
Me puse en pie, quedando así ambos depredadores de frente, ambos esperando que el otro diera le primer paso, de no se bien que.
Ella parecía no tener mas preguntas que el como podría agradecerme mi gesto, mas yo estaba repleto de dudas, de interrogantes y porque no, de tiempo.
Caminé interponiendo la distancia entre nuestros cuerpos. Necesitaba otra copa, decidido a seguir bebiendo.
-Se lo que eres -concluí volviendo frente a ella, sin dejar de mirarla ni por un momento -la pregunta es ¿por que? ¿que es eso que he visto en el callejón cuando me has tocado? ¿como sabias mi nombre?
Llevé mi mano a su cabello deslizándolo por los dedos, era suave, nada hacia presagiar que esa mujer estuviera muerta, me intrigaba su apariencia.
Dejé caer la mano junto a mi cuerpo, esperando que la dama respondiera.
Mi capa de piel acaricio con suavizad su cuerpo semidesnudo. Contraste de tonos, el suyo pálido como la fría luna, las pieles negras como el mundo en el que habita.
Sabia lo que era, esa pregunta sobraba, pues antes de ella dos inmortales mas habían cruzado su camino conmigo.
Lo que no entendía era el por qué de esa visión ,esa que aun se repetía en mis ojos, esa que por un instante parecía ser propia, mas la sentía lejana.
Me di la vuelta caminando con decisión hasta el mueble bar, serví un whisky doble para después tomar asiento en el sofá dispuesto a esperar.
No se el tiempo que trascurrió, quizás porque yo estaba demasiado inmerso en mis pensamientos, quizás el alcohol de la botella o quizás porque la imagen de aquella doncella era cautivadora.
La vi ponerse en pie, caminar lentamente hacia el ventanal, su piel perdió todo rastro de humanidad, y ahora el dorado trasparente se convirtió en su sello de identidad.
Golpeé los hielos con un sutil movimiento de muñeca, la penumbra ocultaba mi rostro, mas también el de ella.
Llevé el vidrio hasta mis labios, mis ojos dibujaron sus pasos, esos que ahora inseguros se orillaban hacia el sillón donde me encontraba yo.
Frente a frente nos admiramos en silencio, como si de un modo u otro ambos sintiéramos curiosidad por el otro.
Su mano se alargo, nuevamente para tocarme, mas esta vez de un modo bien distinto a lo ocurrido en el callejón.
Golpeó mi pecho con suavidad, cerré los ojos al sentir su dedo gélido en mi nariz.
Nada, esta vez no había sentido nada, solo el frio de la yema de su dedo, y sus ojos escrutando mi rostro como esperando reconocerlo.
-Höor -respondí su pregunta dando un nuevo sorbo de la copa antes de acercársela hasta su mano.
Me puse en pie, quedando así ambos depredadores de frente, ambos esperando que el otro diera le primer paso, de no se bien que.
Ella parecía no tener mas preguntas que el como podría agradecerme mi gesto, mas yo estaba repleto de dudas, de interrogantes y porque no, de tiempo.
Caminé interponiendo la distancia entre nuestros cuerpos. Necesitaba otra copa, decidido a seguir bebiendo.
-Se lo que eres -concluí volviendo frente a ella, sin dejar de mirarla ni por un momento -la pregunta es ¿por que? ¿que es eso que he visto en el callejón cuando me has tocado? ¿como sabias mi nombre?
Llevé mi mano a su cabello deslizándolo por los dedos, era suave, nada hacia presagiar que esa mujer estuviera muerta, me intrigaba su apariencia.
Dejé caer la mano junto a mi cuerpo, esperando que la dama respondiera.
Höor Cannif- Realeza Neerlandesa
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Re: El príncipe destronado... [Höor Cannif]
Habían pasado unos segundos mirándose ambos, y el silencio se decidió romper.
Un nombre por fin, y luego un gesto extraño por parte de la bella que se llevó su mano a la cabeza, intento echar la vista atrás dentro de sus recuerdos, buscando respuestas que le costaba hallar. Pasado, presente y futuro… Y un largo linaje y una... búsqueda.
-Höor… -Susurro para sí con voz delicada, luego vino aquel tacto leve en su cabello, se quedó muy quieta, cerró los ojos con gesto agradable, como si oliese un perfume que le hacía paladear la boca y susurrar.
Luego este finalizó, y él volvió a tomar otro sorbo de alcohol. Sin querer se quedó ensimismada con cada uno de los gestos del mortal, como hipnotizada o incluso fascinada, tenía hambre, se sentía débil. Apretó su mandíbula y trago saliva.
Pasos alejados de su presencia que le abrumaba de tal modo, solo era un humano como cualquier otro, y ellos ya no eran capaz de provocar en ella ese tipo de sed, ni tampoco saciarla. En cambio, era como tener la sangre de uno de los suyos frente a frente, que con el hambre anulaba sus sentidos.
-No sabía tú nombre, no recuerdo saberlo… Ni sé quién eres. “Ellos” hablarían por mi. -Efímero escarlata en los ojos verdes, se los froto para que él no viese aquel sentimiento primigenio. -Es evidente que sabes lo que soy, lo curioso es que no soy la primera que conoces, ni te produzco temor, preocupante… -Le sonrió divertida, mientras se llevaba la mano al pecho, sentía esa presión que su cuerpo le pedía. -Tuvimos una visión compartida en el callejón, nací con un don que parece que se intensifico con mi conversión, y tu pareces tenerlo también latente, pero no desarrollado. Y tampoco igual, tú no tienes a nadie aferrándose a ti.
Respiración innecesaria, rojo que inundaba su mirada volviéndola salvaje. Lakme se acercó a Höor mientras soltaba aquella capa que él le había proporcionado cayendo al suelo y quedando solo con aquel batín de seda oriental.
Una mano gélida, acariciante en la mejilla ajena. Lakme era un animal peligroso, cuya aura tenía aquel hechizo de la araña. Mordió sus propios labios.
-No puedo más… -Gimoteo, mientras una de sus manos se aferró a su ropa, jadeaba como si le faltase el aire, excitada. No puedo más… -Repitió, sus colmillos asomaron dando mala señal.
Pero cuando tiró de él para pegar su cuerpo contra el suyo, dejándose embriagar por aquel apetecible y excitante aroma, pegaron a la puerta.
-Menos mal… -Suspiró con fuerza y se separó de él, tomó una larga bocanada de aire. -Disculpa.
Abrió la puerta, un hombre con rasgos orientales y ropa tal, la saludo. Otro inmortal. Se conocían, un recurso que a veces ella usaba ante medidas desesperadas.
Ambos comenzaron a intercambiar palabras en otro idioma, de repente la inmortal se giró hacia Höor y le sonrió con falsa cortesía, se la veía nerviosa.
Marcho al pasillo del mismo hotel y tiro de una puerta que no llego a cerrarse del todo.
Sonido fuerte de un golpe, Lakme acababa de estampar al hombre contra la pared del pasillo, por un momento y al verse entrelazados parecieron una pareja en acto de pasión, pero cualquiera con ojos más observadores verían que la fémina se alimentaba de aquel vampiro con una violencia confusa, ya que el rostro del hombro más mostraba estar a punto de llegar a algún tipo de éxtasis que estar sufriendo tortura alguna.
Aquel era su hechizo, Lakme era una anciana que era capaz de hacer confundir mentes, un poder increíble que no solo milenios sabían reflejar, incluso de aquellos que pertenecía a su misma especie.
El hombre se marchó, parecía hasta agradecido.
Piel tibia que parecía volver a tornarse en rubor, pecho que se movía por el vaivén de unos pulmones, de nuevo el hechizo volvía a envolverla, humana. Eso era lo que parecía completamente, el sabor de la sangre inmortal proporcionaba aquello, acto de canibalismo, denigrante y mal visto por los suyos. Le importaba poco.
- Llámame Lakme, ¿Por qué quieres esa espada?-Dijo recuperando toda identidad humana, mostrando una seguridad que antes parecía no tener cuando se había aferrado a él. Lakme tomó la copa de Höor y apuro su contenido, luego mordió el dorso de su mano y vertió su propia sangre. -Sé cómo podría agradecértelo.
Un nombre por fin, y luego un gesto extraño por parte de la bella que se llevó su mano a la cabeza, intento echar la vista atrás dentro de sus recuerdos, buscando respuestas que le costaba hallar. Pasado, presente y futuro… Y un largo linaje y una... búsqueda.
-Höor… -Susurro para sí con voz delicada, luego vino aquel tacto leve en su cabello, se quedó muy quieta, cerró los ojos con gesto agradable, como si oliese un perfume que le hacía paladear la boca y susurrar.
Luego este finalizó, y él volvió a tomar otro sorbo de alcohol. Sin querer se quedó ensimismada con cada uno de los gestos del mortal, como hipnotizada o incluso fascinada, tenía hambre, se sentía débil. Apretó su mandíbula y trago saliva.
Pasos alejados de su presencia que le abrumaba de tal modo, solo era un humano como cualquier otro, y ellos ya no eran capaz de provocar en ella ese tipo de sed, ni tampoco saciarla. En cambio, era como tener la sangre de uno de los suyos frente a frente, que con el hambre anulaba sus sentidos.
-No sabía tú nombre, no recuerdo saberlo… Ni sé quién eres. “Ellos” hablarían por mi. -Efímero escarlata en los ojos verdes, se los froto para que él no viese aquel sentimiento primigenio. -Es evidente que sabes lo que soy, lo curioso es que no soy la primera que conoces, ni te produzco temor, preocupante… -Le sonrió divertida, mientras se llevaba la mano al pecho, sentía esa presión que su cuerpo le pedía. -Tuvimos una visión compartida en el callejón, nací con un don que parece que se intensifico con mi conversión, y tu pareces tenerlo también latente, pero no desarrollado. Y tampoco igual, tú no tienes a nadie aferrándose a ti.
Respiración innecesaria, rojo que inundaba su mirada volviéndola salvaje. Lakme se acercó a Höor mientras soltaba aquella capa que él le había proporcionado cayendo al suelo y quedando solo con aquel batín de seda oriental.
Una mano gélida, acariciante en la mejilla ajena. Lakme era un animal peligroso, cuya aura tenía aquel hechizo de la araña. Mordió sus propios labios.
-No puedo más… -Gimoteo, mientras una de sus manos se aferró a su ropa, jadeaba como si le faltase el aire, excitada. No puedo más… -Repitió, sus colmillos asomaron dando mala señal.
Pero cuando tiró de él para pegar su cuerpo contra el suyo, dejándose embriagar por aquel apetecible y excitante aroma, pegaron a la puerta.
-Menos mal… -Suspiró con fuerza y se separó de él, tomó una larga bocanada de aire. -Disculpa.
Abrió la puerta, un hombre con rasgos orientales y ropa tal, la saludo. Otro inmortal. Se conocían, un recurso que a veces ella usaba ante medidas desesperadas.
Ambos comenzaron a intercambiar palabras en otro idioma, de repente la inmortal se giró hacia Höor y le sonrió con falsa cortesía, se la veía nerviosa.
Marcho al pasillo del mismo hotel y tiro de una puerta que no llego a cerrarse del todo.
Sonido fuerte de un golpe, Lakme acababa de estampar al hombre contra la pared del pasillo, por un momento y al verse entrelazados parecieron una pareja en acto de pasión, pero cualquiera con ojos más observadores verían que la fémina se alimentaba de aquel vampiro con una violencia confusa, ya que el rostro del hombro más mostraba estar a punto de llegar a algún tipo de éxtasis que estar sufriendo tortura alguna.
Aquel era su hechizo, Lakme era una anciana que era capaz de hacer confundir mentes, un poder increíble que no solo milenios sabían reflejar, incluso de aquellos que pertenecía a su misma especie.
El hombre se marchó, parecía hasta agradecido.
Piel tibia que parecía volver a tornarse en rubor, pecho que se movía por el vaivén de unos pulmones, de nuevo el hechizo volvía a envolverla, humana. Eso era lo que parecía completamente, el sabor de la sangre inmortal proporcionaba aquello, acto de canibalismo, denigrante y mal visto por los suyos. Le importaba poco.
- Llámame Lakme, ¿Por qué quieres esa espada?-Dijo recuperando toda identidad humana, mostrando una seguridad que antes parecía no tener cuando se había aferrado a él. Lakme tomó la copa de Höor y apuro su contenido, luego mordió el dorso de su mano y vertió su propia sangre. -Sé cómo podría agradecértelo.
Lakme- Vampiro Clase Alta
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Re: El príncipe destronado... [Höor Cannif]
Los ojos de la dama me recorrían de un modo excitante y a su vez inquietante, mientras el vidrio apoyado en mis labios daba paso al alcohol que los mojaba, podía sentir su mirada hundida en ellos, siguiendo casi el reguero del trasparente liquido hasta mi garganta, que movió la nuez de mi cuello y con ese gesto sus ojos casi centellearon hambrientos.
Relamí mis labios volviendo a escrutar a aquella interesante criatura de piel trasparente, casi dorada, como si de un ente salvaje y maravilloso se tratara. Una parte de mi deseaba volver a sentir el roce de su piel, descubrir que sensaciones me traería el tacto de esta, si como en el callejón, las visiones se sucederían o simplemente no sucedería nada.
Silencio de nuevo entre nosotros, abrasador, ardiente como el mismo whisky que aplacaba mi sed.
Su gesto se tenso y con el se interpuso una distancia que posiblemente ella sentía necesaria mas yo no.
Sus palabras, dulces, casi hipnotizantes, acunaban mis sentidos, era lo mas parecido a ver una cobra frente a ti, bailando de forma tan hechizaste, que cuando te ataca ya es demasiado tarde.
Hablaba de unos “ellos” como si no estuviéramos solos allí, algo que de cierto modo me hizo sonreír.
-Vaya, encima tenemos visita -musité divertido al verla sonreír con su siguiente comentario.
-No te temo, nunca siento miedo, quizás eso me lleve a una muerte inmediata o por ende, sea mi enemigo quien quede tendido sobre la sangre escarlata.
Ladeé la cabeza cuando la vi moverse con la mano en el pecho, como si le costara respirar, di un paso, pensando que de nuevo su cuerpo acabaría tendido en el suelo, mas la dama se rehízo para seguir hablando.
Lo siguiente me hizo comprender, si es que eso era posible, que su don, parecido al que mi madre tuvo y perdió la hacia viajar a tiempos etéreos, pasados, presentes o futuros.
Por el contrario, en mi caso. jamás tuve poder alguno, de echo mientras me gestaba en le vientre de mi madre, arranqué ese poder de sus entrañas para jamas volver.
-Un oráculo -musité, aquello si tenia sentido y no el de los entes que le susurraban al oído, mas quien era yo para contradecir a aquella dama que parecía en cualquier momento iba a volver a perder el sentido.
Sus ojos volvieron a encontrar los míos, su pecho subía y bajaba salvaje entre la penumbra de la habitación. Solo iluminada por los haces de luz de esa luna que entraba plateada por el ventanal, dotándonos de luces y sombras que acariciaban nuestra piel.
Ojos rojos como el fuego, mas de nuevo no sentí miedo, solo fascinación cuando dejo caer al suelo mi capa mostrando esta vez su piel semidesnuda con todo su esplendor.
Distancia de nuevo acortada, su mano sobre mi mejilla, gélida,suave, acariciándome, como si ella también hubiera descubierto algo que no esperaba, algo que la atraía del mismo modo que a mi ella.
Sus manos aferraron mi camisa, un jadeo ronco escapó de sus labios, junto a unas palabras de completa desesperación.
Entreabrí los labios con la respiración acelerada cuando su piel se adueño de la mía, cuerpo contra cuerpo en un duelo en el que ambos deseaban fundirse, mas en el que sus colmillos despuntaban demasiado afilados para hacerlo.
Lleve mi mano al cinto, acaricie la empuñadura de mi cuchillo dispuesto a que su hoja tan afilada como sus colmillos me sacara de este lio.
El repiqueteo de la puerta puso cordura en ambos, al menos en ella, pues su cuerpo se alejo del mio mientras mi respiración buscaba la calma contra aquel vidrio que sujetaba mi mano y al que con premura lleve mis labios.
La dama se tomo su tiempo, el necesario para que mi cuerpo, antes tenso, volviera a su natural estado.
Regreso frente mi saciada, calmada, con una sonrisa y un tono mucho mas rosado, como si hubiera desaparecido esa inmortal y ahora solo fuera una humana mas.
Tentado pensé en tocar su piel, descubrir si tras alimentarse el rubor de sus mejillas se había trasformado en calor.
Mas ella se adelanto con sus palabras, esas que me hicieron conocer su nombre, Lakme.
Mas ahí no quedó la cosa, la pregunta sobre la espada me perturbó ¿sabría donde estaba?
Hundí mis ojos en los ajenos con interés, con fuego, con intriga e inquietud.
-¿donde esta la espada? -pregunté con impaciencia si responder a su pregunta.
La quería para llevársela a mi tío, al menos esa era mi misión, claro que la idea de dotar de un arma tan valiosa a un rey que no movía el culo de su trono para librar sus gestas me resultaba tan desconcertante como la misma mujer que tenia delante.
Entonces hizo algo que no esperaba, tomo mi copa para beber, mas del mismo modo, y con la misma naturalidad sajo su muñeca dejando que su sangre tiñera de carmesí el trasparente liquido de ella.
La copa regresó a mis manos, mientras sus ojos me escrutaban desafiantes, hablaba de agradecerme mi intervención. Sabia que no debía fiarme de esa mujer, mas por ende, lo hacia.
Ella conocía mas de mi de lo que yo creía, también sobre mi misión, sobre la espada, demasiado valiosa como para dejarla ir sin respuestas.
Tomé la copa sin pensarlo dos veces y la lleve hasta mis labios apurandola de un trago.
Cerré los ojos echando la cabeza hacia atrás, sentía fluir su vitae por mi cuerpo, mis labios se entreabrieron y de ellos escapo un ronco jadeo. Era excitante, extraño, me sentía invencible, fuerte, mas diestro, mis sentidos parecían percibir todo de un modo sobrecogedor. Su olor era capaz de percibirlo desde mi posición, los ruidos del exterior.
Jadeé de nuevo llevando mi mano a la nuca, un sudor frió la recorría perlando mi rostro.
Había consumido muchas sustancias, demasiadas, es lo que tenia la guerra, mas jamás nada como esto, nada tan potente, tan brutal.
Relamí los labios apurando las últimas gotas aun extasiado, con la respiración agitada, volví a abrir los ojos centrando mi parda mirada en sus labios para ascender de nuevo hasta que nuestras miradas se encontraron con fuerza.
-¿donde esta la espada? -pregunté con la voz ronca y arrastrando las palabras.
Relamí mis labios volviendo a escrutar a aquella interesante criatura de piel trasparente, casi dorada, como si de un ente salvaje y maravilloso se tratara. Una parte de mi deseaba volver a sentir el roce de su piel, descubrir que sensaciones me traería el tacto de esta, si como en el callejón, las visiones se sucederían o simplemente no sucedería nada.
Silencio de nuevo entre nosotros, abrasador, ardiente como el mismo whisky que aplacaba mi sed.
Su gesto se tenso y con el se interpuso una distancia que posiblemente ella sentía necesaria mas yo no.
Sus palabras, dulces, casi hipnotizantes, acunaban mis sentidos, era lo mas parecido a ver una cobra frente a ti, bailando de forma tan hechizaste, que cuando te ataca ya es demasiado tarde.
Hablaba de unos “ellos” como si no estuviéramos solos allí, algo que de cierto modo me hizo sonreír.
-Vaya, encima tenemos visita -musité divertido al verla sonreír con su siguiente comentario.
-No te temo, nunca siento miedo, quizás eso me lleve a una muerte inmediata o por ende, sea mi enemigo quien quede tendido sobre la sangre escarlata.
Ladeé la cabeza cuando la vi moverse con la mano en el pecho, como si le costara respirar, di un paso, pensando que de nuevo su cuerpo acabaría tendido en el suelo, mas la dama se rehízo para seguir hablando.
Lo siguiente me hizo comprender, si es que eso era posible, que su don, parecido al que mi madre tuvo y perdió la hacia viajar a tiempos etéreos, pasados, presentes o futuros.
Por el contrario, en mi caso. jamás tuve poder alguno, de echo mientras me gestaba en le vientre de mi madre, arranqué ese poder de sus entrañas para jamas volver.
-Un oráculo -musité, aquello si tenia sentido y no el de los entes que le susurraban al oído, mas quien era yo para contradecir a aquella dama que parecía en cualquier momento iba a volver a perder el sentido.
Sus ojos volvieron a encontrar los míos, su pecho subía y bajaba salvaje entre la penumbra de la habitación. Solo iluminada por los haces de luz de esa luna que entraba plateada por el ventanal, dotándonos de luces y sombras que acariciaban nuestra piel.
Ojos rojos como el fuego, mas de nuevo no sentí miedo, solo fascinación cuando dejo caer al suelo mi capa mostrando esta vez su piel semidesnuda con todo su esplendor.
Distancia de nuevo acortada, su mano sobre mi mejilla, gélida,suave, acariciándome, como si ella también hubiera descubierto algo que no esperaba, algo que la atraía del mismo modo que a mi ella.
Sus manos aferraron mi camisa, un jadeo ronco escapó de sus labios, junto a unas palabras de completa desesperación.
Entreabrí los labios con la respiración acelerada cuando su piel se adueño de la mía, cuerpo contra cuerpo en un duelo en el que ambos deseaban fundirse, mas en el que sus colmillos despuntaban demasiado afilados para hacerlo.
Lleve mi mano al cinto, acaricie la empuñadura de mi cuchillo dispuesto a que su hoja tan afilada como sus colmillos me sacara de este lio.
El repiqueteo de la puerta puso cordura en ambos, al menos en ella, pues su cuerpo se alejo del mio mientras mi respiración buscaba la calma contra aquel vidrio que sujetaba mi mano y al que con premura lleve mis labios.
La dama se tomo su tiempo, el necesario para que mi cuerpo, antes tenso, volviera a su natural estado.
Regreso frente mi saciada, calmada, con una sonrisa y un tono mucho mas rosado, como si hubiera desaparecido esa inmortal y ahora solo fuera una humana mas.
Tentado pensé en tocar su piel, descubrir si tras alimentarse el rubor de sus mejillas se había trasformado en calor.
Mas ella se adelanto con sus palabras, esas que me hicieron conocer su nombre, Lakme.
Mas ahí no quedó la cosa, la pregunta sobre la espada me perturbó ¿sabría donde estaba?
Hundí mis ojos en los ajenos con interés, con fuego, con intriga e inquietud.
-¿donde esta la espada? -pregunté con impaciencia si responder a su pregunta.
La quería para llevársela a mi tío, al menos esa era mi misión, claro que la idea de dotar de un arma tan valiosa a un rey que no movía el culo de su trono para librar sus gestas me resultaba tan desconcertante como la misma mujer que tenia delante.
Entonces hizo algo que no esperaba, tomo mi copa para beber, mas del mismo modo, y con la misma naturalidad sajo su muñeca dejando que su sangre tiñera de carmesí el trasparente liquido de ella.
La copa regresó a mis manos, mientras sus ojos me escrutaban desafiantes, hablaba de agradecerme mi intervención. Sabia que no debía fiarme de esa mujer, mas por ende, lo hacia.
Ella conocía mas de mi de lo que yo creía, también sobre mi misión, sobre la espada, demasiado valiosa como para dejarla ir sin respuestas.
Tomé la copa sin pensarlo dos veces y la lleve hasta mis labios apurandola de un trago.
Cerré los ojos echando la cabeza hacia atrás, sentía fluir su vitae por mi cuerpo, mis labios se entreabrieron y de ellos escapo un ronco jadeo. Era excitante, extraño, me sentía invencible, fuerte, mas diestro, mis sentidos parecían percibir todo de un modo sobrecogedor. Su olor era capaz de percibirlo desde mi posición, los ruidos del exterior.
Jadeé de nuevo llevando mi mano a la nuca, un sudor frió la recorría perlando mi rostro.
Había consumido muchas sustancias, demasiadas, es lo que tenia la guerra, mas jamás nada como esto, nada tan potente, tan brutal.
Relamí los labios apurando las últimas gotas aun extasiado, con la respiración agitada, volví a abrir los ojos centrando mi parda mirada en sus labios para ascender de nuevo hasta que nuestras miradas se encontraron con fuerza.
-¿donde esta la espada? -pregunté con la voz ronca y arrastrando las palabras.
Höor Cannif- Realeza Neerlandesa
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Re: El príncipe destronado... [Höor Cannif]
Una gratitud aceptada, un paso que le daba a entender que confiaba en ella, o que era un necio que le gustaba estar al filo del peligro.
-Solo un día de efecto… Suficiente recompensa, si te regalo más te harás adicto. -Solo dijo, tomando el vaso de sus manos para evitar que este cayese mientras lo observaba en el éxtasis de visiones donde ella no podía participar esta vez.
Un susurro que invadía la sala para ambos unas palabras, y Lakme solo lo comprendía. Un interés que nació repentino junto con el orden de alguna de sus visiones compartidas. La espada era el camino, siglos buscando a su Hacedor y aquel simple objeto y su cruzada le llevaría hasta él, no sabía cómo ni cuándo, pero ese era el camino. Y ella necesitaba respuestas a sus muchas preguntas.
Producto del abandonó su conversión no vino con bondad ni comprensión. Aquel hombre le había conseguido engañar, de tal modo que había confiado en él para luego en su inocencia ser asesinada y abandonada a su suerte. Nacer de la muerte sin saber que tu sustento de por vida era la sangre y que los rayos del sol son capaces de devorar tu piel con fuego, no era algo muy agradable. Todo lo que ella sabía de su especia prácticamente había sido un ensayo y error de por vida.
De nuevo en su pensamiento y eterno periplo, aquella preguntar de por qué de su origen. Las respuestas. En ese muchacho que ahora mismo tenía frente suyo recuperándose del sabor de su sangre.
-Creo que tus preguntas no deben de ir dirigidas a mí, “abre los ojos”.-Una sonrisa traviesa y Lakme se llevó una de sus manos a sus propios labios entreabiertos, los acaricio en un gesto un tanto provocador. Mirada vidriosa y atrevida hacia los pardos, sus hombros se elevaron y luego se dejaron caer tras tomar aire con fuerza y luego exhalarlos. Humo oscuro y negro, polvo etéreo e indefinido, de entre sus labios y nariz salieron, escurridizos entre aquellos dedos que aún se posaban en los labios.
El humo negro de forma indefinida, revoloteo por el cuerpo de la bruja, primero formas de mariposas, luego escurridiza serpiente que se tornó en su cuello y luego forma indefinida de masa humana que susurraba en el oído a la bella. Nunca se detenía la masa en adoptar una forma fija, cambiaba e imitaba como una sombra de su dueña.
-Mi sangre te permite ver, pero no entenderlo… Yo haré de su voz. -Tan solo dijo. - Tú sabes donde está la espada, el secreto está en ti. Es el regalo que tu legado te ha dado, al no tener “don”, para ti es como un cofre cerrado con llave, no tienes la llave para abrirlo, pero yo puedo ser esa llave si lo deseas. Podemos hacer un trato, puede que a mí también me interese encontrar esa espada, no por el objeto en sí sino por lo consecuente.
Una propuesta que a la bruja de repente le interesaba, no se iba a andar con muchos rodeos, ni tampoco ocultar demasiado, aunque tenía que hacerlo. Motivo tenía.
-Te ayudaré a encontrar la espada, pero con una condición, no se la entregarás a tú Rey, solo se la mostrarás y cuando ocurra, me entregarás a “mí” en su lugar. Confía en mí. -Ahí residía el misterio. -Si aceptas solo hay una manera de cerrar el trato, ¿qué me dices? -Le tendió su mano vacía, mientras la otra dejaba caer el vaso al suelo.
-Solo un día de efecto… Suficiente recompensa, si te regalo más te harás adicto. -Solo dijo, tomando el vaso de sus manos para evitar que este cayese mientras lo observaba en el éxtasis de visiones donde ella no podía participar esta vez.
Un susurro que invadía la sala para ambos unas palabras, y Lakme solo lo comprendía. Un interés que nació repentino junto con el orden de alguna de sus visiones compartidas. La espada era el camino, siglos buscando a su Hacedor y aquel simple objeto y su cruzada le llevaría hasta él, no sabía cómo ni cuándo, pero ese era el camino. Y ella necesitaba respuestas a sus muchas preguntas.
Producto del abandonó su conversión no vino con bondad ni comprensión. Aquel hombre le había conseguido engañar, de tal modo que había confiado en él para luego en su inocencia ser asesinada y abandonada a su suerte. Nacer de la muerte sin saber que tu sustento de por vida era la sangre y que los rayos del sol son capaces de devorar tu piel con fuego, no era algo muy agradable. Todo lo que ella sabía de su especia prácticamente había sido un ensayo y error de por vida.
De nuevo en su pensamiento y eterno periplo, aquella preguntar de por qué de su origen. Las respuestas. En ese muchacho que ahora mismo tenía frente suyo recuperándose del sabor de su sangre.
-Creo que tus preguntas no deben de ir dirigidas a mí, “abre los ojos”.-Una sonrisa traviesa y Lakme se llevó una de sus manos a sus propios labios entreabiertos, los acaricio en un gesto un tanto provocador. Mirada vidriosa y atrevida hacia los pardos, sus hombros se elevaron y luego se dejaron caer tras tomar aire con fuerza y luego exhalarlos. Humo oscuro y negro, polvo etéreo e indefinido, de entre sus labios y nariz salieron, escurridizos entre aquellos dedos que aún se posaban en los labios.
El humo negro de forma indefinida, revoloteo por el cuerpo de la bruja, primero formas de mariposas, luego escurridiza serpiente que se tornó en su cuello y luego forma indefinida de masa humana que susurraba en el oído a la bella. Nunca se detenía la masa en adoptar una forma fija, cambiaba e imitaba como una sombra de su dueña.
-Mi sangre te permite ver, pero no entenderlo… Yo haré de su voz. -Tan solo dijo. - Tú sabes donde está la espada, el secreto está en ti. Es el regalo que tu legado te ha dado, al no tener “don”, para ti es como un cofre cerrado con llave, no tienes la llave para abrirlo, pero yo puedo ser esa llave si lo deseas. Podemos hacer un trato, puede que a mí también me interese encontrar esa espada, no por el objeto en sí sino por lo consecuente.
Una propuesta que a la bruja de repente le interesaba, no se iba a andar con muchos rodeos, ni tampoco ocultar demasiado, aunque tenía que hacerlo. Motivo tenía.
-Te ayudaré a encontrar la espada, pero con una condición, no se la entregarás a tú Rey, solo se la mostrarás y cuando ocurra, me entregarás a “mí” en su lugar. Confía en mí. -Ahí residía el misterio. -Si aceptas solo hay una manera de cerrar el trato, ¿qué me dices? -Le tendió su mano vacía, mientras la otra dejaba caer el vaso al suelo.
Lakme- Vampiro Clase Alta
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Re: El príncipe destronado... [Höor Cannif]
La respuesta no era a mi pregunta, si no a la duración de aquello que corría salvaje por mi cuerpo. aun con la respiración entrecortada fruto de la excitación, del poder que sentía fluir por mis venas mantuve la mirada en sus orbes.
Esos que del mismo modo parecían desear fundirse con los míos en un duelo a muerte en el que la despedida no llegara en este día.
La doncella, no aparto su mirada ni un instante de mi ser, parecía evaluar algo de mi persona que yo desconocía, mas que necesitaba saber. Una parte de mi deseaba moverse, empotrarla contra el mueble bar y hacerla mía hasta que el alba susurrara que ya era suficiente.
Supongo que esa parte era fruto no solo de la clara belleza de la joven si no de la sensación de éxtasis que me acompañaba.
Por otro lado, la razón, esa que sumida en el corazón me hablaba de la única mujer que copaba mi mente, esa que anclaba mis pies al suelo en un claro duelo a muerte.
La espada, eso era lo que me había traído a esa habitación y drogado o no, esa era mi única preocupación.
Fue entonces cuando de nuevo la doncella hablo.
Hablaba de emitir la pregunta a otro ser, insistía en que la cámara estaba mas acompañada de lo que veía yo.
Sonreí de medio lado, al parecer la dama iba mucho mas colocada que yo.
-Mi señora, estamos solos los dos -susurre aun con la voz completamente oscurecida por la pasión.
Sus dedos recorrieron sus labios, tentadora hasta decir basta, mis ojos los siguieron como si se convirtieran en un hermosos sustento que tomar, mi boca se entreabrió y un paso fue lo que acompaño a mi gesto en dirección equivocada, esa que hubiera marcado mi perdición.
Una bocanada de aire, y humo negro al exhalarlo fue lo que mi falta de raciocinio vio.
Mariposas dibujaban su contorno, una imagen digna de un dios, mas pronto estas recorrieron las lineas de sus piernas en una caricia que lentamente ascendió por sus caderas, cintura, cuello, serpenteando hasta alcanzar su oído. Allí en forma humana la masa se convirtió, dejando que sus labios dotaran al ente de voz.
Aquel ser hablaba de que yo conocía el lugar de esa espada, mas no era cierto, de hacerlo, que me impediría tomarla.
La única verdad es que junto a Elora habíamos seguido varias pistas, la última que me arrastraba hacia Alemania, claro que eso no lo dije y guarde sepulcral silencio.
Sus palabras me alentaban a aliarme con el, algo que me resultaba igual de loco que vender mi alma al demonio. Nunca fui un cobarde, demasiado impulsivo en la guerra, en mi vida y posiblemente del mismo modo en mi muerte.
Mas, no era un necio, aquella espada no podía caer en manos de alguien poderoso, alguien que le dieran un mal uso, no podía depositar un arma milenaria, destructiva y peligrosa en las manos de un ente que acabara con todos.
El vidrio se rompió mientras la mano de la joven se extendió para sustentar la mía, era el momento de la replica, hablaba de confianza, mas la verdad, podía venderle mi alma, mas no la de los hombres que la acompañaban.
-No puedo darte esa espada, no sin saber si la empuñaras con justicia, no puedo poner en manos de un ser inmortal, algo que puede traer le declive de la humanidad.
No traeré el Ragnarok a la tierra, ni seré el responsable de que niños y mujeres mueran.
Puedo prometer que esa espada sera alzada solo para justas causas y que no sera la mano de mi tío el que la eleve sobre nada.
Una vez la posea, te ayudaré con ella a obtener lo que deseas, mas juro, que la causa ha de ser noble, pues no hay maldad en mi alma.
Extendí esta vez yo la mano, desconocía si con eso le bastaba, mas yo no mentiría jamas, si le ofrecía mi ayuda la tendría. Honor palabra de cinco letras grabada a fuego en mis entrañas, si era un ente, solo tenia que ver a través de mi ser, y se daría cuenta que mentir no se me daba bien.
No tenia porque quedarme yo la espada, no si no era digno de alzarla, mas si la custodiaría con mi vida hasta que ese hombre llegara.
Esos que del mismo modo parecían desear fundirse con los míos en un duelo a muerte en el que la despedida no llegara en este día.
La doncella, no aparto su mirada ni un instante de mi ser, parecía evaluar algo de mi persona que yo desconocía, mas que necesitaba saber. Una parte de mi deseaba moverse, empotrarla contra el mueble bar y hacerla mía hasta que el alba susurrara que ya era suficiente.
Supongo que esa parte era fruto no solo de la clara belleza de la joven si no de la sensación de éxtasis que me acompañaba.
Por otro lado, la razón, esa que sumida en el corazón me hablaba de la única mujer que copaba mi mente, esa que anclaba mis pies al suelo en un claro duelo a muerte.
La espada, eso era lo que me había traído a esa habitación y drogado o no, esa era mi única preocupación.
Fue entonces cuando de nuevo la doncella hablo.
Hablaba de emitir la pregunta a otro ser, insistía en que la cámara estaba mas acompañada de lo que veía yo.
Sonreí de medio lado, al parecer la dama iba mucho mas colocada que yo.
-Mi señora, estamos solos los dos -susurre aun con la voz completamente oscurecida por la pasión.
Sus dedos recorrieron sus labios, tentadora hasta decir basta, mis ojos los siguieron como si se convirtieran en un hermosos sustento que tomar, mi boca se entreabrió y un paso fue lo que acompaño a mi gesto en dirección equivocada, esa que hubiera marcado mi perdición.
Una bocanada de aire, y humo negro al exhalarlo fue lo que mi falta de raciocinio vio.
Mariposas dibujaban su contorno, una imagen digna de un dios, mas pronto estas recorrieron las lineas de sus piernas en una caricia que lentamente ascendió por sus caderas, cintura, cuello, serpenteando hasta alcanzar su oído. Allí en forma humana la masa se convirtió, dejando que sus labios dotaran al ente de voz.
Aquel ser hablaba de que yo conocía el lugar de esa espada, mas no era cierto, de hacerlo, que me impediría tomarla.
La única verdad es que junto a Elora habíamos seguido varias pistas, la última que me arrastraba hacia Alemania, claro que eso no lo dije y guarde sepulcral silencio.
Sus palabras me alentaban a aliarme con el, algo que me resultaba igual de loco que vender mi alma al demonio. Nunca fui un cobarde, demasiado impulsivo en la guerra, en mi vida y posiblemente del mismo modo en mi muerte.
Mas, no era un necio, aquella espada no podía caer en manos de alguien poderoso, alguien que le dieran un mal uso, no podía depositar un arma milenaria, destructiva y peligrosa en las manos de un ente que acabara con todos.
El vidrio se rompió mientras la mano de la joven se extendió para sustentar la mía, era el momento de la replica, hablaba de confianza, mas la verdad, podía venderle mi alma, mas no la de los hombres que la acompañaban.
-No puedo darte esa espada, no sin saber si la empuñaras con justicia, no puedo poner en manos de un ser inmortal, algo que puede traer le declive de la humanidad.
No traeré el Ragnarok a la tierra, ni seré el responsable de que niños y mujeres mueran.
Puedo prometer que esa espada sera alzada solo para justas causas y que no sera la mano de mi tío el que la eleve sobre nada.
Una vez la posea, te ayudaré con ella a obtener lo que deseas, mas juro, que la causa ha de ser noble, pues no hay maldad en mi alma.
Extendí esta vez yo la mano, desconocía si con eso le bastaba, mas yo no mentiría jamas, si le ofrecía mi ayuda la tendría. Honor palabra de cinco letras grabada a fuego en mis entrañas, si era un ente, solo tenia que ver a través de mi ser, y se daría cuenta que mentir no se me daba bien.
No tenia porque quedarme yo la espada, no si no era digno de alzarla, mas si la custodiaría con mi vida hasta que ese hombre llegara.
Höor Cannif- Realeza Neerlandesa
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Re: El príncipe destronado... [Höor Cannif]
-Insisto, no quiero “tu” espada. Solo quiero que me entregues a mí, como presente para tu Rey. -Añadió antes de que él diese cualquier tipo de respuesta.
Miles de pedazos creados de una nada antes ambigua, en aquello se había convertido en trozos de cristal.
Sus ojos enfrentados a los ajenos esperando una larga respuesta que para su sorpresa había venido precipitada. Sus labios se curvaron. ¿Su alma por qué...?
Él había tomado su mano, una energía electrizante que recorrió su cuerpo para llegar al de él. Su mente paralizó la del mortal en aquella rigidez por unos segundos. Una sonrisa de diablo que no se borraba de la mirada de la bruja.
Lakme tiró del brazo de Höor con fuerza sobrehumana, y lo empujo contra uno de los sillones para sentarlo. Subida a horcajadas sobre él, aquel ente de sombras acariciante en su menudo cuerpo la envolvió desordenando sus cabellos, estremeciendo ambos cuerpos, deslizándose entre sus ropas, volviendo a su cobijo con cada respiración de Lakme, a través de su boca, de su nariz. Literalmente el humo negro había regresado al interior de Lakme cuyos ojos se había vuelto del negro absoluto sin distinguir entre pupilar o iris, parecía estar un tanto ida, no ser ella misma, más bien ese “otro” que tomaba su libertad con su particular títere milenario.
-Entonces no hay vuelta atrás… -Sonrisa divertida, un ladeo de su rostro con gesto coqueto y felino.
Sus labios impactaron salvajes contra los de él robándole todo aliento. Su sabor, fresco, excitante, peligroso. Colmillos afilados que desgarran labios ajenos, y la sangre que se entremezclaban con la de su propia lengua, beso que le regala su propia sangre y recibe la suya, intercambio, trato sellado con algo más que palabras.
Un íntimo recuerdo que ella sin querer le regalo al darle su sangre. Ahora Höor veía a través de los ojos de una Lakme humana. Un tiempo distinto al que ahora vivían, el brillo del sol abrasador de la tierra de los dioses, Lakme era una mortal con un nombre muy distinto, una noche y promesas de amor eterno de aquel hombre. Como otra noche cualquier, la Lakme humana aceptaba la sangre de aquel hombre, pensando que era una bendición de los dioses, un acto inocente que no sabía qué se iba a perderla. Sus voces le advertían ella no obedecían, hasta aquella noche después de dos años sin verlo, las promesas de amor eterno y anhelo desesperado iba esfumándose en cuanto sus dos manos taparon el rostro de ella con una fuerza arrolladora. “Shhh…” Él le susurraba y ella sentía como el aire le faltaba. Su cuerpo era hierro sólido que la asfixiaba, un grito que no salía porque su boca y nariz estaban tapadas, la vida se marchaba y no sabía porque aquel hombre había decidido acabar con su vida.
Terror y lágrimas, y mientras más luchaba más dolor, los pulmones se devoraban en fuego consigo mismos, una Lakme que se ahogaba, que sentía su cabeza a punto de explotar “No quiero morir, no quiero morir, no estoy preparada, no quiero morir no quiero morir…” El sentido a punto de marcharse junto a la vida, y luego el desgarro la carne para masticarla con crudeza, él quería lo que todos del joven oráculo. Los dioses habían decidido maldecirla con aquel don de las “voces”, y sus voces la había abandonado…. Se moría…
Tomando aire de nuevo al apartar sus labios de los ajenos, el recuerdo de su “conversión” compartido se había esfumado con el rastro de aquel espíritu que poseía a la dama.
-Ahora estamos enlazados, tus heridas físicas son las mías, y las mías serán tuyas… Pero cuentas con la ventaja de que soy inmortal y tengo el poder de curarme así que… -Aun seguía subida sobre él, cadera encajada sobre la suya, y con saña araño la cara de Höor, un pequeña línea rojiza y dolorosa se dibujó en la mejilla del hombre y simultáneamente en la mejilla de Lakme. Dulce sonrisa, cuando la herida de ambos comenzó a curarse por sí sola., un milagro imposible. -Este poder solo durará hasta que nuestro trato cumpla, o… Hasta que alguno de nosotros traicione al otro. Te acabo de regalar una inmortalidad temporal, ningún arma mortal podrá afectarte ni dañarte mientras estemos enlazados. El problema es que, si yo muero ambos lo hacemos, así que te recomiendo que me mantengas con vida, aunque es algo que ya sé hacer sola bastante bien. -De nuevo el poso otro beso sobre los labios, efímero, rápido y travieso.
Miles de pedazos creados de una nada antes ambigua, en aquello se había convertido en trozos de cristal.
Sus ojos enfrentados a los ajenos esperando una larga respuesta que para su sorpresa había venido precipitada. Sus labios se curvaron. ¿Su alma por qué...?
Él había tomado su mano, una energía electrizante que recorrió su cuerpo para llegar al de él. Su mente paralizó la del mortal en aquella rigidez por unos segundos. Una sonrisa de diablo que no se borraba de la mirada de la bruja.
Lakme tiró del brazo de Höor con fuerza sobrehumana, y lo empujo contra uno de los sillones para sentarlo. Subida a horcajadas sobre él, aquel ente de sombras acariciante en su menudo cuerpo la envolvió desordenando sus cabellos, estremeciendo ambos cuerpos, deslizándose entre sus ropas, volviendo a su cobijo con cada respiración de Lakme, a través de su boca, de su nariz. Literalmente el humo negro había regresado al interior de Lakme cuyos ojos se había vuelto del negro absoluto sin distinguir entre pupilar o iris, parecía estar un tanto ida, no ser ella misma, más bien ese “otro” que tomaba su libertad con su particular títere milenario.
-Entonces no hay vuelta atrás… -Sonrisa divertida, un ladeo de su rostro con gesto coqueto y felino.
Sus labios impactaron salvajes contra los de él robándole todo aliento. Su sabor, fresco, excitante, peligroso. Colmillos afilados que desgarran labios ajenos, y la sangre que se entremezclaban con la de su propia lengua, beso que le regala su propia sangre y recibe la suya, intercambio, trato sellado con algo más que palabras.
Un íntimo recuerdo que ella sin querer le regalo al darle su sangre. Ahora Höor veía a través de los ojos de una Lakme humana. Un tiempo distinto al que ahora vivían, el brillo del sol abrasador de la tierra de los dioses, Lakme era una mortal con un nombre muy distinto, una noche y promesas de amor eterno de aquel hombre. Como otra noche cualquier, la Lakme humana aceptaba la sangre de aquel hombre, pensando que era una bendición de los dioses, un acto inocente que no sabía qué se iba a perderla. Sus voces le advertían ella no obedecían, hasta aquella noche después de dos años sin verlo, las promesas de amor eterno y anhelo desesperado iba esfumándose en cuanto sus dos manos taparon el rostro de ella con una fuerza arrolladora. “Shhh…” Él le susurraba y ella sentía como el aire le faltaba. Su cuerpo era hierro sólido que la asfixiaba, un grito que no salía porque su boca y nariz estaban tapadas, la vida se marchaba y no sabía porque aquel hombre había decidido acabar con su vida.
Terror y lágrimas, y mientras más luchaba más dolor, los pulmones se devoraban en fuego consigo mismos, una Lakme que se ahogaba, que sentía su cabeza a punto de explotar “No quiero morir, no quiero morir, no estoy preparada, no quiero morir no quiero morir…” El sentido a punto de marcharse junto a la vida, y luego el desgarro la carne para masticarla con crudeza, él quería lo que todos del joven oráculo. Los dioses habían decidido maldecirla con aquel don de las “voces”, y sus voces la había abandonado…. Se moría…
Tomando aire de nuevo al apartar sus labios de los ajenos, el recuerdo de su “conversión” compartido se había esfumado con el rastro de aquel espíritu que poseía a la dama.
-Ahora estamos enlazados, tus heridas físicas son las mías, y las mías serán tuyas… Pero cuentas con la ventaja de que soy inmortal y tengo el poder de curarme así que… -Aun seguía subida sobre él, cadera encajada sobre la suya, y con saña araño la cara de Höor, un pequeña línea rojiza y dolorosa se dibujó en la mejilla del hombre y simultáneamente en la mejilla de Lakme. Dulce sonrisa, cuando la herida de ambos comenzó a curarse por sí sola., un milagro imposible. -Este poder solo durará hasta que nuestro trato cumpla, o… Hasta que alguno de nosotros traicione al otro. Te acabo de regalar una inmortalidad temporal, ningún arma mortal podrá afectarte ni dañarte mientras estemos enlazados. El problema es que, si yo muero ambos lo hacemos, así que te recomiendo que me mantengas con vida, aunque es algo que ya sé hacer sola bastante bien. -De nuevo el poso otro beso sobre los labios, efímero, rápido y travieso.
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Re: El príncipe destronado... [Höor Cannif]
Su mano aferró la mía en un pacto que yo creí mas que sellado con la palabra de dos hombres, quizás faltaba como se hacia en Noruega el alcohol que corriera entre nuestros labios quemando nuestras gargantas y llevándonos al éxtasis de nuestros agravios. Mas aun no sabia cuan equivocado estaba.
Un escalofrió eléctrico recorrió mi columna dejándome paralizado, aun con la sangre de la inmortal corriendo por mis venas, mis sentidos se alzaban en pie de guerra, excitado por su piel, con mis terminaciones nerviosas a flor de piel.
Un fuerte tirón ,ese que no esperé y que como a un muñeco me llevo hasta el sillón fue el preludio de lo que vendría después.
La dama se lazo sobre mi como una pantera, ojos fijos en mi boca, cadera contra cadera en un baile sobre mi virilidad que en alza la espera.
El humo nos envuelve a ambos, extraño, sintiendo como con gelidez mi cuerpo es abrasado, la dama abre sus labios y por ellos el humo es tragado.
Nuestros alientos se encuentran, jadeamos ambos sin tregua, mas la distancia es corta y nuestros labios colisionan con fuerza.
Sangre en mis labios al ser rasgados por su colmillos afilados, gruño, en una mezcla de placer y dolor que no controlo, mis sentidos nublados por la sangre la buscan, y la encuentran. Nuestras lenguas se unen con el sabor metálico del acero y la sangre, fuego de nuestra gesta, pacto sellado ahora si de una forma violenta.
De nuevo entro en extasió, recorro cada resquicio de su boca con sabor a guerra, visiones de una mujer distinta, con mismo rostro mas que el sol no la quema.
Una mujer llena de vida, preciosa, perfecta, sonríe a la vida, esa que el diablo parece usurparle en una noche de tormenta. Queda sellada a su don y renace como el ser oscuro que ahora me devora por dentro y por fuera.
Ojos que se ensamblan ,al perder su sabor, miradas que se encuentran conociéndonos mejor. Relamo mis labios para agotar su sabor, mas la dama, lejos de bajar parece incitarme mas.
Mi falo despunta contra su sexo, ella lo sabe y sonríe de medio lado, mas las palabras acarician mi boca, lentas misteriosas.
Me explica las consecuencias del pacto entablado, es mas, me lo muestra sajando mi mejilla sin reparo.
Herida que cierra, en sendos pómulos, habla de que la proteja, pues en ella ahora reside mi vida y mi muerte.
Sus labios acortan de nuevo las distancias, una despedida breve, intensa y con sabor a promesa.
Incapaz de pensar me sobrecoge un arranque pasional, ese que empotra su cuerpo contra la pared del fondo, con una rapidez que desconocía tener y unas ganas que absorben mi piel.
Mi mano enreda su pelo, forzándola a ladear su cuello, para dar paso a mis labios que recorren su piel completamente congelada.
Gruño contra ella, empujando mi virilidad contra su vientre, necesitado de terminar lo que ella ha comenzado en el sofá de atrás.
Nuestras miradas se encuentran mientras nuestras respiraciones se funden entre roncos jadeos.
Cierro los ojos tratando de encontrar la cordura que he perdido cuando su sangre corre por mis venas y su cuerpo recorre mi mente con esa bata de satén que nada deja por ver.
-No puedo -susurro- y si eres capaz de ver a través de mi ser entenderás el por que.
Se que mi fidelidad frente a algo que no existe es absurda, de echo se convierte en desesperante, un duelo entre la razón , el corazón y la entrepierna se baten a muerte en mi cabeza y yo solo deseo otra copa que haga guardar silencio a todos ella.
Dudo que pueda soportar otro embiste de la dama, sin que mi voluntad se quiebre y mi entrepierna gane la batalla.
Un escalofrió eléctrico recorrió mi columna dejándome paralizado, aun con la sangre de la inmortal corriendo por mis venas, mis sentidos se alzaban en pie de guerra, excitado por su piel, con mis terminaciones nerviosas a flor de piel.
Un fuerte tirón ,ese que no esperé y que como a un muñeco me llevo hasta el sillón fue el preludio de lo que vendría después.
La dama se lazo sobre mi como una pantera, ojos fijos en mi boca, cadera contra cadera en un baile sobre mi virilidad que en alza la espera.
El humo nos envuelve a ambos, extraño, sintiendo como con gelidez mi cuerpo es abrasado, la dama abre sus labios y por ellos el humo es tragado.
Nuestros alientos se encuentran, jadeamos ambos sin tregua, mas la distancia es corta y nuestros labios colisionan con fuerza.
Sangre en mis labios al ser rasgados por su colmillos afilados, gruño, en una mezcla de placer y dolor que no controlo, mis sentidos nublados por la sangre la buscan, y la encuentran. Nuestras lenguas se unen con el sabor metálico del acero y la sangre, fuego de nuestra gesta, pacto sellado ahora si de una forma violenta.
De nuevo entro en extasió, recorro cada resquicio de su boca con sabor a guerra, visiones de una mujer distinta, con mismo rostro mas que el sol no la quema.
Una mujer llena de vida, preciosa, perfecta, sonríe a la vida, esa que el diablo parece usurparle en una noche de tormenta. Queda sellada a su don y renace como el ser oscuro que ahora me devora por dentro y por fuera.
Ojos que se ensamblan ,al perder su sabor, miradas que se encuentran conociéndonos mejor. Relamo mis labios para agotar su sabor, mas la dama, lejos de bajar parece incitarme mas.
Mi falo despunta contra su sexo, ella lo sabe y sonríe de medio lado, mas las palabras acarician mi boca, lentas misteriosas.
Me explica las consecuencias del pacto entablado, es mas, me lo muestra sajando mi mejilla sin reparo.
Herida que cierra, en sendos pómulos, habla de que la proteja, pues en ella ahora reside mi vida y mi muerte.
Sus labios acortan de nuevo las distancias, una despedida breve, intensa y con sabor a promesa.
Incapaz de pensar me sobrecoge un arranque pasional, ese que empotra su cuerpo contra la pared del fondo, con una rapidez que desconocía tener y unas ganas que absorben mi piel.
Mi mano enreda su pelo, forzándola a ladear su cuello, para dar paso a mis labios que recorren su piel completamente congelada.
Gruño contra ella, empujando mi virilidad contra su vientre, necesitado de terminar lo que ella ha comenzado en el sofá de atrás.
Nuestras miradas se encuentran mientras nuestras respiraciones se funden entre roncos jadeos.
Cierro los ojos tratando de encontrar la cordura que he perdido cuando su sangre corre por mis venas y su cuerpo recorre mi mente con esa bata de satén que nada deja por ver.
-No puedo -susurro- y si eres capaz de ver a través de mi ser entenderás el por que.
Se que mi fidelidad frente a algo que no existe es absurda, de echo se convierte en desesperante, un duelo entre la razón , el corazón y la entrepierna se baten a muerte en mi cabeza y yo solo deseo otra copa que haga guardar silencio a todos ella.
Dudo que pueda soportar otro embiste de la dama, sin que mi voluntad se quiebre y mi entrepierna gane la batalla.
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Re: El príncipe destronado... [Höor Cannif]
A pesar que el cuerpo de la sílfide fuese menudo y etéreo su resistencia contra el ajeno era fuerte, más no pudo subestimar el poder que su sangre podía ejercer en aquel que la había ingerido. No sería la primera vez en ver su efecto, ya que los ojos excitado de Höor indicaban haber perdido por un instante la razón, haciendo acopia de aquella increíble fuerza y poder concedido por la hechicera.
Un dulce quejido pronunciado al sentir su piel humedecer por la caricia de sus labios posarse impacientes, dejando aquel cosquilleo agradable y escalofriante que podía transportarla a la sensación más mundana. Sensaciones ígneas que la provocaban y tentaban a dejarse llevar por la peligrosidad de aquel poder concedido.
Ella le atrajo contra su cuerpo en respuesta, envolviendo con sus brazos su cuello y reposando su espalda contra aquella pared que la atrapaba. Vaivén de su pecho en un compás que su corazón había decido marcar para luego apretarse contra él. Y luego vinieron las palabras.
Toma su rostro con boca entreabierta sobre aquella ajena, respiración agitada y colmillos amenazantes antes la excitación del momento, todo lado salvaje a flor de piel, ya que ella al fin y al cabo es la piel del animal, del monstruo, del depredador que desea simplemente tal vez dejar su marca en aquella piel, en aquellos labios…
-Curioso, un hombre de su siglo que no cumple con las reglas de su tiempo. El primer caballero que mis ojos ven. -Solo dice, sus pupilas muestran la alteración que en su templanza él ha conseguido alterar sin plan previo concebido. - ¿Qué es lo que teme, realmente? ¿Qué ella no le ame?
Un movimiento coqueto de sus delicados hombros, y el batín de seda oriental cae por debajo de ellos y se abre para dejar ver lo suficiente de su tibia desnudez.
Lakme aprieta su cuerpo contra él, la punta de sus pechos se ve empujado y aprisionados, ella encaja perfectamente en sus formas. Luego deja caer sus brazos rompiendo el abrazo y apoya su cuerpo contra la pared.
-No hemos llegado a esta pared por mí voluntad, Höor. -Ella toma la mano de él, sus pestañas negras revolotean con tentativa, un beso tímido posado en ellas. -Su fuerza bruta es la que me aprisiona contra ella. -Abre su mano y deja que está en un nimio gesto pueda tocar lo suficiente de su cuerpo.
Es como la Manzana para Eva, es una tentativa hacia pecado. Para ella una excepción, sin quererlo el gesto de la bella duda, hay cierta reminiscencia de confusión ante su acción y por ello pronto retira la mano de él y recompone el batín envolviendo su cuerpo.
-Solo cerramos un trato, no le incitaba a nada más… -Sentía que tal vez hubiese perdido el control, era extraño volver a sentir aquello emoción tan vívida, cuando empezaba hartarse de más de lo mismo.
Suave caricia agradable, sus dedos se enredaron entre sus cabellos para luego llegar a la nuca y tomarlos con fuerza para obligarle echa hacia atrás su cabeza, podía sentir en su yugular el fuerte latir de su corazón excitado. Su lengua deslizante y provocadora saboreo el calor que la piel viva desprendía.
-No soy una mujer despreciable… -Le susurro muy cerca de su oído, había cierta amenaza en aquel tono de voz suave, pero bajo ella hay un cierto tono frío. Suelta su cabello y deja caer su mano sobre el pecho ajeno. Luego se aleja de aquella prisión que es la de su cuerpo y camina por la sala abrazando su cuerpo.
Sus ojos verdes de repente evitan los de él, hay cierto gesto de sentirse ofendida y confusión es extraño porque parece abrumada de algún modo, es la sensación de necedad por su parte, ella que lleva siglos de experiencia sobre éste, y esta hastiada de falta de emoción, y ahora... Regresa.
Un dulce quejido pronunciado al sentir su piel humedecer por la caricia de sus labios posarse impacientes, dejando aquel cosquilleo agradable y escalofriante que podía transportarla a la sensación más mundana. Sensaciones ígneas que la provocaban y tentaban a dejarse llevar por la peligrosidad de aquel poder concedido.
Ella le atrajo contra su cuerpo en respuesta, envolviendo con sus brazos su cuello y reposando su espalda contra aquella pared que la atrapaba. Vaivén de su pecho en un compás que su corazón había decido marcar para luego apretarse contra él. Y luego vinieron las palabras.
Toma su rostro con boca entreabierta sobre aquella ajena, respiración agitada y colmillos amenazantes antes la excitación del momento, todo lado salvaje a flor de piel, ya que ella al fin y al cabo es la piel del animal, del monstruo, del depredador que desea simplemente tal vez dejar su marca en aquella piel, en aquellos labios…
-Curioso, un hombre de su siglo que no cumple con las reglas de su tiempo. El primer caballero que mis ojos ven. -Solo dice, sus pupilas muestran la alteración que en su templanza él ha conseguido alterar sin plan previo concebido. - ¿Qué es lo que teme, realmente? ¿Qué ella no le ame?
Un movimiento coqueto de sus delicados hombros, y el batín de seda oriental cae por debajo de ellos y se abre para dejar ver lo suficiente de su tibia desnudez.
Lakme aprieta su cuerpo contra él, la punta de sus pechos se ve empujado y aprisionados, ella encaja perfectamente en sus formas. Luego deja caer sus brazos rompiendo el abrazo y apoya su cuerpo contra la pared.
-No hemos llegado a esta pared por mí voluntad, Höor. -Ella toma la mano de él, sus pestañas negras revolotean con tentativa, un beso tímido posado en ellas. -Su fuerza bruta es la que me aprisiona contra ella. -Abre su mano y deja que está en un nimio gesto pueda tocar lo suficiente de su cuerpo.
Es como la Manzana para Eva, es una tentativa hacia pecado. Para ella una excepción, sin quererlo el gesto de la bella duda, hay cierta reminiscencia de confusión ante su acción y por ello pronto retira la mano de él y recompone el batín envolviendo su cuerpo.
-Solo cerramos un trato, no le incitaba a nada más… -Sentía que tal vez hubiese perdido el control, era extraño volver a sentir aquello emoción tan vívida, cuando empezaba hartarse de más de lo mismo.
Suave caricia agradable, sus dedos se enredaron entre sus cabellos para luego llegar a la nuca y tomarlos con fuerza para obligarle echa hacia atrás su cabeza, podía sentir en su yugular el fuerte latir de su corazón excitado. Su lengua deslizante y provocadora saboreo el calor que la piel viva desprendía.
-No soy una mujer despreciable… -Le susurro muy cerca de su oído, había cierta amenaza en aquel tono de voz suave, pero bajo ella hay un cierto tono frío. Suelta su cabello y deja caer su mano sobre el pecho ajeno. Luego se aleja de aquella prisión que es la de su cuerpo y camina por la sala abrazando su cuerpo.
Sus ojos verdes de repente evitan los de él, hay cierto gesto de sentirse ofendida y confusión es extraño porque parece abrumada de algún modo, es la sensación de necedad por su parte, ella que lleva siglos de experiencia sobre éste, y esta hastiada de falta de emoción, y ahora... Regresa.
Lakme- Vampiro Clase Alta
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Re: El príncipe destronado... [Höor Cannif]
Jadeando contra su boca escucho sus palabras, esas que hablan de un caballero cuando yo me siento mas bien un idiota.
La deseo, obviedad innegable cuando mi falo despunta contra su vientre y nuestros ojos oscurecidos por el momento se funden en uno.
Sus siguientes palabras me arrastran al infierno de mis propios miedos, donde orgullo, ego y amor se funden en uno solo.
No temo a nada, es lo que escapa de mis labios de forma ronca, mas miento, porque temo dejarme llevar y en ese arranque pasional perderme a mi mismo.
Porque miento si digo que no quiero follar con esa mujer a la que deseo, mas del mismo modo me engaño a mi mismo si aseguro que Valeria no es el motivo de que no esté ya dentro.
Aun contra su cuerpo y entre jadeos contemplo a esa mujer de piel clara, que con la respiración agitada me incita a que la cordura gane la batalla ¿acaso tengo alguna relación con la señorita Cavey que me obligue a ser fiel? ¿acaso me es ella fiel a mi?
La respuesta esta clara, no.
Gruño contra sus labios, aun sin tomarlos en una batalla a vida o muerte en la que me declaro fiel perdedor, pues tome la decisión que tome, solo perderé yo.
Su bata se escurre con suavidad por la piel de sus hombros y mis ojos lo siguen deleitándose contra un cuerpo digno de una diosa del ébano. Ese que admiré por primera vez en el teatro y que hoy tengo tan cerca de poder poseer que un gemido se escapa contra su piel.
Su pecho golpea el mio, encajando con sus formas en mis músculos tensos, rozándome, agitándome llevándome al Valhalla con cada movimiento.
De nuevo sus labios se abren rozando los míos, palabras cargadas de verdad, contra esa pared la he llevado yo. Mi nombre suena a pecado cuando de sus labios es pronunciado, mi mano queda entre la suya con un claro reclamo a terminar lo empezado.
Cierto es que aun mi cuerpo mantiene el suyo inmóvil contra esa pared, mientras sus labios acarician mi mano para acercarla a su cuerpo después.
Ojos que funde en los míos con un halo rojizo, esta excitada, lo noto y se que ella lo nota también.
Mi mano acaricia su piel ,cada lugar por donde ella ansia ser rozada y eso me excita. Jadeo de nuevo siguiendo el sendero que ella dibuja con mis propios dedos.
Mas de pronto se detiene, suelta mi mano, y arropa su cuerpo.
Gesto que por un lado me enfada y por otro agradezco.
Sus dedos se enredan en mi pelo, tira de la nuca forzándome a ladear mi cuello, que toma con necesidad, siento como roza sus colmillos en mi tez. Su respiración golpea cada poro de mi piel.
Ofendida me suelta, y se esfuma con unas palabras susurradas en mi oído que parecen mostrarme su enfado mas infinito y una amenaza que queda en el aire con sabor a sexo y a piel.
Apoyo mi mano en la pared, jadeo bruscamente contra esta tratando de recomponerme, sopesando el por que no tomarla en ese momento ¿que podía perder? Un tirón de su mano y de nuevo ella podría estar contra mi cuerpo, su ausencia me abrasa, ¿por que no hacerlo?
La respuesta llega sola, mientras mi respiración se acompasa a la fría pared, Valeria, ese es el motivo, y aunque no tengo nada con ella, lo que siento es mas fuerte que espada o escudo.
Ella siempre gana la batalla, porque en el bosque le vendí mi alma, ella lo sabe y yo lo se y las imágenes de su sonrisa, de sus labios contra los míos y del calor de su piel es suficiente como para hacerme detener.
Mi cuerpo se despega de esa pared, la sangre de esa mujer corre por mis venas con tanta fuerza que siento que voy a enloquecer, camino en silencio sepulcral hacia el mueble bar. Sirvo sendas copas de whisky y regreso junto a la dama que evita mi mirada, mas no la culpo, pues yo hago lo también.
Disculparme es absurdo, me limito a tenderle la copa y llevar la mía a los labios.
Dejo que el licor abrase mis ganas, esta vez si, alzando la mirada por el borde del vaso para centrarla en la parda.
-En la búsqueda de la espada, me esta ayudando una bruja y otra inmortal, partiremos hacia Alemania en unos días, dado el trato que hoy aquí se ha cerrado, doy por echo que vendrás.
No era un pregunta, pues nuestro sino había quedado unido, unido por un pacto que no pensaba romper, por un deseo que no había concluido y por unas miradas que ahora parecíamos ambos decididos a esquivar.
La deseo, obviedad innegable cuando mi falo despunta contra su vientre y nuestros ojos oscurecidos por el momento se funden en uno.
Sus siguientes palabras me arrastran al infierno de mis propios miedos, donde orgullo, ego y amor se funden en uno solo.
No temo a nada, es lo que escapa de mis labios de forma ronca, mas miento, porque temo dejarme llevar y en ese arranque pasional perderme a mi mismo.
Porque miento si digo que no quiero follar con esa mujer a la que deseo, mas del mismo modo me engaño a mi mismo si aseguro que Valeria no es el motivo de que no esté ya dentro.
Aun contra su cuerpo y entre jadeos contemplo a esa mujer de piel clara, que con la respiración agitada me incita a que la cordura gane la batalla ¿acaso tengo alguna relación con la señorita Cavey que me obligue a ser fiel? ¿acaso me es ella fiel a mi?
La respuesta esta clara, no.
Gruño contra sus labios, aun sin tomarlos en una batalla a vida o muerte en la que me declaro fiel perdedor, pues tome la decisión que tome, solo perderé yo.
Su bata se escurre con suavidad por la piel de sus hombros y mis ojos lo siguen deleitándose contra un cuerpo digno de una diosa del ébano. Ese que admiré por primera vez en el teatro y que hoy tengo tan cerca de poder poseer que un gemido se escapa contra su piel.
Su pecho golpea el mio, encajando con sus formas en mis músculos tensos, rozándome, agitándome llevándome al Valhalla con cada movimiento.
De nuevo sus labios se abren rozando los míos, palabras cargadas de verdad, contra esa pared la he llevado yo. Mi nombre suena a pecado cuando de sus labios es pronunciado, mi mano queda entre la suya con un claro reclamo a terminar lo empezado.
Cierto es que aun mi cuerpo mantiene el suyo inmóvil contra esa pared, mientras sus labios acarician mi mano para acercarla a su cuerpo después.
Ojos que funde en los míos con un halo rojizo, esta excitada, lo noto y se que ella lo nota también.
Mi mano acaricia su piel ,cada lugar por donde ella ansia ser rozada y eso me excita. Jadeo de nuevo siguiendo el sendero que ella dibuja con mis propios dedos.
Mas de pronto se detiene, suelta mi mano, y arropa su cuerpo.
Gesto que por un lado me enfada y por otro agradezco.
Sus dedos se enredan en mi pelo, tira de la nuca forzándome a ladear mi cuello, que toma con necesidad, siento como roza sus colmillos en mi tez. Su respiración golpea cada poro de mi piel.
Ofendida me suelta, y se esfuma con unas palabras susurradas en mi oído que parecen mostrarme su enfado mas infinito y una amenaza que queda en el aire con sabor a sexo y a piel.
Apoyo mi mano en la pared, jadeo bruscamente contra esta tratando de recomponerme, sopesando el por que no tomarla en ese momento ¿que podía perder? Un tirón de su mano y de nuevo ella podría estar contra mi cuerpo, su ausencia me abrasa, ¿por que no hacerlo?
La respuesta llega sola, mientras mi respiración se acompasa a la fría pared, Valeria, ese es el motivo, y aunque no tengo nada con ella, lo que siento es mas fuerte que espada o escudo.
Ella siempre gana la batalla, porque en el bosque le vendí mi alma, ella lo sabe y yo lo se y las imágenes de su sonrisa, de sus labios contra los míos y del calor de su piel es suficiente como para hacerme detener.
Mi cuerpo se despega de esa pared, la sangre de esa mujer corre por mis venas con tanta fuerza que siento que voy a enloquecer, camino en silencio sepulcral hacia el mueble bar. Sirvo sendas copas de whisky y regreso junto a la dama que evita mi mirada, mas no la culpo, pues yo hago lo también.
Disculparme es absurdo, me limito a tenderle la copa y llevar la mía a los labios.
Dejo que el licor abrase mis ganas, esta vez si, alzando la mirada por el borde del vaso para centrarla en la parda.
-En la búsqueda de la espada, me esta ayudando una bruja y otra inmortal, partiremos hacia Alemania en unos días, dado el trato que hoy aquí se ha cerrado, doy por echo que vendrás.
No era un pregunta, pues nuestro sino había quedado unido, unido por un pacto que no pensaba romper, por un deseo que no había concluido y por unas miradas que ahora parecíamos ambos decididos a esquivar.
Höor Cannif- Realeza Neerlandesa
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Re: El príncipe destronado... [Höor Cannif]
Un dulce quejido leve sus labios exhalaron, procedente del fondo de su misma garganta. Tragó saliva y cerró los ojos con fuerza, se sentía turbada y a la vez molesta, ella era capaz de dominar su templanza, ¿cómo había conseguido él en ella aquello?
No sabía cómo pero aquel simple muchacho, con aquella sangre tan especial había conseguido alterarla de algún modo, removido su interior y llevándole a esa confusión.
La sombra del monstruo de su interior arañaba con el deseo de que ella se dejase desatar por aquel deseo enfurecido. Aquello le recordaba que toda humanidad quedaba perdida en un pasado que ya a veces recordarlo le parecía retazos de una vida bien ajena a la que ahora tenía. Si, le recordaba que había más de animal salvaje en ella, de sentir primigenio de depredador que rastro de la pena que fue antes.
Brazos que seguía envolviendo su propio cuerpo, temblaba sin quererlo intentando retenerse, sintiendo su propio corazón golpear su pecho que subí ay bajaba alterado. Por un momento aun sentía la presión de sus labios en su cuerpo, el calor en su piel que encendía la ajena, para luego pasar a sentirse huérfana de su presencia.
Si quisiera podía dejar y abandonarse a su avidez, podría incluso obligarle, engañarle incluso dándole lo que él deseaba en realidad, tenía el poder suficiente para engañar a sus sentidos crear ilusiones… Podría darle la mujer que él deseaba y ella obtener su premio a pesar de los riesgos. Pero no, ella no le gustaba esos juegos ni esas argucias para poseer a alguien, o en todo caso dejarse poseer por el mismo.
Intentaba recomponerse, ya que aquel deseo sexual parecía nublarle los sentidos de tal modo que dejaba de ser ella, apartando a la razón y dando bienvenida al instinto más primitivo.
Un zumbido en su mente, un reflejo de pensamientos ajenos.
-Te tienta lo sé, podrías hasta forzarme a hacerlo… Te he regalado la fuerza suficiente, pero eres cobarde y estas atrapado en tu propia mentira. -Tan solo le dijo, calmando su respiración. La dama se sentía ofendida y confusa, lo deseaba con profundidad, había conseguirlo provocarla como hacía mucho tiempo nadie lo hacía, pero por otra parte no quería abrirle las puertas a ese descontrol de su alma. -Incluso “tal vez” no haría falta, porque “tal vez” yo me lanzase a tus brazos… ¿Quién sabe? No soy una mujer despreciable. -Repitió.
Él se sirvió un vaso de alcohol, y le tendió otro. La inmortal no solía beber en esos tiempos, llevaba demasiado sin tomar ni una gota. Pero con ojos vidriosos de excitación incompleta la tomó y de un trago vacío su contenido, un gesto de que vertiera más. No iba ser el primer vaso que se llevase a los labios aquella noche. Sus mejillas pronto se tiñeron de rubor.
-Alemania. -Por un momento le supo aquellas palabras más una orden que una especie de petición y aquello no le gustaba, ¿habría hecho bien en meterse en aquel trato? Confiaba en aquel “ente” y el destino que le había prometido. -Háblame de “ellas” y que sabes.
Intento fingir una tranquilidad imposible de esconder, había demasiada tensión sexual en aquella situación.
No sabía cómo pero aquel simple muchacho, con aquella sangre tan especial había conseguido alterarla de algún modo, removido su interior y llevándole a esa confusión.
La sombra del monstruo de su interior arañaba con el deseo de que ella se dejase desatar por aquel deseo enfurecido. Aquello le recordaba que toda humanidad quedaba perdida en un pasado que ya a veces recordarlo le parecía retazos de una vida bien ajena a la que ahora tenía. Si, le recordaba que había más de animal salvaje en ella, de sentir primigenio de depredador que rastro de la pena que fue antes.
Brazos que seguía envolviendo su propio cuerpo, temblaba sin quererlo intentando retenerse, sintiendo su propio corazón golpear su pecho que subí ay bajaba alterado. Por un momento aun sentía la presión de sus labios en su cuerpo, el calor en su piel que encendía la ajena, para luego pasar a sentirse huérfana de su presencia.
Si quisiera podía dejar y abandonarse a su avidez, podría incluso obligarle, engañarle incluso dándole lo que él deseaba en realidad, tenía el poder suficiente para engañar a sus sentidos crear ilusiones… Podría darle la mujer que él deseaba y ella obtener su premio a pesar de los riesgos. Pero no, ella no le gustaba esos juegos ni esas argucias para poseer a alguien, o en todo caso dejarse poseer por el mismo.
Intentaba recomponerse, ya que aquel deseo sexual parecía nublarle los sentidos de tal modo que dejaba de ser ella, apartando a la razón y dando bienvenida al instinto más primitivo.
Un zumbido en su mente, un reflejo de pensamientos ajenos.
-Te tienta lo sé, podrías hasta forzarme a hacerlo… Te he regalado la fuerza suficiente, pero eres cobarde y estas atrapado en tu propia mentira. -Tan solo le dijo, calmando su respiración. La dama se sentía ofendida y confusa, lo deseaba con profundidad, había conseguirlo provocarla como hacía mucho tiempo nadie lo hacía, pero por otra parte no quería abrirle las puertas a ese descontrol de su alma. -Incluso “tal vez” no haría falta, porque “tal vez” yo me lanzase a tus brazos… ¿Quién sabe? No soy una mujer despreciable. -Repitió.
Él se sirvió un vaso de alcohol, y le tendió otro. La inmortal no solía beber en esos tiempos, llevaba demasiado sin tomar ni una gota. Pero con ojos vidriosos de excitación incompleta la tomó y de un trago vacío su contenido, un gesto de que vertiera más. No iba ser el primer vaso que se llevase a los labios aquella noche. Sus mejillas pronto se tiñeron de rubor.
-Alemania. -Por un momento le supo aquellas palabras más una orden que una especie de petición y aquello no le gustaba, ¿habría hecho bien en meterse en aquel trato? Confiaba en aquel “ente” y el destino que le había prometido. -Háblame de “ellas” y que sabes.
Intento fingir una tranquilidad imposible de esconder, había demasiada tensión sexual en aquella situación.
Lakme- Vampiro Clase Alta
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Re: El príncipe destronado... [Höor Cannif]
Sus brazos seguían acunando su figura, esa que había visto completamente segura sobre el escenario y que ahora frente a mis ojos parecía temblar.
Desconocía si por rabia, frustración, miedo o sendas cosas, el caso es que la sentía tan vulnerable, que una parte de mi sintió la necesidad de que fueran mis brazos y no los suyos los que la protegieran, los que le sirvieran de escudo, mas de sobra sabia que esa era la peor de las ideas.
Aquella mujer era todo un misterio que desentrañar y mis ojos no podían evitar recorrer aquel cuerpo semidesnudo mientras el alcohol acallaba a las voces que todavía se batían en un duelo a muerte.
Sus palabras sonaron roncas, cargadas de deseo, de rabia y de verdad. Era cierto, cierto que podría tomarla en esa cámara, cierto que deseaba hacerlo, creo que lo deseé desde que su cuerpo toco el escenario.
Mas lo mas cierto y lo que me hizo bajar la mirada hasta el liquido de mi vaso, fue la realidad de vivir mi propia mentira.
Ella me había dicho tantas veces que no podía amar como estrellas tenia el firmamento. Tantas veces que solo pensaba en el hoy y que el mañana era nuestro, que parecía que yo mismo había creado una realidad paralela para creer que un “nosotros” podía ser cierto.
Dejé escapar el aire contra el vidrio, tenia los sentidos embotados por el alcohol, por su sangre y nada de eso me ayudaba a pensar con nitidez.
Quizás era un cobarde, mas aquí, ¿quien no era un cobarde por amor?
-Se lo prometí -sabia que eso no iba a ayudar, pero escapó de mis labios de un modo impulsivo.
-Puede que viva una mentira, mas lucharé por ella hasta trasformarla en verdad o por ende, cuando ella me lo pida, dejare de luchar.
Fue su siguiente frase, la que logró perturbarme aun mas. Fruncí el ceño mirándola para acercarme unos pasos.
-Escucha, te aseguro que no eres un ser despreciable -la distancia se acorto entre nuestros cuerpos tanto, que su respiración moría contra mi boca.
-En tus labios hoy prendería un gran fuego, con rabia y tristeza hechas de acero, te seguiría por la tormenta, pues te deseo ...-Guardé silencio incapaz de terminar aquel arranque de sinceridad -mas por Valeria bajaría al infierno, lucharía hasta que la última gota de mi sangre fuera derramada en su nombre, y aun sin vida seguiría amándola sin arrepentirme por ello. Ella es mi sino, Abre mis heridas, las hace sangrar y juega a cerrarlas a voluntad.
Cuando amanece huye de mis sueños, vuela tan lejos que a veces siento que seguirla es imposible.
Desconozco si nos unirá el destino ,el amor o simplemente nuestro sino es separar nuestros caminos. Puede que te parezca un necio, es mas, puede que lo sea, pero estoy preparado para perder o ganar, asumiendo que cualquiera de las dos cosas pueden pasar.
Tomó el vaso acariciando mi piel, dejé escapar el aire sintiéndome arder. Mi voluntad se quebraba frente a aquella mujer que me estaba haciendo enloquecer.
Alemania -dije con la voz ronca tratando de volver a la realidad mientras de nuevo el alcohol mitigaba ligeramente mis ganas.
-Ellas -ni siquiera era capaz de pensar en otra cosa que en su maldito cuerpo desnudo. Mis ojos dibujaron sus labios
-Una es una cazadora, la otra una bruja. La segunda me ayudo en el descubrimiento de cierta información. Acudimos a una biblioteca, allí toqué un libro que parece me atrapó, así que la dama, tuvo que traerme haciendo un conjuro de sangre que nos unió.
Lo deshizo poco después, mas espero que sus consecuencias ya no estén presentes cuando nos volvamos a ver.
En ese libro un sendero marcado, Alemania, nuestro siguiente destino...no se mucho mas.
De nuevo le silencio se abrió paso entre nosotros, nuestras miradas se encontraron acariciando nuestros cuerpos.
-¿Quieres que te lleve a tu casa? -pregunté
Desconocía si por rabia, frustración, miedo o sendas cosas, el caso es que la sentía tan vulnerable, que una parte de mi sintió la necesidad de que fueran mis brazos y no los suyos los que la protegieran, los que le sirvieran de escudo, mas de sobra sabia que esa era la peor de las ideas.
Aquella mujer era todo un misterio que desentrañar y mis ojos no podían evitar recorrer aquel cuerpo semidesnudo mientras el alcohol acallaba a las voces que todavía se batían en un duelo a muerte.
Sus palabras sonaron roncas, cargadas de deseo, de rabia y de verdad. Era cierto, cierto que podría tomarla en esa cámara, cierto que deseaba hacerlo, creo que lo deseé desde que su cuerpo toco el escenario.
Mas lo mas cierto y lo que me hizo bajar la mirada hasta el liquido de mi vaso, fue la realidad de vivir mi propia mentira.
Ella me había dicho tantas veces que no podía amar como estrellas tenia el firmamento. Tantas veces que solo pensaba en el hoy y que el mañana era nuestro, que parecía que yo mismo había creado una realidad paralela para creer que un “nosotros” podía ser cierto.
Dejé escapar el aire contra el vidrio, tenia los sentidos embotados por el alcohol, por su sangre y nada de eso me ayudaba a pensar con nitidez.
Quizás era un cobarde, mas aquí, ¿quien no era un cobarde por amor?
-Se lo prometí -sabia que eso no iba a ayudar, pero escapó de mis labios de un modo impulsivo.
-Puede que viva una mentira, mas lucharé por ella hasta trasformarla en verdad o por ende, cuando ella me lo pida, dejare de luchar.
Fue su siguiente frase, la que logró perturbarme aun mas. Fruncí el ceño mirándola para acercarme unos pasos.
-Escucha, te aseguro que no eres un ser despreciable -la distancia se acorto entre nuestros cuerpos tanto, que su respiración moría contra mi boca.
-En tus labios hoy prendería un gran fuego, con rabia y tristeza hechas de acero, te seguiría por la tormenta, pues te deseo ...-Guardé silencio incapaz de terminar aquel arranque de sinceridad -mas por Valeria bajaría al infierno, lucharía hasta que la última gota de mi sangre fuera derramada en su nombre, y aun sin vida seguiría amándola sin arrepentirme por ello. Ella es mi sino, Abre mis heridas, las hace sangrar y juega a cerrarlas a voluntad.
Cuando amanece huye de mis sueños, vuela tan lejos que a veces siento que seguirla es imposible.
Desconozco si nos unirá el destino ,el amor o simplemente nuestro sino es separar nuestros caminos. Puede que te parezca un necio, es mas, puede que lo sea, pero estoy preparado para perder o ganar, asumiendo que cualquiera de las dos cosas pueden pasar.
Tomó el vaso acariciando mi piel, dejé escapar el aire sintiéndome arder. Mi voluntad se quebraba frente a aquella mujer que me estaba haciendo enloquecer.
Alemania -dije con la voz ronca tratando de volver a la realidad mientras de nuevo el alcohol mitigaba ligeramente mis ganas.
-Ellas -ni siquiera era capaz de pensar en otra cosa que en su maldito cuerpo desnudo. Mis ojos dibujaron sus labios
-Una es una cazadora, la otra una bruja. La segunda me ayudo en el descubrimiento de cierta información. Acudimos a una biblioteca, allí toqué un libro que parece me atrapó, así que la dama, tuvo que traerme haciendo un conjuro de sangre que nos unió.
Lo deshizo poco después, mas espero que sus consecuencias ya no estén presentes cuando nos volvamos a ver.
En ese libro un sendero marcado, Alemania, nuestro siguiente destino...no se mucho mas.
De nuevo le silencio se abrió paso entre nosotros, nuestras miradas se encontraron acariciando nuestros cuerpos.
-¿Quieres que te lleve a tu casa? -pregunté
Höor Cannif- Realeza Neerlandesa
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Re: El príncipe destronado... [Höor Cannif]
“Hombre fiel…” Pensó.
Vidrio vacío de contenido posado sobre la mesita. Al escuchar lo referente a su “promesa”, Lakme no pudo evitar sonreír con amargura y haciéndose la nostalgia con ella. En un tiempo donde ella aún sentía fe ciega en las promesas de amor eterna, donde se le pedía una larga paciencia que cumplió y como recompensa: la muerte y la eternidad en soledad, siendo su propia maestra en todos y cada uno de sus pasos.
-Al parecer “esto” puede funcionar. -Parecía comentar aquello más para sí que para él.
Ciegamente se había dejado llevar por los pasos marcados por aquel “ente”, con promesas que ni ella misma estaba segura de que fuesen a cumplirse. Ahora formaba parte de algo que se le hacía un tanto ajeno y suyo. El muchacho… La espada… El norte… El Rey…
-Una dulce mentira. Alguna vez en la vida todo tiene que vivirla. Ahora es a “usted” a quien le toca. -Si, había dejado de tutearle, creando una cierta barrera de formalidad entre ambos. Un modo tal vez de librarse de aquella tensión y atracción que vertiginosamente le empuja hacia él.
Aquella fe y esperanza hacia la que nombraba. Una mirada de incredulidad, y con cierto gesto pareció por un momento no entenderle. Sus finos labios hicieron ademán de decir algo, pero no llegaron a pronunciar ni una palabra. Mudos.
-Usted lo ha dicho, “hoy”. -Su mano templada posada en la mejilla de él, con precaución mientras los ojos esmeraldas volvían a atreverse a mirar los pardos. Mirada vidriosa y salvaje, la excitación aún estaba latente. Ella tiene movimientos felinos, es delicada, un animal extinto, y apenas emite sonido en sus pasos.
Su mano le acaricia con dulzura el rostro, gesto gentil, le antoja apetecible en todos sus aspectos. Toma su barbilla, y posa sus labios en su mejilla.
-No. -Su voz es apagada, su mirada se vuelve gacha. Suspira. -Volveré sola… Debo de terminar “este asunto”.
No era un remedio delicado, ella era destructiva y debía de calmar esa bestia que había despertado en sí, y solo había una manera para apagar ese sadismo en su naturaleza. Cobrar almas como suele hacer la Guadaña en el otoño o la primavera.
-Nos veremos pronto, señor Cannif.
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